Academia de Asesinos - 84
Unos años antes…
En la costa de la provincia de Pumbakar donde se encuentra, quizás, el puerto mas extenso de ese lugar en el oeste allí un grupo de pescadores, con autorización de la guardia asesina que controla los diferentes muelles, recolecta con una pequeña red los moluscos y pescados aprovechando la plena oscuridad a falta de una hora para acabar el día.
Por protocolo, a cada pescador se le concede un pequeño aparato similar a un radar que cabe en la palma de la mano de un adulto. Esto es para que desde la base en el puerto puedan hacer seguimiento a cada embarcación y por supuesto son aparatos que irradian una señal que rebotan a cada cien metros de circunferencia, es decir, permite detectar otros pescadores que lo hacen de manera ilegal.
Uno de los pescadores dentro de la embarcación termina de recoger su red con ayuda de otros dos hombres y rápidamente regresan a la costa. Su tiempo de pesca era de tres horas y solo les queda diez minutos para regresar.
Cuando están por avisarles a la base ven una silueta entre la bruma que se acerca lentamente y en dirección a quince metros a su derecha. Entonces es cuando ahí lo ven, un barco que triplica el tamaño de esa embarcación, pero donde no parece haber nadie porque se encuentran muy cerca de la costa de Pumbakar y, además, tienen que hacer ciertas maniobras para reducir la velocidad y preparar lo que sea que quieran hacer.
Desde la base en el puerto, el jefe de puerto y asesino de la orden ya se percató gracias a las señales que emiten los radares entregados. Ordena Kieber, el jefe del puerto, a que se preparen con los protocolos correspondientes cuando un navío de origen desconocido llega a Antares:
—Moniel, ¿tiempo de llegada? —pregunta Kieber mientras que moviliza a sus subordinados al muelle donde supuestamente llegaría el navío.
—En exactamente cuatro minutos.
—¿Cuatro minutos? En avance normal se tardarían al menos siete. Están acelerando el paso. ¡Alisten sus armas! —ordena Kieber.
—Señor ¿y si son civiles? —pregunta Moniel.
—Tenemos que estar listos por si acaso. De una forma u otra esto ya es sospechoso. —responde Kieber.
—Señor, hay comunicación con los pescadores que se encontraban en la zona y tuvieron de vista al navío. —informa uno de los hombres a cargo del panel que controla a los radares y que también poseen comunicadores.
—Pásame la comunicación.
—Solo es un mensaje, pero por lo que se logra escuchar…parece que no hay nadie en ese transporte.
Kieber no emite ninguna palabra y rápidamente se une a sus fuerzas en el muelle para vigilar que los procedimientos se llevasen acabo y que consiste en el aumento de la seguridad, apartamiento de cajas y otras embarcaciones, así como usar cualquier medio de batalla disponible en caso de que ese navío sea una amenaza.
Como también forma parte del protocolo, Kieber ordena que por intermedio de las luces del faro ubicado a unos cincuenta metros del puerto guíen al barco hasta el muelle numero “9”.
Un hombre de nombre Richard, mano derecha de Kieber, ayuda a los demás a extender un enorme objeto inflable que posee un largo de treinta metros y grosor de diez con el que, en caso de que no se pudiera detener el avance, contengan la fuerza del impacto y así evitar que el muelle sufra daños. Ya habiendo abierto ese inflable, Richard regresa con Kieber y exclama irónico:
—Vaya manera de empezar un fin de semana.
—¿No crees que es extraño que un navío se aparezca así de la nada y desde el oeste mas lejano? —pregunta Kieber.
—¿Crees que sean mercenarios? Ophiros está al oeste. —dice Richard.
—No podemos dejar ninguna posibilidad fuera de esto.
—¿Qué hacemos si no resulta ser un barco mercenario?
—Tenemos que ponerlo en la bitácora y llamar a Doncaster. La magnitud de tal cosa podría poner de malas al territorio.
—Entendido. Oh, allí está. —señala en dirección al navío, que visiblemente ya sobrepasó la línea defensiva de la costa de Antares.
