Black dragon - 28
Navegaron tres días más en el Mar de Bronce. En el último mediodía divisaron tierra firme. Había una jungla detrás de la pálida arena, y nubes tan bajas que parecían tocar las puntas de los árboles y palmeras. Raito les comentó a sus acompañantes que su pueblo vivía en tierras altas, contrastando con los paisajes que estaban acostumbrados a ver. También les dijo que luego de cruzar la jungla arribarían a la ciudad de Akarum, sitio donde se concentraba la mayoría de la población. Los conejos estaban nerviosos, estarían rodeados de criaturas capaces de acabar con sus vidas con un simple movimiento. Ninguno conocía el tamaño de los dragones negros, pero se imaginaban que eran sumamente enormes, y si eran intimidantes como Raito cuando volvió a caminar, la preocupación era aún mayor.
Raito lideró al grupo tomando la delantera hacia la jungla. Notó el paso lento de los conejos, principalmente el de Naila, la que conservaba más distancia. Le pidió al resto de los hermanos un momento antes de introducirse en la espesa vegetación, para intentar calmarla.
—No temas, te prometí que los protegería —le recordó.
—Lo sé. No dudo de tu palabra, pero tú no puedes… —Naila bajó la mirada, de solo mencionarlo lo haría enfadar. Optó por no seguir hablando.
—No puedo transformarme —Raito interpretó lo que quiso decir. Regresar con la noticia de la muerte de tres dragones, sin el cofre con monedas de oro que le prometió Empirio, y con cuatro criaturas que posiblemente jamás fueron vistas, definitivamente generaría controversias. Pero solo le quedaba su historial como guerrero para respaldarlo, para evitar una condena o un castigo que dejara a sus amigos desprotegidos—. Aquí soy respetado. He ganado riquezas para el gran maestro, he liderado y formado nuevos guerreros. Limpié el nombre de mi familia cuando fueron marcados como débiles. Ahora soy el único que queda vivo, querrán mantenerme. Me ayudarán a volver a ser quien era.
Naila se esforzó por convencerse de que estando con Raito estarían a salvo, sin embargo llevando una vida escondida, siendo rechazada y perseguida, era difícil confiar. Abrió la boca para manifestarle su más grande miedo, sabiendo que cargaba con un enemigo que crecería más y más a medida que transcurrieran los días, cuando alguien nuevo apareció en la playa.
—¿Raito?
Era un sujeto moreno, tenía el largo cabello hasta por encima de los pectorales. Estaba vestido de rojo, con el uniforme de los mercenarios, el mismo que llevaban Raito y su familia al viajar hacia Advaland. A Toto le llamó la atención que estuviera descalzo, por lo que podía ver, la jungla no era un lugar para caminar así, sin vestigios de ninguna marca o herida producida por los obstáculos de la naturaleza. Lulú se concentró más en el parecido con Raito, pudiendo comprobar que los dragones negros conservaban aspectos físicos muy similares entre sí. A pesar de parecerse, algo en la mirada del sujeto era distinto. Lulú no supo explicar qué.
—Reizo.
Había pasado un mes desde la última vez que se reunió con su primo, Raito sintió que fueron años.
—¿Qué haces en la playa? ¿Dónde están los demás? —Reizo lucía confundido. Miró a los alrededores, después a los conejos, allí su confusión aumentó—. ¿Quiénes son?
Raito se le acercó. Nadie dijo una sola palabra hasta que el dragón negro habló.
—Mis hermanos murieron. Advaland nos tendió una trampa. El rey contaba con la protección de los plateados.
—¿Qué… dices?
La revelación lo dejó impactado. Reizo conocía las habilidades de sus parientes para asegurar que retornarían con la victoria. Raito procedió con el resto de la trágica historia, como si las palabras que acababa de pronunciar no tuvieran efecto en él. Reizo pensaba que su primo era miembro de una familia que no merecía. A menudo lo escuchaba quejándose de sus hermanos, afirmando que eran débiles, que si fuera por ellos, sus padres hubieran seguido siendo un mal recuerdo para los dragones negros. Recordó cuando hallaba a Raneri llorando en los rincones después de los entrenamientos, sufriendo por los golpes recibidos. A Rakuzen pasando noches enteras estudiando para servirle de intérprete. Había visto a Rian Chu cortándose el cabello para mostrarle a su hermano mayor que tenía razón, que no lograría nunca ser como él. Todos los esfuerzos eran insuficientes para complacerlo. Raito se quedaba con los elogios y los premios, mientras que los demás vivían conscientes de que no compartirían su grandeza.
