Astrid: La Búsqueda - 18
En una cueva cercana a Lott, Robin cenaba junto a una fogata. Una muchacha no mayor a los trece años yacía inconsciente cerca de él, con una puñalada en su estómago, ya curada por el ladrón. Sus rasgos eran muy similares a los de Odette, mas no poseía su habitual exuberancia.
— No puedo creer que aquella mujer sea solo una niña —se lamentaba el asesino, mientras revolvía una cacerola que acababa de colocar sobre la fogata.
De pronto, su instinto le hizo alertarse. Rápidamente volteó y vio que la muchacha había despertado y se disponía a atacarlo.
— ¡Calma, muchacha! —exclamó Robin—. ¡Tu herida se volverá a abrir!
— No me digas qué hacer, maldito… —refunfuñó la chica, mientras provocaba un temblor dentro de la cueva.
— No seas idiota, apenas te puedes mantener en pie, te envenené… —agregó el ladrón, tratando de que la bruja evitara el daño a sí misma.
— Está bien… —refunfuñó nuevamente la muchacha, sentándose de forma rápida en el suelo, al lado de la fogata—. ¡Tengo hambre!
— Preparé para ti también, paciencia —exclamó Robin, mientras revolvía el contenido de la cacerola, cuyo aroma llegó a las narices de la bruja, quien comenzó a salivar.
— ¿Por qué no me mataste? —preguntó ella, haciendo pucheros y evitando observar directamente a Robin.
— Necesito información, tú eres parte de la Cruzada Divina, ¿o no, Lady Odette? —respondió Robin, de forma paciente. Al parecer, el tiempo junto a Fjola le había ayudado a cultivar aquella virtud.
— No esperaba caer derrotada por un simple humano —refunfuñó Odette una vez más, mientras abrazaba sus piernas.
— A mí me sorprende que no hayas muerto —dijo Robin—; no esperaba que mi oponente fuera casi quince años menor que yo. ¿Acaso puedes transformar tu cuerpo a voluntad con magia y así parecer mayor?
— Entre otras cosas… —respondió Odette, sin mostrar interés en su acompañante.
Luego de un momento de silencio, Robin carraspeó y agregó:
— ¿Por qué estás del lado de esos malditos? —preguntó—. Sabes lo que han hecho con los de tu estirpe, yo no los perdonaría…
— Yo no escogí unirme a ellos por voluntad propia, literalmente nací para servir como herramienta de la Cruzada —interrumpió Odette.
— ¿Una herramienta? —preguntó Robin, sorprendido.
— A mi madre la obligaron a embarazarse de mí… —dijo Odette—. Mi madre es una maga de muchas que fueron secuestradas para la eugenesia.
— ¿Eugenesia…? —preguntó Robin.
— Reproducción selectiva —respondió Odette—, mi padre eligió y secuestró brujas excepcionales para obligarlas engendrar hijos suyos y que ellos se convirtieran en brujos poderosos que sirvieran a la Cruzada Divina. Yo soy uno de aquellos horribles experimentos…
Robin guardó silencio unos momentos al oír las palabras de Odette. Había escuchado acerca de aquella práctica en los libros de historia de su reino, en donde se sacrificaba a los varones débiles de cada tribu para que los hombres más fuertes dejaran sus genes a las nuevas generaciones, pero nunca esperó que fuera algo que se siguiera haciendo.
— Mi madre no me ama, me ignora cada vez que me ve… No la culpo, no soy fruto del amor como muchas niñas que conocí en Nordskot —suspiró Odette. De sus palabras se podía sentir un enorme dolor; Robin llegó a empatizar con la muchacha. Él y su hermana eran huérfanos y pasaron muchas penurias, pero al menos se tenían el uno al otro. En cambio Odette, según lo que había entendido, siempre estuvo sola y con un gran peso encima debido a su forma de haber sido concebida.
— Siento lo de hace unos días, Odette… —se disculpó Robin—. Pero mi amiga estaba en peligro y no podía ignorarla…
— Qué envidia… —respondió Odette—. Cómo me gustaría tener amigos que fueran capaces de todo por mí… ¿Cómo están tus heridas, guapo?
