Black dragon - 15
A la mañana siguiente, Naila depositó flores en la tumba de Naitan. Les dedicó unas plegarias a sus dioses, los que estaban asociados con la naturaleza y protegían a los que vivían de ella. Confiaba en los espíritus del bosque, quienes actuaban en nombre de las deidades. La tranquilizaba pensar que su familia se había convertido en espíritus y que la cuidaban aunque no pudiera verlos. Solo su fe podía mantener ese hermoso pensamiento. Pero por más que su fe fuera fuerte, otros individuos no compartían las mismas creencias: invadían, saqueaban, quemaban y destruían, sin temor a ser juzgados por dioses.
De repente, una flecha impactó sobre la tierra. Naila reconoció la primera señal de advertencia. Se levantó rápidamente y corrió. Las siguientes flechas cayeron del cielo, impidiendo que saltara a las copas de los árboles. Un arquero diestro estaba jugando con ella, usándola para que lo guiara a donde quería ir.
Naila arribó al manzano, creyó que estaría segura al introducirse en la madriguera, diseñada para burlar a los perseguidores, sin embargo, sus esperanzas murieron cuando una flecha le atravesó la pantorrilla y la obligó a caer. Detenerse la ayudó a escuchar las pisadas de tres caballos, no era una tropa de las que Empirio solía organizar, tal vez eran bandidos, habilidosos, pero criminales sin una conexión con sus verdaderos enemigos.
Raito salió del refugio, vio a su desfallecida compañera y la flecha incrustada en su pierna. De inmediato la cargó en sus brazos, para entonces se podía diferenciar tres figuras entre la vegetación verde azulada. El escandaloso ruido de un cuerno lo aturdió, desorientándolo. Confundido, se escondió detrás del manzano.
Elías apareció primero, cabalgando. Sostenía el arco. Vestía un atuendo del color de las hojas del ambiente para poder camuflarse. La capa le cubría la cabeza, dibujando una sombra sobre su mirada carente de emoción. Detrás se acercaron Empirio y Megara, en sus respectivos caballos. Portaban los mismos ropajes que el sirviente, privándose de sus coronas para no destacar.
—Entiendo que la coneja se esconda, pero tú, dragón. Me sorprende, sabiendo lo fuerte que eres —habló Empirio—. Sal, hónrame con tu presencia.
Raito asoció la voz del sujeto con la del rey. Ese tono soberbio, calmado, como si fuera dueño y señor del mundo… y de su destino. Naila descubrió el error que había cometido al guiarlos al escondite.
—Lo siento, yo… los atraje —lamentó, sintiendo una insoportable culpa.
—No te disculpes. Estoy listo para enfrentarlo. —Raito puso la mano sobre la cabeza de la mujer, la misma pesada mano que interactuó con ella al despertar, luego de su batalla con el dragón plateado.
Se dio a conocer. Habían pasado más de veinte amaneceres sin saber sobre sus hermanos, sobre la razón que llevó a Empirio a contratarlos y traicionarlos, sin encontrar una explicación para su incapacidad de transformarse.
—El mayor del cuarteto. Debí imaginarlo —comentó Empirio.
—¿Dónde están mis hermanos?
El rey respondió con una sonrisa. Hubo silencio.
Naila se quitó la flecha, que estaba atorada entre su carne y hueso. Le asombró el material de la punta, el acero oscuro con reflejos rojizos.
—Capitán. ¿Sería tan amable de mostrarle dónde están sus hermanos?
Elías apeó, arrojó una flecha a la hierba y reveló:
—Esa es Raneri. —Lanzó tres flechas más, repitiendo el nombre de la dragona. Luego desenvainó una de las dos espadas que cargaba, y la clavó al suelo—. Ese es Rakuzen. —Hizo lo mismo con la restante, la que llamó Rian Chu.
Raito no lo comprendió enseguida, debido a su ingenuidad. La retorcida voracidad de los humanos, estaba muy lejos de su experiencia trabajando para ellos. Cobraba por colaborar en batallas, derribar castillos, no por saber qué hacían después de que cumpliera con su parte del trato.
—Ahora ellos luchan para mí.
