Black dragon - 4
Luego del último incidente, las familias reales se dirigieron al castillo. Era esperable que el ambiente cambiara drásticamente, ya que la persecución de un miembro de la raza de conejos, alteró los nervios de quienes fueron testigos de la luna llena. Gerrant, el niño del grupo, se acercó a su padre para preguntar sobre la antigua leyenda que los de su generación nunca habían presenciado.
—¿Es verdad que los conejos asesinan a las personas cuando hay luna llena?
El rey Gerlanch recordaba muy bien los ataques de las bestias de ojos rojos y largas orejas, varios de ellos devoraron a sus soldados cuando apenas era un niño de la misma edad que tenía Gerrant.
—No te preocupes por los conejos. Nuestro amigo, su alteza, se encargó de exterminarlos siete mil trescientos amaneceres atrás. Todo para protegernos —respondió dibujando una insegura sonrisa en el rostro.
—¿No lo sabes? —habló Deidre avanzando hacia el infante. A diferencia de los adultos, prefirió burlarse y probar la valentía del joven príncipe—. Los conejos en noches de luna llena se transforman en monstruos horripilantes. Tengo evidencias de ello, hace no mucho tiempo, uno entró al castillo Byrne. Hasta hoy su cabeza permanece clavada en una lanza, como exhibición en la sala de trofeos de caza de mi padre.
—¡Mientes! —exclamó Gerrant, enfurecido.
—Eres afortunado, esta noche no habrá luna llena, de lo contrario, amanecería tu cadáver cubierto de sangre y con un corte profundo en la garganta —dijo la princesa moviendo la parte inferior del vestido, como si estuviera danzando al son de sus palabras.
Megara se volteó hacia los niños. Pensó en las bromas, en las mentiras y en la inocencia de los pequeños. Desconocían las consecuencias de la luna llena, el terror que infundía la raza de conejos, cuando su gran población, que se reproducía y se expandía por el continente, corrían y saltaban descontrolados, arrasando con todo ser vivo de pie.
Al terminar de observarlos y pensar, desvió la mirada hacia Elías. La mano derecha posaba sobre la empuñadura de su espada, moviéndose junto con sus pasos. Haber fallado en capturar a un conejo y a su protectora, abriría sospechas en el resto de las familias, principalmente en la más astuta de las tres. Los Byrnes estuvieron a punto de ser elegidos por los dragones plateados para servirles en el reino de Galcrok. En la actualidad, eran sus rivales. Un reino que prosperaba más que otro, llamaba la atención de estas indomables criaturas, que crearon la tradición de servir y proteger, para asignarle un propósito a su enorme poder.
Parecía que la hechicera leía mentes, porque la reina Nessa Byrnes se aproximó a su esposo y le susurró:
—El capitán de la guardia real es un incompetente, fracasó en atrapar a un conejo en su estado primitivo.
—El rey Empirio descuida a los humanos de su ejército por confiar en la fuerza de su dragón. Podríamos aprovechar nuestra ventaja de un ejército más eficiente y organizado para impresionar a las familias de dragones plateados —contestó Aidan, concordando con la apreciación—. Sin un dragón sirviéndonos, no seremos capaces de conquistar Advaland.
Una vez arribaron al salón del trono, el rey Empirio Virtanen hizo su aparición para darles la bienvenida.
—Queridos amigos. Lamento no haberlos recibido como es debido. Su temprano arribo fue inesperado —explicó.
—No se preocupe, su majestad. La reina Megara nos atendió de maravilla —comentó Gerlanch.
—Era de esperarse. Por favor, permítanme guiarlos en una recorrida por el castillo. Estos últimos amaneceres, hemos reconstruido una de las torres más altas, les agradará contemplar la hermosa vista del paisaje. Las hojas de los árboles del Bosque Carmesí pronto cambiarán de color. Será ideal para cazar venados, espero que puedan quedarse para la gran cacería.
—Nos encantaría participar —expresó Aidan. Todo animal cuya cabeza pudiera caber en su muro de trofeos, valía la pena para él.
