Ábaron Chronicles - 0.5
En medio de un estrecho camino trazado en el corazón de un espeso bosque, un batallón de soldados marchaba con convicción. Con el símbolo de un grifo marcado en sus armaduras, los nobles soldados aguardaban ansiosos el momento en que llegarían a su destino. Sin embargo, junto a la emoción de entrar en batalla, una creciente incertidumbre comenzó a crecer entre ellos.
—¿Alguien sabe a qué no estamos enfrentando?
Un pequeño susurro logró distinguirse en medio del firme sonido de su marcha.
—Eso que importa, soldado. Deberías agradecer que finalmente tenemos una misión a la altura del ejército.
La voz ronca de quien parecía ser un soldado de mediana edad, quien marchaba en frente de su grupo, se hizo notar.
—No importa si son bestias, monstruos, bandidos o unos malditos insurgentes, nuestro deber es defender nuestro reino.
Ante las palabras del veterano, las miradas de muchos de sus compañeros se giraron en su dirección, viendo con admiración la voluntad de aquel hombre.
—Entiendo eso, capitán, pero, ¿no sería pertinente conocer de antemano la naturaleza de nuestro enemigo?
—Novatos ingenuos. Todos ustedes deben estar preparados para enfrentar a cualquiera en nombre del…
—¡¿Qué está ocurriendo aquí?!
La imponente voz de un hombre se escuchó al lado de ellos.
Se trataba de un soldado, el cual se distinguía de sus compañeros debido al yelmo que portaba, el cual se distinguía por pequeños detalles que emulaban la apariencia de la mítica criatura que marcaba sus armaduras.
—N-No es nada, comandante. Solo le decía a este novato que guarde silencio y no cuestione las instrucciones.
En ese instante, la voz del veterano, antes imponente, se tornó sumisa ante el cuestionamiento de su superior.
—¿Es eso cierto, soldado?
Temeroso ante el cuestionamiento de su superior, el joven soldado bajó la mirada.
—Sí, comandante. Solo mencionaba que sería estratégicamente más favorable si supiésemos la naturaleza del enemigo al que vamos a enfrentarnos.
—Estás en lo cierto, muchacho. Sin embargo, supongo que usted sabrá que no poseer esa información, es un error inadmisible en nuestras fuerzas.
>>Capitán. Sus órdenes fueron preparar a su compañía para la misión. ¿Cree usted que esto es estar bien preparado? ¡¿Cree usted que estos son momentos para realizar estúpidas novatadas?!
—No, comandante. Me disculpo por mi negligencia.
—Una vez culminada esta misión, me encargaré personalmente de imponerte un castigo adecuado.
Tras aquellas palabras, el silencio reinó.
—Escúchenme bien todos ustedes, estamos en medio de una misión real, designada a nosotros por el rey en persona. Así que no toleraré que algunos de ustedes se atrevan a perjudicar de la forma más mínima nuestra misión. ¡¿Entendieron?!
Al unísono, la afirmativa respuesta del batallón no se hizo esperar.
—Por su bien. Espero que así sea. Ahora, lo diré una vez y no volveré a repetirlo. Nuestra misión es movilizarnos hasta los límites del pueblo de Aruc, mientras escoltamos a importantes enviados del consejo de los Aetheri. Una vez lleguemos allí nos encontraremos con Lord Raxul, el héroe del reino.
>>Han llegado noticias de una pequeña insubordinación queriendo propagarse en esta tierra olvidada. Nosotros nos aseguraremos de plantar y defender un frente en este territorio mientras el héroe y los enviados se encargarán de explorar la naturaleza de este levantamiento.
Las tropas asintieron en silencio al escuchar su misión, mientras se miraban los unos a los otros de forma sutil.
Conscientes de su misión, todos prosiguieron con su marcha. Sin embargo, una pequeña incertidumbre crecía, en especial en los soldados más jóvenes.
Todos conocían las grandes proezas del héroe Raxul, el humano más poderoso de su reino y uno de los seis grandes héroes de Ábaron.
Sabían que, si él estaba involucrado en esto, la situación debía ser seria, pero la presencia de enviados de los aetheri hacía más misteriosa toda esta situación.
Era muy raro escuchar sobre ellos y mucho más raro aún que estos se involucrasen en asuntos internos de un reino.
Pese a esto, tendrían que conformarse con lo que sabían y esperar a llegar al pueblo.
Por su parte, y tras calmar los ánimos entre sus hombres, el comandante retornó a su posición, guiando la marcha de sus tropas y observando con recelo a las tres grandes figuras encapuchadas encabezaban la marcha, caminando en silencio, como si ellos no estuviesen allí.
Pasaron las horas y a lo lejos, una columna de humo era visible, no muy lejos de allí.
En ese instante, el comandante vio como los encapuchados detenían el paso, levantando el puño, indicando que detuviesen el paso.
