Black dragon - 24
El grupo de soldados que se encargó de invadir la aldea de conejos, halló a las bestias en los sótanos de las chozas. Estas criaturas, al igual que la familia de Iri, intentaban proteger a quienes no sufrían la maldición, encerrándose para no invadir a las ciudades vecinas. A causa de ello, los soldados pudieron incendiar los hogares y acabar con los más peligrosos. Al amanecer tomaron como prisioneros a los ancianos y algunas mujeres jóvenes que, en su plan de escape, fueron sorprendidos por los refuerzos enviados desde el castillo.
Advaland fue sede del terror. La noticia sobre las heridas de Diana, sobre la masacre que despachó a ochenta hombres, formó parte del despertar de los ciudadanos. El castillo había sido atacado desde el interior, acontecimiento sumamente inusual por la resistente muralla que cubría la ciudad y el elevado número de guardias que custodiaban.
Esa mañana, la sala del trono estuvo muy concurrida debido al asunto del derramamiento de sangre y de los prisioneros que viajaban hacia las mazmorras. Empirio atendió a las casas aliadas, a las preocupaciones bien fundamentadas de los nobles que compartían el mismo techo y colaboraban con los movimientos militares del rey. Muchos soldados habían muerto, hijos varones cabezas de familias. Empirio no pudo calmar la angustia y dolor de las ladys, menos el enfado de los lords. Contratar a los conejos fue un error. Tomar como prisioneros a otros, podría ser el segundo.
Agotado, se tomó un respiro de las labores. Se dirigió a la habitación matrimonial. La condición de Diana empeoraba con el avance de las horas. Los médicos aseguraban que no pasaría de la tarde. Con la predicción en mente, el Consejo comenzó las negociaciones con otros reinos para casar a Empirio. Un matrimonio siempre era la mejor manera de mantener alianzas, pero Empirio no podía pensar en otra cosa, solo en Diana, la mujer que amaba.
Tocó el picaporte de la puerta, cuando escuchó la voz de Elías dentro de la habitación. El niño lloraba junto a la cama, sosteniendo la mano helada de su madre. Supuso que Diana estaría regañándolo por su actitud inmadura, sabiendo que tras su muerte sería el protector de Advaland, pero por el contrario, oyó una canción de cuna, obra de los humanos, de alguna madre meciendo a su bebé en brazos. Acercó el oído, distinguió el dulce canto mezclado con los sollozos de Elías. Diana era fría con su hijo, no obstante, estando al borde la muerte, su corazón finalmente se ablandó.
En la habitación, la reina deslizó la mano sobre la cabeza de Elías. En sus últimos delirios, creyó que acariciaba a su bebé recién nacido, al que prefirió quedarse dentro de su cuerpo un tiempo más, acompañándola hacia un nuevo reino, a un nuevo destino.
—Mi pequeño… mi pequeño —dijo entre débiles susurros.
—Por favor, madre, viva. Todavía no estoy preparado.
Elías suplicó. Los ojos cerrados de la dragona parecían no querer abrirse, ver la realidad que tenía delante. Estaba presa en el pasado, en el poderoso sentimiento que tuvo cuando dio a luz.
—Eres tan pequeño. Tan… tan…frágil.
Empirio irrumpió. Elías se apartó de su madre. Sabía que al rey le disgustaba que merodeara cerca de ella, a no ser que necesitara su consejo como dragón.
—Quédate. La tranquilizas —dijo. Recorrió el cuarto hasta la ventana. Corrió las cortinas, permitiendo que la luz del sol iluminara el ambiente deprimente. Elías se volvió a sentar, tomándole la mano a Diana.
—¿En qué he fallado? —preguntó Empirio.
—S-su majestad… —Elías no esperó tener que responderle directamente al rey, sobre todo una pregunta de esa magnitud—. Usted no cometió ningún error.
—¿En qué te basas para afirmarlo? Todas las decisiones del reino recaen en mí. Quise más poder del que podía controlar, y lo que es peor, desconfié de la fuerza de mi dragona.
—Usted ama a mi madre. Quería protegerla contratando a Niels y a Iri. Un guerrero que la reemplazara en las batallas y una mucama que la acompañe en su soledad.
—Lo que dices me hace pensar que amarla es mi error.
—¡Su majestad, no quise!
—Calma, joven Elías. Debo volver a la sala del trono. Puedes quedarte todo el día, tus maestros no te molestarán. Una vez mi esposa muera, te mudarás a esta torre y me asistirás cuando lo demande. ¿Has entendido?
