Astrid: La Búsqueda - 12
Fjola, Astrid, e Ingrid ingresaron a un salón decorado de forma soberbia. Sillones forrados y cuadros con bordes de oro eran lo más llamativo del lugar, además de una gran enoteca que cubría uno de los muros de la habitación. Ferdinard parecía haber dado paso libre a las muchachas, ya que no se apreciaba ningún sirviente o soldado del brujo por los alrededores. Avanzaron para detenerse justo frente a Ferdinard, quien estaba sentado tras un escritorio de madera.
— Bien, bien, al fin aparecen frente a mi vista, muchachas —exclamó Ferdinard, sosteniendo con su mano derecha una copa de vino cuyo contenido giraba lentamente—. Que agradable vista tengo ahora mismo; has madurado bastante bien, Ingrid.
— No se puede decir lo mismo de ti, Ferdinard —respondió Ingrid—. Hace quince años eras más agradable de ver, te deterioraste bastante por tu “buena vida”.
— ¿De verdad este cerdo alguna vez fue agradable a la vista? —pensó Fjola.
— Pero ese no es el tema, Ferdinard —continuó Ingrid—, ¿para qué demonios acosas a estas muchachas?
— Pues por mero capricho, Ingrid —respondió Ferdinard—. Fjola fue una antigua servidora mía y llevaba mercancía… fresca —dicho esto, el brujo se relamió, provocando escalofríos en Astrid.
— ¿Mero capricho, maldito cerdo? —gritó Fjola, enterrando su espada en uno de los sillones de Ferdinard—. ¿¡Un mero capricho!?
— Claro, súcubo —respondió Ferdinard—. Las pobres bestias que tengo en aquel calabozo ya han pasado de moda, ahora sirven de juguete para mis soldados. Necesito carne fresca.
Astrid no podía creer lo que estaba oyendo, el nivel de deshumanización que ese hombre profesaba era increíble y le repugnaba.
— Además —continuó Ferdinard—. Hicieron bien en atender a mi llamado, estoy sin sirvientes y necesito reemplazos…
— ¡Basta de tus estupideces! —interrumpió Ingrid, pateando el escritorio de Ferdinard, lo cual derramó el vino de la botella que ahí estaba—. Tenemos cuentas pendientes y hoy las pagarás.
— Lo sé, lo sé, Ingrid, no te desesperes —respondió Ferdinard, para luego sonreír—, pero no creas que mi magia está tan arruinada como mi apariencia, obtendré lo que quiero, aunque sea por la fuerza.
Desde afuera, en los establos, Ronan sacaba a Hope del lugar, cuando una explosión remeció todo. El bardo trató de calmar a su yegua, mientras que el sonido de los caballos relinchando, mezclado con el derrumbe que siguió a la explosión llenaban el ambiente. Ya fuera del lugar, vino a su mente lo que había conversado con las chicas antes de partir a la mansión.
* * *
— ¿Que Ferdinard nos está esperando en su mansión? —exclamó Fjola, sorprendida y al mismo tiempo molesta—. Ese maldito debe tener algún poder que le permita ver lo que hacen las personas. ¡No puede ser que haya logrado adivinar donde estamos!
Habían pasado un par de horas desde que los soldados visitaron la posada de Asbjorn. Durante ese tiempo, Ronan había regresado a la herrería para dejar su hacha en reparaciones, alarmando a Fjola con los últimos sucesos, dejando al herrero trabajando en su encargo, mientras ellos regresaban raudos a su hospedaje.
Los aventureros se reunieron en el comedor, al tiempo que Asbjorn e Ingrid paseaban nerviosamente por la cocina. Sus rostros lucían preocupados por la amenaza que se cernía sobre ellos.
— Tal y como lo escuchaste, Fjola —respondió Asbjorn, quien calentaba un poco de leche para servir a sus huéspedes.
— Nunca presté total atención a las habilidades de Ferdinard, así que puede que tengas razón en tu suposición, Fjola —agregó Ingrid, mientras Asbjorn servía unas galletas que ella había preparado junto a Astrid, horas antes que los soldados aparecieran por el lugar—. Ya no podemos huir ni escondernos, porque Ferdinard puede predecir nuestros movimientos e ir tras nuestra pista e incluso involucrar a inocentes. Debemos hacerle frente ya.
— Maldita sea… —resopló Fjola, agregando—. Bueno, será mejor que repasemos el plan… Las chicas iremos con Ferdinard, mientras que Ronan rescatará a Hope.
— ¿Están seguras de que no debo ir? —preguntó Ronan, preocupado por el bienestar de las muchachas.
