Academia de Asesinos - 49
Durante la tarde, Kamata se reúne con Kotomi en el club de Kendo para practicar como usualmente lo hace. Antes de iniciar le invita una taza de té de manzana proveniente de los campos en el oeste.
Por lo general es un té que se utiliza para dar inicio a un nuevo día, se lo llama también como «el té renovador» debido a sus facultades refrescantes.
Mientras beben, Kotomi lo mira y pregunta interesada:
—¿Qué tal te fue en la clase de especialidades?
—Bien, supongo. —responde y degusta cada vez más el té.
—Esas clases suelen ser más de introducción así que si te aburres ya sabes el motivo. —le explica ella.
—A decir verdad, me puso de malhumor esa clase.
—¿Porque lo dices?
—Había muchas armas entre ellas espadas, gastadas, viejas y descuidadas pero el solo hecho de tener al alcance de mí mano fue suficiente como hacerme temer.
—Oh, así que eres alguien que teme de vez en cuando. —piensa Kotomi, sintiéndose enternecida.
—Luego de eso sentí la necesidad de tomar una espada de madera. Por alguna razón no me siento listo para tomar una katana. Soy patético. —deja a un lado la taza y se queda mirando a la mesa de madera, avergonzado.
Kotomi entiende un poco los sentimientos de Kamata pero no está de acuerdo con perder la oportunidad de poder mejorar y hasta explotar el verdadero talento que uno posee:
—¿No pensaste en que quizás debes arriesgarte?
—Nunca lo he pensado y no es como si lo haga ahora.
—Pues ese es tu problema. Tienes talento incluso para ser un verdadero maestro de la espada, pero tienes ir más allá. Bueno, no es como si tuviera la respuesta a ese problema siendo que yo también tengo los míos.
—¿Qué es lo que harías tú?
—¿Yo? —se sorprende Kotomi.
—Si, es complicado. Ahora no tengo una respuesta y dudo de tenerla, aunque la pensase.
Kamata no evita sentirse preocupado por su futuro. Todo lo que hace y cree es por un fuerte instinto que lo impulsa a entrenarse día y noche, pero él no aceptar a la katana lleva a dudar de si continuar por el camino de la espada:
—Me duele decirlo, pero no estoy seguro que hacer. Yo…
Kotomi golpea la mesa con sus manos y lo mira fijamente con rostro serio:
—¡No quiero que continúes!
—¿Q-Que? —se queda enmudecido.
—Sentirte mal por algo así como un arma no es justo. Más bien debería ser un peldaño más. Dime, Kamata ¿Cuál es tu sueño?
—¿Mi..sueño…?
—Algo por lo que crees y quieres luchar con todo tu ser. Algo por lo que estarías dispuesto a cumplir por sobre todo lo demás.
Se queda absorto en sus pensamientos, sin responder a la pregunta que le hace su compañera. Para él no existían los sueños, ni metas, pero ahora ella toca esa fibra que nunca el chico se detuvo a pregunta ¿Un sueño? ¿Seré capaz de ello? Era lo que siempre se preguntó sin encontrarle sentido ni importancia.
Ahora Kamata se encuentra en la gran duda de si puede llegar a tener tal cosa en su vida:
—Veo que es una pregunta complicada. Hubo una época en la que yo tampoco tenía un sueño o meta. —dice Kotomi, recordando su pasado en la aldea donde creció y los hombres eran quienes ejercían todas las funciones activas. Las mujeres son cumplían roles como cocinar, criar o lavar, lo cual hizo que decidiera irse gracias a qué un asesino la reclutó a pesar de que su propio padre no estuvo de acuerdo. Por suerte ese asesino apeló también a la madre y ella aceptó para buscar un mejor futuro para su hija.
Las tradiciones tan conservadoras de Oriente llegan incluso hasta la estructura misma de la orden asesina, donde Deckardson piensa en lo erróneo que es la activa presencia de mujeres.
Kotomi, contra los deseos y órdenes de su padre, busca llevar el camino del Kendo más allá de la que se ha establecido aun cuando es una disciplina puramente masculina y no aceptado en oriente que las mujeres practiquen:
—Piénsalo ¿Sí?
—Lo haré, lo haré.
Más tarde en los edificios adyacentes, Kamata se entrena incansablemente en el dojo preparado para aquellos estudiantes que practican disciplinas orientales en los diferentes clubes de la academia. Su cuerpo sigue centrado en alcanzar el máximo nivel posible de perfección con la espada de madera, pero sigue dudoso frente a usar una katana.
Algo inusual en él, considerando que es alguien muy frontal y dispuesto a ir con todo con tal de salir victorioso.