El mercenario le explicó que sus acompañantes fueron víctimas del perverso rey, le contó sus planes de solicitar refugio, pero esto no tuvo relevancia. Reizo pensaba en los fallecidos. Al finalizar, no hizo otra cosa más que tomarlo del cuello de su ropa y gritarle.
—¡¿Oíste lo que salió de tu boca?! ¡Mis primos están muertos!
Raito quedó perplejo con la reacción, tanto, que solo observó la furia presente en su rostro.
—¡¿Por qué no te entristece?! ¡Era tu familia!
—Entristecerme es perder el tiempo. Cobré venganza asesinando al rey de Advaland. Debo seguir adelante y solicitar una audiencia con el gran maestro. Mi otra mitad fue arrebatada por un plateado. Es motivo para que comience una guerra entre dragones.
Se zafó del agarre. Naila comprendió la actitud de Raito más que alguien de su propia raza. Él sufría cada minuto por las pérdidas y quería remediar sus errores protegiéndolos como no pudo hacerlo con ellos. Por otro lado, Reizo intentó calmar sus nervios. Estaba dolido con la noticia, por tener que hacerse la idea de que no volvería a ver a sus queridos primos. Finalmente Lulú vio lo que lo hacía diferente. Tal vez no todos los dragones poseían una gran fortaleza como el que ya conocía. De los conejos fue la que se animó a intervenir.
—Quedarnos o no, no depende de nosotros. Como sobrevivientes y testigos de las atrocidades que se cometieron en Advaland, merecemos ser escuchados.
El nuevo dragón guardó silencio presenciando la convicción de la mujer.
—Sé que no te agrado. Hubieras preferido que cualquiera de mis hermanos hubiera regresado en mi lugar, pero estoy aquí. Tengo que impedir una guerra. Déjame demostrarle a los nuestros y a ti que esta es mi lucha. —Raito movió el brazo hacia Reizo enseñándole el puño—. ¿Cuento contigo?
Era una costumbre que los dragones negros chocaran los puños para sellar tratos, afianzar amistades y aceptar unirse a una lucha en común. Inseguro, Reizo estiró el brazo e hizo contacto con la mano de Raito.
Sin más demora, se preparó para llevarlos ante el gran maestro para discutir el próximo movimiento, teniendo en cuenta que un enfrentamiento con un plateado no podía ser ignorado. La transformación inició desprendiendo vapor. Raito cubrió a sus amigos poniendo su cuerpo como escudo. Era inmune a las quemaduras y lo probó impidiendo que fueran afectados por el caliente vapor. Las olas a sus espaldas se agitaron, las aves cercanas se alejaron advertidas por la presencia de la criatura. El rugir de Reizo se oyó y el batir de sus alas dispersó la cortina gris que los distanciaba. Naila contempló la figura imponente del dragón. Las escamas de los plateados se asemejaban a pétalos, en cambio, las de los negros eran más como piezas puntiagudas de carbón.
—¡Es sorprendente! —exclamó asomándose detrás de su protector. Raito, celoso, se cruzó de brazos y añadió:
—Yo soy más grande.
Atravesaron el cielo azul volando por encima de la jungla. Los visitantes señalaron el extraño paisaje, notando a lo lejos un gigante inmóvil de cabeza flameante. Raito les aclaró que no se trataba de esos seres, sino que era un volcán, y que de vez en cuando hacía erupción. A Naila le dio curiosidad, pero luego pensó en que sería arriesgado explorar más allá de la jungla, que de por sí se veía peligrosa.
Reizo pasó entre dos altas columnas de rocas. Nona visualizó entre las nubes otras columnas con inscripciones. La más gruesa tenía tallada la cabeza de un dragón negro. Se paró con dificultad, batallando con el viento, y se aferró a un dedo del dragón para lograr ver hacia adelante lo que restaba del trayecto. Cuando las nubes se fueron disipando, diferenció un color distinto al marrón y gris del ambiente, era rosa. Miles de árboles crecían sobre las colinas, adornados con flores rosas, las que se desprendían a causa de las ráfagas que producían las alas. Eran de pétalos pequeños. Consiguió atrapar algunos con su mano libre.
—Son hermosas.
Todo lo que conocía era la nieve de las Montañas heladas de Niels, y el anaranjado y rojo del Bosque Carmesí, estos últimos asociándolos con las muertes de los animales en épocas de caza.
De repente, Reizo se movió abruptamente, haciendo que Nona se soltara. Raito acudió en ayuda, logrando sujetarla de la cintura.
