Astrid: La Búsqueda - 14
Habían pasado tres días desde que nuestros aventureros dejaron Lott. En la oscuridad de la noche, Ronan divisó luces a la distancia, indicando que estaban cerca de un pueblo, probablemente Quint. Habían viajado durante las noches para enturbiar alguna posible predicción que la Cruzada Divina hubiese hecho de sus pasos y esta era una de aquellas extenuantes jornadas en las que el bardo había trasnochado para guiar la caravana. Apenas habían visitado pueblos o aldeas del camino, ya que debían ser cautelosos para evitar llamar la atención de sus perseguidores.
Al voltear para darle la noticia a sus amigas, el bardo notó que todas estaban plácidamente dormidas dentro de la caravana, cubiertas con una manta de lana bastante gruesa. El invierno poco a poco se acercaba a Erinnere y la piel del bardo sentía aquello con bastante claridad.
— Tendré que comprar ropa más abrigadora al llegar a Quint, han pasado años desde que el invierno ha llegado de esta forma a Erinnere y me costará acostumbrarme… —susurró para sí, mientras un escalofrío recorría su cuerpo.
Cerca de media hora después, Ronan decidió desviar la caravana e ingresar a un bosque cercano, debido a que el sueño no lo dejaba conducir bien. Una vez que hubo encontrado un lugar seguro, el bardo desamarró a Hope para que durmiera y él se unió a las muchachas en la manta, buscando capear el frío que sentía en aquel momento.
Sus ojos se hicieron pesados, mientras el calor humano de las chicas llegaba hasta él, sumergiéndolo en un profundo sueño.
Una voz nostálgica resonó en su cabeza, un timbre femenino muy enérgico que parecía brillar de alegría.
— ¡Oh, Hope! ¿Acaso el idiota de tu amo te abandonó en estos parajes? ¡Qué idiota más grande! —aquellas palabras resonaron en su mente seguidas de una risita traviesa.
Una imagen de un prado y mucha luz del sol acompañaron ese sentimiento. Un calor agradable se podía sentir en el ambiente, en donde Ronan se alejó de todas sus preocupaciones.
A la distancia pudo ver un vestido de color blanco, llevado por una muchacha que acariciaba a su yegua con mucho cariño, como si de un viejo amigo se tratase.
— Nikki… —susurró el bardo al ver aquella silueta.
Ronan despertó abriendo sus ojos lentamente. La luz del día lo cegó por unos instantes y el cantar de las aves llenó sus oídos. El repicar de las herraduras de su yegua, que caminaban a un ritmo alegre, no tardó en decorar la extraña melodía que lo había despertado.
— ¿Tan temprano tomó la señorita las riendas…? —preguntó Ronan en voz alta para luego dar un enorme bostezo.
— ¡Al fin despiertas, dormilón! —pudo escuchar Ronan, mientras trataba de vislumbrar a la persona que estaba en el asiento del conductor—. Han pasado bastantes años desde la última vez que vi tu rostro, has madurado bastante por lo que veo.
— ¿¡Nikki!? —dijo Ronan, levantándose de golpe y sorprendiendo a una muchacha de ojos claros que guiaba a Hope en dirección desconocida.
— ¡Oye, oye! —exclamó la muchacha sorprendida ante la reacción del bardo—. Sí, soy yo. ¿Qué fue esa reacción? ¡Casi me matas del susto!
— ¿De verdad eres tú, Nikki? —preguntó Ronan al ver a la chica. El rostro del bardo todavía evidenciaba una obvia somnolencia, pero su voz se oía muy, muy, alegre.
— ¡Claro que soy yo, tonto! —respondió Nikki, tratando de convencer a Ronan de que no era una ilusión.
— Pero ¿qué haces aquí? Estamos en medio de un bosque —preguntó Ronan, restregándose los ojos.
— ¿Que qué hago aquí? ¡Qué tonterías dices! —respondió Nikki soltando una sonora risa—. Están en las tierras de mi familia, mis guardias me informaron de una caravana desconocida hace unos minutos.