Kieber sospecha de que algo anda mal así que le dice a Richard:
—Richard, dame unos binoculares. Al parecer no se van a detener. —extiende su mano a la espera del aparato.
—Si.
El oficial le entrega los binoculares a Kieber y observa detenidamente al barco que tan velozmente se acerca al muelle. De por sí la velocidad alcanzada por el barco es inconsistente ya que los mismos capitanes saben y comprenden que existen ciertas “reglas” a la hora de navegar. Sea de Ophiros o Antares o cualquier otro lugar hay velocidades obligatorias y protocolos a seguir para evitar accidentes indeseables.
Entonces, un detalle que lo deja en shock y manos temblorosas hace que cambie los planes o peor aún se preparen para lo peor:
—¡R-Richard, llama a los bomberos…esto es una crisis! ¡rápido!
—¡S-Si señor! —corre hacia el sector de los bomberos asesinos, un oficio de la orden asesina de especialistas en rescate y contención de incendios.
No obstante, no llegan a tiempo porque el barco acaba impactando con tal fuerza que el inflable explota y la punta del transporte golpea el cemento y madera hasta subirse sobre uno de los almacenes cuyo techo está a la misma altura que la proa. Los presentes asesinos tienen que saltar a un lado para no ser golpeados o aplastados.
Una vez habiéndose detenido, Kieber ordena a los bomberos que se acerquen al barco y a estos lo siguen miembros de la seguridad. Richard lidera al grupo de los bomberos mientras que Kieber a la seguridad.
El barco se encuentra inundado de llamas en la parte superior e inferior está plagado de agua por lo que ya se encontraba hundiéndose.
Al llegar a la superficie ven a decenas de cuerpos sin vida, quemados, mutilados, toda clase de horrores en ese lugar. Inmediatamente Kieber ordena de urgencia que hagan sonar la alarma de alerta máxima por posible ataque de enemigos al puerto. Esta alarma consiste en un sonido que se alcanza a escuchar por todos los rincones del territorio oeste y que fue establecido por si hay ataque de flotas mercenarias. No es para menos, ya que al menos sesenta personas yacen muertas sobre la proa, popa y debajo de la superficie y todo el barco es un caos de fuego y sangre.
Tras eliminar las llamas, los asesinos convocados empiezan a buscar entre los escombros a posibles supervivientes, pero solo siguen encontrando mas y mas cuerpos. El jefe de la base, Kieber, se acerca a la cabina del capitán y allí se encuentra con la tripulación en el suelo en un charco de sangre. No solo hay hombres sino también mujeres y niños y eso Richard se lo hace saber:
—E-Esto es enfermizo. —exclama impotente Kieber.
—¿Qué debemos hacer? —pregunta Richard.
—¿No es obvio? Hay que llamar a Doncaster y luego iniciar una fuerte investigación. Esto no es normal.
—¿Qué es lo que pudo pasar aquí? ¿mercenarios? ¿piratas? ¿esclavistas?
—Lo dudo. Los mercenarios no matan a los suyos eso es sabido. Los piratas no tienen bases en estas aguas y los esclavistas se mueven muy al sur y al este.
El aire fresco del mar ayuda a que el fuego no vuelva a aparecer y con el correr de las horas la búsqueda cesa y a lo lejos ven como el sol se asoma anunciando el lento amanecer.
Kieber levanta su mano y la mueve de manera circular para que los miembros de la orden terminen el recorrido al no encontrar supervivientes. La decepción es total. Cualquier ser humano, tras haber visto a mujeres y niños muertos, quisiera encontrar a alguien con vida, pero solo ven escombros, cuerpos calcinados y todo lo que no se quiere ver.
Sin embargo, la amarga decepción es opacada por los llantos solitarios de un niño en la parte mas baja e inundada del barco. Keiber corre junto con varios subordinados para acudir en su ayuda.
