Astrid: La Búsqueda - 03
En la taberna de la ciudad de Kvitingan, cuyo interior estaba lleno de campesinos, comerciantes y mercenarios, bebiendo sin descanso y riendo a carcajadas, Astrid y su nueva compañera, quien se presentó como Fjola, se dirigieron a una mesa desocupada cerca de la barra. Algunas antorchas iluminaban el lugar, cuyo ambiente era enérgico y ruidoso, debido a las conversaciones que se llevaban a cabo en todas las mesas ocupadas. Aventuras y situaciones cotidianas se mezclaban en sonoras charlas, a las cuales Astrid prestaba atención entusiasmada.
Una vez ubicadas en la mesa, Fjola sacó un pañuelo y una cantimplora desde su mochila y se los entregó a Astrid.
— Ten, aún tienes sangre en tu rostro, será mejor que la limpies para no despertar sospechas. Aunque es una lástima que tu ropa no sea tan fácil de lavar… —exclamó Fjola, mientras Astrid recibía los objetos que ella le estaba alcanzando.
— Muchas gracias, señorita Fjola —respondió Astrid, para luego comenzar a limpiar cuidadosamente su rostro, evitando tocar su inflamada nariz. Una vez limpió la sangre lo mejor que pudo, agregó: — No hubiese sabido qué hacer contra ellos si usted no hubiese aparecido para salvarme.
— No es nada, pequeña, aunque no voy por la vida haciendo de heroína —agregó Fjola, mientras sonreía alegremente.
Entonces, ambas voltearon a ver a una camarera que se acercó rauda hacia su mesa. Al ver los ojos de la muchacha que brillaban mientras leía la carta que acababa de recibir, Fjola le propuso pagar por su comida.
— Creo que después del mal rato que acabas de vivir, es lo mínimo que mereces… —Fjola observó confundida a Astrid, dando a entender que no sabía el nombre de su invitada.
— ¡Mi nombre es Astrid! Perdone la poca educación que he mostrado al no presentarme correctamente —respondió Astrid afligida y muy apresuradamente.
— No hay problema, tampoco es que se me haya ocurrido a mí preguntártelo de buenas a primeras —respondió Fjola con una risa incómoda. Entonces, agregó— Es un nombre que viene bastante bien para una chica como tú.
— ¿Cómo así?
— Eres bastante linda, no me sorprende el por qué querían llevarte aquellos borrachos del callejón.
— ¡No diga tonterías! —exclamó Astrid sonrojada y algo incómoda— Suena como si usted estuviese tratando de coquetear conmigo…
Fjola rio mientras Astrid hacía señas a la camarera para indicarle lo que deseaba cenar. Al ser consultada por su orden, Fjola solo pidió un jarrón de cerveza, ya que ella había cenado rato atrás. Momentos después, la camarera regresó con una espumeante jarra, que Fjola observó sonriente.
— Sería de muy mala educación, como tú dices, observarte mientras comes sin acompañarte con algo. Además, aquella trifulca me ha dejado sedienta —recitó Fjola e inmediatamente comenzó a beber el frío brebaje.
— ¿Cómo está su brazo, señorita Fjola? —preguntó Astrid, a lo que Fjola dejó de beber y se observó el brazo que había sido golpeado previamente.
— Duele a ratos, pero llevo tanto tiempo siendo mercenaria, que estos golpes son caricias al lado de las heridas que me he hecho — respondió Fjola.
— ¿Entonces… usted es una mercenaria? —preguntó nuevamente Astrid a su acompañante quien dejó su jarra sobre la mesa y la observó fijamente.
— Sí… Llevo poco más de siete años vagando por las distintas ciudades del reino. Las vueltas de la vida me obligaron a escapar de casa y buscar una forma de vivir por mí misma… —respondió Fjola notoriamente incómoda, y para cambiar de tema, agregó—. ¿Y qué hace una señorita tan frágil como tú por los suburbios de Kvitingan?
— ¿Frágil? ¡Para nada! —respondió Astrid, mientras inflaba sus mejillas.
Fjola rio ante la respuesta de Astrid. Entonces, la camarera se acercó a la mesa con la cena de Astrid en una gran bandeja y, una vez servidos los platos, la muchacha no dudó en comenzar a devorarlos. Fjola continuó riéndose, ahora con las cómicas expresiones que su compañera hacía mientras comía. Sin embargo, esta risa se apagó de golpe cuando vieron a una señora mayor acercándose muy seria, hacia donde ellas estaban instaladas. Por sus vestimentas, daba a entender que era la que preparaba todos los platos y su mirada punzante dejaba en claro que era, sin dudas, la dueña del lugar.