— Ronan… —respondió Fjola—. Confía en nosotras, saldremos vivas de aquella mansión, te lo prometo. Espéranos en Lott, nos reuniremos contigo cuando todo esto termine.
* * *
Ronan sacudió su cabeza para concentrarse nuevamente y montó nuevamente en su caravana, ya estaba listo para escapar de aquel lugar. Luego de dar un suspiro para calmar su nerviosismo un poco, se dijo:
— Acepté no ir con ustedes porque sé de lo que son capaces, pero no esperen que me quede de brazos cruzados si llega a sucederles algo…
Sin embargo, un rugido de ultratumba le puso los pelos de punta. Asustado, subió al techo de su caravana lleno de miedo para ver el origen de aquel ruido: una aberración esquelética, que parecía provenir del mismísimo infierno, había destruido la mansión con su enorme tamaño. Tragándose su miedo y su preocupación, el bardo volvió al asiento del conductor.
— Por favor, regresen con vida, muchachas —susurró para sí y luego de arrear a su yegua, escapó del lugar a toda velocidad.
Mientras tanto, la mansión de Ferdinard se caía a pedazos a causa del surgimiento de una espeluznante y gigantesca criatura esquelética humanoide con cuernos en su cabeza y tintes verdes en su aura. Las aventureras a duras penas habían logrado escapar del lugar gracias a la pronta advertencia de Ingrid dentro de la mansión.
— ¡Siempre sale con sus trucos baratos, este bastardo! —reclamó Ingrid, quien lucía una herida en su costado izquierdo.
— ¿Qué demonios es esa cosa? —se preguntaba Fjola, mientras observaba a la aberración que brillaba bajo la oscura noche.
— No estoy segura —exclamó Ingrid—, pero debemos derrotarla o destruirá todo el pueblo. Siento que tiene un poder muy alto que debe ser contenido —volteándose a Astrid, Ingrid indicó a la muchacha—. Astrid, busca un lugar donde ocultarte, nosotras nos ocuparemos de Ferdinard y su criatura.
— Está bien —respondió la maga sin chistar.
Aquella escena parecía sacada de sus peores pesadillas; gritos agónicos podían escucharse en los alrededores, los cuales parecían provenir del monstruo invocado por Ferdinard, y llenaban su cabeza, provocándole un terror atroz que no podía controlar.
Sin embargo, al poco andar, Astrid se encontró con el verdadero precio de la invocación de Ferdinard: montones de cuerpos regados por todo el gigantesco jardín. Quienes parecían ser los empleados del brujo, habían sido utilizados como energía para la monumental invocación. Sus rostros lucían completamente horrorizados, como si les hubiesen arrancado el alma del cuerpo.
— ¡Por Odín! —exclamó Astrid al ver aquel grotesco espectáculo. Rauda, decidió escapar del lugar, pero el hecho de dejar a sus amigas atrás le impidió seguir huyendo.
A la distancia, la maga pudo ver a pequeños esbirros que salían del interior de la mansión de Ferdinard y se dirigían directamente hacia donde estaban sus amigas. Fjola dio un espadazo con todas sus fuerzas, que cortó a la mitad a varias de aquellas criaturas, mientras que Ingrid generaba electricidad a su alrededor y comenzaba a levitar, con claras intenciones de enfrentarse a la criatura que Ferdinard había invocado.
— ¡De nada te servirá resistirte, pelirroja! —exclamó Ferdinard—. ¡Con este poder ya no podrás detenerme!
— ¡Inténtalo si puedes, Ferdinard! —respondió Ingrid—. ¡Tu arrogancia siempre fue tu debilidad! —entonces, comenzó a susurrar— Padre Odín, préstame tu fuerza para acabar con el mal que azota nuestro reino. ¡Mjölnir!
Ingrid creó un gran martillo con electricidad que blandió con maestría. La criatura dio un rugido que retumbó por todo el lugar, haciendo vibrar incluso a los árboles en los alrededores, cuyas hojas cayeron en gran cantidad al suelo. Al mismo tiempo, Fjola contenía a la gran cantidad de esbirros que seguían apareciendo desde el interior de las ruinas de la mansión.
Astrid permanecía inmóvil observando la escena, mientras se preguntaba qué podía hacer ella ante tamaña demostración de poder. Sus piernas no le respondían por el terror que sentía en aquel momento.
— ¡Vamos piernas, respondan! —chilló Astrid, mientras observaba la pelea entre Ingrid y Ferdinard. De pronto, tras ella un esbirro del brujo saltó a atacarla, provocando gritos desesperados de la muchacha.
