Black dragon - 22
Servirle a la familia real después de los últimos episodios ya no era lo mismo. Niels partió con una tropa de apoyo al reino de Galcrok, con más dudas que certezas. ¿Fue una buena idea involucrarse con humanos y dragones?, pensaba mientras navegaba con los demás hombres, observando las afueras de la ciudad amurallada, rodeada con barcos de guerra.
—¿Qué se supone que haremos? —preguntó.
—No lo sé con seguridad, pero comentan que, sorpresivamente esta mañana, un dragón plateado visitará al rey Danris. Si decide brindarle su protección, nuestro viaje será corto —explicó un soldado de brillante armadura, distinto al equipamiento que llevaba el hombre conejo, únicamente su ropa habitual y la protección de su duro cuerpo.
—Y si no acepta nosotros entraremos en acción —otro se sumó a la conversación.
—¿Mataremos a un dragón? —Niels se inquietó.
—No seas idiota. Nos encargaremos de la amenaza. El rey Darnis pidió refuerzos.
Saber que no se enfrentaría a un dragón calmó sus nervios, sin embargo, lejos de Iri y Naila, sus preocupaciones continuarían. A pesar de todo, permaneció firme, de pie, sobre las tablas de la nave, ignorando el movimiento hipnótico del mar que pocas veces experimentó.
La tropa no tardó en enterarse sobre el final de la negociación, tras arribar a tierra. Un tal Eliot Jasen, uno de los principales negociadores de los dragones plateados, les negó su protección al reino. Sin más opción, la tropa de apoyo de Empirio se unió al ejército de Galcrok y partió hacia el punto de encuentro. Un pariente lejano le declaró la guerra al rey Danris para tomar posesión del trono que, según él, le correspondía por derecho. Niels no comprendía sobre la sucesión del trono y los asuntos de los humanos con la repartición de su poder político y militar, lo único que le importaba era cumplir con el trabajo, regresar a salvo a casa, abrazar a su hija, hacerle el amor a su esposa y finalmente descansar del largo viaje.
Se colocó en la vanguardia junto con los compañeros que lo acompañaron en el mismo barco. Era conocido por aplastar a sus enemigos con un enorme mazo, arma que llevó al campo de batalla. Destacó del resto de los soldados, ya que Empirio no envió mercenarios de los barrios bajos, ni condenados a muerte que desearan sangre antes de morir, fueron sus habilidosos y experimentados caballeros que rendirían honor a sus familias forjando lazos con otros reinos, uniendo casas, persiguiendo un interés económico.
Niels no temía morir, nunca estuvo al borde de perder la vida. Avanzó como una avalancha mortal entre los hombres, aplastando cabezas, quebrando las patas de los caballos para que cayeran con sus jinetes. Saltó sobre la multitud de gritos, carne, sangre y muerte, desplazándose en el aire como todo un acróbata, el acróbata más pesado del mundo, porque cuando caía sobre los escudos, nadie se salvaba de recibir daño. Muchos soldados trataron de clavarle lanzas, cortarlo con filosas espadas, ignorantes de que la armadura que cubría a Niels, era su propia piel.
Vestido de blanco, impecable y deslumbrante frente al ambiente gris, rojo y crudo del descampado, Eliot observó la batalla entre humanos. Era un dragón rubio, joven, de melena semi ondulada y de rasgos delicados, similares a los de Elías en su adultez. Diana deseaba a menudo ver los ojos de Eliot en los de su hijo por su parecido físico, pero el pequeño tenía una dulzura que Eliot nunca demostró, ni siquiera en su niñez. Eso la hacía enfurecer, la hacía recordar que jamás podría recuperarlo, que la noche en la que la embarazó, sería la última muestra de atención que le daría.
La presencia de Niels no pasó desapercibido para él. En sus reportes diarios, Diana no le había mencionado la contratación de los conejos. Su trato con ella era distante y meramente profesional. No le preguntaba sobre el hijo que tenían en común, ni mucho menos por su estado de salud.