Elías tardó en contestar con un “sí”, escucharlo rendirse antes de probar más opciones para salvar la vida de Diana, lo entristecía. Aún conservaba la inocencia de un niño.
La reina resistió un día más, falleció al atardecer, en presencia de Elías y una mucama que se encargaba de cambiar sus vendajes. Empirio decidió enterrarla en la colina. Ordenó plantar rosas celestes para acompañarla, sin embargo, en lugar de flores, con los años allí creció un árbol.
Una semana después, se continuó discutiendo sobre la siguiente reina. Destacaba el nombre de Nessa Byrne. A pesar de no ser una princesa, la sobrina del rey Danris del reino de Galcrok, era la mejor opción. Danris solo tenía hijos varones, y no esperaría a que su señora esposa le diera una hija para afianzar la alianza.
Empirio se quedó noches enteras meditando su próximo movimiento. Conocía sus responsabilidades como rey, la importancia de dejar herederos, de repartir hijos en castillos para gobernar el extenso territorio que ocupaba. Una profunda depresión lo invadió con la pérdida temprana de Diana, intentaba llenar el vacío en su pecho con alcohol, pero este continuaba agrandándose cada vez más. En una de las noches en soledad, Megara lo visitó. Pasaba mayor parte de su tiempo en su laboratorio, con su prisionera personal, Nona, pero últimamente los rumores acerca del nuevo matrimonio la tenían preocupada. No podía descuidar otro de sus planes, menos ahora que Empirio estaba viudo.
El rey la recibió, se alegró de verla. Megara era una mujer joven para él, pero despertaba pasiones juveniles por sus destrezas en las artes del amor. No intercambiaron palabras antes de acostarse, dejaron que la lujuria se apoderara de ellos. Mantener o no su aventura en secreto, dejó de ser relevante. Hasta que Empirio contrajera matrimonio, no tenía que rendirle cuentas a nadie.
Megara intuyó las intenciones del hombre, era inusual que le invitara una copa después de hacerlo. La hechicera bebió vaciando el contenido. Luego se colocó su largo vestido, dejando en descubierto sus senos en crecimiento. Le gustaba que Empirio los mirara, se enorgullecía lo rápido que estaba volviéndose adulta.
—¿Hay algo más que pueda hacer por usted, su majestad?
—Viajaré a Galcrok mañana —empezó diciendo Empirio—. El rey Danris quiere ofrecerme a su sobrina para convertirse en mi esposa.
—¿Está de acuerdo con el matrimonio?
—Galcrok me dará una porción de su flota. Advaland no tiene salida al mar, me favorecería contar con sus barcos en el Mar de Diamante y el Mar de Bronce.
—Es un recurso valioso, pero…
—Tú puedes ofrecerme algo mejor.
Empirio le quitó las palabras de la boca. Megara pretendía ofrecerle sus servicios como hechicera, protegiéndolo desde la posición de reina. Ningún enemigo se atrevería a declararle la guerra a un rey que tuviera como esposa a una hechicera. Los “nómades de reinos” eran conocidos por nunca aferrarse a los reyes. Eran rebeldes, no aceptaban la comodidad y la estabilidad de un soberano.
—Correrás peligro de que el Consejo sospeche sobre asesinato de Diana. Ellos no confían en ti como yo.
—Ambos sabemos que la niña coneja la hirió de gravedad. Ellos no entienden su dolor, no comprenden que para usted lo más importante es recuperarse de su pérdida. Siga mostrándose despiadado con los conejos, así saciará su sed de venganza. Me encargaré de que nadie perturbe la calma que le produce ver sufrir a ese pueblo maldito.
Empirio tomó el rostro de la joven entre sus manos.
—Eres una mujer especial, Megara. Haces que pierda la cabeza por tu belleza, astucia y poder.
—Usted lo es todo para mí, su majestad.
—Sé mi esposa.
Megara dejó salir las lágrimas de felicidad. Había encantado a un rey, a su salvador. Permanecer a su lado era todo lo que anhelaba. Claus sería el hermano de la reina, no podría existir un mejor escenario que ese. Jamás volvería a conocer el hambre, el frío y la tortura.
Bajó la mirada, antes de aceptar debía advertirle sobre su infertilidad. No podía darle herederos, lo único que tenía para ofrecerle era su total lealtad, y el poder de una habilidosa hechicera de las artes oscuras. No era poca cosa, pero sabía sobre las costumbres de los reyes, la importancia de formar una familia.