— ¡Astrid! —exclamó Fjola, alarmada por los gritos de su amiga, pero incapaz de ir en su ayuda al estar conteniendo a las demás criaturas— ¡Usa la daga! ¡La daga!
* * *
— Ten, Astrid —dijo Fjola, quien recientemente había vuelto desde las dependencias del herrero para pagar y traer el equipamiento que habían encargado algunas horas antes, mientras entregaba una daga de acero a Astrid—. Sé que tu fuerte no es pelear, pero viendo la situación en la que estamos, necesitarás protegerte a ti misma, no podré estar ahí siempre.
— Gracias Fjola… —respondió Astrid, un tanto incómoda ante el inesperado regalo. Sin embargo, el arma aumentó su determinación de hacerse más fuerte, como había prometido en su paso por Skatvik, y, por ende, agregó—. La usaré bien.
* * *
Un grito ahogado y mucha sangre llegaron a la cabeza de Astrid. Instintivamente había desenfundado la daga desde su cinto y había dado una certera estocada en la garganta del esbirro, lo que había llenado su rostro, brazos y torso de rasguños y heridas. El cadáver de la criatura cayó bruscamente al suelo, haciendo reaccionar a Astrid. Una sensación de asco llenó su garganta provocando que esta vomitase de forma inmediata.
— ¡Astrid! —exclamó Fjola, corriendo hacia donde estaba su amiga, dejando a Ingrid completamente desprotegida ante los esbirros de Ferdinard—. ¿Estás bien?
— M-Maté a una criatura… no lo puedo creer —respondió Astrid, asqueada y aterrada ante su reacción, mientras el hedor de la sangre inundaba su olfato.
— ¡No hay tiempo para eso, Astrid, tenemos que salir de aquí! —exclamó Fjola, viendo que el combate entre Ingrid y Ferdinard comenzaba a destruir los alrededores y a aumentar su violencia.
Ingrid daba martillazos furiosos que hacían retumbar los alrededores cada vez que impactaban a la abominación de Ferdinard. Mientras, el brujo, quien estaba mezclado con las carnes de la gigantesca criatura, resistía los impactos sin moverse de su lugar.
— La ira está cegando a la señorita Ingrid… —dijo Astrid, mientras se dirigía a la salida junto a Fjola, viendo que los esbirros eran aplastados o desintegrados por los titanes que luchaban cerca de ellos. De pronto, la criatura atrapó a Ingrid con sus manos y comenzó a brillar intensamente, cegando a Astrid y Fjola para luego de forma violenta, generando una onda de choque que hizo volar a las muchachas contra los muros que rodeaban la mansión. El agotamiento junto al impacto dejó a Fjola inconsciente de forma instantánea, mientras que Astrid solo quedó un poco aturdida y con los sentidos confusos.
La muchacha se puso de pie y vio que Fjola yacía inconsciente en el suelo. Luego de recoger su daga, buscó a Ingrid entre los escombros y el humo, que se habían producido por la explosión. No había señales de la gigantesca abominación de Ferdinard, ni de los esbirros que había convocado junto a aquella criatura. Poco a poco, su vista fue enfocando, sus oídos notaron un enorme silencio, dándole a entender la cantidad de ruido que hubo momentos atrás, aunque un pitido constante sonaba en su cabeza. Su cuerpo dolía por el maltrato que había sufrido, pero nada de eso importaba en aquel momento; necesitaba encontrar a su maestra a como diera lugar.
Al poco andar, pudo hallar el cuerpo de Ingrid lleno de quemaduras, pero aún con vida. Alrededor de ella, el suelo estaba carbonizado y se podían vislumbrar partes al rojo vivo.
— ¡Señorita Ingrid! ¡Señorita Ingrid! —dijo Astrid, mientras trataba de despertar a la bruja abrazándola con cuidado—. ¡Resista! ¡Tenemos que salir de aquí!
— ¿A… Astrid? —preguntó Ingrid, recuperando poco a poco la consciencia.
— ¡Menos mal! —suspiró un poco aliviada Astrid, pero sin dejar su nerviosismo por completo—. ¡Salgamos de aquí para conseguir ayuda!
— ¿D-Dónde está Ferdinard? —preguntó Ingrid, notando una ausencia de éter a su alrededor. Entonces, se levantó lentamente, resintiendo todas las heridas que su cuerpo tenía, y se sentó en el suelo. La maga respiraba con dificultad y se podía ver quemaduras en partes sensibles de su cuerpo, como su cuello y rostro; también su cabello estaba chamuscado por el calor de la explosión—. Con aquel estallido debió quedar inconsciente, fue mucho el éter que utilizó; de no haber hecho un escudo con mi propio éter, no estaría viva en estos momentos… y si estuviera viva, no en una pieza.
