Astrid: La Búsqueda - 06
Algunos días antes, en la entrada del pueblo de Skatvik, ya siendo cercana la medianoche, un joven realizaba su turno de guardia en un puesto de vigilancia, normalmente usado para identificar con tiempo a quienes se acercaban al poblado y así saber cómo proceder. Sin embargo, la altura de aquella edificación era inútil en la oscuridad de la noche, por lo tanto, su trabajo se hacía un poco aburrido.
Un repentino grito alarmó al muchacho, quien, con la ayuda de su antorcha, trató de dar con el origen de este.
— ¡Por favor! ¡Que alguien nos ayude! —se oyó a la distancia.
Al ver con más detención, el joven distinguió una silueta que se dirigía hacia donde él estaba. Esta era Fjola, quien corría con Astrid en sus brazos. La maga lucía inconsciente; una venda improvisada teñida en carmesí apretaba la herida de su pierna. Su rostro estaba sucio y más pálido que de costumbre. Fjola lucía exhausta y su cara estaba empapada en sudor debido a la cantidad de tiempo que corrió sin detenerse. Al ver aquello, el muchacho no dudó un segundo en abandonar su puesto para brindarle auxilio.
— ¡Síganme, conozco a alguien que puede ayudarlas! —exclamó el joven para luego echarse a trotar.
Fjola no titubeó y siguió al desconocido hasta una residencia de dos pisos, en cuya entrada los esperaba una mujer cercana a los treinta años cuyo rostro lucía serio al ver al grupo acercarse a su residencia.
— ¡Señorita Esna! —gritó el muchacho.
— Regresa a tu puesto Finrod, yo me encargo de lo demás —respondió la mujer, sin perder la calma. El muchacho dejó a Fjola y Astrid para volver a vigilar la entrada del pueblo. Mientras la mercenaria se acercaba a la mujer, esta agregó—: Apresúrate y llévala dentro, ponla sobre la mesa.
Fjola obedeció y de inmediato depositó a Astrid sobre una mesa que había sido convenientemente despejada para ella. Esna, dueña del lugar, retiró rauda la venda que traía Astrid y vio la herida que tenía en su pierna.
— Una herida de virote… ¿Acaso estuvieron peleando contra la Cruzada Divina? —preguntó Esna, mirando fijamente a la exhausta mercenaria. Fjola palideció ante la repentina pregunta de la mujer. Al ver la reacción de la espadachina, esta se apresuró en agregar— Calma, no estoy con la Cruzada, pero digamos que no es la primera vez que trato heridas así de graves…
De pronto, golpes se sintieron en la puerta, provocando que Esna diese un bufido demostrando su molestia, ya que, no le gustaba que la interrumpieran mientras daba explicaciones. Siendo más evidente su ánimo al abrir la puerta.
— ¿Quién demonios eres tú y cómo Finrod no corrió a avisarme de que otro extraño había entrado al pueblo?
— Tranquila, no soy un enemigo de las chicas —se pudo oír una voz que llamó la atención de Fjola—. Solo digamos que no me gusta llamar la atención, señorita.
— ¿Robin? —dijo Fjola.
— ¿Conoces a este sujeto? —preguntó Esna, mientras que el ladrón asomaba su rostro desde afuera.
— Sí, déjalo entrar por favor —respondió Fjola tras confirmar su interrogante.
— Está bien… espero que no haya más interrupciones —reclamó Esna.
Esna dejó entrar a Robin, cerró la puerta y regresó para revisar el estado de Astrid. Luego de unos segundos observando a la muchacha, Esna se arremangó su blusa y dio un gran suspiro.
Entonces, comenzó a recitar una canción en un extraño idioma que los muchachos no lograron descifrar. Las ramas de los enormes árboles de los alrededores empezaron a crujir al ritmo de la melodía que Esna cantaba y, de pronto, lo que parecía ser un recital, resonó estruendosamente en el lugar. Pequeñas luces verde agua comenzaron a aparecer alrededor de la mujer, sorprendiendo a Robin y Fjola, quienes observaban la escena sin pestañear.
