Astrid: La Búsqueda - 09
— ¡Astrid! ¿Estás viva? ¡Responde!
Una voz que la llamaba retumbaba en la oscuridad. Astrid sintió la familiaridad de aquel lugar en su mente. También pudo ver a una mujer de cabello largo y negro, de pie justo frente a ella; tenía la piel pálida como la nieve y usaba un vestido blanco que cubría sus pies. Astrid leyó sus labios y lo único que pudo entender fue: “libérame”.
La maga despertó sobresaltada, estaba en un lugar que no recordaba haber visitado antes, iluminado débilmente por el fuego de unas antorchas que provocaban varios puntos de penumbra a su alrededor. A su lado, Fjola y una mujer pelirroja con muchas pecas y ojos verdes estaban sentadas, esperando a que despertase. Su cuerpo se sentía húmedo, como si hubiese estado sumergida bajo el agua.
— ¿Estás bien, Astrid? —se apresuró en preguntar Fjola al ver que su amiga había despertado; su rostro lucía afligido.
— Creo que sí… —respondió Astrid con una voz baja, casi susurrando. Le costaba respirar, ya que su torso dolía completamente. Tosió un par de veces y escupió un poco de agua para luego agregar con un más volumen— ¿Qué sucedió?
— Aún no lo comprendo bien, pero íbamos a morir en el derrumbe. ¿Lo recuerdas? —respondió Fjola.
— Apenas… —dijo Astrid, mientras acariciaba su cabeza tratando de destrabar sus recuerdos. Al hacerlo, notó que su cabello estaba apelmazado por la humedad.
— El suelo del pozo cedió con el peso del esqueleto y caímos al río subterráneo que recorre la montaña —dijo la mujer, entonces agregó—: Mi nombre es Ingrid, es un placer conocerte, Astrid.
— El placer es mío —respondió la maga—, pero ¿dónde estamos?
— Al parecer, es un calabozo antiguo cercano a Tredge, más específicamente, su entrada —respondió Ingrid.
— ¿Cómo nos encontró? —insistió Astrid.
— Perseguí a aquella criatura durante unas horas, desde que salió de Tredge. Cuando entró a la cueva, me alarmé con los gritos de su combate y más aún con el temblor. Usé mi magia para evitar que las piedras del derrumbe las aplastaran… aunque no sirvió de mucho, ya que todo fue arrastrado por el agua —respondió Ingrid.
— ¿Magia? —preguntaron ambas.
— Así es, soy una bruja, ¿acaso nunca habían visto a una? Me parece raro, siendo que estuvieron con Esna, por lo que veo —respondió la pelirroja, mientras fruncía el ceño.
— Estamos acostumbradas a que las brujas oculten su identidad… —confesó Fjola, sonriendo incómoda ante lo dicho por la mujer.
— Oh… había olvidado que estamos en Erinnere, discúlpenme —respondió Ingrid—. De todos modos, la magia de Esna sigue en tu pierna, por ello no he desconfiado de ustedes y les he dicho que soy una bruja.
— ¿Ver la magia? —preguntó Astrid— Esto es muy confuso…
— Dejemos esta charla para después —interrumpió Fjola—. Ahora que Astrid ha despertado, podríamos alcanzar a Ronan. ¿Puedes ponerte de pie, Astrid?
— Creo que sí —respondió nuevamente la muchacha, mientras trataba de incorporarse, pero un dolor agudo la hizo caer sentada al suelo; entonces reclamó—: Mi pierna… duele mucho.
— Había olvidado que tu pierna no ha sanado del todo… —dijo Fjola, mientras rascaba su cabeza un poco frustrada. En tanto, Ingrid, observaba los alrededores.
— ¿Estará bien el bardo? Lleva un buen rato sin volver… —preguntó.
— Espero que sí, señorita Ingrid, aunque el derrumbe debió alarmar a todo Erinnere, vayamos con precaución —advirtió Fjola.
— ¿Dónde está el joven Ronan? —preguntó Astrid, mientras era ayudada a levantarse por Fjola.
—Ronan fue a explorar los alrededores hace un rato, pero no ha dado señales —respondió Fjola.
— Estoy un poco preocupada —dijo Ingrid—. ¿Ven las antorchas? Significa que este lugar no está abandonado y, por ende, quizás haya guardias. Tenemos que evitar el combate a toda costa, más con Astrid y Ronan heridos. Es una lástima que nuestra salida segura se haya bloqueado por el derrumbe… pero tampoco quiero volver a aquel río. Tendremos que hacernos camino a través del calabozo.
— Había olvidado eso… —suspiró Fjola, mientras ella y Astrid volteaban a ver la gran cantidad de piedras gigantescas que obstaculizaban un acceso no más grande que la puerta de una casa.
Efectivamente, el derrumbe había bloqueado una entrada que estaba al fondo del pozo y que daba al calabozo donde las muchachas se encontraban. Existía una alta probabilidad de que Ferdinard supiese de la existencia de aquel pasadizo y lo usase regularmente para ahorrar tiempo de viaje hacia Tredge.
