Black dragon - 29
El general Tokurai era un hombre recto. Tenía una barba corta que le nacía del mentón y recorría el borde de la cara. Portaba un uniforme militar (clásico en esas tierras) en tonos rojos. A Nona le interesó saber por qué llevaba una armadura. La razón detrás de sus dudas se explicaba con la costumbre de mostrar dureza y fuerza física en ambas apariencias. Hizo un corto recorrido con la vista, notando un broche de punta de lanza bañado en oro, que sujetaba el cabello recogido. Así como el sanador era una personalidad importante en la ciudad, el general no se quedaba atrás. Era un líder que entrenó muchos dragones para las arriesgadas misiones.
Registró los hechos usando un pincel con tinta negra sobre un pergamino, para luego enviarlos al gran maestro una vez despertara de su siesta. Permanecer únicamente como una descomunal bestia era demandante. Por más que había vivido siglos, tuvo que modificar su estilo de vida al adoptar el rol de sabio.
—Los asesinatos a los dragones negros no son frecuentes, pero acontecen. En este caso, el que haya participado un plateado cambia las cosas —habló Tokurai—. Estoy al tanto de que ellos ofrecen sus servicios a los reyes, cumplen con sus peticiones sin importar cuáles sean.
—¿Aunque incluyan asesinar a los nuestros? —preguntó Raito, extrañado.
—Tenemos un pasado en común. Las leyendas hablan de Uros e Ignis, de la complicidad que dio inicio a las sociedades de dragones. Con el tiempo nuestras diferencias nos dividieron, nos hizo tomar caminos separados.
—¿Cuándo nacieron esas diferencias? —interrogó Nona.
Tokurai cerró los ojos, depositó el pincel sobre la mesa, juntó las manos y recostó la barbilla sobre estas.
—Nadie sabe con exactitud. Nos mantuvimos alejados de ellos, siguiendo las enseñanzas de nuestros antepasados. Todo indica que fue por buenas razones. Durante siglos hemos estado en paz. Las razas de dragones pueden convivir en el mismo mundo si no se encuentran. Elías Jasen, ¿ese era el nombre del capitán de la Guardia Real?
—Sí —confirmó la coneja.
—Es hijo de un alfa. El linaje Jasen se ha reproducido manteniendo su compromiso con los humanos. Si los merecen le son fieles a los reyes, pero si los humanos no usan sabiamente su poder, los abandonan sin más. Les gusta mostrarles que son imprescindibles para la prosperidad de un reino. Es la clase de fuerza que eligieron ejercer.
—Es ridículo —musitó Raito.
—Mencionaste que te arrebató tu otra mitad. —Tokurai revisó de nuevo sus escritos.
—Lo logró con ayuda de las criaturas de un solo ojo.
—Son Fedreas. El gran maestro las llama “las hijas de Ignis”. Según sus registros, la elfa las creó para fragmentar su poder, para que tuviera mayor alcance entre los dragones. Su objetivo era que cuando los dragones negros se volvieran destructivos, ellas pudieran arrebatarle su forma. Tu otra mitad… es posible que esté concentrada en un huevo.
—¿Un huevo?
—Hay muchas versiones sobre la fragmentación del poder de los dragones. El gran maestro puede explicarlo mejor. Te reunirás con él mañana por la mañana. Hasta el momento descansa. Le has servido bien a tu raza. —El general se puso de pie y continuó—: Tu aliada parece ser una hechicera del clan de los conejos, si me permite afirmarlo.
—Así es, señor.
—Nuestros guerreros desconocen las dimensiones que alcanza la hechicería. Yo no, la respeto. Espero que también respetes a una sociedad en pleno aprendizaje. Paulatinamente nos educamos en el conocimiento de otras culturas. Me apena afirmar que nuestros avances han sido lentos.
—Gracias por darnos refugio.
Después de reverenciarse, Raito y Nona caminaron hacia la salida.
