Astrid: La Búsqueda - 04
A la mañana siguiente, Astrid y Fjola, recorrieron el concurrido mercado de Kvitingan, en busca de provisiones para continuar su viaje hacia Skatvik. Ambas vestían ropas nuevas, por cortesía de Astrid, sumadas a un par de bufandas de lana, ya que, las brisas frías que siempre llegan junto al otoño comenzaban a hacerse presentes y no querían pescar un resfriado.
A pesar de la negativa de la mercenaria, teniendo en cuenta la economía del grupo, Astrid convenció a Fjola adquirir otro vestuario. El que llevaba era bastante llamativo, incluso antes de que los borrachos lo destruyesen la noche anterior. Fjola lo había comprado fuera del continente, pero, aunque las ciudades cercanas al puerto de Serkenrode se caracterizaban por la gran variedad de culturas mezcladas, si seguían viajando por el interior de Erinnere, debían saber mezclarse con el resto de la población. Astrid había cambiado sus prendas, desechando las que traía antes, debido a la sangre que las manchaba. Además, sus antiguas vestimentas eran muy distintas al común de la gente, dejando en evidencia su vida campestre y haciendo necesaria la inversión.
Ambas caminaban junto a la masa de gente dentro del concurrido mercado, la mercenaria relataba a Astrid algunas de las aventuras que había vivido antes de conocerla. Era una mañana fría, pero un sol agradable iluminaba las coloridas telas que adornaban los puestos del lugar.
— Ahora que lo pienso, he vivido bastante mierda en mi vida como mercenaria —comentó Fjola, mientras sonreía, rememorando para sí —. No lo había asimilado hasta ahora que te lo he contado.
— ¡No sea tan soez al hablar, señorita Fjola! —recriminó Astrid, a lo que su compañera rio más fuerte aún.
— ¡Ay, Astrid, por favor! —respondió jadeante tratando de calmar su risa.
Una vez hechas las compras necesarias, un par de horas más tarde, ambas se dirigieron hacia la salida del pueblo para marchar rumbo a su nuevo destino. Sin embargo, a lo lejos pudieron divisar a unos guardias, quienes, a medida que ellas se acercaban, les iban cerrando el paso. Astrid dio un respingo, mientras Fjola no apartaba su vista de los sujetos.
— Sígueme el juego, Astrid. No te pongas nerviosa —susurró Fjola a Astrid, quien asintió en respuesta.
Un par de soldados las interceptó y, haciendo un extraño saludo, dijeron a coro:
— ¡Buenos días!
— Buenos días, caballeros —respondió Fjola, sin alarmarse. A Astrid se le pusieron los nervios de punta, al ver que los soldados iban armados con alabardas.
— Estamos controlando a los viajeros que salen del pueblo —dijo uno de los soldados—, dado que anoche un desconocido atacó a un grupo de hombres ebrios en un callejón. Si bien nadie resultó muerto, los hombres fueron bastante aporreados. ¿Saben algo al respecto?
— Por desgracia no, estimados. Si no fuese por ustedes, no sabríamos que hubo un incidente así —respondió Fjola con total naturalidad.
— De todos modos, necesitamos revisar su equipaje —indicó el segundo soldado—. Esto es rutinario; no buscamos nada en específico, solo seguimos órdenes. Sentimos incomodarlas.
— No hay problema —respondió Fjola, por lo que entregó su bolso y su espada a los soldados para ser examinados.
— No creo que una doncella como usted sea capaz de usar una espada tan brutal como esta —exclamó uno de los soldados, mientras examinaba la gran espada de Fjola. Esta agradeció para sí el haberla limpiado y llevado a un herrero, antes de salir del pueblo.
— ¡No! ¡Para nada! La violencia no es lo mío… —respondió Fjola, sonriendo y observando a los soldados con sus grandes ojos azules. Sus gestos, más femeninos de lo habitual, hechos a propósito, hicieron sonreír bobamente a los soldados, quienes no dejaban de observarla—. Esta espada es un encargo de mi padre. Necesitaba que un herrero de confianza la fortaleciera, porque ha tenido bastante uso. Él trabaja como guardia de Lord Ferdinard, en Tredge.
Mientras Fjola continuaba la plática con uno de los soldados, el otro guardia revisó el equipaje de Astrid. Ella sintió un sudor frío recorrer su cuerpo al ver que un extraño escudriñaba en sus cosas, más aún después de la experiencia de la noche anterior. Pero, para su tranquilidad, el guardia parecía incómodo con la revisión y no tardó mucho en regresar su bolso a Astrid, quien asintió como agradecimiento.