Las familias de reyes aceptaron y lo siguieron. El matrimonio del reino de Marratech, se detuvo a apreciar el trono. Estaba elaborado con hierro, bañado en oro. El respaldo y el asiento, lo cubría varias capas de piel de venado, adornado con hilos dorados que unían los trozos, siempre manteniendo el bordado de tréboles de cuatro hojas, como símbolo característico de Advaland. El rey Hassan envidió los lujos, su trono era de grueso roble exportado de las tierras del sur, donde los árboles abundaban. Viniendo en zonas inhóspitas, apresado por extensos desiertos, evidentemente no contaba con los mismos recursos, por lo que reinar era un desafío.
—Es por aquí —les indicó Elías.
Amai, la reina, apretó el brazo de su esposo para traerlo de nuevo a la realidad. El hombre regresó la mirada al frente.
—Es usted muy amable, ¿capitán? A mi edad, es difícil orientarme —dijo Hassan, dubitativo.
Elías se reverenció:
—Así es. Soy el capitán de la guardia real.
—Eres muy joven para serlo. Eso demuestra sus excelentes habilidades y su lealtad. Mis felicitaciones, capitán.
—Gracias, su alteza. —Elías levantó la cabeza. Los ojos de Amai estaban clavados en él, como si intentara analizar cada uno de sus movimientos.
Finalizada la breve conversación, Elías los escoltó con el resto del grupo.
Amai, aún aferrada al brazo de Hassan, le susurró al oído:
—Huelo al dragón plateado, es el olor inconfundible de un asesino que utiliza el fuego. Recuerdo mi hogar, arder en llamas azules.
El hombre cerró los ojos, su bigote negro cubrió la leve sonrisa. Descubrir la identidad de un dragón plateado, era una gran ventaja. Ellos eran cuidadosos con su apariencia humana, ya que la utilizaban para viajar entre reinos y volverse uno más con la población.
Para los conejos como Naila, recorrer largas distancias no era un problema. Saltaban entre las copas de los árboles, y poseían una increíble velocidad para moverse en distintos ambientes, tanto en las crueles y frías montañas de Niels, como en bosques con abundante vegetación. Sin embargo, Naila prefirió cavar y cavar, hasta alcanzar una distancia que considerara segura. La visita de las familias reales aliadas de Empirio, movilizó a los soldados, haciendo que estos se desplazaran al Bosque Carmesí, cuidando de que ninguna criatura extraña se acercara, más estando al tanto de que un conejo fue visto dentro de la ciudad amurallada.
Naila salió a la superficie, aún los rayos del sol se sentían tibios, lo cual indicaba que seguía siendo mediodía.
—Tuvimos suerte de que no nos atraparan —dijo quitándose tierra de su ropaje.
Lulú saltó sobre su cabeza y miró hacia el oeste, logrando visualizar el pequeño arroyo que se ubicaba cerca a la casa donde vivían. Juntas recorrieron el resto del camino. Como afirmó Empirio, las hojas de los árboles se tornaban anaranjadas, la primera etapa para acabar con un color rojo intenso, que convertía al Bosque Carmesí, en un sitio inseguro para los animales.
—Hemos vuelto a salvo —anunció tras cerrar la puerta y toparse con una escena difícil de ver. Raito había tomado al conejo Toto entre sus manos y estaba por devorarlo, mientras Nona lo presenciaba horrorizada.
—¡¿Qué haces?! ¡Suelta a mi hermanito! —exclamó Naila dando fuertes y contundentes pasos hacia Raito. El temblor en el suelo no tardó en desequilibrar los sentidos perturbados del dragón negro, lo que provocó que dejara escapar al apetitoso conejo.
—No es mi culpa que la rata se me acerque. Estoy hambriento —argumentó Raito, todavía sentado en la cama sin poder levantarse—. ¿Conseguiste empleo?
Naila respondió con silencio, uno que lo explicó todo. Raito interpretó que había fallado. Aquella extraña mujer era su única esperanza, la conexión con Advaland que necesitaba para poder hallar a sus hermanos y reencontrarse con el dragón plateado, responsable de las dudas que lo atormentaban.