—Ten cuidado —le dijo.
—Gra-gracias —agradeció la coneja con el rostro enrojecido. No era momento de decidir si fue por el temor de morir, o por el contacto con un hombre—. Salvaste mi vida.
—Te lo debía —expresó retirando el brazo. Aguardó a que Nona se acomodara el vestido y habló—: La primera noche de luna llena tú… te introdujiste en mi mente. Escuché tu voz. Comenzaron siendo susurros y luego se volvieron gritos. ¿Eso es… lo que hay en la tuya al perder el control?
Nona comprobó que nadie los oyera y confesó:
—He estudiado un hechizo. Estaba en un libro de la reina Megara. La primera tarea que me encomendó fue la de traducir sus jeroglíficos. No sé por qué pero… cada vez que trabajaba en el libro no podía olvidar lo que escribía. Creo que ha estado afectándome desde que recuperé esta forma.
—¿Afectándote de qué manera?
—Me obliga a meterme en las mentes. Según lo que me cuentas, estuve en la tuya. En ese estado es probable que no interpretara lo que había ahí.
—¿El resto lo sabe?
—No. Por favor te pido que guardes este secreto. Como hechicera, mis poderes permanecieron dormidos. Tener esos episodios los preocuparía.
Raito dudó, quería ayudarla y sabía que no podría solo (sobre todo estando con quienes la conocían mejor) sin embargo terminó cediendo tras ver la expresión de angustia de Nona.
—De acuerdo.
Naila anunció entusiasmada la llegada a la ciudad. Las moradas estaban alejadas del suelo pantanoso, de abundantes charcos y cenagales. Estaban construidas con bambú, unidas con puentes flotantes, creando así una red que conectaba cada espacio. Las hembras lavaban ropa afuera, los machos trasladaban la carne de grandes presas y los niños jugaban a trepar las cuerdas que sostenían los puentes.
La vestimenta común para todos eran túnicas en tonos rojizos y verdes por debajo de las rodillas, que a diferencia de las comunes en el continente de Maorma, esta prenda se usaba envuelta, en forma de T, con mangas cuadradas y un cuerpo rectangular.
—Tu hogar es muy diferente a lo que imaginaba —comentó Naila.
—¿Cómo lo imaginabas? —preguntó Raito sonriendo, esperando una alocada respuesta de la chica más aniñada del grupo.
—A decir verdad… esperaba ver cuevas.
El mercenario tomó la cabeza de Naila y la movió a un costado, para que pudiera conocer la construcción más lujosa.
—Somos más sofisticados de lo que crees. Ese es el Castillo de Uros.
Naila abrió los ojos como platos. Era enorme, rodeado por murallas de piedra de distintos tamaños, sin seguir un patrón en particular. En el foso que lo aislaba del resto de las casas corría una porción del Mar de Bronce con un ligero cambio en su tonalidad a un rojizo. Se debía al fuego rojo encendido en la cantidad importante de faroles de papel que se ubicaban a lo largo. Los árboles de flores eran más grandes cerca de él, y estaban inclinados como si estuvieran señalando la principal atracción de Akarum. Toto contó tres torres de techos empinados con decoraciones ornamentadas. La principal se hallaba en medio, cada piso conservaba dimensiones diferentes, cuanto más arriba estaba, más pequeño era.
—¿El gran maestro vive allí? —preguntó Naila.
—No. —Raito miró a un lado—. Él sí vive en una cueva.
—¡Ajá! ¡Lo sabía! —festejó Naila.
—Es porque permanece en su forma de dragón —argumentó—. Para poder verlo antes deben aprobarlo los asistentes que trabajan en el castillo.
Reizo descendió sobre un descampado a las afueras del castillo. Pocos dragones sobrevolaban la zona, se podía avistar sus siluetas oscuras entre las nubes. Nona pisó el lodo, era desagradable y pegajoso. A Lulú no le importó el lodo, para ella lo más importante era encontrar a alguien que la ayudara con la fractura en su brazo. Aunque sea una coneja ruda y resistiera el dolor poniendo una cara seria, la resistencia no duraría otro día más. Naila disfrutó del nuevo ambiente para explorar, pero Raito la retuvo contra su voluntad cargándola sobre su hombro, como un padre educando a una niña. El panorama no era alentador, la multitud no tardó en concentrarse para presenciar la llegada del héroe.
Raito le pidió a Reizo que guiara a Lulú a un especialista que pudiera atenderla. La criatura alada asintió con la cabeza, se irguió y señaló al oeste, hacia una escalera de piedra que conducía a la cima de una de las colinas.