— Muy perspicaz, ¿eh? —dijo Robin, sonriente—. Pero una pequeña como tú no debería ser tan atrevida con un viejo como yo, solo dime Robin.
— Está bien, Robin —respondió Odette.
— Ahora, a lo que vine —dijo Robin, mientras servía caldo en un recipiente de madera—. Busco a una mujer llamada Fátima, es mi hermana mayor. ¿Conoces su ubicación?
— Si me hubieses preguntado de esa forma desde un principio, incluso te hubiese llevado hacia allá —respondió sonriente la bruja, recibiendo el plato que Robin le acababa de servir. Aquella sonrisa alejó la tensión que permanecía en el ambiente y dio claras señales de una nueva e inusual amistad que se había formado entre ellos.
Odette le comentó que los prisioneros provenientes de fuera del continente se encontraban en una ciudad llamada Yllesta, en donde un brujo llamado Eirian los forzaba a trabajar como esclavos en distintas labores de agricultura y minería. También supo que había líderes de bandos enemigos en cárceles subterráneas que estaban bien escondidas y lo más probable es que Fátima estuviese ahí.
— Eso es todo lo que sé, aquel brujo es muy misterioso. Desconozco sus habilidades, pero Eoghan le tiene un enorme respeto y mi padre también. Sé cuidadoso, por favor, Robin —concluyó Odette, mientras se volvía a servir caldo ante la atenta mirada del asesino.
— ¿Qué harás tú? —preguntó Robin—. ¿Planeas volver a tu antiguo yo y seguir siendo parte de la Cruzada?
— ¿Tengo otra opción? —preguntó Odette, un tanto irritada—. No tengo a donde ir o esconderme si deserto de la Cruzada… ya tendré mi ocasión de escapar de aquel lugar, no te preocupes por mí.
— Gracias por todo Odette, te declaro libre, ya no eres mi rehén —se burló Robin, para luego buscar algo en su alforja. Momentos después, le cedió una botellita con líquido de extraño color—. Bebe esto luego de comer, es el antídoto del veneno que aún permanece en tu cuerpo.
— Asumo que te marcharás —dijo Odette, observando atentamente a Robin.
Robin fijó la mirada en ella un momento; aquella muchacha parecía bastante desvalida y dudaba de si podría volver sola a su hogar, pero sacó de su mente aquellos pensamientos y agregó:
— Sí, debo llegar a Yllesta para encontrar a mi hermana lo más pronto posible. Supongo que te podrás cuidar sola, ¿verdad?
— De mí no te preocupes, seguimos siendo enemigos —respondió Odette, sonriente—. Estaré bien, ¡vete!
Robin no dudó más y, tomando su equipaje, abandonó raudo la cueva, mientras Odette terminaba de comer lo que el ladrón había dejado para ella. Su mirada era solitaria, al parecer, el comer junto a Robin le había traído una pequeña alegría a su corazón.
* * *
Días después, en la oficina de Eoghan, Gallagher se encontraba reunido con el generalísimo, analizando la situación que había ocurrido en Ersvik y el fallecimiento de Baab.
— Esperaba la derrota de Baab, Gallagher —dijo Eoghan, en un inusual tono tranquilo—. Subestimó a nuestros oponentes y le costó la vida.
— Mis disculpas por no prestar apoyo, mi señor —se apresuró en decir Gallagher.
—No es necesario disculparse, muchacho —continuó Eoghan, para luego apuntar a un mapa en uno de los muros de su oficina, el cual graficaba la actual forma de Erinnere—. Verás, todo este lado izquierdo del continente eran zonas en donde nuestra organización estuvo en una especie de tira y afloja con sus habitantes. Muchos odiaban a Ferdinard y a Baab por ser un par de idiotas cuyo poder los cegó de nuestra misión. Y con los conflictos de estos últimos días los ciudadanos armaron revueltas que nuestros soldados no fueron capaces de contener.