Una vez allí buscan incesantemente, pero los llantos insisten por lo que Keiber duda de si está en esa zona así que sigue bajando, solo y con una linterna en su mano derecha. Keiber se tropieza con uno de los escalones partidos por la humedad y rueda hasta llegar al suelo dándose cuenta de que su pierna está lastimada a la altura de la rodilla, pero finalmente logra llegar cojeando hasta donde está el niño junto a cajas y algunos trapos colocados uno arriba del otro para evitar que el agua lo alcance y la triste escena…impacta en al corazón del hombre.
El niño está sobre cajas aferrado a una figura femenina calcinada. Por los rastros encontrándose en las cajas se percata de algo terrible. Keiber se acerca al niño y trata de calmarlo con suaves palabras y luego lo toma con ambos brazos mientras está con los ojos entrecerrados. Le posa la mano izquierda sobre la mejilla y luego la frente sintiendo que su temperatura hierve:
—¡Hey, niño! ¿estás bien? No te preocupes ya estas a salvo. —lo mira mejor y no puede creer que sea tan pequeño. —Es apenas un niño ¿Qué mierda pasó aquí? —mira a su alrededor.
—Ella…
—Tranquilo, sh, sh, descansa.
—Ella es…mi…mami…me dijo…que no hable con…extraño…—dice el chico mientras se aferra al brazo de Keiber. Tras haberlo visto incapaz de abandonar el cuerpo de la mujer, el hombre no duda en que fuera su madre.
—Descuida, vendrán a rescatarla también. —le dice para darle calma a pesar de ser una rotunda mentira. El hombre sabe que ya es muy tarde y aunque le duele mentirle al pequeño, es todo lo que puede hacer para evitar que muera también como los demás. Aunque deba mentirle es lo mejor que puede hacer.
—¿Me…lo…promete señor? —pregunta el niño con toda su inocencia.
—Por supuesto…te lo prometo…—responde casi entre lágrimas.
El grupo con Richard a la cabeza llegan al lugar de almacenamiento que es lo primero en inundarse. Keiber le da el niño a uno de los bomberos y rápidamente lo llevan a un hospital cercano. Richard ve a la mujer calcinada flotando sobre el agua:
—¿Qué fue lo que le paso a estas personas? —pregunta Richard.
—Esa pregunta no nos corresponde responder y mientras menos sepamos, mejor. De eso se encargará la división de inteligencia. —responde Keiber.
—Entonces, él vendrá ¿cierto?
—Hiroshi es el jefe de la división de inteligencia, no seria extraño que ellos ya estuvieran avanzando con la investigación.
—¿Qué hacemos con el niño?
—Siguiendo los protocolos…bueno…no hay nada que diga sobre estos casos por lo que no tengo idea.
—Protocolos, los seguimos siempre, pero a veces no vemos el lado más humano de eso. —dice Richard cuestionando un poco sobre el conjunto de protocolos que deben seguir a raja tabla. En ese momento Richard se da cuenta de que dijo lo que piensa en sin pensar que hay un superior con él. —Yo…lo siento, señor. No debí hablar así sobre los protocolos que mantienen el orden y seguridad en el continente.
—Tranquilo, yo también a veces cuestiono ciertas cosas de los protocolos. Aún así el verdadero misterio sobre este asunto es realmente extraño. Eran refugiados ilegales eso es más que seguro, pero nada de esto tiene sentido. —piensa con un poco mas de calma, pero sin encontrar respuesta.
El pequeño se queda dormido en brazos de uno de los subordinados de Keiber y cuando este ultimo se acerca a observarlo, tiene sentimientos esperanzadores entre tanta crueldad encontrada en el barco, muerte y ensañamiento contra refugiados. Muchas preguntas llenan de dudas a Keiber ¿Quiénes son estas personas? ¿de donde provienen? Si son refugiados entonces ¿hay guerras en algún lado que desconocen o ignoran? Ninguna tiene su respuesta y por lo pronto el niño es el único testigo.
Cuando llega a la torre lanza un grito de enérgica impotencia y furia que es escuchada en silencio por todos los demás. Las imágenes se tratan de olvidar aun cuando la división de inteligencia llega unas semanas después y buscan responder esas dudas.
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