— ¿No son algo jóvenes para estar estas horas en este lugar? — preguntó la mujer, mientras cruzaba sus brazos y agregaba— Este lugar es peligroso para un par de doncellas como ustedes…
— ¿Peligroso? No lo creo —respondió Fjola, apuntando hacia la espada que estaba apoyada en la mesa. Esta aún conservaba las manchas de sangre de su encuentro previo. La dueña de la taberna también notó las manchas de sangre en la blusa de Astrid y el aspecto cansado de ambas, como si hubiesen estado recientemente en una batalla.
— Vaya, vaya… no esperaba que ustedes también fueran mercenarias, cada vez hay más jóvenes tratando de ganar dinero, trabajando para los acaudalados del reino —respondió la dueña algo contrariada—. Bueno, para ser sincera, no es algo que me deba extrañar, con la Cruzada Divina al poder los tiempos se hacen cada vez más difíciles para nosotros los plebeyos.
— Usted lo ha dicho, cada vez cuesta más conseguir un trabajo bien remunerado… Una forma de conseguir dinero fácil es terminar como un perro de los cruzados, pero digamos que no es un trabajo honrado —agregó Fjola, para luego beber un poco más de su cerveza.
Dando un suspiro, la dueña del bar se alejó de la mesa de las chicas, mientras movía la cabeza de un lado a otro, hurgó entre sus muebles y volvió a la mesa con un pergamino en su mano.
— Tengan, esto les ayudará un poco, chicas —dijo la mujer, entregando el pergamino a Fjola—. Es un encargo que recibí hoy desde Skatvik, un pueblo que queda a poco menos de un día de acá. Ofrecen una gran paga a quienes se presenten. Si hay dinero de por medio, cualquier trabajo es bienvenido.
— Espere, ¿por qué nos entrega esto a nosotras, señora? —preguntó Fjola, algo confundida ante la repentina amabilidad de la mujer.
— Ustedes no lucen como la bola de inútiles que se dejan caer por acá, mi instinto me dice que ustedes de verdad necesitarán ese dinero —respondió la señora, para luego sonreír satisfecha por la expresión alegre que ambas muchachas dejaron ver.
La vieja puerta del bar sonó, dejando en claro que nuevos clientes necesitaban ser atendidos. Luego de hacer un par de señales a su camarera para que los recibiera, se despidió de las chicas.
— Bueno, el trabajo llama, disfruten su comida y espero que este encargo les sirva.
— ¡Muchas gracias! —exclamó Fjola alegremente, al tiempo que Astrid hacía una ligera reverencia en agradecimiento. La dueña dio la espalda a las chicas y se alejó despidiéndose con su mano izquierda. Fjola cruzó miradas con Astrid, quien se aprontaba a comer con las mismas ganas de hace un rato y agregó:
— ¡Este encargo llegó justo a tiempo, Astrid! Ahora que viajaremos juntas, un poco de dinero nos vendría muy bien, ya que lo que llevo conmigo no será suficiente para mantenernos a ambas por mucho tiempo… —Fjola se dio un palmetazo en la frente al recordar algo—. ¡Pero que bruta! Olvidé preguntar si querías viajar conmigo…
Astrid observó fijamente a Fjola, mordiendo lo que parecía ser una pierna cocida de ave. Entonces, luego de masticar el trozo de carne que había sacado y ayudarse a tragarlo con un poco de sidra de manzana, respondió:
— ¡Claro que sí! ¡Estoy en deuda con usted!
Fjola quedó descolocada ante la respuesta de su compañera de mesa y agregó:
— Para ser sincera, esperaba una respuesta negativa de tu parte, no pareces ser el tipo de chica que… busca aventuras.
Astrid rio suavemente ante la reacción de Fjola a su respuesta.
— No sea tan cruel conmigo —dijo Astrid entre risas—. Yo también estoy en una aventura. Además, no creo que el encargo sea tan difícil, no es que debamos matar a una criatura legendaria o cosas así…
— ¿Qué tonterías dices mujer? ¡Ni siquiera hemos abierto el pergamino! —recriminó Fjola, para entonces dar un suave golpe con el pergamino en la cabeza a Astrid, quien sacó la lengua burlonamente. Entonces, Fjola, abriendo el pergamino, agregó—. Me sorprende que te digas aventurera y no tengas ni una sola moneda contigo.