— ¿Eso quiere decir que no enviará tropas a intentar reconquistar el oeste de Erinnere? —preguntó Gallagher—. Si usted quiere, yo podría…
— Suficiente, Gallagher —interrumpió Eoghan—. No, no lo haré. Sería una pérdida de recursos tratar de contener la rabia de los plebeyos; no serán de casta como nosotros, pero su número puede jugarnos en contra. Hay algo más importante en lo que nos debemos concentrar ahora, muchacho.
— ¿En qué cosa, mi señor? —preguntó Gallagher.
— Los hombres quienes pelearon en aquel poblado vivieron una pesadilla luchando contra Nicole y Fjola —dijo el generalísimo—. Además, reportaron que una bruja acabó con Baab de un solo golpe y provocó que mucha vegetación creciera en aquella villa casi desértica.
— Esna… —dijo el paladín.
— Así es, aquella bruja fingió su muerte y viene por Morgan —dijo Eoghan—. Reúnete con Eirian y sigue sus órdenes, al parecer aquel grupo de rebeldes se dirigirá hacia allá.
— Sí, mi señor —respondió Gallagher—. Ahora que lo recuerdo, nuestra gente encontró a Odette malherida cerca de Lott, ella regresará en un par de días a Nordskot.
— ¿Qué le sucedió? —preguntó Eoghan.
— Fue atacada por aquel hombre, el que cortó su mano… —respondió el paladín, mientras Eoghan observaba la mano que había sido cortada meses atrás, pero que ahora había vuelto a su lugar como si nada hubiera pasado.
— Vaya… tendremos que movernos con cuidado desde ahora —dijo Eoghan—. Reúne a tu gente para partir a Yllesta hoy mismo.
— ¡Sí, mi señor!
* * *
Luego de su despedida en Ersvik, Astrid y compañía dirigieron su rumbo hacia el paso de Yllesta; un paso montañoso obligatorio que debían cruzar para llegar a donde Nikki les había indicado: la prisión subterránea de Yllesta. Lugar donde encontrarían y rescatarían a los habitantes del pueblo natal de Ronan.
La maga daba pasos descalzos y alegres sobre la arena de la playa que brillaba con el sol de mediodía, mientras que las cadenas montañosas se elevaban poco a poco, indicando la cercanía del grupo con su próximo objetivo.
Fjola vigilaba a Astrid quien, muy entusiasmada, chapoteaba con el agua que las olas traían a las orillas. Ronan y Kiran habían decidido descansar sobre una roca, extrañados de la gran cantidad de energía que Astrid aún tenía.
— Llevamos caminando bastantes horas, me sorprende que no muestre un atisbo de cansancio —reclamó Ronan, mientras sacaba una manzana de su alforja y la partía a pulso para dar una de las mitades a Kiran.
— Gracias, joven Ronan —respondió Kiran ante el gesto del bardo—. Señorita Astrid no conoce muchas cosas del mundo y eso la hace muy feliz.
— ¡Ten cuidado, Astrid! —exclamó Fjola, preocupada al ver que la maga escalaba lentamente unas rocas altas, en cuya punta se posaba un tranquilo pelícano.
Astrid se acercó bastante al ave sin que esta se diera cuenta. Sin embargo, el pelícano reaccionó ante la presencia de la bruja y extendió sus alas violentamente, graznando a gran volumen. Astrid saltó desde la roca para luego emprender carrera, seguida de la furiosa ave. Ronan y Kiran estallaron de risa, mientras Fjola solo suspiraba, resignada al ver a Astrid chillando, al tiempo que era picoteada por el pelícano.
Luego de lograr espantar al ave, Fjola se acercó a ver el estado de Astrid, quien se encontraba totalmente despeinada y rendida sobre la arena de la playa.
— Fíjate bien, pequeña. Aquella ave tiene su nido en ese lugar —recalcó Fjola, cual madre, mientras apuntaba al pelícano que aterrizaba cautelosamente, de vuelta a su nido.
— Oh, por Odín, entonces fui una amenaza para sus pollitos… —dijo Astrid, con un rostro de arrepentimiento.
