Black dragon - 27
Las distancias eran extensas si se recorría el bosque a pie. Megara y Liria solían cabalgar por los caminos reales, escoltadas por un grupo numeroso de guardias, sin embargo, desde que Advaland cayó, evitaban acercarse a estos. Era mejor optar por sendas de difícil acceso. Megara sostenía firmemente la teoría de que los hechiceros estarían persiguiéndola por colaborar con la creación de un dragón. Que las personas volvieran a experimentar con dragones era lo mismo que aceptar un encuentro con la muerte. Los hechiceros amaban el conocimiento, no obstante respetaban los límites impuestos por los dragones plateados. Estas criaturas pensantes y con apariencia humana, a diferencia de su contraparte, negociaban y llegaban a acuerdos para asegurar su supervivencia y la protección de su raza.
La reina destronada no se consideraba la verdadera culpable de la transformación de Claus, sino una víctima más del plan siniestro de Megoz. Intentar probar su inocencia no valdría la pena, el gremio conocía su historial violando las normas. Reunirían a sus guerreros expertos para acorralarla y cazarla como a un animal.
Liria esperó el retorno de su compañera de viaje en una vieja casa abandonada, con los techos de paja desprendidos por la fuerte tormenta. Megara partió a conseguir comida para ambas. Tuvieron que vestirse como campesinas, robarle a pobres para no llamar la atención con sus atuendos costosos. Caminó sobre el lodo con sus largas botas descoloridas. Su rostro quemado le sirvió para que los hombres que pasaban a su lado desviaran la mirada. Todas las noches las posadas para mercenarios estaban concurridas. Los trabajadores aceptaban misiones, negociaban entre ellos, apostaban y fornicaban con las mujeres que secuestraban en el camino. Se puso una capa negra para cubrirse el cabello violáceo, lo había cortado por encima de los hombros. Pretendía verse diferente en todos los aspectos, incluso modificó su forma elegante de caminar, por una postura encorvada.
Ingresó al lugar, el individuo que buscaba era fácil de identificar, se sentaba junto a la ventana, en soledad. Estando ebrio o no, eludía peleas con ingenio para no acaparar la atención de los demás mercenarios. En sus mejores días, fue un caballero de renombre, que participó del ejército de Empirio y luego en el del rey Aidan. Provenía de una familia humilde. Sus habilidades fueron tan sorprendentes para los nobles, que acabó convirtiéndose en un Sir, pero después de la traición de Empirio a los reinos de Galcrok, Marratech y Amsrott, dejó su título atrás y se dedicó a ser un mercenario.
Megara se sentó en la silla enfrente de la del sujeto en cuestión. Estaba bebiendo una jarra de cerveza. Se la arrebató y la vació con rapidez. Se la notaba sedienta, siendo reina no podía tomar a gusto, ya que tenía que mantenerse sobria para proteger a su rey. Cualquier cena entre amigos podía volverse un campo de batalla.
—Conozco pocas mujeres que beben así —habló el hombre. Era fornido, de cabello castaño, despeinado, con una barba reciente apenas visible. De ojos pequeños color miel, nariz larga y fina, parecía que se le había fracturado un par de veces, porque a Megara le resultó diferente a la última vez que la vio. El trabajo de mercenario era mucho más demandante que el de soldado. Una horda de monstruos descontrolados era peor que un ejército. Por más que existiera el arte de la guerra, los monstruos podían aparecer y desaparecer sin previo aviso. Nunca se los terminaba de conocer.
—Ha pasado tiempo, Katriel —dijo Megara alzando la vista.
Katriel vio las graves quemaduras, pero de igual manera la reconoció. Megara poseía una mirada atrapante.
—Escuché rumores de que habías muerto en el castillo con tu esposo. —El mercenario recuperó la jarra y comprobó que estaba vacía.
—¿Creíste esos rumores?
—Te la pasabas llenándote la boca con palabras de que le serías fiel, de que morirías por tu rey.
Katriel levantó la mano, el cantinero reconoció la seña. Vertió más cerveza en otra jarra y se la llevó. Megara miró hacia la ventana, ocultándose del campo visual del tipo. El antiguo caballero entendió por qué acudió a él.
—¿Quién te persigue? ¿Tu pueblo? —indagó.
