Academia de Asesinos - 57
El silencio en todo el vagón se hace presente como una ráfaga peligrosa de muerte y frio que congela la sangre. Ningún criminal cree en lo que sus ojos atestiguan. Una masacre propinada por parte del joven mercenario deja visto que no es solo un deseoso prospecto de enemigo para la orden sino una mera realidad que dará forma a una amenaza mayor.
Ehirazu, uno de los criminales encarcelados, se asoma de entre los barrotes y sonríe. Su gozo de ver a guardias que los han torturado durante semanas en la prisión y también en el tren prisión es una vista, naturalmente, asombrosa para ellos:
—Déjame adivinar ¿eres de la orden mercenaria? ¿te enviaron ellos? —pregunta el mercenario de extrema peligrosidad.
—Me enviaron ellos, pero yo decido que utilidad darles. Ahora cierra la boca—responde Alex.
—Te oyes de malhumor.
—Hablas mucho para ser un criminal.
—“Hey, Alex. Creo que no deberías responderle de esa manera. No lo parece, pero se nota que es extremadamente peligroso”. —dice Theo mediante movimientos y gestos de sus manos.
—Peligroso ¿huh? —se queda mirando a Ehirazu de manera impertinente y sonríe satisfecho.
Ehirazu regresa a su sitio y Alex sigue recorriendo las demás celdas, viendo a los ojos a cada uno de los prisioneros como el resentimiento contra la orden asesina es pura y exclusivamente por no solo el odio natural a sus enemigos acérrimos sino también a las torturas en las que fueron expuestos.
Tyracus, un hombre con gran inteligencia, pero en ocasiones con severos trastornos de arrebatos violentos, es solo el siguiente a Ehirazu en el orden de las celdas. El siguiente es Brutallio, peligroso por su tamaño y tan duro como el acero, quien fue difícil de torturar por parte de los guardias. Tan solo ríe en tono de burla por los incesantes intentos de los asesinos y guardias por doblegarlo más sin lograrlo.
Riurik, el más trastornado y frenético, así como perverso de los presentes, un ex miembro de los fiesmeros y primer y hasta el momento único en ser expulsado de aquellos adoradores del dios de las máscaras. Su peligrosidad es obvia y por si fuera poco se desconoce su habilidad como usuario de las máscaras.
Llega hasta la última celda y allí ve a una mujer de un par de años mayor que Alex, pero con una mirada que la representa como una fiera enjaulada que no dudará en masacrar en cuanto se la libere. Alex sonríe y se le queda mirando un par de segundo más. La mujer le recuerda mucho a él y eso le encanta:
—Son un grupo bastante excepcional debo decirlo. Voy a liberarlos, pero con la condición de que me sirvan como su líder. Los llevaré a los éxitos que se les ha negado. Fracasen o no cumplan con mis expectativas y los abandonaré a su suerte. Ustedes eligen.
Un repentino silencio sorprende al joven, que esperaba otra reacción hasta que todos ríen a carcajadas, burlándose de él o de la situación da igual, es mejor que nada:
—Mocoso insensato. Tienes que mostrar otro tipo de actitud con personas como nosotros. El que seas un mercenario no te hace ser el centro de atención. —se burla Brutallio.
—Es verdad…kuku…no eres más que una larva. Por más sangre que tengas en tus manos, sigues estando verde para lo que es la realidad del mundo. —añade Riurik.
—Además no pareces tener un plan por si las cosas se tornan difícil. Quizás seas de los que improvisan y no es algo recomendable para esta situación. —dice Tyrakus.
—¿Pueden cerrar un poco el hocico trio de idiotas? —exclama la mujer desde su lugar—Al menos den las gracias de que alguien se haya fijado en nosotros y esté dispuesto a sacarnos de aquí. —mira a donde está Ehirazu— Tu pareces estar de acuerdo con lo que dice el chico ¿cierto brazo de hierro Ehirazu?
—Ciertamente lo que han dicho ellos es la pura realidad y solo un demente podría seguirte, joven. —responde Ehirazu— ¿Cómo planeas hacer que te sigamos?
Alex lleva sus manos hacia el cabello y tira hacia atrás, revelando una ligera sonrisa. El planteo de los criminales representa un conjunto de defectos que él posee e involucra su propia juventud. Un reto que sin duda está dispuesto a superar con el tiempo y con ellos como su equipo:
—Muy fácil. Los obligaré a seguirme y juntos…solo juntos pondremos patas para arriba a la orden mercenaria. Solo aquellos tontos sin visión pueden ignorar y hasta hacer la vista gorda de lo que planeo. —responde con su puño en alto.
—Eres muy ambicioso mocoso. —reconoce Ehirazu.
—¿Acaso no es lo que le falta a este mundo tan corrupto y violento? La ambición nos hace lo que somos y planeo que seamos vistos como grandes dentro de la orden.
—Pffff…sigue siendo estúpido lo que dices. —dice Brutallio— Pero me agrada lo valiente que suena a pesar de que somos estúpidos que cometieron errores. —añade, cayéndole bien Alex al grandulón.
—Kukuku…me agrada también, aunque veo demasiados fallos en su lógica. —dice Riurik mientras golpea levemente su cabeza contra la pared y sus manos detrás de la espalda envueltas en mangas largas.
—No me opongo en lo absoluto. Pero si te equivocas te lo haré saber. —dice Tyrakus.
—¿Baligra? —le pregunta Ehirazu.
—Ya conocen mi respuesta. —responde ella y regresa a la oscuridad de su celda.
—Entonces ¿Qué sigue joven mercenario? —pregunta Ehirazu.
Alex mira a su compañero Theo y este asienta para buscar la llave con la que pueda abrir las celdas.
