Astrid: La Búsqueda - 11
— Así como lo oyen, un traidor —respondió Ingrid—. Ferdinard también fue un mago que luchó junto a nosotros contra la Cruzada Divina, hasta que fue seducido por Melvin y nos traicionó. Es algo que quería advertirles desde un principio, muchachos.
— Espere, no estoy entiendo nada, señorita Ingrid —exclamó Fjola, incrédula—. ¿Cómo que Ferdinard es un brujo? Jamás, en todos los años que trabajé con él, usó magia para algo. ¡Es un maldito gordo bueno para nada!
Los demás continuaron escuchando atentamente las declaraciones de la maga.
— Bueno, creo que les debo una explicación, muchachos… —respondió Ingrid, para luego beber un poco del vino que Asbjorn le había servido—. Verán, durante la guerra del Gran Norte, hace quince años, Ferdinard, junto a otros cuatro magos, revelaron a Eoghan el plan que el general Morgan había trazado para invadir Nordskot y acabar definitivamente con la recién formada Cruzada Divina.
Para nosotros era absurdo que aquellos magos nos traicionaran solamente para estar de lado de Eoghan. Aún hoy en día, ellos lo odian por ser un completo imbécil. Sin embargo, alguien más manejaba a Eoghan desde las sombras; ese alguien es Melvin, un brujo que planificó todo meticulosamente. No sabemos cuáles son sus verdaderas intenciones, pero para cumplirlas necesitaba deshacerse de todo lo que pudiera interferir con sus planes; y eso nos incluye a nosotros, los magos. Naturalmente, el grupo de Ferdinard se alió con Melvin para conseguir poder y riquezas.
— Melvin… recuerdo que la señorita Esna nos había hablado sobre él cuando estuvimos en su posada —agregó Fjola a lo dicho por Ingrid—, también nos dijo que Melvin quería conservar una casta pura de magos.
— Esa fue la excusa para secuestrar a Yukiko, la segunda maga más fuerte de la cofradía, luego de Morgan —intervino Ingrid, aumentando su rabia en cada palabra—. En realidad, no conozco las verdaderas intenciones de Melvin ni me interesan, pero quiero detenerlo a toda costa.
— ¿Y matar a Lord Ferdinard te traerá paz, Ingrid? —dijo Asbjorn, buscando tranquilizar a Ingrid.
— Lo siento, han sido muchas cosas… —dijo Ingrid, calmándose con las palabras de Asbjorn.
— De todos modos, por mucho que queramos ayudarla, no seríamos de mucha utilidad, señorita Ingrid —dijo Fjola, respondiendo a la petición de Ingrid—. Astrid no puede usar magia y Ronan tiene su brazo en mal estado por la pelea que tuvimos en la mina, antes de nuestro encuentro.
— Y tampoco olvidemos… —agregó Astrid, poniéndose de pie—. Que cierta mercenaria tiene la mala costumbre de ocultar heridas.
Entonces, Astrid tocó el abdomen de Fjola, quien hizo una mueca de dolor por la sorpresiva acción de la maga.
— Necesitas descansar, Fjola —continuó Astrid—. No sé de dónde sacas tanta resistencia, pero tampoco quiero que sigas obligándote a mantenerte fuerte para protegernos.
— Está bien, Astrid, tú ganas… Pero no vuelvas a hacer eso, por favor —suspiró Fjola adolorida, mientras Astrid volvía con una sonrisa triunfante a su puesto para continuar su cena—. Esa es nuestra respuesta, señorita Ingrid. Por mucho que queramos, no podemos pensar siquiera en pelear contra Ferdinard en nuestro estado.
— Es una lástima oír eso, Fjola —respondió Ingrid—. Pero ¿qué tienen planeado hacer para recuperar su caravana?
— Mi idea era ingresar a su mansión y robarla durante la noche. Pedírsela por las buenas me costaría entregarle a Astrid a ese malnacido —respondió Fjola.
— ¿Conoces su mansión? —intervino Ronan.
— Claro que sí —respondió Fjola—. Trabajé varios años para él, conozco su mansión al revés y al derecho. ¿No les estaba contando eso cuando veníamos para acá?