— Bueno, eso es todo señoritas, pueden continuar su viaje — exclamaron ambos a coro, para luego despejar el paso a las chicas.
— Muchas gracias, caballeros —respondió Fjola, haciendo una pequeña reverencia que Astrid imitó apresuradamente. La acción provocó que ambos volvieran a sonreír bobamente. Las chicas se alejaron del lugar apretando el paso, sin que ellos se diesen cuenta de su prisa.
Algunos minutos después, en la misma salida del pueblo, un hombre alto y fornido, quien parecía ser el comandante de los soldados, se acercó a ellos y les habló en tono imperativo.
— Saldré a investigar los alrededores, no olviden la orden que les di. Nadie sale de Kvitingan sin ser revisado —exclamó, mientras los soldados estaban firmes sin mover un solo músculo—. Ahora, ¿hay algún acontecimiento del que deba tener noticia?
— ¡No, mi señor! —exclamaron ambos, a lo que uno de los soldados agregó sonriente—. Aunque… hace poco un par de doncellas muy hermosas salieron del pueblo…
— ¡Sí! —exclamó el otro—. Eran muy bellas, sobre todo la más pequeña; sus ojos color miel eran muy misteriosos.
— ¿Un par de doncellas? —preguntó el comandante en un tono burlón, frunciendo su rostro con rabia. Los soldados lo observaron con horror, puesto que ese tono significaba que estaban en problemas. Sin embargo, el comandante agregó, en un inusual tono relajado—. Después de que solucionemos este altercado podrán cortejar a las doncellas que deseen. Por ahora concéntrense en su labor. Gracias por su reporte, sigan así, muchachos.
— ¡Sí, mi señor! ¡Gracias por sus palabras! —respondieron ambos, aún nerviosos.
El comandante se retiró a paso lento del lugar, mientras ambos soldados lo observaban alejarse, consternados por la extraña situación que acababa de ocurrir.
— Parecía de muy buen humor hoy. No nos regañó como siempre lo hace. ¿Qué habremos hecho para recibir aquel elogio? —preguntó uno de los soldados a su compañero.
* * *
Ya alejadas de Kvitingan, Astrid y Fjola se dirigieron hacia su próximo destino, caminando sobre un sendero de tierra, dentro de un hermoso paisaje otoñal, decorado por las hojas secas que iban cayendo de los árboles que se erguían imponentes en el camino. La maga tarareaba una canción cuya melodía armonizaba con el canto de los pajaritos que rondaban en las anaranjadas copas, mientras que Fjola estaba sumida en sus pensamientos. Al notar su mirada perdida, Astrid la observó curiosa y preguntó:
— ¿Qué sucede, señorita Fjola?
— ¿Eh? —reaccionó Fjola a la pregunta de su compañera, que la sacó de sus pensamientos. Un tanto incómoda, respondió:
— Deja ya de tratarme con tanta formalidad, ¿no somos ya amigas?
Astrid rio suavemente ante la respuesta de su compañera.
— Está bien, lo intentaré —respondió ésta, alegremente—, pero te noto preocupada.
— Es que hay algo en lo que dijeron aquellos soldados que me dejó pensativa —respondió la mercenaria—, ellos dijeron que “un desconocido” había atacado a los borrachos anoche, mientras que en la taberna escuché decir a su comandante que buscaban a “dos chicas”, ¿lo recuerdas?
— Ahora que lo mencionas… ¡sí! —respondió Astrid.
— Eso solo podría significar una cosa, Astrid —aseveró Fjola—. Quizás hayamos sido consideradas peligrosas para la Cruzada Divina y su comandante ya está tras nuestros pasos.
— P-Pero, ¿cómo? —preguntó Astrid, exaltada—. Los soldados no nos consideraron sospechosas en la entrada del pueblo.
— Quizás ellos no sabían más detalles de lo que sucedió anoche, pero lo más seguro es que los borrachos hayan dicho a aquel comandante que tú eres una bruja. Además, cuando la Cruzada Divina ejecuta a las “brujas”, estas siempre son personas inocentes a las que se les han inventado cargos en su contra para castigarlas por atreverse a cuestionar a Eoghan. A las verdaderas brujas se les da caza en las sombras, sin que la población se entere de ello.
— ¿Cómo sabe usted todo eso, señorita Fjola? —preguntó Astrid, un poco confundida ante la nueva información.
— Te va a tomar tiempo acostumbrarte, ¿verdad? —preguntó Fjola, ante la formalidad que Astrid había vuelto a usar hacia ella. Entonces respondió: — Bueno, siempre digo que no quiero involucrarme con la Cruzada, pero hace años trabajé para uno de los tantos socios de la organización dentro del continente. Gracias a eso conocí parte del funcionamiento de su milicia y también el cómo lograr evitarlos para vivir dentro del anonimato.
