Astrid: La Búsqueda - 08
— Ah… ¿Dónde diablos estoy? ¿Cómo llegué aquí? —se quejó Ronan con una voz rasposa y débil—. Me duele todo…
Luego de observar por varios minutos el poco familiar techo de madera que yacía sobre él, en búsqueda de explicaciones lógicas, Ronan tomó asiento en el borde de su cama, a duras penas, y comenzó a examinar el lugar en el que se encontraba.
Esta era una habitación amplia, cuya estructura estaba hecha totalmente de madera y decorada con muebles simples: una cama, un velador y un perchero. Sobre aquel velador, Ronan pudo ver su lira, la cual lucía daños en su pintura y cuerdas.
El bardo dio un suspiro resignado y se puso de pie, sin embargo, una dolorosa sensación de inestabilidad llegó a su cabeza: la resaca. Una vez estable, comenzó a buscar su equipaje alrededor de la habitación sin éxito. Al sentir el hedor en sus ropas, sus ganas de tomar un baño aumentaron, por lo que se dirigió hacia la recepción de la posada en busca de respuestas, aunque le tomó más tiempo de lo que esperaba, ya que los recuerdos que tenía del lugar estaban borrosos en su memoria. Una vez allá, vio que un hombre mayor y de mirada paciente limpiaba las ventanas del lugar; al darse cuenta de la presencia de Ronan, lo saludó inmediatamente.
— Buenos días, joven.
— Buenos días… —respondió Ronan—. ¿Puede decirme cómo llegué acá?
— ¿Entonces no recuerda nada de lo que pasó anoche? —interrogó el encargado para luego agregar—. La señorita Astrid lo trajo a la posada, luego de que usted intercambiase puñetazos con un borracho de la taberna.
— Ahora entiendo por qué estoy tan aporreado —se lamentó Ronan para luego agregar—: ¿Por casualidad usted sabe dónde está mi equipaje?
— Ferdinard y sus hombres se lo llevaron junto a su caravana mientras ustedes bebían en el bar —respondió el posadero, quien parecía muy informado de la situación en la que se encontraba.
— ¿¡Qué!? ¿¡A Hope también!? ¿¡Quién demonios es Ferdinard!? —exclamó muy alterado Ronan, lo cual hizo que un dolor intenso lo obligase a recordar que tenía resaca.
— Solo esos mensajes me dejaron sus amigas, salieron hace un par de horas y aún no han vuelto. Ellas le explicarán mejor lo que les sucedió… —exclamó el encargado para luego llevarse los dedos a su nariz y agregar—: Será mejor que vaya a tomar un baño, joven, usted no debería oler como un viejo ebrio.
El hombre continuó sus tareas de limpieza, mientras Ronan se dirigía al cuarto de baño que estaba cerca, oliendo su cuerpo con desagrado. Al entrar, vio que había un camisón limpio dispuesto al lado de la tina.
— Más sabe el diablo por viejo… —susurró Ronan. Llenó la tina de agua y comenzó a desvestirse. Al examinar su camisa, vio manchas de licor y sangre, cuyo origen no recordaba. En ese momento algo llamó aún más su atención: en un rincón de la habitación yacían las vestimentas que Fjola traía la noche anterior, manchadas de carmesí. Entonces, se preguntó a sí mismo en voz alta—. ¿Qué demonios sucedió anoche?
Luego de un relajante baño, Ronan salió del cuarto. Al llegar a la recepción, vió que sus compañeras ya habían regresado y lo esperaban en aquel lugar. Fjola usaba una trenza en su cabello, lo que le daba una apariencia más dulce de lo normal, y ambas vestían atuendos nuevos.
— ¡Chicas! —exclamó Ronan, llamando la atención de ambas.
— ¡Joven Ronan! ¡Buenos días! —exclamó Astrid, mientras Fjola solo dirigió una sonrisa al bardo, saludando con su mano. De pronto, la mercenaria lanzó un saco que el bardo logró atrapar pese la sorpresa.
— ¿Qué es esto? —preguntó Ronan y, sin esperar respuesta, vio que dentro del saco había vestimentas nuevas para él.
— Termina de prepararte, saldremos de inmediato a rescatar tu caravana —respondió Fjola con una sonrisa decidida.
