Astrid: La Búsqueda - 10
— Lo que nos faltaba… —se quejó Fjola, mientras todos comenzaban a correr hacia la escalera, pero unos pasos que provenían en sentido contrario detuvieron su avance. Desesperados, regresaron a la habitación, al tiempo que los gritos de alarma cada vez se hacían más cercanos.
— Maldita sea… —murmuró Ingrid, observando la habitación de forma impaciente—. Al parecer no nos queda más opción que pelear… pero alguien tendrá que llevarme a cuestas para salir de acá.
— ¿¡Qué!? —exclamaron los muchachos, quienes no le encontraron sentido a lo dicho por Ingrid. Sin embargo, no había tiempo para pensar, porque los guardias estaban a punto de llegar.
Ingrid dio un suspiro profundo. Fjola y Ronan prepararon sus armas y Astrid se arrimó a la mercenaria, muy nerviosa con todo lo que estaba sucediendo. Los guardias no tardaron mucho en llegar hasta donde ellos estaban, pero a Ingrid le bastaron solo un par de gestos con sus dedos para desatar el caos por todo el lugar.
Un brillo cegó a todos, un sonido ensordecedor retumbó en sus oídos y un hedor de quemaduras fue percibido por su olfato. Todo pasó en unos segundos e inmediatamente golpes secos retumbaron en la habitación. Uno a uno, los cadáveres electrocutados de los guardias cayeron como bultos al suelo, mientras los chicos observaban horrorizados el nivel de letalidad que aquella mujer poseía.
Sin embargo, tal y como Ingrid había advertido, la maga cayó de rodillas al suelo, exhausta. Ronan se apresuró en asistirla, mientras Fjola enfundaba su espada un poco nerviosa y Astrid recogía la pesada hacha que Ronan había dejado caer para ayudar a Ingrid.
— ¿Se encuentra bien, señorita Ingrid? —preguntó Ronan, ayudándola a ponerse de pie.
— Apenas. Creo que gasté más energía de lo que esperaba… la edad no me ayuda mucho —respondió Ingrid, para luego reír suavemente.
— Ahora entiendo el porqué del miedo de la Cruzada por las brujas… —dijo Fjola, al tiempo que pateaba uno de los cadáveres para cerciorarse de que realmente estuviese muerto.
— Consideren a lo que se tendrán que enfrentar si quieren derrotar a la Cruzada Divina… —se pudo escuchar decir a Ingrid, con una voz débil. Ronan, con ayuda de Fjola, acomodó a una Ingrid que lentamente se iba durmiendo sobre la espalda del bardo. Astrid observaba la escena en silencio, mientras recordaba su crisis durante su viaje hacia Skatvik. ¿Tan peligrosa fue aquella situación? ¿Qué hubiese sucedido si, por error, lastimaba a sus amigos? Al ver a Ingrid dar muerte a tantas personas de un solo hechizo, cayó en cuenta de qué tan preocupada estaba su madre por su seguridad fuera de la aldea.
— ¡Vamos, Astrid! —exclamó Fjola, sacando a la muchacha de sus pensamientos—. Tenemos que salir de aquí pronto, o llegarán sus refuerzos.
— Sí, Fjola… —respondió Astrid en voz baja, para luego emprender la marcha hasta la salida de la habitación.
Primero fueron peldaños, luego un cuarto con una mesa de madera y muchas botellas de vino esparcidas alrededor. El silencio era escalofriante y a medida que avanzaban, el nerviosismo crecía y no era para menos: habían asesinado a varias personas. Fjola e Ingrid estaban acostumbradas a la violencia, una era mercenaria y la otra vivió una guerra en carne propia, pero Ronan y Astrid no estaban muy cómodos con todo esto.
Nuevamente un pasillo, nuevamente escalones; minutos eternos pasaron escuchando solo sus pasos y sus respiraciones agitadas. Finalmente, entraron a una habitación bastante iluminada, similar a la entrada que vieron al llegar al calabozo. Esto los alivió un poco, ya que era señal de que estaban prontos a salir de aquel lugar, pero la incertidumbre de lo que sucedería después los iba agotando mentalmente.
Pasos, fuego, miedo, era lo que estaba más presente en aquel lugar. Una puerta les cortó el paso nuevamente y Fjola sin mucho esfuerzo la abrió. Una especie de caverna más estrecha se reveló y al mismo tiempo un golpe de aire fresco llegó a sus rostros. Los pasos continuaron retumbando con cada vez menos intensidad hasta que la luz del día golpeó sus ojos. Estaba atardeciendo; un rojizo cielo les hizo caer en cuenta de que llevaban dentro del calabozo más tiempo del que esperaban. Frente a sus ojos, una arboleda se mezclaba con edificaciones, dándoles a entender que estaban a una buena distancia del pueblo. Los alrededores eran iguales al paisaje que recordaban antes de entrar al túnel, pero a medida que avanzaban, la altura disminuía y la vegetación hacía más verde el camino.
