Astrid: La Búsqueda - 07
Horas más tarde, luego de almorzar por última vez junto a Esna y agradecer su hospitalidad entre abrazos y lágrimas, la caravana rodaba tranquilamente por un sendero en dirección al sur.
Ronan dirigía a Hope, su yegua, desde el asiento del conductor, mientras Astrid dormía apaciblemente dentro del carruaje, cubierta con una manta de lana, que le fue obsequiada por Esna, para evitar que el aire fresco del bosque enfriara su cuerpo. Fjola, a su vez, caminaba al ritmo de la yegua para ejercitar sus piernas luego de estar tanto tiempo estancada en el pueblo, acariciando suavemente la crin de Hope, sin que el animal opusiera resistencia alguna.
— No puedo agradecerte lo suficiente por habernos permitido viajar en tu caravana, Ronan. Con la herida de la pierna de Astrid nos hubiese costado mucho seguir viajando de incógnito —comentó Fjola al bardo.
— No es nada, señorita Fjola. De hecho, yo soy quien debería agradecerles. Aceptaron ayudarme, aún sabiendo que se expondrán al peligro —respondió Ronan, sin ocultar su entusiasmo.
— Tarde o temprano nos tendremos que enfrentar a la Cruzada Divina; tenemos lazos indeseados con ellos —agregó la espadachina, mientras su cabello se movía por la fuerza de una inesperada briza helada.
— ¿O sea que sí tienen que ver con la muerte del comandante de Kvitingan? —preguntó Ronan, intrigado.
— Sí, Pietro trató de matar a Astrid cuando íbamos camino a Skatvik. De hecho, la herida de su pierna es producto de un virote envenenado que él le disparó —respondió Fjola.
— ¿Acaso usted… lo asesinó? —preguntó Ronan, mientras recordaba la espada que portaba Fjola y que permanecía dentro de la caravana.
— No, no fui yo —respondió la mercenaria—. Fue un hombre llamado Robin, un ladronzuelo que nos encontramos en la taberna de Kvitingan, y que volvió a aparecer en el camino. Pero la Cruzada nunca supo de su existencia, así que creemos que nos culparán por la muerte de aquel malnacido.
— Vaya lío… —dijo Ronan, para luego cambiar el tema—. Pero ¿de verdad la señorita Astrid no puede usar su magia? Digo, ella es una bruja después de todo…
— Creo que les debo una explicación más detallada acerca de ello, muchachos… —interrumpió tras ellos la dulce voz de Astrid, quien lucía despeinada debido a su reciente siesta. Luego de bostezar y sentarse cuidadosamente al lado de Ronan, continuó—. El mayor motivo por cual no sé usar mi magia es mi madre.
— ¿Tu madre? —preguntó Fjola.
— Así es —respondió Astrid—. Verán, una vez terminada la Guerra del Gran Norte, con la victoria de la Cruzada Divina sobre los magos, mi madre y la señorita Esna fueron perseguidas para darles muerte.
Yo tenía poco menos de dos años cuando esto ocurrió, así que no recuerdo nada, pero según lo que me comentó la señorita Esna, en su desesperación modificaron el rostro de algunos cadáveres para fingir nuestras muertes y que la Cruzada cesara su persecución. Entonces, ellas separaron sus caminos: la señorita Esna se asiló en Skatvik como dueña de una vieja posada, mientras que mi madre nos refugió en Aardal, el pueblo más alejado de Erinnere, para dedicarse a vivir una vida apartada de los lujos que siempre tuvo.
— ¿Lujos? ¿Tu madre fue una aristócrata? —preguntó Fjola, sorprendida.
— Así parece, al menos eso es lo que me comentó la señorita Esna—respondió Astrid—. Vivíamos una vida tranquila, cultivando nuestros propios alimentos. A veces, mi madre intercambiaba parte de las cosechas en Kvitingan o Serkenrode y daba viajes de varios días en los cuales me debía cuidar sola.
— ¿Serkenrode? —preguntó Ronan—. Nunca había oído de aquella ciudad.
— Es el puerto más alejado del norte de Erinnere, casi todo lo que llega desde otros continentes pasa por ese puerto…—respondió Fjola.
