Academia de Asesinos - 40
En Uvernia, provincia situada en el territorio oeste, pero con frontera con el territorio sur, es un lugar conflictivo donde los forasteros de otros lugares en Antares llegan para hacer sus negocios ilícitos. Además, es esto, robos y homicidios son moneda corriente debido a la naturaleza de la provincia, pocos asesinos la vigilan y es una zona de tránsito para la trata de personas que conectan con el Sur y la ruta sigue hasta el este.
A pesar de esas características también abundan los comercios con la provincia hermana, Therea, la más rica de las dos e importante en el Oeste después de Lyverka, donde se encuentran la ciudad de Pumbakar y la academia de asesinos. Hiroshi entra a una vieja taberna en un pueblo movido por las cosechas y la ganadería, productos con las que comercian con la provincia vecina. Allí es visto como un forastero a pesar de que se encuentran en el mismo territorio:
—Veo que los desconocidos no somos bienvenidos. — piensa y observa todo el lugar y finalmente hacia el tabernero. Se dirige hacia él y golpea la mesa de madera con pequeños charcos de alcohol, deja un par de monedas de gran denominación.
El hombre que atiende la taberna abre sus ojos llenos de sorpresa y rápidamente corre hacia la cocina para traerle un plato con la mejor bebida del lugar. El tabernero deja con mucho cuidado un tazón de caldo y plato con carne bien cocida con papas y un vaso de cerveza:
—Que disfrute de la comida señor. — dice el tabernero con una sonrisa.
—Espera. — lo toma de la manga de la camisa, antes de que se vaya— Quiero información sobre un par de cosas.
—Disculpe señor, pero no sé de qué habla. — responde amablemente.
Hiroshi no le cree, porque ya ha visto esa misma actitud y la pretensión es conseguir más dinero a cambio de la información que desea. Entonces saca un par de monedas más de su bolsillo y se lo da en la mano y cierra su puño:
—Repito…quiero información sobre un par de cosas.
—Dígame en que puedo ayudarlo. — dice el hombre con más confianza.
—Quiero saber si estos últimos meses viste a alguna persona sospechosa. Mas específicamente personas con tatuajes en las manos, cuellos, rostro o brazos. Estos tatuajes tienen forma de un león y puede variar según la persona. No puedo especificarte más.
—Ya veo. — dice en voz baja— Lamentablemente estos meses no he visto a nadie así.
—Entiendo, una pena. ¿Cuál es tu nombre cantinero?
—Rorgel.
—Bien Rorgel. — le indica con su dedo que se acerque.
Rorgel hace caso e inocentemente se acerca hacia Hiroshi y este le susurra algo al oído. La expresión del cantinero es de preocupación y sin darse cuenta desvía muy brevemente la mirada. Eso no representa ninguna complicación para Hiroshi, su percepción tan aguda gracias a los años en la división de inteligencia de las leyes vivientes le da esa tan aguda capacidad de persuadir a las personas sin usar la violencia, innecesaria para su gusto:
—¿Quién eres? — pregunta Rorgel.
—No estamos hablando de eso así que céntrate en mis preguntas. Quiero saber sobre esa gente y siendo un cantinero debes tener mucha información.
—Si…puede ser. — toma un vaso y lo limpia con el trapo. Una y otra vez lustra el vaso de vidrio, mirando sospechosamente a los lados y detrás de Hiroshi.
Un par de gotas de sudor resbalan por el cuello de Rorgel, producto de los nervios y no poder responderle a Hiroshi, resultando en que el asesino sospeche cada vez más del cantinero. Finalmente, Rorgel responde tras tragar un poco de saliva:
—Hace un año y medio exactamente, un grupo de hombres cubiertos de sangre y heridas llega aquí. Recuerdo que era de noche y llovía bastante. — tres hombres salen de la taberna, pero otros quince restantes siguen tomando cerveza en silencio y mirando a Hiroshi— No se mucho, pero uno de ellos tenía apariencia de psicópata, cicatrices en la barbilla, cuello y manos. Dios, ese tipo sí que daba miedo.
—Ese sujeto del que habla, es Kazumayo. — piensa Hiroshi y bebe otro sorbo de la cerveza.
—Parecían agotados y es como si hubieran peleado arduamente una batalla. — explica el hombre.
—¿Tienes alguna idea de lo que quería ese sujeto, objetivo, que hacía o a dónde iba? —pregunta Hiroshi.
—No señor.
—Ya veo.
—Lo único que se además de eso es que hablaban de una caravana al este que puede traer buena mercancía. No sabía que significaba, pero la conversación estaba interesante. Seguramente me habrán escuchado porque empezaron a murmurar.
—Las únicas caravanas que hay en el este son los habitantes de las arenas. ¿Serán los abinues? Pero ¿Qué los conecta con Kazumayo y la organización manticora? — se pregunta Hiroshi.
Observa sospechosos movimientos entre los borrachos que siguen bebiendo. Lentamente se van levantando al mismo tiempo, como si estuvieran coordinados antinaturalmente, pero es algo más que eso, una orden total para todos y el cantinero se agacha poco a poco hasta que queda fuera de la vista.
Hiroshi no se inmuta ante lo que parece ser una traición y un robo por parte de Rorgel:
—No es mala idea atacarme con cerveza encima, pero ustedes no parecen estar tampoco en condiciones. Es poco inteligente. — se gira y mira que los hombres avanzan con sus armas listas para usar— Solo perdí mi tiempo aquí. — se lamenta.