—Raito —lo llamó el hombre—. El gran maestro siempre nos recuerda que la venganza ensucia nuestra grandeza. Decidiste no seguir sus enseñanzas. ¿Qué te motivó a hacerlo?
Raito no titubeó en responder.
—Un hombre como Empirio no merecía tener el poder de un dragón plateado, mucho menos la bendición de seguir viviendo.
Nona se le quedó mirando. Luego posó su vista en el general, en la manera en que concordó moviendo la cabeza.
Estando en soledad, Tokurai volvió a sentarse. Dibujó una sonrisa perversa, la que se esforzó por contener en el tiempo que duró la reunión con el joven guerrero.
—Elías Jasen… el mocoso que por cumplir con su deber desató una guerra. No olvidaré ese nombre. Le daré las gracias cuando tenga su cabeza y la de los alfas entre mis garras. —Saboreó el futuro que le esperaría si usaba con astucia las herramientas que tenía: un grupo de conejos refugiados, un dragón sin poder y una búsqueda que lo conduciría a sus históricos rivales.
La casa de Raito era como las demás. Las puertas corredizas, hechas de papel de arroz con algunos diseños de la vegetación autóctona, la estructura de cañas, los pisos de paja con una capa superior de pasto tejido. Allí se dormía sobre esterillas hechas de junco, costumbre que los invitados de Raito no compartían. No eran suaves, ni acolchadas. Los pobladores de Akarum no requerían de comodidades, debido a que entrenaban a diario y al caer la noche el cansancio los obligaba a descansar sin importarles dónde.
Toto, Lulú y Nona reposaron en la habitación de los hermanos dragones. Naila se quedó afuera, contemplando el cielo cubierto de estrellas.
—¿No puedes dormir? —Apareció Raito a sus espaldas.
—Cómo podría. Hiciste que mi curiosidad reviviera. Desde pequeña me ha fascinado explorar —confesó con una sonrisa—. El movimiento en la ciudad disminuye en la noche.
—Es perfecto para explorar. Sígueme —la invitó a acompañarlo en un recorrido especial. Existía un lugar al que acudía para reflexionar. Era seguro que a Naila también le encantaría.
Cruzaron los puentes flotantes. Akarum tenía un encanto enigmático que atrapaba a Naila: la presencia del fuego rojo como principal iluminación, las alturas y la lluvia constante de pétalos. Era como estar en un mundo totalmente diferente al que conocía. No había visto monstruos feroces, ni criaturas que rivalizaran con el poder de los dragones. Todo aquello se adaptaba a ellos. Eran los propios reyes de su naturaleza.
Al final del recorrido arribaron a un relieve, era el más elevado con vista al Mar de Bronce.
—Me gusta venir aquí —dijo el hombre enseñándole el magnífico paisaje.
A Naila le brillaron los ojos de admiración. La noche embellecía el lugar con su manto de estrellas que se reflejaban en el océano.
—Irme de Advaland significa mucho para mí —expresó.
El corazón de Raito se llenó de dudas. Pospuso la pregunta desde que Naila perdió la consciencia en luna llena. No era la clase de hombre que se acobardaba así, pero conocerla puso en conflicto su forma de ser.
—Estás muy callado. ¿Qué ocurre?
La miró a los ojos. Nona no había relatado todos los detalles que esperaba escuchar, como el asunto de Elías con los sobrevivientes del exterminio.
—Necesito saberlo —habló hundiéndose en esos ojos rosas iguales a las flores de los árboles.
—¿Saber qué?
—¿Qué relación tienes con Elías?
El silencio reinó. Solo se oyó el suave sonido de la brisa meciendo los largos cabellos de ambos.
—¿No crees que merezco saberlo? —insistió Raito.
Decidir proceder con la verdad pondría en peligro su futuro junto a él, no obstante, el mercenario terminaría descubriéndolo de otra boca. Al menos lo escucharía de la suya.