—No eres muy inteligente si piensas que estoy escapando de un montón de pueblerinos. Se trata del gremio de hechiceros.
Katriel dio un sorbo, esperaba oír el resto de la historia. Megara continuó:
—Claus capturó a Megoz para mí. Hicimos un trato, él me ayudaría con mis investigaciones y yo le daría espacio en mi laboratorio para que explorara. Al final decidió traicionarme y usar a mi hermano para convertirlo en un dragón.
—No eres muy inteligente si piensas que un criminal como Megoz mantendría su palabra.
El comentario no hizo más que reafirmar su estupidez en confiar en la persona que adoptó como un maestro.
—Necesito que lleves a la prometida de Claus a Amsrott. Pertenece a la casa Kodnoen. Sus parientes la recibirán con los brazos abiertos.
—¿Por qué alguien como tú se preocuparía por una noble?
—Mi hermano la amaba. Al principio no se entendían, pero con el tiempo entablaron una relación. Hablaba de ella con devoción y respeto. Jamás se me pasó por la mente la idea de que alguien muy diferente a nosotros conquistara su corazón. Quiero protegerla por la memoria de Claus.
—Aceptaré el trabajo por cincuenta monedas de oro.
—Olvidas que me debes un favor. Fui la única que te defendió cuando el consejo te acusó de conspirar contra Empirio. Probé tu inocencia, gracias a mí estás vivo.
—Mi vida no vale tanto.
Megara se levantó de golpe, enojada con Katriel por jugar con ella, forzándola a suplicar por su ayuda. Algunos mercenarios la observaron alertados por el repentino movimiento. Si la identificaban como la reina Megara del reino de Advaland, sería blanco fácil. El gremio no tenía ningún problema en ofrecer riquezas a los que colaboraban con sus persecuciones.
—Haz a un lado nuestras diferencias. Te estoy pidiendo que auxilies a una pobre chica. Varios de tus viejos compañeros murieron por ella, para que su linaje prevalezca, el linaje de una noble de un reino que ya no existe. La sangre que corre por sus venas es historia.
—Tú lo dijiste. Es un reino que ya no existe —le discutió—. Advaland se ganó enemigos. A estas alturas los nativos de Amsrott habrán asaltado el castillo y asesinado a las familias invasoras. Llevar a la chica sería sentenciarla a muerte.
—¿Qué hay de Marratech? Puedes cruzar el desierto como quien cruza un arroyo. Llévala a un castillo y la reconocerán.
Katriel depositó un par de monedas en la mesa y abandonó la posada. Megara lo siguió, insistiendo en que prestara su ayuda. Aún guardaba heridas del agresivo pueblo. No conocía ningún hechizo más que el de restauración para cerrar sus heridas y calmar el dolor. Por desgracia, este se desvanecía pronto y hacía que sus heridas regresaran al estado en el que estaban. Sus piernas se debilitaron, se desplomó sobre el lodo. Una nueva tormenta azotó el lugar, así que el hombre apresuró el paso hacia su caballo, para ensillarlo y partir a un nuevo destino.
—¡Por favor! ¡No la abandones! ¡Es lo único que me queda de Claus! —la hechicera rogó—. Todas sus pertenencias, todo quedó en cenizas. Ni siquiera tuve la oportunidad de llevarme su cuerpo para enterrarlo y poder visitar su tumba. No me quedará nada que me recuerde a él. Por favor, lleva a Liria a un lugar seguro donde pueda vivir una vida plena.
Katriel alistó su caballo, pero no partió. Regresó sobre sus pasos. Cuando estuvo delante de Megara, contó:
—Tenía una familia en Galcrok. Me casé por conveniencia, no era una mujer bella como tú, pero era una buena mujer. Tuvimos dos hijos, una niña y un niño. La niña era la mayor de los dos, cuidaba de su hermano igual a como tú lo hacías con Claus. Tomé el trabajo de mensajero por ellos. Solo tenía que viajar de reino en reino. Paré de luchar para poder retornar a salvo a mi hogar. En uno de esos viajes… el dragón plateado incendió Galcrok.
Megara previó lo que seguiría. Temió mirarlo a los ojos.
—Sabías lo que el dragón plateado haría. Por supuesto que lo sabías, Empirio confiaba en ti, pedía tu consejo permanentemente.