—¿Qué sucede? Tu expresión cambió de repente. —Se inquietó Empirio.
—No podré darle hijos. Es el precio que pagué por conocer secretos sobre los antiguos magos Clefios. Su magia es poderosa, pero mortal. Acabará con cualquier vida que se forme dentro de mí.
El rey alejó sus cálidas manos de Megara. ¿Renunciaría a sus hijos por ella? Lo hizo por el amor que sentía por Diana. ¿Se repetiría con la joven hechicera? Titubeó, sin embargo al recordar las últimas palabras de Eliot, todas las dudas desaparecieron. Tenía a un dragón plateado, pero era un niño inexperto y ya no contaba con el apoyo de su padre. Jugaría las cartas que tuviera que jugar, para mantener su reino próspero y seguro.
—Nos casaremos. Juntos exterminaremos a las criaturas malvadas que habitan este mundo. Todos verán a Advaland como un paraíso que les brinde paz a los perdidos.
El objetivo de Empirio sonaba descabellado, a su vez, sumamente atrayente. La posibilidad de explorar la magia combatiendo con monstruos, adueñándose de sus cuerpos y lo más importante, pensar en tener a Elías bajo sus pies, la convenció de aceptar. Concretar el objetivo o morir en el intento, no veía inconveniente mientras alimentara su ambición.
Naila fue a parar a una nueva celda junto con los niños recién llegados, ya que en la última no quedaban sobrevivientes. De los presentes, era la única que conocía el recorrido. Primero los bañaban con agua helada, los desvestían y los obligaban a llevar una capa de cuero cubierto de pulgas. Después los colocaban en el campo de entrenamiento, los hacían correr, escapando de una jauría de perros salvajes. Los últimos que quedaban de pie vivían un día más. Naila había sobrevivido a siete encuentros con la muerte. Nunca agradeció, tanto como aquellos días, ser una coneja enérgica y activa.
Se acurrucó en un rincón de la celda. La marca del hierro hirviendo en su abdomen todavía dolía. No pasó una hora en la que no pensara en las sonrisas de sus padres, era su único alivio para enfrentar al infierno. A veces se preguntaba dónde estaba Elías, si el rey le negó su visita, o lo castigó por ser su amigo. Deseaba que estuviera a salvo.
Los únicos tres acompañantes que tenía, murieron esa misma noche producto del frío y el hambre. Un soldado le arrimó una cubeta con agua, al llamar la atención de Naila, la pateó burlándose de la deformidad de sus largas orejas. Naila se arrastró a beber el agua del suelo. No era suficiente para llenar sus manos, tuvo que usar su lengua para recogerla e hidratarse con lo poco que logró alcanzar.
Cuando el sujeto se fue, se detuvo y contempló su reflejo. Sus padres luchaban con ella para bañarla. Qué tonta había sido con ellos, nunca deseó tanto un baño. Su piel estaba tan sucia que dejó de ser rosada. De repente, el charco comenzó a moverse hacia ella. Últimamente notaba una presencia invisible facilitarle las cosas, como al morder el duro pan rancio y sentir que alguien lo deshacía en migas. Miró con más detenimiento el charco, vio el rostro ensangrentado de una mujer conejo.
—¡Nona! ¡¿Eres tú?!
—Naila —la nombró con voz casi apagada—. Me tomó tiempo contactarte, me alegra haberlo logrado al fin.
—¿Dónde estás?
—Bajo tierra, en el laboratorio de Megara. Te guiaré en el camino, necesito que hagas todo lo que te ordene.
—¿Vas a ayudarme a escapar?
—Sí, pero primero debes buscar a mis hermanos. ¿Recuerdas a Toto y Lulú?
—Por supuesto que los recuerdos. Lulú me enseñó a lanzar buenos golpes. Toto a cultivar.
Nona sonrió, hablar con su vecina mitigaba su dolor. Era bueno oír una voz como la de ella, que aún aguardaba esperanzas de vivir.
Naila siguió las orientaciones de Nona. Elegir el lugar exacto para doblar los barrotes, fue el primer paso de muchos que siguió para poder escapar. Viajando entre cada gota, entre los charcos de agua derramada de los demás prisioneros, la imagen de Nona se hizo presente para guiarla en todo momento.