De repente, las luces del vagón se apagan y la puerta que conecta con el siguiente se abre, allí entran varios guardias con el alcaide:
—¿Qué mierda ha pasado? ¿Por qué están las luces apagadas? —exclama el alcaide.
—Señor, hay una flecha incrustada en el panel de energía que conecta al vagón. —le dice uno de los guardias.
—Carajo ¡busquen a los intrusos y mátenlos, rápido! —ordena el alcaide.
—¡Si señor! —responde los guardias al unísono.
—Por suerte las celdas están cerradas de forma manual, pero ¿Quién pudo haber entrado al tren y donde estarán? —se pregunta el hombre que controla todo el tren y debe mantenerlo seguro.
De entre la oscuridad en el vagón sale una sombra encapuchada que se abalanza contra uno de los guardias y la rompe el cuello con sus propias manos como si se tratase de un simple juego. El alcaide no alcanza a ver que sucede, pero escucha los alaridos de agonía de sus hombres.
Entonces, el alcaide corre hacia la puerta y al extender la mano para abrirla, una flecha se incrusta en el medio. El dolor es intenso y no puede sacar su mano de la puerta sin apartar antes la flecha. El grito que libera de su garganta atrae la atención de los demás guardias, que en su intenso de abrir la puerta golpean la mano del hombre y esto le provoca aún más dolor:
—¡Dejen de mover la puerta, imbéciles y entren desde el otro lado!
—Esto no tomará mucho tiempo señor alcaide. —dice Alex.
—¡¿Qué mierda eres tú?! ¡¿sabes a quien estas atacando?! ¡maldito seas criminal de mierda! —lo maldice.
—Si, si, lo que digas. Ahora necesito que me digas donde está la maldita llave. —lo intimida acercándose al hombre y murmurando amenazas contra su familia al oído.
El hombre se queda petrificado, alejado de la actitud llena de confianza de hace momentos. Su control se pierde por la irrupción de dos mercenarios en un tren prisión con varias decenas de guardias y asesinos que custodian el trayecto:
—¿T-Tienes idea de lo que estas haciendo? —deja escapar el alcaide mientras Theo le revisa los bolsillos en busca de las llaves.
Theo siente con el tacto una textura fría en el bolsillo del alcaide y de un tirón saca el objeto. Resulta que la llave siempre estuvo en posesión del encargado de todo el tren. Theo alza su mano con las llaves colgando ante la vista entusiasta de Alex:
—Theo…por fin el primer paso hacia nuestro destino ha comenzado. Liberemos a estas bestias y marchemos todos juntos hacia la ruina de esta basura de continente y que los grandes de la orden mercenaria se inclinen ante nosotros. —dice mientras extiende sus manos hacia ambos lados y su tono de voz es más firme como nunca.
Theo asiente con su cabeza y se acerca hacia la primera celda que corresponde a Ehirazu. Coloca la llave en la ranura y gira la misma hasta que la celda se abre, sin embargo, en la puerta del otro lado se asoman varias sombras y luego de varias patadas la tiran abajo.
Varios guardias entran y atacan a Theo y Alex, quienes se defienden como pueden en tan pequeño espacio y aún con la visión oscurecida por la falta de luz:
—Mierda, no solo las celdas son el problema sino también tienen los brazos y piernas con grilletas con esas mascaras que los drogan constantemente. El solo hecho de poder hablar es un milagro o quizás la droga les impide liberarse de esos grilletes, pero nada más que eso. —piensa y esquiva al mismo tiempo los ataques de sus enemigos que desesperadamente buscan reducirlo contra el suelo.
Aunque el anochecer se acerca a lo lejos en el horizonte, Alex se decide a terminar lo más rápido posible con quienes resultan ser un obstáculo para sus planes. Así que Theo toma su arco y con la flecha tensionando la cuerda apunta a la frente del alcaide para tomarlo como rehén.
Los guardias se detienen, mientras otros son golpeados por Alex de manera brutal:
—Rehén ¿enserio? —lo inquieta que su compañero decida tal estrategia tan básica para tomar ventaja de un enemigo.
Theo lo mira a Alex y mueve su cabeza para que se acerque a él:
—Mis planes no son tomar rehenes sino matarlos a todos. Sabes que no nos dejaran irnos con ellos. —se para al lado de Theo—Mas tarde hablaremos sobre las acciones que el grupo tomará de ahora en más. —añade y Theo revolea los ojos como si fuera estresante escuchar las quejas de su compañero.
—Ustedes…no van a salirse con la suya…de aquí no escaparan con vida…—amenaza con vos temblorosa el Alcaide.
—Curioso porque tú tampoco saldrás con vida. Si no me equivoco…ninguno de este tren va a salir con vida…al menos de ustedes…—sonríe y mira a Theo.
Theo capta las palabras de Alex, suelta su flecha y antes de que caiga al suelo toma otra, una muy peligrosa y poderosa. La coloca en la cuerda y tensa hasta el punto máximo con el fin de darle mayor velocidad y alcance. Apunta a su objetivo que resulta ser un pequeño ducto que sale por debajo del vagón:
—Yo que ustedes me cubro los oídos. —dice Alex en tono de burla.
El arquero dispara hacia ese ducto la flecha y al salir apenas del vagón, esta explota provocando que todo el tren se descarrile por completo. Alex y Theo se aferran a los barrotes mientras los enemigos golpean sus cuerpos por los violentos giros que da el vagón y el choque entre ellos que se produce. Al frente ocurre una explosión del combustible utilizado para que se mueva. Los criminales apenas sufren heridas pero muy leves y el alcaide yace en el suelo con un pedazo de barrote incrustado en su garganta y un enorme charco de sangre que adorna los demás cuerpos sin vida de guardias.
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