— Es verdad —dijo Astrid.
— Será mejor que dejen todo eso para mañana, terminen de cenar y vayan a dormir muchachos. Con todo lo que me han contado, me sorprende que aún tengan energías para mantenerse en pie —intervino Asbjorn, buscando calmar los ánimos que se habían encendido tras la conversación.
Así, los aventureros terminaron de cenar y se dirigieron a sus respectivos cuartos. Mientras, Ingrid ayudaba a Asbjorn a limpiar lo que habían usado para la cena.
— Me sorprendió que siguieras con la idea de matar a Ferdinard, Ingrid —dijo Asbjorn.
— Él destruyó mi vida, Asbjorn, ¿cómo no voy a odiarlo? —respondió Ingrid—. No podré dormir tranquila hasta que le haya dado muerte a ese maldito.
— Trata de no cometer alguna locura, sería muy terrible perderte… —dijo Asbjorn, casi en un susurro, provocando que Ingrid sonriera un poco.
— Volveré a salvo, no lo dudes —respondió Ingrid—. Después de todo, no fue por nada que conseguí mi rango de general.
* * *
En su habitación, Fjola revisaba el estado de su cuerpo tras los últimos acontecimientos que había vivido. Diversos moretones y cortes recorrían su torso y piernas, causando dolor cada vez que los pasaba a llevar con sus manos.
— ¿Y así pensaba ir a invadir la mansión de Ferdinard? —se dijo a sí misma—. Creo que sobreestimé la resistencia de mi cuerpo… en nuestra próxima parada tendré que comprar una armadura o no aguantaré más castigo.
Unos golpecitos se pudieron oír en su puerta; Fjola rápidamente se cubrió con su camisón y corrió a abrir. Tras ella, vio a Astrid con su ropa de dormir llena de sangre y sus ojos derramando lágrimas de dolor.
— Fjola… ayúdame… —dijo Astrid con mucho esfuerzo, mientras se aferraba a las ropas de la mercenaria, tratando de no perder la consciencia.
— ¡Astrid! ¡¡Astrid!! —gritó Fjola, mientras asistía a su amiga—. ¡Resiste, pequeña!
— Todos tus actos tienen una consecuencia, Fjola, lo sabes bien. —Fjola pudo oír una voz arrogante y molesta, muy familiar.
—¡¡Ferdinard!! —gritó Fjola, depositando el cuerpo inconsciente de Astrid en el suelo. Luego, tomando su espada, salió de la habitación en busca del brujo—. ¡¡Sal de tu escondite, bastardo!!
—Vaya, vaya… ¿Tan furiosa? ¿Pero si todo lo que ha ocurrido en tu vida es culpa tuya? ¿Por qué no asumes tus errores? —se oía retumbar en el aire, mientras Fjola revisaba las demás habitaciones, para encontrar a sus amigos inertes en sus camas.
Fjola corrió fuera de la posada, en donde todo el pueblo se había reunido para ajusticiarla. En el centro de la multitud, estaba Ferdinard de pie, con una sonrisa de oreja a oreja.
— ¿Creías que podías volver a este pueblo como si nada luego de todo lo que le hiciste a sus habitantes? Eres una hipócrita… —dijo Ferdinard, mientras se acercaba a ella.
Entonces, un grupo de hombres se abalanzó sobre Fjola para inmovilizarla. Ella intentó liberarse, pero el dolor de sus lesiones le impidió oponer la resistencia suficiente y terminó doblegada ante la fuerza de los ciudadanos.
— ¡Me querías a mí! ¡Ellos no tenían que ver con tus caprichos, cerdo asqueroso! —gritó Fjola, llena de ira.
— ¿Desde cuándo te has preocupado por lo demás, ramera? —preguntó Ferdinard, dando una patada en la quijada de la inmovilizada mercenaria. Fjola no se resintió demasiado por el golpe y, luego de escupir un poco de sangre, sonrió.
— Ya me decían los granjeros que los cerdos entre más gordos, más débiles eran sus patas… —dijo Fjola, sin apartar la vista de su agresor.
— ¡Tráiganla! —gritó Ferdinard. Uno de los hombres arrojó violentamente a Astrid, quien continuaba inconsciente, a los pies de Ferdinard.