—Lo siento… yo…
—Podías haberme alertado. Decidiste no hacerlo. Mi familia murió… murió por vivir en un reino que rivalizaba con el tuyo. Murieron por nada. Quiero que vivas el resto de tu vida con esta historia en la mente. Quiero que la recuerdes cuando te enteres que gracias a ella, la única pertenencia de Claus que te quedaba despareció de este mundo. Nunca cambiarás, Meg. Serás malvada hasta que te mueras.
Liria trató de dormir. Los últimos días no consiguió conciliar el sueño. Los lugares por donde la guiaba Megara eran inseguros por las criaturas que los habitaban. La hechicera mataba todo aquello que veía, sea grande o pequeño para protegerla. Recordar que en el pasado le propuso a Claus asesinar a Empirio, carcomía su conciencia. Posiblemente por esto su mente no le permitía descansar. Megara se volvió su protectora, sin ella no hubiera salido del Bosque Real sana y salva.
Se recostó sobre una pila de heno. Extrañaba su cómoda cama, los almohadones de pluma, la fragancia de las flores silvestres que sus mucamas elegían para perfumarlas. Vivió toda su vida siendo tan consentida, recibiendo las mejores atenciones, que no sabía ni siquiera cómo desenredar su largo cabello rizado. Oyó la lluvia formar charcos fuera de la choza. Megara afirmó que Claus falleció, pero no especificó nada más. Intentó abordar el tema varias veces, la respuesta seguía siendo la misma: “murió al dejar de ser humano”. Cerró los ojos. Lo último que vio de él fue el vapor que expulsó de su cuerpo luego de soportar una intensa fiebre. No era un hombre común, era atrevido, no le temía al peligro ni a lo que escondía en su corazón. Apretó un trozo de cristal contra su pecho, extraído de la cueva en la que les rezaba a sus “dioses”, los que según la reina resultaron ser la voz de un elfo.
—No importa quién seas. Si iluminas mi camino te entregaré mi alma.
Aferrarse a aquel objeto diminuto le brindó paz. Se acurrucó para soportar el cruel frío de la noche. Liria no estaba sola, una canción de cuna la ayudó a dormir. Los versos no compartían su mismo idioma, sin embargo la melodía y la serena voz la introdujeron en un profundo sueño. A Gisli le gustaba cantar, a los muertos, a los vivos, a sus creyentes y a sus enemigos.
El encuentro con Megara plantó dudas en Katriel. Ni el consejo, ni Empirio conocían la otra cara de la joven, la que rescató de un esclavista de los desiertos al este de Marratech. Guardaba aquel lejano recuerdo. La encontró encadenada en un tenebroso sótano. Se decía que Oidang, el rey de los ogros, utilizaba la magia de Megara para derribar a otros ogros que se proponían liderar sus grupos, en lugar de ir al campo de batalla. Una hechicera que pudiera levantar pesados objetos en el aire, que dominara las espadas cual si fuese un practicante de esgrima, era muy valiosa. Pensó en que Megara acabó siendo la personificación de su poderoso odio. Eso no justificaba la cantidad de muertes que se le atribuyeron. A pesar de ello, despertaba una pizca de compasión en su corazón, algo que no lograba controlar aunque se esforzara.
Cinco jinetes se interpusieron en su camino. Katriel jaló las riendas del caballo para que se detuviera. Eran dos mujeres y tres hombres encapuchados. El mercenario distinguió los labios azules. Estos individuos probaban tantas posiciones a diario en sus experimentos, que los labios perdían su color original. No eran nada más ni nada menos que hechiceros enviados por el gremio.
—Sir Larsen —dijo el primero.
—Ya no me llaman así —aclaró Katriel antes de que el sujeto continuara hablando.
—Sepa disculparnos —una de las mujeres tomó la palabra—. Estamos siguiendo el rastro de Megara Liapsis. ¿Se ha puesto en contacto con usted?
Katriel guardó silencio, miró los rostros inmutables. Los ejecutores intentaban ser cordiales con él, sin embargo si se mostraba hostil con ellos no les temblaría el pulso para responder.
—Somos miembros de la Orden del Viento —explicó otro de los hombres, el de la voz carrasposa—. Me atrevo a asegurar que usted nos conoce.
