Astrid: La Búsqueda - 17
Los soldados que aún permanecían conscientes comenzaron a moverse tan rápido como sus cuerpos les permitieron para alejarse del peligro, mientras que Baab observaba fijamente al grupo que estaba de pie frente a él, desafiando su poder.
En una mirada, depositó toda su ira en contra de los muchachos, mientras que el polvo que el derrumbe había levantado eclipsaba a ratos al brillante sol que yacía sobre Ersvik, aumentando la densidad del aire e irritando las vías respiratorias de quienes se encontraban cerca. La gran cantidad de espadas y lanzas que decoraba los alrededores, filosas y amenazantes, causaba incertidumbre en quienes no despegaban su vista de ellas.
Nikki se puso de pie nuevamente mientras sus compañeros la observaban sorprendidos, ya que su herida continuaba sangrando.
— ¡Señorita Nicole! —exclamó Astrid, sin creer lo que veía.
— Oye, oye, ¿estás segura de que puedes seguir en pie? —preguntó Ronan, con evidente preocupación.
— ¿Por quién me tomas, idiota? —respondió Nikki a su amigo, para luego apuntar a Baab—. ¡Esta batalla no termina hasta que ese imbécil haya muerto!
— Veamos quién muere primero, Nicole… —exclamó Baab, burlón.
— A la cuenta de tres, todos detrás de mí, muchachos —dijo Nikki. Sus compañeros solo asintieron, dejando que sus instintos los guiaran.
Baab, quien no quitaba la mirada del grupo, movió sus dedos rápidamente, provocando que todas las armas apuntaran a los muchachos y bajaran a gran velocidad para darles muerte.
— ¡Corran! —gritó Nikki, a lo que el grupo aceleró el paso de forma inmediata, siguiéndola.
La guerrera cubrió su cara con sus brazos y, como si fuera ella misma un escudo, comenzó a correr en dirección a Baab, embistiendo las lanzas y espadas que iban en dirección a sus amigos; muchas de ellas la hirieron y se incrustaron en su cuerpo, pero esto no la detuvo en lo más mínimo.
Durante el transcurso de la batalla, Nikki había prestado atención a los movimientos de Baab, buscando un punto débil del cual pudiera sacar ventaja. Pudo notar que, cuando el brujo lanzaba los objetos que estaban bajo su control, estos debían completar la trayectoria definida por él para volver a ser utilizados. Esta acción lo dejaba indefenso por un par de segundos; no era mucho tiempo, pero era suficiente para que sus amigos lo aprovecharan y consiguieran derrotarlo. Para eso, Nikki estaba dispuesta a todo, incluso a dar su vida.
Ya con el camino libre, Astrid prescindió de las ramitas que había reunido y, solo con sus manos, lanzó una llamarada hacia Baab con todo su poder. Fjola aprovechó el instante en que las llamas cegaron al brujo para lanzar su espada, con más fe que precisión, directo al pecho de Baab.
Para alivio de la mercenaria la espada dio en su blanco, derribando al brujo, mientras que las armas que aún permanecían en el aire cayeron de golpe al suelo, libres de su control. Baab, desesperado, trató de quitar el pesado hierro incrustado en su torso, el cual sangraba profusamente. Gritos y maldiciones en contra de los guerreros salieron de su boca, mientras Fjola y Ronan observaban desde la distancia como se revolcaba de dolor.
— ¡Señorita Nicole! —gritó Astrid, desconcentrando a sus compañeros, quienes voltearon y vieron que Nikki permanecía de pie, sin mover un solo músculo.
Fjola se acercó a Nikki, pero al tocarla con sus dedos se dio cuenta de que su pulso se había detenido.
— No puede ser… —susurró Fjola con un nudo en la garganta.
Un grito evitó que la mercenaria diera la noticia a sus amigos. En ese instante, un fuerte temblor comenzó a sacudir el lugar.
