Black dragon - 13
En la madriguera, Raito hirvió agua en un recipiente de barro, usando solo la palma de su mano. Después colocó las hojas de la planta medicinal, para preparar una solución que calmara el dolor de Naila. Todavía tenía cortes que recibió de las ramas y filosas cortezas de los árboles al romperse, moretones por los violentos golpes y quemaduras por llamas azules. Apenas permanecía despierta para beber agua, alimentarse con puré de manzanas, frutas que sus hermanos tardaban en cortar y empujar hacia el actual refugio. A diario, Toto la alentaba a continuar alimentándose. No alcanzaba a completar las tres comidas del día, temía que se quedara sin energías. La transformación de Elías dejó vestigios en su cuerpo, el que Raito se esforzaba en curar con los métodos que conocía. Naila no había dicho ni una sola palabra, evadía las preguntas de sus compañeros cerrando los ojos para continuar durmiendo.
Al finalizar el preparado, el hombre se sentó en la cama. Movió la vela de llamas rojas, para alumbrar la espalda descubierta de Naila. Cauterizar la herida más grande le dejó una enorme cicatriz. El roce de los dedos del dragón la hizo despertar.
—¿Elías? —murmuró.
Raito se sorprendió tras escucharla. El nombre le resultó extrañamente familiar.
Nona reaccionó y saltó al rostro de Raito para jalarlo de los cabellos. Recordaba al niño dragón de su estancia en el castillo, previo al exterminio de su raza. Conocía la relación que mantenía con Naila, así como también su deber como protector del reino. Si Raito pretendía ajustar cuentas con Empirio, seguramente Elías estaría involucrado. Lo último que quería era que el dragón negro se enojara con ella y la agrediera por proteger a un viejo amigo.
—¡Suéltame! ¡No iba a lastimarla! —exclamó, enfurecido. Nona lo soltó y se paró sobre la cama, amenazante, con el pelaje en puntas, cual si fuera una fiera defendiendo a sus crías.
El escándalo confundió más a Naila. Aún seguía desnuda, así que se aseguró de cubrirse bien antes de incorporarse.
—¿Qué sucede?
—Pregúntaselo a ella. Saltó a agredirme de la nada —la acusó.
Nona le enseñó los dientes, a lo que Naila la recogió para acunarla entre sus brazos.
—Es un animal, no puede lastimarte. Ten paciencia —pidió restándole importancia al conflicto. Examinó con la mirada la única habitación dentro de la madriguera. Había objetos tirados en el suelo, platos, jarras, una escoba, baldes de madera, un baúl, y muñecos de los que Naitan fabricaba. No visualizó un lugar donde Raito pudiera recostarse, más que la tierra húmeda. Imaginó la incomodidad que estaría pasando en sus días como su cuidador. Quiso preguntarle cómo se sentía, pero desistió. Refugiarse en otro hombre solo agravaría la herida que Elías se encargó de abrir con su traición. Raito no estaría interesado en oír su historia, menos en entender sus sentimientos.
Los dos conejos restantes treparon a la cama. Lulú fue la última, al igual que su hermana, estaba transitando una recuperación.
—Toma esta sopa antes de que te duermas de nuevo.
La mujer aceptó el plato y tomó la primera cucharada.
—¡Está amarga! —exclamó.
—Parece que estás mejorando, ahora hasta elevas la voz.
Naila puso un gesto de repulsión a la segunda cucharada.
—¿Cómo es el entorno? —preguntó para brindarle información precisa de su ubicación.
—Es un bosque fantasma, no hay caminos reales, ni senderos trazados por viajeros. Las hojas de los árboles son azules, los troncos negros. Es complicado caminar de noche. Muchas veces los he chocado.
Naila emitió una débil carcajada. Le resultó gracioso imaginar al enorme sujeto impactando contra los árboles.
—No te rías de mí.
—Basándome en tu descripción, estaríamos en el Bosque Encantado pero… mi abuelo no construiría una madriguera en ese peligroso sitio. Hay monstruos que cavan profundo para sacar presas. Lo cual significa que estamos en la frontera que divide a Advaland de él.
