Black dragon - 12
Caminó y caminó sin rumbo. Conocía los bosques cercanos a Advaland de pies a cabeza: los arroyos y sus desembocaduras en el Mar de Diamante, cada colina, las zonas de vegetación abundante, dónde se concentraban los depredadores, y los escondites comunes de las presas, pero aquella noche todo lucía igual. La cortina de humo no se disipaba, así como también el temblor en la tierra, provocado por las pisadas del dragón plateado. Sus fuerzas fueron decayendo, presentía que se desmayaría pronto y que despertaría presa del rey Empirio, en un frío calabozo, rodeada de moribundos y cadáveres.
Naila tropezó con una roca, tenía el cuerpo cubierto de tierra y cenizas. Sentía el calor del fuego azul en el aire, quemándole la piel, aunque no pudiera ver ni una sola llama detrás. Se levantó, más sangre emanó de sus heridas abiertas. Tenía cortes por todas partes, pero el principal estaba en su espalda, un tajo que la atravesaba diagonalmente. Peinó su cabello hacia adelante, ya que solo su roce la hacía sufrir. Este se había teñido de rojo, absorbiendo el líquido que le corría por el resto del cuerpo.
Se esforzó por no llorar, hacerlo consumiría sus últimas energías, pero le fue imposible. Apretó su cuello, el aire era sofocante. La marca de la cadena que la amarró hace no mucho, se fijó en él, para recordarle el engaño de Elías. Jarol tenía razón, le dedicaría unas palabras bonitas, la besaría y su libertad acabaría. Naila subestimó la sabiduría de alguien que sobrevivió a la familia Virtanen y a sus sirvientes, lo cual significaba que los conocía muy bien. Había sido una tonta, en realidad nunca supo cuidarse sola, los conejos a quienes llamaba hermanos, siempre estaban allí para ella, para guiarla en el camino.
Sola, no era nada.
Volvió a caer, esta vez por voluntad propia. Ya no quería seguir, ya no podía seguir adelante. ¿Qué le esperaría? ¿Correr en círculos hasta que el dragón la alcanzara y la invitara a volar, esta vez al castillo? Sí, probablemente ese era su destino, el que imaginó cerrando los ojos.
—Naila es eternidad, y la eternidad forja tanto aliados como enemigos.
Escuchó una voz de ensueño, serena, acogedora. Luego, percibió unos dedos largos acariciando su cabello.
—¿Quién… eres? —preguntó divisando una imagen gris y borrosa.
—Tal vez no me recuerdes, eras una niña cuando nos conocimos —dijo la anciana Fedrea de largos mechones canosos—. Soy amiga de tu abuelo Naitan. Me pidió que te llevara con él.
La criatura juntó las palmas de sus manos, como si estuviera a punto de iniciar una plegaria. El suelo debajo de Naila se ennegreció, dibujándose una figura alargada, similar a la de un ojo.
—Tendrás mucho tiempo para entender quién eres, para comprender que esta caída no será la única. Será difícil, pero lo conseguirás.
El suelo negro fue perdiendo consistencia, tornándose líquido. Naila se hundió en él. La Fedrea, era capaz de crear portales para moverse instantáneamente entre dos ubicaciones que conservaban una distancia importante. Fue así como Nona pudo visitarla sin recorrer largas distancias.
Separó las manos. Esbozó una sonrisa repleta de tristeza, salir del escondite la sentenciaba a muerte. Pero no le temía a la muerte, estaba cerca del fin de su ciclo, adelantarlo un poco, no hacía la diferencia. Caminó en dirección a las escandalosas pisadas. Halló al dragón plateado, apartando árboles a su paso, como un niño en medio un pastizal, buscando su juguete perdido.
—Ha crecido, amo Elías —habló, mientras las ramas y troncos volaban a su alrededor sin poder tocarla—. Se lo ve agotado, desesperado por ser perdonado. Me gustaría tener el poder de extraer parte de su sufrimiento, para que su corazón se calme. Esto es lo único que puedo hacer por usted. Darle un momento para descansar.
La Fedrea estiró los brazos, cadenas surgieron del suelo, mucho más grandes y numerosas que las de sus hermanas. La vejez enlentecía los cuerpos de estas criaturas, sin embargo, su poder se incrementaba. El tiempo era su aliado, no les recordaba que estaban cada vez más cerca de la muerte, sino al contrario, estarían más cerca de liberar todo su potencial. No existía mejor regalo para un sirviente, que la fuerza para servir a su amo.