— ¡Astrid…! —exclamó Fjola al ver a su amiga.
— ¿Recuerdas cómo cobrabas los impuestos a la gente de este pueblo? —preguntó Ferdinard—. ¿O cómo extorsionabas a los comerciantes luego de que les ofrecieras tus servicios? ¿O cómo aniquilaste a aquellos bandidos? ¡Uf! ¡Aquello fue un espectáculo! Como el que estoy a punto de realizar ahora…
Ferdinard desenfundó una navaja, generando un ambiente tenso en el lugar.
— No creas que podrás expiar los horrores que has cometido tratando de ayudar a una muchacha a reencontrarse con su padre, Fjola. Ni siquiera pudiste evitar que Mana muriese en manos de la Cruzada Divina —continuó Ferdinard—. Jamás podrás borrar esos crímenes de tu ser, como aquellas horrorosas cicatrices que tiene tu cuerpo.
¡Ningún hombre desearía a una pobre ramera como tú, Fjola! Eres un vil despojo, una simple herramienta… Tal vez tu querida Astrid sea una digna heredera de tu título como súcubo, qué belleza; no se puede comparar con las porquerías que están encerradas en aquel calabozo.
Ferdinard se acercó lentamente hacia Astrid ante la mirada furibunda de Fjola, quien no podía zafarse de sus captores. Sin embargo, poco a poco la mercenaria comenzó a perder su fuerza y terminó mirando al suelo, evitando presenciar la horripilante escena que estaba a punto de ocurrir.
— ¿A quién engaño? —comenzó a murmurar Fjola—. Ferdinard tiene razón, siempre terminé dependiendo de otros para tomar las decisiones de mi vida… fui siempre una herramienta para los demás. ¿En qué estaba pensando al querer viajar con Astrid…? ¿Quería ser una herramienta nuevamente?
— ¡Fjola! —la mercenaria pudo oír una dulce voz familiar que la llamaba—. ¡Reacciona!
— ¡Ah! ¡Qué mierda estoy haciendo! ¡Yo ya me libré de esto hace años! —gritó Fjola, mientras sus ojos derramaban lágrimas de ira. Recuperando su fuerza volvió a oponer resistencia a sus captores, con mucha más determinación—. ¡¡Eres cerdo muerto, Ferdinard!!
Con una fuerza sobrehumana, Fjola lanzó lejos a los hombres que la inmovilizaban y, recuperando su espada, se lanzó a atacar a Ferdinard a toda velocidad.
— ¡¡Astrid!!
* * *
Fjola despertó sobresaltada, sintió humedad en su rostro y rápidamente revisó sus ropas en busca de manchas. Para su tranquilidad, en la cama contigua pudo ver a Astrid quien dormía apaciblemente. La mercenaria se puso de pie y se acercó a ella.
— ¿Astrid? —preguntó Fjola, moviendo suavemente a la maga—. ¿Estás bien?
— ¿Uh? —respondió Astrid, despertando lentamente— ¿Qué sucede Fjola…? ¡E-Estás llorando! —dijo Astrid con rostro angustiado al ver que los ojos de Fjola no dejaban de derramar lágrimas.
Fjola se arrodilló en el suelo y, apoyándose sobre la cama de Astrid, se quebró en llanto.
— ¡Tuve una pesadilla horrible! —se lamentó Fjola.
Astrid palideció ante la reacción de la mercenaria. Era la primera vez que la veía tan vulnerable y no sabía qué hacer. Fjola continuaba sollozando y Astrid acarició su cabeza, calmándola poco a poco.
— Esto no es un sueño, ¿verdad? —preguntó Fjola, mientras secaba sus lágrimas.
— No, Fjola, todo está bien —respondió Astrid con una voz suave, mientras jugueteaba con los pequeños rizos que el salvaje pelo de Fjola tenía—. Han sido muchas cosas…
— Gracias, Astrid… —dijo Fjola—. El que estés acá me deja más tranquila.
— Si vuelves a tener una pesadilla, puedes conversar conmigo, te escucharé atentamente —dijo Astrid, para luego sonreír.