— ¿Puedo continuar? —interrumpió Astrid, un tanto molesta por las constantes intervenciones de sus compañeros.
— Sí, por favor —respondieron a coro.
— ¿En qué había quedado…? —dijo Astrid, tratando de recuperar el hilo de la conversación—. ¡Ah, sí! Hace muy poco descubrí que era hija de un mago; menos de dos semanas si mi memoria no me falla. Mi madre siempre me contaba que mi padre había muerto en la guerra, combatiendo a la Cruzada, sin ahondar en los detalles. El pueblo se había fundado con refugiados de la guerra, por lo cual nunca dudé de su versión. Sin embargo, mientras aseaba nuestra casa, durante uno de los viajes de mi madre, encontré un libro. Supuse que era una sorpresa para mí que ella estaba ocultando. Me sentí bastante mal al haberla descubierto…
— Me habías comentado que querías viajar a conocer el mundo —intervino Fjola.
— ¡Sí! Es que durante mi infancia leí muchos libros de aventuras épicas y enciclopedias que mi madre conseguía en sus viajes. También ella me enseñó a leer y escribir y algunas otras cosas —respondió la muchacha.
— Ahora entiendo por qué eres tan educada para hablar —recalcó Fjola—. De verdad tu madre fue una aristócrata…
— ¡Pero señorita Fjola! ¡La señorita Astrid estaba a punto de comentar acerca del libro que encontró! —interrumpió Ronan.
— Perdón —se lamentó la mercenaria.
— El libro no tenía nada especial cuando lo vi a simple vista más que su curioso diseño —continuó Astrid—, pero al intentar abrirlo, comenzó a brillar. Según la señorita Esna, lo más seguro fue que mi padre selló el libro con magia, para que alguien con éter pudiera leer lo que está escrito en él. Mientras brillaba, se abrió y reveló un mensaje en su primera página que decía: “Si lees esto, significa que ya sabes que eres hija de un mago. Búscame y entrégame este libro, Astrid.” —Fjola y Ronan exclamaron sorprendidos ante lo que Astrid les relataba— No sabía qué hacer. ¿De verdad el mensaje era para mí? ¿Mi padre era un mago? ¿Seguía vivo? Tenía muchas preguntas en mi mente, pero decidí esperar a mi madre para pedirle explicaciones acerca de lo que me había ocurrido. Una vez que llegó a casa, y luego de contarme quién era realmente mi padre y su relación con la Cruzada Divina, comenzamos a discutir.
* * *
— ¡Todo este tiempo sabías que mi padre podría estar vivo y me lo ocultaste! —exclamó Astrid notoriamente molesta—. ¿Tanto es el miedo que le tienes a la Cruzada?
— ¡Tú no sabes el horror que vivimos en aquellos años, Astrid! —exclamó María en respuesta.
— ¡Sabías que planeaba dejar esta casa para viajar por el mundo! ¿Y qué tal si la Cruzada Divina descubría que era una bruja y yo ni siquiera tenía conocimiento de ello? ¿Acaso planeabas esconderme toda la vida entre las montañas?
— ¡Claro que sí! ¡Eres lo único que me queda! ¡Tus abuelos, tu familia, todos ellos murieron para protegernos! ¡No pienso permitir que su sacrificio sea en vano, dejándote salir de este lugar!
Ambas se miraron fijamente, sin pestañear. Y luego de una pausa incómoda, Astrid abrió el libro que tenía en sus manos y se lo entregó a María. Ella leyó el mensaje que Morgan había dejado a Astrid, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Entonces, sollozó frente a su hija.
— Este libro nunca fue mío —agregó María—, Morgan me lo dio para que tú lo usases en caso de que perdiéramos la guerra. Sin embargo, luego de todo lo que sucedió después, no quise dártelo. Sí, sé que fui una egoísta, pero ¿qué esperabas que hiciera? ¿Que le dijera a mi única hija que ella era una maga, sin siquiera tener cómo enseñarle su propia disciplina? ¿Que la expusiera a un riesgo innecesario que tanto me costó alejar? Tu padre y yo queríamos vivir en paz luego de la guerra, pero él no está acá conmigo y si te vas, ¿cómo sé que volverás sana y salva? De verdad no soportaría verte partir y no saber si regresarás…
Astrid observó a su madre sin moverse de su lugar con sus ojos llenos de lágrimas. Se había dejado llevar por el egoísmo y había olvidado los sentimientos de María al momento de reprenderla por sus decisiones. Sin embargo, eso no la iba a detener de su ambición: recorrer el mundo del cual tanto había leído.