Esna cesó su canto, para comenzar a tararear la melodía, mientras los árboles dejaban de sonar. Con la punta de los dedos, la posadera recolectó una a una las luces y una vez que todas estuvieron en su poder, acarició suavemente la herida de Astrid, manteniendo sus ojos cerrados, en total concentración. La herida comenzó a regenerarse de forma acelerada, hasta lucir como si nada hubiera pasado. Esna dejó de tararear para secar el sudor de su frente, al mismo tiempo que respiraba profundo: había terminado.
— He logrado detener la hemorragia, reparado la fisura en su hueso y cerrado la herida parcialmente. Sin embargo, el dolor permanecerá durante varios días y ella no podrá caminar a gusto —comentó Esna, mientras Fjola y Robin no le quitaban los ojos de encima.
— ¿E-Es una bruja? —se atrevió a preguntar Fjola, sin ocultar su asombro—. Ya se me hacía extraño que supiese que veníamos hacia este pueblo.
— Espera, Fjola, ¿esta mujer las estaba esperando? —comentó Robin igual de sorprendido, para luego dirigirse a su anfitriona—. Perdón por haber interrumpido con mi llegada…
— Un momento… —interrumpió Esna para dirigirse a la mercenaria—. ¿Tu nombre es Fjola?
— Robin lo dijo, pero sí, mi nombre es Fjola… —respondió la mercenaria, pero no alcanzó a terminar su frase, ya que Esna le dio un gran abrazo, lo que aumentó aún más su asombro y, naturalmente, sus dudas acerca de aquella extraña mujer.
— Creía que estabas muerta, tu padre anunció tu deceso en la plaza de Nordskot. Unos bandidos te habían dado muerte, lejos del pueblo, hace varios años… No me había perdonado el que hubieses muerto y no haberte rescatado de las garras de ese… ese… hombre… —dijo Esna, sin separarse de la mercenaria, temblando emocionada.
— Espere un momento, señorita… ¿Esna? —interrumpió Fjola, evidentemente confusa e incómoda, para luego separarla de sí y preguntar—. ¿Cómo sabe usted tanto de mí y mi familia? Jamás en mi vida la he visto.
— Perdón por mi poca cortesía, señorita Fjola —exclamó sonriente la posadera, para luego agregar—. Mi nombre es Esna Della Fontana, soy veterana de la Guerra del Gran Norte. Tuve lazos con todos los magos que existieron en el reino, incluyendo a tu madre.
— ¿Usted conoció a mi madre? —preguntó Fjola con sorpresa— Estoy muy confundida, mi madre no era una bruja…
— Ah… —suspiró Esna, con un aire decepcionado. Fjola y Robin la observaban intrigados, Esna dio otro gran suspiro, más lastimero que el anterior, y comentó.
— Tu madre estaba perdidamente enamorada de ese hombre, a tal punto que negó su propia naturaleza. Se dio cuenta bastante tarde del tipo de persona que es ese maldito y eso le costó la vida… ¿Recuerdas cuando ejecutaron a tu madre? Estabas ahí.
— Eso sí lo recuerdo… Pero no esperaba que fuese por ser una bruja de verdad. Yo pensaba que era una excusa como todas las que usa la Cruzada para matar a los ciudadanos. ¡Mi padre despreciaba a mi madre! Ella siempre trató de que no me convirtiera en un soldado y darme la educación de una mujer de bien, pero mi padre siempre la humilló y ninguneó e hizo caso omiso a sus peticiones… —respondió Fjola, bastante afectada por revivir aquellos dolorosos recuerdos.
— Entonces, ¿Mana nunca menciono algo acerca de su verdadera naturaleza? Pensé que tus recuerdos habían sido modificados… —dijo Esna. Luego de reflexionar un par de segundos, agregó—: Bueno, no importa, será mejor que me encargue de esta pequeña por ahora. ¿De dónde sacaron a este retoño tan adorable? Siento una gran cantidad de éter en ella que no había percibido en años.
— Su nombre es Astrid —se apresuró en contestar Robin—. Es una muchacha que viaja en búsqueda de su padre…
Esna quedó fría ante la respuesta de Robin y no despegó sus ojos de la muchacha, que aún yacía inconsciente sobre la mesa. Esto preocupó a los chicos y un silencio incómodo se formó en el ambiente, causando una pequeña molestia en el estómago de ambos viajeros.