Hiroshi contempla con tristeza el fondo de su vaso de vidrio, mirando el ultimo rastro de hielo que se derrite por el calor humano a su alrededor. Suspira y deja a un lado el vaso, solo para en un fugaz movimiento de su mano lo estrella contra la cara de uno de los hombres que se acercaba con un cuchillo en su mano apuntándole a la espalda:
—Ya es hora de volver a casa. Perdí mi tiempo con información insuficiente. — piensa Hiroshi, decepcionado, pero de alguna manera ya es consciente de que algo ocurre en el territorio este.
Las sillas, mesas, cubiertos, vasos de vidrio y madera vuelan por doquier. Los borrachos caen como si fueran pelotas de papel. Nadie se opone ante tal muestra de fuerza, ferocidad y astucia por parte de Hiroshi, la diferencia es enorme y se los hace saber.
El ultimo cae después de que Hiroshi le golpea la nariz solo con el dedo índice. Cuando se da cuenta, ve un extraño tatuaje en la parte inferior del brazo. Se acerca a él y le levanta el brazo, encontrándose con un león rojo, coronas de espinas adornando su cabeza dentro de un círculo con inscripciones extrañas. Muy diferente al que había descubierto previamente, pero eso habla de que los miembros de la organización mantícora pueden personalizar sus tatuajes con la finalidad de despistar a quienes los investigan.
Saliendo detrás de la barra, Rorgel apunta con una pequeña pistola con pólvora a Hiroshi. Sus manos temblorosas evidencian la falta de experiencia y lo nueva que se ve el arma, poco usada contra la gente. Hiroshi se voltea y decepcionado dice:
—No hace falta esto. Baja el arma y quédate ahí. Yo me voy.
—Ellos han estado aquí y tu mataste a varios de sus miembros. No puedo permitir que te vayas. — dice con voz temblorosa.
—Hagas lo que hagas esa gente no va a detenerse por nada. Matarme no hará que las cosas se calmen.
—Me da igual. Toda mi vida se ha acabado por tu culpa. ¡Muérete! — aprieta levemente el gatillo.
De repente, se escucha un disparo y la camisa blanca del cantinero con moño adornando el cuello se tiñe de rojo y el hombre, absorto en el violento sonido baja la mirada y luego cae al suelo, llevándose consigo muchas botellas de vidrio al suelo.
Hiroshi vuelve su vista hacia la puerta de la taberna y se encuentra con una vieja conocida, Sasalia:
—¿Tu?
—Hola Hiroshi.
***PARTE II***
Después de asesinar al encargado de la taberna, Sasalia se lleva a Hiroshi hacia el norte, camino a Pumbakar, recorriendo el camino llano tan poco vigilado por los traficantes de esclavos y las patrullas de asesinos son recurrentes:
—Ha pasado tiempo Hiroshi. ¿Qué es de tu vida?
—Trabajo, investigo y protejo. Lo de siempre.
—Hay cosas que nunca cambia ¿huh?
—Así parece. ¿Tú que hacías por esos lugares? — la mira con sospecha.
—Mismo motivo que tú, investigo. Últimamente en la provincia de Uvernia, los esclavistas son cada vez más osados y sus números aumentan mes a mes. — responde Sasalia.
—¿Encontraste algo?
—¿Qué? ¿tú no? Vaya, vaya, el gran líder de la división de inteligencia en las leyes vivientes no tiene información. Eso no me lo esperaba.
—Cállate.
—Jajaja, no te enojes. Eso me recuerda a la excursión al rio en el Sur, solo por haber sido mojado terminaste persiguiendo a mis compañeros, jajaja.
La presencia de Sasalia una vez más en su vida es más que suficiente para poner vergonzoso a Hiroshi, alguien caracterizado por la frialdad de lo que su posición como alguien que lideró a la inteligencia de Antares. Pero esa mujer no es desconocida ni mucho menos fuera alguien que pasó fugazmente en su vida:
—Necesito información sobre la organización mantícora. Solo eso. — dice Hiroshi.
—…— se desconcierta y luego sonríe— Veo que algunas cosas no cambian.
—Sasalia…
—Si, ya lo se. No me extraña que no tengas información, aunque hayas pedido el favor a la división de inteligencia.
Sasalia se detiene y levanta su remera ante la mirada atónita de Hiroshi:
—¡¿Sasalia, que demonios?! — desvía su mirada hacia otro lado.
La mujer muestra la parte baja de sus pechos, la figura de un león rojo y un par de garras a los lados de la figura del animal. Hiroshi se queda helado y un sentimiento de angustia lo desborda, teme que esa mujer tan importante de su infancia y juventud se haya desviado por un mal camino hasta que ella le explica:
—Antes de que me sermonees. Este tatuaje me fue hecho con la intención de infiltrarme en esa organización. La Mantícora Roja no es más que una fachada para algo de lo que poco sabemos.
—¿Hay algo más que una organización esclavista? — Hiroshi piensa en shock— ¿Qué más sabes?
—Por más quisiera decírtelo, no hay mucho. Solo una palabra que nos deja terriblemente desconcertados.
—¿Qué palabra?
—“Proyecto” …es la palabra que da forma a todo esto.
—Fiesmeros…mercenarios…la organización y proyecto… ¿Qué mierda significa esto?
—¿Quieres ir a casa un rato? — pregunta ella.
—¡¿Huh?! — la mira Hiroshi con los ojos abiertos.
—S-Solo para tomar café…nada extraño. Además…—sonríe nostálgica— esa época de cuando fuimos novios…ya ha quedado atrás…— murmura.
—¿Dijiste algo Sasalia?
—No, nada.
—Como sea, puedo pasarme un rato si gustas. — dice y rasca su barbilla.
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