—Nos conocimos en el castillo del rey Empirio. Mis padres fueron contratados para servir a la corona cuando era una niña. Elías y yo jugábamos todo el tiempo, éramos inseparables. —La joven desvió la mirada al paisaje. Su compañero notó nostalgia en su voz—. Pero nuestra amistad no pasó de veinte amaneceres. Con la luna llena mis padres fueron asesinados, y como sirviente del rey lo integraron en un equipo de rastreo de conejos. De la noche a la mañana nos convertimos en enemigos.
—¿Y volviste a encontrarte con él al regresar a Advaland?
—Sí. Logré trabajar en una taberna gracias a que Elías ignoró mi presencia en el reino… supongo que por respeto a nuestra vieja amistad. Hasta que una noche… me interrogó. Averiguó que te estaba cuidando. Esa misma noche se transformó en dragón y me persiguió.
La historia era convincente, justificaba la desesperación del capitán por encontrarle sentido a las acciones de Naila y la caída de Advaland. Esto explicaría el vínculo que tuvieron de niños. Sin embargo, le inquietaba la principal pregunta: ¿Cómo Elías se enteró de la situación? ¿Cómo los ubicó y los acorraló en la frontera con el Bosque Encantado? La historia tenía huecos sin llenar.
—Lamento habértelo ocultado.
La culpa en Naila aumentó. Aunque reveló parte de la información que Raito le pedía, todavía quedaba la más importante, la que decidiría su futuro. Tenía miedo de revelarle que, antes del interrogatorio, engendró un hijo con Elías, tenía miedo de reconocer que optó por la salida fácil, de aferrarse a la seguridad que le brindaban los brazos del capitán, creyendo que la protegería de todo mal.
Raito puso su mano sobre la cabeza de la mujer. Lucía tierna cuando sus ojos se ponían vidriosos. Odiaba sentir que no podía confiar por completo en ella. Haría lo posible para que no lo sospechara.
—¿Por qué lo sigues haciendo? Es molesto —protestó ruborizada.
—La primera vez que lo hice fue con intenciones de aplastarte el cráneo —declaró sonriendo—. Ahora mis intenciones son otras.
—Me hubiera gustado no enterarme de que intentaste asesinarme.
Raito liberó una carcajada. Naila también rió, contagiada con la risa escandalosa del dragón. Pasaron la noche sentados en aquel sitio. Raito le relató unas cuantas historias sobre sus misiones; de cómo derrotó a un ejército de ogros en el desierto, entre otras anécdotas dignas de ser recordadas. La coneja no tenía esa clase de aventuras en su vida, pero las travesuras eran divertidas de narrar. Terminaron dormidos sobre la hierba, hasta que nacieron las primeras señales del alba. Naila despertó con el murmullo de Raito. Todavía estaba dormido, soñando con alguien de nombre Ignis. Intrigada, se le aproximó para identificar la palabra que pronunciaba con desazón. Estando a unos pocos centímetros de distancia, los labios del hombre se separaron una vez más.
—¿Quién es Ignis?
Raito abrió los ojos, Naila reaccionó y se echó para atrás.
—¡No intentaba hacer algo imprudente! —exclamó, nerviosa.
«Es ese sueño de nuevo». Se tocó la frente. Era frecuente que viera a una elfa caminando entre la niebla y que sintiera la atracción incontenible de correr detrás de ella. Miró a Naila, era bella como la inalcanzable mujer de sus sueños, con su cabello claro y largo. Podía alcanzarla con solo estirar el brazo, pero no era el mismo ser. No era Ignis. Por una extraña razón, tenerlo presente le generaba frustración. Hizo a un lado sus confusos pensamientos.
—Volvamos. Me encontraré con el gran maestro.
En el Castillo Blanco las comodidades eran abundantes. Los dragones que no servían a los reyes, vivían en la inmensa edificación disfrutando de las riquezas que generaban los demás que trabajaban para la realeza. Elías no estaba acostumbrado a pasar los días así, entrenando las artes de combate y la esgrima sin los soldados de Empirio. Los humanos lo admiraban y elogiaban sus habilidades, sin embargo allí no destacaba. Era uno más del montón.