— ¿Q-Qué? —preguntó sorprendido el bardo—. Pero estábamos camino a Quint.
— Bueno, debo informarte que el territorio cercano a Quint es territorio de mi familia —respondió Nikki—. Ahora nos dirigiremos a mi mansión. Por supuesto, tú y tus amigas serán mis huéspedes hasta nuevo aviso —agregó Nikki, arreando a Hope para que acelerase su marcha, provocando que Ronan perdiese el equilibrio y cayese sobre las muchachas que aún permanecían dormidas, debido al brusco cambio de velocidad—. ¡Vamos, Hope! ¡Que tengo mucha hambre!
— ¡Oye! —gritó Ronan un poco irritado, para luego agregar para sí—. Al menos ese sacudón sirvió para despabilarme.
Sin embargo, el muchacho había olvidado que tenía compañía y notó que sus amigas habían despertado con la sacudida que Hope y Nikki habían provocado. Ronan se levantó raudo de donde estaba, un poco nervioso con la situación en la que se encontraba.
— ¿Qué demonios está pasando? —preguntó Fjola, con su usual voz irritada.
— ¡Joven Ronan! —chilló Astrid—. ¿Acaso un espíritu poseyó la caravana?
— Lo de anoche solo fueron cuentos, por Odín —respondió Fjola buscando mantener su poca paciencia.
— ¡Hay una muchacha extraña manejando caravana! —dijo Kiran, mientras salía a sentarse junto a Nikki.
— ¿Quién es ella? ¿Acaso es su amiga, joven Ronan? —preguntó Astrid.
— Sí, pero es una historia un poco larga para contarla ahora mismo, ¿podrán confiar en mí hasta que lleguemos y nos pongamos cómodos? —preguntó Ronan, mientras recibía la mirada asesina de la mercenaria, quien odiaba que la interrumpieran mientras dormía.
Así, la caravana rodó a toda velocidad hasta una mansión muy similar a la que tenía Ferdinard antes de ser destruida, pero su aura era brillante y amistosa, lo que tranquilizó a Astrid y al resto de sus compañeros.
Una vez la caravana arribó frente a la entrada de la mansión, una comitiva de sirvientes apareció frente a ellos.
— ¡Bienvenida, señorita Nicole! —exclamaron al unísono.
— No puedo acostumbrarme a esto… —dijo Nicole, mientras descendía de la caravana; entonces, saludó de vuelta a los sirvientes.
— ¿Acaso esta muchacha es una clase de aristócrata? —preguntó Fjola, mientras veía a Nikki dar instrucciones a sus sirvientes.
— Algo así —dijo Ronan—, pero conozco bien a Nikki y no nos trajo para acá simplemente porque somos amigos de la infancia, algo debió suceder mientras viajábamos.
Las chicas observaron intrigadas a Ronan; ahora que lo pensaban, el muchacho no había hablado mucho sobre su pasado más que lo ya sabido al momento de presentarse. ¿Qué relación tenía él con aquella enigmática muchacha?
Luego de unos instantes, Nikki les pidió a los muchachos acompañarla dentro de su mansión y seguirla hasta el comedor, en donde una enorme mesa, con cerca de veintidós asientos, llena de manjares los esperaba.
Los estómagos de los muchachos rugieron de inmediato, dando pie al banquete. Había pasado mucho tiempo desde que todos se habían sentado a la mesa a comer y esta era la primera vez, desde la llegada de Kiran, que lo hacían juntos.
Tras un buen rato de merienda, los comensales ya no podían más, por lo que los sirvientes retiraron raudos los restos de comida y utensilios que quedaban en la mesa.
— ¡Todo estuvo delicioso! —exclamó Kiran, esforzándose por moverse luego de la gran cantidad de comida que había ingerido.
— Entonces así vivía mi madre antes de la guerra… —dijo Astrid, rememorando relatos que había escuchado de María, al tiempo que limpiaba su boca con una servilleta.