— Perdóname madre, pero no puedo quedarme más tiempo con tantas preguntas; debo salir a buscar a mi padre, cueste lo que cueste.
— Maldita mocosa… —refunfuño María mientras secaba sus lágrimas—. Sabía que no cambiarías de opinión sin importar lo que te dijese. Eres igual de testaruda que yo, que no escuchó a su madre y terminó en los brazos de un mago —Astrid sonrió ante la frase y María agregó—. Al menos nuestra discusión me ayudó a quitarme un peso que llevaba en mi corazón hace años… tenía que mantenerme fuerte criando a mi hija, quien quizás tendría el valor de cien magos para derrotar a la Cruzada Divina.
— ¿Mamá? —preguntó extrañada Astrid— ¿Qué quieres decir?
— Lo que quiero decir, es que sabía que este día llegaría, Astrid. Simplemente no quería asumirlo. Será mejor que comiences a preparar tus cosas para tu partida, antes de que me arrepienta de esto —exclamó María dando una sonrisa a su hija—. ¡Pero si vuelves acá sin tu padre, no te dejaré entrar en esta casa!
* * *
— ¿Entonces el que usted este acá significa que su madre se ha quedado sola en Aardal? —preguntó Ronan.
— Sí… siento que fui malagradecida de todo lo que ella ha hecho por mí durante este tiempo.
— Tu madre sabía que ibas a descubrir la verdad tarde o temprano, tal y como nos acabas de contar; además, ahora nos tienes a Ronan y a mí como compañeros de viaje, ¿no es genial? —exclamó Fjola, mientras daba una gran sonrisa a su amiga.
— Bueno, si ella supiera de esto, estaría un poco menos preocupada… creo. De igual modo, me frustra un poco terminar dependiendo de otras personas. Se supone que ahora soy una aventurera y debo saber valerme por mí misma —reclamó Astrid con evidente frustración.
Fjola y Ronan se observaron para luego estallar en risa. Astrid se sonrojó ante la reacción de sus compañeros; nunca había hablado de su vida personal con otras personas y el hacerlo en ese momento era bastante incómodo. Fjola, al ver su reacción, subió a la caravana y, luego de hacerse un lugar en el asiento del conductor, acarició el cabello de la maga.
— No digas estupideces así, pequeña. Tú no me contrataste para viajar contigo como guardaespaldas; eso quiere decir que estoy por voluntad propia junto a ti —consoló Fjola a Astrid.
— En realidad, es más frustrante no tener un hombro en el cual llorar cuando pasan cosas malas durante una aventura. Viajar solo es bastante deprimente —añadió Ronan con un ligero rubor en sus mejillas—. ¿No es así señorita Fjola?
— ¡Debo asumir que me caes mejor que el idiota de Robin, muchacho! —exclamó Fjola para luego abrazar a sus compañeros.
Astrid comenzó a reír ante la actitud de sus amigos, nunca había hecho amigos en Aardal, ya que entre el estudio y el trabajo del campo no pudo socializar más que en las reuniones de la aldea a las que asistía con su madre cada cierto tiempo. Un calor inundó su pecho, dejando una sensación agradable en ella; estaba feliz de haber logrado conseguir amigos. Mientras, la caravana continuó su camino, bordeando el río que venía bajando desde Skatvik, cuya corriente continuaba feroz e imparable hasta donde la vista se perdía.
Una vez que el ocaso comenzó a caer, Ronan detuvo la caravana dentro de un bosque y desamarró a Hope de la carrocería, para que esta descansara de la larga caminata. La yegua se acercó al río para refrescarse y comió del tierno pasto que el bosque le ofrecía. Al mismo tiempo, dentro de la caravana, Fjola dormía cubierta con la misma manta que Astrid usó un rato antes, y la maga revisaba, sin mucho éxito, el grimorio de su padre en búsqueda de más pistas para, quizás, dar con su paradero. Lo único que podía ver en el libro era el primer mensaje seguido de un montón de páginas en blanco.
