Academia de Asesinos - 52
Kotomi mete de un tirón a los tres estudiantes miembros del club de kendo y desesperadamente cierra la puerta. Arrastra varias sillas y muebles de madera para bloquear la puerta.
Los demás miembros del club se quedan mirando, confundidos por la poco usual expresión de ella:
—Señorita Kotomi ¿Por qué está trabando la puerta? —pregunta uno de los chicos.
—¡Chicos, no se queden ahí y ayúdenme por favor! —responde si calmarse.
—Pero díganos que está sucediendo. ¿Por qué nos metió tan repentinamente hacia dentro del dojo?
—¡Solo hagan caso que estamos en grave peli…!
La puerta del dojo vuela en pedazos y un trozo de madera que va dirigido hacia los chicos, es interceptado por Kotomi, que para salvarlos recibe el golpe en el rostro, cortándose el costado de la frente:
—¡S-Señorita Kotomi! —grita una de las chicas.
—¡Quédense detrás de mí y pase lo que pase ni se les ocurra interferir! —advierte la joven.
Kotomi mira al frente como la explosión de polvo y pedazos se acaba por disipar al mismo tiempo que un pequeño grupo de cuatro desconocidos, tres hombres y una mujer se meten dentro del dojo y observan todo el lugar. Sin preocuparse por los estudiantes que los miran petrificados, revisan el sitio en busca de sus objetivos hasta que uno de ellos se topa frente a frente con Kotomi y sonríe de manera burlona:
—¿Conoces a este mocoso? —le muestra a Kotomi una foto de Kamata.
Sin inmutarse, Kotomi responde:
—Para poder entrar al dojo…primero tienes que…—se mueve rápidamente hacia el cajón abierto donde se guardan las espadas de kendo, toma una y se abalanza contra el hombre, golpeándole los pies y poniéndolo de rodillas— quitarte los zapatos y hacer reverencia al gran dios de la espada. —añade con ferocidad.
Los demás desconocidos se preparan para atacarla, pero el encapuchado empieza a reír a carcajadas leves y luego se pone de pie con la intención de expresar su sorpresa, así como también aplaudir despacio en honor a la joven aspirante a espadachina:
—Sorprendente que una joven como tu puede ponerme de rodillas. Esta academia sí que tiene jóvenes prometedores. Ahora me doy cuenta que puede haber objetivos que Sadair nunca ha notado. —mira hacia sus compañeros— No se olviden de esta mocosa y los mocosos de atrás. Ellos también pueden ser potenciales.
El grupo es rodeado y antes de que pudieran tocarles un cabello, Kotomi les golpea las manos con la espada de madera. Uno a uno recibe golpes veloces y secos que podrían hasta dañar los huesos si uno no es resistente:
—Lo reconozco mocosa, eres bastante buena. Casi podría decirse que empiezo a simpatizar por tu destreza y voluntad, pero eso no podrá salvarte ni, aunque lo intentes con todas tus fuerzas. —mira de nuevo a sus compañeros y asienta con la cabeza. Se toma de la mandíbula y arrastra la punta de sus dedos hacia la frente al mismo tiempo que libera un aura que convierte su rostro en una máscara con la forma de un tejón— Por cierto, me llamo Oyuma. —la ataca con una gladius.
Kotomi esquiva la peligrosa y filosa arma, moviendo sea un lado. Luego esquiva de nuevo, moviéndose hacia el otro lado. Varias veces es atacada con el mismo patrón, sin darse cuenta de que uno de los fiesmeros espera por detrás y la golpea con un enorme mazo largo de metal que la envía contra la pared. El golpe daña su hombro y una de sus costillas.
El golpe propinado no hace más que provocarle temor a la chica. Sus piernas tiemblan sin control y no logra levantarse mientras que frente de ella, los fiesmeros toman a los estudiantes y llevan arrastras. A una de las chicas la arrastran del cabello largo mientras que uno de los jóvenes se resiste y es golpeado en la cara para que no de problemas.