— ¿Astrid, dijiste? —preguntó Esna, rompiendo el silencio del ambiente—. Ahora entiendo por qué sentía un aura tan familiar en ella… no esperaba que su madre la dejara salir alguna vez de su hogar… —Esna se detuvo y se dirigió nuevamente a Fjola—. ¿Conservas aún el virote que tenía en su pierna, Fjola?
— ¡S-Sí! Se lo doy de inmediato —exclamó Fjola, buscando rápidamente en su mochila. En unos instantes sacó un virote envuelto en un pañuelo y se lo entregó a Esna, quien lo examinó minuciosamente.
— Mmm… conque aquella bruja sigue viva después de todo… —musitó Esna, para luego dirigirse a sus invitados—. Verán, este virote tiene un veneno bastante potente que invade el cuerpo de la víctima y puede provocar su muerte en un par de horas. La Cruzada Divina lo usa par dar caza a los magos, evitando que puedan usar su magia para regenerar sus heridas o mantenerse lúcidos… —la mujer desvistió el abdomen de Astrid y colocó sus dedos sobre él. Luego, dio un gran suspiro y sus manos comenzaron a teñirse de negro; estaba extrayendo el veneno que invadía el cuerpo de la maga. Con un rostro de dolor, juntó sus manos y formó una pequeña esfera líquida de un color púrpura muy oscuro, que contuvo con mucha maestría, agregando: — Aquella mujer ha perfeccionado su asquerosa habilidad desde la última vez que traté de rescatar a alguien; pero el que hayas gastado hasta tus últimas fuerzas en traer a Astrid hasta acá, ayudó enormemente a salvar su vida. Muchos de los magos que he tratado de salvar, llegaban por sus propios medios, provocando que el veneno se distribuyera más rápido por su cuerpo, debido al esfuerzo físico y no lograban sobrevivir al ritual que presenciaron.
Fjola dio un suspiro de alivio al ver que Esna sabía bastante bien lo que hacía, para lograr que Astrid dejara de estar en riesgo. Robin observó a Esna, quien en ese instante guardaba el veneno extirpado en un frasco que tomó de un armario, ubicándolo junto a varios más, cuidadosamente ordenados. Hecho esto, Esna puso las vendas en una olla con agua hirviendo que tenía preparada y lavó sus manos en una fuente con agua fría y un jabón artesanal.
— Ahora que tengo huéspedes en mi posada, debo atenderlos como se merecen —exclamó Esna, una vez limpias sus manos, y alegremente agregó—: Prepararé un tentempié para ustedes, imagino deben tener hambre. ¿Serían tan amables de llevar a Astrid a la habitación de arriba mientras preparo todo? La puerta está abierta, no se perderán.
Fjola y Robin asintieron y de forma rauda se organizaron para llevar a la muchacha a su nueva habitación. Robin tomó en brazos a Astrid, sorprendiéndose de su ligereza. Fjola ingresó primero al cuarto, con el fin de preparar la cama para que esta recibiera a la muchacha. Al terminar, ambos bajaron, para apreciar que la misma mesa que había servido para atender a Astrid, ahora se encontraba reluciente y con muchas cosas para comer en ella. Extrañas criaturas rondaban el salón, quienes huyeron del lugar al verlos.
— Normalmente no uso mi magia para estas cosas mundanas, pero es demasiado tarde y necesito descansar, así que solicité ayuda a unos amigos. Pero no le cuenten a nadie, ¿está bien? —exclamó Esna con una gran sonrisa, al ver bajar a sus huéspedes, recibiendo la misma sonrisa de parte de ellos.
Una vez sentados ante la mesa, Esna les ofreció té a ambos, quienes aceptaron con bastantes ganas, y comenzaron a comer unos extraños bollos rellenos con mermeladas de diversos frutos del bosque. Poco a poco, Fjola y Robin recuperaron sus colores habituales, ya que el dulzor de la mermelada los relajó de la enorme preocupación que habían vivido.
— Astrid estará bien, aunque me es incierta la cantidad de días en que ella no reaccionará a nada. Pero no desesperen, se recuperará; se los aseguro —comentó Esna a los muchachos, para luego tomar un sorbo de su té.
— ¿Señorita Esna? —interrogó Robin, con dudas sobre el nombre de su anfitriona—. ¿Cómo supo que Fjola venía hacia su posada?