—No se equivoca. Estoy en conocimiento. Es una de las facciones del gremio de hechiceros. Lamento decepcionarlos, no la he visto en un largo tiempo.
—La persona que buscamos es su reina. Me sorprende que no sepa nada. Usted fue un hombre de confianza del rey Empirio —la última mujer se hizo escuchar.
—Crecí en Advaland, le juré lealtad al rey Empirio. Después de que me acusara de conspiración decidí partir a Galcrok y jurar lealtad al rey Aidan. Megara dejó de ser mi reina.
Los cinco jinetes se movilizaron cerrándole las salidas. El intuitivo guerrero entendió que no saldría de allí sin derramar sangre.
—He contestado a la pregunta. Debo continuar con mi viaje o mis clientes se enfadaran conmigo.
—¿Por qué arriesgar su vida por una criminal? Es una persona contra todo un ejército. Morirá en vano por protegerla —los encapuchados hablaron al mismo tiempo.
Katriel tocó el pomo de su espada, no estuvo seguro de si estaba en presencia de un ser que se multiplicaba, o estos estaban conectados por una única mente que los sincronizaba y controlaba. Los maldijo internamente, matar ogros era mucho más sencillo que enfrentarse a los hechiceros. Se encontraba rodeado, el oscuro ambiente y la persistente lluvia hacían que su corta visión no lograra avistar lo que se avecinaba. Luchó en innumerables batallas, el ardor del fuego, los golpes recibidos hicieron peso con el paso de los años. Decidió especializarse en la caza de criaturas enormes para cubrir su debilidad.
Katriel giró con su caballo, el animal alzó las patas delanteras. Un hechicero que se ubicaba detrás levantó su brazo haciendo que las raíces gruesas de un enorme árbol surgieran de la tierra y adquirieran la forma de la hoja de una espada para cortarle una pata. Luego de cercenarla, el mercenario cayó al suelo. Las raíces lo siguieron, Katriel reaccionó a tiempo y las cortó con un ligero movimiento.
Clavó la espada y se incorporó. Estaba preparado para combatir, poner su nueva vida sin sentido en juego, no obstante, alguien no concordó con su plan. Una fuerza invisible le arrebató la espada enviándola como un boomerang a los cuellos de los perseguidores. El hombre no descubrió lo que pasó hasta que las cabezas se desprendieron.
La asesina se asomó de entre la maleza. Lucía empapada, con la capa negra y un fino vestido pegado a su airosa silueta. Katriel comprobó que además del rostro, otras zonas de su cuerpo también estaban quemadas. Megara atrapó la espada.
Invirtiendo sus últimas energías, caminó hacia Katriel para devolvérsela, pero se desmayó antes de que pudiera concretarlo.
Soñó con las palabras de Claus, con las mariposas y aves que dibujó con magia mientras lo asfixiaba. Claus volvió a ser un niño en sus últimos momentos, aun cuando el mundo en aquella época también era cruel y despiadado. Desde que era un bebé su hermana siempre estuvo para acunarlo, curarlo y consolarlo, para protegerlo de todo mal. Dibujaba animales que volaban, esos eran los favoritos de Claus. Deseaba convertirse en uno de ellos, porque eran capaces de ver lo pequeño e insignificante que eran las criaturas terrestres, eso incluyendo a los monstruos que los espantaban en las noches y a los esclavistas que los obligaban a trabajar de día. En su sueño, Megara pensó en si su hermano disfrutó de volar. Jamás lo sabría.
Despertó con el rostro mojado en lágrimas. Ni siquiera en sus sueños podía estar en paz. Recordar la sonrisa de Claus cuando su alma abandonaba su cuerpo modificado, era una tortura. Movió la cabeza a un costado, estaba dentro de la casa abandonada que halló para refugiarse con Liria. Era de mañana, el bosque se veía distinto a través de la ventana, estando iluminado por el radiante sol. Parecía un sitio pacífico adornado por el canto de los pájaros.
Oyó dos voces en el exterior, una femenina, la otra masculina. Identificó la de la doncella. Liria era una joven con poca experiencia fuera del castillo, así que cualquier bandido podía engañarla fácilmente. Se ayudó con una rama gruesa que tomó en el trayecto para caminar fuera de la casa.