—¿Por qué no me llevas volando? Me canso de solo ver el largo camino cuesta arriba —se quejó Lulú.
—No creo que quieras que te guíe en su otra forma —agregó Raito.
—¿Por qué no?
—Porque estará desnudo —Naila habló mirándola desde la altura de Raito.
—¿Cuál es el problema? ¿Acaso los dragones tienen algo diferente allí abajo?
—¡Lulú! No seas descortés —la regañó Nona—. Están siendo amables con nosotros.
Lulú bufó y emprendió la marcha separándose del grupo.
Los guardias que custodiaban la entrada abrieron las puertas del castillo después de que los visitantes lavaran sus pies en el agua del foso. A pesar de que todos pertenecieran a la misma raza, los miembros de la guardia cubrían sus rostros con máscaras inspiradas en sus cráneos de dragón. Recorrieron los pasillos. La estructura estaba elaborada como las casas, con bambú y fortificadas con varas de hierro. Determinadas paredes contaban leyendas en pinturas, retrataban las olas, los volcanes y los árboles cuyas flores encantaron a Nona.
—El general Tokurai es la autoridad más importante. No sé cómo reaccionará cuando los vea. Les recomiendo no mirarlo a los ojos.
—¿A dónde quieres que miremos? —preguntó Naila, ya caminando por sí misma.
Raito se detuvo, volteó, eligió a la coneja más apta de los tres y le encomendó una tarea.
—Nona, serás la única que me acompañe. Toto y Naila esperarán en los jardines.
—¿Por qué yo también? Es ella la que se comporta como un infante —protestó Toto.
—No soy un infante, es mi naturaleza de exploradora.
—En los estanques encontrarás peces de colores —reveló Raito captando el interés de Naila.
—¡¿De colores?!
—¿Crees que eso bastará para alejarla de ti? —cuestionó Toto. Naila le enseñó que sí lo era. Lo tomó de la mano y juntos corrieron a los jardines. Les había echado un ojo en el recorrido y conocía su ubicación.
—Olvidé lo enérgica que era —destacó Nona con una sonrisa.
—¿Estás lista para contarle a mi pueblo sobre Advaland?
—Sí. Les diré todo lo que sé.
Nona sabía que no existía total sinceridad en esas palabras, todavía quedaba el asunto de la conexión de Elías con Naila de la cual no pretendía hablar.
Ambos ingresaron al salón de audiencia.
Naila y Toto se inclinaron a ver los peces que nadaban en movimientos ondulatorios. El hombre descubrió la quietud de la joven al apartarse de los demás. Intuyó que algo ocupaba su mente.
—Raito resultó ser un buen tipo —Toto inició la conversación—. Cuando descubrimos que se trataba de un dragón tuvimos miedo, estábamos aterrados pensado en que seriamos su cena, en cambio tú… te mostraste como una madre defendiendo a sus crías con nosotros. Saliste a Advaland y actuaste como si nada hubiera pasado. Trabajaste y trajiste comida para alimentarnos.
—¿Por qué abordas el tema? —lo interrumpió Naila sumergiendo la punta de los dedos en el agua, sirviendo como una atracción para los peces, los que de inmediato nadaron para tocarlos.
—¿Recuerdas las mañanas en las que te enseñé a cosechar?
—Sí, las recuerdo.
—Salías en pleno temporal a proteger los cultivos cubriéndolos con tu cuerpito. Ponías exactamente la misma expresión que tienes ahora. Lo haces al intentar proteger algo frágil.
Una lágrima se unió al agua del estanque. Naila se enfrentó con su reflejo, si no se detenía su secreto terminaría saliendo a la luz.
—Estoy arrepentida. Debí escuchar a Jarol… yo… cometí un error.
—¿Qué clase de error?
Naila alzó la vista.
—Lo que le faltaba a la poción del hechicero eran escamas plateadas. No podía saquear la tumba de Diana porque sería visible para el rey. Necesitaba ese ingrediente y lo obtuvo de mí porque…
Lo siguiente que oyó le arrebató la calma al conejo, entendió que no existía lugar seguro allí.