— Eres muy perspicaz, muchacho —respondió Esna, sorprendida por la pregunta del ladrón—. No debería, pero les responderé: Los magos poseemos la capacidad innata de detectar el éter de otros seres. El éter es la energía que poseemos todos los seres vivos, pero solo los magos tienen la capacidad de manejarla a placer. Todas las cosas maravillosas que podemos hacer son posibles gracias a aquella energía. Pude percibir a Fjola y Astrid mientras se acercaban a la ciudad. Ambas poseen un aura de mago inconfundible.
— ¿Ambas? —Preguntó Fjola.
— Por supuesto, eres hija de una maga, Fjola, ¿no te lo había dicho? —respondió Esna—. Aunque tu aura tiene algo distinto a la de los magos normales; quizás seas una Ignamisa. Es el nombre de los bendecidos del éter que no pueden utilizarlo, de no ser por ello serías una maga, como nosotras.
Fjola y Robin se miraron incrédulos y Esna se largó a reír por sus expresiones.
— ¿Después de todo lo que presenciaron les cuesta creerme? ¡Por Odín! —reclamó Esna entre risas, pero luego de un momento, su expresión cambió a una más triste —. Bueno, cambiando el tema… — Esna se pausó por unos segundos, dubitativa, pero continuó —. Fjola… tu madre fue una persona maravillosa, de hecho, casi luces como ella en su juventud, cuando éramos amigas —Esna bebió un poco más de su té antes de proseguir—. Sin embargo, luego de conocer a tu padre, ella cambió totalmente y se alejó de nosotros guardando un silencio cómplice ante los horrores que él cometió durante y después de la guerra. Presencié su ejecución con impotencia, y me juré a mí misma sacarte de ese infierno, pero me fue imposible siquiera acercarme al castillo en donde vivías, la seguridad de ese lugar era impenetrable y terminé rindiéndome cuando tu padre anunció tu muerte públicamente un par de años después.
— ¿Y cómo logró entrar en Nordskot sin que la reconocieran, señorita Esna? Digo, usted era parte del ejército de Morgan, alguien con tal fama sería muy fácil de reconocer… —cuestionó Fjola, un poco incrédula ante lo que escuchaba.
— Un mago experimentado puede hacer muchas cosas con sus poderes, entre ellas el cambiar de apariencia el rostro de las personas… Aunque, lo que hice con el mío para evadir a la Cruzada Divina fue más una acción desesperada… Ahora que lo recuerdo, lo más seguro es que Astrid no conozca el verdadero rostro de María pues lo modifiqué también.
— Hablando de modificar… ¿Y eso de modificar los recuerdos que mencionó hace un rato? —preguntó Robin, haciendo que Esna se sobresaltase un poco. A pesar de lo que aparentaba, Robin prestaba muchísima atención a cada detalle de las conversaciones y ello la inquietaba un poco—. No esperaba que existiese alguien con esa habilidad.
— Son poderosas habilidades que los magos juramos nunca utilizar, sea para el bien o el mal. El poder del éter es inmenso y nosotros, los magos, llegamos a este mundo a servir a los nuestros, no a dañarlos —respondió Esna—. Si mal no recuerdo, hay varias maestrías que fueron prohibidas en los tiempos de la Societas Magus, previo a la Cruzada Divina; naturalmente, tarde o temprano uno de los nuestros se corrompería y desataría el caos…
— Vaya… —se lamentó Fjola para luego llevarse otro bollo con mermelada a su boca.
— Una vez terminemos la merienda será mejor que vayamos a prepararnos para dormir; todo este ajetreo me dejó agotada, llevaba bastante tiempo sin usar mis habilidades con tanta intensidad —agregó Esna, para luego ponerse de pie y retirar los utensilios que usó para comer—. Mañana tenemos mucho que hacer para cuidar a Astrid.
Una vez terminada la merienda, Fjola y Robin se turnaron para darse un baño y acomodarse en sus respectivas habitaciones. Mientras tanto Esna, con la ayuda de los seres mágicos que había llamado anteriormente, terminaba de dejar todo limpio, para luego tomar también un baño e irse a dormir, no sin antes darle a sus huéspedes un recordatorio:
— No olviden que están en una posada y deberán pagar por los días de estadía y las habitaciones. Los servicios mágicos, sin embargo, corren por cuenta de la casa —exclamó la posadera antes de encerrarse en su habitación.