—Prepara el arco como te enseñe —indicó Katriel.
Liria obedeció, tres flechas ya habían sido clavadas en el tronco de un ancho árbol. Era torpe, pero aprendía a una velocidad asombrosa para alguien que solo había visto un arco y una flecha como decoración.
—¿Qué haces aquí?
La voz de Megara la desconcentró. Liria disparó fuera del rango marcado por su nuevo maestro. El mercenario volteó. Estaba sentado sobre un tronco caído limpiando la armadura. Por otra parte, su caballo estaba tendido, muerto y descuartizado. Katriel no tuvo alternativa más que la de cocinar su carne para alimentar a la hambrienta muchacha, ya que el animal fue herido de gravedad. Sin una pata era inútil.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—¡Megara! —exclamó Liria corriendo a abrazarla—. ¡No vuelvas a asustarme así!
—Lamento haberte preocupado —expresó separándose de Liria—. ¿Ese sujeto te hizo algo?
—Sir Larsen ha sido amable conmigo. Nuestras casas eran amigas. Me costó recordarlo, era muy pequeña cuando abandonó Advaland. Mi padre lo elogiaba por ser un hombre servicial, el mejor guerrero del ejército.
—Le agradezco, Sir Larsen, por atenderla. —Megara hizo una reverencia y continuó—: ¿Podemos hablar un momento?
El mercenario asintió. Ambos se ubicaron detrás de la casa para mantener una conversación.
—¿Qué pretendes? Dejaste muy en claro que no aceptarías el trabajo.
—No mencionaste que la hija de los Kodnoen se había convertido en una mujer hermosa —respondió Katriel.
—¡¿Te estás burlando?! —A Megara le hirvió la sangre.
—Tranquila, no pretendo dañarla. Ahora hablemos de lo importante, ¿por qué los hechiceros me interrogaron? ¿Qué les has dicho sobre mí?
Megara se recostó a la pared hecha de barro de la casa abandonada, se cruzó de brazos y explicó:
—No necesito decirles nada. Les basta con mirarte a los ojos para leerte como a un libro.
El renegado caballero suspiró. Definitivamente no quería volver a tratar con ellos. Megara se tocó el rostro, susurró un hechizo e inmediatamente el tejido muerto de su piel revivió. Después siguió con sus piernas y brazos. Katriel evitó verla o también la atracción física que sentía por la reina reviviría.
—Sé por qué no asististe a mi boda con Empirio.
—No intentes seducirme —la frenó Katriel.
—Disculpen mi interrupción —los sorprendió Liria—. Sir Larsen, esta cosa salió rodando de su bolso.
La joven le enseñó un huevo violeta que cabía entre sus dos manos.
—¿Dónde lo encontraste? —preguntó Megara asombrada con el hallazgo.
—Fue en una noche que desperté con las llamas azules quemando el bosque. Una Fedrea me lo entregó en su lecho de muerte. Me encomendó entregarlo al Castillo Blanco —contó el hombre.
—… Con los dragones plateados. ¿Qué contiene en el interior?
Liria no participó de la conversación, pero sí escuchó el intercambio para tratar de comprender sobre ese extraño objeto.
—Un dragón —supuso Larsen.
—Es imposible. —Megara tomó el huevo—. Los dragones comenzaron siendo humanos, su origen es igual. Crecen en los vientres de sus madres y nacen en un parto como cualquier persona. Con el correr del tiempo y tras adquirir consciencia sobre sí mismos llegan a transformarse. He escuchado sobre dragones que permanecen en su forma dragonaria, son los únicos que han puesto huevos, pero estos son muy antiguos. No creo que sigan vivos.
—Puede que este sea una excepción. De todos modos, debo llevarlo. Los dragones plateados poseen tesoros. No desperdiciaré esta oportunidad para conseguir una porción de su fortuna.
—¿Por qué haría ese peligroso trabajo? Usted es un caballero que le sirve a la corona. ¿Por qué le interesan los tesoros de esas bestias? —intervino Liria, sin tener idea de que el Sir que conocía actualmente era un mercenario.
Megara y Katriel callaron. Liria exigió una explicación. La hechicera fue quien se dispuso a atender su confusión.