— Eso puede arreglarse, Ingrid —una voz familiar erizó los pelos de Astrid, tras ella, Ferdinard, en muy mal estado, blandía una espada, dispuesto a matar a Ingrid —. Eres bastante poderosa, debo admitirlo, pero tampoco puedes usar éter y en el duelo físico un hombre siempre derrotará a una mujer.
Astrid volteó y buscando cortar el paso del brujo hacia Ingrid apuntó su daga ensangrentada hacia él.
— Así que tú eres la muchacha que Fjola escoltaba… esto será pan comido y me divertiré mucho contigo luego de matar a Ingrid. Te haré llorar, gritar y desear no haber nacido —dijo Ferdinard, cuyo cuerpo había perdido pedazos con la explosión que había convocado, pero aún se podía mantener en pie.
— No tocarás un solo cabello de la señorita Ingrid, malnacido, ni menos alguno mío —dijo Astrid, sin soltar su navaja, pero al mismo tiempo muy nerviosa.
— Un pobre cachorro no es rival para un macho alfa, pequeña. Mejor hazte a un lado y espérame mientras doy muerte a esta mujer —se burló Ferdinard de las intenciones de Astrid, quien apretó los dientes ante las palabras del brujo.
— ¡No me subestimes! —chilló Astrid con furia, corriendo hacia Ferdinard con claras intenciones de apuñalarlo. Pero a pesar de su deplorable estado, el brujo golpeó diestramente con su espada una de las piernas de Astrid, haciéndola tropezar. La maga cayó al suelo, dejando caer su navaja lejos de ella y provocando sonoras carcajadas del brujo.
— ¡No me hagas reír, mocosa! —continuó burlándose Ferdinard, dando la espalda a Ingrid—. Será mejor que no me obligues a lastimarte, quiero disfrutarte por completo, sin extremidades faltantes.
in embargo, para desgracia del brujo, cuando volteó hacia Ingrid vio que la maga había desaparecido de su ubicación y en su lugar una furiosa mercenaria sostenía su espada decidida a cumplir con su cometido.
— Tal y como juré en Osfund, serás cerdo muerto, Ferdinard… —dijo Fjola, sin despegar sus ojos de los del brujo—. ¿Qué se siente que una mujer malherida y débil, como crees tú que soy, sea tu verdugo?
Y sin esperar respuesta, Fjola se lanzó a atacar a Ferdinard, el brujo se preparó para bloquear un impacto frontal, pero Fjola interrumpió de forma repentina su marcha, forzando su ya exhausto y malherido cuerpo, para reemplazar el blandir de su espada por una patada directa a la mandíbula del brujo. El impacto provocó que este se mordiese violentamente su lengua dejándola inutilizable. Ferdinard soltó su espada y bajó la guardia debido al intenso dolor y sangrado que sufría, ocasión que Fjola aprovechó para retomar el ataque de su espada y con todas sus fuerzas degollar al brujo con un corte limpio y darle muerte de forma definitiva.
El cuerpo de Ferdinard cayó violentamente al suelo, sangrando profusamente, mientras Astrid observaba horrorizada la escena. Fjola volteó a ver a su amiga, dándole una sonrisa de orgullo por haber logrado matar a aquel sujeto.
— Astrid, toma a la señorita Ingrid y lárguense de aquí, ya las alcanzaré. Necesito descansar un poco antes de partir —dijo Fjola, mientras enterraba su espada en el suelo como apoyo para su exhausto cuerpo, mientras jadeaba sonoramente.
— Está bien, Fjola, nos vemos en la posada… —dijo Astrid, mientras se ponía de pie y se dirigía hacia Ingrid, quien estaba a unos metros de la pelea, sentada con mucho esfuerzo.
— Gracias por lo de antes, Astrid —dijo Ingrid—. Eres más valiente de lo que crees.
— No se esfuerce tanto, señorita Ingrid —recriminó Astrid—. Por Odín… el señor Asbjorn nos regañará a todas por haber dejado que usted terminase de este modo.
Astrid ayudó a Ingrid a ponerse de pie, mientras Fjola divisaba la daga de Astrid que estaba cerca del cuerpo de Ferdinard. La mercenaria se acercó a esta con intenciones de recogerla.
— ¡Astrid! ¡Creo que olvidas tu…! —dijo Fjola.
Su diálogo fue interrumpido por un repentino agarrón en su tobillo derecho. El cadáver de Ferdinard continuaba retorciéndose de dolor mientras sostenía la pierna de Fjola. De pronto, su mano desocupada, perforó violentamente su propio pecho, llenando de terror a Fjola.