— Acerca de eso… pues verá… —interrumpió Astrid—. Yo tenía dinero al llegar a esta ciudad, eran los ahorros de toda mi vida.
— ¿Tenías? ¿Acaso sucedió algo? —preguntó Fjola curiosa, lo que provocó que Astrid se avergonzase.
— Verá… solo soy una campesina que llegó desde Aardal. Desde pequeña he soñado con recorrer el continente e ir más allá del mar. Para ello junté todo el dinero que ganaba trabajando en el campo de mi familia —respondió Astrid.
— ¿Aardal? —preguntó Fjola, sorprendida—. Nunca he visitado ese pueblo, dicen que está en lo alto de las montañas y el terreno es bastante difícil incluso para caminar, ¿E hiciste todo el viaje hasta acá a pie?
— Sí, estoy acostumbrada al terreno, de hecho, puedo caminar por horas sin que mis piernas duelan —respondió Astrid, entusiasmada. Ambas pausaron su conversación para beber de sus bebidas. Entonces, Astrid agregó— Cuando llegué a Kvitingan esta mañana, fui al mercado por provisiones y un mapa, ya que es la primera vez que salgo tan lejos de casa y no conozco el reino. De pronto, unos vendedores comenzaron una discusión y me vi entremedio de un enorme desorden.
— Oí a gente comentar acerca de eso hace un rato, mientras cenaba. Al parecer fue un malentendido lo que comenzó todo —agregó Fjola.
— Mientras trataba de escapar de la trifulca —continuó Astrid—, sentí un tirón en mi cinturón y vi que un hombre había robado mi bolso de monedas de oro. Intenté seguirlo, pero era muy rápido y me dejó atrás, perdiéndose entre los edificios. Desde entonces, vagué sin dinero y sin poder conseguir cosas para mi viaje o para comer siquiera… he estado fatigada durante todo el día. Para terminar mi racha de mala suerte, me vi prisionera de esos hombres ebrios —Astrid agachó su cabeza con sus ojos llorosos—. De no ser por usted, no estaría acá. Por ello quiero devolverle su generosidad acompañándola en el encargo.
Fjola observó sorprendida a Astrid, había conocido a muchas muchachas durante su vida como mercenaria, pero extrañamente su compañera de mesa le daba una sensación nueva que nunca había sentido. Sin pensarlo más, Fjola sonrió y acarició la cabeza de Astrid, quien estaba derramando las lágrimas que había contenido durante todo el día.
— Ya, pequeña, ya pasó todo. Creo que ahora me siento más tranquila al haberte ayudado.
— Entonces está decidido. ¡Iré con usted! —respondió Astrid, para entonces dar una gran sonrisa a su nueva compañera de viaje, quien también sonrió en respuesta.
Acto seguido, la atención de Fjola se desvió hacia una charla que estaba ocurriendo muy cerca de donde ellas se encontraban sentadas. Se trataba de un joven de piel morena, hablando con la dueña de la taberna. Su edad no parecía superar los treinta años y usaba una trenza bien arreglada. Al ver que su compañera había desviado la mirada, Astrid también volteó a ver la escena.
— Supongo que esta vez tienes dinero jovencito —se podía oír a la dueña de la taberna recriminar al joven—. Esta vez no te dejaré escapar como lo hiciste anoche…
— No será necesaria la violencia, mi estimada señora, tuve la fortuna de ganar una enorme cantidad de dinero apostando esta mañana en el mercado. ¡Mi suerte solo ha ido en aumento estos días! —respondió.
Entonces, el hombre señaló un bolso de cuero negro que colgaba en su cintura a la dueña de la taberna. Ella lo miró con desconfianza, conociendo a los aduladores como él, y más después de lo que había hecho la noche anterior en su taberna, lo más seguro es que ese oro fuese robado. Astrid volteó a ver a Fjola con sus ojos llorosos nuevamente.
— Ese es mi bolso… —susurró Astrid a su compañera, sin querer llamar la atención del resto de los clientes.
— Déjame esto a mí, pequeña —respondió Fjola, poniéndose de pie y tomando la espada que estaba cerca suyo.
