Academia de Asesinos - 34
Al día siguiente, los abinues abandonan el lugar rumbo al Sur donde esperan vender a buenos precios los esclavos obtenidos con trampas y ataques furtivos en pueblos, así como caravanas desprovistas de protección.
Qumash lidera al grupo que ronda los setenta u ochenta miembros, entre hombres, mujeres y niños, mientras que los esclavos son obligados a caminar casi al desnudo, excepto Alex quien permanece drogado dentro de una jaula. Su peligrosidad sigue siendo un problema para los abinues.
El líder retrocede, dejando a su mano derecha el liderazgo a través del camino arenoso, y avanza junto a la jaula donde Alex se encuentra sin poder moverse por los sedantes, pero su capacidad de habla y pensamiento se mantiene intacto al punto de maldecir a cualquier abinue que se le cruzase por la mirada o intente hacerle algo. Sobre todo, las mujeres y su deseo que ha despertado en ella por su juventud y curiosidad.
Qumash le arroja un pedazo de pan para que pueda comer, pero Alex se da cuenta de que es una burla hacia su condición por lo que escupe con toda su fuerza hacia el rostro:
—¡Jajaja! Sigues siendo desafiante. Me estás gustando cada vez mas ¿sabes? — se quita el escupitajo del rostro.
—Voy a matarlos a cada uno de ustedes. — repite de nuevo.
—De nuevo con eso. No vas a escapar ni nada por el estilo. Te venderemos a algún interesado y con suerte no acabarás con ese comerciante psicópata. Creo que tu mala suerte podría llegar al punto máximo si llegase a comprarte. Un desperdicio, pero así son los negocios.
—No voy a ser vendido. Degollaré a cualquier imbéciles que crea que puede doblegarme. Son unas simples cucarachas que merecen ser pisoteadas.
—¿Qué harías si escapases? ¿A dónde irías? — rasca su barbilla— Que buena pregunta se me acaba de ocurrir ¿A dónde pensabas ir antes de que te capturásemos?
—…— lo ignora.
—Oye, mocoso, más te vale que cambies tu actitud porque tu vida dará un vuelco total. Responde mi pregunta, desgraciado. — lo golpea con un bastón en la frente donde le hace un corte sangrante.
—Eso no te incumbe. — desafía Alex.
—¡Haaa! Eres demasiado exasperante. Eres lindo mocoso, pero mi paciencia tiene su límite y muchos han muerto por mi mano cuando me harto. — se acerca a Alex— Solo hay tres personas con sentido civilizado. Los demás podrían matarte o violarte así que da gracias porque yo esté aquí. ¿Sabes algo? me aburriste. — regresa al frente con el ceño fruncido.
Alex mira con un desprecio voraz a Qumash, deseando poder cortarle el cuello, no solo a él sino a cada uno de los que insultaron su honor y dignidad como mercenario, desviándolo de su camino hacia la creación del gran equipo con el que podría poner patas para arriba a Antares.
En ese momento de lucidez, donde los sedantes solo afectan a su motricidad mas no consciencia, Alexander se percata de que la jaula está mal cerrada, entonces observa que no lo estén observando para aprovechar la situación y escapar.
Durante la noche, donde los abinues descansan poniendo tiendas de campaña a la luz de la luna y estrellas blanquecinas, Alex recupera gran parte de su capacidad motora para arrastrarse hacia la puerta y empujarla un poco.
La débil puerta de la jaula hecha con bambú, ligera pero dura, se mueve hacia afuera pero el viento nocturno del desierto la empuja de nuevo y con ella un pequeño velo de arena que lo golpea en el cuerpo en paños menores solo con ropa interior negro. Silenciosamente vuelve a empujar la puerta y rápido se mueve hacia la salida, arrastrándose por la carreta tironeada por camellos.
De repente, una flecha cae en el borde de la salida muy cerca de su dedo índice. Alex mira por todos los lados, buscando a quien disparó, pero no ve a nadie hasta que de entre las arenas sobresale un bulto que despacio, se pone de pie y camina hacia él con un arco y munición listos para atacar de nuevo con gran precisión:
—¡¿Quién mierda eres tú?! — susurra muy frustrado.