— Han pasado años desde que recibí una atención así; lo había olvidado —dijo Fjola—. Espero no volver a acostumbrarme.
— Bueno —dijo Nikki—, es algo extraño para mí, a pesar de la cantidad de años que llevo viviendo en esta mansión… —luego de limpiar su boca con su servilleta, agregó: — Como buena anfitriona, debo presentarme. Mi nombre es Nicole D. Armstrong, pero pueden decirme Nikki. Soy hija y heredera por derecho de la familia Armstrong.
— Nicole, ¡qué bonito nombre! —exclamó Astrid.
— ¡Ay! —exclamó Nikki, un poco sonrojada—. Bueno, continúo: mis padres son soldados de élite de la Cruzada Divina, y es por ellos que están acá. ¿Recuerdan a Odette?
— Es aquella bruja que secuestró a Astrid en Lott ¿verdad? —preguntó Fjola, a lo que Astrid y Ronan asintieron en respuesta.
— Sí, aquella mujer reveló a los altos mandos quienes eran los responsables del ataque a la mansión de Ferdinard —agregó Nikki—. Y por ser parte de la Cruzada Divina, yo también tengo acceso a aquella información.
— Espera, Nikki, jamás me contaste que eras parte de la Cruzada Divina —exclamó sorprendido el bardo, mientras las chicas observaban incrédulas a Nikki.
— Bueno, han pasado varios años desde que no nos vemos, Ronan… —respondió Nikki, para luego agregar: — Al saber que tú estabas involucrado en todo el asunto, decidí intervenir y traerlos a mi mansión. Baab planeaba emboscarlos una vez llegaran a Quint.
— ¿Baab? —preguntó Kiran.
— Es el brujo que está a cargo del cuartel de la Cruzada en mi pueblo natal —respondió Ronan.
— ¿Por qué nos ayudas, Nikki? —preguntó Fjola—. Sabes que la Cruzada castiga con la muerte a quienes desertan.
— Nunca fue mi intención unirme a ellos, mis padres me obligaron —respondió Nikki un poco incómoda—, tarde o temprano iba a desertar de aquel lugar, ¿no es verdad, señorita Fjola? Usted también es objetivo de la Cruzada por desertar.
— Bueno, no soy quién para opinar al respecto —respondió Fjola, relajándose un poco al oír las palabras de Nikki.
— Si todo sale bien, nadie sospechará que estuvieron refugiados en mi hogar —continuó Nikki—. Pueden permanecer acá el tiempo necesario para descansar y provisionarse antes de continuar con su viaje. Ersvik queda a dos días de acá, así que necesitan reponerse.
— Gracias por todo, señorita Nicole —respondió Astrid.
— Bueno, suficiente sobremesa por hoy —dijo Nikki sonriendo—. Si me disculpan, necesito ver un par de asuntos. Acomódense en los cuartos que mis sirvientes les indicarán; esta es su casa.
Entonces, Nikki se puso de pie y se retiró del comedor, mientras un grupo de sirvientas guio a los muchachos a sus respectivas habitaciones individuales. Una vez allí, algunas de las sirvientas de aquel grupo atendieron las heridas de Fjola, mientras los demás se dirigían a buscar sus pertenencias a la caravana para organizar todo para su próximo viaje.
Horas más tarde, nuestros aventureros se reunieron en la habitación de Fjola para analizar lo que necesitaban para continuar su viaje. La mercenaria, por orden de las sirvientas, guardaba reposo de las heridas que su cuerpo aún no sanaba.
— Necesitaré una espada nueva, perdí la mía en la batalla con Ferdinard —dijo Fjola, lamentándose por su pérdida.
— Kiran necesita una daga, no importa la clase —agregó Kiran.
— Espera, ¿sabes pelear? —preguntó Ronan, sorprendido.
— Claro, nosotros defender barco cuando piratas atacan —respondió Kiran—. Cuando Cruzada quitó nuestro barco, matamos un par de soldados… espere, creo que fue más de un par de soldados.