* * *
Horas más tarde, nuestros aventureros caminaban por las afueras de Osfund, en un camino normalmente transitado por mineros y comerciantes que trabajaban entre los tres poblados que componían la denominada “Ruta del mineral”: Osfund, Tredge y Lott. El próximo destino de los muchachos era Tredge, ciudad en donde Ferdinard residía y debía de ocultar su caravana. El camino era ancho y recorría las laderas de las montañas que eran exploradas en búsqueda de mineral; también se podían ver diversas grutas creadas para buscar material, muchas de ellas cerradas por ausencia de recursos o peligro de derrumbe.
— ¡Necesito una explicación, señorita Fjola! —exclamó Ronan un tanto molesto, para luego beber agua desde una cantimplora. Una vez que terminó de beber, agregó—: ¿Qué tiene que ver ese tal Ferdinard con usted?
— ¡Eso! —agregó Astrid, recordando su molestia de la noche anterior — ¿De dónde conoces a aquel sujeto Fjola?
Fjola palideció y observó a los chicos con un rostro nervioso, mientras movía sus dedos, pero se resignó a hablar ya que fue su responsabilidad el que sus amigos hubiesen terminado inmiscuidos en asuntos de su pasado.
— ¿Ya les comenté acerca de dónde vengo? —preguntó Fjola a lo que ambos muchachos negaron con su cabeza. Astrid ya sabía parte de la historia, pero necesitaba más detalles para esclarecer la situación. Fjola carraspeó antes de continuar.
— Bueno, verán… Provengo de una de las familias más poderosas dentro de la antigua aristocracia de Erinnere. Luego de que Eoghan ganara la guerra contra los magos, mi familia se alió inmediatamente con la Cruzada Divina y me obligaron a seguir el régimen de entrenamiento de soldados de la Cruzada. Mi madre se negó a aquel entrenamiento muchas veces, ya que era bastante duro, hasta el punto en el que mi padre se hartó de su insistencia y este la denunció ante la Cruzada Divina por ser una bruja. Terminó siendo ejecutada frente a mis ojos, hace ya bastante años.
Fjola se pausó por unos momentos para beber un poco de agua; un dejo de tristeza se notó en su rostro, por lo cual Astrid y Ronan no apresuraron a la mercenaria. Fjola continuó.
— Desde entonces, el entrenamiento fue cada vez más duro hasta que, a los dieciséis años, decidí desertar de la Cruzada y escapar de mi hogar para forjar mi propia vida. Luego de unos sucesos desafortunados que viví por mi poca experiencia fuera del círculo aristócrata, terminé llegando a Tredge, el pueblo al que nos dirigimos ahora y en el que viví durante cuatro años.
— ¿Y no la reconoció nadie? —preguntó Ronan—. Digo, usted era una aristócrata después de todo…
— Mi padre me dio por muerta meses después. Su escuadrón de búsqueda encontró antiguas vestimentas mías ensangrentadas en la mitad del bosque. En aquel lugar fui atacada por unos bandidos a los cuales me vi forzada a matar para sobrevivir, por lo que me deshice de mis prendas para seguir mi camino sin que me reconocieran. Estar “muerta”, básicamente, me otorgaba la libertad de hacer lo que quería por mi cuenta; fue así como llegué a Tredge. Nadie me tomaba en serio para contratarme como mercenaria, por ser una mujer, hasta que descubrí que los hombres del lugar daban buenas sumas de dinero por acostarse con ellos y fue ahí donde me gané mi apodo: Fjola, la súcubo.
Fjola se detuvo nuevamente. Ronan estaba muy atento, al igual que Astrid, a las palabras de Fjola. Sin embargo, la mercenaria había notado algo inusual en el camino.
— ¡Miren chicos! —exclamó Fjola, mientras apuntaba al suelo—. Esas huellas me son extrañamente familiares y se dirigen al túnel que está cerca de aquí.
— ¿Significa que Ferdinard usó una de las minas para volver a su pueblo? ¿Es eso posible? —preguntó Astrid.
— Tal vez… Será mejor que investiguemos —sugirió Ronan, para luego adelantarse a las chicas, acercándose a la entrada de la caverna. En las cercanías se podía leer un letrero dando la advertencia de posibles derrumbes dentro de la mina, pero el camino estaba despejado del bloqueo que normalmente tienen las minas riesgosas.
