Academia de Asesinos - 18
En los pantanos cercanos a los límites que separan al centro del sur de Antares, Alexander recorre con calma y un objetivo concreto. Una misión otorgada por alguien con peso dentro de la orden mercenaria. Alguien a quien no puede contradecir. Mientras que la ilusión de ser necesitado por los lideres de la orden crece en su corazón como una llama incesante.
El joven mercenario recorre la vegetación y las aguas peligrosas con alimañas que navegan por esas espesas zonas. Flores marchitas, otras que desparraman toxinas venenosas, animales peligrosos como serpientes acuáticas, tarántulas, cocodrilos y hasta felinos que viven en ese lugar. Ni los troncos caídos, ni animales impiden que pase por las lagunas llenas de vida. Se abre paso muy decididamente.
A pesar de su creciente molestia para con la orden mercenaria, debido a que siente como si lo abandonasen y cuando requieren de él es llamado, obedece sin cuestionarlos, algo que indudablemente pasa a menudo entre mercenarios. Lo que vale entre ellos, o al menos se atestigua entre los rangos más bajos que dependen aquellos voceros de los altos mandos, es la capacidad, el talento y utilidad que ofrezcan.
Lentamente la niebla hace imposible de ver hasta maso menos cinco metros a su alrededor, y esto empeora al ser de noche, por lo que no es más que dificultoso encontrar un lugar para dormir sin tener que recorrer largas distancia a ciegas:
—Puta madre, lo que faltaba. Tengo que ocultarme y esperar al amanecer o seré blanco fácil para cualquier enemigo. — se preocupa por ser atacado por humanos, ignorando a cualquier otro ser vivo que no tuviera un arma en su cintura— ¿Huh? — siente otra presencia, diferente a la de un animal— Así que hay alguien siguiendo mis pasos. — piensa con calma, buscando con sus ojos algún lugar propicio para el descanso hasta que la niebla cese su intensidad.
Alexander no solo es un mercenario despiadado con cualquiera, sino que como un joven talentoso es alguien que cuenta con gran inteligencia y poder de análisis en los detalles, así como también una memoria fotográfica digna de elogio. Como recurso para la orden es demasiado preciado pero debido a su actitud tan agresiva es una de las razones de que fuera apartado de los eventos oficiales.
Entre el sueño y el hedor tan fuerte que emanan algunas plantas, Alexander siente como sus sentidos se duermen y solo puede depender de los oídos. Con el fuerte olor, la niebla opacando su visión, los oídos son la única fuente de prevención para evitar a los enemigos.
El joven mercenario sabe, además, que junto a este una presencia ha sabido seguirlo sin siquiera poder ser detectado por lo que lo preocupa ante una posible emboscada enemiga. El agua del pequeño lago donde aún persiste bajo sus pies se torna gélido como las aguas del norte en Antares, adormeciendo las extremidades del mercenario.
De un pequeño salto se aleja del agua y cae sobre unos arbustos y troncos partidos. Mientras se levanta y quita de encima rastros de hoja e insectos mira entre la densidad de la niebla una figura que se acerca:
—¿Sabes? Te rompería el cuello con solo saber dónde te ocultas. —amenaza Alexander sin un ápice de empatía.
—¿Matarías a un mero emisario de la orden que te acogió? Sí que los rumores sobre ti no exageran. —responde entre los arbustos. Tras pronunciarse ante el joven mercenario sale de entre la vegetación—Te darás cuenta del porque estoy aquí.
—¿De nuevo? ¿Podrá ser…otra misión?
—Te acercaste, pero no. Más bien es un cambio con respecto a la misión que se te ha concedido.
El misterioso hombre, diferente del anterior emisario esta vez con una máscara sin rostro y solo ojos negros penetrantes, busca entre sus largos ropajes humedecidos por la niebla y el ambiente, un aparato envuelto en tela que aísla de todo lugar con agua. Se lo entrega a Alexander:
—¿Cambio? ¿Qué cambio? — Alexander observa el aparato que parece ser un comunicador nuevo diferente al que ya le fue entregado hace tiempo para la misma misión. Se sienta sobre un gran tronco a la espera de explicaciones.
—El tren prisión que saldrá en el Este, ha cambiado su día y horario. Parece que se percataron de nuestro trabajo de espionaje.
