Astrid: La Búsqueda - 05
Un fuerte pisotón azotó el pecho de Astrid y cortó su respiración por unos instantes. Lágrimas de dolor brotaron de sus ojos y su vista se nubló nuevamente. Apenas podía distinguir la silueta que estaba agrediéndola, provocando que su ritmo cardiaco se acelerase y su respiración se dificultara por la tensión y la adrenalina que llenaban su cuerpo. Su garganta se apretó como consecuencia, impidiéndole pronunciar palabra alguna.
— ¡Esperaba que cazar una bruja fuera más difícil! ¡Pero al parecer hoy es mi día de suerte! —gritó el hombre, para luego reír cruelmente y volver a presionar el pecho de Astrid con su pie, provocando que la muchacha diera lamentos de dolor entrecortados por la bota de su atacante—. Los borrachos que interrogué anoche eran bastante fuertes, me sorprende que una enclenque como tú pudiera darles aquella paliza. Quizás solo eran unos ebrios charlatanes… Bueno, nunca lo sabremos porque yo, el gran Pietro, ya los mandé al otro mundo.
Al ver que Astrid intentaba ponerse de pie, Pietro dio un fuerte puntapié en su abdomen, provocando que la muchacha tosiese para recuperar el aliento, mientras que el dolor del golpe hacía que las lágrimas rodaran por sus mejillas. El hombre blandió su espada para darle muerte, pero Astrid reaccionó instintivamente y lanzó un puñado de tierra directamente al rostro del hombre, cegándolo y frenando su ataque en seco.
Astrid se puso de pie y comenzó a correr tan rápido como sus pies le permitieron, sin embargo, al poco correr, cayó violentamente al suelo con un gran dolor en su pierna. Un grito desgarrador resonó en el bosque, el cual espantó a las aves que se posaban tranquilamente en los árboles aledaños. Astrid vio con horror que un virote estaba clavado su pantorrilla derecha, causando un sangrado profuso. Aterrada, intentó seguir huyendo a gatas, ya que Pietro se acercaba furioso hacia ella con una ballesta en sus manos.
— ¡No estaba preparado para algo así, estúpida ramera! —gritó el hombre, para luego pisotear la nuca de Astrid, aporreando su rostro contra el suelo—. Será mejor que te mate de una buena vez. No quiero que alguien sepa que caí en un truco tan barato y menos en manos de una bruja.
El hombre terminó de cargar la munición de su ballesta y la acercó hacia la espalda de la muchacha, para conseguir un tiro certero al corazón. El cuerpo de Astrid se llenó de angustia, terror y desesperación, puesto que su corta aventura no tendría el desenlace que ella deseaba. Sus ojos no dejaban de derramar lágrimas de dolor e impotencia.
— Hasta nunca, bruja, tu cuerpo será mi carta para alcanzar un puesto en la élite de la Cruzada Divina… —exclamó Pietro antes de jalar el gatillo. Astrid, en un esfuerzo desesperado, levantó la cabeza del suelo, junto al pie de Pietro, y gritó a todo pulmón.
— ¡¡Fjola…!!
Tras ello, la muchacha se desmayó.
* * *
Astrid escuchó murmullos llamándola, como si estuvieran pidiendo ayuda, pero no logró ver nada, ya que solo había oscuridad a su alrededor. De pronto, un rostro pálido apareció sobre el suyo, provocando que la muchacha diese un grito de pánico.
Astrid despertó de su pesadilla observando un techo de madera, para nada familiar, mientras la tenue luz de luna iluminaba la habitación en la que se encontraba. Sentía su cuerpo aporreado y adolorido. En un instante, llegaron a su mente los últimos recuerdos de lo que había vivido antes de caer inconsciente, lo que la sobresaltó y llenó de angustia.
Astrid se sentó con mucho esfuerzo en el borde de la cama y se dispuso a salir de aquel lugar, pero un dolor desgarrador le recordó que su pierna derecha no estaba en condiciones para caminar y se lamentó en voz alta.
— ¿Astrid? —escuchó la muchacha desde fuera de su habitación; era una voz familiar que la hizo respingar.
De inmediato, la puerta de la habitación se abrió y una vela la encandiló por unos segundos. Poco a poco, la muchacha pudo distinguir a la persona que había entrado, provocando que sus ojos se llenaran de lágrimas.