La taberna se quedó en un silencio absoluto, una silueta femenina había llamado la atención de todos los clientes, y no era menos, ya que había desenvainado una espada y la había colocado en el cuello del recién llegado que estaba sentado en la barra, sin darle tiempo de reaccionar.
— ¿Así que la fortuna te sigue, guapo? —preguntó Fjola, mientras observaba con furia a su oponente—. Pues hoy se acaba, ¡devuelve el bolso a su verdadera dueña, maldito!
El joven solo chistó en respuesta y lanzó el bolso con las monedas a Fjola, quien inmediatamente se lo entregó a Astrid. Sin ocultar su alegría, Astrid lo abrazó, mientras Fjola se dirigía nuevamente al ladrón, sin bajar su espada.
— Esta joven viaja conmigo, ten la osadía de volver a tocarla y tu garganta será la cena de mi espada. Llevo bastante tiempo sin matar a alguien, así que no esperes clemencia —amenazó Fjola para luego envainar su espada y volver a la mesa.
El hombre dio una mirada sospechosa a Fjola y se disponía a atacarla por la espalda, pero al ver que Astrid se acercaba al mesón, detuvo sus movimientos.
— ¿A dónde vas, Astrid? —preguntó Fjola, contrariada.
— No podemos ser tan malas con el señor ladrón —respondió Astrid, mientras sacaba un par de monedas de oro desde su bolso y se las entregaba al ladrón—. Tenga, no hay rencores de mi parte, pero no puedo dejar que muera de hambre también.
El hombre observó a Astrid incrédulo, mientras recibía las monedas que ella le entregaba.
— Gracias… —respondió el hombre, sin saber qué hacer.
Luego de ir por sus pertenencias, Fjola regresó a pagar por la comida que acababan de consumir e hizo una señal a Astrid para salir del lugar, al tiempo que el ambiente enérgico y bullicioso volvía a la taberna.
Una vez fuera, Fjola se dirigió a Astrid, quien amarraba su bolso en su cintura, donde siempre debió estar.
— ¿Por qué le diste dinero al ladrón, Astrid? Ese bastardo casi hace que mueras de hambre en un lugar que apenas conoces… no me cabe en la cabeza —preguntó Fjola un poco alterada, ante la repentina amabilidad de Astrid dentro de la taberna.
— Él no me robó para hacerme daño, noté en su mirada que lo hacía para sobrevivir —respondió Astrid, sin ocultar su alegría.
— Eres extraña… —comentó Fjola.
— Mejor cambiemos de tema, lo del señor ladrón ya quedó en el pasado. ¿Qué tal si vamos a la posada? Mis pies me están matando… eso sí, el alojamiento corre por mi cuenta —intervino Astrid, para luego guiñar el ojo a Fjola, quien sonrió ante el ofrecimiento de su nueva compañera.
— Está bien, también necesito un buen lugar para descansar — respondió alegremente Fjola, para luego agregar—. Espera, ¿no qué tus piernas eran de hierro y no dolían luego de muchas horas de caminata?
Ambas rieron a medida que se alejaban tranquilamente de la taberna para dirigirse hacia la posada, pero, para sorpresa de Astrid, Fjola la jaló hacia un callejón oscuro. Astrid la observó extrañada y con mucho miedo, mas, para su tranquilidad, Fjola sonrió e hizo una señal para que ella escuchase el ambiente. Pasos metálicos se pudieron oír en las cercanías, dando a entender a la muchacha que Fjola las había escondido a ambas de los soldados de la Cruzada Divina.
La vieja puerta de la taberna sonó con su habitual escándalo y el silencio se apoderó nuevamente del lugar. Uno de los soldados, al parecer el comandante, preguntó por un par de muchachas que habían herido a algunos ciudadanos en un callejón cercano hace horas atrás. La dueña de la taberna, luego de recriminar a los soldados por su poca educación al entrar de tal forma al lugar, les indicó que unas muchachas estuvieron en el lugar, pero ya se habían marchado y planeaban dejar la ciudad y dirigirse a Serkenrode.
— La vieja nos volvió a salvar —susurró Fjola a Astrid, quien temblaba nerviosa.
Los clientes confirmaron a viva voz que lo dicho por la dueña era cierto. Luego de disculparse por su imprudencia y agradecer la cooperación, los soldados se alejaron del lugar. Los pasos metálicos se escucharon muy cercanos, mientras Astrid y Fjola se pegaban más y más contra una de las murallas del oscuro callejón para no ser vistas. Una vez el bullicio se dejó de escuchar, ambas dieron un gran suspiro de alivio.