Desde lo lejos, Megumi lo observa impotente por no saber cómo ayudarlo:
—¿Megumi? —llega Kaizer con Lucían y Maia.
—Hace un rato muy largo que está entrenando y aun así…lo veo demasiado triste. —responde Megumi.
—¿Que pretende con solo agitar las espadas de madera? —pregunta Lucian.
—¿Será algún entrenamiento extra de su club? —dice Maia.
Impulsada por la soledad de su amigo, Megumi da un paso adelante con intenciones de ir con él, pero es detenida por Kaizer, quien le señala alguien que ya se le adelantó:
—Está bien acompañado. —dice Kaizer.
—Si. —dice Megumi con una sonrisa.
Kotomi se acerca a Kamata por la espalda, curiosa debida a qué lleva escuchándolo desde el salón de juegos:
—Veo que ni en la noche te relajas. —le dice la chica.
—No tengo que perder el tiempo. Necesito quitarme el miedo de las katanas. —responde cubierto de sudor y manos ampolladas.
Kotomi mira a un lado y ve espadas de Kendo apiladas y destrozadas:
—Deberías relajarte un poco y no enfocar todo tu tiempo en saber usar espadas. Para empezar, estás destruyendo espadas y aunque veo una gran mejora sigues cometiendo el mismo error. Además ¿no tienes molestia en uno de tus hombros?
Kamata acaba rompiendo otra espada de madera y la deja junto a la pila. Se deja caer al suelo y escucha a Kotomi:
—Se que dije que haré lo que me habías dicho, pero no estoy seguro de que es lo que debo hacer. Para empezar, mí única meta es aprender a usar una katana.
—¿Y después?
—Después ¿Qué?
—¿Nunca pensaste en el después?
Ella lo toma de ambas manos, heridas e hinchadas por las horas de arduo entrenamiento con espadas de kendo, y con una sonrisa que desprende seriedad, así como plena confianza en él le dice:
—Vas a descubrirlo con el tiempo. Quizás lo mejor es que no te presiones.
—Me voy a descansar.
—Deberías. Tienes las manos muy lastimadas y mañana no te dejaré tocar una espada de kendo en esas condiciones.
—Si, si, ya sé.
—A cambio tomaremos té de sakura ¿te parece?
—Bien.
Por la noche, Kamata se queda despierto mirando al techo y escucha el ronquido de Kaizer, quien duerme profundamente. El chico se cubre los oídos con ambas manos y maldice en silencio a su compañero de cuarto:
—Mierda, ¿no podrías dormir como alguien normal? — piensa molesto— Pensar en el después ¿Qué significará eso? Volverme fuerte es lo necesario ¿Qué otra cosa me hace falta? ¿Por qué no puedo usar esa katana? — añade frustrado— ¿Qué es lo que me está pasando?
***PARTE II***
Durante la madruga a unos kilómetros de la academia y en un edificio abandonado, el grupo de Saddair compuesto por al menos quince fiesmeros, se preparan con suministros y armas para el asalto al edificio con intenciones de secuestrar y si es necesario, asesinar a cualquier que se le cruce en el camino, sin discriminar a adultos o meros estudiantes:
—Es increíble lo fácil que fue el que te hayas infiltrado. Son unos estúpidos los asesinos. — dice en voz alta uno de los fiesmeros de nombre Alakaso.
—¿Quién dice que fue fácil? — interrumpe Saddair— No tienes idea de lo difícil que fue no tener sospechas encima de parte de Doncaster, Olympico o Hiroshi. Aún así el plan cambió rotundamente porque Hiroshi está como director sustituto. Eso nos deja con menos porcentaje de victoria.
—¿Qué vas hacer entonces? — pregunta otro fiesmero de nombre Harrut.
—Tenemos que encargarnos de Hiroshi para empezar o al menos retrasarlo un par de horas. La prioridad máxima es retenerlo hasta que nos llevemos a los mocosos de la lista. — responde Saddair.
—Ellos se han vuelto descuidados. Nunca imaginé que dejasen tan desprotegida a la academia del oeste a pesar de que el que la protege ahora es el mismísimo Hiroshi. — dice Alakaso— Fue de verdad sencillo haber matado a ese asesino para que lo reemplaces.
— Las sospechas desaparecieron meses después. La paz te enceguece y debilita. Eso nos han enseñado siempre y no es diferente con los asesinos. Nunca hubiéramos podido siquiera acercarnos a la academia o al territorio en una época anterior. Si, creen que esta paz es algo permanente. — dice Saddair y abre la puerta del edificio para iniciar la operación— Vamos, tenemos trabajo que hacer.
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