Fjola dio las buenas noches a Robin, cerrando a continuación la puerta de una pequeña habitación, contigua a la que estaba utilizando Astrid. Luego de entrar en su cama, la mercenaria cayó de inmediato dormida. El viento comenzó a mover las ramas de los árboles, las cuales golpearon la estructura de la posada de forma sonora y escalofriante, pero ello no fue suficiente para perturbar el profundo sueño en el que Fjola se había sumido.
* * *
Fjola despertó sobresaltada. Los rayos de sol acariciaron suavemente su espalda con su calidez y el aroma de un delicioso pan recién horneado llegó a su nariz, mientras restregaba sus ojos para quitarse la somnolencia de encima. Todo lo que su mente le había mostrado antes de despertar, eran recuerdos de la pesadilla que había vivido días atrás. Sin embargo, al oír risas femeninas provenientes del primer piso, recordó que todo por fin había terminado y suspiró aliviada.
Rauda, se cambió de ropa y bajó al comedor, en donde Esna conversaba con Astrid acerca de las aventuras que había vivido junto a los padres de la chica, cuando eran más jóvenes. La mercenaria alcanzó a escuchar las recriminaciones de Astrid hacia su anfitriona, por el hechizo que esta había lanzado a su madre para esconderla de la Cruzada, dejándole claro sus ganas de conocer el verdadero rostro de María. Al ver a su amiga, la sonrisa habitual de Astrid no se hizo esperar.
— ¡Fjola! —exclamó la muchacha con mucho entusiasmo, provocando que su amiga sonriera de forma automática.
— Buenos días, chicas —saludó Fjola con una voz bastante suave.
— Buenos días, Fjola, bebes tener hambre. Ven, pasemos al comedor para desayunar, te estábamos esperando —intervino Esna, para luego ponerse de pie, seguida de Astrid, quien con mucho esfuerzo y ayuda de Fjola, intentaba volver a caminar lo más pronto posible.
Fjola sintió que el aura de Astrid había cambiado luego de todo lo que había sucedido. Quizás esta mala experiencia la había hecho un poco más fuerte para enfrentar su búsqueda, pero evitó pensar mucho en ello, ya que su amiga necesitaba ayuda para sentarse.
Una vez listas para desayunar, Fjola preguntó a Astrid.
— ¿Robin ya se ha marchado?
— ¿Se marchó? —preguntó Astrid—. Con razón se me hizo extraño no verlo en su habitación esta mañana.
— Es verdad —agregó Fjola—, no tuve oportunidad de contártelo. Verás, le di el encargo que la dueña de la taberna de Kvitingan nos había entregado, para que pudiera conseguir dinero y así continuar su viaje. Él esperó a que estuvieras sana y salva para marcharse sin culpas. Recuerda que su hermana puede ser ejecutada en cualquier momento.
— ¿Y de dónde sacaremos nosotras dinero para seguir viajando? —preguntó Astrid, preocupada.
— Tampoco podíamos acarrear madera, menos ahora contigo lastimada, mocosa —respondió Fjola un tanto exaltada—. Además, con el dinero de ambas no será necesario trabajar; ya no podremos dormir en pueblos, porque la Cruzada está tras nuestros pasos y debemos mantenernos ocultas lo más posible… que irónico, nos ayudarán a ahorrar dinero —A Astrid no le gustó mucho esto último, por lo cual una mueca de resignación no se hizo esperar.
— ¿No querías ser una aventurera? ¿Eh? —molestó Fjola a su compañera, quien infló sus mejillas, disgustada, provocando que la mercenaria riera de buena gana—. Hubiese sido terrible haberte perdido, es un alivio que sigas acá.
Astrid sonrió ante las palabras de su compañera y Esna regresó a la mesa con un enorme jarro, dando la señal de que podían empezar a desayunar.
Rato más tarde, Fjola salió de la posada para estirar las piernas, luego de estar tantos días encerrada, pendiente de la recuperación de Astrid. Su caminata la llevó hasta una pequeña plaza en la que pudo admirar la hermosa arquitectura de las casas que componían el lugar: una extraña y cautivadora mezcla entre lo humano y lo natural que contrastaba enormemente con lo visto en otros poblados del continente que había visitado.