Astrid y Fjola, quien sujetaba a la maga para que pudiese caminar sin tanto dolor, avanzaron tras Ingrid, quien dirigía el camino con una antorcha que había sacado de la pared. Astrid vio que el lugar no era muy espacioso y solo había antorchas en él. Como Ingrid había mencionado antes, esta era solamente una entrada a algo más grande y desconocido.
— ¿Cómo te encuentras tú, Fjola? —preguntó Astrid, recordando que Fjola también había caído desde bastante altura.
— He estado peor… —dijo Fjola en un suspiro—. Aunque no lo parezca, tengo un cuerpo bastante resistente.
— Eso significa que sí te duele algo… —dijo Astrid, dando una mirada acusatoria a Fjola, quien apartó la vista rápidamente.
— Las piernas, un poco… —respondió la mercenaria, avergonzada—. Deja de mirarme así, no estoy muy acostumbrada a que muestren tanta preocupación por mí… —Astrid no despegaba su mirada de la mercenaria, lo que la incomodó aún más—. Pero estoy bien, te lo aseguro.
— En ese caso —dijo Astrid, mientras se separaba de Fjola para seguir el camino sola—, tendré que aprender a tolerar un poco el dolor, así evito ser una carga extra para ti.
Astrid hizo un par de muecas de dolor al apoyar su pierna en el suelo, pero trató de mostrarle a Fjola que podía soportarlo con una sonrisa incómoda. Fjola no pudo evitar reír ante la escena.
Así, las chicas avanzaron hasta unas escaleras al final de la sala que las llevaron hasta otra habitación, esta vez mucho más espaciosa que la anterior, sin antorchas, pero con muchas celdas. Lo que más les impactó fue un hedor horrible que las obligó a tapar sus narices. A la distancia, una pequeña luz titilaba, iluminando apenas el enorme espacio en el que se encontraban.
— ¿Qué demonios sucede acá? —preguntó Ingrid, frunciendo su ceño en señal de desagrado.
— ¡Ronan! —llamó Fjola.
— ¡Señorita Fjola! ¡Por aquí! —se pudo oír a Ronan llamando desde lejos. Las chicas se acercaron hacia donde estaba el bardo y pudieron ver siluetas en la penumbra, cuyos ojos reflejaban la tenue luz del candil de Ronan y la antorcha de Ingrid. Aquella escena les provocó escalofríos.
— Perdón por haberlas preocupado al no volver de inmediato, pero necesitaba ayudar a estas muchachas —dijo él, una vez que sus compañeras estuvieron cerca.
— ¿Mucha…? —preguntó Astrid para luego tomar el candil e iluminar los alrededores.
Lo que presenciaron las dejó heladas: varias chicas estaban encerradas en el lugar. Lucían muy maltratadas, sucias y mal alimentadas; lucían bastante menores que Astrid y sus ojos se veían apagados, casi sin vida, lo que les hizo sentir escalofríos nuevamente.
Ronan daba de comer a una de ellas, cuyos ojos derramaban lágrimas sin parar. Sin pensarlo mucho, las muchachas imitaron al bardo y alimentaron a las prisioneras con las provisiones que habían comprado antes de salir de Osfund. De pronto, un sollozo se oyó en el ambiente; era Astrid quien no podía creer que existiera alguien tan perverso capaz de hacer algo así a niñas pequeñas. Los demás escuchaban el sollozo en silencio, mientras las prisioneras agradecían una a una el alimento.
Una de las niñas, a quien Astrid estaba alimentando, tomó la mano de su protectora y la acarició suavemente. La maga notó que su ojo izquierdo lucía totalmente blanco y con una gran cicatriz deformando su rostro.
— Nos asustamos mucho con el estruendo de hace un rato, ¿fueron ustedes? —preguntó la niña. Astrid observó a la pequeña y tras un momento de silencio respondió:
— Se podría decir que sí… —dijo Astrid, sonriendo incómoda.
— ¡Significa que rompieron este lugar para entrar! —Chilló la muchacha—. ¡Nos vienen a rescatar! — Astrid sintió un doloroso nudo en la garganta que le impidió responder, pero una voz amiga le ayudó.
— Antes de sacarlas de aquí, tenemos que deshacernos del hombre malo que las tiene encerradas —respondió Fjola, para luego sonreír a Astrid.
— Sería muy peligroso para ustedes liberarlas ahora, no sabemos si hay guardias o no en este lugar. Pero tengan por seguro que regresaremos por ustedes. Por favor, resistan un poco más —Dijo Ingrid, mientras se ponía de pie y revisaba los alrededores con la lámpara. Tras un rato logró divisar una salida. Entonces agregó—: Apresurémonos, siento que viene alguien.
Luego de dejarles sus provisiones a las muchachas en las celdas, nuestros aventureros se dirigieron hacia la salida que Ingrid había encontrado. De pronto, Fjola sopló el candil para apagarlo y, acto seguido, Ingrid arrojó la antorcha al suelo, cuya humedad extinguió su llama inmediatamente, dejando el lugar en una completa oscuridad. La puerta hacia la que se acercaban se abrió de golpe.