— Estamos metidas en un gran lío —refunfuñó Fjola, molesta—. Claro, los borrachos pueden hacer lo que quieran con las doncellas indefensas, pero nosotras no podemos tocarlos porque destruimos su orgullo.
— Perdón por involucrarla en todo esto, señorita Fjola —se lamentó Astrid, cabizbaja.
— No es tu culpa, pequeña, no es que me hayas obligado a ayudarte —respondió Fjola, buscando aliviar a la muchacha—. Bueno, será mejor que nos vayamos a descansar de una buena vez.
Dicho esto, se asomó desde el callejón para ver si había soldados rondando por el lugar e hizo una señal a Astrid para que la siguiese, a lo que ella aceleró su paso para alcanzarla. Entonces, las chicas nuevamente emprendieron su rumbo hacia la posada, mientras la luna seguía cubriendo con su blanquecina luz las calles del pueblo que, poco a poco se iba a dormir.
* * *
Ya en la posada, dentro de la habitación en la que ambas iban a dormir, las chicas dejaron su equipaje en un rincón del lugar y se tendieron en sus respectivas camas, con evidente gusto. Fjola recordó que su vestido había sido cortado en la trifulca anterior y suspiró lastimosamente ante ello.
— Demonios, y pensar que todos aquellos ebrios vieron mi vestido roto… —se lamentó la mercenaria.
— Si usted gusta, puedo comprarle uno nuevo mañana, cuando las cosas se hayan calmado un poco —ofreció Astrid, buscando consolarla.
— No es necesario, Astrid —respondió Fjola pacientemente, mientras su rostro brillaba alegremente ante el ofrecimiento—. Sé reparar ropa, solo que me tomará mucho tiempo, es un corte horrendo; además, no podemos darnos el lujo de gastar dinero en cosas así. Los vestidos son muy costosos… —Fjola se pausó para dar un suspiro y agregó—. Será mejor que me prepare para dormir.
Y sin que Astrid lo esperase, Fjola se puso de pie y comenzó a desnudarse tranquilamente frente a ella. El rostro de Astrid se tiño de rojo y la muchacha tapó su vista con las manos. Fjola había quedado con su torso desnudo y solo sus calzones cubriéndola cuando se dio cuenta de la reacción de Astrid.
— ¿Acaso nunca has visto el cuerpo de una mujer desnuda? — preguntó Fjola, incómoda ante la reacción de su compañera, quien continuaba tapándose los ojos—. Eres una, no debería ser extraño para ti.
— Pero nos conocimos hace menos de dos horas, señorita Fjola. ¿No le resulta incómodo? Porque a mí sí… —respondió Astrid, haciendo el máximo esfuerzo para no observar el abultado busto de su compañera.
— Entonces ver una espalda no te causará incomodidad, ¿verdad? —preguntó Fjola—. Aunque prefiero que veas mis pechos, para ser sincera… —Fjola volteó para buscar su ropa de dormir en su bolso, al tiempo que acomodaba su cabello para descubrir su espalda y tapar sus senos.
Astrid quitó las manos de su rostro y vio que la espalda de Fjola estaba llena de horrendas cicatrices, que parecían falsas en contraste con la hermosa piel que Fjola dejaba normalmente a la vista. Sus piernas y brazos también las tenían lo que hizo cuestionarse a Astrid cuan realmente dura había sido la vida de su compañera.
Una vez Fjola terminó de vestirse, Astrid se dirigió hacia su bolso y se cambió de ropa, cuidando de no pasar a llevar su nariz. Mientras, la mercenaria yacía tendida en su cama, observando el techo de la habitación.
— Entonces, Astrid, ¿eres una bruja…? —preguntó Fjola, lo que provocó un escalofrío en el cuerpo de Astrid, quien continuaba colocándose su ropa para dormir—. Pensé que Eoghan ya las había exterminado a todas y no quedaban en Erinnere.
— Bueno, es complicado de explicar, señorita Fjola —respondió Astrid, mientras su voz temblaba nerviosa. Luego de unos momentos de silencio, agregó: — Mi padre fue un mago y al parecer, heredé la habilidad de hacer magia como él lo hacía en el pasado. Sin embargo, yo me crie como una campesina. No fue hasta hace un par de días que conocí la verdad; no tenía idea de mi verdadero ser.