De pronto, Ronan apareció tras ella, provocando que Astrid diera un chillido. Ronan rio suavemente ante la reacción inesperada de Astrid, encendió una lámpara que estaba en el techo y bajó de la caravana nuevamente. La bruja siguió con la mirada al bardo, a quien Hope se le acercó de forma cariñosa. El muchacho sacó un cepillo desde una alforja en su lomo y con él peinó la crin de la yegua. Astrid había leído mucho acerca de la amistad entre hombre y animales, pero nunca había visto una demostración tan afectuosa en su vida, ya que en su casa solo se dedicaban al cultivo. Al darse cuenta de que Astrid lo estaba observando, Ronan le sonrió, provocando que ella se sonrojara rápidamente; también era la primera vez que veía a un hombre de su edad de tan cerca y se sentía un tanto avergonzada.
Luego de cuatro días de viaje, la caravana de Ronan se estacionó cerca de una tienda en el pueblo minero de Osfund. Antes de su llegada a aquel pueblo, se habían detenido en un par de pequeñas aldeas para descansar durante el viaje. Allí se enteraron de que la Cruzada Divina había comenzado a mover a sus soldados para dar con el paradero de la bruja que había asesinado a Pietro. Ante esto, y por sugerencia de Fjola, tomaron un camino más largo para llegar a Ersvik: las montañas.
El motivo del desvío, según lo que relató Fjola camino a Osfund, era que los pueblos de montaña eran tierra de nadie. La Cruzada Divina no se involucraba con los asuntos de aquellos pueblos, porque existían grupos de bandidos que provocaban bajas importantes en su infantería. Aun así, existía el comercio con aquellos poblados, debido a la extracción de minerales y piedras preciosas que allí se realizaba; pero la presencia de soldados de la Cruzada era nula y disminuía el riesgo de los muchachos de ser capturados.
— ¡Todo listo! —exclamó Ronan una vez que terminó de acomodar un par de sacos con provisiones para el largo viaje a través de las montañas dentro de la caravana. Entonces, agregó—: Ahora necesito una buena cerveza. Así aprovechamos de dejar a Hope descansando, ya que nos llevó cuesta arriba todo este tiempo. Vi una taberna cerca de acá ¿Vamos?
— ¡Buena idea! Necesito relajarme luego de todos los nervios que vivimos durante el viaje hacia acá —concordó Fjola, muy entusiasmada.
— Nunca he probado la cerveza —comentó Astrid, con una mirada curiosa—. Quizás esta sea una buena oportunidad para ello, ¡vamos!
Una vez que todos estuvieron listos, los aventureros dirigieron la caravana hacia la entrada de la taberna y dejaron a Hope en un poste predispuesto para los equinos. El atardecer teñía las construcciones de la aldea y, poco a poco, la taberna comenzaba a llenarse de, al parecer, sus clientes habituales, quienes buscaban un relajo después de un día de arduo trabajo.
— Bueno, como les contaba en el camino —dijo Fjola una vez sentados en la barra de la poblada taberna—, por estos lados existían muchos bandidos que peleaban contra los soldados de la Cruzada Divina; muchos de ellos eran veteranos de la Guerra del Norte también, pero, hoy en día, ya no quedan más rondando por las montañas. Se dice que un mercenario los exterminó a todos por órdenes del señor que maneja estas minas. Aquel señor es la razón por la cual la Cruzada prefiere no dejar soldados acá. Ese sujeto es su aliado, así que prácticamente seguimos en territorio enemigo. Pero no desesperen, no creo que nos metamos en problemas.
— Eso me tranquiliza, ya no tendré que ocultarlas cada vez que pasemos por un poblado —comentó Ronan—. Aunque nunca había tomado este camino, me servirá para conocer mejor el continente —agregó el bardo, para luego beber efusivamente de su jarra.
— Esto sabe raro… —exclamó Astrid, mientras trataba de descifrar el sabor de la cerveza que recientemente había probado—. Aunque no me desagrada.