— No hay duda de que ese malnacido entró por este túnel. Normalmente toma un día completo llegar a Tredge usando el camino en el que estamos, ya que hace un rodeo por las montañas —comentó Fjola, observando hacia dentro del túnel.
— No pueden haber ido tan rápido si iban con Hope y la caravana —exclamó Ronan—. ¡Usemos este camino!
Todos de acuerdo, los chicos se adentraron en la mina abandonada con un dejo de miedo, debido a la oscuridad que poco a poco los rodeaba, al tiempo que se alejaban de la entrada. Fjola recordó que también habían comprado un candil de aceite en el pueblo, por lo que aprovechó la poca luz que provenía desde el exterior para encenderlo. A medida que avanzaban, Astrid divisó murciélagos durmiendo en el techo de la mina, lo cual espantó un poco a Fjola, causando la risa del bardo ante el contraste de la actitud desafiante que normalmente la mercenaria mostraba. El camino parecía no tener fin y el aire se hacía más denso e incrementaba el peso de sus pasos. Fjola notó que el silencio se había apoderado del lugar, permitiéndole continuar con su relato.
— ¿En qué había quedado chicos? —preguntó Fjola, llamando la atención de Astrid y Ronan.
— Te habías ganado tu apodo —respondió Astrid.
— ¡Es verdad! —recordó Fjola, para luego retomar su historia—. Bueno… paulatinamente me hice de ese nombre, porque muchas veces asesinaba a mis clientes y me quedaba con su dinero. Las súcubos generalmente se llevan el alma de los hombres con quienes intiman, así que no fue muy difícil que me ganara ese apodo. Sin embargo, un día me topé con el cual iba a ser mi jefe durante los siguientes años: Ferdinard.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de ambos oyentes al escuchar ese nombre.
— Él es conocido como el señor de la montaña, ayudó a entregar brujas a la Cruzada Divina y a cambio se le permitió actuar por sobre la ley. Así se hizo con el control de toda la ruta del mineral y ninguna hoja se mueve sin que él lo sepa… Bueno, si eso fuera mentira, no estaríamos en este embrollo —Fjola sonrió incómoda ante lo que acababa de decir, mientras ambos muchachos la observaban serios. Entonces, carraspeó y continuó—. Naturalmente, pagó mucho por acostarse conmigo, a lo cual accedí, sin embargo, cuando estaba dispuesta a matarlo, él mencionó conocer a mi padre y que, si él moría, le haría saber, de alguna manera, que yo estaba viva. A menos que, claro, trabajase para él.
— Entonces trabajó para ese hombre a cambio de su anonimato, ¿verdad? —preguntó Ronan.
— Para mí desgracia, sí. Me encargaba del trabajo sucio, desde cobrar los abusivos impuestos que la gente de los poblados pagaba con mucho esfuerzo, hasta secuestrar muchachas para que él pudiera disfrutarlas en su mansión. Fui su más intimidante y leal peón por muchos años; él siempre me recompensó por todo mi trabajo, por supuesto, y fui una de sus personas de confianza, motivo por el que sé muchas cosas acerca del funcionamiento interno de la Cruzada Divina. Sin embargo, un día decidí dejar esa vida y escapar lo más lejos posible para que él no me encontrara, ya que me di cuenta de que había perdido mi libertad nuevamente.
Astrid estaba impactada por todo lo que había escuchado. Fjola volteó hacia ella, extrañada. La maga, con mucho esfuerzo, musitó algo difícil de entender.
— ¿Qué sucede Astrid? —preguntó Fjola.
— Ahora todo tiene sentido… —exclamó Astrid—. Los bandidos que residían en el camino, atemorizando a los pobladores…
— Sí, fui yo quien los mató, sin piedad alguna —respondió Fjola, mientras volvía a dar la espalda a sus compañeros.
— Entonces Ferdinard no la busca a usted —agregó Astrid—, sino que…
— Sí, Astrid, ese cerdo te busca a ti —respondió Fjola, a lo que ambos chicos hicieron una mueca de asco—. De alguna forma se enteró de que nos dirigíamos a Osfund y nos fue a buscar a la taberna… —Luego de un silencio incómodo, Fjola agregó—: Será mejor que sigamos avanzando muchachos.