— ¡¡Huyan!! —logró gritar Fjola antes de que una violenta explosión final levantase una enorme polvareda.
Rato después de que el polvo se disipara, Astrid, quien protegió con su cuerpo a Ingrid para evitar que esta recibiese más daño, corrió hacia donde estaban Fjola y Ferdinard, pero solo pudo ver un enorme socavón en el suelo que llevaba a una completa oscuridad.
— ¡Fjola! —gritó Astrid, pero no recibió respuesta, provocando que sus ojos se llenasen de lágrimas— ¡¡FJOLA!!
Al ver que no había forma de recuperar a la mercenaria desde aquel lugar, Astrid regreso hacia donde estaba Ingrid y juntas emprendieron su regreso hacia la posada de Asbjorn.
* * *
Astrid despertó sobresaltada en su habitación; poco a poco volvieron a su mente los sucesos de la noche anterior. Sobresaltada, se levantó de su cama, pero un viejo dolor regresó, gracias al ataque de Ferdinard. Su pierna, que semanas atrás había sido herida con un virote y curada por Esna, había sido lastimada por el espadazo que había sufrido la noche anterior.
— Ya me había dicho Fjola que cuidara mi pierna… ¡Fjola! —dijo Astrid, para luego salir de su habitación y dirigirse al comedor, en donde Asbjorn preparaba desayuno para Ingrid.
— ¡Oh! ¡Señorita Astrid! —exclamó Asbjorn al ver a la muchacha—. ¡Por fin ha despertado!
— Señor Asbjorn… —dijo Astrid angustiada.
— Aún no hemos podido encontrar a Fjola, Astrid… —respondió Asbjorn, sin que Astrid le preguntase algo—. El agujero que Ferdinard dejó lleva a las alcantarillas de la ciudad, que a su vez desembocan en el río.
—No la han podido encontrar entonces… —dijo Astrid, desanimada.
— Créeme que hicimos lo imposible por encontrarla, pero el río viaja muy violentamente y cuando Ingrid nos dijo, ya habían pasado varias horas.
Un sollozo alarmó a Asbjorn. Astrid lloraba frustrada al escuchar las palabras del posadero.
— No fui de ayuda, señor Asbjorn, no pude proteger a la señorita Ingrid ni pude evitar que Fjola cayera al río… —dijo Astrid, sin parar de llorar.
Asbjorn dio un abrazo a Astrid, quien lloraba desconsolada por haber perdido a su primera gran amiga sin poder hacer nada para salvarla.
Luego de que Ferdinard muriese, las personas que habían sido usadas como energía para invocar a aquella criatura recuperaron sus fuerzas. Muchas de ellas saquearon las ruinas de la mansión del brujo para repartir sus bienes entre quienes habían trabajado para él. Algunos mercenarios decidieron quedarse en la ciudad, mientras que otros prefirieron regresar a sus ciudades natales y dejar atrás todo conflicto entre la Cruzada y las brujas. Al final, el secreto de que Ferdinard era un brujo se supo y todo Tredge estaba consternado con la noticia, enrareciendo la atmósfera pacífica a la que estaban acostumbrados.
Horas después, Astrid, junto a Asbjorn y otros ciudadanos se dirigieron hacia el calabozo en el cual ella y sus amigos habían entrado días atrás.
— La Cruzada tarde o temprano vendrá a nuestro pueblo, investigando lo que sucedió acá, Astrid —dijo Asbjorn, mientras caminaban por los pasillos del calabozo, cuyo aire apestaba a putrefacción—. Será mejor que partas a Lott cuando terminemos esto o estarás en riesgo.
— Tenía planeado hacerlo de todos modos; el joven Ronan debe estar esperándome allá —respondió Astrid, mientras tapaba su nariz y boca con el mango de su blusa.
— Cuidaré de Ingrid, te lo prometo —dijo Asbjorn—. Y ten fe, Fjola puede estar viva, mi instinto de guerrero me lo dice.
Astrid sonrió ante lo dicho por el posadero y así ambos llegaron hacia donde las muchachas estaban. Algunos de los ciudadanos que habían acompañado a Asbjorn y Astrid comenzaron a sacar los cadáveres que decoraban el lúgubre lugar. Astrid usó las llaves que había recibido de parte de Fjola en la posada para abrir cada una de las celdas del lugar y así liberar a las niñas que servían de esclavas para Ferdinard y sus hombres.
Una vez de regreso en Tredge, Astrid se despidió de Ingrid, quien aún continuaba durmiendo en su habitación y, tomando sus cosas, dejó la posada para dirigir sus pasos hacia su próximo destino: Lott.
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