Las ataduras sometieron al dragón plateado. Unas rodearon su cuello, otras sus alas, y varias se prendieron a sus miembros superiores e inferiores.
Gritó, trató de zafarse, pero intentarlo hizo que las cadenas lo apretaran hasta provocarle dolor. Cansado, se rindió a un profundo sueño que lo mantuvo en calma hasta el amanecer.
Naila despertó dentro de la madriguera. Otra voz la llamó, una que no escuchaba hace años. Miró a su alrededor, reconocía la estructura interna de una madriguera, y el significado de construirla. Alguien estaba acostado sobre la cama, con el brazo tendido para sujetar su mano. Era un brazo delgado y tembloroso. Tenía las uñas largas, amarillentas y los vellos canosos como el cabello ondulado. Naila se levantó con dificultad, solo así pudo verlo claramente. Las orejas del viejo conejo eran peludas, no se encontraban rígidas como en el pasado, sino caídas sobre el almohadón de plumas, camuflándose con la tela arrugada.
—¿Abuelo? —preguntó acercándose.
—Mi… nieta, mi única… nieta —susurró el anciano, moviendo la cabeza a un costado, guiándose por la voz de la joven.
Naila desbordó en llanto, estar junto a un miembro de su familia en ese momento, la remontó a sus días de niña, cuando buscaba refugio y consuelo en los adultos después de una pesadilla.
—¡Es mi culpa! ¡Todo lo que está pasando es mi culpa! ¡Puse en peligro a mis hermanos!
Naitan colocó la mano sobre la espalda de Naila, percibió cómo esta se manchaba de sangre. El olor también le indicaba que estaba herida.
—Nieta mía… eras tan pequeña… sigues… siendo tan pequeña, en un mundo demasiado grande.
—Abuelo… tenías razón. Estoy maldita. —Arrebujó las sábanas, desvalida.
—Tonta nieta. ¿Creerás los delirios… de un viejo gruñón?
—Pero, tenías razón.
—Me arrepiento… de haber dicho esas palabras.
La mujer alzó la cabeza, los ojos blancos del hombre parecían mirar lo más profundo de su ser, más allá de los errores que había cometido, del caos que había desatado.
—No te arrepientas. Tortúrame, hazme pagar por lo que he hecho. Dime que no soy digna de formar parte de esta familia, que soy una vergüenza. No merezco ser hija de ellos. Mis padres merecían tener nueve hijos que los honraran, que trabajaran para la aldea, no una única hija que solo trae desgracias.
Naitan se movilizó, apoyó los codos para sentarse, consiguiéndolo en arduos esfuerzos. Tosió dos veces e inhaló suficiente aire para no trastabillar en lo siguiente que diría.
—Si esa fuera tu última voluntad, la cumpliría, pero como no lo es, deberás vivir el resto de tu vida para aprender a perdonarte.
Naila vio una increíble fortaleza en el individuo más débil de la habitación. Naitan fue un carpintero, nunca estuvo en una batalla, ni escuchó las enseñanzas de un maestro o un sabio, sin embargo, poseía una convicción en sus oraciones que nunca había visto.
—Renuncia ahora, y jamás verás el espíritu de tu madre y tu padre velando por ti. Puedo asegurarlo, me lo han negado desde que Iri y Niels murieron. Vieron mi cobardía al abandonarte. Los dioses de la naturaleza son crueles, no dan segundas oportunidades, impedirán que crucen a este mundo. Te sentirás verdaderamente sola. Nadie quiere estar solo, ni siquiera cuando cree que lo merece.
Naitan volvió a recostarse, tosiendo, escupiendo sangre. No podía combatir contra el final, solo esperar a que sucediera. Cerró los ojos, para ya no volver a abrirlos. Naila recostó la cabeza sobre el pecho de su abuelo, era peligroso salir para enterrarlo como dictaban sus costumbres; aguardaría al amanecer, si es que el dragón plateado se lo permitía.
Elías despertó en medio del bosque. Le costó recordar los últimos momentos. Una Fedrea lo envolvió con sus cadenas, y lo obligó a dormir para detener su búsqueda. Rememoró el descontrol que se apoderó de él al confrontar a Naila, exigiendo conocer el paradero de Raito. Se puso de pie, era de mañana, debía volver al castillo antes de que Empirio se enterara de dónde y con quién estuvo. Después de afrontar dos transformaciones en una misma noche, era esperable que hubiera sido descubierto por algún campesino. Por esto último, volvió a transformarse para volar a su habitación y enfrentar las consecuencias.