— ¡Es Baab! —chilló Astrid—. ¡Debemos huir!
— Pero Nikki… —dijo Fjola.
Sin embargo, el temblor era demasiado fuerte y les impedía caminar o siquiera mantenerse en pie. Baab despedía energía de forma salvaje, dando a entender que estaba al borde de su muerte.
— ¡Haré estallar al pueblo completamente! ¡Ersvik será un mito como Vikjorda! —gritó Baab, ya delirando del dolor.
Los gritos de Baab continuaron, mientras todo el pueblo se remecía por la energía liberada; entonces, el cuerpo del brujo comenzó a brillar intensamente cegando a todos.
De pronto, un sonido familiar llegó a los oídos de Astrid, una melodía que ella había escuchado antes, pero no podía recordar en qué momento exactamente. El brillo cesó y un relincho llamó la atención de los muchachos.
— ¡Justo a tiempo! —escuchó la maga. Una voz familiar hizo que su corazón se acelerara a mil por hora.
— ¡Esna! —chilló Fjola al ver a Esna y María sobre el corcel que habían rescatado en Tredge.
— ¡Mamá! —gritó Astrid con sus ojos llorosos.
— María, ayuda a los muchachos a mover a su compañera, aún puede salvarse —dijo Esna sin apartar la vista de su objetivo.
María descendió rauda del caballo y con ayuda de Fjola se apresuró a mover a Nikki para alejarla del peligro, mientras Esna se acercaba junto a su corcel al lugar donde yacía Baab.
Astrid volteó y vio que Esna tenía atrapado a Baab con numerosas ramas provenientes de la tierra. La cantidad de éter que pudo percibir desde la maga era inmensa, pero no intimidante como la que alguna vez tuvo Ferdinard o Baab.
— ¿¡Esna!? —exclamó Baab, sorprendido—. Pero tú estabas muerta. ¡Yo mismo te maté!
— ¿Muerta? —dijo Esna, para luego bufar burlona—. Aún no hay un mago lo suficientemente fuerte para darme muerte… El que morirá serás tú, hasta nunca Baab.
Esna levanto sus brazos, provocando que un joven árbol creciera en el sitio donde Baab estaba atrapado. Astrid notó como este absorbía la magia del brujo para seguir creciendo hasta alcanzar la altura que la derrumbada torre tenía.
Baab, a medida que su éter era absorbido por el árbol, fue transformándose en pequeñas luces que se regaron por todo Ersvik. Esto provocó el crecimiento de los débiles yuyos que algunas casas tenían en sus alrededores, llenando de verde el casi desértico paraje.
Esna observó a Astrid, cuyo rostro estaba maravillado ante tal demostración de poder.
— Buen trabajo, pequeña, pelearon como verdaderos guerreros —dijo Esna, para luego descender del caballo y apresurar el paso para asistir a Nikki. Al verla, su rostro tomó una expresión de tristeza—. Es la hija de los Armstrong…
Entonces, la maga comenzó a recitar la misma canción que tiempo atrás había cantado para salvarle la vida a Astrid. El joven árbol comenzó a despedir luces verdosas que suavemente se posaron sobre las heridas de Nikki.
* * *
Ronan y yo nos conocimos hace muchos años, ¿quince serán? Fue después de que salvé al pequeño pelirrojo de una horda de gaviotas que lo perseguían, aunque al final fui yo quien terminó toda picoteada y rasguñada por aquellas aves. Sin embargo, su rostro de admiración y su humildad ante mi acción hizo que todo valiera la pena.
Era una tibia tarde de primavera y las gaviotas volaban por las cercanías de Ersvik, buscando un lugar donde anidar. La brisa marina soplaba refrescante y las olas rompían en los roqueríos cercanos, mientras la marea aumentaba a ritmo constante, debido a la proximidad de la noche. Nos hicimos muy amigos y jugábamos prácticamente a diario en la playa.