— Ahora entiendo por qué te dieron la pena de muerte, Kiran —exclamó Fjola, para luego reír.
—Necesitaré un arma nueva también —dijo Astrid, pensativa—. Aunque debería estudiar el libro de mi padre; ahora que recuperamos la caravana puedo leerlo mejor. Si todo sale bien, puedo asistirlos con magia.
— ¿Y usted, joven Ronan? —preguntó Kiran.
— Con el hacha que conseguí en aquel calabozo me basta, aunque necesitaremos vestimentas nuevas y protección adicional como cotas o armaduras —respondió el bardo—. Así evitamos que nos incapaciten por largos periodos.
— ¿Y qué sucedió con las provisiones que compramos? —preguntó Astrid.
— El queso y algunas verduras se pueden cocinar, la carne fresca y frutas que teníamos desaparecieron, tal vez los sirvientes de Ferdinard las tomaron para comerlas antes que se pudrieran—respondió el bardo.
— ¿Y mi oro? —preguntó acusativamente Fjola.
— Para su suerte, seguía en la caravana, junto a mis ahorros, señorita Fjola —respondió Ronan—. La que comimos en estos días era carne seca que aún quedaba dentro de nuestras provisiones, pero ya se acabó.
— Entonces tendremos que limitar nuestras provisiones, no podemos arriesgarnos a perderlas nuevamente —dijo Fjola.
— Volviendo a las vestimentas, el invierno está llegando, debemos estar abrigados o nos enfermaremos, debemos evitar que alguien pesque un resfriado o estaremos en aprietos —agregó Ronan.
— Entonces descansemos lo mejor posible acá —dijo Astrid, para luego bostezar—. Tenemos que aprovechar estos pequeños oasis para recuperar energías.
— Hablando de oasis… No nos has contado sobre tu amistad con Nikki, Ronan —dijo Fjola, en un tono curioso.
— No hay tanto que comentar en realidad —dijo Ronan—. Con Nikki somos amigos de infancia, nos conocemos desde hace muchos años, sin embargo, no la había visto hace bastante tiempo.
— ¿Cuántos años? —pregunto Kiran.
— ¿Cinco o seis? —respondió Ronan—. Un día simplemente su familia desapareció, no supe más de ella, hasta ahora. No es que no esté contento de verla, pero hubiese deseado haberlo hecho en otras circunstancias.
— Si fuera usted, estaría feliz de que no me traicionara —dijo Astrid, mientras escuchaba atentamente la historia.
— Creo que tiene razón, señorita Astrid —prosiguió Ronan—. Bueno, viene siendo hora de ir a descansar para mí, apenas he dormido durante estos días.
— Está bien, Ronan —respondió Fjola—, necesitas descansar. Creo que también lo haré, tengo mucho sueño…
Entonces, Fjola bostezó, indicando a las muchachas que era hora de prepararse para dormir.
Los sirvientes revoloteaban por la mansión de Nikki ocupándose de sus quehaceres correspondientes. Astrid caminaba lentamente hacia la habitación que le habían entregado, resintiéndose a ratos de su pierna lastimada.
— Debo preocuparme de aliviar esta lesión, también —dijo para sí—; aunque duele cada vez menos, qué alivio.
Aprovechando la hospitalidad de Nikki, comenzaron los días de descanso de nuestros aventureros, quienes se prepararon para su próximo viaje, que los llevaría hacia la ciudad natal de Ronan.
Fjola se concentró en su recuperación, comiendo a determinadas horas y limpiando sus heridas cada vez que le era indicado; también se ejercitó a diario para que sus piernas y brazos no perdieran movilidad.
Kiran y Ronan se ocuparon de gran parte de los preparativos para el viaje: provisiones, equipamiento, los cuidados de Hope entre otras cosas. Además, el bardo ayudó a Kiran a hablar mejor el idioma de Erinnere a medida que cumplían con aquellas tareas.