Entonces Kotomi se apresura hacia la puerta y golpea con otra espada de madera en la mano y cuello de los fiesmeros para que suelten a los estudiantes. Rápidamente los lleva hacia atrás y ordena que permanezcan en calma y no se alejen de ella:
—Es muy impresionante que sigas de pie luego de eso. —mira a su compañero grandulón— No me digas que te contuviste Oxshan.
—¿Qué quieres que haga? Es solo una maldita niña. Mis métodos podrán ser feroces, pero para nada podría asesinar a una debilucha. —reconoce el fiesmero.
—Eres muy blando ¿sabes?
Al decir eso, Oxshan lanza un puñetazo al rostro de Oyuma pero no llega a buen puerto, pues es esquivado. En respuesta a tal desafío de poder, Oyuma le da una patada al rostro que pone de rodillas:
—Sigue intentándolo, pero nunca vas a vencerme. Ahora bien…—regresa su mirada hacia Kotomi.
—¡No…no…es imposible vencerlos…esta gente es demasiado poderosa…yo…no creo tener la fuerza para derrotarlos a todos al mismo tiempo! Además…—mira hacia atrás—ellos dependen de que los proteja. —piensa desesperada.
—¿Qué? ¿quieres seguir peleando contra nosotros? —reacciona interesado al verla que aún desafía y sostiene su espada con firmeza—Eso no es bueno para los negocios ¿sabes? Necesitamos buenos productos sin heridas y eso significa…sin mutilaciones…—dice Oyuma con una expresión tenebrosa y que no acepta en lo absoluto la insistente resistencia de la joven. Laila ve. Redúcela sin herirla.
—No es nada personal niña, solo cumplimos el contrato. —se acerca hacia Kotomi mientras desenvaina su espada.
—¿Contrato? ¿Qué contrato? ¿Quiénes son ustedes y que quieren de nosotros?
—No hace falta que lo sepas. Solo resígnate a lo que está por venir y dejar ya de llorar. —responde Oyuma.
Kotomi aprieta sus dientes en señal de impotencia. Entonces aprieta con fuerza el mango de la tercera espada de madera que toma y sin darse cuenta un aura roja envuelve al arma de entrenamiento y se impulsa hacia Laila. Por la sorpresa da un paso hacia atrás y Kotomi rompe la espada contra su cabeza:
—¡Aaaaaaaghhh maldita bastarda infeliz! —maldice la fiesmero.
Oyuma se queda perplejo por la gran habilidad de la estudiante. Ya no la ve como un simple producto que debe transportar como un objetivo sino ahora como un peligro que debe ser erradicado cueste lo que cueste:
—Cielos ¿Quién diría que hay mocosos tan talentosos y peligrosos? —dice sorprendido con los brazos cruzados y expresión seria.
—¡No dejaré que venga hasta este lugar tan sagrado a hacer lo que se les dé la gana! ¡¿me oyeron?! —grita Kotomi en tono desafiante y con la espada siendo sostenida firmemente a pesar de que tiene un hombro dislocado y una costilla rota.
***PARTE II***
En ese momento, Hiroshi acaba por cortarle el brazo izquierdo al último fiesmero que se le abalanzó creyendo que podría derrotarlo frente a frente y con ventaja numérica, pero allí está el asesino, de pie y con la sangre de los enmascarados regada por todo el suelo.
El acero de su espada está empapado de sangre y frente a él, Sadair no se acerca ni para atacar por la espalda. Sabe que está frente a uno de los asesinos más fuertes de la actualidad y es casi imposible vencerlo en óptimas condiciones:
—¿No vas a enfrentarme? Creía que los fiesmeros eran gente que combate en pos de la victoria. —dice Hiroshi.
—Conoces bien a mi pueblo, pero podría decirse que en mi caso no se aplica. —responde Sadair.
—Siempre hay excepciones, pero es extraño entre tu gente.
—No hay nada menos que me importe que las costumbres de mi pueblo. Solo pelea por algo concreto y es venganza y negocios.
—Todo eso se reduce al deber ¿cierto?