Con mis padres vivíamos en Ersvik. Mi padre era pescador y mi madre una experta en el telar; nuestra vida era muy humilde, pero teníamos la certeza de que nuestras manos estaban limpias de todo crimen o sangre.
Sin embargo, de un día para otro, la guerra llegó a Ersvik y mis padres partieron de casa para luchar, dejándome bajo el cuidado de la familia de Ronan. Pasó mucho tiempo y cuando regresaron dejamos nuestro humilde hogar para irnos a vivir a Nordskot, en una ostentosa mansión a la cual nunca me acostumbré.
Entré a una de esas famosas escuelas militares de la Cruzada Divina en donde viví por muchos años… Sin darme cuenta, y por el amor que aún tengo a mis padres, terminé siguiendo las órdenes de aquellos soldados, soberbios y violentos. Ellos provenían de abajo, como yo, pero con todo lo que la Cruzada les dio por sus servicios se consideraban parte de una élite a la que no pertenecían y se sentían con el derecho de hacer lo que les placía con nosotros. Fueron los peores años de mi vida.
Hace cinco años, ya siendo parte de la Cruzada Divina y habiendo mis padres alcanzado una reputación enorme, decidimos regresar a Ersvik para apoyar el plan de la Cruzada de conquistar el continente. Sin embargo, se nos negó aquello, ya que Baab había convencido a Eoghan de dejar el pueblo a su cargo.
Mis padres, a pesar de la negativa, argumentaron a Eoghan de que las tierras cercanas a Quint eran un lugar estratégico para vigilar los caminos hacia Lott e incluso Tredge, por lo que Eoghan dio su autorización y nos mudamos a una mansión en medio de un hermoso valle. Vigilé muchas veces Quint y me hice amiga de los pobladores, gente como yo que se esforzaba día a día para tener lo suyo. Hicimos lo posible para mantener la paz, hasta que Baab llegó y lo arruinó todo.
No pude volver a ver a Ronan hasta ahora, y en este momento simplemente estoy muerta; ni siquiera alcancé a despedirme de mis nuevas amigas. ¿Acaso no puedo controlar mi propio destino? ¿Tan miserable fue mi existencia? Ni un peón de ajedrez es tan desdichado…
— No estás muerta, Nicole Dorothea Armstrong —respondió una voz—. Solo estás viviendo una epifanía respecto a tu propia vida. Sin embargo, ya comenzaste a forjar tu propio camino desde el día en que decidiste ayudar a tu mejor amigo, liberándote de tan dolorosas ataduras…
* * *
Nikki despertó sobresaltada. Se encontraba en una amplia e iluminada habitación que provocó una extraña sensación de nostalgia en ella. Entonces, vio a Esna quien examinaba su herido cuerpo. La muchacha se sonrojó de inmediato, provocando la risa de la bruja.
— Tranquila, ¿te encuentras bien? —preguntó Esna—. ¿Recuerdas algo de lo que sucedió?
— Un poco… —respondió Nikki—. ¿Están todos bien?
— Gracias a ti, Nicole —respondió Esna—. Han pasado un par de días desde que terminó el combate, me costó un poco regresarte a la vida.
— ¿Estuve muerta de verdad? —preguntó Nikki, sobresaltada.
— Es complicado de explicar… —respondió Esna—. Pero en palabras simples, tu propia fuerza hizo que tu alma no regresara al éter.
— Vaya… —suspiró Nikki, tratando de entender lo que acababa de escuchar, tal vez aquel extraño sueño tuviera que ver con lo que la maga dijo.
— ¿Puedes moverte? —preguntó Esna.
— Creo… mi cuerpo se siente pesado —dijo Nikki, tratando de salir de la cama con lentitud.
Nikki se puso de pie con dificultad, pero luego de unos momentos, pudo controlar su cuerpo completamente, lo que dejó satisfecha a Esna, quien había estado cuidando de ella mientras permanecía inconsciente.