— Vaya… Y yo pensaba que nos habíamos salido con la nuestra… —se lamentó Astrid, cabizbaja, mientras juntaba sus manos y movía sus dedos con evidente nerviosismo.
— No hay necesidad de alarmarse, pequeña —se apresuró en agregar Fjola, buscando calmar a su compañera —. Esto solo es un “quizás”, en una de esas soy yo quien está pensando mucho las cosas; siento haberte preocupado.
Dicho esto, acarició la cabeza de Astrid, quien sonrió en respuesta a la señal de alivio que esta le daba.
Luego de varios minutos más de caminata y conversaciones, las chicas se vieron enfrentadas a una bifurcación. Astrid consultó un mapa que guardaba en su bolso, que también habían comprado mientras estaban en la ciudad, y vio que ambos caminos llevaban a Skatvik, la ciudad a la cual se dirigían. Uno de estos caminos era más corto, ya que cruzaba un río, mientras que el otro lo rodeaba, para cruzarlo kilómetros más abajo, cuando este disminuía su anchura.
— Ahora que recuerdo —dijo Fjola—, cuando compramos el mapa, el vendedor me dijo que el puente de más lejos es uno natural que se usó mucho tiempo desde Skatvik. Pero al ver la cantidad de tiempo perdido, la Cruzada construyó un puente por el otro camino para viajar más rápido entre locaciones.
— Entonces la forma más rápida de llegar es cruzando el puente de este camino, ¿verdad? —preguntó Astrid, mientras apuntaba al camino más corto del mapa.
— Exactamente —respondió su compañera —, pongámonos en marcha, ¡el encargo nos está esperando!
— ¡Vamos! —exclamó Astrid, continuando ambas su marcha por el camino que habían elegido.
Para desgracia suya, una vez que llegaron al puente que el mapa les indicaba, el cual era bastante extenso debido a lo ancho del río, vieron que estaba destruído y sus mitades colgaban en las orillas del río. Al parecer, varias de sus tablas ya habían sido arrastradas por el feroz torrente. El glorioso puente colgante que les iba a ayudar a cruzar más rápido hacia Skatvik, lucía totalmente inutilizable. Esto irritó a Fjola.
— ¿Esto es en serio? —exclamó notoriamente molesta —. Esta situación parece sacada de un cuento—. Astrid rio ante la absurda declaración de su compañera, mientras esta continuaba—. No nos queda más opción que tomar el otro camino si queremos llegar a Skatvik antes del anochecer. ¡Vámonos de aquí!
Sin embargo, Fjola no regresó por el camino para tomar la bifurcación, sino que entró directamente al bosque. Astrid la observó alejarse y, contrariada, comenzó a revisar el mapa nuevamente, buscando un camino menos extenuante. Luego de un rato, Fjola regresó y la jaló de sus ropas como si fuese un cachorro de gato.
— Ven aquí —exclamó Fjola —, tardaremos más si te quedas acá parada.
Ya dentro, Fjola y Astrid, caminaron a través del frondoso bosque que se erguía imponente ante ellas en dirección a lo que, según Fjola, era la ruta directa hacia el camino antiguo que las llevaría a Skatvik. La tranquilidad del lugar relajó bastante el rostro de Fjola y calmó a Astrid, quien continuaba nerviosa tras la conversación acerca de la Cruzada Divina. Sin embargo, el bosque era también más oscuro que el camino por el cual viajaban, por lo cual debían ser cuidadosas con sus pisadas.
Pequeños animales e insectos llamaban la atención de Astrid a medida que avanzaban. Según lo que comentó a Fjola, ella solo había tenido oportunidad de verlos en enciclopedias que su madre conservaba en su antiguo hogar, ya que en el terreno en el que vivían, eran pocos los animales capaces de soportar el ambiente.
— Y pensar que uno le llega a tener asco a estos bicharracos — exclamó Fjola disgustada, mientras Astrid estaba en cuclillas tratando de tomar un escarabajo que caminaba sobre un tronco podrido, para examinarlo más de cerca —. Será mejor que dejes a ese insecto ahí o podría…
Astrid vio el enorme metal de la espada de Fjola sobre su cabeza, lo que causó un sudor frío en todo su cuerpo, el que se tensó completamente, y ahogó un grito en su garganta. Sin embargo, la mirada de Fjola no iba dirigida a ella, sino a una presencia que pudo percibir solo cuando estuvo muy cerca suyo. Sin pensarlo, se escabulló tras Fjola, quien no quitó la vista de encima del personaje que acababa de aparecer: un encapuchado cruzado de brazos, que no parecía temer a la espada de la mercenaria.
