Black dragon - 5
Hassan quedó acorralado, después de que su esposa, Amai, fuera derrotada por el dragón plateado, en su intento de vengar a las serpientes muertas por órdenes del rey Empirio, soberano empecinado en exterminar las criaturas que consideraba peligrosas para los humanos. Era un objetivo noble, proteger a una raza que no poseía un gran tamaño, ni un gran poder para defenderse de los atacantes. Los humanos conquistaban territorios gracias a los avances en su tecnología, y a las alianzas que formaban, sin embargo esto costaba años y años de arduo trabajo. Era habitual que los reyes murieran sin lograr ver el fruto de sus esfuerzos, ya que la expectativa de vida descendió por las pestes y enfermedades entre especies. La dinastía Virtanen tardó siete generaciones en conseguir la atención de los dragones plateados, con lo que eso ameritaba. Empirio no estaba dispuesto a perder ese preciado tiempo, perdonando a un estúpido y desorientado anciano.
El traidor se arrojó a los pies de su antiguo aliado, suplicando por su vida entre escandalosos llantos.
—¡Por favor! ¡Usted es un hombre piadoso! ¡Perdone la vida de este anciano! ¡Renunciaré a mi nombre! ¡Me iré al desierto y jamás volverá a saber de mí!
—Es una pena que se dejara manipular por una serpiente —comentó Megara cruzándose de brazos.
—No gastes saliva en vano. El rey Empirio no tolera la traición —habló el único verdadero aliado, Gerlanch, el que seguía manteniéndose fiel a la generosidad de Advaland.
—¡Capitán! —Empirio alzó la voz. Elías lo oyó y volvió a desplegar las alas.
—¡No, por favor! ¡El dragón no! —exclamó Hassan arrastrándose en dirección contraria.
—No recuerdo que hayamos revelado su identidad —descubrió la hechicera. El resto de los nobles, asombrados, dirigieron sus miradas hacia Elías. Tener al dragón como capitán de la guardia real, en el campo de batalla, liderando a los soldados, volando, lanzando llamas, y custodiando la seguridad del pueblo, eran evidencias de las increíbles habilidades que desarrollaban los plateados.
Hassan continuó arrastrándose, alejándose de su verdugo, esquivando las rocas en intentos inútiles y torpes por escapar de la muerte. Empirio, silencioso, volteó y caminó regresando al interior del castillo, ignorando los vergonzosos ruegos del anciano. Megara lo siguió detrás, hasta que la luz blanca de la luna dejó de iluminarla. Allí, elevó el brazo y con él, las rocas se levantaron respondiendo al hechizo que acababa de activar con un susurro.
—Ustedes no irán a ningún lado.
Gerlanch no entendió por qué la reina comenzó a bloquear la única salida, su familia aún pisaba una zona inestable, delante de un dragón que no paraba de observarlos con los ojos brillosos y penetrantes. Su esposa lo descifró primero, se lanzó contra las rocas, momentos antes de que la imagen de Megara desapareciera.
—¡Malditos! ¡Mis hijos apenas son niños! ¡¿Qué daño pueden hacerles?! —gritó Liselot golpeando las rocas con sus débiles puños.
—¿Su… majestad? ¿Qué… intenta hacer? —preguntó Gerlanch sin comprender la situación.
—¡Abre los ojos! ¡¿No te das cuenta de que nos matarán?! —Lo sacudió la mujer.
—Es imposible, su majestad no haría eso.
Gerrant, en medio de sus padres, movió la cabeza para contemplar a Elías y le sonrió de oreja a oreja. El dragón plateado entrecerró los ojos evitando el contacto visual, actitud que Virtanen hubiera castigado como debilidad.
—Mamá, ¿esa mujer tiene razón? ¿Nos matarán? —temió la joven Deidre liberando las primeras lágrimas.
—Mantente firme, eres la princesa de Garlock —dijo Aidan colocando la mano sobre el hombro de su hija—. Nuestra familia confía en quienes dejamos atrás.
La reina Nessa se quitó la corona y la depositó cuidadosamente en el suelo.
—Fue un sueño muy corto, esposo mío, pero he disfrutado de él. Cada segundo siguiendo tus pasos. Estuvimos en la cúspide de la historia de Garlock, quienes dejamos atrás, no olvidaran las llamas azules.
—¿Por qué? Mamá, papá… ¿El rey Empirio no era nuestro amigo?