—Supongo que esperaré más vigilancia y un tren más difícil de atacar. Sobre el día y horario ¿para cuándo fue adelantado?
—El tren iba a partir cerca de principio del año próximo. Ahora decidieron que fuera para fines. No es un gran cambio si lo piensas.
—Pero tiene un motivo claro. No solo es porque estamos espiando la zona sino porque durante esos meses se estará preparando los eventos que tendrán lugar en el Sur. Pero mí duda es ¿Por qué?
—Originalmente el tren estaba destinado para ir a la gran prisión del Norte, pero tal parece que el conflicto con las caravanas y los ronin no hicieron más que volver insegura la ruta hacia las montañas. La mejor opción son las prisiones del Sur.
Alexander le retira la mirada al emisario nada más para pensar sobre los múltiples problemas que suceden en el continente. Digna circunstancia para lograr fácilmente el cometido de la orden:
—Conflictos en el Este, en el Norte, en el Este, en el Sur. Antares es un caos tras caos. Deberíamos atacar con todo lo que tenemos en lugar de completar misiones cada cierto tiempo. —dice Alexander con una gran disconformidad por las acciones tan poco temerarias de la orden. Los conflictos en el continente asesinos no hacen más que formar la punta de un enorme iceberg. Económica, social y políticamente Antares no deja de empeorar y esto se suma a la disparidad con los nobles.
—Lo cual resulta ser muy conveniente para nuestro avance. Eres muy listo…demasiado. Aunque también debo admitir que no me entusiasma la idea de dejar tal misión en tus manos. Pero puedes considerarlo cómo una prueba. Posiblemente también sea más que conveniente para ti de lo que pueda llegar a ser para la orden.
—¿De qué hablas?
—Nada. Pensamientos de alguien que lleva más de treinta años como mercenario emisario.
—Si no hay nada más que tengas para decirme, continuaré mí camino. — dice Alexander.
—Si que eres problemático, novato. Una cosa más.
—¿Qué cosa?
—No hay lugar para el error. Si fallas no se te dará lugar para misiones importantes. Tengo entendido que los altos mandos te tienen en una gran estima por tu potencial, pero eso se opacará si no haces valor tu talento. — advierte con su dedo índice señalando al joven.
—Puedes advertirme todo lo que quieras. Si crees que soy ineficaz probemos aquí y ahora tu teoría. — dice el joven sin pelos en la lengua y dispuesta a matar al emisario.
—Este mocoso ¿habla enserio? — se queda sin palabras— Mejor no me meto en peleas innecesarias. Sobre todo, porque se su historial y no es la primera vez que muestra tal clase de insubordinación que no sean los altos mandos. ¡Tsk! Maldito insolente. — piensa sin moverse de su sitio— De acuerdo. Dejémoslo ahí. Solo completa la misión y los de arriba considerarán darte una misión que valga la pena. — le responde y ante sus ojos desaparece entre la neblina.
De nuevo solo, Alexander suspira y vuelve al camino que le llevará tan solo unos días el llegar a la frontera del Este, pero lastimosamente el pantano es demasiado extenso como para relajarse.
El joven recorre como una sombra esquiva la espesura del terreno accidentado lleno de árboles caídos, vegetaciones y animales arrastrándose por el suelo. Con su capucha puesta y una concentración tan brutal que nadie puede perturbarlo. En el camino, encuentra un pedazo de papel rectangular impreso color marrón el cual toma del suelo y observa con la poca visión que tiene en plena oscuridad y solo alumbrando con una pequeña linterna para casos extremos.
Lo que se encuentra en aquel pedazo de papel no es más que un cartel de “Se Busca” con el rostro de Alex impresa en él y una recompensa impactante:
“SE BUSCA: VIVO O MUERTO
ALEXANDER ‘EL TRAIDOR’.
RECOMPENSA: $15.000.000 DE SLICERS DE ORO”
***PARTE II***
Desde las lejanas tierras en el Norte de Antares, una figura misteriosa que rodeada por decenas de cuerpos en medio de las montañas y con siniestras carcajadas se comunica con aquel emisario que contactó a Alexander:
—Kukuku ¿así que ya lo hiciste? ¿dejaste la recompensa en su camino?
—S-Si, m-mi señor. — responde entre tartamudeos nerviosos.
—Perfecto. Nada de esto puede salir mal, aunque si lo hiciera también sería interesante.