— No los llamaría pollitos exactamente… pero sí, fuiste una amenaza para ellos —respondió Fjola, sonriente.
Mientras Astrid y Fjola conversaban acerca de los pelícanos, Kiran y Ronan terminaban su merienda.
— ¿Cuánto queda para paso de Yllesta, joven Ronan? —preguntó Kiran.
— Aproximadamente medio día, no creo que podamos cruzarlo hoy, debemos buscar un lugar para hospedarnos esta noche —respondió Ronan—. Hay un poblado cerca del paso de Yllesta, así que no debemos preocuparnos por el alojamiento.
— ¿Estás seguro, Ronan? —preguntó Fjola, quien se acercó junto a Astrid hacia donde ambos estaban. La maga sacudía la arena de la playa desde sus vestimentas, molesta por la extraña textura que esta tenía. Entonces, la mercenaria agregó:— Yo preferiría descansar a la intemperie por hoy, las cosas siguen muy tensas con la Cruzada y puede que haya soldados en los poblados cercanos al paso, vigilando si llegamos o no hacia allá.
— Después de lo que pasó, lo menos que la Cruzada necesitaría es perder más hombres, Nikki lo dijo —argumentó Ronan.
— ¿Qué dices, Astrid? —preguntó Fjola, para agregar en un tono burlesco. — Porque tú eres quien decide ahora nuestro destino.
— Mmm… bajo esa lógica, lo más probable es que nos busquen por los alrededores más que en los poblados, somos fugitivos después de todo. Ellos siguen siendo soldados y barajarán todas las posibilidades a su alcance —respondió Astrid, con un inusual tono serio.
— Kiran considera que más que dónde ir, es llamar atención lo menos posible —agregó Kiran.
— Concuerdo con la señorita Kiran —agregó Astrid—. Podríamos aprovechar las mañanas frías para cubrirnos los rostros y mezclarnos con los comerciantes que circulan por el paso de Yllesta. Vi varias caravanas de camino, creo que podría funcionar.
— La señorita Astrid tiene razón. A pesar de todo el conflicto, los comerciantes siguieron pasando por Ersvik mientras esperábamos que Nikki despertara —añadió Ronan—. Es una buena idea.
— Está bien, está bien, tienen razón. Nos alojaremos en una posada apenas caiga la noche —dijo Fjola, para luego ordenar:— ¡Vamos! ¡Andando! ¡Que nos queda mucho por recorrer!
Decididos, los muchachos continuaron su camino bordeando la playa, hasta que, poco antes del anochecer, divisaron un poblado que lentamente se iba iluminando con pequeñas luces naranjas. Al ver que la noche se hacía inminente, aceleraron el paso y arribaron a la pequeña aldea, según las palabras de Ronan, que los habitantes habían establecido para el descanso de los comerciantes.
En él no había muchas construcciones, más que una gran posada, una tienda de accesorios y vestimentas, además de diversos restaurantes y tabernas. También había un baño público, donde las personas se relajaban con vapor, luego de extenuantes horas de viaje, y que era bastante grande. Sin embargo, la cantidad de personas que caminaba por las calles sorprendió a los muchachos, quienes dirigieron su rumbo directamente hacia la posada, para reservar habitaciones y descansar después de una larga jornada de caminata.
— ¿Qué clase de aldea es esta? —exclamó Fjola—. Hay demasiada gente.
— Puede que algo haya sucedido en el paso de Yllesta y estas personas estén varadas —dijo Ronan, también sorprendido por la afluencia a su alrededor.
— Se siente muy distinto ambiente cuando Cruzada no merodea por alrededores —dijo Kiran. Al parecer, el ser comerciante la había acostumbrado a las situaciones de tumulto.
— Es verdad —dijo Ronan—. En lo que llevo viajando, nunca he visto a los soldados dar problemas a los mercaderes. El estropear el comercio entre ciudades afectaría a todos por igual…
— Entonces podremos confiar en que la Cruzada no esté molestándonos por una noche. Qué alivio —agregó Fjola, relajando los hombros.