Tanto Aidan como Nessa la tomaron de las manos y le ofrecieron un último abrazo. Pese a las largas horas estudiando, aprendiendo sobre política y tácticas de guerra para apoyar a su padre y a un futuro rey, Deidre no logró arrancar su inocencia de niña. Estaba aterrada, sufriendo al saber que moriría sin comprender que la traición en una alianza, traía desgracias para los involucrados. Empirio usó la ejecución de Hassan para asesinar a tres líderes, dejar desprotegidos a los reinos e invadirlos.
Los soldados que acompañaban a las familias reales, fueron sorprendidos por sus actuales enemigos. También habían sido abastecidos con un banquete para despistarlos. El número no bastó para enfrentar la evidente amenaza de la guardia real. Fue una masacre, la orden de matar sin tomar prisioneros, hizo que el comedor se tiñera de rojo, que los pasillos se convirtieran en caminos de órganos humanos, para los sabuesos hambrientos, que persiguieron hasta el último de pie.
Gerlanch, en un ataque de locura, intentó saltar hacia la siguiente torre, huyendo de la desesperante idea de ser carbonizado por el dragón, pero la falta de equilibrio lo condenó a una horrorosa muerte. Cayó desde las alturas al suelo, pintando un enorme charco de sangre debajo.
Liselot abrazó a Gerranch. El niño no despegó los ojos de Elías, ni de las llamas azules que se acercaban lentamente.
—Algún día, cuando sea un rey como papá, traeré a un dragón plateado a Amsrott.
Afuera del castillo, los habitantes de Advaland celebraron las llamas azules, brindando con cerveza y vino en las calles del pueblo. Entre la multitud, Naila logró divisar las alas del dragón aletear, hasta que el fuego se extinguió. Apretó con fuerza las manos sobre el pecho, como si este sintiera el calor abrasador quemarle por dentro.
—Sigue aquí —murmuró llevándose una gran decepción. El transcurso de los años, solo contribuyó a que el pequeño dragón creciera, y se aferrara a su deber como protector del reino, lo cual significaba obedecer a un hombre capaz de asesinar sin control.
Aunque la alegría se apoderó del lugar, las peleas no tardaron en llegar. Los ebrios repartieron puños, provocando que las calles fueran peligrosas para una dama. Naila se refugió de la violencia en un callejón oscuro. Comprobó que no fue una buena idea reintentar en una noche de festejos, en un evento que no se había presentado nunca. Los antiguos reyes respetaban las alianzas con otros reinos, eran cautelosos y preferían mantener amigos antes que enemigos, sin embargo, Empirio había demostrado que ser el centro de atención lo era todo. Estaría en boca de todo el mundo como un líder odiado… pero también temido.
El Consejo Real se reunió tras enterarse del terrible suceso, lo llamaron demente, no obstante nadie se atrevió a iniciar una rebelión, ni a cuestionar sus decisiones. Megara estaría allí para escucharlos, y enfurecer a una hechicera de tal nivel, era un suicidio. Ellos eran reemplazables, pero no los seres poderosos que lo rodeaban, tanto las llamas como la magia podían arrasar con ejércitos.
Naila aguardó en la oscuridad, observando la mitad de la luna aparecer entre las nubes.
—¿Qué haces aquí? —preguntó una voz conocida. Naila miró a un costado, era un hombre calvo, grande y obeso. Lo recordaba, era uno de los tantos cocineros del castillo que fueron despedidos cuando Diana falleció. Se alegró al reconocerlo, Jarol se dejó ver, tenía puesto un delantal blanco y largo manchado de vino y cerveza. Del bolsillo colgaba un trapo sucio, señal de que se encargaba de la limpieza de alguna taberna, o en el mejor de los casos, era dueño de una.
—Así que tú eras la famosa mujer que apareció con un conejo. ¿Acaso has perdido la cabeza?
—Es… difícil de explicar.
Jarol liberó un largo suspiro:
—Acompáñame, iremos a mi taberna.
La mujer aceptó sin darle vueltas al asunto. Creyó que tal vez podía convencerlo para que la ayudara a conseguir empleo. Ingresaron por la parte trasera de la taberna, el único negocio que permaneció cerrado a los festivos clientes. Se instalaron en la cocina para conversar.
—Esconder a las mujeres y niños para que no presencien cómo su dragón quema a tres familias… así es nuestro rey —comentó Jarol mientras saboreaba el gusto del vino en su paladar.