—Anoche fui a una posada de mercenarios para contratar los servicios de Sir Larsen, mejor conocido como… “El cazador de ogros”. Le propuse que te escoltara a Amsrott, pero se negó a hacerlo.
—¿Cazador de ogros? No entiendo. Usted era considerado un héroe. ¿Olvidó la Batalla de los Pueblos Rebeldes? ¿La Batalla de Hermanos en Galcrok? ¿El exterminio de los conejos? Usted luchó defendiendo a dos reyes. ¿Cómo acabó siendo un mercenario?
—Tal vez tu cuñada pueda responderte.
Liria miró a su antigua reina. Megara no podía odiar a Katriel por delatarla, cuando era responsable del cambio rotundo de su vida. Decidió contarle sobre la familia de Larsen incinerada por las llamas azules de Elías.
El día transcurrió. Liria se mantuvo distante de Megara, evitando dirigirle la palabra. La casa Larsen era amiga de la suya, como bien mencionó, por lo tanto la creía una traidora.
Al arribar la noche, los tres se dirigieron a una taberna ubicada en los antiguamente nombrados Pueblos Rebeldes, que en el presente formaban parte de los territorios conquistados por Advaland. Allí se concentraron pocos refugiados a causa de los riesgosos caminos que los rodeaban. El ambiente entre ellas era tenso, quiso acompañarlas hasta que viera que eran capaces de continuar su camino juntas.
Pagó una habitación para sí y otra para Megara y Liria. Fue un día diferente en su agenda diaria. Primero reencontrarse con la reina, sobrevivir al ataque de cinco ejecutores y por último una discusión entre dos temperamentales mujeres. Usó su tiempo en soledad para beber unas jarras de cerveza. Existían muchas cuestiones en su cabeza que planeaba alejar al menos durante la noche. Con el gusto amargo del alcohol en la boca, regresó a la habitación. Prefirió no comer y acostarse en la cama para que el estado de ebriedad lo condujera a un calmo sueño, pero una vez más Megara cambió sus planes. La halló de pie revisando sus pertenencias. Katriel frunció el ceño, observó el picaporte, la puerta intacta y preguntó:
—¿Cómo entraste?
—Robé la llave de tu bolsillo sin que te percataras. Puedo tomar objetos sin usar las manos —contestó sin dar relevancia a su invasión. Estaba concentrada analizando el huevo violeta.
—Los hechiceros no dejan de ser un grano en el trasero. —Katriel entró y cerró la puerta—. ¿Descifraste algo?
—Tiene una textura lisa. ¿Recuerdas los huevos de dragón que te comenté? Están cubiertos con escamas.
—¿Cómo sabes que es verdad? Te basas en rumores y leyendas. Nunca viste uno.
—Sospecho que hay algo extraño aquí. ¿Por qué lo tenía una Fedrea? ¿Por qué te lo confió a ti?
—Estaba agonizando de dolor, quemada por llamas azules. Tuve suerte de toparme con ella y que me encomendara esa misión.
—Fue atacada por un dragón plateado… fue Elías, es el único de su especie en esta zona. El capitán de la guardia real está detrás de esto.
Megara trató de unir los cabos sueltos, sin embargo, más preguntas surgieron. Katriel intuyó e intentó persuadirla de desistir.
—Sé lo que estás pensando y no es una buena idea.
—Conozco a Elías. De seguro regresó al Castillo Blanco. Primero debo dejar a Liria en un sitio seguro. Partiré contigo en cuanto corrobore que estará bien.
La mujer se apresuró en abandonar la habitación, Katriel se interpuso.
—Aceptaré viajar con la doncella si te olvidas del huevo.
—No me olvidaré, podría ser mi expiación con los dragones plateados. Son poderosos, pero más que poderosos son influyentes con el gremio de hechiceros.
—Meg. —El mercenario la sujetó de los brazos—. Vive lo que te queda de tu vida lejos, sino seguirás hiriéndote.
—Ayer me dijiste que mantuviera la muerte de tu familia presente en mi mente. La he tenido presente desde que Galcrok cayó. Aguardé pacientemente a que tu mujer y los mocosos se marcharan y te dejarán solo para que volvieras a Advaland suplicando por una segunda oportunidad. Fui estúpida, nunca volviste, y lo peor de todo es que sentí pena por ellos. Mírame ahora, no faltará mucho para que mi piel vuelva a mostrarte las quemaduras que me marcarán para siempre. No te preocupes, estoy sufriendo, estoy pagando por ser malvada.