Fjola asintió y volvió a ponerse de pie para regresar a su cama, no sin antes acariciar cariñosamente la cabeza de Astrid, en señal de agradecimiento. Una vez arropada, volteó a ver su amiga una vez más, quien continuaba observándola pacientemente.
— Buenas noches, Astrid.
* * *
A la mañana siguiente, Ingrid conversaba con Fjola en el comedor de la posada. Asbjorn había salido a comprar un saco de harina, mientras que Astrid y Ronan dormían distendidamente en sus respectivas habitaciones.
Sobre el comedor había un par de tazones con té caliente que ambas bebían para evitar el frío matutino que poco a poco indicaba que el invierno se acercaba a Erinnere.
— Bueno, ¿de qué querías conversar, Fjola? —preguntó Ingrid, sin separar sus manos de su tazón.
— Estuve reflexionando sobre lo que conversamos la noche anterior… La ayudaré a matar a Ferdinard —respondió Fjola.
— Vaya —exclamó Ingrid, suspirando—. ¿Y a qué se debe tal cambio de opinión? Anoche dijiste muy decidida que tu plan no era asesinarlo.
— Sí, de hecho, todo lo que viví el tiempo que trabajé para él fue por mi propia voluntad —respondió Fjola—. Pero, ahora que me alejé de él, quiere volver por mí, queriendo dañar lo que más quiero.
— O sea, caíste en cuenta que Ferdinard invocó aquella criatura para matarlos, ¿verdad?
— ¿Qué?
— Claro, él es un brujo después de todo. Hay muchas habilidades que no conozco de él, pero sé que era capaz de invocar criaturas de otros mundos.
— Espere… eso significa que también pudo predecir nuestros movimientos.
— No me parecería extraño, ¿no será mucha coincidencia que un monstruo supiera exactamente dónde estaban ustedes?
La maga suspiró intranquila, para luego beber un sorbo de su té.
— Quiero contarte algo, Fjola… —agregó Ingrid, para luego relamerse el sabor del té de sus labios—. Mi sed de venganza no es solamente por la traición de Ferdinard a la cofradía…
Durante mi época como general, me comprometí en matrimonio con un muchacho llamado Fenris. Él era un buen muchacho, un poco tímido, pero Morgan había puesto suficiente confianza en él para ascenderlo a general de la cofradía cuando se casara conmigo. Sin embargo, durante la guerra, perdimos su rastro.
Él era un estratega bastante prodigioso y pieza fundamental para la elaboración de todos los planes exitosos que realizamos contra la Cruzada.
Al poco tiempo, luego de que los brujos desertaran de la cofradía, Ferdinard se encontró conmigo y, sin piedad, me comentó todas las crueldades que él y sus compañeros habían cometido para sacarle la información a Fenris acerca de los planes para destruir a la Cruzada Divina; cada maldito detalle…—las palabras de Ingrid iban acompañadas de un temblor involuntario en su cuerpo.
— Señorita Ingrid… —dijo Fjola, tomando una de las manos de Ingrid para que esta mantuviera la calma.
— Lo dijo casi con placer… —continuó Ingrid, con lágrimas en sus ojos—. Él y sus compañeros destruyeron mi futuro, nuestro futuro… Fjola, sé que matando a Ferdinard no traeré a de vuelta a la persona que tanto amé, ni tampoco arreglaré todo el desastre que ellos provocaron, pero su muerte me traerá una tranquilidad enorme que llevo buscando hace años. ¿No es así para ti también?
— Creo… —respondió Fjola, un poco resignada ante las intenciones de Ingrid, que hacían las suyas un simple capricho de niña noble.
— Sabiendo todo el odio que tengo en contra de aquel maldito, ¿me ayudarás a vencerlo?
— ¡Por supuesto! —chilló Fjola—. Gracias a él las pobre niñas están encerradas en aquel calabozo. ¡El matarlo traerá paz a ellas y quizás cuantas personas más que están sufriendo por culpa de sus caprichos!
— De verdad eres un fiel reflejo de tu madre, Fjola… —pensó Ingrid—. Ella estaría orgullosa.