— ¿Dónde estamos? —preguntó Nikki—. Este lugar me es familiar.
— En una casa abandonada que Ronan nos dijo que usáramos para los heridos. Hay muchas de ellas porque apenas quedan habitantes en Ersvik —respondió Esna—. Muchos de quienes viven acá son soldados que arrebataron sus hogares a los pobladores cuando ocuparon el pueblo. Ronan junto a algunas de las personas que quedaban buscaron a los prisioneros dentro de los escombros de la torre, pero esta estaba completamente desocupada. Puede que Baab los haya mudado de prisión…
— Yllesta… —susurró Nikki, a lo que enérgica, preguntó—. ¿Siguen los muchachos en el pueblo?
— Están esperando a que regreses con ellos —dijo Esna—. ¿Por qué no les das las buenas noticias personalmente?
— ¡Lo haré! —dijo Nikki, corriendo de forma inmediata fuera de la habitación, sin embargo, regresó para agregar—. Disculpe, ¿puedo saber su nombre?
— Mi nombre es Esna, un gusto conocerte —respondió la bruja, mientras reía.
— ¡Muchas gracias por todo! —agradeció enérgica la guerrera.
Nikki salió nuevamente de la habitación y en el pasillo se dio cuenta de que el lugar era su antiguo hogar y estaba muy bien cuidado. Un nudo en la garganta trató de hacerla llorar, pero se aguantó su nostalgia y corrió hacia la entrada de la casa. Desde allí pudo ver a Astrid y Kiran, quienes estaban conversando bajo la sombra de uno de los tantos árboles que habían crecido tras la batalla con Baab. La abundante vegetación desconcertó a Nikki, desconectándola de la realidad por unos momentos. Mientras, al ver que Nikki había recuperado la consciencia, Astrid salió disparada a darle un enorme abrazo, que la guerrera apenas logró contener debido a su distracción, evitando por poco caer al suelo.
— ¡Señorita Nicole! —chilló la maga, mientras restregaba su rostro contra la mejilla de Nikki—. ¡Qué alegría verla nuevamente! ¡No sabe lo preocupadas que estábamos!
— ¡Señorita Nicole estar bien! —chilló Kiran, quien siguió a Astrid en su repentina carrera—. ¡Debemos contar a joven Ronan y señorita Fjola!
— ¿Están ambas bien? —preguntó Nikki—. Kiran, ¿no estabas herida también?
— Si, Kiran estaba lastimada, pero señorita Esna curó heridas —respondió la muchacha—. Ahora Kiran se siente mucho mejor gracias a la magia.
— ¿Magia? —preguntó Nikki, cayendo en cuenta que sus heridas se habían curado casi por completo, lo que normalmente tarda mucho en ocurrir—. ¿La señorita Esna es una maga?
— Sí, lo es —respondió Astrid—. De hecho, ella fue quien derrotó a Baab.
— ¿Qué? —exclamó Nikki, sorprendida—. ¡Y pensar que casi morimos enfrentándolo!
— Según señorita Esna, nosotros hicimos todo trabajo —dijo Kiran—, pero logró controlar éter loco de Baab y vencerlo de un solo golpe. ¡Y con magia logró hacer crecer todo verde que hay ahora!
— Vaya… —suspiró Nikki, mientras observaba los alrededores sin creer la gran cantidad de árboles y pasto que había crecido solo por la magia de Esna. Entonces, recordó algo importante, por lo que agregó alarmada—: ¿Dónde están Ronan y Fjola? Necesito decirles algo de forma urgente.
— Están ayudando a los habitantes del pueblo que quedan a poner sus pertenencias en caravanas, migrarán a Quint —respondió Astrid.
— Pero… —dijo Nikki—. ¿Y sus trabajos?, ¿su estilo de vida?, ¿por qué dejan todo atrás?
— No lo sé, pero dicen que no pueden volver a vivir acá, les trae malos recuerdos —dijo Astrid.