— ¿Dónde están las pequeñas rameras? Necesito desahogarme un rato ¡La que logre dejarme satisfecho podrá comer hoy! —Exclamó una voz casi gutural, para luego echarse a reír y provocar chillidos de terror que resonaron por el lugar. Los muchachos se habían pegado a los muros adosados a la puerta, para aprovechar la oscuridad. Un hombre de contextura gruesa entró al lugar con una lámpara en su mano, sin percatarse de la presencia de los aventureros. Entonces, este divisó la antorcha apagada en el suelo y se agachó a recogerla. Fjola aprovechó la ocasión, desenfundó su espada y de una certera puñalada atravesó el cuello del hombre, dándole muerte de forma inmediata. En el acto, sacó su espada con furia del cuerpo inerte del hombre y lanzó un escupitajo sobre este.
— Que irónico que una ramera te haya hecho callar para siempre… bastardo —dijo Fjola, sacudiendo su espada y limpiándola de la sangre que la ensuciaba—. ¡Larguémonos de aquí!
Ronan y Fjola arrastraron el cuerpo del hombre fuera del lugar, para que el hedor a muerto no llegara a las niñas prisioneras. Ingrid aprovechó de sustraer del cadáver unas llaves, una daga y la lámpara que este tenía en su poder, para entregárselas a Fjola.
— ¡Regresaremos, espérennos por favor! —exclamó Astrid antes de cerrar la puerta y emprender la marcha a través del calabozo junto a sus compañeros.
Tras salir, un camino forzado a la derecha los obligó a continuar con cautela. Antorchas iluminaban el lugar, dando la impresión de que nunca terminarían de recorrer el pasillo, hasta que un nuevo muro, poco a poco, fue cortando su paso. Fjola, quien iba a la cabeza con una de las lámparas, vio que había una escalera que podía llevarlos a un nivel superior y, luego de cerciorarse de que no venía nadie hacia donde ellos estaban, dio la indicación a sus compañeros para subir tras ella. Mientras escalaban, Astrid notó que Ronan tenía parte de su vestimenta rota y su brazo derecho lleno de moretones.
— Joven Ronan… su brazo —dijo Astrid en un tono afligido.
— Duele bastante… no lo niego —respondió Ronan—, pero estaré bien, creo que si lo muevo un poco…
Ronan movió violentamente su brazo dislocado, provocando que este volviese a su lugar, horrorizando de paso a la muchacha y provocando la risa del bardo.
— Estaré bien, no se preocupe, señorita Astrid —agregó Ronan, sonriéndole.
Al llegar al siguiente nivel, Fjola e Ingrid, quienes llevaban las lámparas, se adelantaron a los muchachos y recorrieron con cautela el lugar. El eco de los pasos que daban les hizo notar que apenas había objetos en la sala con excepción de algunas cajas de madera que contenían armas.
— Vaya, que conveniente —dijo Ronan, acercándose a una de las cajas y tomando un hacha de doble filo que llamó su atención. Luego de hacer un par de fintas con esta, agregó—: Perfecta, esta maravilla vendrá conmigo.
—Vaya, no esperaba que tuvieses habilidades para el combate —exclamó Ingrid al ver a Ronan.
— Este muchacho es una caja de sorpresas —dijó Fjola, mientras revisaba los alrededores con su linterna. Divisó dos habitaciones y dos pasillos cuyos accesos no tenían puerta alguna, dando a entender que quienes ocupaban el lugar apenas visitaban aquel piso.
Luego de revisar los alrededores, los chicos se disponían a elegir un camino para continuar su escape, cuando unas voces toscas los alarmaron. Rápidamente, se dispersaron hacia las habitaciones colindantes y apagaron las lámparas para no ser descubiertos. Con los nervios de punta, esperaron a que los hombres que parecían dirigirse a la habitación pasaran de largo. Los pasos cada vez se oían más fuertes y cercanos; también se oía la conversación que los hombres tenían.
— El idiota debe estar jugando con las esclavas de Lord Ferdinard y ni siquiera vio lo que sucedió más abajo —dijo uno de los hombres.
— Siempre tenemos que arreglar sus estupideces… —reclamó el otro.
Aquel momento se les hizo eterno, los pasos de los hombres eran lentos y pesados, sonaban y sonaban, hasta que de a poco comenzaron a disminuir su volumen. Astrid sentía su pecho apretado por el nerviosismo, le costaba mucho respirar. Pasaron un par de minutos de silencio absoluto, en donde la maga apenas pudo mover su cuerpo y nuevamente se escucharon pasos que elevaron su nerviosismo a mil, sin embargo, una voz familiar rompió la tensión del momento.
— Movámonos de aquí, si nos quedamos, nos atraparán —dijo Fjola, provocando que todos salieran raudos de sus escondites y se dirigieran hacia el pasillo desde donde los hombres venían, no obstante, un grito los alarmó.
— ¡Intrusos!
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