Los habitantes de Advaland que circulaban temprano por las calles, disfrutaron el espectáculo de ver a la majestuosa criatura surcar los cielos. No podían adorar a un dragón como una divinidad, sin embargo, muchos caían en la tentación de hacerlo, después de todo, era el dragón el que les otorgó victorias y derrotó a enemigos formidables. Era su protector.
Ingresó por la ventana de su habitación. Lo primero que hizo fue lavarse las manos, limpiar la suciedad de su cuerpo. Luego se vistió con el atuendo clásico que fue escogido para su posición y partió hacia la sala del trono. Empirio lo estaba esperando junto con Megara. No estaba presente el Consejo de ancianos, asunto que Elías sospechó haber sido a petición de la reina.
—Justo a tiempo —dijo Empirio—. Iba a pedirle a un sirviente que te despertara, pero por lo visto no dormiste en tus aposentos.
—Así es, su majestad. Me disculpo por mi ausencia. —Hincó la rodilla en el suelo, habló conservando las formalidades, el tono apagado que siempre usaba para no demostrar alguna clase de emoción delante de su rey.
—No te disculpes. Festeja la conquista en Galcrok como te plazca. No obstante, sí hay una cuestión que me gustaría discutir.
Elías imaginó cómo seguiría.
—Has sido visto en tu forma de dragón en las afueras de la muralla. Conoces muy bien las reglas. Tienes prohibido transformarte sin mi autorización.
—Recibiré el castigo, pero antes déjeme aclarar los motivos.
Empirio se lo permitió asintiendo con la cabeza. Megara se mostró interesada.
—Perseguí a un fugitivo. Era de la raza de los conejos, por eso me vi obligado a adoptar mi otra forma. Son muy…
—Veloces, lo sabemos —lo interrumpió Megara—. ¿Era mujer u hombre?
—Un hombre.
Al rey no le pareció relevante el sexo del fugitivo, pero a la reina sí.
—¿Lo ejecutaste?
—Lo hice, su majestad. Fue muerte por fuego. Sé que mi imprudencia me costará caro, generé daños.
—Los daños no son importantes, en tanto hayas exterminado la amenaza. Los conejos no son como los demás monstruos, poseen inteligencia, y no menos importante, está su locura de la luna llena. Siempre ha sido y será mi principal preocupación.
Megara sospechó, podía leer los hábitos de Elías, como el de cerrar los ojos cuando estaba inquieto.
—Esposo mío, ¿cuál será el castigo? —preguntó la mujer.
—No habrá castigo, necesito al capitán entero, centrado y atento. Ahora más que nunca requiero de su poder… —aseguró Empirio —… el de ambos.
La reina y el capitán intercambiaron miradas. Eran fuertes trabajando por separado, pero juntos, su fuerza se duplicaba.
Elías abandonó la sala del trono. Eligió su próximo movimiento, reunió a miembros de su guardia para que invadieran la taberna de cierto trabajador.
El revuelo por la aprehensión de Jarol se hizo notar en las calles. Fue golpeado y arrastrado por la calle principal, con destino a los calabozos del castillo. Al arribar a la sucia mazmorra, los guardias le colocaron pesados grilletes. Jarol tenía las pantorrillas y pies hinchados, estaba sufriendo el peor dolor de toda su vida, pero trató de no trasmitirlo a sus captores. Era un sujeto enorme, por lo que se necesitaron gruesas varas de acero para derribarlo.
—El perro faldero del rey —bufó Jarol, tras ver al responsable de su arresto salir de entre las sombras.
Elías hizo un ademán para que los guardias abandonaran el lugar.
—No te culpes por no proteger a Naila —dijo avanzando hacia él.
—¡Desgraciado! ¡¿Qué le hiciste?!
—Hice exactamente lo que predijiste, menos una cosa. Entregarla.
—¡La mataste! ¡Maldito, la mataste!
La ira se trasladó a los ojos del hombre, ya que sus puños no podían alcanzar a Elías.
—Jamás lo haría. La vida de Naila es lo más importante para…
—¡Cierra esa puta boca! ¡Puedes engañarla, pero no a mí! ¡Eres un asesino!
Elías le propició un golpe en el rostro, volándole un par de dientes en el acto.