— Bueno, vengan conmigo, necesitan saber algo sobre los prisioneros del pueblo —agregó Nikki.
Astrid y Kiran miraron extrañadas a Nikki, pero al verla correr hacia la plaza de Ersvik, simplemente siguieron su paso. Allá, había un grupo de caravanas que estaban preparadas para salir de Ersvik y junto a ellas un grupo de personas con Fjola y Ronan.
— ¡Ronan! ¡Señorita Fjola! —gritó Nikki, lo que llamó la atención de todos los que estaban cerca del lugar.
— ¡Nikki! —exclamó Ronan al ver a su amiga, esbozando una enorme sonrisa, para luego recibirla con un gran abrazo—. Al fin despertaste… estuve muy preocupado.
Nikki recibió el abrazo de Ronan y sin que nadie lo esperase, la muchacha rompió en un llanto desconsolado.
— Perdóname Ronan… —dijo Nikki entre sollozos.
— ¿Por qué debería perdonarte? —preguntó Ronan, mientras acariciaba el cabello de la muchacha—. No has hecho nada malo.
— ¡Odio a la Cruzada! —respondió Nikki—. No entiendo cómo no tuve la voluntad de dejarla a pesar de lo mucho que la odio…
Nikki siguió sollozando sin soltar al bardo; este siguió abrazándola. Ronan había caído en cuenta de algo durante esos días: Nikki pasó años sola, sin un amigo que la escuchase o consolase, ni siquiera recibió apoyo de sus padres, quienes seguían siendo fieles a la Cruzada. Ellos mismos obligaron a su única hija a unirse a esta, a pesar de que ella no lo quisiera.
Las muchachas observaban algo incómodas la escena, más que nada por el contraste que Nikki provocaba con su forma de pelear, sin embargo, entendían perfectamente el sentir de la guerrera.
Ya más tranquila y con un peso menos sobre ella, Nikki reunió a los muchachos y comenzó a conversar con ellos.
— Sé dónde están los prisioneros de Ersvik, muchachos —dijo Nikki, mientras Ronan y Fjola la observaban fijamente—. La Cruzada Divina tiene una especie de ciudad-prisión conocida como Yllesta. Por fuera parece un pueblo normal como Ersvik o Lott, pero bajo tierra existe una complicada red de túneles en donde hay muchos prisioneros, tanto de Erinnere como de otros lugares.
— ¿Yllesta? —exclamó Ronan—. No puede ser… He estado muchas veces en aquel lugar y nunca he visto nada sospechoso. Es un pueblo común y corriente.
— La entrada a los túneles no está en el pueblo mismo, sino que, en las cercanías, en lugares ocultos —continuó Nikki—. Por eso el paso de Yllesta está tan cuidado; lo más probable es que una de las entradas esté de camino al pueblo. Normalmente trasladan a los prisioneros hacia ese lugar y, por ende, a tus padres también, Ronan.
— Es un alivio escuchar eso, para ser sincero —exclamó Ronan—. Mi peor miedo era que estuviesen muertos.
— Eso significa que seguiremos viajando juntos, joven Ronan —dijo Astrid, en un tono muy alegre.
— Lo hubiese hecho, aunque mis padres estuvieran a salvo, chicas —dijo Ronan—. Aparte, también soy un fugitivo como ustedes.
— ¿Qué harás Nikki? —preguntó Fjola—. Disculpa lo repentino de la pregunta cuando acabas de despertar, pero tenemos planeado partir pronto, no queremos arriesgar a los pobladores a más represalias.
— ¡Por supuesto que iré con ustedes muchachos! —respondió Nikki—. Prácticamente deserté de la Cruzada Divina al ayudarlos, por lo tanto, soy tan fugitiva como ustedes.
— ¡Me gusta la idea! —exclamó Kiran—. Con señorita Nikki de nuestro lado, tendremos equipo poderoso.