Se detuvo a pensar un momento. Había estado la mayor parte de los días en la madriguera durmiendo, y cuando despertaba no lograba asociar su entorno. Recordó la muerte de su abuelo, le preocupó no ver su cuerpo a la vista.
—¿Dónde está mi abuelo?
—Lo sepulté siguiendo las costumbres de tu pueblo —notificó Raito bajando la vista hacia los conejos—. El glotón come zanahorias me lo explicó.
Naila acarició suavemente el pelaje de Toto y le agradeció. Por su parte, Toto le contó que el dragón negro visitaba la tumba de Naitan para dejar flores, siempre refunfuñando igual a un infante. Rió de nuevo, lo hizo dos veces en un mismo día, no pensó volver a reír tan seguido y tan pronto.
—Ya que estás de buen humor, vas a decirme por qué acabaste herida en este lugar. ¿Qué te atacó?
No podía posponerlo. Miró a Lulú, la vida que estaban llevando terminaría lastimándolos más. La mentira no era el camino adecuado, tarde o temprano la descubriría, pero no tenía otra opción. Por el momento, debía ocultarle su pasado con Elías para que confiara en ella. Se prometió no olvidar su principal objetivo, desvincularse del dragón negro luego de ayudarlo a llegar al castillo.
—El dragón plateado quiso asesinarme. ¿Recuerdas lo que te comenté sobre la persecución de conejos?
—Sí.
—Tiene la obligación de asesinar a cualquier miembro de mi raza. Estaba patrullando el muro cuando descubrió mis orejas debajo de mi pañuelo y me persiguió hasta aquí.
Raito se sentó a los pies de la cama, pensativo. Las cosas no estaban resultando como quería. Primero los ataques de las Fedreas, ahora el del dragón plateado hacia Naila. Asegurarse una aliada que ingresara y saliera del reino, que consiguiera información y le enseñara a orientarse, era útil, pero actualmente, conservarla a su lado atraería más problemas que beneficios. Sería el fin, si el dragón plateado aparecía por sorpresa, estuviera detrás de él o no. Necesitaba un plan de infiltración y ataque con urgencia.
—Raito —La mujer conejo interrumpió sus pensamientos—. Espera la siguiente luna llena… yo seré tu distracción.
Megoz aceptó ayudar a Megara, pero con una condición, solicitó libertad de deambular por el reino, de esta forma, estaría recordando al rey que no era un prisionero, sino un colaborador. Empirio confiaba en su esposa, sin embargo, no en Megoz. El primer día en el castillo envió a dos guardias para que lo escoltaran cuando lo vio hurgando la armería, las particulares espadas forjadas con escamas de dragones negros. El mago sabía que no sería sencillo conquistar la confianza de un rey, aunque no dependía de generar confianza para practicar las artes oscuras en Advaland.
Dedicó toda la mañana a examinar los trozos de escamas que extrajo de la herrería, mientras Megara terminaba de ocuparse de los asuntos relacionados con la distribución de la nueva población en Marratech. Su tarea era elaborar estrategias que dependieran de sus habilidades para exterminar a los monstruos del desierto. Los habitantes de Marratech juraron lealtad al nuevo rey, por lo que debían estar seguros dentro de sus muros.
—Lamento el retraso, maestro —dijo la reina arribando a su laboratorio personal, el cual estaba instalado en un amplio sótano.
—Las labores de una reina son más importantes —respondió Megoz moliendo un trozo de las escamas.
—¿Ha hallado algo interesante? —preguntó revisando los materiales que el mago había escogido para comenzar.
—Escamas de dragones negros. No se encuentran por ningún lado. Nadie se atreve a comercializar con un producto que viene de esas criaturas.
—Es porque nadie ha podido matar a uno —presumió la mujer, alargando los labios rojizos.
—Dices que quieres crear un dragón negro. ¿Qué sabes de ellos?
Megara se tomó unos momentos para pensar. Lo crucial para ella, era asociar esa raza con la magia negra.
—El silencio lo confirma. Planeas crear un ser cuya naturaleza no comprendes. —Megoz reunió el polvo y lo colocó en una probeta con un líquido azul dentro. Este se tornó rojo como la sangre, al entrar en contacto con el polvo.