El hombre no responde y solo empuja la cabeza de Alex hacia la jaula y cierra la puerta, la cual ata una larga cuerda de tela para evitar que salga de nuevo. Se da media vuelta y regresa a su posición mientras que Alex vuelve a la carga con insultos en voz baja:
—¡¿Maldito seas?! ¡¿eres sordo o qué?! — aprieta sus dientes y golpea su frente contra el suelo— Maldición, no falta mucho para rescatar a esos idiotas y tengo que sufrir eta situación. ¡Tú también estás en mi lista hijo de perra malnacido! ¿Quién mierda es ese tipo? — se pregunta y una brisa fría lo sacude— ¡Tsk! H-Hace mucho frio.
Por la mañana, y una muy nublada, cuando todos los abinues desarman el campamento, Qumash se acerca a revisar la jaula donde está Alex y ve la flecha incrustada en la madera de la carreta, así como la puerta atada por una larga cuerda y el joven dormido muy cerca de escapar:
—Mmm…seguramente tuvo mucha actividad en la noche. Será mejor no molestarlo. — se voltea a mirar una tienda que aún no se ha desarmado y es donde descansa el misterioso hombre. Regresa su mirada hacia Alex, quien aún duerme. — Dudo que requiera más seguridad. Él no permitirá que este mocoso haga lo que quiera.
Desde todas direcciones salen despedidas una inmensa cantidad de flechas que en línea recta se dirigen hacia los miembros del grupo esclavista. Qumash se percata de ello, pero sabe que no podría ordenar que se pongan a cubierto lo suficientemente rápido, entonces mira hacia la tienda del arquero y dice a todo pulmón:
—¡Theo Ying!
La tienda se levanta por varios metros, revelando una extraña maquina con flechas incrustadas en interior, conectadas a una cuerda que sostiene Theo en su mano derecha. Al ver que las flechas están muy cerca, tira de la cuerda y las municiones se disparan automáticamente con una capacidad de rotación espectacularmente violenta.
Cada una de las flechas impacta contra la otra desde la punta y las atraviesa debido al impulso por parte de la máquina. Theo observa que desde lo lejos hay movimientos extraños, así que toma su arco y flecha, y apunta en una de las direcciones más próximas. Extiende su arco y después de apuntar libera la flecha, que acaba por atravesarle la cabeza a un hombre entre las arenas.
Qumash no deja de asombrarse por la capacidad mortal de Theo:
—Vaya que lo mataste sin pestañar. Te encargo esto. —le dice Qumash.
—…—Asiente con la cabeza y levanta el pulgar arriba.
—Si, lo mismo de siempre. — sonríe Qumash— Gracias.
Alex mira entre sueños lo que ocurre, y no deja de notar que ese arquero es diferente a los abinues. Sus sospechas crecen demasiado mientras más lo ve y presencia sus habilidades poco convencionales para con esa gente de las arenas.
El mercenario se queda absorto al ver la increíble habilidad para ser tan certero con las flechas. Jamás había escuchado hablar de un sujeto tan talentoso con armas tan rudimentarios, en opinión de la mayoría de los habitantes de Antares, y así logró eliminar a esclavizadores que no solo roban mercancías a otros grupos, sino que también los capturan cómo algo exótico.
Qumash y otros más revisan los cuerpos para ver si alguno sigue con vida. Todos tienen una flecha en su cabeza, pecho o cuello. Es absurdo como el misterioso arquero pudo matar a tantos con tan poco y en solo segundos:
—Increíble que después de tanto tiempo sigo sintiendo incomodidad al estar cerca de este tipo. El bastardo no titubea, sus manos no fallan y a pesar de que no hable se siente como si el aire pesará cuando está cerca. De miedo ¿Huh? —dice Qumash a Álex.
—¿Piensas que gente así estará bajo tu control siempre? Debes estar bromeando. —responde el mercenario aún sin poder mover su cuerpo como quisiera—En cuánto te des cuenta serás su objetivo. —añade para desconcertarlo.
Qumash acerca su rostro hacia las rejas de la jaula y esbozando una sonrisa responde:
—¿Debería preocuparme por ello?
—Explícate.
—Vamos, ambos somos hombres que nos importa poco y nada a lo que les pasa a nuestro alrededor. Está en nuestra naturaleza ser individualistas que buscan el éxito personal y el placer de vencer por nuestra propia mano a nuestros enemigos.
Alex no contradice a lo que dice Qumash, ya que ambos son exactamente la misma clase de persona, racionales en un cierto punto pero que priman también sus logros propios. Ni el cobijo de un grupo puede doblegar esa cruda realidad, salvo por el hecho de que Alex, en su interior, desea encontrar un grupo de compañeros para cumplir sus misiones.