— No es para tanto —respondió Nikki—, estuve al borde de la muerte por la última batalla, pero será genial viajar con ustedes en esta aventura. Ahora que lo recuerdo, ¿de dónde conocen a aquella mujer llamada Esna?
— Es una antigua general de la cofradía de Morgan, que peleó en la Guerra del Gran Norte hace quince años —respondió Fjola—. Es la mejor amiga de la madre de Astrid, por eso nos ayudó sin chistar.
— Mi madre me comentó que la señorita Esna busca refundar la cofradía con algunos de sus compañeros que escaparon del continente. Además de preguntarme un par de cosas más respecto a mis sueños —dijo Astrid.
— ¿Tus sueños? —preguntó Ronan.
— Verán… —dijo Astrid—. Las veces en que he estado al borde de la muerte he visto a una extraña persona que me pide ayuda… Según la señorita Esna, es el alma de una amiga suya que vaga entre la vida y la muerte.
— Melvin… —dijo Fjola—. Ese hombre debió ser el responsable.
— Es lo que también cree la señorita Esna —continuó Astrid—. Nuestro plan es dirigirnos a Nordskot y rescatar a la señorita Yukiko, además de conseguir más información acerca del paradero de mi padre.
— Y como se dirigen a Nordskot, debemos pasar sí o sí por Yllesta… —añadió Nikki.
— No podemos volver a Quint o Lott. Puede que haya más soldados de la Cruzada resguardando los alrededores por todo lo que ha sucedido en estos días —dijo Fjola.
— Entonces era inevitable que pasáramos por Yllesta, es bueno tener esa información —agregó Ronan—. ¿Partimos ya?
— Espera, espera —interrumpió Nikki—. ¿Y los habitantes de Ersvik se irán sin más? ¿No podemos hacer nada para que permanezcan acá? ¡Son sus hogares los que abandonarán!
— No tienen quien los cuide, los soldados de la Cruzada escaparon tras la batalla y temen que los bandidos los ataquen —dijo Fjola—. Por ello migrarán a Quint, es un lugar protegido por tus padres, y según lo que oí, ellos han sido muy buenos con los pobladores.
— Entonces, me niego a ir con ustedes, ¡me quedaré cuidando Ersvik! —exclamó Nikki, sorprendiendo a los muchachos.
— ¿Está segura, señorita Nicole? —preguntó Astrid, un tanto angustiada—. Hace poco dijo que quería viajar con nosotros… ¿Ahora nos odia?
— No, no, no, señorita Astrid —se apresuró en aclarar Nikki, al ver el rostro triste de la maga—, pero esta gente necesita que alguien sea su escudo. Me quedaré acá. Es imposible que aparezca otro brujo por estos lados y contra soldados puedo pelear tranquilamente. No se preocupen por mí.
— Nikki… —dijo Ronan, para luego sonreír—. Está bien. Cuando liberemos al resto de los pobladores, recíbelos en su hogar por favor.
— ¡Será un honor! —exclamó Nikki, para luego estrechar la mano con su viejo amigo.
— Bueno, fue hermoso mientras duró —dijo Fjola—, pero no puedo detener los deseos de una guerrera cuya arma está diseñada para proteger a los demás. Te extrañaremos, Nikki.
— Gracias por todo, muchachos —dijo Nikki—, fue un honor pelear a su lado.
— ¡Kiran está triste! —chilló Kiran, mientras abrazaba a Nikki—. Señorita Nikki es buena gente, Kiran quería ser su amiga.
— Kiran, no te preocupes —dijo Ronan—, ya somos amigos, no por separarnos nos olvidaremos.
Nikki abrazó a sus amigos, despidiéndose de ellos. Entonces, conversó con los pobladores para convencerlos de quedarse a refundar Ersvik y esperar a que sus viejos vecinos fueran rescatados por Astrid y sus compañeros.