Fjola continuó caminando, seguida de Astrid y Ronan. La oscuridad del lugar era muy profunda, por lo cual sus pasos se hacían cada vez más lentos y cautelosos, tratando así de evitar cualquier posible precipicio que hubiese en su camino.
De pronto, Fjola se detuvo. Sintió un sonido que resonaba enormemente y con el candil iluminó el origen de este. La luz mostró un profundo pozo que yacía frente a ellos y el sonido anterior, había sido producto de una piedra que la mercenaria había pateado sin querer directo hacia el vacío.
— No hay salida… —dijo Fjola luego de examinar los alrededores de la cueva en busca de otro túnel, sin éxito—. Lo único que queda es el pozo que corta el camino.
— ¿Estás insinuando que Ferdinard usó el pozo para salir de aquí? —exclamó Ronan, incrédulo.
— Compruébalo tú mismo, Ronan —respondió Fjola, mientras le entregaba el candil al bardo.
Ronan se acercó peligrosamente al borde del pozo para luego iluminar nuevamente los alrededores. Entonces, logró divisar un camino en espiral que bajaba hasta donde la luz alcanzaba. También encontró huellas similares a las que habían visto a la entrada del túnel.
— Señorita Fjola, creo que encontré algo más —exclamó Ronan. Ambas muchachas se acercaron con cuidado al sitio donde estaba el bardo—. Parece que hay un camino hacia el fondo del pozo; incluso puedo oír aire circulando.
Todos guardaron silencio por unos momentos y, efectivamente, aunque muy débil, se podía oír que el viento corría hacia donde ellos estaban.
— Debe haber algo más dentro de este pozo —dijo Fjola— Será mejor que explo…
Fjola no logró terminar la frase porque un fuerte temblor sacudió el lugar, interrumpiendo su conversación y haciéndoles perder el equilibrio. Ambas muchachas se alejaron del borde para buscar un refugio ante un posible derrumbe, sin embargo, un destello las cegó por unos instantes. Fjola sintió un violento golpe en su torso, que la mandó a volar dentro del pozo, mientras que Astrid notó una gran presión en su cuerpo, como si algo la estuviese mordiendo, provocando que gritara de dolor.
Ronan vio que una criatura esquelética y brillante, similar a una lagartija, pero gigantesca, había atacado a las chicas. Aterrado corrió a socorrer a Fjola, quien yacía aturdida cerca de él, escupiendo un poco de sangre por su boca.
— ¡Señorita Fjola! ¡¡Señorita Fjola!! —gritó Ronan, intentando hacer que Fjola reaccionara. Mientras, la criatura que tenía a Astrid prisionera comenzaba a bajar trepando por los muros del pozo, alumbrando más y más el camino en espiral hasta el fondo de este. Astrid golpeaba con sus puños la cabeza de la criatura, intentando liberarse.
— ¡Joven Ronan! —grito Astrid al ver a Ronan, quien, expulsando sus miedos con un bufido, corrió hacia el muro por donde la criatura bajaba y saltó hacia esta, con intenciones de liberar a Astrid. Casi al instante, fue azotado por la cola del monstruo y lanzado violentamente contra uno de los muros del pozo. A duras penas, Ronan se puso de pie, y vio que su brazo izquierdo había sido dislocado por el impacto, debido a que lo usó para contener el golpe. Repentinamente, un grito lo alarmó y vio que Fjola caía a toda velocidad hacia su enemigo.
— ¡¡MUERE!! —se alcanzó a oír antes de que Fjola, espada en mano, perforara el duro cráneo del extraño ser y este extinguiese su brillo de forma inmediata.
Sin embargo, al detener su huida, el esqueleto, junto a Fjola y Astrid, cayeron sin freno hasta el fondo del pozo. Ronan las perdió de vista, pero el impacto de su desplome hizo retumbar todo el lugar, provocando un temblor aún mayor que el anterior y por consiguiente un violento derrumbe. Ronan se lanzó al vacío, esperando que su suerte le permitiera seguir con vida y, mientras descendía, una luz cegadora fue lo último que pudo ver antes de perder el conocimiento.
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