—Se utilizó magia negra para crearlos, es todo lo que necesito saber. He avanzado mucho teniendo eso en mente.
A Megara no le agradó darle una respuesta completa, dañaba su orgullo como investigadora y amante del conocimiento.
—¿Conoces la leyenda de Uros?
El maestro sembró curiosidad en la aprendiz.
—Existió una elfa, de nombre Ignis, que combatió contra un dragón negro, Uros. Evidentemente lo derrotó, pero el dragón no aceptó la derrota, la persiguió por cientos y cientos de amaneceres, en busca de una revancha. Cuando la encontró, la desafió. El tiempo transcurrió e Ignis terminó siendo una maestra para él. Fue la primera gran maestra de esa raza. En la actualidad, ellos siguen las enseñanzas del miembro más viejo, el que conserva la forma de dragón. Por lo que tengo entendido, cuanto más envejecen y batallan, aumenta la probabilidad de perder su forma humana.
—Imagino que si una elfa participó de la historia, es porque ella influyó en la creación del primer dragón plateado —añadió Megara.
—Las incontables batallas de Uros, su deseo de continuar venciendo feroces enemigos, acabó por cegarlo. Fue tanto el poder que acumuló, que este lo dominó. Para ponerle fin a la destrucción, Ignis quitó su otra mitad y lo convirtió en un hombre. Uros había olvidado lo que se sentía serlo.
Vagó perdido por el Bosque Encantado, sobreviviendo a los monstruos de la noche, sufriendo al no poder recuperar lo que le fue arrebatado. ¿Puedes imaginar el resto de la historia?
—La elfa regresó y le otorgó su luz. Eso explicaría el color plateado.
—Acertaste, reina esclava. Uros, fue el primer dragón negro, también fue el primer dragón plateado. Recuperó su forma, pero no era igual a la de antes. Agradecido con su antigua maestra, el dragón plateado le juró lealtad. ¿Comprendes a qué quiero llegar contándote la leyenda?
Megara observó las mezclas que Megoz realizaba, el cambio de color del líquido, de azul a rojo. Lo asoció con las llamas rojas y azules. Los dragones, tanto plateados como negros, compartían el mismo origen, y no importaba el orden de este, seguían siendo parte de un mismo ser.
—Todo este tiempo he estado transitando el camino equivocado —reconoció, frustrada, apoyando las manos con violencia sobre la mesa de trabajo. Megoz hizo caso omiso a la frustración de la reina. No estaba allí para elogiar sus avances, sino para mostrarle el camino correcto, hacerle ver sus errores desde el comienzo.
—Estuve dialogando con varios pobladores. Me comentaron que la colina donde yacen los restos de Diana no siempre mantuvo el mismo relieve. ¿Lo habías notado?
—Por supuesto que no. Jamás la visito.
—Tú y yo nos parecemos en algo, reina esclava. Somos ambiciosos. No me conformaré con crear un dragón negro, apostaré a crear a un nuevo Uros. Para empezar, persuade al rey para que destierre a Diana. Sostengo la teoría de que regresó a su forma de dragón.
Megara abrió los ojos como platos. Megoz despejó su mente de dudas, pero simultáneamente instaló muchas más. Se había concentrado tanto en el estudio de las artes oscuras, que olvidó lo esencial de su proyecto, la historia y costumbres de los dragones. Informarse sobre ellos, observar lo que tenía a su alrededor, era la solución para la encrucijada en la que estaba metida.
—¿Cómo cambió de forma su cadáver?
—¿Por qué te asombras? ¿Este mundo no es lo suficientemente loco para ti?
La reina liberó un largo suspiro.
—Empirio no dejará que profanen su cuerpo desterrándola… la ama. Decidió no contraer matrimonio con una princesa, le dio la espalda a sus creencias. Dejó de rezarle a sus dioses, cerró todo santuario porque Diana no creía en deidades. Obligó a su gente a renunciar a su fe a cambio de la protección de los dragones plateados.
—No esperé que fuera un hombre tonto —agregó el mago.