Revisó la prisión de los adultos, no halló a Toto ni a Lulú. Aunque los rumores afirmaban que los conejos machos habían sido exterminados para que los soldados pudieran quedarse con las hembras, Nona sospechaba que su hermano era la excepción. Era un excelente escapista, lo que no tenía de inteligente, lo compensaba en velocidad. También poseía un olfato extraordinario. Podía detectar a las criaturas carnívoras a distancias enormes, comparado con ello, el aroma inconfundible de los humanos era más sencillo de identificar.
Naila suspendió su recorrido para visitar a Nona. La magia de la hechicera era abundante, pero con la cantidad de heridas en su cuerpo, y el estado anímico por los suelos, le era difícil mantenerla para seguirle el paso. Verificó que Megara no estuviera cerca, ni en el interior del cuarto oscuro. La niña ingresó en puntitas de pie. Su vecina estaba encadenada a la pared, vestida con restos de un vestido gris harapiento.
—¡Estás herida! —dijo mostrando preocupación. La sangre goteaba de su cuerpo, escapando de todo orificio y de las cortaduras en varias zonas.
—Estoy bien. ¿Recuerdas cuando elevé aquellas rocas para ayudar a una pareja de ancianos en el bosque?
—Sí, terminaron cayéndote encima. En la aldea decían que morirías por los golpes que recibiste.
—Eso dolió más. Así que despreocúpate.
De repente, escucharon el chirrido de la puerta abriéndose. La niña reaccionó con rapidez, se escondió debajo de la mesa de trabajo de Megara, la que estaba cubierta por un mantel sucio de sangre. Luego de su encuentro con el rey, Megara retornó al lugar que mejor combinaba con ella, su laboratorio.
—Buenas noches —la saludó caminando directo hacia la prisionera—. Hoy traje una sorpresa para ti, la estaba guardando para que festejemos juntas. El rey Empirio me propuso matrimonio.
Naila movió las orejas, más pasos se aproximaban.
—No pensé que el rey Empirio fuera un tonto, como para proponerle matrimonio a una bruja como tú.
Nona fue perdiéndole el miedo. Entendió que solo era una muchacha sádica que gozaba de torturar a la competencia.
—Nada de lo que digas me afectará, estoy de buen humor.
Un guardia dejó a dos nuevos prisioneros que estuvieron ocultos de la magia de Nona. Megara no ignoraba el hecho de que apresar a Nona en su territorio fuera insuficiente para robarle la libertad. No conocía por completo sus hechizos, por eso tomó precauciones. Se trataba de sus queridos hermanos, los que, atados con cadenas, se arrodillaron delante de las hechiceras. Tenían la boca y los ojos vendados, carecían de heridas visibles.
—El macho fue difícil de capturar. Tuve que trasladarme al bosque y buscarlo por mi cuenta. En cuanto a la hembra, mató a un par de soldados cuando quisieron someterla, es bastante ruda. Tienes unos seres extraños como hermanos. Bueno, observándote a ti también podría afirmar que los tres lo son.
—¡Libéralos! ¡Me tienes a mí! ¡¿Qué más quieres?!
La tranquilidad en Nona se esfumó al ver a su familia como prisioneros.
—Querida Nona. Creí que eras más perspicaz. No tengo razón para liberar a tu corazón. Voy a aplastarlo hasta que no quede nada de él.
Acto seguido, Megara quitó la mordaza de Lulú.
—¡Eres una estúpida! —exclamó la mujer conejo refiriéndose a su hermana—. ¡Te dije que no le ofrecieras tus dones a los humanos! ¡Por tu culpa nuestra madre ha muerto!
Toto humedeció la tela que tapaba sus ojos con lágrimas. Los dos tuvieron que presenciar el fallecimiento de su madre, siendo quemada en una improvisada hoguera que los soldados crearon para arrojar a las ancianas.
—¡¿No dirás nada?! ¡¿Ni siquiera un “lo siento”?! —continuó exclamando Lulú.
La culpa en Nona era tan grande, que no cabía en su pecho. Solo pudo llorar y llorar, al mismo tiempo que Megara se deleitaba con su dolor.
—Eres ambiciosa, te importa más la magia que tu propia familia —sentenció Lulú dándose por vencida frente a su destino. Moriría sin perdonarla, era extremadamente doloroso, pero por desgracia, un sentimiento así no desaparecería pronto.
—Debo decir que este drama me sorprendió más de lo que esperé —bromeó Megara indagando en el estante de las pociones, una que había creado con especial cuidado y dedicación para ese momento. Naila se asomó debajo de la mesa, apartando el mantel para ver a sus amigos. Hizo contacto visual con Nona, esta sacudió la cabeza en negación. Sea lo que sea que estuviera pensando, no era buena idea. En territorio de Megara, cualquier cosa podía pasar, y en los escenarios que visualizaba, en ninguno saldría victoriosa.