—¿Cuándo se detendrá? —preguntó Naila quitándose el pañuelo de la cabeza. Las orejas se alzaron y el largo cabello rizado cayó sobre su espalda. Jarol asoció el tono claro de los mechones con los de Niels, el padre de Naila. Él era diferente a cualquier otro de su especie, era enorme para el tamaño promedio, más como un monstruo de las nieves, tierras muy lejanas a las templadas zonas de bosques. Compartía la abundante cabellera casi albina con su padre, la actitud aniñada y despreocupada como el gigante conejo, mientras que por otro lado, mantenía viva la belleza de su madre, Iri.
—Me recuerdas mucho a tus padres. Me alegra saber que no se perdieron en mi memoria. —Jarol le sacó una tímida sonrisa—. No entiendo por qué regresaste a este reino lleno de dolor para ti.
—Necesito conseguir monedas. El negocio de los vegetales no funciona como esperaba. Hay… alguien a quien estoy cuidando, un hombre moribundo que encontré en el bosque.
—Los conejos y sus estúpidas costumbres de servir —bufó el hombre—. ¿Qué han hecho los demás por ustedes más que marcarlos como una raza maldita? Te has estado escondiendo desde que eras una niña. No deberías preocuparte por nadie más que por ti misma.
—No puede levantarse de la cama, ni caminar —discutió Naila elevando levemente el tono de voz.
—¿Quién es el desgraciado que te obliga a exponerte? —El enojo en el viejo cocinero se incrementó, desde que conoció a Iri y a Niels, supo que trabajar como mucamas y sirvientes, perseguir una tradición de esa magnitud, era una locura. Pero no era quién para cuestionarlos, su historia los respaldaba, después de todo, eran criaturas diferentes a los humanos—. ¡Harás que te maten! ¡Advaland no es el mismo reino que antes! ¡Acabas de ver cómo Elías liberó sus llamas! ¡Entiende que ya no existe nada para ti aquí!
Nombrar al lejano dragón que estaba oculto en su memoria, revivió un sentimiento casi muerto. Ambos eran amigos de la infancia, vivían en el castillo del rey Empirio, cada uno cumpliendo con su rol. Eligió callar, dejar que Jarol terminara, para luego partir en busca de otra taberna que la acepte como trabajadora, cargando con la angustia y el sufrimiento que guardó durante años lejos de su día a día.
—Encuentra otro lugar donde vivir con tus conejos, uno lejos de las personas que se aprovechan de tu generosidad.
—Conoces nuestra historia… mi raza sí está maldita… por esa razón yo… quiero mostrar que nuestra generosidad no es un pretexto para negar las noches de luna llena. —Naila volvió a atar el pañuelo para esconder su verdadera naturaleza y prosiguió—: Un pequeño conejo se arrojó a las llamas para alimentar a un dios que lo necesitaba. Lo revivió y lo convirtió en lo que somos ahora. Gracias a ello podemos vivir con estos cuerpos, pararnos en dos pies, pensar y hablar. El sacrificio, servir está en lo que somos.
—Olvidas la parte de la leyenda que involucra el descontrolado poder que ese dios les otorgó para que se defendieran de los depredadores. Todo en este mundo tiene su precio, sean las llamas o los ojos carmesí. ¿No crees que ya has pagado suficiente?
Naila se puso de pie, y se dirigió a la salida. Dijera lo que dijera, nada la haría cambiar de parecer. Para los demás era una respuesta sencilla, apartarse de los peligros y esconderse en otro lugar donde pudiera encontrar paz, sin embargo, para ella era distinto. Veía a Raito ardiendo en fiebre, hambriento. Era un guerrero con una imponente presencia, sin la capacidad de poder valerse por sí mismo. Si los espíritus del bosque lo posicionaron en su camino, debía existir un motivo.
—El hombre moribundo que acogí se ve fuerte… mucho más fuerte que tú, que cualquier soldado de Advaland. ¿Por qué alguien así no logra levantarse de la cama? Algo le ocurrió, puedo deducirlo con solo mirarlo. No lo abandonaré, y si no estás dispuesto a darme trabajo, buscaré en otra parte. —Naila no miró atrás, abrió la puerta, a lo que Jarol la detuvo.