—Mi esposo no es tonto. Para mi desgracia, sigue enamorado.
—Un amor que no murió con Diana. ¿Cómo duermes en las noches sabiendo que desea a otra?
—Sencillo, no todas las noches duermo con él. Retomando el asunto, debe haber otra manera de conseguir escamas plateadas. Dame tiempo para pensar, mientras tanto continuaremos probando mi fórmula. Hay muchos condenados a muerte que podemos usar.
Empirio organizó una lujosa cena para los socios que lo apoyaban económicamente. A pesar de que el ejército del rey Virtanen era muy poderoso y numeroso, los enfrentamientos costaron grandes fortunas en herreros, armamento, soldados, suministros para los extensos viajes, médicos, etc. Los tesoros de la realeza disminuían cada año en grandes gastos, y Empirio no era de los reyes que organizaban grandes expediciones en busca de nuevos. Pensaba que lo menos trabajoso sería mantener lazos con estas familias ricas, para que a su pueblo no le faltara nada en tiempos de guerra.
La hija mayor de la familia Kodnoen, fue comprometida con el hermano menor de la reina. Empirio planeó la cena para que los prometidos tuvieran un encuentro antes del casamiento. Claus no era un hombre de la alta sociedad, estuvo entrenando para ser un caballero, mientras su futura esposa crecía y se educaba para convertirse en una dama. La pareja se había visto dos veces hasta la fecha, para conocer sus rostros y conversar sobre sus aficiones. Claus no estaba interesado en volverse esposo de Lilia, una mujer consentida de cuna de oro, pero Megara le pidió que lo hiciera. No tendría que pasar tanto tiempo con ella en el castillo, sino aparecerse en las noches para engendrar hijos. La familia Kodnoen era tradicional, querían muchos nietos, hijos de un caballero que estuviera unido a la sangre de la reina, sea esta una hechicera o no, ya que Empirio no tenía familiares vivos.
Claus arribó temprano, los sirvientes que lo prepararon seguían órdenes estrictas del rey, debía presentarse antes que la familia de su prometida.
Empirio lo esperó en la cabecera de la extensa mesa. Se lo veía con su clásica capa roja, de metros y metros de longitud, siempre reluciente como su corona de oro puro con piedras preciosas, y vestido con un jubón verde esmeralda.
—Acércate —le dijo haciendo un ademán.
Obedeció y se sentó a dos sillas de distancia de él.
—Recuerda tus lecciones —advirtió Empirio.
—Las recuerdo, su majestad. No se preocupe.
—Desconocen tu pasado. Esfuérzate para que sigan creyendo que eres un caballero del norte.
El joven lo miró de reojo, deseaba estar en cualquier otro lugar, en medio del desierto, en los malditos bosques repletos de monstruos, inclusive en una celda compartida con ratas, menos en la mesa real.
Después de que los invitados y Megara se instalaran, las mucamas sirvieron la cena. Iniciaron con frutas frescas, naranjas y uvas. Los platos principales variaron entre jabalí asado, albóndigas apedreadas de carnero con huevos en yemas y cerdo cocido. Las conversaciones giraron en torno a los triunfos del ejército, a las conquistas de tres reinos y principalmente, la boda de Claus y Lilia. La familia de la novia propuso que ambos vivieran en Advaland hasta que el castillo en Amsrott terminara de remodelarse para mudarse. Claus estuvo en desacuerdo con la idea, sin embargo, no tenía derecho a objetar, solo aceptar las decisiones de su rey.
Cuando la cena concluyó, Claus persiguió a su hermana y la apartó al pasillo, a la más mínima oportunidad.
—¿Quieres alejarme de ti? —preguntó con recelo.
—Claro que no. Sabes que las condiciones de tu matrimonio podrían modificarse dependiendo de los intereses.
—¿Intereses? ¿Cuál es la diferencia entre coger con Lilia aquí o en Amsrott?
—Serás el señor de Amsrott, tendrás tu propio ejército, tus propios sirvientes —trató de convencerlo, pero hacerlo solo provocó que el enojo de Claus se incrementara.