Astrid, en cambio, estaba encerrada en su habitación. No había querido salir para que su pierna se recuperase de una vez por todas y, además, se dedicó a leer cuidadosamente los capítulos del libro de su padre. Tal y como Ingrid lo había dicho, este libro contenía los fundamentos básicos de la magia: el control del éter, el crear cosas a partir del éter, controlar los elementos… Tanta información confundió un poco a la maga en primera instancia, por lo que, luego de un par de días leyendo, salió a los jardines de la mansión a practicar un poco de magia, cuidando de estar lejos de la vista de los sirvientes de Nikki.
— Quizás confíe en la señorita Nicole, pero no en sus sirvientes, actúan extraño… —se dijo Astrid, mientras se ponía cómoda bajo la sombra de algunos árboles.
Ya lista, la maga leyó el pasaje que quería practicar: “Crear fuego”. Recordando su afortunada intervención en Kvitingan, decidió que aquel elemento sería lo primero en practicar.
Sentada sobre la hierba, Astrid respiró profundo e hizo su mayor esfuerzo para concentrarse. En silencio, extendió su palma derecha y comenzó a recordar. Según su libro, debía evocar lo que quería crear para que el éter tomara su forma y, entonces, por su mente pasaron los recuerdos de Kvitingan, luego el calor de las fogatas que había encendido junto a su madre y más adelante con sus compañeros de viaje. Aquel calor se hizo cada vez más intenso en su mano y, de pronto, se dio cuenta de que el éter se había transformado en fuego, justo en la palma de su mano y estaba ahí frente a sus ojos, los cuales brillaron de alegría por el avance que había realizado.
— P-pude hacer magia… ¡Pude hacer magia! —chilló Astrid alegremente, pero cuidando que el fuego que acababa de crear no quemara los alrededores. Entonces, un dolor la obligó a soplar la flama y esta se extinguió de forma inmediata. Agregó: — No creo que mis manos soporten el fuego sin dañarse, debo buscar algo que me ayude…
Astrid revisó los alrededores y divisó una pequeña rama seca; las veces que le tocó encender la fogata usaba ramitas secas, que encendían más rápido, para hacer la base del fuego y, bajo esa misma lógica, intentó encender fuego sobre la rama, tal cual lo había hecho aquella vez en Kvitingan.
Astrid controló su respiración y emitió su éter hacia la punta de la rama la cual se encendió de forma inmediata, provocando aún más alegría en la muchacha quien ahogó un grito de emoción para evitar llamar la atención.
— Bien, ya tengo una forma de obtener fuego sin quemarme; ahora, la pregunta es… ¿cómo podré lanzarlo sin arriesgarme a un ataque por estar descuidada…? —murmuró para sí Astrid, hasta que a su mente llegaron los recuerdos necesarios para encender su imaginación—. ¡Eso es! Si intento hacer esto, intimidaré a mis oponentes.
Luego de emitir una risita malvada, Astrid comenzó a practicar lo que sería la primera de muchas técnicas que en un futuro la ayudarían a cumplir su cometido.
Poco a poco avanzaron los días, que se convirtieron en semanas, las cuales ayudaron a Astrid y a sus compañeros a reponer energías y entrenarse un poco para sus futuros combates. Fjola casi estaba recuperada de sus heridas recibidas en Tredge y la pierna de Astrid por fin había dejado de doler y solamente había dejado un recuerdo en forma de una pequeña cicatriz. El brazo de Ronan estaba recuperado de su lesión y había dominado el hacha que había conseguido en aquel calabozo. Kiran podía hablar más fluido el idioma de Erinnere, y también había recuperado el tiempo perdido en prisión entrenando combate junto al bardo.
Era la mañana del último día de la segunda semana desde que habían llegado a la residencia Armstrong. Era hora de desayunar en el lugar y todas las chicas ya estaban en la mesa, pero no había señales del bardo por ninguna parte.
— ¿Qué habrá sucedido con Ronan? —se preguntó Nikki, mientras sus sirvientes llevaban los platillos para el desayuno.