— Vaya, vaya… De verdad tienes sentidos bastante agudos, “súcubo”. No esperaba que lograras detectarme tan fácilmente… — exclamó una voz masculina, en un tono burlesco.
Fjola apretó sus dientes al oírlo y arremetió furiosa con su espada en contra del encapuchado, pero este desapareció en un pestañeo de su vista, para reaparecer casi de inmediato tras ella, con Astrid aprisionada del cuello, al mismo tiempo que punzaba el abdomen de la muchacha con la punta de un katar.
— Eres bastante rápida, mujer. Casi, casi, me das en el corazón —continuó burlándose el encapuchado, sin aflojar a su prisionera—. Pero mientras esta bruja esté junto a mí no podrás usar toda tu fuerza, ¿me equivoco? —Fjola no respondió a las provocaciones del sujeto; solo lo observó fijamente, haciéndole reír, causando que la mercenaria respondiera con un bufido de rabia.
Astrid observaba a su compañera, estática y con el rostro marcado por la frustración. Su cuerpo estaba tenso y los nervios le dificultaban respirar. Sentía la presión del katar en su costado derecho y las exhalaciones del hombre en su mollera; el brazo que la aprisionaba estaba firme, mas no ahorcándola. Quería salir de ahí y que nadie saliera herido. ¿Era necesario solucionar todo con violencia? Su cuerpo no respondía y su mente se nublaba con tantas cosas en su cerebro.
Astrid dio un grito desesperado y el rostro del hombre se desfiguró al mismo tiempo. Fjola fue cegada por un repentino brillo que provino desde donde estaba su compañera prisionera. Un sonido estruendoso le hizo entender a la mercenaria que la maga estaba liberando electricidad de manera salvaje y descontrolada.
Momentos después, el cuerpo del encapuchado cayó al suelo como peso muerto, levantando polvo y ahuyentando a las criaturas cercanas. Astrid cayó arrodillada al suelo al borde de la inconsciencia. Fjola no dudó en arrojar su espada y auxiliar a su compañera.
— ¡Astrid! ¡Astrid! —gritó Fjola mientras abrazaba y sacudía a la muchacha, para evitar que cayera inconsciente—. ¡Reacciona!
— Fjola… —susurró Astrid, tratando de salir de su aturdimiento— ¿Qué sucedió?
— Al parecer volviste a usar tu magia por instinto… ¿Te encuentras bien? ¿Te duele algo? —preguntó Fjola, sin lograr mantener la calma.
— Oh, mierda… —musitó Astrid, provocando una sonrisa en su compañera, por su repentino mal vocabulario; luego, golpeó su rostro con ambas manos y con la ayuda de Fjola, se volvió a poner de pie.
La mercenaria se acercó al hombre para cerciorarse de su estado. Acto seguido, le quitó la capucha, revelando su identidad. Al verlo, ambas dieron un grito de sorpresa.
— ¡E-Es el señor ladrón de la noche anterior! —gritó Astrid, sin ocultar su asombro.
— ¿Qué demonios hace acá este sujeto? —recriminó Fjola sin entender del todo la situación. Luego de examinar sus signos vitales, agregó: — Por suerte sigue con vida; eso fue demasiado peligroso…
— ¿Lo vas a matar? —preguntó Astrid con una expresión preocupada en su rostro— Anoche amenazaste con que lo harías si se acercaba de nuevo a mí.
— Tengo muchas ganas de hacerlo, pequeña… después de toda la verborrea que lanzó hace un rato —respondió la mercenaria, mientras recuperaba su espada, pero Astrid se abalanzó sobre ella para detenerla.
— ¡Por favor no lo hagas! —imploró la maga con sus ojos llorosos.
Para su tranquilidad, Fjola envainó su espada nuevamente y se dirigió a ella.
— No necesitamos más problemas, no lo mataré —suspiró Fjola, mientras volvía a examinar al ladrón—. Pero no es buena idea dejarlo aquí inconsciente, él ya sabe tu secreto. Será mejor que lo retengamos hasta que se despierte, para nuestra seguridad.
* * *
Horas después, el ladrón despertó en un campamento improvisado. Su cuerpo dolía bastante y sentía sus extremidades entumidas; su visión seguía un tanto nublada y su cabeza palpitaba dolorosamente. Al intentar moverse, notó que estaba fuertemente atado de pies y manos contra un árbol y, buscando por los alrededores, divisó que su equipaje colgaba en una rama, a una distancia considerable desde donde él se encontraba. Una fogata iluminaba el panorama y sobre ella un caldero despedía un aroma bastante delicioso. También pudo ver a Fjola, concentrada en aquella olla, agregando periódicamente ingredientes que él no alcanzaba a distinguir.