—Espera. De acuerdo, te aceptaré, pero no saldrás de esta cocina. Ten presente que estaré vigilándote, un error y estás fuera. ¿Fui claro?
Las palabras del dueño de la taberna la hicieron saltar de la alegría. Naila se lanzó a los brazos de Jarol y este la recibió como si estuviera recibiendo a la hija que nunca tuvo.
—¡Papá estaría muy contento de vernos trabajar juntos de nuevo!
—No, por el contrario, Niels estaría estrangulándome en este momento.
La noche fue muriendo y con ella, la poca humanidad que le quedaba a Elías. Se sentó sobre su cama a reflexionar. Estaba convencido de que los dragones eran distintos a los humanos, no obstante, vivir toda su vida con ellos, lo ayudó a desarrollar una clase de apego y debilidad hacia los más indefensos, los niños. Quemar a un pequeño con la mirada esperanzada, a una mujer que albergaba otro dentro, a una familia que abrazados, enfrentaban la muerte, le dio mucho en qué pensar. Fue criado en el castillo de Advaland, educado en todas las áreas del conocimiento, adoctrinado para obedecer a su rey, a pesar de eso, todavía albergaba, preso en su pecho, culpa y remordimiento, lo cual crecía constantemente.
Envió la punta de una daga a su pecho desnudo, este apenas tocó la piel. Se necesitaba más que un puñal para atravesar el corazón de un dragón, aun en su forma antropomorfa. A Elías no le importó, intentarlo lo calmaba, imaginar que esa vez sí funcionaría. Trató de hundir la hoja, pero se dobló al instante. Desganado, arrojó la daga contra la pared, destruyéndola en varios trozos. Si bien recordaba, las escamas de los dragones negros muertos, le otorgarían mayor resistencia a las hojas de las espadas, eso afirmó Megara, así que, hasta que no estuvieran listas, no podría saber si estas lo lastimarían. Deseaba que la hechicera no se hubiese equivocado, sabía que le era imposible morir en combate, a ojos de los soldados y de Empirio. Hacerlo en soledad, finalmente lo liberaría de las cadenas de haber nacido, pagando el precio de su poder desde el primer respiro.
Se echó hacia atrás recostándose en la cama. Cerró los ojos, se sentía mejor cuando se alejaba de la realidad, ya sea soñando o recordando los momentos felices, aquellos que desaparecían poco a poco.
Era una mañana soleada, de las últimas que Diana presenció sentada junto a la ventana de la habitación matrimonial. A esas horas, Empirio se dedicaba a atender al pueblo, escuchar sus necesidades. Era una tarea que no le competía a la reina, mucho menos cursando una grave enfermedad. Los dragones plateados no solían enfrentar enfermedades, sobrevivían a pestes y epidemias, pero Diana no logró escapar de la más inusual de todas. En el castillo la llamaron “el invierno”, el cuerpo de los enfermos se enfriaba de a poco, hasta que el corazón dejaba de latir. Diana empezó a padecerla, tiempo después de dar a luz a Elías. Algunos sirvientes del castillo, suponían que su hijo había robado sus llamas, como castigo por casarse con un humano. Este rumor fue haciéndose popular, porque cada vez que un soldado lo oía, una ejecución se presentaba en la mañana.
Diana era una reina tranquila, hablaba solo lo necesario y no intervenía en las decisiones de Empirio. Siempre se mostraba sonriente, vistiendo de color blanco y celeste como los de su raza. El rey ordenaba en cada temporada, que pintaran las rosas para sus lujosos vestidos, por esta razón únicamente en Advaland se conocían las rosas celestes.
Le gustaba sentarse junto a su ventana, a observar el inmenso rosedal. El entrenamiento matutino de Elías era intenso, por lo que no lo veía a menudo a tempranas horas, sin embargo aquella mañana, una traviesa coneja lo llevó por mal camino.
—¡Reina Diana! ¡Mire lo que hallamos en los establos! —exclamó la pequeña Naila llevando apresado entre sus manos embarradas, un pequeño roedor de cola esponjosa. Vestía lo que quedaba de un vestido rosa, con moños en las puntas ya deshechas.
—¡No entres a la habitación de su majestad! —La persiguió Elías, enojado con el atrevimiento. En el pasado, los niños dragones plateados conservaban un uniforme blanco reluciente, con cadenas de oro. Las botas de Elías se encontraban sucias de lodo, por supuesto que en menor grado que su compañera de aventuras.