—¿Por qué fracasaste? —preguntó sorpresivamente el huésped.
—Digamos que… nuestra raza no le agrada al rey Empirio —contestó enseñando tristeza en su sonrisa. Raito sospechó en la elección de palabras, seguramente escondía un secreto, y no era merecedor de su confianza para conocerlo.
—Volveré en la noche… sola —habló decidida, pero sin conservar la misma motivación que en la mañana. Los recuerdos de su infancia, la muerte de sus padres a manos de Empirio, regresaron para revivir los antiguos miedos que creyó vencer con el transcurso del tiempo. El resto de los conejos la observaron con preocupación. Sabían los riesgos de ingresar al reino, no obstante la voz de su pueblo, de sus ancestros, de la tradición gritaban fuerte, y Naila no podía oír nada más, salvo eso.
Se hizo de noche. Empirio, tal y como lo prometió, ofreció un banquete a sus aliados. Las tres familias se instalaron en el comedor principal, destinado a grandes celebraciones. Solo el rey Aidan había llegado a compartir esa mesa con la nobleza de Advaland, cuando era un adolescente, aprendiz de su padre, cuya temprana muerte le otorgó el título. En aquel entonces, la presencia de una dragona plateada coronada como reina era una novedad. Aunque Aidan apenas era un joven, pudo comprender por qué Empirio había ignorado las tradiciones eligiendo a una dragona como esposa.
Por unos instantes, vio a la hermosa Diana ocupar el lugar que ahora le pertenecía a Megara. La hechicera era una mujer diferente, por más que se vistiera de dorado, que el brillo de los diamantes en su diadema brillara con el fuego celeste de las velas, no se comparaba con ella, algo en esa mujer le despertaba inquietud.
—Sepan disculpar mi atrevimiento, pero sospecho que nuestros invitados tienen un asunto que tratar con su alteza, además de la política —mencionó Megara, depositando una copa con vino sobre la mesa. Después de mantenerse al margen de la conversación durante una buena parte de la cena, intervino para exponer las verdaderas intenciones de los visitantes.
Detrás de los soberanos de Advaland, Elías miró a quien sería el sujeto que le respondería a su reina. El rey Aidan carraspeó:
—Agradezco su hospitalidad. La generosidad que ha mostrado hacia nosotros es inmensa, pero la noticia sobre el grupo de dragones negros que contrató nos desconcertó. Usted los engañó pagándoles para atacar una aldea de gigantes, esto pone en peligro el reino que usted y sus ancestros han construido. Temo que la alianza que forjamos también esté peligrando.
—Los asesiné sabiendo las consecuencias. Me enorgullezco de mi triunfo, pero no bajo la guardia. Sé que existen muchos enemigos ansiosos por ver mi cabeza clavada en una estaca. En este caso, el pueblo de estas criaturas desearía verme arder con sus llamas. —Empirio llevó la copa a sus labios, dio un sorbo y regresó su vista hacia Aidan—. Descuide, mi estimado amigo, los dragones negros poseen un escaso conocimiento de la raza humana, no les interesan las alianzas entre familias reales. Viven para matar.
Megara sonrió, movió la mano y la apoyó sobre la de Empirio.
—Mi esposo visualiza el futuro mejor que nadie. Este mundo le pertenece a los humanos. No importa lo poderosos que sean los gigantes o dragones, no levantan imperios, ni se expanden por horizontes desconocidos. Ellos destruyen y combaten por propósitos absurdos. Fuerza bruta, en lugar de sabiduría, prefieren desaparecer de la historia como monstruos temidos, en vez de ser recordados. Siempre he pensado que son mutantes de una naturaleza enferma que muere paulatinamente.
—La ira de los dragones negros caerá sobre Advaland —agregó la reina Liselot, resistiendo los movimientos bruscos de su bebé dentro, como si quisiera callarla. Megara cambió el rumbo de su mirada hacia el vestido rosa de Liselot, percibió los dedos temblorosos sobre su vientre hinchado.