Luego de un momento observando la escena, y tras comprobar que su lengua seguía funcional, tomó una bocanada de aire para hablar.
— ¿Qué clase de poción mágica estás haciendo, súcubo? — preguntó el ladrón, aunque su voz sonaba extraña debido al dolor que sentía.
— Un poco de comida; llevamos varadas un par de horas y tenemos bastante hambre —respondió la mercenaria, sin despegar la mirada de la olla.
— ¿Y por qué no me abandonaron luego de dejarme inconsciente?
— ¿Crees que somos idiotas? Si hubieses despertado nos hubieses dado caza y la situación hubiese empeorado —respondió Fjola mientras revolvía el caldero con una cuchara de madera.
— Después de aquello… no estoy muy seguro. ¿Qué tan peligrosa es esa niña?
— Ella no es una niña, pero debes agradecerle el que yo no haya cumplido mi promesa de matarte aquí mismo —respondió Fjola.
— ¿Y por qué me tienen prisionero? ¿Creen que soy un esbirro de la Cruzada Divina? —cuestionó el ladrón—. Solo un idiota no las hubiese asociado a ustedes con el incidente de anoche… O tal vez alguien ebrio.
— Pero atacaste a Astrid, a esta hora deberías estar muerto.
— ¿Y por qué no me matas ahora? ¿Eh? —espetó desafiante el ladrón.
— Le prometí a mi amiga que no lo haría. Aunque los rumores digan lo contrario, aún conservo un poco de honor —exclamó Fjola con bastante autoridad.
— Vaya mujer… —resopló burlón el ladrón.
— De todos modos, ¿cómo conoces el apodo? No recuerdo haberme presentado ante ti, ni menos haberte visto en algún lugar antes de lo de anoche.
— Bueno, como tú sabes, los asesinos a sueldo sabemos recolectar información… —respondió el ladrón con orgullo, pero Fjola lo observó con evidente incredulidad, ante lo cual corrigió: — Bueno, bueno, en realidad, un ebrio que estaba en la taberna anoche te reconoció. Él me comentó que trabajaste para la Cruzada Divina y que también ofrecías tu cuerpo a cambio de dinero… —el ladrón fue interrumpido por un repentino dolor en su cuello. El filo de la espada de Fjola acariciaba su garganta, haciendo que la piel sangrase lentamente.
— No sigas, por favor… —dijo Fjola con un tono furioso, mientras miraba hacia el suelo—. No es algo de lo que esté orgullosa y quiero olvidarlo.
— Está bien, me callo —exclamó raudo el ladrón, para que su captora quitara la espada de su cuello. Entonces, Fjola enterró su arma en el suelo nuevamente y, luego de un silencio incómodo, el ladrón agregó: — ¿Dónde está Astrid?
— Le pedí traer unas hierbas para terminar nuestra merienda, aunque ha tardado…
Un sonido de arbustos moviéndose alarmó a Fjola, quien volteó rápidamente a ver, pero para su tranquilidad solo era Astrid, quien volvía del encargo y lucía raspones en su rostro y manos.
— ¿Qué te sucedió, pequeña? —preguntó Fjola al ver a su compañera lastimada.
— Digamos que soy un poco torpe para recolectar hierbas… — respondió Astrid mientras le entregaba las especias a Fjola, sin dejar de sonreír.
— Ven acá que te limpio esas heridas… ¿Cómo sigue tu nariz? ¿No te sucedió nada más con lo de hace rato? —Fjola continuó su interrogatorio, al mismo tiempo que tomaba un pañuelo limpio para humedecerlo con su cantimplora y limpiar a Astrid con cuidado, luego de que la maga se sentara en un tronco caído cerca de la fogata.
— Mi nariz sigue doliendo a ratos, pero menos que ayer. Por suerte no me la quebraron —respondió la afectada —. Eso sí, mi cuerpo sigue un poco pesado por la descarga, pero nada más de que preocuparse.
— ¿Qué le sucedió a Astrid anoche? No se ven como mujeres que ataquen como bandidos a los pobres ciudadanos… —preguntó curioso el ladrón, observando la escena.
— Después de que robases su dinero, Astrid vagó por la ciudad, sin poder comer ni hospedarse, hasta que fue abordada por unos borrachos que trataron de violarla —respondió Fjola, con evidente molestia ante la pregunta de su prisionero.