Es cierto que Alex busca el reconocimiento por parte de la orden y el círculo más poderoso de Ophiros, y que aún no pudo ganarse. Sin embargo, algo más lo impulsa a encontrar a este grupo de personas, criminales, pero también desafortunados antisociables:
—Si, eso pensé. Ya debes de estar cayendo en la cuenta de que no somos hombres que trabajen con alguien más. —dice Qumash.
—En lo que a mí respecta, no somos iguales en nada. Tu eres un idiota esclavista y yo un mercenario. —responde con una clara expresión de molestia.
—Claro que somos de diferentes rubros, pero ¿Eso nos detiene en cumplir nuestros objetivos? Si vas a decir que somos diferentes entonces piensa alguna excusa diferente.
—Tienes razón y aun así seguiré diciéndolo, tú y yo no tenemos nada en común. Lo demostraré cuando me libere. Bastardo. Te arrepentirás de haberte topado conmigo.
—Eres demasiado repetitivo. Pero te daré la razón en que no somos iguales o, mejor dicho, dejaremos de serlo cuando te vendamos y tengas grilletes en tus brazos y piernas. Serás un esclavo sin poder cumplir con tus metas en la orden.
***PARTE II***
Por la noche, el grupo se detiene en un pequeño río que se origina en el centro de Antares y riega con sus aguas la costa más oriental del continente.
Los animales se mantienen alejados y la actividad humana durante la noche es escasez, pero no así los que se adentran mantienen una constante vigilancia. Nunca se sabe en ese mar de arenas si hay esclavistas al acecho que aprovechando la calma y el silencio pueden atacar sin problemas.
Alex vuelve a intentar escapar, por eso sostiene su mirada en el horizonte y con su mano se toma del pecho y usando fuertes, y veloces movimientos acelera su corazón. Esto le permite evitar los efectos de los sedantes y quedarse despierto para poder escapar.
De cualquiera manera cada vez que trata de abrir la jaula una flecha cae en el límite entre su interior y afuera lo cual frustra increíblemente al mercenario. Mientras mas lo ve al arquero arruinar su plan de fuga mas lo detesta y desea asesinarlo con sus propias manos:
—Bastardo infeliz. — dice Alexander entre susurros. Se acurruca para descansar su cuerpo y pasar otra noche sin dormir, desconfiando de que alguien llegue y quiere abusar de él o matarlo. Cuando mira al otro lado, nota a niños encerrados en jaulas tan pequeñas que deben estar arrimados unos con otros, lo cual resulta incómodo. Muchos de ellos aún con llantos frescos y heridas tan recientes que se nota la hinchazón.
Tras varios minutos de solo escuchar a los niños llorar, Alex siente la incontenible necesidad de salir de allí y sacarlos de su prisión, no sin antes matarlos a todos incluyendo al arquero, quien regresa a su tienda ya que desde el horizonte ve como los rayos del sol van saliendo con el amanecer y eso indica que los guardias inician su ronda matutina.
En su tienda, Theo se quita sus ropajes, revelando tétricas marcas de cuchillos en su cuerpo y cuando aparta los trapos rojizo de su rostro, allí se ve desde la nariz hacia abajo unas marcas como si hubiera desgarrado los costado de su boca y cortado la lengua. Además de que tiene extirpada su oreja izquierda mientras que la otra tiene el 80% de su audición anulada.
Su origen es desconocido, pero entre las arenas se susurra una historia de un niño que llegó a la costa oriental en un bote con cuatro cadáveres. El niño no lloraba, solo se mantenía aferrado a un arco con la cuerda suelta y de madera vieja a punto de quebrarse.
Criado por las tribus pescadoras y luego por grupos desconocidos que rondaban la zona y en su día a día, aniquilaron al grupo. Theo sería adoptado y entrenado en los bosques del Sur, superando difíciles pruebas y haciendo de su manejo con el arco un arte inigualable, cazando animales o matando personas. Su origen no podría haber sido más misterioso y la búsqueda por saber quién es en verdad crecía con cada sol abrazador que se asomaba por las arenas.
Nadie sabe en qué piensa, que desea o lo que le gusta, él simplemente está ahí vigilando a cada esclavo para evitar la fuga y fallar como vigilante porque siente que ese es su labor más grande en la vida, hasta que su destino lo devuelva al lugar de origen.
Cuando alcanzó su mayoría de edad, Theo se embarcó en un viaje, abandonando a quienes lo cuidaron como a uno más. El resto es desconocido ya que ni siquiera sus actuales aliados saben mas de su historia o en todo caso, no lo conocen tan bien como podrían.
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