Uno de ellos se giró y se dirigió hacia el comandante, quien permaneció quieto, expectante por oír lo que tenían por decir.
—Comandante, estamos por llegar al punto de encuentro. Prepare sus tropas para un inminente asalto frontal contra las murallas del pueblo.
Una voz femenina brotó del interior de aquella capa, dejando ver una máscara que cubría su rostro.
—Con todo respeto… ¿señorita? Aprecio su sugerencia, pero si ya existe una ocupación en este poblado, un ataque frontal no sería la mejor opción, podríamos poner en riesgo quienes aún son leales. Nos reuniremos primero con el héroe para trazar un plan de acción.
—Comandante, tiene mucho que aprender. Pero… ¿Qué podría esperarse de una raza que vive menos de un siglo? En una rebelión, todos los involucrados son traidores.
De inmediato, la encapuchada se giró y tras intercambiar una rápida mirada con sus semejantes, estos se desplegaron de inmediato, internándose en el bosque antes de que el comandante pudiese reaccionar.
—Ya conoce sus órdenes. Ahora ponga a sus tropas en marcha, mis inquisidores se asegurarán de que nadie reconocer los alrededores.
Tras aquellas palabras, la misteriosa mujer empezó a avanzar con celeridad por el camino.
Presionado por la situación y debido a sus órdenes de mantener la seguridad de los misteriosos enviados, el comandante dio la orden de apresurar su marcha.
No pasó mucho tiempo hasta que lograron vislumbrar la muralla y la gran puerta que impedía su acceso al pueblo.
Sin embargo, antes de que pudiesen examinar la situación, el sonido de dos explosiones provocaron su alerta.
—Llegó el momento.
En ese instante, la encapuchada extendió sus manos, de las cuales emergió una inmensa bola de fuego que salió disparada en contra de la puerta, provocando una gran explosión que estremeció la muralla y levantó una gran cortina de humo.
Cuando la humareda se disipó, y tras una rápida orden, las tropas ingresaron en el pueblo. Entre gritos de terror y aldeanos corriendo al verlos llegar, los soldados se desplegaron por las calles del pueblo, mientras el comandante y la encapuchada se dirigían hacia la plaza central del asentamiento.
—Patético, no me sorprende que este asentamiento fuese un blanco tan sencillo para los insurgentes.
El comandante guardó un amargo silencio, mientras seguía su camino, observando el estado del pueblo.
Casas convertidas en escombros y cenizas, rastros de sangre y destrucción en las calles. Todo apuntaba a que una feroz batalla se había llevado a cabo hace poco. Sin embargo, no parecía haber rastro alguno de los insurgentes o del héroe.
La única explicación que podía darle. Pese a ello, sus instintos le decían que algo andaba terriblemente mal, más aún al ver como un grupo de aves de rapiña sobrevolaban la zona.
Fue entonces que lo vio. En el momento en que pusieron un pie en su destino, su mirada se clavó en aquella hórrida escena.
En medio de la plaza, y colgado del obelisco central, el cuerpo sin vida de un anciano se mecía a voluntad del viento. A su lado, dos cuerpos completamente calcinados se hallaban apilados.
—¿Q-Qué significa esto?
El comandante no podía creer lo que sus ojos le mostraban. Mientras un primitivo sentimiento de miedo afloraba en su interior.
—Se ha fortalecido.
Sin perder su tono indiferente, la misteriosa mujer retiró la capucha y la máscara que ocultaban su identidad, dejando ver su corto cabello azul y un par de orejas alargadas que la delataban como miembro de la raza de los elfos, provocando que el comandante la viese con atisbo de desconfianza.
—Su héroe era fuerte, incluso a su edad, había demostrado extraordinarias capacidades de combate. Tal parece que el nivel de amenaza que se había estimado era erróneo.
Aquellas palabras calaron dentro del hombre. Se negaba a creer que Raxul Cluth, considerado como la cúspide del potencial humano, se hallase colgado tan miserablemente, como si del trofeo de un cazador se tratase.
—¿Qué clase de monstruo pudo haber hecho esto?
Sin prestarle atención, la elfa giró su mirada a los lados, viendo como sus compañeros se acercaban, trayendo encadenados a dos hombres, quienes no parecían ofrecer resistencia.
—Lady Andra, encontramos a estas escorias en los alrededores del asentamiento.
Los cautivos fueron puestos de rodillas en medio de la plaza. Su aspecto era el de simples campesinos. Sus rostros palidecían, como si sus fuerzas estuviesen menguando lenta y dolorosamente. Esto provocó la alerta del comandante.
—¿Han dicho algo?
—Me temo que no. Sin embargo, podemos corroborar que forman parte de la insurrección. Intentaron atacarnos con un hechizo, no lo lograron.
—Perfecto, eso es suficiente. Comandante, ordené a sus tropas traer a cada uno de los aldeanos a este punto.
Sin más opción que obedecer, procedió con las indicaciones de la elfa.