— ¿Pero no pudo defenderse? Digo, lo que sea que haya hecho hace rato bastaba para parar a los ebrios. Casi me mata… —continuó el ladrón, mientras movía exageradamente su boca, buscando recuperar la modulación.
— Ella no es como nosotros; solo es una muchacha de pueblo que quiere viajar por el mundo. Sus comidas han sido las normales durante toda su vida, naturalmente el hambre afectó sus fuerzas — volvió a responder Fjola, para luego enjuagar y dejar secar cerca de la fogata el pañuelo que acababa de usar.
— Siento lo de hace un rato, señor ladrón —interrumpió Astrid—, de verdad no quería dañarlo, ni siquiera sé cómo lo hice.
— ¿Qué tonterías dices? —exclamó Fjola, incrédula— ¿Cómo puedes disculparte con este imbécil que te ha hecho tanto mal?
— ¡Ay, por favor! ¡Ni que fueras un ángel caído del cielo! — interrumpió el ladrón de manera burlona, pero para su sorpresa Fjola no se inmutó ante la provocación.
— No por nada he viajado sola todos estos años —respondió la mercenaria—. Mi pasado me condena, tal como me dijiste hace un momento, ¿no es así? Me sorprende que Astrid me haya aceptado como compañera de viaje sin rechistar…
— Fjola… —susurró Astrid con un poco de pena por su compañera.
— Pero, el problema acá eres tú—continuó la mercenaria para luego volver a tomar la espada desde el suelo y acercarla amenazante a uno de los hombros del ladrón— Si no eres de la Cruzada Divina, ¿de dónde demonios saliste? —el ladrón suspiró ante el cambio de ánimo de la mercenaria, buscando un poco de paciencia.
— Mi nombre es Robin y soy un asesino a sueldo. Aunque no estoy precisamente por trabajo en estas tierras o no me vería forzado a ser un vil ladrón —respondió el prisionero.
— ¿Usted viene desde fuera del continente? —preguntó Astrid con curiosidad.
— Así es —respondió Robin—, provengo desde el continente oriental, como lo llaman ustedes, específicamente del reino de Mankasar, a varias semanas en barco desde acá. Vengo a rescatar a mi hermana mayor, quien fue capturada por la Cruzada Divina.
— ¿La Cruzada Divina? — preguntaron ambas, sorprendidas. Aquel nombre provocó escalofríos en sus espaldas, más considerando que la sombra de una posible persecución por los incidentes de la noche anterior. Entonces, Fjola agregó—¿Qué demonios hacen por aquellas tierras? Son semanas de viaje hacia allá.
— Eoghan y sus hombres comenzaron a enviar tropas de soldados para invadir otros reinos. Se han apoderado de varios cercanos al mío y corrompieron a nuestro marajá con mercancías y drogas, para que les diera su apoyo en la conquista de nuestras tierras.
— ¿Marajá? —preguntó Fjola.
— Es el equivalente al rey en estas tierras… —respondió Robin.
— ¿Rey? No recuerdo haber oído de rey alguno. Que yo recuerde, acá los magos fueron quienes estuvieron en las más altas esferas de poder, previo golpe de estado, nunca… —agregó Fjola algo contrariada.
—¡Eso no importa ahora, señorita Fjola! —interrumpió Astrid con ansias de seguir escuchando el relato, a lo que el ladrón continuó.
— Mi hermana Fátima es uno de los generales de los ejércitos que están luchando contra la invasión de la Cruzada, pero fue herida y capturada en combate. Según lo que logré discernir espiando en sus cuarteles, está encerrada en una de las ciudades de este reino y estoy tratando de averiguar en dónde, específicamente. No obstante, Erinnere dictaminó un embargo marítimo con sus aliados y el comercio está totalmente controlado por la Cruzada, por lo tanto, ningún navío previamente autorizado puede encallar en los puertos. Debido a esto, solo logré viajar hacia acá como polizón en uno de los barcos que zarpó varias semanas después de que capturasen a mi hermana. La Cruzada esperaba que nos rindiésemos al tener uno de los pilares de nuestro ejército, pero, para su desgracia, mi hermana nos ordenó abandonar el campo de batalla solo si perdíamos la vida ahí y hasta el día de hoy mi gente sigue luchando.
— ¿Cómo no lo han atrapado los de la Cruzada Divina? — preguntó Astrid.
— A pesar de todo lo que les conté, los extranjeros siguen siendo bien recibidos por los ciudadanos de Erinnere. Hay ciertas costumbres que ni Eoghan ha podido cambiar, por suerte. Sin embargo, es difícil conseguir un trabajo como asesino sin llamar la atención de la Cruzada… He vivido en condiciones un poco precarias en este último tiempo y me he visto forzado a robar para continuar mi viaje.