— Bueno… dejemos tantas emociones de lado y sigamos con lo nuestro—agregó Ingrid, cambiando el tema de conversación—. ¿Qué plan tienes para invadir la mansión de Ferdinard?
— En la mansión de Ferdinard hay dos entradas: una es la principal, que se usa para los invitados que van a pie y una trasera, que da directamente a los establos —comenzó a explicar Fjola—. Mi idea es provocar un incendio difícil de apagar en su mansión, para que sus esbirros se distraigan y corran a extinguirlo, específicamente en un punto alejado de la puerta para los caballos. Entonces, nosotros entraríamos por la puerta descuidada y nos dirigiríamos a los establos, que están cerca de aquella entrada. Lo más probable es que la caravana de Ronan esté ahí, algo que Ferdinard jamás ha hecho ha sido maltratar animales.
— Suena como un plan bastante sólido, pero ¿cómo esperabas provocar un incendio sin que te descubrieran? —preguntó Ingrid, intrigada.
— Usando fuego marino como un proyectil, cuesta mucho apagarlo—respondió Fjola con una enorme sonrisa que luego desapareció, mientras agregaba: — Lástima que, como terminamos bajo el agua, se humedeció la mezcla que tenía y quedó inutilizable.
— Oh, pero eso puede arreglarse con un poco de magia —dijo Ingrid. guiñando un ojo a Fjola, quien sonrió ante la respuesta de la maga.
— Pero necesito un par de días para ejecutar el plan, señorita Ingrid —continuó Fjola—. Anoche estuve revisando mis heridas y necesitaré un poco más de tiempo para recuperarme.
— He esperado más de quince años para vengarme, así que no me molestará esperar un par de días más —respondió Ingrid sin dejar de sonreír.
— ¿Y qué hay de mí? ¿Acaso nadie se preocupa del pobre bardo? —preguntó Ronan, dando un gran bostezo y provocando la risa de Ingrid y Fjola —. Por mí no hay problema en ir a matar a ese hijo de puta, pero debes conversar con Astrid, Fjola, nuestros problemas no tienen que ver con ella, no quiero que se convierta en una asesina.
— Me lo pones difícil… —exclamó Fjola—. Pero tendré que asumir, es mi culpa que esté metida en todo esto.
— No seas tan dura contigo misma, Fjola —dijo Ingrid, notando una alegre voz que se iba acercando a la posada—. Bueno, viene siendo hora de desayunar.
Y dicho esto, Asbjorn regresó con más compras de las que había planeado y junto a Ingrid prepararon el desayuno para sus huéspedes, mientras que los muchachos lavaban y ponían a secar las ropas que llevaban antes de llegar a la posada, para poder usarlas lo más pronto posible. El sol, poco a poco, iba calentando la mañana y su brillo dejó en claro que la ropa no tardaría mucho en quedar completamente seca.
Horas después, Ronan y Fjola dejaron el lugar en busca de un herrero. Ingrid se dirigió a la habitación de Astrid, quien se encontraba atareada ordenándola, aunque no había mucho que arreglar.
— Este… ¿Astrid? —dijo Ingrid, golpeando suavemente la puerta del cuarto de la muchacha, para llamar su atención.
— ¡Oh! ¡Señorita Ingrid! —respondió Astrid— ¿Qué la trae a mi habitación?
— ¡Oh, por Odín! ¡No hables como María! —dijo Ingrid, tratando de aguantar una carcajada. Entonces, agregó en un tono nostálgico: — Me gustaría conversar un poco contigo, no hemos tenido oportunidad debido a lo que sucedió en aquel calabozo… Sé que no es un buen momento de decir esto, pero me causa mucha tristeza saber que Morgan no conoce a la bella jovencita en la que te has convertido, Astrid, pero al mismo tiempo me hace muy feliz ver que tú, y por ende María, sigan con vida; han sido años duros.
— Lo sé, señorita Ingrid —respondió Astrid, mientras su rostro se afligía por las palabras de la muher.
— Pero —continuó Ingrid—, creo que es mi deber ayudar a la hija de un buen amigo en tiempos de necesidad. Ayer mostraste curiosidad por la capacidad de ver el éter que poseo, ¿verdad?