Terminó la última frase con una sonrisa. Katriel no comprendía cómo las sonrisas de aquella asesina podían hacerlo cambiar de parecer, hacían que le fuera imposible odiarla, o motivarlo a enterrar un puñal en su oscuro corazón. Veía tristeza en ellas, la misma tristeza de la muchacha esclava que rescató. Posiblemente fuera el único sobre la Tierra que estaría dispuesto a perdonarla. Se consideró igual de malvado.
La besó sin pensarlo, un beso apasionado que la invitó a aferrarse a su cuerpo para ya no dejarlo ir. Él la levantó de la cintura, ella lo aprisionó con sus piernas. Cayeron sobre la cama. El sonido de las tablas despertó a Liria en la habitación contigua. Miró hacia la cama vacía de su acompañante. Sintió repulsión al imaginársela aprovechándose del trastornado caballero. No era nadie para juzgarla después de usar a Claus para sus propósitos, sin embargo aquel pacto quedó como un secreto que se lo llevaría a la tumba, así como hizo Claus.
Megara, estando encima de Katriel, se quitó el vestido, la única prenda que los separaba. El torso musculoso de Katriel estaba lleno de cicatrices de guerra. Megara las besó, recorrió sus dedos sobre estas. Empirio no guardaba señales de sus batallas, de triunfos y derrotas. Se sintió a gusto con un hombre cuyo cuerpo le enseñaba una historia.
—Dime lo que quiero oír. Dime que siempre me has deseado. Admite que fuiste un cobarde al no asistir a mi boda por miedo de envidiar a tu rey.
Más que una petición, fue una orden. No conocía hechizos de manipulación, conseguía controlar a los hombres únicamente usando sus encantos femeninos.
—Yo… siempre… —Llevó las manos a los senos de la mujer que debió llamar reina cumpliendo el rol de un caballero. No le importó su reputación, la deseaba con locura y Megara estaba lista para entregarse—… te he deseado.
Esa noche no existieron títulos, un matrimonio, tampoco una familia. Ninguno recordó sus objetivos personales, permitieron que el placer dominara por sobre todas las cosas. Liria los escuchó como animales, sin escrúpulos, sin decoro. Sacó el cristal para rezarle, para pedirle a quien estuviera oyéndola que interceda para otorgarles un castigo. Les dijo dónde se ubicaban, lo que hacían y planeaban hacer cuando terminaran de copular.
Amaneció. Liria despertó sobre la cama, seguía teniendo el cristal entre sus dedos. No lo notó, pero había quedado una marca en la palma de su mano por haberlo apretado con intensidad toda la noche. Se alistó y salió de la habitación. Ingresó a la de Katriel con un objetivo fijo, robarle el huevo de dragón. Halló a los amantes abrazados, desnudos y profundamente dormidos. Revisó el bolso del mercenario con cautela, extrajo el objeto de extremo valor, también la espada y se marchó de la taberna.
Cruzó el bosque cortando la hierba alta. Cada sonido de los animales salvajes la aterraba, pero debía seguir adelante contra las adversidades. Ya no era una noble de alta cuna, sino una sobreviviente del reino de Advaland. Tenía que comportarse y luchar como tal. Transcurrieron las horas, el sol alcanzó la altura máxima. Sus piernas ya no le respondían, decidió descansar a los pies de un roble, refugiándose en su amplia sombra. Los párpados le pesaban. Sin darse cuenta acabó dormida. Liria era inexperta, un blanco fácil como bien creyó Megara. Un viajero la ubicó guiándose con las indicaciones de su rey. Los elfos no se autoproclamaban reyes, pero a Gisli le gustaba atentar contra sus costumbres, así que sus seguidores comenzaron a llamarlo el Rey Oscuro, por el color que obtenían sus ojos, aspecto que lo diferenciaba de los demás.
Un fiel sirviente del Rey Oscuro cubrió la boca de Liria para silenciarla. El agresivo contacto la despertó.
—Tus plegarias fueron escuchadas —susurró Megoz.
Comments for chapter "27"
QUE TE PARECIÓ?