— Las armas que llevas son bastante curiosas —agregó Fjola— ¿Qué son?
— Son katares. En nuestras tierras se nos entrena en el combate con bastante rigurosidad y son armas bastante comunes. Al contrario de acá, que las espadas se llevan el trono —respondió Robin.
— Katares, ¿eh…? —Fjola pensó por unos momentos y recordó algo—. ¿Entonces tú fuiste quien detuvo la ejecución en Nordskot hace unos meses y cortó la mano derecha de Eoghan? Según lo que escuché, el atacante llevaba un arma triangular en sus manos…
— Así es, veo que no pasé desapercibido… —respondió Robin para luego sonreír de forma nostálgica, y agregó: — Después de rescatar a Kiran de las garras del bastardo de Eoghan, la ayudé con el poco dinero que traía conmigo para que pudiera mezclarse con la gente de acá, quizás ya haya vuelto a su hogar, ha pasado bastante tiempo… —al decir esto, rio suavemente.
— ¿Quién es ese tal Eoghan del que todos hablan? —interrumpió Astrid—. He oído a todo el mundo hablar de él, pero no sé quién es.
— ¿Acaso vives debajo de una piedra? —exclamó Robin, un tanto incrédulo ante la repentina declaración de la muchacha.
— No seas cruel, Robin —interrumpió Fjola, buscando defender la ignorancia de Astrid. Luego de una pausa, carraspeó y continuó—. Verás, Astrid, Eoghan es quien provocó la guerra de hace quince años donde capturaron a tu padre. Actualmente es el generalísimo de la Cruzada Divina y quien toma las decisiones de todo lo que haga o se deja hacer en Erinnere.
— Ahora, que lo dices… —interrumpió Robin un tanto curioso—. Aún no me queda claro porqué Eoghan se ha empeñado tanto en matar brujas. Es decir, entiendo que al ir a mis tierras lo hace con intenciones de expandir su poder y dominios, pero con los magos de su lado hubiese sido más fácil…
— Mmm… —expresó Fjola, tratando de recordar—. Según lo que recuerdo, era muy pequeña cuando ocurrió esto, los magos tenían el poder de Erinnere y se rendía culto a Odín, padre de todo. Sin embargo, los aristócratas ambicionaban el poder y crearon un dios falso para engañar a las personas que no eran magos y, por el miedo, sumarlos a sus filas. Los magos, naturalmente, se resistieron a aquella imposición, por lo cual rápidamente se convirtieron en enemigos de Eoghan y sus seguidores, provocando una guerra civil, que terminó con la victoria de la Cruzada. ¿Saben? Para ser sincera, poco me importan los motivos de Eoghan, solo quiero verlo muerto.
— ¿Entonces hay gente que niega a nuestro padre Odín? — preguntó Astrid en un tono triste.
— Así es, Astrid —respondió Fjola— Te hubieses metido en muchos problemas si nadie te lo hubiese dicho, pero debes evitar hablar de nuestras creencias en público; todos renegaron nuestros orígenes y costumbres por temor a Eoghan.
— Así que todo esto no es solo el capricho de un viejo religioso, al parecer va más allá de lo que imaginaba… —exclamó el ladrón.
— Bueno, será mejor que dejemos de lado esta charla y nos dediquemos a comer, me muero de hambre —concluyó Fjola mientras se ponía de pie.
— ¿Y qué hay de mí? ¿Me dejarás morir por inanición? —preguntó Robin en tono burlón.
— Puedes acompañarnos si quieres, ¿o crees que no noté que lograste desatar tus amarras? —respondió la mercenaria, mientras Robin sonreía culpable ante la declaración. Entonces levantó sus brazos desamarrados en señal de amistad, a lo que Astrid dio un respingo de sorpresa. Fjola entrecerró sus ojos y agregó: — No me caes bien, pero tenemos al mismo enemigo en común. Toma esto como una tregua.
— Gracias, creo… —dijo Robin un tanto incómodo.
Mientras Fjola agregaba las hierbas faltantes al caldo que estaba sobre la fogata, Robin terminó de desatar sus pies para poder acompañar a las chicas en su merienda. Astrid repartió los platos servidos que contenían una sopa bastante llamativa y con un aroma que los hizo salivar de forma inmediata. Una vez listos, todos comenzaron a comer con muchas ganas. La primera cucharada que Astrid y Robin probaron los dejó pausados unos segundos, lo que incomodó a la cocinera.
Astrid quitó la cuchara de madera de su boca y musitó:
— Cocinas mucho mejor que mi madre…
— ¿Ah? —exclamó Fjola un tanto confusa.