— Siento que fue mala idea tomar el atajo… estoy exhausta —exclamó Fjola.
— A buena hora viene a decirlo, señorita Fjola, yo les había advertido que era mala idea —respondió Ronan en tono molesto, para luego reír—. Al menos seguimos vivos, pero ¿será seguro entrar al pueblo? Digo, es donde vive aquel sujeto.
— Sí, será seguro entrar, dudo que me recuerden, usaba el pelo corto en aquel entonces y era más joven, creo que tenía la edad de Astrid —respondió Fjola.
— Esperemos que todo salga bien… —respondió Astrid. Ya habían vivido bastantes emociones aquel día para seguir metiéndose en más y más problemas.
Luego de un buen rato de caminata, los aventureros llegaron a la entrada de Tredge, donde los guardias solo les preguntaron qué había sucedido con Ingrid y les indicaron en donde se encontraba la posada para que pudiese descansar.
Al llegar, un edificio de dos pisos se impuso frente ellos. Robin y Astrid observaron que Fjola tragó un poco de saliva antes de abrir la puerta y, una vez dentro, vieron que un hombre alto y fornido, con barba y cabellos largos y blancos, estaba en la recepción esperando por nuevos clientes. Al verlos, el hombre no pudo ocultar su rostro de sorpresa.
— ¡Fjola…! —exclamó.
— ¡Shh! —chistó Fjola—. ¡No llames la atención, Asbjorn!
— ¡Oh, por Odín! ¡Mírate! ¡Estás más madura de lo que recuerdo! —exclamó Asbjorn, mientras abandonaba su puesto e iba directamente a abrazar a la mercenaria, quien apenas alcanzó a resistirse a la muestra de cariño de aquel extraño sujeto.
— Han pasado años… —dijo Fjola con su rostro lleno de vergüenza; definitivamente las muestras de cariño no eran lo suyo.
— ¡Claramente, señorita! —respondió el hombre con una gran sonrisa—. Tenías a este saco de huesos preocupado de tu salud… Veo que vienes acompañada. ¿Qué le sucedió a Ingrid?
— ¿Conoces a Ingrid? —preguntó Fjola, expresando la misma duda que sus compañeros parecían tener ante lo dicho por el posadero.
— ¡Por supuesto! —respondió Asbjorn—. Lleva un par de meses viviendo acá, fuimos buenos amigos durante la guerra y ahora nos volvimos a encontrar. Me tomó por sorpresa su visita, si les soy sincero.
— Vaya… —dijo Fjola, mientras Asbjorn la dejaba de abrazar. Su voz se había vuelto muy dulce, demasiado para lo que conocían de la mercenaria.
— Bueno —dijo Asbjorn—. Será mejor que tomen un baño caliente y se cambien esas prendas húmedas por algo más cómodo, se enfermarán si siguen así. Cuando estén listos, vengan a cenar, ahora mismo iré a prepararla. Como pueden ver, no han venido muchos huéspedes a Tredge, aparte de Ingrid, y mis tardes han sido bastante aburridas. Y no, no necesito ayuda, déjenlo en mis manos.
Asbjorn les indicó donde estaban las habitaciones disponibles y el cuarto de baño, para luego retirarse a cocinar. Las muchachas decidieron quién iría primero a bañarse, mientras se dirigían a dejar su equipaje. Ronan, en cambio, dejó a Ingrid en una habitación específica que Asbjorn le había indicado y, luego, a la luz de una lámpara, comenzó a revisar si sus pertenencias se dañaron con la cantidad de tiempo que estuvieron bajo el agua. Al rato, Asbjorn volvió a aparecer en la habitación de Ronan, entregándole cuatro camisas de suave algodón, para dormir.
— Lo ideal es que también laven sus ropas mientras se hospeden aquí —indicó— Tengo de muchos tamaños, creo que estas les quedarán.
— Muchas gracias, señor Asbjorn —agradeció Ronan, para luego tomarlas y dejarlas en los percheros que se encontraban en cada habitación.
Rato después, y mientras Ronan tomaba un baño, Astrid se dirigió a la habitación que compartía con Fjola, quien la esperaba para ordenar su cabellera. Ambas vestían los camisones que Ronan les había dejado.