Ya listas sus habitaciones, los muchachos se reunieron en el cuarto de Astrid para decidir sus próximos movimientos.
— Necesitaremos comida. Nos tardaremos un par de días más en llegar a Yllesta y las provisiones que tenemos nos alcanzarán justo —dijo Ronan, mientras revisaba su bolso.
— Yo iré por un trago, hace mucho tiempo no bebo una buena cerveza —dijo Fjola, a lo que Astrid dio una mirada acusativa a su compañera, quien rápidamente agregó: — Me comportaré, lo prometo, no quiero repetir lo de Osfund.
— Creo que acompañaré a la señorita Fjola a la taberna. ¿Kiran, vienes con nosotros?
— Está bien, joven Ronan —respondió Kiran, sonriente —. ¿Y usted señorita Astrid?
— Tengo mucho sueño… —dijo Astrid, bostezando—. Creo que me quedaré en la posada por hoy.
— Está bien, nos vemos en un rato —exclamó Fjola, mientras desordenaba el cabello de Astrid, quien reaccionó alegre ante la muestra de cariño de su amiga.
Luego de que sus compañeros salieran de la habitación, Astrid se extendió sobre su cama, exhausta. Tras unos segundos, cayó en un profundo sueño.
De pronto, un estruendo la despertó de golpe; ya habían pasado varias horas desde que ella se había dormido y el frío nocturno entró a través de su desordenada ropa, una vez que Astrid se sentó en su cama. Unos repentinos gritos, en una mezcla de órdenes y miedo, la alarmaron. Por ende, tomó su equipaje y se dispuso a salir de su habitación para ir hacia la de Fjola, sin embargo, un hombre armado irrumpió violentamente, tomándola por sorpresa.
Astrid quedó paralizada por un segundo, pero su instinto le ayudó a mover su cuerpo de manera ágil hacia la ventana de su habitación para poder escapar. Sin embargo, un jalón en su cabello la detuvo en seco con mucho dolor.
— No escaparás, perra —exclamó el hombre.
Astrid chilló de dolor, mientras trataba de liberar su cabello del agarre del sujeto. El hombre la jaló hacia él para intentar inmovilizarla, al tiempo que la muchacha forcejeaba. Astrid se tragó todo su miedo y dolor para desenfundar la daga de su cinto y arremeter de forma violenta hacia el hombre, apuñalando la garganta de este, provocando que la soltara de forma inmediata. La maga aprovechó la instancia para escapar del lugar, saltando por la ventana.
Astrid cayó sobre un techo, rodando varias veces por la velocidad con la que había saltado previamente, pero no había tiempo para lamentarse por el dolor, por lo que se incorporó rápidamente para emprender una apresurada carrera por los tejados de las construcciones del poblado. Al mismo tiempo, gritos de hombres sonaban tras ella, los cuales no pudo descifrar debido al miedo que sentía.
Astrid corrió y corrió, sin detenerse. Hábilmente descendió de los tejados y salió del pueblo en dirección a las montañas, las que se elevaban como muros al costado del poblado. Sus piernas no se detuvieron, incluso bajo la fría oscuridad de la noche, provocando varios choques y rasguños contra árboles y arbustos. La adrenalina, mezclada con el terror que la muchacha vivía hacían que el dolor fuera menos importante que ponerse a salvo, hasta que su desesperada carrera terminó de forma abrupta al tropezar con la raíz de un árbol. Su velocidad la hizo arrastrarse por varios metros en la fría y húmeda tierra del bosque.
Jadeante, Astrid comenzó a sollozar. A pesar de todo lo que creía, había dejado a sus amigos atrás, a merced del peligro que ella había vivido, solo para salvarse a sí misma. Una angustia enorme empezó a llenar su pecho, lo que provocó que llorase desconsolada, mientras el cielo nocturno de Erinnere comenzaba a nublarse, oscureciendo la brillante luna que acostumbraba a iluminarla durante su viaje.
Por primera vez en toda su aventura, Astrid había quedado completamente sola.
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