—Como tú, que, aunque lo niegues todo se reduce a defender a los productos.
Detrás de él sale el sol con gran resplandor. Habiendo escuchado eso último, las venas de su rostro se hinchan al igual que las de sus manos, que sostienen la espada con fuerza:
—¿Productos? Hablas de niños ¡maldito infeliz! —grita, enloquecido de furia.
Tal es la ira que siente Hiroshi que el fiesmero, sin darse cuenta, da un paso hacia atrás por el temor de verlo al asesino en ese estado.
Sus pies se mueven entre los charcos de sangre y pisa los cadáveres de los enmascarados, acercándose lentamente hacia Sadair, que sin poder moverse para hacer tiempo y buscar una estrategia mejor solo observa:
—No tengo intenciones de esperar a que se lleven a estudiantes inocentes. Te voy a matar fiesmero y no me preocuparé por sentirme mal. —apunta con el filo de su espada hacia el cuello de su enemigo.
Durante un instante, el silenció gobierna la situación. Por un lado, está la determinación de defender a su gente y también preocupación por saber si los chicos están bien, y por el otro el temor de darse cuenta de que la ventaja ya no existe y frente a él, un enemigo tan talentoso como peligroso no es sinónimo de victoria sino la muerte acechándolo con forma de espadachín.
Sadair, en ese instante en que el silencio congela el tiempo y el espacio, recuerda su niñez tan brutal con padres que lo entregaron a él y su hermano menor al consejo y líder de los fiesmeros para que se formasen como poderosos agentes.
Sus padres, incansables seguidores de las costumbres fiesmeras, no dudaron en volver en terribles seres a sus hijos, que con el tiempo uno de ellos fue tan sádicamente torturado que en la mejor oportunidad posible provocó una masacre sin igual. Riurik, hermano menor de Sadair, esbozaba un amor inmenso por su familiar siendo reconocido como el único que le quedaba. Tal fue ese amor que ante la debilidad y miedo de Sadair por morir o ser lastimado, el mismo Riurik recibí sin problemas las torturas constantes hasta llevarlo a la locura. Tras la expulsión y búsqueda para darle caza a su hermano, Sadair juró reunirse con su hermano para recorrer el mundo y solo escalar entre los altos mandos le podría otorgar recursos para reencontrarse con Riurik.
Su verdadera misión es el deber de un hermano mayor.
Sin embargo, es dominado por el miedo, un rasgo que persiste en él:
—¿Q-Que es esta sed de sangre? —sus manos tiemblan al ver el semblante de Hiroshi acercándose con ojos rojos carmesí y el resto de la cara como si fuera un demonio feroz— ¡E-Es un maldito demonio! —piensa y levanta como puede las cuchillas que tomó del suelo durante la batalla.
***PARTE III***
El fiesmero que cruzó miradas con Kamata, vuela varios metros contra una de las columnas de un puñetazo violento por parte del adolescente. Su fuerza no es para nada menospreciable.
Con alguien como ese chico es imposible tomarlo a la ligera y mediante el puño feroz lo descubre el invasor. Este se levanta con la mandíbula rota y fuerte dolor en la espalda por el impacto de su cuerpo contra la dura estructura, ahora agrietada:
—¿Quién mierda eres? —pregunta el chico con mirada molesta.
De repente, el fiesmero cae de rodillas y su rostro impacta contra el suelo, desmayado por no soportar la fuerza del chico:
—Mierda…—deja escapar y corre hacia el dojo, preocupado por su amiga y compañeros de club.
En el camino se cruza con tres fiesmeros más que deambulan por los pasillos y uno de ellos sostiene del cabello a una chica y con la otra mano le cubre la boca para que no grite ni haga escándalo. Ella mira al aspirante a espadachín como si implorase ayuda entre lágrimas en los ojos.
Los fiesmeros no se dan cuenta de la presencia de Kamata y molestos se quejan de la chica que no deja de moverse:
—¡Ya muévete maldita mocosa! —pata a la espalda de la chica.