—No está muerta, escapó cuando la interrogaba —explicó—. Hay bosques rodeando Advaland, extensos territorios para una coneja joven. Podría pedir el apoyo de los caballeros para buscarla, pero no hay nadie en quien confíe aquí para encomendarle esa misión. Y mis seis sirvientes han muerto. Necesito saber dónde se refugia.
Jarol escupió sangre, miró a Elías y respondió:
—Naila no ha cambiado. Sigue siendo la única que cree en ti. Conoce tu historia, desde el principio sabía cómo terminarías con Empirio controlando tu vida, y aun así te aceptó sin juzgarte.
—¿Creía en mí? —Sonrió con ironía—. Te equivocas. Creía que podría engañarme. Encontrarla me ayudará a llegar al dragón caído, pondrá fin a cualquier amenaza para Advaland.
—¿Dragón caído? —Se sorprendió Jarol—. ¿Piensas que está involucrada con un dragón?
—Es tu oportunidad para salvar la vida de cientos de personas.
Elías evitó darle más explicaciones a un civil, únicamente las necesarias para concretar su objetivo.
—¿Ordenaste a tus amigos que me dieran una paliza para convencerme de salvar vidas?
—Te lo dije, no confío en nadie. Prefiero tratarte como un prisionero, que como un aliado.
Lo dicho por el joven tenía sentido, alejaría las sospechas si jugaba el papel de prisionero. Pensó en su siguiente respuesta. No sabía qué ocurrió entre ella y Elías, tampoco los detalles sobre el dragón caído, el faltante de los cuatro que acudieron al llamado del rey.
—No sé dónde se refugia. Naila aprendió a ser reservada.
El capitán observó la actitud del hombre. Al parecer decía la verdad, pero asegurarlo sería precipitado, así que ordenó que lo torturaran para confirmarlo. Estuvo presente cuando Jarol sangró por los profundos cortes, estuvo en el momento en el que un guardia le arrancó una oreja. Resistió igual a un prisionero de guerra, de esos que no vivían para ver la luz del próximo amanecer.
Después de que dos esclavas limpiaran la sangre, los restos de piel del suelo y las paredes, Elías le entregó un trozo de pan rancio.
—De verdad se ha vuelto reservada.
—Eres un desgraciado, ¿lo sabías? —Jarol mordió el pan, como si esa fuese su última comida del día.
—Desafortunadamente no puedo liberarte sin escribir sobre tu arresto. Se me ocurren muchos crímenes para adjuntar: protección de fugitivos, robos, actos que has cometido y de los que no te han juzgado.
—Adelante, mocoso. Llévame ante el rey y responderé por mis crímenes cagándome encima —bromeó—. Impregnaré mi aroma en su sala del trono antes de abandonar este mundo.
Elías sonrió, Jarol era capaz de hacerlo.
—He estado viviendo impune durante un largo tiempo. Haz lo que debas hacer.
Sin más demora, Elías caminó a la salida de la prisión. Sería la última vez que hablaría con él, a pesar de sus diferencias, Jarol fue amigo de su madre, y él lo tenía presente.
—Si la encuentras, perdónala —habló Jarol—. Ya no eres un niño para guardar rencores.
El dragón plateado bajó la mirada.
—Lo sé.
Transcurrieron tres días. El follaje de los árboles en la frontera del Bosque Encantado no conservaba el color anaranjado del Bosque Carmesí, sino un llamativo verde azulado, y la corteza negra como el carbón. Raito recorrió el lugar con Nona sobre su hombro derecho, atento a los peligros, en dirección contraria a las enormes huellas que dejó Elías. No se toparon con caminos reales que conectaran otros reinos, ni aldeas que aprovecharan la naturaleza para vivir. Lo que lo llevó a pensar que los humanos no circulaban por la zona, cuestión que lo hizo desconfiar más. Ellos eran inteligentes, optaban por investigar antes de construir.
Exploró las hierbas, reconoció olores que el gran maestro le había enseñado a identificar, como el de cardobulas, plantas de hojas puntiagudas, lisas al tacto, utilizadas por los dragones negros para aliviar el dolor. Recogió algunas, cuidando de que estas no reaccionaran agresivamente y liberaran toxinas para protegerse. Se preguntó si serían útiles para Naila, debido a que no pertenecía a su misma raza.