— ¡Fjola! —exclamó Astrid, dibujando una sonrisa en su rostro, al ver a su amiga nuevamente.
— Pensé que no volverías a despertar luego de todo lo que sucedió… —respondió Fjola con una voz a punto de quebrarse. Luego, colocó el pequeño candil sobre un velador que estaba al costado de la cama de Astrid y se sentó junto a ella.
Tras un momento de silencio, Astrid se lanzó a los brazos de Fjola y rompió en un llanto lleno de impotencia, mientras su amiga acariciaba su cabeza para reconfortarla y consolarla.
— Tuve tanto miedo… —sollozó Astrid.
El llanto de Astrid trajo a Fjola amargos recuerdos de la primera noche que vivió sola, luego de escapar de la casa de su padre. La luna llena era igual a la que iluminaba en ese momento la habitación, evocando sentimientos encontrados en ella.
— Tu llanto me dice que no estás peor de lo que pensaba —dijo Fjola mientras continuaba acariciando a su compañera.
— ¿Tú me salvaste? —preguntó Astrid entre sollozos.
— Salvamos, sería correcto decir —respondió la mercenaria—, Robin también acudió a tu rescate.
— ¿El señor ladrón también…? —dijo Astrid.
Astrid no podía creer que había logrado escapar de aquella situación; llegó a pensar que todo era un dulce sueño. Pero el cálido abrazo de Fjola y el constante dolor de su pierna le hicieron confirmar que sí estaba a salvo, por lo que apretó un poco más fuerte su abrazo a la mercenaria. Fjola solo sonrió ante la reacción de Astrid y secó un poco de las lágrimas de la maga con sus manos.
— ¿Aún no puedes creer que estás viva? —preguntó Fjola. Luego de una pausa y sin pensarlo mucho, agregó—. ¿Sabes? Cuando sobreviví a la primera noche que escapé de casa, me sentí de la misma forma. Aunque tuve que arreglármelas sola.
— ¿Sola? —Preguntó Astrid, observando a Fjola con sus ojos llorosos. Sintió que la respiración de Fjola cambió al darse cuenta de lo que había dicho.
— Oh demonios… se me salió… —exclamó Fjola arrepentida.
— No me has contado acerca de ello… ¿acaso es muy privado? No tienes que hacerlo si no quieres… —dijo Astrid, un tanto nerviosa.
Fjola nunca había necesitado conversar acerca de su pasado con alguien, pero muy dentro de ella ansiaba quitarse el peso de encima que venía arrastrando hace años. Los ojos de Astrid le indicaron que no había que temer al hablar de sí misma, así que Fjola se armó de valor y respiró profundo.
—Está bien, partamos por el principio… —dijo Fjola—. Provengo de una familia aristócrata que posee fuertes lazos con la Cruzada Divina. Mi padre es un hombre de confianza de Eoghan y lo apoya a muerte, a tal punto, que hace catorce años delató a mi madre ante la Cruzada y fue ejecutada frente a mis ojos.
— ¿Tu madre era una…? —exclamó Astrid, sorprendida.
— Sí, hay muchas cosas que no conocía de ella y que la dueña de la posada me contó mientras dormías —Fjola detuvo su relato por un momento, al ver a Astrid un tanto incómoda, ya que continuaba abrazándola. Le ofreció acostarse en su regazo y la muchacha aceptó un poco apenada por tanta amabilidad. Una vez estuvo cómoda, Fjola continuó—. Luego de la muerte de mi madre, pasé un par de años más bajo la tutela de mi padre. Me crío para servir a la Cruzada Divina, en una de sus escuelas para soldados en la que estuve bastante tiempo.
Ya cansada, decidí escapar de mi hogar; tomé varias joyas y monedas de oro, que guardé en un bolso, y escapé sin dejar rastro. Pero al poco andar, mi suerte me traicionó. Cerca del anochecer, antes de llegar a un pueblo cercano a Nordskot, que es donde yo viví toda mi infancia, fui atacada por sorpresa por dos sujetos en medio de un bosque. Ellos me llevaron a una cabaña cercana, me quitaron todas mis cosas y me violaron. El más joven de ellos, no contento con todo el daño que ya me había hecho, usó su navaja para cortar mi espalda mientras me ultrajaba. He ahí el origen de las cicatrices que viste en Kvitingan. Luego de varias horas, no recuerdo en realidad cuánto tiempo me tuvieron sometida esas bestias, y ya cansados de usarme como su juguete, decidieron darme muerte ahí mismo.