—Amo Eliot —lo nombró una Fedrea de cabellos verdosos, surgiendo de la tierra árida—. Es un miembro de la raza de conejos. Ellos enfrentan la maldición de la luna llena.
El dragón plateado calló, sin apartar la vista de Niels, quien seguía derribando adversarios, imbatible, intocable.
—Amo Eliot. La reina de Advaland no es confiable. Ha perdido la cordura con “el invierno” alimentándose de su vida. El reino de Advaland peligra.
—Vete.
La orden de Eliot la hizo desaparecer. Conservaba una voz tranquila, profunda, pero a la vez amenazante, que pocas Fedreas tenían el derecho de escuchar.
Volteó y se alejó del campo de batalla, perdiéndose en la cortina de tierra que envolvía el aire denso.
Iri tendió la cama de la reina, barrió el piso y escogió un nuevo vestido para Diana, conociendo su agenda del día. Visitaría las tiendas del pueblo, el mercado, hablaría con los comerciantes, escucharía sus demandas y les brindaría tranquilidad con promesas, pero primero asistiría a una reunión informal con la hechicera del castillo. Como dama de compañía debía asistirla en todo momento, adaptarse a sus peticiones por más problemáticas o escandalosas que fueran. Por ejemplo, tuvo que cambiar su vestimenta de mucama, a la que solía usar con los suyos, cuestión que generó disconformidades con el resto de los empleados.
Diana salió de la bañera preparada con flores aromáticas, desprendiendo pétalos de sus rizos humedecidos. Iri la cubrió con una túnica blanca y la ayudó a apoyar los pies sobre el suelo resbaloso.
—Apresurémonos. La hechicera es puntual —dijo Diana volcando su peso sobre los hombros de Iri. Esa mañana no lucía como las anteriores, había olvidado que la reina estaba enferma y que sus días estaban contados. Luego de verla en su forma de dragón, llegó a creer que la muerte no la vencería fácilmente.
Se dirigieron al jardín, las esperaba Megara, puntual como había afirmado. Al verla, la chica se reverenció. Estaba más animada que de costumbre.
—Siéntate. Desayunemos juntas —la invitó Diana.
Iri les sirvió té y unos bocadillos de miel para comenzar el día. Las mujeres hablaron de Claus, de su enorme apetito, de las energías que conservaba a pesar de estar herido y desnutrido. Megara le contó sobre sus viajes desde las tierras olvidadas de los Clefios, hasta los desiertos que rodeaban Marratech, donde los ogros los encontraron y los hicieron sus esclavos.
Antes de finalizar el encuentro, Diana abordó el tema que Megara esperaba.
—¿Hay novedades sobre la tarea que te encomendé?
—No he avanzado, mi reina.
Iri, alejada de las dos, pero con una distancia prudente para oírlas, prestó atención a lo siguiente.
—Desperdicias tiempo con tus inseguridades. Mi hijo no puede seguir viviendo.
La mujer conejo abrió los ojos como platos. Nunca imaginó que la reina sería así de malvada, como para encomendarle una tarea de esa magnitud, incluso Megara quedó abrumada.
—Es el próximo protector del reino. Si su majestad se enterara…
—Sé que suena despiadado, pero es por un bien mayor. Es peligroso que continúe creciendo, entendiendo el mundo, soñando.
—Pero mi reina, no sabría por dónde empezar. Los dragones son inmunes a los venenos, su piel es resistente a las espadas, eso sin mencionar que el fuego es su aliado.
—Es correcto que somos inmunes a los venenos, que nuestra piel es impenetrable, pero deberás buscar la manera. Elías no puede vivir otro amanecer más.
Megara e Iri no supieron definir si esa petición irracional se trataba de una prueba de lealtad, una para asegurar la obediencia absoluta de la hechicera que le servía al rey, y otra para la dama de compañía, una segunda oportunidad de guardar un secreto.