La mujer regresó, Naila se ocultó otra vez. Sostenía una poción, de líquido verdoso y brillante.
—La leyenda del origen de los conejos antropomorfos es fascinante. Si es real, entonces alcancé el poder de un dios. Aunque fuera falso, sigo estando orgullosa de mis progresos. La probé con antelación en otros prisioneros, para asegurarme de que fuera efectiva llegado el caso —explicó acercándose a los hermanos.
Inició con Lulú, la obligó a abrir la boca y vertió la pócima. Toto no dedujo qué pasaba con exactitud, de seguro era otra de las artimañas de los humanos.
—¡¿Qué le hiciste?! —Se desesperó Nona.
A continuación, un destello poderoso de luz verde se apoderó de la habitación. Naila cerró los ojos, el destello se repitió dos veces más. Los gritos de Nona fueron los últimos en silenciarse. Deseaba salir, pero le aterraba Megara y su motivación por hacerlos sufrir. Si la atrapaba le esperaría un terrible final.
Cuando la hechicera se fue, salió del escondite. Vio la ropa de sus vecinos en el suelo. Los únicos charcos de sangre eran los que había visto debajo de los pies de Nona, era la prueba de que no se derramó más. Se dejó caer sobre sus rodillas. Lloró tantas veces que las lágrimas eran diminutas, como si se fueran secando antes de bajar por sus mejillas maltratadas.
De pronto, un pequeño bulto debajo del ropaje de Nona se movió. Naila lo distinguió y con prisa se acercó a descubrir lo que se escondía debajo. Era una coneja, un animal, sus antecesores, como dictaban las leyendas. La tomó con sus manos, la criatura despertaba de una corta siesta.
Oyó la voz de su querida amiga en la mente. Le rogaba que cuidara de sus hermanos, que los convirtiera en su nueva familia. No le importaba su vida más que la de Toto y Lulú. Le pidió que se lo prometiera, a pesar de que Naila no pudiera asimilar lo que sucedió con sus cuerpos como los conocía. La abrazó con la delicadeza de un artesano con su obra más preciada. Depositó el amor que atesoraba de sus padres, a su nueva familia.
Naila usó las telas para arropar a los tres conejos, una de pelaje oscuro, otro de color amorronado y la de orejas caídas de pelaje color crema. Huyó camuflándose en la espesa niebla que se esparcía en la ciudad amurallada. Saltó y corrió a la velocidad del viento. Para cuando llegó al bosque, no sentía sus piernas. Estaba cansada. Se refugió en una húmeda cueva y durmió.
A la mañana siguiente, los soldados que viajaban por el Camino Real retomaron la marcha. Varios campesinos notificaron avistamientos de conejos que cavaban madrigueras para ocultarse de ellos. Usaron humo para sacarlos, funcionó con unos, no con otros. Naitan resistió en su propia madriguera, la que compartía con una criatura que halló herida en la aldea, quien se volvió una guía. Taina, así la llamó Diana, renunció a su lealtad hacia los dragones plateados, renunciando también, a la persecución de los conejos. Era una Fedrea anciana, la experiencia venía de la mano con la sabiduría. Sabía que las muertes continuarían si destinaba el resto de su vida a servir.
Naitan abandonó la construcción. Taina de a poco recuperaba el dominio de sus habilidades. Una bestia la había herido, las Fedreas no eran resistentes como otras especies, o los propios dragones. Confió en la protección del padre de Iri, poniendo su pellejo en juego. Viajaban hacia el norte, cuando hallaron a Naila durmiendo en una cueva. Naitan se le quedó mirando, después pasó días persiguiendo su rastro. Taina tardó en descubrir la razón que lo llevaba a evitar acercársele. Con el paso de los días, aprendió el significado de la cobardía. A sus espaldas, intentó aproximarse a Naila, pero lo que logró fue espantarla antes de que pudiera explicarle sus intenciones. Al cabo de un mes, Naitan tomó un rumbo diferente.
En la próxima luna llena, Naila mostró que los temores de su abuelo eran ciertos. Ela reapareció y atacó pequeños poblados de humanos, que si bien vivían en tierras del rey Empirio, no aprobaban las atrocidades que se desarrollaron en el castillo. Ela no distinguía entre el bien y el mal, para ella todos tenían el mismo color, el rojo de la sangre que corría por sus venas, el que extraía al morderlos o cortarlos.