Guardó la espada, insatisfecho. Las que había no se comparaban con las forjadas con escamas de dragones negros. Cortarle la cabeza a Raito le enseñó que el poder que adquirían era abismal. Protegió el secreto de los herreros de Advaland al no revelarlo a su familia. Empirio consiguió valiosas armas para luchar. Espadas que pudieran lastimar dragones. Todo aquel que lo escuchara pensaría que era una idea descabellada.
Regresó al ala de las familias alfas. Le asignaron un grupo de mucamas para que lo atendieran, pero se rehusaba a aceptar sus servicios por haber vivido siempre sin necesidad de que otros hicieran sus tareas. Además, sabía que muchas de ellas querían acercarse con el objetivo de escalar en las jerarquías. No existían los matrimonios, sólo la unión para la procreación, pero sembrar relaciones con los miembros de alto rango traía beneficios.
Cambió su rumbo hacia las cocinas. Buscó entre las provisiones una botella de vino para calmar la sed. Transcurrió una semana desde que dio su último trago de vino. Era dulce y adictivo, aunque debía beber una buena cantidad para experimentar los efectos del alcohol.
—¿Qué estás haciendo? —Lo halló Damián.
Elías ignoró a su gemelo y continuó revisando.
—No encontrarás lo que buscas.
—¿Cómo sabes qué es lo que busco?
—Aquí no consumimos bebidas humanas.
El ex capitán de la Guardia Real se detuvo.
—Asumo que tampoco encontraré prostitutas y que si deseo acostarme con una mujer tiene que ser una dragona, únicamente para funciones reproductivas. Ustedes parecen animales.
El comentario de Elías le resultó chistoso. Damián avanzó para tomar una manzana de una cesta. Combinar frutas con carne era una práctica común en el Castillo Blanco. Probaban distintos sabores que pudieran mezclarse con los que conocían.
—Habituarse a los placeres humanos es peligroso. —Damián mordió la manzana, masticó un trozo, lo tragó y siguió—: ¿Qué pretendes olvidar embriagándote? O mejor dicho, ¿A quién? ¿Una doncella que dejaste atrás en Advaland? ¿Murió enterrada con los escombros? ¿Aplastada por el dragón ceniza?
—Dile a nuestro padre que pierde el tiempo vigilándome. Conozco mis límites.
—Te lo ganaste por decir una verdad incompleta.
Elías lo fulminó con la mirada.
—Deja de subestimarnos —aconsejó Damián poniéndose serio.
—Son ustedes los que me subestiman.
—Hablas de nosotros como si no fuéramos parte de ti.
—No me conocen.
—Te equivocas, te conozco muy bien. ¿Cómo no podría hacerlo? Reconozco a un cobarde cuando lo veo.
El insulto de Damián movilizó a Elías, envió su puño al rostro, pero su hermano lo interceptó y presionó el brazo hasta doblegarlo. Elías tocó el suelo con una rodilla e intentó incorporarse de nuevo, lo que fue imposible. Damián le enseñó cuál de los dos era más fuerte.
—No permitas que tu debilidad sea evidente. Deshonras a tu familia con tu comportamiento.
Elías apretó los dientes para resistir el dolor.
—Soy tu hermano mayor. Es lógico que quiera cuidarte y guiarte por el buen camino. Soy tu aliado, no tu enemigo. Entiéndelo de una vez.
Acabó soltándolo, dándole espacio para que pudiera reflexionar sobre sus acciones.
—No me quieres como tu hermano, me quieres como tu lacayo para cuando nuestro padre no esté. No caeré en tus manipulaciones. Damián, eres igual a nuestra madre.
Se le desgarró el corazón al mencionar a Diana. Con el tiempo entendió la personalidad de su madre. Llegó a pensar que estaba hecha de la misma madera que Megara.
Comments for chapter "29"
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