— ¡Sí! —exclamó Astrid—. ¿De verdad los magos pueden hacer eso?
— Por supuesto, pequeña —respondió Ingrid—. Si mal no recuerdo, la primera lección que debemos aprender es: “El éter es todo, debemos sentirlo y luego de sentirlo, podremos verlo”.
Astrid observaba maravillada a Ingrid mientras explicaba el cómo los magos pueden ver el éter. Era su primer acercamiento a una disciplina que le parecía lejana, ya que solo la había leído en libros. ¿Libros? Astrid recordó que su grimorio todavía permanecía en la caravana.
— ¡Ah! ¡El libro de mi padre! —exclamó Astrid, asustando un poco a Ingrid.
— ¿Libro? —preguntó Ingrid.
— ¡Sí! —dijo Astrid—. Mi padre había dejado un libro que se activaba con el éter.
— ¡Oh! —dijo Ingrid—. Recuerdo un libro similar, es un libro de hechizos básicos que es muy fácil de memorizar. Era una lectura obligatoria que los magos novatos debían aprender en la época de la Cofradía de la Brújula.
— Entonces si lo leo, ¿podré hacer magia? —preguntó Astrid, con mucho entusiasmo.
— Sí, pero primero debes aprender a ver el éter, siempre debes partir desde abajo. Lo básico es lo primero en cualquier disciplina —respondió Ingrid, en un tono severo.
— ¡Sí, señora! —contestó Astrid, decidida a aprender todo lo que Ingrid iba a enseñarle.
— Pero antes necesito preguntarte algo… —dijo Ingrid, provocando una extraña incomodidad en Astrid—. Sabes mis intenciones en contra de Ferdinard, y Fjola me ayudará a cumplir mi objetivo. ¿Estás dispuesta a cargar con ello?
Astrid guardó silencio por unos momentos; nunca se había cuestionado aquello, ya que la muerte de Petro significó salvar su propia vida. En esta ocasión, el hecho de asesinar a alguien que no le había hecho nada a ella directamente, y de manera premeditada, la ponía en jaque. Pero su decisión ya estaba hecha hace tiempo, por ende, respondió sin titubear:
— Sonará duro, pero él es parte de la Cruzada Divina y ellos ya me consideran su enemiga, si debo matar para sobrevivir, no tengo otra alternativa. Lo pensé mucho cuando estábamos hospedados con la señorita Esna, pero ellos no dudarán en acabar con mi vida solo por ser hija de un mago. Desgraciadamente, debo cargar con ello.
La respuesta de Astrid sorprendió a Ingrid, sus palabras sonaban seguras y determinadas. No tenía muy claro lo que ella había vivido antes de su encuentro, no obstante, era seguro que ella estaba dispuesta a todo.
— Oír eso me deja satisfecha —dijo Ingrid, observando los ojos brillantes de la muchacha—, podré enseñarte sin remordimiento, porque ya tienes tu camino trazado. Ahora, presta atención a lo que voy a explicar.
* * *
En tanto, Ronan y Fjola caminaban por Tredge en busca de un herrero. Fjola lucía nerviosa, mientras que el bardo observaba maravillado las construcciones de aquel pueblo.
— Nunca esperé que hubiese tanta gente viviendo alejada del camino principal de Erinnere —exclamó Ronan.
— Hay muchos lugares que conocerás en nuestro viaje, muchacho —agregó Fjola—. Pero será mejor que nos apresuremos en encontrar al herrero…
— No esté tan nerviosa, señorita Fjola —respondió Ronan—, han pasado años desde la última vez que usted estuvo aquí, nadie la reconocerá de buenas a primeras. Además, usted no sigue trabajando para Ferdinard.
— Tienes razón, Ronan, pero no puedo evitar sentirme así… —respondió Fjola sin dejar de moverse, nerviosa.
— De verdad es muy dura consigo misma, señorita Fjola —agregó Ronan—. Todo su pasado con Ferdinard ya fue, no se puede cambiar. Pero usted ha aprendido mucho de esos errores, ¿no es así? Dé un respiro y siga adelante.
— Con esa boca, me sorprende que las damiselas no caigan a tus pies, muchacho —respondió Fjola, más aliviada al oír las palabras del bardo.