En la cima de una colina se hallaba la instalación de un sanador, de esta manera nombraban a los médicos dragones que se encargaban de curar a la población. Atender a una coneja era toda una novedad, no obstante, los dragones también sufrían de fracturas al combatir entre ellos como rutina de entrenamiento de guerreros, así que soldar el hueso no fue problema. Le colocó tablas y vendajes para que mantuviera el brazo quieto, después le ofreció una medicina en un recipiente de barro. Lulú se sintió mucho mejor tras beber el líquido elaborado por el anciano. Era el único hasta entonces que había visto vestido de blanco, con un cuerno atado a una trenza de lana roja, la que colgaba de su fino cuello, enredada con la espesa barba negra. Tenía un pañuelo sobre la cabeza, que hacía juego con su túnica, y una faja gruesa sujeta al torso. El sanador se inclinó, tocó la frente con el piso y volvió a su antigua posición. Lulú no supo cómo interpretarlo, ya que no hablaba. Miró atrás en busca de la ayuda del mercenario que la guió, pero Reizo no se encontraba allí de pie como al principio.
Salió en su búsqueda. De las cañas de bambú del techo de la casa estaban suspendidas unas campanillas, que sonaban meciéndose con el sereno viento. En aquella cima el sanador vivía en soledad, era autosuficiente y solo recibía visitas de sus pacientes durante el día, por esta razón era un sitio tranquilo. Recorrió el perímetro que cubría la casa, lo halló sentado en un escalón. Se le acercó, era imposible silenciar sus pasos, evitar alterar la calma que apaciguaba el dolor de sus pérdidas.
—Lamento lo que le sucedió a tus compañeros —dijo Lulú.
—¿Los viste morir? —preguntó Reizo, deprimido.
La pregunta la tomó por sorpresa. Únicamente veía la espalda encorvada del sujeto, tapada con una túnica amarillenta, y oía la voz casi apagada, sin embargo era suficiente para darse cuenta de que sería un estorbo para él si no presenció la muerte de sus parientes para relatarle sus últimos momentos.
—No.
—Entonces no me interesa nada que venga de ti.
—Lo supuse —murmuró, en un murmullo que Reizo escuchó con claridad. Se mostró molesto y volteó para hacérselo saber.
—También fui víctima del rey Empirio. Ese desgraciado siempre encontraba razones para asesinar. Contaba con un dragón plateado y una hechicera que lo apoyaban incondicionalmente. Raito luchó contra ellos. Naila puede contártelo. Le perforaron el corazón y le rebanaron la cabeza con las espadas que crearon usando las escamas de los caídos. Míralo, Raito regresó con la cabeza puesta y en alto. Ese increíble acontecimiento tiene más relevancia que la muerte de sus hermanos.
—¡¿Cómo puedes decir algo así?! ¡Sus muertes son importantes! ¡Raito debía cuidarlos como cualquier hermano mayor! ¡Pero a él solo le importa sí mismo! —Reizo se levantó, igual a una avalancha a punto de arrasar.
Lulú no le tuvo miedo al dragón enfurecido, uno que sí podía convertirse y aplastarla con facilidad. Vivió gran parte de su vida siendo un pequeño animal, sin poder alzar la voz y defender sus ideales, ahora que la recuperó, no pararía.
—Raito es el sobreviviente, lo que haya hecho es más importante que tres dragones que jamás volverás a ver.
Colérico, Reizo abrió la boca y lanzó una llamarada hacia la coneja. El sanador interfirió para desviar el fuego rojo con las manos desnudas, salvando a la paciente. Reizo se confundió, el anciano no vaciló al defender a una criatura extraña. ¿Por qué lo haría?
El dragón sanador no hablaba, pero sí se comunicaba con un sistema de señas que era enseñado a las generaciones futuras para que pudieran comunicarse con él. Era una personalidad relevante en Akarum, todos lo respetaban y acudían a su morada en busca de salud y consuelo.
—¿Por qué la cubriste? Ella ofendió la memoria de mis parientes.
El viejo movió las manos, explicándole que un dragón nunca se aprovecha de los indefensos, mucho menos actuando basándose en el enojo. Reizo se sintió avergonzado por su comportamiento. Decidió marcharse de la colina sin decir nada. Lulú quiso perseguirlo para disculparse, en todo el frenesí del momento no pensó en los sentimientos de quien pierde a sus seres queridos. El sanador la detuvo poniendo su brazo como una barrera. Era bajito y encorvado, sin embargo su presencia era como la de un gigante.
—Le estoy agradecida —dijo—. Prometo que, de ahora en adelante, intentaré ser respetuosa con su pueblo.
El sanador sonrió, desconfiando de la promesa de la extranjera. Hizo una seña que significaba “luna”, y otra, “partir”. Lulú no comprendió, pero guardó las formas que adoptaban los dedos en su memoria.
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