Mientras todo esto ocurría, los muchachos comenzaron los preparativos para continuar su viaje. Hope había buscado refugio en la antigua casa de Nikki durante el combate y no sufrió daño alguno, pero viendo que necesitarían infiltrarse en aquella prisión, decidieron dejarla a cargo de la ahora guardiana de Ersvik. Ronan se resistió un poco a la decisión, pero recordando la facilidad con la que la yegua se dejó mimar por Nikki, no le quedó más opción que depositar su confianza en ella con el fin de protegerla de futuros peligros.
Mientras Astrid guardaba sus pertenencias en su dañado bolso, una silueta familiar se asomó por la puerta de la habitación en la que se encontraba. La extraña pero familiar cara de María le seguía causando una sensación incómoda, ya que era totalmente distinta a la que recordaba el día que dejó Aardal.
— Me alegra ver que estés sana y salva, mi pequeña maga; estuve muy preocupada mientras no sabía de ti y fue peor cuando Esna me contó todas las locuras que habías vivido—dijo María—. Te extrañé mucho.
— Yo pensé todos los días en ti, madre—dijo Astrid—. Ahora que viajarás con la señorita Esna, ten cuidado, el mar puede ser peligroso.
— Ya he viajado en barco antes, no te preocupes por eso, pequeña —dijo María, para luego desordenar un poco el cabello de Astrid. Entonces, agregó sonriente—: Además, estaré con Esna, puede ser cascarrabias, pero es una gran mujer, te lo aseguro.
— Me cuesta creer que me parezco a ti, viví demasiados años con tu otro rostro —dijo Astrid, para luego reír.
Astrid abrazó a su madre, mientras esta acariciaba su cabello.
— Por favor, cuídate mucho, pequeña —dijo María—. Eres lo único que tengo y odiaría perderte.
— Me he hecho más fuerte, mamá, estaré bien —dijo Astrid—, y si no soy lo suficientemente fuerte, tengo a mis amigos que me ayudarán.
— Me alegra escuchar eso, estoy orgullosa de ti, pequeña…
De pronto, unos golpecitos en la puerta llamaron la atención de madre e hija. Fjola había venido por Astrid, para partir a su próximo destino.
— ¿Todo listo, Astrid? —preguntó la mercenaria—. Solo faltas tú.
— En un momento, Fjola —respondió Astrid.
— No hay problema, tómate tu tiempo —dijo Fjola, sonriente, para luego alejarse de la habitación.
María observó a Fjola alejarse y entonces dijo a Astrid:
— No esperaba que fuera tan parecida a su madre…
— ¿Conocías a la madre de Fjola? —preguntó Astrid.
— ¡Claro que sí! Pero es una historia que dejaré para la próxima vez que nos veamos, pequeña, no quiero retrasarlos más — sentenció María, dejando a Astrid con ganas de conocer el verdadero pasado de su madre.
— Bueno, ya me voy mamá.
— Que Odín guíe tu espada hacia la victoria, hija mía.
— Gracias mamá, hasta nuestro próximo encuentro.
Una vez que nuestros aventureros se hubieron reunido en la entrada de la casa, se despidieron de Esna y María para emprender nuevamente su marcha bajo el sol del mediodía. Esta vez hacia un terreno completamente controlado por la Cruzada Divina y, por ende, con más riesgos que vivir para conseguir la tan anhelada liberación del continente.
Al ver que el grupo se había alejado un poco, Esna suspiró y al tiempo que ingresaban a la casa, dijo a María:
— Bueno, viene siendo hora de que nos preparemos también. Debemos partir antes de que los soldados vuelvan al pueblo.
Mientras tanto Nikki continuaba ayudando a la gente de Ersvik a reinstalarse en sus casas para así volver a darle vida al pueblo que la vio nacer. No había obligaciones u órdenes que seguir, no había superiores o subordinados. Solo era ella y su propio camino, tal y como sus nuevos amigos le habían mostrado que se podía hacer.
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