Astrid observó el rostro de su amiga, secando las pocas lágrimas que quedaban en el suyo. Fjola lucía tranquila, como nunca la había visto.
— ¿Y qué sucedió entonces? ¿Cómo lograste salir con vida de ahí? —preguntó Astrid.
— El idiota que me hirió la espalda descuidó su arma, aprovechando esto y los conocimientos de combate que tenía, logré matar a ambos para poder salir viva de sus garras. Tan pronto me cercioré de que estuvieran bien muertos, recuperé mis cosas, escapé de la cabaña semidesnuda y con mi cuerpo lleno de sangre y miedo. No sé cuánto tiempo corrí, pero lo hice hasta quedar exhausta. Ya sin fuerzas, me encaramé a un árbol y luego de acomodarme en sus ramas, lloré hasta dormirme… —Fjola hizo una pequeña pausa para luego continuar casi con un suspiro—. Al menos ahora la situación es distinta… estoy aliviada por haber estado cerca para rescatarte.
Fjola se relamió un poco y suspiró, observando a Astrid atentamente. Los ojos de la muchacha se clavaron en los de su amiga, generando una pausa un tanto incómoda. Entonces, la mercenaria rompió el hielo, agregando:
— Ahora que lo pienso, la noche en la que te salvé en Kvitingan, solo seguí a mi instinto cuando te oí gritar; creo que, en el fondo, quería evitar que te sucediera lo mismo que a mí —Astrid se quedó observándola fijamente, lo que causó que Fjola reaccionase nerviosa—. P-pero no me mires tan fijamente, insisto en que no soy una heroína o algo por el estilo.
Astrid solo rio ante el repentino cambio de ánimo de su amiga, risa que se contagió a Fjola segundos más tarde. Un carraspeo interrumpió su conversación y ambas voltearon a ver de dónde provenía aquel sonido.
— ¿Interrumpo algo importante? —preguntó Robin, mientras sonreía aliviado al ver que Astrid había despertado.
— ¡Señor ladrón! —exclamó Astrid alegremente.
— Tengo un nombre, pequeña; creo habértelo dicho. —Respondió Robin, un tanto molesto, para luego agregar—: Venía a buscar a Fjola para cenar, pero viendo que estás despierta, debemos preparar un asiento extra.
— Me sorprende que sea tan atento, señor ladrón —comentó Astrid, lo que causó una risa ahogada en Fjola.
— Soy un asesino, no un animal salvaje, para que lo sepas — respondió el ladrón, sin perder la paciencia ante los comentarios de la muchacha. Entonces, se acercó a la cama de Astrid y ágilmente la tomó en brazos. Fjola se dirigió hacia la puerta de la habitación, para asegurarse de que ambos tuvieran espacio para pasar.
— ¿Quién curó mis heridas? —preguntó Astrid, observando su pierna vendada—. La herida de mi pierna era horrible, pero solo siento el dolor y ya no tengo aquel proyectil.
— La dueña de la posada en la que estamos es una bruja al igual que tú —respondió Robin, mientras seguía a Fjola—. El ver cómo logró curarte fue asombroso.
— Ella es una persona muy gentil e interesante, Astrid —agregó Fjola—. Estoy segura de que te llevarás muy bien con ella— concluyó con una sonrisa sospechosa en su rostro.
Intrigada, Astrid se dejó llevar por Robin, quien la cargó sin mucho esfuerzo hacia un comedor en un piso inferior. Una vez ahí, Fjola colocó un asiento adicional a la mesa para que Astrid se sentase. La maga pudo divisar a una hermosa mujer de largo cabello color castaño claro, que llevaba una olla con carne cocida junto con verduras a su alrededor, cuyo aroma provocó un sonoro rugido en el estómago de Astrid.
— Llevabas varios días inconsciente, pequeña —exclamó Robin—. No es de extrañar que tu panza ruegue por un poco de comida.
Astrid sonrió avergonzada, al ver que Robin se había dado cuenta de su hambre. Al ver a la muchacha, el rostro de satisfacción de la dueña de la posada no se hizo esperar.
— Veo que no estoy tan oxidada como creía —exclamó, esbozando una gran sonrisa, al mismo tiempo que colocaba sus manos en sus caderas—. Me alegra ver que estés bien, Astrid. María me hubiese matado si supiera que no te di una mano en tu aventura…
Astrid volteó al escuchar el nombre de su madre y observó sorprendida a la mujer.