El asunto de la familia de Niels trabajando para la realeza dejó de ser novedad. Nona, una joven aprendiz de hechicería, se mudó al castillo para volverse la asistente de Megara. Descubrir seres mágicos era valioso, así que después de que un grupo de soldados la viera en el Bosque Carmesí apoderarse del agua de un arroyo para combatir un incendio, la trasladaron al castillo. Asistió a su audiencia con Empirio. Era una campesina humilde, sin embargo, en esa ocasión consiguió un vestido decente para presentarse ante la nobleza humana, exigente con las apariencias. La audiencia con Empirio fue positiva. El rey estuvo de acuerdo con que cultivara su conocimiento con ayuda de Megara. Tener dos hechiceras autodidactas era beneficioso. No lidiaría con las imposiciones del gremio de hechiceros, tampoco con los acuerdos que esa selecta sociedad marcaba para prestar sus servicios limitados. Además, Nona parecía más dócil que el matrimonio de Iri y Niels.
Nona se instaló en su habitación, compartiendo el piso con los demás miembros de su raza. Dejó sus maletas en el suelo. La habitación era más pequeña que la de la otra familia, pero igualmente espaciosa.
—Extrañaré a mi madre y a mis hermanos —expresó, deprimida. Liberó un largo suspiro y se sentó sobre la cama—. Sobreviviré, aprenderé hechizos y volveré a mi hogar con un cofre repleto de monedas de oro.
De pronto, oyó risas debajo de la cama, una mano escamosa se asomó para tocarle la bota. Nona se apartó. El grito de espanto hizo que las risas aumentaran de volumen.
—Te dije que la asustaría —comentó Naila.
Elías fue el primero en salir. Nona vio al niño rubio, sonriente, con la vestimenta blanca sucia de polvo, y las manos regresando a su consistencia original.
«¿Es un dragón?», pensó. Los libros de la aldea no relataban investigaciones de dragones, pero sí había escuchado varias leyendas de ellos, como para reconocer las escamas plateadas.
Naila se descubrió, fue allí cuando entendió quién era la mente maestra detrás de la travesura.
—¡Naila!
—Bienvenida al castillo. —La coneja saltó sobre Nona y se colgó de su delgado cuello.
—No es la clase de bienvenida que le darías a tu vecina. Una tarta de zanahorias de Iri hubiese sido mejor —dijo, descontenta, desprendiéndose de la niña.
—Recorre el castillo con nosotros. Es asombroso. Hay un montón de habitaciones, animales enjaulados, otros sueltos corriendo por los patios. Mira, hasta hay dragones. Me hice amigo de uno —Naila habló a la velocidad de un trueno. Por último, señaló a Elías.
—Soy Elías Jasen —se presentó con una reverencia.
—Ella es Nona. Es la hechicera de mi aldea. Puede caminar sobre el agua, levanta rocas gigantes y arranca árboles de raíz sin tocarlos. Hasta puede saber lo que piensas sin que digas una palabra.
—No poseo la habilidad de leer el pensamiento. Sé lo que Naila piensa porque es una niña traviesa. He encubierto más de sus fechorías de las que podría contar con los dedos —agregó Nona.
—Advaland cuenta con una hechicera. No creo que le interese compartir su lugar —dijo Elías.
La joven pensó en su maestra, por lo que le había explicado Empirio, era menor que ella, pero se encargaría de educarla y enseñarle hechizos que desconocía. Se preguntó qué clase de persona se encontraría.
—Megara es malhumorada, siempre la veo caminar por los pasillos con su rostro así. —Naila desfiguró su cara, estirando sus mejillas hacia abajo. Elías liberó una carcajada en respuesta. Nona imaginó que la pequeña revoltosa poseía una habilidad única, la de entablar amistad, inclusive con el ser más temerario, un dragón. Deseó que su personalidad no le traiga problemas en el futuro. Los conejos se relacionaban cada vez más con otras razas, lo cual los exponía al peligro de ser descubiertos en la primera noche de luna llena.