Las palabras del rey lo movilizaron. Raito se abalanzó sobre Elías, el que se posicionaba delante del verdadero culpable de todo su sufrimiento, del responsable de haber hecho de su vida un infierno. Elías desenterró una espada y envió una estocada. Raito la eludió, agarró al capitán del rostro y lo estrelló contra el suelo, haciendo que perdiera la espada. El temblor inquietó a los caballos, el matrimonio real los controló.
Elías recordó la ubicación de las flechas, estiró el brazo y tomó una. Acto seguido, la usó para apuñalar el ojo derecho de su adversario, extrayéndoselo de un solo movimiento. El herido gritó retrocediendo. Escuchó los lamentos de Raneri en su mente, como si ella estuviera viva, sufriendo al lastimarlo. Elías lo embistió, ambos cayeron sobre el césped mojado por el rocío de la mañana. El capitán no desperdició tiempo, lo golpeó salvajemente. De sus puños empezaron a crecerle escamas, provocando que el rostro de Raito se manchara de sangre en cuestión de segundos.
Naila oyó los sonidos contundentes de los golpes, la agitación de su viejo amigo. Salió del escondite, la escena era dura de ver. Los dos se habían encontrado, pudo comprobar sus sospechas, tenían cuentas pendientes por saldar.
—¡DETENTE! —gritó.
Elías obedeció por instinto. Raito aprovechó el desliz y le propició un poderoso derechazo en el mentón, movimiento que lo desestabilizó. El dragón plateado se arrastró a la siguiente espada.
Megara se bajó de su yegua blanca. También tenía asuntos pendientes por atender, los que involucraban a alguien que no logró encerrar.
—Mírate, conejita. Has crecido, eres toda una mujer.
—¡No me llames así! —exclamó enfurecida, quebrando la flecha que la hirió a la mitad.
—¿Por qué no? Así te llamaba Niels. Era un sujeto interesante, es una pena que proviniera de una raza maldita. Podríamos habernos divertido mucho. —Megara abrió las manos, las gotas de rocío se elevaron en el aire, para luego solidificarse adquiriendo la forma de filosas agujas. Naila apenas las diferenció. La hechicera apuntó a sus ojos, la coneja percibió el reflejo de los rayos del sol en el cristalino hielo, gracias a eso, se cubrió. Las agujas penetraron la palma de su mano. Sintió el frío correrle por las venas, mientras la zona perforada cambiaba a un color pálido casi azulado, el que se expandía por el resto de su brazo. Su cuerpo comenzó a debilitarse.
Megara no se detuvo solo con eso, tocó el tronco del árbol más cercano, creando una extremidad a partir de él, la cual se estiró hasta golpear el vientre de Naila. La mujer salió despedida, acabó aterrizando sobre unos arbustos. A pesar del tremendo impacto, no sintió dolor. Palpó su abdomen, notó que una especie de coraza lo cubría debajo del vestido. No tuvo tiempo de averiguar qué era. La reina deslizó los dedos sobre el lomo de su yegua, los ojos del animal se volvieron violetas y brillantes. El caballo avanzó con suma velocidad para arrollarla. Sorpresivamente, los conejos saltaron para defender a su hermana. Toto y Nona se prendieron a la crin, Lulú hundió los dientes en el ojo. La yegua modificó su dirección, desesperada por librarse de los conejos.
Elías perforó el hombro de Raito, se desenvolvía mejor si blandía una espada y dejaba de lado la fuerza física, ya que su contrincante lo superaba. Además, este último no contaba con conocimientos de esgrima para predecir sus movimientos. Raito escuchó los gritos de sufrimiento de Rakuzen, mientras la hoja permanecía dentro. La apretó, abriendo un corte profundo en la mano. El capitán se aferró a la empuñadura y empujó para terminar de atravesarlo, lo que le resultó prácticamente imposible. El dragón negro estaba furioso, quería a toda costa liberarse del martirio que estaba experimentando. La cuchilla fue agrietándose, respondiendo a su poderosa fuerza.