—Deja las tonterías, paranoica mujer. Los dragones negros representan una pequeña población. La reina Megara tiene razón, mueren poco a poco. Cada vez nacen menos y dan la vida por su orgullo de guerreros, lo cual no los lleva a ningún lado —expresó Gerlanch, desprestigiando las palabras de Liselot.
—Si oyeras otras voces, aparte de los gemidos de tus amantes, señor esposo, descubrirás interesantes historias de los ancianos del castillo. Describen lo estúpidos e impulsivos que son los dragones negros. Muchos intentaron engañarlos, tendiéndoles trampas para desorientarlos. —Liselot hizo una pausa para contemplar la expresión estupefacta de su marido y siguió—: Algún día será su majestad, el que forme parte de las historias de un viejo senil, que se reirá del valiente humano que jugó a ser un dios, con los estúpidos dragones que terminaron devorándolo.
Empirio emitió una tranquila carcajada. Megara alargó su sonrisa, cubriéndose los labios con los dedos, pintando la punta de los mismos de color rojo.
—Aprecio su preocupación. Si terminara convirtiéndome en una trágica historia, anhelaré que mi nombre perdure como el valeroso rey que purificó esta naturaleza enferma. Sea mi final perforado por los colmillos de un monstruo o no, mi gente me recordará por mis actos. Siempre protegeré a los míos. Cueste lo que cueste.
Un silencio sepulcral inundó el comedor. Empirio demostró, una vez más, ser el rey aventurero que a menudo desafiaba a la muerte.
—Fu-fue un espléndido banquete —celebró Gerlanch.
Amai, la monarca del vestido verde, soltó los cubiertos. La velada había sido mejor de lo imaginado, principalmente por la intervención de Liselot, mujer que al principio parecía solo la burla entre los nobles.
—Me gustaría salir a tomar aire fresco. ¿Cree que un soldado pueda acompañarme? —preguntó.
—Por supuesto. Capitán, acompáñala —ordenó Empirio.
Elías acató la orden y guio a Amai hacia un rosedal elaborado en la segunda torre al oeste. Estaba repleto de rosas de diversos colores, incluso rodeando los arcos que se elevaban sobre los caminos que convergían en el centro del lugar.
—Es un rosedal precioso. ¿Megara ordenó crearlo? —curioseó la invitada.
—No, fue construido para la antigua reina.
—Oh, he escuchado sobre Diana. Cuentan que su belleza era incomparable. Corríjame si me equivoco, capitán, pero tenía entendido que por desgracia ella enfermó a muy temprana edad, sin haber podido darle a su esposo un príncipe. Es una pena que algo tan hermoso perezca. —La mujer recorrió la mano sobre los suaves pétalos de las rosas, cuidando de no toparse con las filosas espinas, acción que Elías observó con detenimiento—. También cuentan que Diana era una dragona plateada, y que la única posibilidad que tenía de engendrar un hijo… la desperdició en un hombre que la abandonó. —Se alejó de las espinas, tras visualizar las llamas azules de las antorchas, alterarse con una repentina ráfaga de viento.
—El rey Empirio se lo advierte —habló Elías, manteniendo su imperturbable calma, mientras los pétalos más débiles volaban alrededor de su oscura figura de ojos celestes y brillantes.
—¿Me lo advierte?
Un hilo de sangre violeta escapó de la mejilla de Amai. No alcanzó a notar, cómo su resistente piel se desprendió al probar el filo de la espada del capitán, mucho menos divisó el movimiento rápido y certero.
—Sugirió que su majestad, el rey de Marrachet, no viajara acompañado por usted. Quiso perdonarle la vida —explicó Elías, conservando la misma postura, la cual parecía no haberse movido de su posición inicial.
—¿El rey Empirio Virtanen quiso perdonar mi vida? —balbuceó Amai.