Nona se mantuvo quieta, le era difícil comunicarse con él. De sus tres hermanos, era la más precavida en su trato con Raito. Observó sus acciones, lo metódico de sus elecciones y estudió el conocimiento que poseía. La Fedrea que cuidaba de Naitan hacía un preparado con cardobulas para anestesiar el sufrimiento del viejo conejo, hacer de sus últimos días lo menos dolorosos posible. No creyó que sería Raito, quien intercambiara su rol con Naila, accediendo a cuidarla en su recuperación. Posiblemente, no fuera el guerrero ciego de venganza que pensaba.
Raito regresó por el sendero que trazaron sus pisadas. Recolectó flores amarillas, de pétalos redondeados, para depositarlas en el sitio donde sepultó a Naitan. Toto fue su guía, ya que no tenía experiencia en cavar fosas. Los suyos lanzaban a sus muertos en los volcanes, para que pasaran a formar parte de esas poderosas construcciones de la naturaleza. Según el pequeño animal, ofrecer flores a los muertos simbolizaba respeto y recuerdo.
Nona vio una figura a lo lejos, alguien estaba sentado junto a los restos de Naitan. Tenía una capa larga gris, al igual que el cabello, y lo que la destacaba, cuatro dedos huesudos. Entusiasmada, saltó y se apresuró a develar el misterio.
—¿Qué pasa? ¿Qué viste? —preguntó persiguiéndola.
La Fedrea anciana volteó.
—Pequeña Nona.
Raito asoció la apariencia de la criatura con la de las demás que lo atacaron en los últimos días. No pudo evitar mostrarse enfurecido con ella, avanzó listo para atacarla, pero Nona se interpuso emitiendo sonidos agudos que el hombre interpretó como una advertencia. Decidió obedecerla. La Fedrea se veía débil, distinta a las anteriores.
—Eres el dragón negro más inofensivo que he visto —comentó—. Entiendo tu enojo, te arrebataron tu otra mitad. Estás incompleto.
—Tu raza lo hizo. Practican una magia extraña.
—Extraña y antigua.
Pensó en amenazarla para que le diera información sobre su otra mitad, la solución para todos sus problemas. Si recuperaba su forma de dragón, invadiría el castillo sin inconvenientes. Pero la Fedrea se le adelantó.
—No tomo partido por ninguna de las partes. Ni por el rey Empirio, ni por una víctima como tú. Cumplí con la última voluntad de un amigo, la misma última voluntad que yo escogí. Refugié a Naila y como una vieja entrometida, te traje con ella.
—Así que fuiste tú quien nos transportó. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué proteges lo que tu raza tanto se empecina en destruir? A mí, a Naila y a sus hermanos, ustedes nos dejaron en claro que no nos quieren vivos.
La anciana prefirió callar. Miró arriba, al cielo escondido detrás de las ramas y hojas. Sintió la brisa en su rostro, la tranquilidad de culminar su ciclo de vida. Las flores que sostenía Raito se deshojaron solas y viajaron transportados por la brisa hacia la tierra que cubría a Naitan.
«Adiós, viejo amigo».
El cuerpo de la Fedrea comenzó a deshacerse, convirtiéndose en polvo gris. Primero fueron las manos que se aferraban a la tierra seca, luego el resto. La coneja sufrió su pérdida. Era una sabia, una consultora y una maestra para ella. Desde que Megara la hechizó con Toto y Lulú, se refugió en sus enseñanzas para revertirlo. Aunaron esfuerzos para devolverlos a sus formas originales, sin embargo, no lo consiguieron.
Por otro lado, Raito presenció el final de una vida, una muerte muy diferente a todas las que había visto. Esto lo sensibilizó.
—Nada en este lugar tiene sentido. Es complicado distinguir a un aliado de un enemigo. Todo era más sencillo estando con mis hermanos —rompió el breve silencio—. Raneri era la sociable, se encargaba de dialogar con los clientes y entablar vínculos. Rian Chu se unía a los festejos de las aldeas al finalizar una misión, bailaba y cantaba, conocía más melodías de las que pudiera recordar. Rakuzen era el conocimiento, la voz de la razón, que varias veces, yo eludía cobardemente. Estoy seguro… de que soy el único de los cuatro que está así de perdido.
Nona lo escuchó hablar de su familia. Pudo ver lo confundido que estaba, lo vulnerable que era en ese estado, sin su otra mitad como había afirmado la Fedrea. Quiso dedicarle unas palabras, pero siendo un animal, era consciente de que estas no lo alcanzarían. Se subió al hombro del dragón, para regresar juntos a la madriguera.
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