— Justo a tiempo, pequeña —dijo Fjola con una sonrisa—. Aunque, deberías secar tu cabello primero…
— Está bien, tu cabello es más complicado de peinar que el mío. Además, con las toallas que nos entregó el señor Asbjorn será más fácil quitarnos la humedad en ellos —respondió Astrid, mientras secaba enérgicamente el pelo de Fjola.
— Debo agradecer las maravillas que traen desde otros reinos; qué sería de nosotros sin sus accesorios —dijo Fjola mientras era peinada cuidadosamente por Astrid.
— Nunca había usado toallas tan suavecitas —dijo Astrid, alegremente. Entonces agregó—: Es un alivio tener un lugar donde hospedarnos, esperaba que el señor Asbjorn nos delatase a Ferdinard al verte.
— No, Asbjorn no es así —sonrió Fjola—. Creo que te debo una explicación —agregó —. Durante el tiempo en el que trabajé para Ferdinard, viví en esta posada. Las únicas veces que iba a la morada de aquel pelafustán era para reportar los encargos que él me pedía y, bueno, tú sabes…
— No es necesario mencionarlo —intervino Astrid con una mueca de asco.
— Asbjorn es un buen hombre, me cuidó mejor que mi propio padre mientras vivía aquí —continuó Fjola—. Pero su amabilidad no es porque sí… Su única hija fue tomada por la Cruzada Divina para ser convertida en soldado, él se opuso a ello, pero no pudo hacer nada. Era él contra el poder de Ferdinard en el pueblo.
— Qué frustrante… —suspiró Astrid, mientras peinaba el cabello de Fjola.
— No tendrán de qué preocuparse mientras nos hospedemos aquí. Se podría decir que este es un oasis en medio del desierto —agregó Fjola—. Tenemos que ver una forma de recuperar la caravana de Ronan sin meternos en tantos problemas…
— Es verdad —dijo Astrid, mientras daba un gran bostezo y comenzaba a trenzar el cabello de Fjola.
— Hablando de problemas —dijo Fjola—. La ropa de la señorita Ingrid sigue húmeda, ven, vamos a ver si está despierta, Astrid.
Ambas salieron de la habitación en dirección a la de Ingrid, pero fueron interceptadas por Ronan, quien ya había terminado su baño y secaba su cabello con una toalla.
— ¿Se puede saber a dónde van? —dijo Ronan al verlas—. Será mejor que dejen a la señorita Ingrid descansar, vengan, que el señor Asbjorn tiene la cena lista.
— Está bien —respondieron ambas, para luego seguir a Ronan hacia el comedor de la posada. Mientras tanto, Ingrid había escuchado parte de la conversación entre Astrid y Fjola y se asomó a ver si alguno de los muchachos seguía rondando por las habitaciones.
— Debí haberles avisado que había despertado ya… —se dijo a sí misma, pero luego de meditarlo unos momentos, agregó—: Es mejor que se hayan ido, no soporto tanta energía y bullicio a mi alrededor.
Dicho esto, Ingrid tomó la camisa de dormir y un par de toallas que Ronan había dejado en su habitación y tranquilamente caminó hasta el cuarto de baño.
Mientras tanto, en el comedor, el viejo Asbjorn tenía la mesa servida con varias delicias preparadas, entre ellas una sopa de champiñones con patatas y hierbas y un gran trozo de carne al jugo, el cual estaba cortando para repartir entre los comensales. Los muchachos quedaron salivando con el maravilloso aroma que había envuelto el lugar.
— ¿Ingrid sigue durmiendo? —preguntó el anfitrión a los muchachos al verlos llegar al comedor.
— Sí, esperemos que despierte pronto. Su ropa sigue húmeda y puede pescar un resfriado —respondió Ronan, mientras todos se sentaban a la mesa para cenar.
— Estará bien, Ingrid es un hueso duro de roer —respondió Asbjorn, para luego soltar una carcajada—. Créanme que en breve bajará a cenar con nosotros.
Fjola sopló una cucharada de sopa y la bebió. Entonces, sus ojos se abrieron de par en par.
— ¡Esto está delicioso! — exclamó —. Me moría de hambre…
Asbjorn rió con satisfacción, mientras ponía algunas patatas en su plato.
— ¡Coman que hay para todos! ¡No se contengan!
— ¡Sí! —exclamaron Astrid y Ronan con sus ojos brillantes por la cantidad de comida fresca y deliciosa frente a ellos. El recuerdo de la comida en Osfund no era muy bueno, ya que con lo que les había sucedido la noche anterior en la taberna, no pudieron disfrutarla.