—M-Mi señor ¿es necesario hacerle saber la recompensa por la que la orden de Asesinos lo quiere vivo o muerto?
—Kukuku, no es cuestión de si es o no necesario. Lo que deseo mas que nada es caos, miseria, muerte y sufrimiento. Provocar la mayor tortura posible a cualquiera. Ese mocoso quizás llegue a ponerse nervioso o para mejor, es posible que lo disfrute. Veremos si la presión hace su trabajo para bien o para mal.
—¿Sospechará?
—Lo dudo. Ese mocoso esta mas interesado en quedar bien con los altos mandos que ver a su alrededor que las cosas no son como lo imagina.
Un silencio incomodo inunda la comunicación, acrecentando el ya incalculable temor del emisario:
—¿N-Necesita que haga algo más mi…mi señor?
—No, ya no es necesario…puedes retirarte…
—M-Muchas gra…— la comunicación se corta cuando un hilo áurico le corta el cuello y hace desprender su cabeza del cuerpo.
—Kukuku, no dejes a los demás con las palabras en la boca. Necio. — se burla al escuchar como la sangre salpica el suelo y la cabeza impacta con fuerza después de ser cortada— Entonces hay que empezar a movernos al siguiente territorio. — se voltea sobre su espalda y ve a varias personas con máscaras. La sombra misteriosa esboza una cruel sonrisa— Ya saben que hacer. El territorio del Oeste tiene que temer y eso los involucra a ustedes mis mascotas inferiores.
De su siniestra figura sale un velo de oscuridad que inunda la atmosfera, tornándola venenosa para aquellos que no tengan la voluntad necesaria o si son meros humanos. Sea quien sea aquel ser vivo, no forma parte de la humanidad ya que el solo su presencia es suficiente para hacer que cualquiera le temiese sin poder hacer frente a tal temor. A continuación, se esfuma aquella oscuridad, dejando las pilas de cadáveres en la luz de la luna helada.
***PARTE III***
Al día siguiente muy cerca de la frontera del Este, Alexander ve a lo lejos lo que parecen ser grandes dunas y sospechosamente animales como camélidos, usados para las grandes caravanas, transporte de mercancías o de los nómadas que viven de las emboscadas. Tras varias horas donde la velocidad del joven mercenario es muy alta como para hacer viajes largos en apenas unas pocas horas, llega a donde se encuentran los animales.
Allí revisa si son salvajes hasta que encuentra unas mantas a un lado y las montas preparadas para esos animales. Inmediatamente y de entre las arenas salen varios hombres con lanzas y otros katanas con las que apuntan al joven:
—¿Katanas? No parecen ser ronin. ¿Asesinaron a los samuráis para obtener esas armas? En todo caso deben ser tribus Abinues. — piensa mientras los mira y se pone en guardia— Ustedes ¿son de la etnia Abinue? ¿son los famosos merodeadores de las arenas? — pregunta Alex, pero ninguno de los guerreros entiende lo que dice— Lo suponía, malditos ignorantes. Deberían…—sonríe con malicia— ser aniquilados malditos estúpidos.
Rodeado, hambriento y agotado, Alex no muestra siquiera el temor que cualquier podría tener en esa circunstancia. Los merodeadores se lanzan hacia el joven intruso en los territorios donde muchos Abinues realizan sus prácticas de emboscada para arrebatarle pertenencias y hasta secuestra mujeres, siendo parte de los grandes problemas que atraviesa el Este con las etnias mas antiguas. No los pueden aniquilar por obvias razones, pero tampoco da lugar a mantenerse pasivo frente a las acciones tan temerarias de estos grupos minoritarios y que siguen las tradiciones más arcaicas.
Al caer la noche, Alex abandona el lugar sobre el lomo de un camélido y con muchos suministros como agua y alimento mientras que detrás de él quedan los cuerpos sin vida de los asaltantes. No hay sangre derramada, pero si huesos rotos y órganos pulverizados por el amplio conocimiento de Alex en las artes marciales donde con solo sus manos puede matar a quien le plazca.
Se da la oportunidad de mirar hacia atrás y murmurar aliviado después de ver los cadáveres en la arena de los guerreros que tan ignorantemente atacaron al mercenario, sin saber que es un criminal buscado en todo Antares:
—Era un grupo de adultos. Menos mal que no había niños.
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