—No sería la primera vez. —La provocación de Elías fue la gota que derramó el vaso. Comenzaron a nacer escamas verdosas en el rostro de la reina. Los dientes se contrajeron hasta desaparecer, y los colmillos superiores se alargaron. La lengua también cambió, se abrió en dos volviéndose fina, igual a la de una serpiente. El cuello se deformó, estirándose tanto, que cualquier humano no sería capaz de ver la cabeza a lo lejos.
La sombra de Amai se extendió por el rosedal, haciendo que las llamas azules se redujeran a pequeñas luciérnagas. Elías no aguardó el final de la transformación, cada segundo contaba para proteger su identidad como dragón plateado. Confió en sus habilidades, en la hoja de su espada, que había rebanado enormes monstruos por todo el continente. Desenvainó, calculó la distancia ideal para saltar y acertar un golpe letal.
—¡Tú y Empirio destruyeron Nido de serpientes! ¡Asesinaron a toda una población! —Se escuchó la voz grave y distorsionada de Amai, llorando la muerte de su pueblo.
El temblor del peso de la serpiente gigante, se sintió en las torres del castillo, inclusive en los calabozos, a metros y metros de profundidad. Acompañar a la criatura disfrazada de humana hacia el rosedal, fue una excelente estrategia para destruir el último recuerdo de Diana en Advaland. Megara bebió de la copa, al mismo tiempo que las familias reales abandonaban el comedor, espantados con el suceso.
—Qué niño más travieso —comentó apretando la mano derecha de Empirio, quien miraba llover los pétalos rojos de rosas.
Elías se preparó para atacar, tomó impulso y saltó hacia el cuerpo de la serpiente. Mordió la empuñadura de la espada, para posteriormente trepar ayudándose con las escamas. Amai se movilizó, estrelló la punta de su cola en un muro. Los escombros se dirigieron a Elías, pero los esquivó a tiempo. El brillo en la mirada del capitán se intensificó, apoyó los pies sobre las escamas, y de nuevo se impulsó dando un salto para lograr alcanzar la cabeza del monstruo. Una vez en la cima, enterró la punta de la espada en la frente de Amai. Los ojos amarillentos del reptil gigante de largos cuernos se centraron en Elías, el hombre terminó de enterrar la hoja por completo. Era doloroso, pero un dolor soportable para una criatura así. Movió la cabeza con violencia, lanzando a Elías hacia el muro destruido. El capitán ingresó a la torre y se estrelló contra la pared.
Amai, inquieta, envió su cola al interior del castillo con el afán de aplastarlo. Elías la evitó, saltó sobre ella y corrió utilizándola como un puente que lo guiara de vuelta a su espada. Exhibiendo asombrosa agilidad, eludió un mordisco y se lanzó hacia la frente. Sujetó la empuñadura en el aire, la quitó de un solo movimiento. Para rematar el combate, dio una voltereta y cayó con mayor agresividad dentro de la boca del monstruo. Amai creyó que lo había matado con cerrar su mandíbula, pero no fue así. Cometió un terrible error al cerrarle las salidas a un dragón. Elías se transformó… el resultado, fue imaginable.
Los trozos cayeron como escombros impactando contra el suelo, un diluvio de sangre violeta tiñó el ya arruinado rosedal. Entre el peligroso e inestable ambiente aparecieron los nobles, impactados con el increíble evento. Liselot abrazó a su hijo Gerrant para protegerlo de la sangrienta imagen del dragón plateado, sin embargo, el niño pudo espiar y ver su sueño hecho realidad.
Empirio encabezando el grupo, elevó la vista haciendo contacto visual con su sirviente.
Elías lo interpretó y se arrodilló.
—Un miembro… de la raza de las serpientes atacó el castillo —concluyó Empirio tras avistar restos del vestido de Amai.
—¿Cómo es posible? —se asombró la reina Nessa.
—Tal vez Hassan consiga despejar nuestras dudas. El reino de Marrachet es vecino de Nido de Serpientes, y por lo visto su esposa era un monstruo con escamas —intervino Megara.
Los adultos dirigieron sus acusadoras miradas al veterano.
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