— Sé que Ingrid es una bruja. Como les comenté hace un rato, lleva un tiempo viviendo conmigo —agregó Asbjorn a la conversación—. También sé que tiene asuntos pendientes con Ferdinard, pero no me ha comentado mucho de ello. A todo esto, ¿qué los trajo hasta acá? Van muchos años desde la última vez que me visitaste, Fjola.
— Estuve recorriendo el continente, trabajando de mercenaria —respondió Fjola—. También viajé fuera por un par de años, no llevo mucho tiempo de vuelta, de hecho. Arribé a Serkenrode hace poco menos de un mes.
— Ahora entiendo por qué estabas en Kvitingan aquella vez —añadió Astrid.
— Sí, ahí conocí a esta pequeña —agregó Fjola, mientras acariciaba la cabeza de Astrid, quien sonrió ante el gesto—. El problema, es que terminamos involucradas en un incidente que llamó la atención de la Cruzada Divina y Astrid resultó herida. Por suerte Ronan nos transportó en su caravana, con la condición de ayudarlo con unos problemas en su ciudad natal.
— Vaya… —dijo Asbjorn.
— Durante ese viaje, tuvimos el infortunio de encontrarnos con Ferdinard en Osfund, pues sus informantes le dieron aviso de Astrid y… sabes cómo se pone cuando se obsesiona con una muchacha.
Astrid sintió un escalofrío recorrer su cuerpo; aquel sujeto le repugnaba. Fjola masticó y tragó un poco de carne, para luego continuar con su explicación.
— Entonces, me fue a buscar con sus guardaespaldas a la taberna de Osfund, ya que nos habíamos detenido a descansar antes de continuar con nuestro viaje, con la intención de que le entregásemos a Astrid. Como me negué y me burlé de su hombría, me golpeó la cabeza con una botella de vidrio y se fue de allí llevándose la caravana de Ronan con él.
— Qué bastardo más grande… —rechistó Ronan, al tiempo que masticaba su trozo de carne con evidente molestia.
— Y por eso estamos acá… aunque, siendo sincera, si no nos hubiésemos encontrado con Ferdinard, hubiésemos venido a tu posada de todos modos, Asbjorn —sentenció Fjola, para entonces beber un poco de jugo que el hombre le había servido durante su explicación.
— Pero ¿cómo terminaron todos mojados? —preguntó Asbjorn—. El camino es casi todo tierra y rocas…
— Ah, eso… —respondió Fjola con una sonrisa incómoda—. En nuestro camino hacia acá, descubrimos que Ferdinard había tomado un atajo para volver a Tredge de forma más rápida. Parecía una mina abandonada dentro de las montañas, pero al final solo había un enorme pozo. Entonces, fuimos atacados por una extraña criatura esquelética que atrapó a Astrid entre sus fauces y nos costó mucho vencerla. Cuando lo logramos, caímos junto a Astrid y la criatura al fondo del pozo de la mina y el impacto provocó un derrumbe que estuvo a punto de aplastarnos. ¡Pero la señorita Ingrid…!
— ¿Qué es lo que hice yo? —preguntó Ingrid, mientras se acercaba a la mesa, vestida con la ropa de dormir y su pelo suelto. Asbjorn se levantó raudo a buscar un plato y cubiertos para el nuevo comensal que se había sumado a la cena.
Una vez que Ingrid se sentó a cenar, Fjola continuó la conversación.
— Con su magia, la señorita Ingrid destruyó todas las rocas que iban cayendo al fondo del pozo, pero el peso de la criatura hizo que el suelo cediera y todos cayéramos a un río subterráneo que pasa bajo las montañas. Luego de unos minutos, en los que el río nos arrastró violentamente, llegamos a una especie de alcantarillado en el cual nos arrimamos y resguardamos luego de todo aquel viaje. Para resumir, este alcantarillado era parte de un calabozo personal de Ferdinard en donde encierra niñas pequeñas y mantiene quizás qué más dentro de él. Matamos a todos los guardias que encontramos en nuestro camino para escapar del lugar y por eso terminamos en tu posada.
Asbjorn observó atentamente a Fjola mientras relataba la historia, la sonrisa se había borrado de su rostro con todo lo escuchado.
— ¿Así que vienen acá a matar a Lord Ferdinard? ¿No es así? —preguntó.
— ¡Por supuesto que no! —exclamó Fjola— Solo queremos recuperar lo que es nuestro, aunque sea por la fuerza.
— Yo sí quiero matar a Ferdinard —interrumpió Ingrid—. Tengo cuentas pendientes con él. Es un traidor.
— ¿Un traidor? —exclamaron todos, provocando un silencio inmediato en el comedor.
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