— ¿U-usted conoce a mi madre? —exclamó la muchacha.
— Por supuesto que sí, pequeña, ¿es que acaso ella nunca te hablo de…? Oh, había olvidado aquello… —respondió la dueña.
— ¿Olvidado qué, señorita? —preguntó Astrid.
— Había olvidado que ella juró nunca salir de su escondrijo o comentarte acerca de la magia para protegerte de la Cruzada — respondió seria, para luego dar una sonrisa burlona y agregó: — Bueno, el hecho de verte acá significa que su magnífico y elaborado plan no dio el resultado que ella quería —la dueña de la posada soltó una pequeña risita y continuó: — Permíteme presentarme, mi nombre es Esna y soy una maga que se especializa en magia curativa, entre otras disciplinas. Además, soy la dueña de esta posada y con el poder del bosque en el que estamos pude sanar tu herida.
— ¿Entonces usted es una maga? —continuó preguntando Astrid, para luego exclamar: — ¡Eso significa que conoció a mi padre!
—Así es, pequeña —agregó Esna—. Fui uno de los generales en el ejército de tu padre durante la Guerra del Gran Norte y una gran amiga de tu madre. De hecho, la última vez que supe de ti fue cuando eras solo una bebé mientras tú y tu madre huían hacia Aardal para esconderse de Eoghan… ¡Qué nostalgia!
Astrid sonrió ante las palabras de Esna, el hecho de que su padre aún tuviera amigos dentro del reino la alegraba bastante.
— Y ahora eres una hermosa mujer, no puedo creer como pasa el tiempo… —agregó la dueña de la posada—. Tuviste suerte de que Fjola haya gastado hasta sus últimas fuerzas para traerte aquí; de no ser por ella, no estarías viva en estos momentos.
Astrid observó a su amiga, quien ya había comenzado a comer su cena, y no pudo evitar sentir un nudo en su garganta al verla. Por mucho que ella afirmara lo contrario, Fjola había sido una heroína.
Sin esperar más, Astrid se unió a la deliciosa cena que Esna había preparado para ellos. Mientras cenaban, la muchacha comentó a su anfitriona los motivos por los cuales estaba viajando y las desventuras que había vivido hace poco.
— Vaya lío en el que estás metida, jovencita —comentó Esna, luego de beber un poco de sidra—. Supongo que no sabes nada de magia, ¿verdad?
— Nada de nada, señorita Esna —respondió Astrid.
— ¿Entonces cuando salvaste a Fjola fue mera suerte? —preguntó la anfitriona, observando a la mercenaria.
— Así parece… —suspiró Fjola, recordando lo afortunada que había sido aquella noche.
— Es una lástima —respondió Esna—, pero no creo ser útil para ayudarte con la magia, Astrid. Me he desecho de todo lo que estuviese relacionado con ella para vivir una vida pacífica. Apenas la he usado en estos últimos años, salvo contigo… Si tan solo Yukiko estuviese con nosotros.
— ¿Yukiko? —preguntó Fjola, curiosa.
— Sí —contestó Esna—, ella fue una gran amiga, que también servía en el ejército de Morgan hace quince años. Junto a Ingrid, otra de mis amigas, y Yukiko éramos conocidas como “El Tridente de la Cofradía”, las brujas más poderosas, luego de Morgan. Ahora que lo pienso, Ingrid me debe una visita, ha pasado casi un año desde la última vez que la vi…
— ¿Y qué sucedió con ellas? —preguntó Astrid, un tanto nerviosa.
— ¿Ingrid? —respondió Esna—. Ella sigue viva, por suerte, actualmente es una errante que viaja a través de los continentes, aprendiendo magia. En cambio, Yukiko fue capturada por la Cruzada, pero no fue ejecutada, sino que fue forzada a engendrar a los hijos del verdadero maquinador de todo este conflicto, para así continuar con una casta pura de magos —respondió Esna.
— ¿El verdadero maquinador? —preguntaron sorprendidos los tres invitados.
— Melvin Vikjorda, un viejo brujo que traicionó a la cofradía para obtener el control total de Erinnere. Él, junto a otros cuatro traidores, nos vendieron cuando estuvimos próximos a ganar la guerra.