— Te acostumbrarás con el tiempo —comentó Fjola con mucho entusiasmo— ¡De verdad se siente mucho mejor beber en compañía de amigos!
Luego de varias jarras bebidas, Ronan tomó su lira y comenzó un pequeño concierto dentro del bar, con entusiastas canciones de guerra. El público, en su ebriedad, se avivó inmediatamente, provocando un coro ensordecedor. Astrid fue arrastrada por Ronan hacia el centro del bar en donde ambos comenzaron una extraña danza que la muchacha siguió con mucha dificultad, mientras los clientes del bar aplaudían a los bailarines. Fjola, quien continuaba sentada en la barra, los observó con una gran sonrisa en su rostro, la cual fue borrada súbitamente por la presencia de un individuo.
— ¡Pero miren a quien tenemos acá, no es nada más ni nada menos que a la famosa Súcubo! —Una voz rasposa y soberbia llegó a los oídos de Fjola, quien al voltear vio a un hombre mayor, cercano a los cincuenta años, obeso y calvo. Vestía un traje oscuro que parecía bastante costoso, pero a punto de romperse por el volumen de su cuerpo. A su espalda había dos mercenarios quienes trabajaban como sus guardaespaldas. El hombre movía sus dedos, atiborrados de anillos, de forma inquieta e irritante mientras hablaba, lo que provocó que Fjola diera un bufido furioso—. No esperaba que esta muchachita volviera a aparecer luego de haberme abandonado hace tanto tiempo. ¿Acaso quedaste sin dinero y volviste para ofrecer tu cuer…?
Fjola agarró fuertemente el gordo rostro del hombre y los guardaespaldas se dispusieron a sacar sus espadas, pero el hombre levantó la mano para que se detuvieran; al parecer, disfrutaba del castigo de la mercenaria.
— Si no fuera porque todos te besan el culo en este lugar, lo primero que haría sería matarte, maldito cerdo —exclamó Fjola, para luego agregar ácidamente—. ¿A qué debo tu inesperada e indeseada visita, Ferdinard?
— ¡Ah! Tan violenta y sensual como siempre —se logró entender de lo que dijo Ferdinard. Fjola soltó su rostro para que pudiera hablar mejor y, tras ello, agregó—: Aunque no busco nuevamente tus servicios, Fjola. Estoy más interesado en la muchacha que escoltas en estos momentos. Escuché que ahora viajas con una chica muy hermosa, al parecer muy bien dotada…
Fjola no se inmutó ante las declaraciones de Ferdinard y, luego de beber un gran trago de su cerveza, respondió:
— Fui contratada para llevar a la muchacha al sur del continente, más precisamente a Ersvik, no estoy trabajando de proxeneta o algo parecido.
— Vaya, vaya… ¿Y por qué decidieron viajar por estos parajes? Sabes que son peligrosos para señoritas como ustedes.
— Su familia también me pidió que comprara una esclava para que sea su dama de compañía. Escuché que han llegado muchas mercancías interesantes a Lott últimamente. ¿Tienes que ver con ello, cerdito?
— Informada como siempre, súcubo; conozco de la existencia de aquellos esclavos, pero no soy yo quien los trae. Al parecer el nuevo juguete favorito de Eoghan, Odette, es quien los trae a estos parajes. Tendrías que volver a hacer contacto con la Cruzada Divina si tienes interés en comprar.
— ¿La Cruzada? Hmph, no me sorprende que esos hipócritas estén tras todo esto, para ser sincera.
— Hace un par de meses uno de los generales de Eoghan solicitó permiso para instalar una base de la Cruzada en Lott. Al parecer, se están tomando en serio lo de terminar de conquistar el continente… Bueno, bueno. No estoy aquí para hacer vida social. No quiero volver a casa con las manos vacías muchacha. Entrégame a la niña y te daré un buen monto por ello; su familia no tiene por qué saber de la pequeña parada que quiero que haga.