— ¡Esto está delicioso! —chilló Astrid, muy entusiasmada—. En mis diecisiete años de vida, jamás había cocinado o comido algo así. Y eso que he cultivado verduras toda mi vida. Ni mi madre tiene tu nivel —. Fjola se sonrojó, incómoda y sorprendida ante aquel comentario.
— Me sorprende que vayas a tabernas, cocinando tan bien — agregó Robin a los cumplidos de Astrid—. ¿Será porque te toma mucho tiempo cocinar maravillas así?
Fjola continuó observándolos incómoda y sonrojada; no pronunciaba palabra alguna ante los comentarios que sus compañeros de mesa le hacían. Nadie había elogiado su forma de cocinar con tanta sinceridad y ello le pareció extraño, pero al mismo tiempo cautivador. Al ver su expresión de niña avergonzada, Astrid y Robin rieron sonoramente, provocando que Fjola sonriera resignada ante la situación en la que se encontraba.
Una vez satisfechos, Astrid recolectó los utensilios que habían utilizado en la comida y se dispuso a lavarlos.
— Iré al río, no tardaré —comentó la maga.
— Ve con cuidado, Astrid —advirtió Fjola, al tiempo que Astrid apilaba los recipientes que llevaría para lavar.
— Está bien —respondió sonriente la muchacha a su amiga, para luego poner un pedazo de tela en su hombro y alejarse a paso animado del lugar. Robin la observó alejarse y luego se dirigió a Fjola.
— Creo que viene siendo hora de marcharme, Fjola —dijo el ladrón, mientras se colocaba su alforja y pateaba arena a la fogata para extinguirla.
— ¿Entonces seguirás tu camino? Esperaba que terminaras acompañándonos. Quizás junto a nosotras tengas un mejor pasar y no necesites seguir robando —preguntó Fjola con inusual amabilidad.
— Es un muy buen ofrecimiento, pero incluso si tenemos un enemigo en común, nuestros objetivos son distintos. Tengo poco tiempo para poder rescatar a Fátima —respondió Robin con seriedad.
— Está bien, está bien, tampoco te estaba obligando, guapo — exclamó Fjola para luego agregar—. ¿Hacia dónde irás?
— Necesito ir a Lott, escuché que “cargas importantes” llegarán a esa ciudad por petición de una tal Lady Odette. Lo más seguro es que sean esclavos y prisioneros que provengan de mis tierras y, por lo tanto, quizás haya más información acerca de la ubicación de mi hermana.
— ¿Y cómo te mantendrás sin dinero? Lott queda bastante lejos de aquí… —peguntó Fjola, frunciendo su boca.
— Ya me las arreglaré, pero tendré cuidado en no asaltar a doncellas indefensas para que no me suceda algo peor que lo de hoy —respondió Robin con su característico tono burlesco. Entonces, se largó a reír.
— Ten —dijo Fjola mientras le extendía el pergamino que la dueña de la taberna les había entregado—. Es un encargo que nos dieron en la taberna. Es muy buena paga, pero el mover madera no es algo que querríamos hacer junto a Astrid. Si sacrificas un par de días no tendrás que preocuparte en meses de cómo conseguir dinero —. Robin observó dubitativo el pergamino, pero despejó sus dudas y lo recibió de manos de Fjola—. Te servirá más a ti que a nosotras, créeme.
Robin desvió la mirada hacia el cielo, como si algo estuviera amenazándolo y, luego de observar a varios puntos alrededor suyo, preguntó:
— ¿Oíste eso, Fjola?
— ¿Qué cosa? —preguntó la mercenaria, para luego palidecer al recordar que Astrid había ido sola al río.
Un grito desgarrador se oyó inmediatamente después, provocando que Fjola desenterrase su espada y corriese a toda velocidad hacia donde Astrid había caminado. Robin tomó sus katares y fue tras los pasos de la mercenaria.
* * *
Momentos atrás, en las orillas del río, Astrid se disponía a lavar los recipientes, ya que el agua era más fácil de alcanzar que antes, al mismo tiempo que tarareaba una suave melodía que armonizaba con los sonidos del bosque. Aquello le hizo perder la noción de sus alrededores, por lo que no notó que alguien se había acercado a ella.
En un pestañeo, Astrid sintió que su cuerpo era arremetido contra el suelo violentamente, aturdiéndola por unos segundos. Con su mirada borrosa, identificó una silueta acercándose a ella con una espada en la mano, mientras gritaba.
— ¡Al fin te encontré maldita bruja! ¡Es hora de mi ascenso!
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