Ambos tenían personalidades opuestas, Naila escapaba de sus estudios, saltaba de torre en torre buscando sus “tesoros”, animales que hospedaba en su cuarto y los convertía en sus amigos. En cambio Elías, era exigente, responsable con sus estudios y su entrenamiento. Si corría detrás de Naila, era para que esta no se metiera en problemas. En una ocasión la halló comiendo zanahorias debajo de la mesa del Consejo, interrumpiendo el inicio de una audiencia importante con el rey, entre otras travesuras.
—Veamos qué tienes ahí. Oh, es una cría de ardilla —dijo Diana observando al animal durmiendo entre las manos de Naila.
—¿Una ardilla?
—Sí, se parecen a tus ancestros, solo que… en lugar de orejas largas tienen colas largas.
—Su majestad, le advertí que estarías descansando y no quiso oírme —las interrumpió Elías, el único descontento con la situación.
—¿Por qué escapaste de tu entrenamiento? —Diana se puso seria—. No persigas a una exploradora, concéntrate en lo que debes hacer.
Elías, avergonzado, inclinó la cabeza.
—¡Perdón, su majestad!
—La naturaleza curiosa de un conejo es difícil de controlar. —Sonrió la reina peinando los rizos alborotados de la niña—. Pero no son peligrosos, es más, son serviciales. Mira a Iri, siempre está cuidándome.
Elías recordó a Iri, era cierto que cumplía su trabajo cuidando de Diana, pero esto a veces era contraproducente para su propia familia. Mientras preparaba el desayuno para la reina, Naila hacía de las suyas en todo el castillo.
—Hijo, ya que estás aquí. Hay algo que quiero mostrarte. —Diana se levantó de la silla, y despacio caminó hacia una pila de libros que guardaba para sus lecturas diarias—. Acércate.
Elías obedeció, Naila lo siguió con la mirada, interesada en lo que la reina pretendía enseñarle. Diana abrió un libro y le develó una página.
—Observa con atención. ¿Qué ves? —le preguntó.
—Es una representación de una batalla del reino de Advaland —acertó Elías. Se podía ver a los soldados vencer a sus enemigos. Las armaduras eran distintas a las actuales, más arcaicas, pero de igual forma parecían sorprendentes a ojos del niño.
—Correcto. Ahora mira de nuevo. Dejaré que esta página sea alcanzada por los rayos del sol. —Diana acercó el libro a la ventana. Su hijo consiguió divisar, cómo la silueta de un dragón plateado nacía en el cielo de la ilustración.
—Sorprendente, ¿no? Este libro fue creado para nosotros, para decirnos que gracias a nuestra ayuda, los reyes pueden prosperar. A veces debemos ocultarnos entre los humanos, o volar entre las nubes blancas para poder atacar sin ser vistos, pero siempre estamos presentes en sus conquistas.
—¿Quiere decir que Elías algún día será como los dragones del libro? —curioseó Naila.
—Sí, su entrenamiento lo prepara para las batallas, para proteger a Advaland y hacerlo prosperar. Igual a como lo hice en mis mejores momentos.
Elías miró al dragón sobre la página, se cuestionó si en un futuro, tal y como afirmó Diana, podría llegar a participar de batallas, ganarse el agradecimiento de su rey. Tomando como referencia su presente, dudaba de ello.
—¿Quiere decir que ganará muchas monedas en batallas? ¿Como los soldados del rey? —continuó preguntando Naila.
Diana dejó escapar una carcajada, Elías no reaccionó igual, su futuro no le quitaba ninguna risa, sino un cúmulo de preocupaciones.
—¡Entonces podrá comprarme la huerta más grande de todas! ¡Una donde pueda plantar todos los vegetales que pueda! —exclamó la coneja dando un salto hasta tocar el techo.
Su compañera era escandalosa, pero existía algo en ella que le impedía odiarla. A pesar de los problemas que lo obligó a enfrentar, de las veces que debió responder por su mal comportamiento, esa energía inagotable que tenía, era contagiosa, lo hacía sentir que antes de ser un guerrero, también era un niño.
En el presente, el dragón plateado abrió los ojos. Lo despertaron los relinchos, el sonido de las pezuñas de los caballos contra el suelo. Una caballería partiría pronto, y no debía quedarse atrás. Una nueva misión tocaba a su puerta, negarse o escapar, no era una opción.
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