— “Pequeña parada”; qué buena definición de lo que tienes allá abajo, maldito cerdo —respondió Fjola, con la sonrisa más burlona que había podido dar en su vida, la cual contagió a los mercenarios que estaban tras Ferdinard, quienes trataron de ocultarlo lo más posible. Sin embargo, el aludido no se vio muy contento luego del comentario de su interlocutora. Al ver su rostro irritado, Fjola se echó a reír a carcajadas, ocasión que Ferdinard aprovechó para tomar una botella de vino que había cerca, estrellándola en un arranque de furia contra la cabeza de Fjola. La botella se rompió y un líquido carmesí comenzó a chorrear en la cabeza de la mercenaria. Ferdinard jaló el cabello de Fjola y colocó su rostro frente al de ella.
— No vengas a pasarte de lista conmigo, maldita perra. Yo consigo lo que quiero y te lo voy a demostrar, Fjola—exclamó el hombre, mientras soltaba violentamente el cabello de Fjola y hacía una señal a sus guardaespaldas para retirarse del bar.
Entre tanto, Astrid, quien continuaba prisionera del baile junto a Ronan, logró escapar de la euforia que se había formado dentro del bar y volvió a la barra, en donde encontró a Fjola aún aturdida por el golpe que había recibido y su rostro teñido de un intenso rojo, apoyándose a duras penas en la barra. Alarmada, Astrid corrió a socorrer a su amiga.
— ¡Fjola! ¿Estás bien? ¿Qué sucedió? —exclamó la muchacha, muy afligida por el estado de su compañera.
— Ugh —gimoteó Fjola—. Un bastardo me golpeó con una botella…
— Ven, larguémonos de aquí, estás llena de sangre —regañó Astrid, mientras sentía la humedad en las ropas de Fjola.
— ¿Y Ronan? —preguntó Fjola.
— Él estará bien, preocúpate por ti ahora —respondió Astrid.
Astrid dejó un puñado de monedas en el mesón, avisando al tabernero que la cantidad era suficiente para pagar lo que habían consumido hasta ese momento y lo que Ronan continuase bebiendo.
Luego, dirigieron sus pasos hacia un edificio con un gran letrero que decía “Posada”, en el cual ambas entraron sin dudarlo. Al ingresar, notaron lo pulcro que el lugar estaba, pareciendo un lugar recién construido. El encargado de la posada dio un suspiro de resignación al ver a las muchachas; según sus palabras, las peleas eran habituales en el bar y los heridos siempre terminaban acudiendo a él.
Una vez que este les indicó dónde estaba el cuarto de baño, al fondo de un estrecho pasillo que comenzaba al lado de la recepción, las chicas se dirigieron hacia allá para limpiar el rostro de Fjola, quien lucía bastante molesta.
Al llegar, Astrid ayudó a Fjola a alcanzar la bañera, para que enjuagase su cabeza lastimada. Un hedor alcohólico alcanzó la nariz de Astrid; lo más seguro es que Fjola estuviese más bañada en licor que en su propia sangre. El agua fría que Astrid dejó caer en la cabeza de la mercenaria hizo que su aturdimiento desapareciera poco a poco. De pronto, Fjola golpeó el borde de la tina con furia, mientras apretaba sus dientes hasta hacer sangrar sus encías.
— ¡Mataré a ese cerdo! ¡Lo juro! —gritó, bastante más molesta de lo habitual.
— Calma, Fjola, te harás más daño… —trató de apaciguar Astrid a su compañera, mientras limpiaba su rostro con una toalla. Con cuidado, revisó bien la cabeza de Fjola y vio que solo tenía heridas mínimas, provocadas por las esquirlas de la botella; era una mujer bastante más resistente de lo que aparentaba.
— Astrid, ¿por qué no vas a dejar nuestras cosas a las habitaciones que acabas de alquilar? Tomaré un baño para sacarme el hedor a licor que llevo encima —sugirió Fjola en un tono imperativo que asustó a Astrid.
Astrid asintió y en silencio se retiró del cuarto. Fjola trató de detenerla, pero ella fue más rápida en salir.
Resignada, la mercenaria encendió una pequeña salamandra de acero dejando que el agua llenase la bañera y se calentase al mismo tiempo. En seguida, se acercó a un espejo cercano para examinar las heridas en su cabeza y vio que no eran graves, ante lo cual dio un suspiro de alivio. Una vez que la bañera se hubo llenado y el agua alcanzó una temperatura agradable, Fjola se desvistió y entró en ella, para olvidarse del mal rato que acababa de vivir.