—Todos ustedes morirán —amenazó Raito. Sus ojos se iluminaron, el aire se volvió denso. Aspiró, llenando los pulmones lo suficiente para liberar una llamarada mortal. Elías presintió que algo terrible se avecinaba, arrebatarle su otra mitad no bastó para detenerlo. Actuó y le dio un rodillazo en el abdomen, Raito inclinó la cabeza, Elías lo golpeó usando la suya. El fuego escapó de la boca del dragón caído, las llamas rojas los envolvieron. Elías se protegió con una capa de escamas plateadas. No tenían un grosor igual a la de su forma dragonaria, pero servían para salvarlo de la muerte. Su vestimenta ardió, parte importante de su cuerpo también. Raito continuó, permitiendo que la bestialidad en sí lo dominara. Le mordió el cuello y arrancó un trozo de carne.
—Es humillante depender de unos pequeños animales —dijo Megara—. Pero se acabó. No creo que hayan sobrevivido.
—No tienes idea de lo fuertes que son. Por eso los convertiste, porque les tenías miedo —aseguró Naila.
—¿Miedo? Querida, jamás le temería a un par de campesinos. Aunque Nona aspirara a ser una hechicera como yo, ni en sus sueños lo conseguiría. Los convertí en lo que realmente son, comida.
Lo último dañó el orgullo de los suyos. No dejó que Megara siguiera denigrándolos. Ignoró el dolor punzante en su pierna herida y saltó cayendo sobre la reina. Su brazo derecho perdió la movilidad tras congelarse con el hechizo, por lo que únicamente conservaba uno para estrangularla, no obstante, un sonido inmovilizó a ambas. Megara había empuñado su daga, forjada usando los restos de Rakuzen, al vientre de Naila, rompiendo con la tela y escamas plateadas que nacieron para impedir que la apuñalaran. La coneja palpó la estructura dura y resquebrajada, la reina observó, impactada.
—¿Qué te hizo?
Elías presionó la mordedura, la sangre no paró de emanar. Cambiar de forma finalizaría con el encuentro, sin embargo, Empirio estaba poniéndolo a prueba, colocándolo frente a Raito sin darle oportunidad de elegir el camino más corto. Debía demostrarle su lealtad en su forma humana, con sus limitaciones y deseos reprimidos.
La punta de la daga de la hechicera se quebró, comprendió que el tiempo era oro, y que estaba presenciando un hecho insólito como para dejarlo pasar. Aún en el suelo, con Naila encima, miró a un costado, quedaba intacta la espada elaborada con Rian Chu. Utilizó su magia para elevarla, manejarla como si estuviera controlándola con sus propias manos. La dirigió hacia Raito, Elías agudizó sus sentidos, y percibió el objeto acercarse a sus espaldas. Conocía la magia de Megara, la habilidad de manipular todo lo que se encontraba a su alrededor, modificarlo y adaptarlo dependiendo de sus intenciones. Se hizo a un lado, Raito no divisó la espada hasta que fue demasiado tarde. Esta se enterró en su pecho.
—¡Raito! —exclamó Naila corriendo desesperada.
El capitán de la guardia real, dio un espectacular giro sobre su eje y pateó la espada para insertarla más. El llanto de Rian Chu torturó al hermano mayor.
—¡Detente! ¡Por favor, detente! —rogó la fugitiva, a lo que Elías la abofeteó para impedir que auxiliara al derrotado guerrero. Naila terminó con la mejilla adormecida y aturdida.
Raito cayó sobre sus rodillas vomitando sangre.
—¿Por qué asesinaron a su familia? ¿Para crear espadas teniendo la protección de un dragón plateado? ¿Tan poco vale la vida de los dragones negros? —cuestionó Naila. Cada uno de los involucrados mantuvo un pensamiento en su cabeza que justificaba sus acciones, Empirio fue el único que lo expresó en palabras.
—Fueron asesinados… porque es placentero destronar a los poderosos.
Era un demonio con piel humana, esa fue la explicación que se le ocurrió a Naila para describir las maldades del rey.
El fin de Raito se aproximaba, sin embargo, nada le impidió volver a erguirse. No les enseñaría una versión de sí mismo desplomado a sus pies. Invirtió las últimas fuerzas, no para incrementar su odio, o maldecir a los cuatro vientos por su temprana muerte, sino para disculparse con quienes lo merecían.