—Intenta no herirla tanto que no nos va a servir así. —regaña a su subordinado mientras líder a los otros dos.
—Entonces llévala tu. —responde el hombre.
Uno de ellos se detiene al ver llegar a Kamata con sus nudillos sangrando y mirada de un depredador a punto de saltar sobre su presa:
—Oigan, aquí hay un mocoso.
—Redúcelo y llevémoslo si vale la pena.
—Lo haría, pero…me da mala espina.
—Tu…—señala a otro de los subordinados— ve y tráelo con nosotros, aunque tengas que romperle las piernas.
—Ya te dije que no nos sirven heridos.
—¡Solo hazlo y no me mires con esa cara de imbécil!
—Si, sí. —se acerca al estudiante y frente a él saca una manopla con puntas filosas en los nudillos—No es personal, solo son órdenes.
Kamata ni se inmuta a pesar de que un peligroso enemigo se le acerca armado para lastimarlo y secuestrarlo.
Entonces, el fiesmero se abalanza para golpearle a la pierna e inmovilizarlo, pero esquiva rápidamente el ataque y de una patada al rostro lo envía varios metros lejos. Sin quedarse con solamente eso, corre hacia el herido y toma de su pierna y lo levanta, demostrando una fuerza demasiado grande para su edad y lo avienta contra el suelo, no una o dos veces sino tres hasta dejarlo desmayado.
Mientras, los otros dos que observan, no caen en lo que ven. Se supone que para ellos era una misión muy fácil de ejecutar, pero toparse con un chico de tal fuerza no es para menos y lo alerta. El líder asienta con su cabeza a su subordinado para que se retire con la chica:
—Me encargaré de ti sin dificultad.
Kamata mira al otro fiesmero que se aleja rumbo al dojo:
—¿Sí? —vuelve su mirada—Veamos si puedes mantener eso que dices. —desafía al hombre.
Lo que el chico ve es una inocente que es secuestrada para quien sabe que cosas y eso le hace hervir la sangre tan intensamente que aprieta los dientes y sus venas de hinchan en rostro y brazos. No existe nada que lo ponga de pésimo humor que alguien vulnerable siendo abusado.
De un salto hacia el frente, llega hasta ese fiesmero que deseoso de enfrentarlo sacó una espada, y con su mano lo toma del rostro y lleva contra el suelo, aplastándolo y dejando una grieta. Mira al tercero que transporta a la chica:
—Suéltala. —amenaza Kamata.
—¡A-Aléjate! —advierte el fiesmero mientras apoya su cuchillo contra el cuello de la chica.
—Estoy de mal humor. —se acerca al fiesmero lentamente mientras un aura tenebrosa se manifiesta con forma de demonio, deformando su semblante como una forma de ver por parte del invasor—¿A que han venido? Bueno, en realidad eso me importa muy poco porque están poniendo en peligro vida inocentes.
En ese momento, Kamata se sorprende que esté tan preocupado por la vida de aquella chica y pasa por su mente la pregunta “¿Cómo estarán Kotomi y los demás?”, pensando en Kotomi, los miembros del club, así como Megumi, Kaizer y Lucian. Le cuesta mantener la calma y darse cuenta de que le está preocupando como se encuentran quienes le importan:
—¡N-No me importa…solo aléjate y…te la entregaré! —empuja de una patada en la espalda a ella y sigue amenazando con la cuchilla— ¡Ahí la tienes, solo aléjate de mí! —agrega asustado. Sabe que a pesar de ser muy joven quien lo enfrenta, no es para nada ordinario y podría ser peligroso. Entonces emprende la retirada, olvidándose de la misión y sus compañeros.
Kamata lo alcanza de apenas un par de pasos veloces y de una patada a la cadera, que le rompe el hueso, lo inmoviliza y golpea al rostro hasta desmayarlo. El cuarto de los invasores:
—¿Estas bien? —le pregunta a su compañera de la clase sin habilidades.
—S-Si…—responde entre lágrimas—muchas gracias. P-Por favor… —lo abraza para que no la deje sola.
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