— No lo sé —dijo Kiran—, no lo veo desde anoche.
— Yo tampoco lo he visto —agregó Astrid—, ¿qué tal si salió a dar una caminata?
— Tal vez —respondió Fjola con un aire inusualmente preocupado—, escuché a Hope relinchar en la mañana, quizás lo haya visto salir.
— Bueno, será mejor que desayunemos sin él, se enfriará nuestro desayuno —exclamó Nikki, para luego tomar una cuchara, detenerse en seco y decir en voz baja: — No coman nada de esto muchachas. Corran a sus habitaciones ya y cojan sus armas.
Confundidas, las muchachas hicieron caso y raudas se alejaron del comedor, mientras Nikki se ponía de pie y se dirigía a su habitación. Luego de un rato de silencio, los sirvientes se acercaron al comedor con sus rostros extrañados.
— La señorita Nicole no está, ¿acaso sucedió algo? —dijo uno de ellos.
Acercándose al comedor, Nikki llevaba un escudo de hierro sólido, cuya altura alcanzaba sus costillas y lucía muy pesado, su rostro estaba visiblemente furioso.
— ¿Osan envenenar nuestra comida? —gritó Nikki—. ¿No eran leales a nuestra familia?
— Nosotros servimos a la Cruzada Divina, señorita, si usted osa ir contra los designios de Deus, tendremos que actuar en su contra —dijo uno de los sirvientes.
— Entonces será mejor que comiencen a rezarle, estimados, porque esta será su última plegaria —sentenció Nikki, al tiempo que las muchachas regresaban de sus habitaciones.
— ¿Qué sucede, señorita Nicole? —preguntó Astrid, al ver a los sirvientes en el comedor.
— Los sirvientes nos delataron, debieron informar a Baab acerca de nuestros movimientos —respondió Nikki—. Parece que no podremos salir de acá sin pelear.
— ¿Entonces joven Ronan…? —preguntó Kiran.
— Esos bastardos debieron secuestrado —dijo Fjola, mientras desenfundaba un espadón que Nikki le había facilitado días atrás—. Bueno, no me molestará probar esta belleza ahora que estoy a tope.
— Sabía que estos sirvientes no eran de fiar… —refunfuño Astrid, mientras encendía una ramita seca que sacó de su bolso. Entonces, agregó en voz alta —. Pelear nos hará perder el tiempo, muchachas, apenas les dé la señal, corramos hacia la caravana y rescatemos al joven Ronan.
— Espera Astrid, ¿qué planeas hacer? —preguntó Fjola, mientras Nikki preparaba su escudo para proteger a Astrid.
— ¡Detrás de mí! ¡Ira de Muspel! —exclamó Astrid, para luego dar una profunda inspiración y soplar el fuego de su rama que se convirtió en una llamarada gigante que impactó de forma directa a los sirvientes que estaban cerca de ellas.
Al ver que los sirvientes estaban confundidos y tratando de extinguir las llamas que habían alcanzado sus ropas, Astrid y sus compañeras se alejaron raudas de la mansión Armstrong en dirección a los establos, siendo interceptadas por otros sirvientes que intentaban bloquear su paso, pero fueron fácilmente repelidos por el escudo de Nikki. Una vez llegaron a los establos, Kiran sacó a Hope de allí y la amarró a la caravana, mientras Fjola y Nikki permanecían en guardia, por si algún otro sirviente llegaba a atacarlas.
Ya listas, Nikki arreó las riendas de Hope, quien dio un sonoro relincho y comenzó a galopar a toda velocidad hacia el camino principal que los conduciría a Quint.
Las chicas se habían acomodado dentro de la caravana, jadeantes luego de lo mucho que habían corrido en poco tiempo. Nikki mantuvo su vista fija en el camino, mientras exclamaba en voz alta.
— ¡Esto es personal, Baab! ¡No debiste meterte conmigo o mis amigos!
Comments for chapter "14"
QUE TE PARECIÓ?