—Iré con ustedes a recorrer el castillo si me prometen una cosa.
Naila y Elías prestaron atención.
—Se comportarán como unos buenos niños. Caminarán derecho, no tocarán nada y lo más importante de todo… nada de bromas.
Los infantes respondieron “sí” al unísono. Nona sonrió.
Transcurrieron los días. Las batallas en el oeste acabaron con el triunfo del rey Danris asesinando al usurpador. Niels retornó a su actual hogar sin heridas significativas. La batalla duró días, porque al avanzar kilómetros y kilómetros siempre terminaban topándose con más enemigos. Parecía una misión interminable. Galcrok se caracterizaba por ser leal al linaje de sus reyes, por este motivo era normal que los parientes del rey se armaran para reclamar el trono. Bastaba con reclutar soldados que prefirieran el plan de gobierno de un noble de los Byrne.
El cansancio y las heridas no le arrebataron el sueño, sino los rumores que escuchó durante el banquete postguerra. Sus compañeros desmintieron las acusaciones de los caballeros de Galcrok. Ninguno lo vio con sus propios ojos, no obstante afirmaban que los conejos enloquecían en luna llena y se alimentaban de la carne de los humanos que hallaban a su paso. Niels era importante para el rey, un guerrero formidable que se llevó la mayoría de las muertes en el campo. Se ganó su posición, el sobrenombre de “El indomable”, así que todos los que lo acompañaron se comprometieron a proteger la imagen del hombre conejo. Eran discusiones de ebrios, pero Niels sabía que las historias macabras que contaban eran verdaderas. Su raza se expandió por el continente de Maorma. No conocía la distribución de las poblaciones, perfectamente podrían haber arrasado con pueblos enteros.
Iri durmió sobre su ancho pecho desnudo. Solo los abrigaban las finas sábanas enrolladas entre sus piernas. No era una madrugada fría, pero a Iri le gustaba sentir la calidez de su esposo reconfortándola. Naila se había acostumbrado a servirle de compañía al solitario niño dragón. Cuando no estaba en clase con su maestro, pasaba el tiempo con Elías, esto les dio momentos para intimar y hablar sobre la próxima luna llena.
—Iri, despierta —pidió posando la mano sobre la cintura de la mujer.
—¿Qué? —preguntó, somnolienta.
—Debes estar muy agotada para no hablar sobre lo que ocurrirá mañana —bromeó.
—Seguiremos el plan.
—Estaría más tranquilo si tuviéramos un plan de respaldo. Me extraña que no lo hayas pensado. Conociéndote, has estado demasiado callada. ¿Qué sucede?
Iri se incorporó, su matrimonio se sostenía en una base sólida de honestidad, por lo que no pudo inventar una mentira que lo convenciera.
—Es la reina. Al principio creí que la entendía, presa en una ciudad amurallada, pero ahora ella… —Pausó para recordar el encuentro de Diana y Megara—. Le ordenó a la hechicera que asesinara a Elías.
Niels se asombró al oírla. Una reina querida planeando el asesinato de su propio hijo, era difícil de creer.
—He tratado de no pensar en lo que escuché, pero no puedo. Ella me juzga con la mirada, sabe que estoy en desacuerdo, que pondría la vida de mi hija sobre todo lo demás. Es consciente de que somos diferentes, y aun así cree que le seré fiel.
—¿Qué harás? ¿Te interpondrás en el camino de Diana?
La pregunta de su esposo la dejó pensativa.
—No debería preocuparte lo que le pase a un niño dragón.
Iri se levantó de la cama, las prioridades de Niels siempre fueron claras, sin embargo, las suyas eran difusas.
—Escucha. —Niels pausó los pensamientos de la mujer—. El destino del pequeño no es nuestro problema. Lo lamento por Naila, pero debemos pensar en nuestra supervivencia. ¿Has entendido?
La primera noche de luna llena se avecinaba, y la familia de conejos no podía darse el lujo de ayudar a otros.
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