Apocalypse - 16
No sé con certeza quien propagó la infección por el bloque 2 y el 3, pero en cuestión de días todo se fue al diablo. Recuerdo las puertas de los departamentos siendo golpeadas desde dentro por sus ocupantes ya muertos. Intentamos actuar igual que con Clemente, pero fue imposible encerrarlos a todos. La única razón por la que la gente no abandonaba el bloque era por miedo a lo que les esperaba fuera.
El ultimo día fue escalofriante. Mi esposo estaba tirado en la cama, su cara cubierta de sudor. Sus últimas palabras fueron: <<tengo hambre>>. me dirigí a la cocina del departamento y le preparé algo. Cuando volví a la habitación ya no estaba. Escuché ruidos provenientes de la habitación de nuestros compañeros y fui a ver qué ocurría.
Me es vergonzoso admitirlo, pero ¿podes creer que sentí celos? En la cama estaba la mujer y sobre ella mi marido. Lo único que sentí en mi interior fueron celos. En ese instante la mujer gritó un <<ayúdame>> que penetró hasta mis huesos. También fue cuando mi marido giró su cabeza y comenzó a perseguirme.
Corrí por mi vida. Los gruñidos de mi marido me daban caza. Estaba a punto de llegar a la puerta cuando esta se abrió. << ¡Cuidado!>> gritó el esposo de la mujer. Me dejé caer al suelo. Mi marido pasó por encima de mí y aterrizó delante de mi vecino. El hombre intentó escapar, pero el infectado fue más rápido. Me puse de pie al mismo tiempo que la mujer salía de la habitación; metamorfosis completa. La infectada dejó escapar un rugido seco y clavó sus ojos en mí. Salte el obstáculo que imposibilitaba mi escape- mi esposo devorando a aquel hombre- y di un portazo tras de mí.
Una vez en el pasillo, me llevé las manos a las rodillas y tosí por un largo rato. Estaba a punto de comenzar a llorar cuando un niño pasó corriendo a mi lado. El pequeño desprendía un olor que aún hoy no consigo descifrar.
Mire a mi alrededor. El bloque 2 estaba inmerso en el caos. La gente corría de lado a lado, algunos con niños, otros con manos ensangrentadas. Decidí abandonar el edificio. El camino hacia la salida fue un espectáculo de horrores; muchos de los infectados habían logrado escapar de sus prisiones y recorrían los pasillos acabando con todo.
Corrí reprimiendo las lágrimas. Llegue a la escalera de incendios donde una joven estaba siendo despedazada viva. Lo supe por sus gritos ya que no tuve el coraje para mirarla. Asegurándome de que los infectados no me siguieran, di otro portazo. Varios puños comenzaron a golpear la puerta cortafuego.
Tenía que bajar tres pisos. Caminé, escalón por escalón, descendí como un robot que no tenía más que transistores en la mente. Creo haber vuelvo en mí cuando llegue a la puerta.
La puerta principal era el Pandemónium. La gente empujaba para salir y en el momento que estaban afuera corrían en ninguna dirección en particular.
Una vez fuera, dos personas me llamaron la atención. Estaban quietos y hablaban entre sí. Eran Eduardo y Victorio. Uno de ellos, no recuerdo quien, señaló al edificio y seguí su dedo índice con la mirada. El bloque 2 se parecía al Titanic. Se oían los gritos de los “pasajeros” a través de las ventanas mientras que los que podían se tiraban hacia “el agua”.
El bloque 2 se hundía y supongo que el agua nos hubiese ahogado a todos si Eduardo no hubiese gritado en aquel momento: <<¡Tenemos que cerrar la puerta principal!>>.
De la puerta salió un niño rubio y blanco como la nieve, derribo a una vecina que intentaba escapar y comenzó a devorar su rostro. El esposo de la víctima golpeaba en vano al niño. Eduardo agarró al niño por la remera y lo tiró hacia el otro lado de la puerta. Cuando impactó contra el suelo Eduardo ya estaba cerrando la puerta.
Los vecinos que se encontraban evacuando el bloque 2 perdieron el juicio y comenzaron a tirar hacia adentro para abrirla. Eduardo no podía contrarrestar la fuerza ejercida del otro lado y estaba a punto de ceder cuando Victorio se aferró a la puerta con él.
¡Rápido! – grito Eduardo-.¡Traigan un coche y estaciónenlo acá, frente a la puerta!
Un vecino fue por su coche. En menos de un minuto, el vehículo estaba sellando la entrada del bloque 2. Todavía puedo ver sus caras de desesperación al darse cuenta de lo que estábamos haciendo; unos intentaban contener al niño infectado, otros golpeaban sus puños contra el cristal. Este empezó a resquebrajarse para dar paso a manos y gritos por diferentes orificios.
-Están infectados- dijo Eduardo aguantando la presión de la puerta.
De repente, el crujir del vidrio fue acallado por el rugido de un motor. Todos giramos la cabeza al unísono para observar cómo un coche rojo aceleraba en nuestra dirección. Los gritos de pánico de quienes ya estaban a salvo se sumaron al de los encerrados. La gente se apartó de la trayectoria del vehículo. El coche avanzaba sin piedad.
Eduardo espero hasta el último minuto antes de buscar refugio. Cuando se percató de que el coche se dirigía al bloque 2, exclamó:
– ¡Victorio, vámonos!
Pero este ya no estaba a su lado. Eduardo tomó distancia en el instante que el auto giraba bruscamente hacia la derecha; la puerta del conductor se abrió y del interior salió un hombre despedido, rodando por el pasto. Eduardo lo reconoció enseguida, era Victorio.
El vehículo continuó su funesta trayectoria y colisionó con el coche estacionado antes. El choque fue tan violento que ambos vehículos se adentraron en la fachada del edificio. Recuerdo el grito agonizante de un hombre antes de que una masa de escombros cayera sobre los automóviles, envolviéndolo todo de polvo y clausurando la entrada para siempre.
Entonces, cuando la puerta había quedado infranqueable, Eduardo se giró y, por primera vez, contemple esos ojos verdes cansados que nos acompañan hoy.
-Todos…- susurró Eduardo con el rostro ensangrentado.
-Perdón- dice María con un destello en los ojos-, creo que ya es suficiente por hoy. En otro momento, si lo deseas, te cuento el resto.
-Gracias.
-Podes traerme a Sofia cuando quieras y la cuidare por vos. Adiós, princesa.
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