—No me interesa el dinero. Quiero quedarme aquí, contigo. Juré que pelearía las guerras de tu esposo, porque sabía que estarías para verme.
Megara lo tomó de las mejillas. Se encontraba tan ruborizado de la furia, que su piel parecía hervir.
—Tranquilízate. Aunque estemos distanciados, mi amor por ti no cambiará.
El sonido de unos tacones los interrumpió, posteriormente, una voz femenina se hizo oír.
—Me hubiera gustado tener un hermano. Conocer ese amor que expresa mi reina.
Se trataba de Lilia, que apareció a las espaldas de Claus, como una gata sigilosa, meneando las caderas.
—Podrá ver ese amor en sus hijos —contestó Megara volteándose hacia ella.
Era una joven simpática, de largos rizos pelirrojos adornados con una diadema elaborada con perlas blancas. Labios finos, tez rosada y lisa. Vestía ropa refinada, un vestido rojo con transparencias en las mangas. Sus padres la cuidaban igual a una princesa, no salía de su morada, más que para aprender a cabalgar.
—Si es eso lo que mi futuro esposo anhela —comentó Lilia dirigiendo la mirada a Claus. Este evitó mirarla a los ojos verdes.
—De eso que no le quepa la menor duda, mi lady. Las inquietudes de mi hermano son distintas. La idea de despedirse de Advaland puede resultar difícil para un caballero que ha defendido a su rey incontables veces —dijo la reina, copiando la sonrisa de Lilia.
—¿Y mi futuro esposo no tiene la capacidad de expresarlo?
Tras oírla, Claus alzó la vista. Lilia se alegró de que finalmente la viera a los ojos. Aquel muchacho evitaba hablar con ella más de lo necesario.
—¿Qué otra opción tengo? —musitó.
—Habla fuerte y claro —demandó Lilia frunciendo el ceño.
El ambiente se tornó tenso, insoportable para los hermanos que compartían un deseo en común, permanecer juntos. Pero no eran quienes para oponerse a los acuerdos de Empirio, cuando la oferta era demasiado generosa para un antiguo esclavo como él. Vivir una vida de lujos, era el sueño de cualquiera.
—La noche es joven. ¿Por qué no dan un paseo? Han tenido pocas ocasiones para hablar. Quizás mi hermano logre abrir su corazón contigo —propuso Megara.
—Excelente idea —concordó la doncella, apresurándose a tomar el brazo de su futuro marido—. Me encantaría ver las caballerizas. Es una pena que sea de madrugada. Tendrás que despertar a los caballos para mí.
—Es probable que despierten con solo oír tus pisadas —agregó Claus. Lilia rió.
La pareja arribó a destino. Ella amaba a los caballos, debido a que gracias a estos animales, podía salir al exterior y estar al contacto con la naturaleza.
—Es preciosa. ¿No crees? —apreció acariciando una yegua blanca, la que utilizaba la reina en sus viajes.
—Sí —respondió, sospechoso. En las anteriores oportunidades no había notado lo audaz que era aquella mujer, cuyo encanto de a ratos parecía el de una dulce niña.
—Te equivocas al pensar que estoy de acuerdo con nuestro matrimonio —dijo deslizando la delicada mano sobre el lomo del caballo. Claus se preguntó si mantendría el mismo trato con su miembro viril cuando llegara la hora de seducirlo en su noche de bodas. El tiempo transcurría, y primitivamente comenzaba a verla como una mujer, y no una niña.
Lilia descubrió la mirada del sujeto. Movió la mano hacia la gargantilla dorada y siguió:
—Es un matrimonio por conveniencia, sin embargo, nosotros también podemos crear un acuerdo que nos beneficie a ambos.
—¿De qué hablas? —El caballero mostró interés.
—Convenceré a mi padre de que nos permita vivir en Advaland… si tú me das algo a cambio.
—¿Qué podría darte que quisieras? Ya tienes riquezas y tendrás a uno de los mejores guerreros de la guardia para que te llene de hijos.
La mujer sonrió, esta vez con un ápice de malicia. Le recordó a su hermana. Bella y letal.