Al rato, llegaron a la herrería en donde un hombre mayor golpeaba con un martillo, con mucha fuerza, un trozo de hierro al rojo, para darle forma de espada. Ronan observó atento el trabajo de aquel hombre, mientras que Fjola revisaba las armaduras disponibles, notando la nula presencia de armadura para mujeres.
— Disculpe, ¿no tiene armaduras para mujer? —preguntó Fjola al herrero.
— No, muchacha, han pasado años desde que una mujer ha solicitado una armadura a este vejestorio —respondió el herrero, sin dejar de golpear el metal—. Además, las señoritas están perdiendo el interés por salir a vivir aventuras o unirse a la milicia, para vivir vidas cómodas como la de los terratenientes. Por ejemplo, la vida que se da Lord Ferdinard a costa de la Cruzada Divina y nuestros impuestos.
— ¿De verdad? —preguntó Ronan—. Pensé que este pueblo temía a Lord Ferdinard… ¡Ouch!
Fjola golpeó a Ronan en un brazo como castigo por abrir la boca de más.
— Ya no es tan así —respondió el herrero—, luego de que aquella muchacha que trabajaba para él, Fjola, si mal no recuerdo su nombre, dejara el pueblo para nunca más volver, la Cruzada Divina dejó de oprimir tanto a nuestra gente y poco a poco se ganó la confianza de este pueblo. Si tan solo Fjola estuviera aquí, la gente de Tredge no veneraría a ese maldito obeso.
— Vaya, Erinnere ha cambiado bastante por lo que veo … —dijo Fjola, tratando de ignorar que el herrero hablaba de ella—. Pero cambiemos de tema y hablemos de negocios; ¿puede forjar una armadura para mí? Estuve en una misión hace poco y terminé muy magullada. Necesito protección adicional.
— ¡Por supuesto! Ya me estaba aburriendo de hacer armaduras y armas para los soldados de Ferdinard, son bastante monótonas —respondió el herrero, para luego meter la espada a un balde con agua fría— Espérenme aquí un momento, iré a buscar los modelos para tomar sus medidas.
— ¿Sus? —preguntó Ronan a Fjola, mientras el herrero ingresaba a su taller— ¿También forjará una para mí?
— ¿Piensas recuperar tu caravana sin pelear? —respondió Fjola, dando a entender con una mirada a Ronan que ella estaba consciente de la lesión de su brazo.
— No, no es eso… Simplemente no esperaba convertirme en un guerrero de un día para otro, siendo sincero —respondió Ronan.
— El hecho de que hayas decidido hacer frente a la Cruzada en tu pueblo, te convirtió en uno hace bastante tiempo —aseveró Fjola, sonriendo al bardo—. Ven, veamos un par de cotas y otros accesorios, mientras el herrero está en lo suyo. ¿Conservas el hacha que tomaste en el calabozo?
— La señorita Astrid la trajo ayer —dijo Ronan—. ¡Iré por ella!
Ronan regresó raudo a la posada, pero a medida que se iba acercando, pudo divisar un grupo de hombres que esperaban fuera de ella. Iban armados, dando a entender al bardo que eran soldados de Ferdinard. El bardo dio un suspiro de alivio al ver que desde dentro de la posada salió otro hombre dando la señal para que se retirasen del lugar.
En seguida, Ronan se acercó y vio a Asbjorn estático en medio de la entrada.
— ¡Señor Asbjorn! —exclamó Ronan, llamando la atención de Astrid e Ingrid quienes corrieron a ver lo que sucedía.
— Estoy bien, Ronan —respondió Asbjorn—, simplemente no puedo creer a lo que han venido los soldados.
— ¿Soldados? —exclamó Ingrid—. ¿No te han hecho daño?
— No, estoy bien —dijo Asbjorn.
—¿Y a qué vinieron entonces, señor Asbjorn? —musitó Astrid, nerviosa con la situación que estaban viviendo.
— Aquellos soldados vinieron de parte de Ferdinard —respondió Asbjorn—. Quiere que esta noche se dirijan a su mansión, se hartó de esperarlos.
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