No pasó mucho tiempo hasta que las personas que habitaban aquella aldea estuviesen de pie en la plaza, mirando con rostros de desconcierto y temor en dirección de los cautivos.
—¡Pueblo de Aruc! Estos hombres, encontrados en los bosques de su pueblo, han sido arrestados bajo los cargos de complicidad en asesinato, ¡sublevación! y atentado en contra de las leyes de los Aetheri.
Los presentes miraban en silencio la escena, mientras la elfa señalaba a los cautivos, antes de hacer una seña a sus compañeros.
En ese instante, las cadenas que los aprisionaban comenzaron teñirse de un color rojo, mientras ambos hombres comenzaban a retorcerse de dolor, mientras lanzaban gritos ahogados.
—Esta es su última oportunidad. ¿Dónde se encuentra su líder?
Ninguno respondió.
Las cadenas volvieron a teñirse de rojo, mientras los gritos de dolor resonaban hasta ahogarse por completo.
Tras la pequeña tortura, la apariencia de los detenidos palidecía cada vez más, mientras sus ojos se hundían lentamente en sus cuencas.
—S-Su opresión no logrará someternos. Él nos liberará de su dominio y el de su m-maldita raza. Ni siquiera los héroes pueden detenernos. Muy pronto…
La cabeza del hombre salió disparada algunos metros. Un corte limpio de la espada de Andra fue la responsable de acabar con la vida de aquel hombre, mientras el pueblo veía en silencio aquella ejecución.
—¡Estos hombres han confesado su culpa! ¡Se han ocultado entre ustedes y envenenado sus mentes con ideas subversivas! Ahora ustedes tienen la oportunidad de demostrar su lealtad. ¡Entreguen a los insurgentes!
Tras aquellas palabras, procedió a apuntar con su espada al último de los presos, quien solo fijo su mirada en la multitud.
—¡Todo aquel que se niegue a cooperar será considerado cómplice de los insurgentes!
Con un rápido movimiento la cabeza del segundo hombre cayó al suelo, mientras su cuerpo se desplomaba en medio de un charco de sangre.
—¡Así mueren los traidores! Y así lo harán todos aquellos que no confiesen.
Aquellas palabras provocaron desesperación en la población, quienes suplicaban misericordia a quienes se suponía habían llegado a protegerlos, mientras surgían conflictos por incontables y desesperadas acusaciones las cuales eran dichas y contradichas por los mismos pobladores, en un intento por evitar aquel funesto final.
Sin embargo, al ver aquella escena, que a sus ojos era patética, la elfa volvió a colocarse la máscara, antes de girarse hacia el comandante, quien, pese a mantenerse firme, expresaba se hallaba conflictuado ante aquella situación.
—Comandante, ordene a sus hombres proceder con la ejecución de toda esta escoria.
El comandante se estremeció al oír aquella orden. Y dentro de él, surgió un pensamiento que un soldado como él jamás creyó concebir, desobedecer.
Sin embargo, el miedo a lo que sus acciones pudiesen ocasionarle a él o a sus tropas, impedía que aquel pensamiento aflorase por completo.
—Lady Andra, le suplico reconsidere sus órdenes… No puede simplemente decidir asesinar a toda esta gente. Incluso si entre ellos hay insurgentes, no puede condenar a personas inocentes.
—¡¿Acaso no lo entiende?! Esta es una clara declaración de guerra y, como tal, nos obliga a tomar decisiones difíciles. Esta… «gente» ya ha sido corrompida por las ideas de estas escorias. Si realmente fuesen leales cooperarían con nuestra labor.
—Eso usted no lo sabe.
—Por eso detesto trabajar con humanos. Dicen buscar y defender la justicia, pero les tiembla la mano al momento de ejecutarla.
—¡No lo haré! ¡No daré esa orden!
—¿Tengo que considerar su desacato como un acto de traición, comandante?
Aquella fue la gota que derramó el vaso.
—¿Traición? ¡Mi lealtad está con la gente del reino! ¡No obedeceré a una estúpida elfa que piensa que la vida humana es insignificante!
Sus palabras tomaron la seguridad gracias al respaldo de la gente y de muchos de sus hombres, quienes comenzaron a avanzar en contra de la elfa y sus acompañantes.
Sin embargo, cuando el comandante se giró, empuñando su espada, con una firmeza y convicción que jamás había sentido, lanzando un potente corte hacia aquel «monstruo», su hoja fue interceptada por la espada de la aetheri, quien extendía su otra mano, apuntando hacia él.
Lo último que aquel hombre pudo ver, fue un fugaz destello carmesí, antes de que la luz lo envolviese por completo.
En medio del bosque, tres figuras encapuchadas dejaban tras de sí un gran incendio. Un pequeño pueblo era reducido a cenizas y junto a este, la memoria de todos aquellos que allí cayeron era borrada por los vientos de una guerra que aquel día, había sido declarada.
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