— Espere, señorita Esna, ¿eso significa que Eoghan solo es una marioneta de aquel brujo? —exclamó Robin, sorprendido—. Ahora entiendo por qué ese maldito se empeña tanto en matar a las brujas de estas tierras.
— En efecto, guapo —respondió Esna. Luego, suspiró con tristeza y agregó—. No he recibido noticias de Yukiko desde el final de la guerra, quizás esté muerta, no lo sé… Ella era muy paciente con nosotras, las problemáticas al momento de aprender, y muy tranquila cuando no había que combatir… una gran compañera.
Esna dejó correr lágrimas por sus mejillas sin darse cuenta, consternando a quienes cenaban con ella. Astrid sintió un estremecimiento en su pecho. ¿Por qué sentía una extraña familiaridad con aquella persona que mencionaba Esna, si jamás en su vida la había visto?
— Discúlpenme muchachos —se apresuró en agregar Esna, con una gran sonrisa. al tiempo que secaba sus lágrimas con sus mangas—. Será mejor dejar el tema de lado y disfrutar de la cena. Me tomó bastante trabajo hacerla y no queremos que se enfríe, ¿verdad?
Aquella frase zanjó la conversación y todos continuaron comiendo las delicias que estaban frente a sus ojos. Una vez terminada la cena, Robin y Esna, comenzaron a lavar los trastes, mientras Fjola cargaba con Astrid hacia su habitación. Una vez que Astrid estuvo instalada en su cama, Fjola sonrío y dio un suspiro de alivio.
— Vaya susto nos diste pequeña —recriminó Fjola, mientras despeinaba a Astrid, quien reía ante el cariñoso ataque.
— Gracias por rescatarme, Fjola —expresó Astrid, sin apartar la vista de su compañera.
— No es nada, pequeña. ¿Acaso no es lo que hacen la amigas? ¿Eh? — respondió la mercenaria sonriente, al mismo tiempo que levantaba su pulgar en señal de aprobación, a lo que Astrid respondió.
— A todo esto, Fjola… —dijo Astrid, con un tono serio—. ¿Qué sucedió con el hombre que me atacó en el bosque? ¿Acaso lo mataste?
— No, no alcancé a intervenir, ya que Robin se lanzó a matarlo, mientras yo asistía tu herida. Nunca en mi vida había visto a alguien tan furioso al ver a un soldado de la Cruzada, y él mismo dijo que no era un animal salvaje… fue escalofriante incluso para mí— respondió Fjola, rememorando la escena para sí misma.
* * *
Fjola y Robin corrieron en la dirección desde donde provino el grito. A la distancia vieron a un hombre apuntando con una ballesta a una inconsciente Astrid. En un pestañeo, Robin estaba junto a Pietro, quien, sin tener tiempo de reaccionar, perdió uno de sus brazos, a manos del katar de Robin.
— ¿Q-q-quién demonios eres? —preguntó Pietro, aun en shock.
Pero Robin no le respondió, solo movió sus brazos rápidamente y apuñaló repetidamente con sus katares el pecho de su oponente, hasta que este cayó al suelo, sangrando por montones. Robin jaló del poco cabello que tenía el hombre, usándolo para acercar su rostro al de él.
— Nombre y rango, bastardo —preguntó el asesino.
— Pietro Broomsons —respondió, sin dejar su tono orgulloso—. Comandante… del cuartel de Kvitingan.
— ¿Dónde están los esclavos? —volvió a preguntar Robin, notoriamente furioso.
— ¿Esclavos? —respondió Pietro— No tendría por qué decírtelo…
Robin dio un duro puñetazo entre los ojos de Pietro, haciendo que su nariz sangrase.
— Preguntaré una vez más… ¿Dónde están los esclavos? —espetó Robin cada vez más furioso.
— No… lo sé… —respondió Pietro, con dificultades para respirar.
— ¡Responde, hijo de puta! —Robin propinó otro puñetazo al soldado, aturdiéndolo por unos momentos.
— ¡Robin! —exclamó Fjola, quien había corrido a auxiliar a Astrid— Deja de golpearlo, no te podrá responder.
Robin no respondió a Fjola y observó fijamente a Pietro. Su estado era deplorable y apenas se podía mantener consciente. Robin vio que no podía sacarle más información y con sus katares cortó su sufrimiento, dándole muerte de forma inmediata.