Una suave melodía de cuerdas llegó hasta sus oídos, llamando su atención. Cerca de donde ella estaba, un joven pelirrojo afinaba su lira, dispuesto a dar un pequeño espectáculo callejero. Tras él, una pequeña caravana y una joven yegua que comía heno esperaban a que el bardo terminase.
Sin pensarlo mucho, Fjola se unió al pequeño tumulto que se formó alrededor del joven, expectante a lo que estaba a punto de empezar.
Con una maestría increíble, el joven comenzó a tocar una melodía animada, que provocó aplausos en el público que seguía el ritmo durante la presentación del bardo, animando aún más el ambiente. Una melodiosa, pero poderosa voz resonó en los oídos del público, hipnotizándolo, hasta que de pronto se silenció en un suspiro.
Luego de una corta pausa, los vítores y aplausos no se hicieron esperar, junto a pequeñas donaciones en oro o especies, que iban siendo entregadas a sus pies. Fjola dio un par de monedas de oro al joven y le dirigió la palabra.
— Eso fue asombroso, muchacho —alabó la mercenaria, provocando que el joven reaccionara nervioso.
— G-Gracias, señorita —respondió el bardo.
— Vamos, si mi cara tampoco es tan intimidante —reclamó Fjola, un poco molesta.
— N-no, no es su cara, solo que las mujeres hermosas me descolocan un poco… —se apresuró en responder el muchacho con voz titubeante.
— Si estás tratando de coquetear conmigo, déjame decirte que eres bastante malo —exclamó Fjola, mientras sonreía burlona. Entonces, agregó—. Aunque… Verás, una amiga está en la posada, pero no puede salir porque tiene su pierna lastimada y le cuesta caminar. ¿Estarías dispuesto a dar una función privada?
— ¡Encantado! —exclamó el bardo, comenzando a recoger las ganancias que acababa de recibir para guardarlas en su caravana—¡Ah! Mi nombre es Ronan, un placer conocerla. ¿Puede indicarme dónde está?
— Sígueme, yo te guiaré —respondió Fjola. Así, guio al bardo y su caravana hacia donde ella y Astrid estaban alojadas.
Una vez allá, Fjola pidió al bardo esperar fuera, mientras ella entraba a la posada en busca de Astrid. Momentos más tarde, la mercenaria traía a Astrid en brazos, sentándola en un tronco caído cerca de la entrada.
— ¿Qué sucede Fjola? —preguntó Astrid entre risas.
— Me encontré con este bardo cerca de la plaza del pueblo y le pedí que te diera una función privada, ya que no puedes salir por ti misma aún —respondió Fjola, a lo que Astrid sonrió y se dirigió al muchacho.
— Encantada de conocerlo, joven bardo, mi nombre es Astrid —dijo la maga con su habitual sonrisa, contagiándola al bardo de forma involuntaria.
— M-Mi nombre es Ronan —respondió el muchacho—, vengo desde el sur del continente, con la intención de llevar mi música hasta el rincón más alejado de este mundo —la declaración hizo que ambas muchachas exclamaran con asombro, mientras el joven continuaba— Por favor, tomen asiento y disfruten del espectáculo.
Ronan, comenzó a tocar su lira, mientras Astrid y Fjola lo observaban atentas y encantadas ante la habilidad del muchacho. De improviso, la joven bruja empezó a cantar junto a Ronan, quien entusiasmado continuó con el espontáneo dueto, durante un par de canciones. Una vez terminado el espectáculo, al tiempo que ambas muchachas aplaudían, el joven hizo una reverencia y se dispuso a subir a su caravana. Sin embargo, fue detenido por Fjola, quien le extendió varias monedas de oro como pago por su espectáculo.
— No, no serán necesarias —rechazó Ronan—. Con lo que recibí en mi función anterior es suficiente por hoy. Además, voces como la de la señorita Astrid no se oyen todos los días.
Astrid se sonrojó ante el cumplido, a lo que respondió apresurada:
— Es que mi madre me cantaba muchas de esas canciones cuando era más pequeña, fue un viaje muy agradable a mi infancia. Gracias por su dedicarnos su tiempo, joven Ronan —agregó Astrid, sin ocultar su sonrisa.
— Vaya, vaya —exclamó Esna, quien se había sumado al público sin que los demás se diesen cuenta—Ha pasado bastante tiempo sin ver un bardo por estos lados, pensé que la Cruzada los había prohibido.