—Soy culpable… decidí no escuchar a Rakuzen… decidí… alimentar mi patético orgullo.
La boca se llenó de sangre y no pudo evitar liberar otro chorro para poder continuar. Verlo así, destruyó el corazón de Naila. Raito percibió sus ojos rosas sobre él. Se esforzó por dedicarle una mirada, a pesar de que casi no conservaba la vista. Hacerlo, demandó un dolor insoportable. ¿Cómo era posible que un dragón sufriera con ese simple acto? Era aterrador, pensar en lo frágiles que podían llegar a ser.
—Lamento haberte involucrado. Las personas… tienen razón al asociarnos con la oscuridad… yo… oscurecí el corazón de alguien bondadoso como tú.
—¡Te equivocas! ¡No eres oscuridad! ¡Estabas asustado y perdido! —declaró su aliada.
Era difícil para el dragón negro, admitir que tuvo miedo, miedo de que su mente hubiera bloqueado sus recuerdos, como un mecanismo de defensa para no aceptar la muerte de sus hermanos, de no poder recuperar su otra mitad. Miedo, de confiar en la única que arriesgó su vida por su causa.
—Tú… eres extraña. —Sonrió.
Se autodefinió como un hipócrita al intentar alcanzarla, tocar su mano, sentir su calor. Naila también quiso hacerlo, ignorar el consejo de la noche anterior, pero Elías lo prohibió. Quitó la espada incrustada en Raito con ambas manos, lo siguiente que se vio, fueron llamas rojas nacer de ella, y el brazo de Raito desprenderse tras recibir un corte limpio. Sangre salpicó el rostro de la coneja. Una ráfaga de viento movió sus cabellos claros, el fuego que destruía y curaba volvió a elevarse, en esta ocasión para acompañar a la cuchilla, que cercenó la cabeza del dragón negro.
Finalmente, todo había acabado.
El trabajo que demandó dar el golpe de gracia, acabó por debilitarlo, la herida de la mordedura no paró de drenar sus energías. Empirio aplaudió el espectáculo, Elías concretó su prueba personal con éxito, y se transformó en el primer dragón plateado en iniciar una guerra con su contraparte. El nombre de Elías Jasen, quedó grabado en la historia.
Naila se desmayó, la impresión de presenciar un asesinato de esa magnitud, fue demasiada para enfrentar lo que se venía.
—Felicidades, capitán. Para completar tu redención, deberás desprenderte de tu vínculo con la coneja. A transcurrido el tiempo, pero no creas que he olvidado el rostro de la asesina de Diana —habló el rey.
—Si no es mucho pedir, me gustaría llevarla para estudiarla —intervino Megara.
—No necesitas conocer más sobre estos monstruos —se rehusó Empirio—. Lo que sabemos basta para no desear su compañía.
—Prometo que estará muerta antes de la primera luna llena —insistió su esposa—. Me encargaré de ella, bañaré su cabeza en oro y te la ofreceré como un tesoro.
Virtanen sonrió, era una idea descabellada, pero propia de su reina.
—De acuerdo.
—¿Harías los honores? —La hechicera tocó el hombro del sirviente. Este soltó la espada. El fuego rojo se esparció al escondite, borrando todo rastro de él.
Ubicó a Naila en el lomo del caballo, ató parte de su capa quemada sobre la herida de la flecha y secó el brazo húmedo a causa de la descongelación. Megara observó el cuidado en el trato de Elías con su prisionera, como si quisiera pedirle perdón, tratándola con dulzura estando dormida.
—Tú y yo no somos diferentes —le dijo—. Si estuviera en tu situación, tendría mis dudas.
—Pagaría la suma que fuera para verlo. —Ajustó las riendas del animal con firmeza. La reina posó su mano arriba de la del hombre.
—Te perdono por el desagradable momento que me hiciste pasar en el castillo. Eres afortunado, no soy rencorosa.
Elías la fulminó con la mirada y afirmó.
—No eres rencorosa, pero yo sí lo soy.
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