Meses después, los vestigios de Ela le enseñaron el camino a un grupo de soldados. Todavía estaba intacta la orden de matar a todos los conejos. Este en particular parecía dirigirse al desierto, sin embargo su viaje era descoordinado. Tomaba repentinos desvíos. Los exploradores afirmaban que se trataba de un conejo inexperto, que vagaba sin planes seguros. Elías compartía una teoría similar, aunque él creía que era un niño espantado por los monstruos.
Cabalgaron detrás de Naila. Elías tenía prohibido transformarse, solo podía hacerlo si la situación lo requería. Un dragón era fácil de avistar, tanto de día como de noche. Los plateados no pasaban desapercibidos en el cielo. Sus escamas eran como joyas relucientes. Descansaron durante las primeras horas del día, la noche era el momento ideal para mantener los ojos abiertos y estar alerta a los peligros. Elías se separó del grupo para lavarse el rostro en un pequeño arroyo llano. El agua era cristalina, se podían visualizar las piedras y peces anaranjados nadando cerca de la superficie. Introdujo la mano para atrapar algunos, no era precisamente el menú que más le apetecía, pero luego del largo recorrido no sería exigente. Atrapó a uno grande, el chapoteo del agua hizo mover las orejas de un individuo que recolectaba bayas del otro lado.
Naila movió la hierba temiendo hallar a un depredador cazando en su fuente de agua. Vivió meses sin instalarse en un lugar, solo yendo de aquí para allá, escapando de los monstruos y los soldados que cazaban fugitivos.
Era Elías. Lo observó envolver el pez en su capa blanca, esforzándose en que no se escapara. La niña sonrió recordando lo mucho que le costaba a Elías matar un animal. Al final el pez escapó hacia el agua. La siguiente expresión de su amigo, de inmensa frustración, la remontó a su época en el castillo, como si el tiempo y las desgracias nunca hubieran existido. Él era obstinado, hasta con las actividades más irrelevantes como la de trepar un árbol. Naila pensó en que se metería al agua a intentarlo de nuevo, no permitiría que un pez lo venciera. Elías lo hizo. Quiso aproximarse más, decirle lo mucho que lo extrañaba, pero Nona la detuvo. Si se daba al descubierto, todos esos meses de esfuerzos huyendo, habrían sido en vano.
Renunciar a Elías era su única manera de sobrevivir. Sus caminos no podían volver a unirse jamás, de hacerlo uno o ambos acabarían muriendo. Ya sea para servir, como para ganarse el derecho de vivir. Lulú y Toto apoyaron a Nona. La hija de Niels e Iri era parte de su familia, prometieron que la cuidarían asumiendo el papel de hermanos mayores. Naila se alejó del arroyo, tomando un rumbo distinto al de Elías.
Más años los distanciaron, Naila ganó experiencia como campesina y conocedora de los bosques. Supo camuflarse entre los humanos adquiriendo sus costumbres para subsistir. Cosechar y ser vendedora ambulante, la ayudó a instalarse en una choza, la que fue mejorando con barro y rocas. Reforzó su propia celda, manteniendo a Ela a raya. Los asesinatos en pequeñas poblaciones cesaron. Se llegó a creer que los conejos finalmente habían abandonado Advaland. No regresó a la ciudad amurallada, pero sí intentó mantenerse informada sobre las batallas, eventos que hacían de los bosques sitios ideales para que los criminales, convictos, y prisioneros se escondieran de sus captores. Tomaba distancia de los caminos reales, viajaba durante el día. Naila se volvió precavida, aunque a menudo deseaba una visita que la sacara de su rutina diaria, y de los peligros que enfrentaba. Esa visita que deseaba, la que la trajo de nuevo al castillo del rey Empirio, se llamaba Raito.
Pisó el inestable suelo de la cocina, de niña le pareció un lugar enorme, pero de adulta solo era una porción más del castillo destruido. Subió una montaña de rocas, detrás estaba la escalera que mencionó Elías. La conduciría a un túnel oculto que atravesaba el largo del reino hacia el Mar de Diamante. Era su salvación… pero, ¿Se iría del castillo sin más? Comenzó a cuestionarse. Tantos años afuera, perseguida por ser quien es, no era justo que el sufrimiento de su pueblo quedara impune.
Dejó que su cuerpo se moviera solo. Desconocía si el rey se encontraba allí, si había muerto por los derrumbes, o si sus hombres lo habían ayudado a evacuar.
Caminó a la sala del trono.
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