— Pensé lo mismo al salir de mi ciudad, pero por suerte Eoghan levantó aquella ley hace un tiempo, al menos es lo que me han dicho en varios pueblos en los que he estado —respondió Ronan a la posadera.
— Al fin algo en lo que ese malnacido se haya flexibilizado durante estos años —respondió Esna— Que nos haya negado incluso la música…
— ¿De verdad los bardos estuvieron prohibidos? —preguntó Astrid muy indignada—¿Qué clase de hombre es ese tal Eoghan?
— De la peor calaña que puedan imaginar… —respondió Ronan cabizbajo, una vez analizó su cruce de palabras con las chicas que estaban junto a él, agregó firmemente—. Ahora que lo recuerdo, también busco a alguien, hay rumores en las tabernas de que una bruja está causando estragos por estos lados, ¿han oído algo?
— No —respondió Fjola, alarmada por la noticia que el bardo les acababa de entregar, pero sin dar señales de preocupación—. Llevamos varios días acá y no hemos sabido muchas noticias de otros pueblos.
Esna observó sorprendida a Fjola, pero luego recordó una pequeña conversación que tuvieron mientras Astrid dormía, un par de días atrás.
* * *
—Si Astrid despierta, ¿vendrías con nosotras Esna? —preguntó Fjola, mientras cenaban. Robin se había ido a dormir temprano y Astrid continuaba sin despertar— Tu magia nos ayudaría mucho en caso de que sigamos peleando contra la Cruzada Divina.
Esna observó con una expresión triste en el rostro a Fjola, dando a entender que no era la primera vez que le hacían aquella pregunta.
— Lo siento, pero no me siento preparada para enfrentar a la Cruzada Divina… Tengo mucho miedo de ellos… Mírame, perdí todo lo que amaba por su culpa —respondió Esna con una voz lastimosa—. Perdona mi egoísmo, pero siento que mi vida terminaría en cualquier momento al salir de este pueblo. He visto a la muerte de cerca muchas veces, Fjola; no quiero terminar igual que mis camaradas.
— Está bien, Esna, tampoco quería presionarte —agregó Fjola, buscando calmar a su anfitriona.
De pronto, un recuerdo vino a su mente, por lo que dirigió la palabra a la posadera nuevamente.
— Esna, ¿qué tal si vas a ver a la madre de Astrid? —preguntó Fjola— Ahora que ella viaja conmigo, su madre ya no tiene la necesidad de ocultarte de ella. Seguro tienes muchas ganas de verla, ¿verdad?
— Tardaría una eternidad en llegar allá —dijo Esna, entre lágrimas y risas—. Creo que necesitaba llorar hace mucho tiempo; he vivido muchas cosas desde el final de la guerra…
* * *
Astrid levantó la voz sacando a Esna de sus pensamientos; Fjola observó a Astrid incrédula, mientras que Ronan tenía una sonrisa de oreja a oreja.
— Espera Astrid, ¿estás segura de…? —preguntó Fjola un tanto nerviosa.
— ¡Vamos, Fjola! ¿Cómo puedes desconfiar de este joven? ¡Es un músico! Mi madre siempre me decía que los músicos nunca se corrompen, porque producen algo muy puro. Sería absurdo que él fuera parte de la Cruzada Divina —respondió Astrid, con una gran sonrisa.
— ¿De verdad usted es aquella bruja, señorita Astrid? —preguntó incrédulo Ronan, cuidando que no se escuchara más allá de la posada.
— Oye, muchacha, ¿eres idiota? —preguntó Esna poniéndose al corriente de lo que estaba sucediendo—. Sabes lo que conlleva que alguien más sepa tu secreto, ¿verdad?
— Estoy dispuesta a tomar el riesgo, señorita Esna —respondió Astrid, muy decidida—. Algo en mí me dice que este joven es de confiar.
— Bueno, si Astrid está de acuerdo, yo no tengo objeción… Por lo tanto, ¿cuál será nuestro destino ahora, Ronan? —preguntó Fjola, dando una leve sonrisa a su nuevo compañero.
— ¡Casi lo olvido! —agregó Ronan—. Debo contarles el motivo por el que necesito a una bruja.