— ¿Eso significa que lo que sucedió en el callejón fue un golpe de suerte? —se atrevió a preguntar Fjola, con evidente sorpresa.
— Así es —sentenció Astrid, provocando un retorcijón en el estómago de su compañera, quién agradeció para sí la suerte que tuvieron—. Mi madre me ocultó todo para evitar que la Cruzada Divina me descubriese. Ella fue perseguida hace quince años luego de que la guerra terminara.
— Bueno… pensándolo bien, si estuviese en el cuero de tu madre, hubiese hecho lo mismo —dijo Fjola—. Pero ¿cómo supiste que eras una bruja? ¿Qué haces acá si es tan peligroso para ti? Digo, Aardal suena como un lugar bastante seguro para haber permanecido ocultas del ojo de la Cruzada Divina por quince años.
— Una pregunta a la vez, señorita Fjola —pidió Astrid muy afligida, para luego agregar—. Hace poco más de una semana descubrí un grimorio que mi madre guardaba, este era el único recuerdo que conservaba de mi padre. Cuando lo encontré y puse mis manos sobre él, brilló mucho; al parecer había roto un sello mágico, y reveló un mensaje para mí.
— ¿Qué decía ese mensaje? —preguntó Fjola, con evidente entusiasmo.
— Si mal no recuerdo, este decía… “Si lograste leer mi mensaje, significa que ya sabes que eres hija de un mago. Astrid, búscame y entrégame este grimorio.” —Respondió Astrid mientras se daba golpecitos en la frente con sus dedos, para ayudarse a recordar.
— ¿Significa que estás en búsqueda de tu padre? —preguntó Fjola—. Pero ¿sigue vivo? Digo, si él era un mago…
— ¡No lo sé, señorita Fjola! —interrumpió Astrid, cabizbaja—. Algo en mí me dice que está esperándome, esa esperanza me tiene viajando por el reino a sabiendas del riesgo que vivo.
Entonces, un silencio incómodo se provocó en la habitación, Astrid volteó a ver a Fjola con ojos llorosos. Ella sonrió compasiva y se levantó de su cama a dar un abrazo a su compañera, acariciando su cabello y cuidando de no pasar a llevar su nariz.
— Perdona mi imprudencia, Astrid —se disculpó Fjola—. Has vivido suficientes emociones por hoy, pequeña —Astrid dejaba caer lágrimas de sus ojos, mientras recibía los cariños de Fjola. Luego de un rato abrazadas, Fjola agregó— Ven, es hora de dormir, tenemos una búsqueda que continuar mañana, ¿no es así?
Astrid la observó sorprendida y luego de un momento de silencio, recriminó.
— Pero no es necesario que me acompañe, señorita Fjola. La he metido ya en bastantes problemas y…
— No me digas lo que tengo que hacer, mocosa —interrumpió Fjola—. Te acompañaré solo para evitar que otro grupo de borrachos trate de abusar de ti o que otro ladrón se aproveche de tu personalidad bondadosa y despistada.
Luego de unos segundos de silencio, ambas comenzaron a reír y una vez arropadas, Astrid dio un gran bostezo para luego dirigirse a Fjola.
— Gracias por todo, señorita Fjola.
— Ya vete a dormir —respondió Fjola—. Necesitas descansar.
Astrid rio ante la respuesta de su compañera y agregó:
— Dulces sueños.
— Buenas noches, Astrid —respondió Fjola.
Astrid sonrió y volteó, buscando una posición que evitase pasar a llevar su lastimada nariz. Luego de un rato de silencio, la respiración de Astrid cambió súbitamente, dando a entender que ya se había dormido. Fjola continuó observando el techo, navegando entre el recuerdo de los extraños sucesos que habían sucedido en tan poco tiempo y que aún daban vuelta en su mente. Un calor en el pecho de la mercenaria le hizo darse cuenta de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien le había deseado una buena noche con sinceridad. Tal vez años.
— Había olvidado como se sentía esto —susurró Fjola para sí—. Creo que yo tengo más que agradecerte que tú a mí, Astrid.
Luego de divagar por sus recuerdos por unos minutos más, Fjola se sentó en su cama y extinguió la llama de la vela que iluminaba la habitación con un suave suspiro.
Comments for chapter "03"
QUE TE PARECIÓ?
Simplemente god, no sé que más decir. Bien por la vieja ayudándo a las chicas
Acabo de ver tus comentarios, gracias por pasar. Espero verte más seguido por acá 😀