Fjola había terminado de atar la pierna de Astrid, para cortar un poco el sangrado y, con ayuda de Robin, la subió a cuestas.
— Yo me encargaré de este desgraciado —dijo Robin a la mercenaria— ¡Apresúrate!
* * *
— Oh… —suspiró Astrid, y luego de una silenciosa pausa, agregó —. Ese hombre dijo que obtendría una promoción si me capturaba, ¿era alguien importante de la Cruzada Divina?
— El comandante del cuartel de Kvitingan, Astrid. Él era el contacto directo de la ciudad con los altos mandos de la organización. Lo más seguro es que los guardias le hayan comentado que nos vieron pasar y con ello pudo dar con nuestro paradero. Nuestras sospechas resultaron ser ciertas después de todo…— comentó Fjola, dando un suspiro de resignación. Entonces sentenció, mientras jugueteaba sus rizos—. Tendremos que viajar con cautela de ahora en adelante, Astrid.
— Vaya… —suspiró Astrid, mientras hacía pucheros con sus labios. El hablar con tanta frialdad de la muerte de otra persona dejaba un atisbo de culpa en su cuerpo. Fjola notó aquello y reaccionó de inmediato.
— No te sientas culpable, pequeña —recriminó Fjola—. Él iba a matarte, eras tu o él.
— Lo sé, pero no puedo evitar sentirme así, es tan injusto que quieran matarme solo por ser distinta a ellos… —se lamentó Astrid, mientras bajaba la vista hacia la ropa de cama.
— Será mejor que descanses por ahora y te quites todo lo malo que ha sucedido —expresó Fjola, buscando calmar a su amiga.
Astrid dirigió una sonrisa a Fjola y se acomodó para volver a dormir. De pronto, reaccionó inquieta, ya que había recordado algo.
— ¿Cuántos días han pasado? ¡Necesito darme un baño! —exclamó Astrid preocupada.
— Ah, acerca de eso… —respondió Fjola, mientras Astrid olfateaba su cuerpo buscando rastros de mal olor—. Creo que no te has dado cuenta, pero con Esna te dimos un baño hoy, así que tu higiene no debería ser una preocupación en estos momentos.
El rostro de Astrid se sonrojó violentamente ante lo dicho por su compañera. Fjola rio a carcajadas ante la reacción de su compañera.
— Pero, no vimos nada nuevo, mujer… —agregó la mercenaria, tratando de recuperar el aliento y controlar su risa, provocando que Astrid inflase sus mejillas, muy molesta—. Aunque debo asumir que envidio tu piel casi perfecta.
Fjola logró calmar su risa. Entonces, se puso de pie y se dirigió a la puerta para dejar el lugar, y agregó—: Hablando de baños y de piel, creo que necesito uno para la mía e ir a descansar de una buena vez. Me retiro por hoy, Astrid, que tengas una buena noche.
— Buenas noches Fjola, y gracias nuevamente —contestó Astrid, mientras Fjola cerraba la puerta de su cuarto. “Deja de darme el crédito, mocosa”, pudo oír desde fuera, lo que devolvió la sonrisa a su rostro.
La luna ya no se podía ver desde la ventana, pero su luz continuaba alumbrando el lugar. Astrid se recostó y volvió a observar el techo de madera de su cuarto, al tiempo que su mente se llenaba de pensamientos negativos. A pesar de todo lo que había escuchado, no esperaba que la Cruzada Divina fuera una organización tan cruenta tal y como ella lo había experimentado hace algunos días. Se sintió débil e impotente ante todo lo que había ocurrido.
— ¿De verdad estarás vivo cuando te encuentre, padre? ¿Lograré siquiera saber dónde te encuentras? —Se preguntó, sin despegar la mirada del techo. Sin embargo, se dio un puñetazo en la pierna que tenía herida para hacerse reaccionar, no sin sentir un dolor horrible que la hizo derramar un par de lágrimas—. ¡Concéntrate, Astrid! No es momento para desanimarse por pequeñeces…
Entonces, sacudió la cabeza para eliminar sus pensamientos negativos, dejar su mente en blanco y lograr dormir de una buena vez. Poco a poco, el peso de sus párpados aumentó, al tiempo que la luz de luna reconfortaba su cuerpo.
— Me haré más fuerte, lo prometo —murmuró la muchacha, antes de caer en un sueño profundo.
Comments for chapter "05"
QUE TE PARECIÓ?