Astrid y Fjola se observaron, cayendo en cuenta de su reciente acción y sonrieron incómodamente, mientras Esna las observaba con reprobación.
— Claro, y esta cabeza hueca va y suelta su secreto sin más —exclamó Esna un tanto irritada por lo descuidada que resultó ser Astrid. Le recordó a cierto mago que extrañaba tanto como a María.
— Pues verán… —Comenzó Ronan— Como les dije hace un rato, provengo desde el sur del reino, desde un pueblo costero llamado Ersvik.
— ¿Costero? ¿Cerca del mar? —exclamó Astrid entusiasmada.
— Así es, aunque mi familia no se dedicaba a la pesca como la gran mayoría del pueblo, más bien éramos leñadores y cortábamos árboles para los carpinteros del muelle. Esta lira fue un regalo de uno de ellos, de hecho —dijo Ronan, mostrando su lira a las muchachas. Entonces, continuó—. Sin embargo, nuestra paz terminó cuando la Cruzada Divina irrumpió en mi pueblo y se apoderó de él. Muchos de nuestros vecinos levantaron las armas y resistieron la invasión, pero el general a cargo de los soldados de la Cruzada era nada más ni nada menos que un brujo. Su poder superó el de nuestros hombres más fuertes, sumiendo a mi pueblo al régimen de Eoghan y sus hombres.
— ¡Un brujo! —exclamaron las tres mujeres al mismo tiempo, no esperaban que los brujos estuviesen invadiendo los pueblos.
— Si, hipócritamente, la Cruzada Divina, quien pregona el odio a la magia, usa magos para lograr su cometido —dijo Ronan.
— ¿Qué sucedió con los pobladores, joven Ronan? —preguntó Astrid.
— Muertos, los que sobrevivieron fueron encarcelados, entre ellos están mis padres, quienes me pidieron no involucrarme en esto… —respondió Ronan—. Al ver que habíamos sido derrotados, tomé una caravana y a Hope, mi yegua y escapé del pueblo para nunca más volver. Desde entonces, he viajado con la esperanza de algún día encontrar a una bruja que pueda vencer a ese hombre. Han pasado casi dos años desde entonces y no he tenido noticias de mi familia.
— Este… joven Ronan… —intervino Astrid—. Siento desanimarlo más, pero yo no sé utilizar mis habilidades…
— Digamos que lo del comandante fue un desafortunado incidente del cual Astrid fue acusada —agregó Fjola—, pero esta muchacha es incapaz de matar una simple mosca.
— ¡Me da igual! —exclamó el bardo, aún más entusiasmado—. Nadie ha creído que un brujo esté ayudando a la Cruzada Divina, son las primeras que no han dudado de mí, ni me han tratado de loco. Me honraría su compañía, al menos para no pelear solo.
Fjola y Astrid observaron al joven en silencio por unos segundos, su rostro lleno de pecas y ojos verdes mostraba mucha determinación.
— Mi espada estará a tu servicio, Ronan —dijo Fjola, muy seria tras aquella pausa. Algo en aquel muchacho le removía las entrañas, un extraño presentimiento hizo que la confianza de la tosca mercenaria se doblegara ante el entusiasmo del joven bardo, también pensó que se le había pegado lo idiota de Astrid.
— Cuente conmigo también, joven Ronan —agregó Astrid, quien estaba arriesgando su vida para ayudar al bardo—. Si bien no sé acerca de la magia, puede que viajando con usted pueda aprender algo y serle de ayuda.
Ronan las observó fijamente, sin poder ocultar un par de lágrimas de alegría ante lo que estaba ocurriendo ante sus ojos.
— Muchas gracias muchachas, prometo no defraudarlas —dijo Ronan.
Esna observó a los muchachos en silencio mientras conversaban. El aura que ellos emanaban llenó de nostalgia su corazón. Haciéndole recordar tiempos junto a sus camaradas que no volverían jamás.
— ¿Saben? —intervino Esna—. Necesitarán hacer espacio y un poco de limpieza en esa caravana para que puedan viajar juntos. ¿Qué tal si se preparan antes de partir?
Astrid y Fjola observaron a Esna y sonrieron. Estaba decidido: Su nuevo rumbo sería el distante pueblo de Ersvik en compañía del carismático bardo. Quizás el hecho de ayudar a alguien más permita a Astrid completar su búsqueda.
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