Astrid salió de la posada y notó que la noche ya había caído en el pueblo. Tras pensar por unos momentos, recordó la ubicación de su caravana y se dispuso a llevarla hacia la posada. Sin embargo, unos gritos la distrajeron y alarmaron, estos parecían avivar una pelea.
Entre el gentío, la muchacha pudo distinguir a Ronan, quien intercambiaba puñetazos con un hombre mucho más fornido y alto que él. Un poco más lejos del tumulto, Astrid divisó la lira del muchacho, la cual no dudo en recoger para evitarle más daño del que ya tenía.
De pronto, Ronan conectó un derechazo preciso en la quijada del otro hombre, quien cayó noqueado al suelo, provocando vítores de parte público por el triunfo del bardo. Ronan tambaleaba debido a la gran cantidad de alcohol y puñetazos que su cuerpo había recibido, por lo que Astrid se apresuró en darle un hombro de apoyo, mientras recibía el hedor de la mezcla de sudor y alcohol en su rostro. Al mismo tiempo, el público se iba alejando del lugar, llevando a rastras al perdedor de vuelta a la taberna.
— Señorita Astrid… ¿Q-Qué hace aquí? —preguntó Ronan con evidente sorpresa y sin ocultar su evidente embriaguez.
— ¿Cómo que “qué hago aquí”? La que debería preguntarse eso soy yo, joven Ronan. ¿Qué imagen de bardo quiere dar si intercambia puñetazos con un borracho que ni siquiera conoce? Venga, volvamos a la posada —reclamó Astrid en un anormal tono molesto.
Ronan rio ante el enojo de Astrid y, guiado por ella, ambos se dirigieron a la posada en un lento caminar. Una vez allá, Fjola los esperaba cubierta solamente por una toalla que envolvía su cuerpo, al mismo tiempo que hacía una mueca de burla para los muchachos.
— Vaya, vaya… ¿Quién diría que Ronan era el alma de la fiesta que sucedía allá afuera? —exclamó la mercenaria para luego dar una sonora carcajada que irritó aún más a Astrid, quien devolvió una fría mirada a su compañera, cuya risa se apagó inmediatamente.
Una vez que Ronan cayó como peso muerto en su cama, Astrid dejó la habitación del bardo y volvió a la que estaba compartiendo con Fjola, quien continuaba moviéndose por los alrededores, solo con una toalla puesta.
Astrid se lanzó sobre su cama, estaba exhausta. Todo lo que había sucedido y el hedor a alcohol, que la había asqueado, hicieron que sus energías se agotarán más rápido de lo que ella esperaba.
— Nunca pensé que vivir como aventurera implicara estas situaciones… —suspiró Astrid, para luego comenzar a quitarse sus botas.
— Me sorprende que estés más preocupada de “estas situaciones”, cuando hace unos días te debatías entre la vida y la muerte, pequeña —respondió Fjola con un dejo de sarcasmo, pero inmediatamente cambió de tono y preguntó— ¿Trajiste nuestro equipaje a la posada, Astrid?
Astrid palideció y luego salió disparada de la habitación, su pierna dolía un poco al correr, pero eso no le importó con tal de tener la certeza de que la caravana seguía ahí. Pero, para su desgracia, una vez que llegó al lugar, vio que la caravana con todas sus pertenencias había desaparecido.
— ¡Ferdinard y sus hombres se llevaron la caravana que estaba ahí! —exclamó un borracho que yacía en la entrada del bar—. Se veía irritado, con un cuello de botella en su mano… al parecer peleó con alguien en la taberna… sin prisa, tomó la caravana y se marchó.
Astrid apretó sus dientes y puños con furia, Fjola le debía una explicación de todo lo que estaba sucediendo. Frustrada, volvió hacia la posada y a su habitación, en donde Fjola la esperaba con un rostro preocupado. Antes de que la mercenaria pudiera decir algo, Astrid dio un puñetazo lleno de furia al muro de la habitación, quebrando un par de tablas y lastimando sus nudillos.
—¿Quién es ese tal Ferdinard, Fjola? —exclamó Astrid, controlando su furia lo mejor que podía— Porque ese hombre se llevó nuestra caravana.
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