—Quiero ser la reina de Advaland. Sin Empirio en el poder, ni herederos al trono, mi familia tomará el control del reino. Mi padre es rico porque solo posee facultades para el negocio. No le interesa atender las demandas del pueblo, combatir guerras y administrar territorios. Lo que nos hace a nosotros, los únicos candidatos al trono.
—Estás loca. No me interesa ser rey y tú jamás gobernarás un reino tan poderoso. Eres una mujer. ¿Quién te obedecerá?
Claus creyó que era un delirio producto del vino, no obstante, la expresión determinada de Lilia le sugería lo contrario.
—Conozco a quienes no les interesa si obedecen a un hombre o a una mujer. Una sociedad más avanzada que la nuestra, una que no debe protegerse de nadie, solo brindar protección para fortalecer su orgullo como la raza dominante.
A Claus se le vino a la mente una imagen que le brindó todas las respuestas.
—Los… dragones plateados.
—Con la última expansión de Advaland, su servicio está asegurado. Ayúdame a asesinar al rey, y permitiré que disfrutes de tu incesto asqueroso.
Claus luchó por calmar sus nervios, tenía que poner su cabeza en su lugar y pensar claramente sus próximas palabras. Lilia proponía un acuerdo inviable para una dama de no más de veinte años, que apenas salía de casa. Podría tratarse de una trampa ideada por su padre, con el objetivo de probar su lealtad hacia Empirio. La casa Kodnoen era socia de los Virtanen desde el comienzo de su dinastía, por lo que era poco creíble que decidieran derrocarlos. Sin embargo, este último tiempo, Empirio había puesto a su reino en riesgo, provocando a los dragones negros y asesinando a los reyes aliados.
—Olvídate de ese loco plan. Generarás conflictos innecesarios.
Lilia avanzó, sujetó el miembro del hombre con firmeza y le susurró al oído.
—Escondimos a nuestros dioses porque Empirio amó a una dragona. Nuestros dioses son generosos con los que tienen ojos que desean ver. Fui elegida, de entre todos los demás. ¿Quieres saber lo que ellos me mostraron de ti?
Tragó saliva. Algo en esa mujer no estaba bien, y no era locura, algo inquietante se ocultaba bajo sus intenciones de gobernar. Tal vez planeaba asignar a alguien a su lado, para que ocupara el puesto de rey mientras él era la cara visible, al mismo tiempo que cumplía sus deseos de estar con Megara.
Lilia apretó con fuerza, a lo que Claus mordió su labio inferior, pudiendo evitar abrir la boca para maldecirla. Hubiera reaccionado violentamente al sentirse amenazado, pero Empirio le impidió que llevara consigo su espada en eventos formales, lo cual le salvó la vida. Un derramamiento de sangre noble y sería sentenciado a muerte sin pasar por un tribunal.
—Me contaron que fuiste esclavo de los ogros, que comiste su porquería y limpiaste sus hachas. Piénsalo, querido prometido. No puedes imaginarte un futuro mejor que el que te propongo.
—¿Dioses? No son dioses los que hablaron contigo.
—¿Quieres apostar? —Lilia disfrutó del nerviosismo del hombre, jugueteando con el responsable de repartir bastardos dentro y fuera de Advaland.
—¿Cómo… sé… que no estás mintiendo? ¿Qué… esto… no es una prueba de lealtad?
El sudor corrió por el rostro de Claus, al ver a su prometida agacharse para quitarle el cinturón. La yegua relinchó, alterando a los caballos cercanos.
—De los dos, serás tú el que me ponga a prueba.
Acto seguido, Claus sintió los labios de Lilia humedecerlo. Era una doncella, pero se comportó como una cualquiera, mancillando las tradiciones de su familia. Fue la única forma de enredarlo en su telaraña, para ya no dejarlo ir. Claus tocó el suave cabello de la mujer, de solo hacerlo, pudo ver que no habría vuelta atrás. Ella era especial, su vida valía mucho más que la de las otras mujeres con la que estuvo, inclusive más que la suya.
«Ningún dios la apoyaría», pensó, pero a él tampoco.
Comments for chapter "13"
QUE TE PARECIÓ?