Black dragon - 8
Ambos caminaron por los callejones oscuros y vacíos. La tormenta fue su cómplice, porque gracias a ella, pudieron ocultarse debajo de largas capas grises, y acudir a un sitio, en el cual los visitantes decidían igualar sus apariencias para ingresar. Elías guió a Naila todo el recorrido, sin pronunciar ninguna palabra desde su encuentro, simplemente la tomó de la mano, formando una cadena que los mantuvo unidos. Naila no le preguntó hacia dónde se dirigían, sin embargo, de una cosa sí estaba segura, su destino no sería el castillo de Empirio.
Entraron a una casa parecida a las anteriores del último tramo, temió alzar la mirada, hacer contacto visual con cualquiera y ser reconocida por haber aparecido en el mercado con un conejo, pero los extraños sonidos la obligaron a ver. Los primeros sectores de la residencia estaban divididos por biombos. Las parejas menos discretas, copulaban a plena vista, sin recato. Nerviosa, presionó la mano de su compañero, Elías se limitó a decirle que siguiera caminando. Los gemidos se fueron multiplicando, había prostitutas, campesinas endeudadas y esclavas, estas dos últimas emitiendo también gritos de dolor. Era insoportable, se fueron haciendo más audibles, a medida que se introducían al corazón de la propiedad.
—Señor, hoy vino acompañado —habló una voz frente a Elías. Era un hombre de avanzada edad, llevaba una túnica morada, con el símbolo de Advaland bordado en las puntas de las mangas. Tenía gran experiencia en el rubro, todo el comercio y la distribución del placer estaba a su cargo. Los nobles y allegados al rey tenían habitaciones especiales, y la mayor discreción de los profesionales que allí trabajaban. Podían llevar a quien quisieran, hacer lo que quisieran, estuviera dentro de la ley o no.
—No tiene de qué preocuparse. Recibirá la mejor atención, usted es nuestro héroe, el vencedor de los malvados dragones negros, conquistador de las duras tierras de Galcrok…
—Es suficiente —lo silenció Elías.
Naila reaccionó a lo dicho por el dueño del burdel, se enteró de que cabía la posibilidad de que Raito y Elías ya se conocieran.
Sin más demoras avanzaron hacia la habitación destinada al capitán. Al contrario del resto del burdel, era un sitio limpio, prolijo y bien adornado. La cama era amplia, las sábanas de fina seda y las alfombras de pieles de animales cubrían la mitad del suelo.
—¿Cuántas veces más me forzarás a perseguirte? —preguntó Elías quitándose la capa, dejando ver lo mucho que había crecido desde la última vez que lo vio. No conservaba la misma mirada, ahora era gélida, careciendo de toda pizca de sentimiento. Los rasgos faciales eran delicados, resaltando el atractivo de un hombre joven de aparentes veinte y tantos años. Naila observó al nuevo Elías, preguntándose cuánto tiempo había estado sin sonreír, lamentando la muerte de su madre, a quien tanto quería y respetaba.
—Las viejas costumbres no se pierden —bromeó Naila para alivianar el ambiente.
Elías arrojó la capa sobre la cama, y se sirvió una copa de vino, ubicada sobre una mesa circular.
—¿Fue Jarol, el cocinero, el que te empleó en su taberna? —interrogó, luego de dar el primer sorbo.
—Intentaba ayudarme a sobrevivir.
—¿Tú? ¿Sobrevivir en Advaland? ¿Acaso ha perdido la cabeza?
—Puedo hacerlo, lo he hecho en las afueras del reino por un largo tiempo.
Hubo un silencio incómodo entre los dos. El capitán se sentó sobre la cama, movió la copa bañada en oro, agitando el vino dentro.
—Tengo demasiados asuntos que atender, no tengo tiempo para ser tu niñera.
—Ya no soy una niña.
—Entonces deja de comportarte como una. No eres pequeña para escabullirte entre la gente, y por lo visto tampoco eres inteligente para engañar a otros, porque saltas en los tejados para huir. ¡Si planeas actuar como una humana, al menos ten el conocimiento de que las mujeres humanas no saltan así! —Elías rompió la copa con sus manos, los filosos trozos no abrieron ninguna herida en sus dedos, pero de igual forma, Naila lo vio sufrir.
Aguardó unos segundos, para retomar el habla:
—Esperaba que fueras más alto.
Elías frunció el ceño, Naila continuó:
—¿Traes a tus amigas a este desagradable lugar?
El dragón plateado optó por seguirle el juego, usó su oportunidad de burlarse de ella.
—No a todas, solo a las vírgenes.
Molesta, tomó una de las tres jarras de vino y la vertió sobre la cabeza de su antiguo amigo. La reacción al vaciarla, fue de lo más inesperado, el hombre rió a carcajadas. Había olvidado lo que se sentía reír así, sin importarle lo escandaloso que sonara, o lo ridículo que se vería en un sirviente del rey.
Naila suspiró, todavía mantenía el rubor en sus mejillas, inquieta por el comentario, y los pesados senos apoyados sobre sus brazos. Elías la miró, evitó hacerlo demasiado tiempo, porque sus encantos femeninos lo hipnotizarían, y lo último que quería era perder la razón. Llevársela consigo, no a los pies del rey, ya había sido un terrible delito. Empirio se esmeró en asesinar a casi la totalidad de los seres de luna llena, como para perdonarlo a causa de un desliz.
—Por favor, no arrases con el negocio de Jarol —pidió la joven, sentándose a su lado en la cama. La cercanía era peligrosa, pero Naila no tenía miedo, confiaba en él.
—No lo haré, en tanto tú me prometas no arrasar con Advaland.
Nalia percibió el cansancio en la voz del capitán de la guardia real. Sabía que se refería a la primera noche de luna llena. De niño, vio a los caballeros ser destrozados por la incontrolable furia de las implacables bestias, caídos sobre charcos de sangre y restos de órganos, incluso la reina Diana, fue víctima de esa maldición.
Las palabras de Elías le dieron mucho en qué pensar. Si continuaba ayudando a Raito, terminaría alimentando a ella, y cuando ella se fortalecía, no existía nadie capaz de detenerla. Arrasaría con Advaland, con la gente, con todos los encargados de exterminar a su pueblo. Conflictiva con la situación, dudó de si contarle la verdad o no, revelarle que un dragón negro se hospedaba en su casa. ¿Elías sería su salvación? ¿Acudiría junto a un gran ejército a asesinar a Raito? Definitivamente, sus problemas estarían resueltos, pero una vida se perdería como resultado de ello. ¿Estaba dispuesta a delatarlo? ¿Estaba dispuesta a condenarlo a muerte? Flaqueó, los pensamientos la azotaron de tal modo, que su cuerpo lo expresó. Se dejó caer hacia un lado, Elías la rodeó con sus brazos, permitiéndole descansar sobre su pecho.
—Tranquila… aunque te persiga, nunca voy a alcanzarte. Si un dragón como yo no puede atraparte… nadie más lo hará.
—Un… dragón —susurró, pensando en Raito, en la venganza que dijo no poder alcanzar. Podría ser la primera en su lista por atraer al enemigo estando desprevenido, por darle cobijo y luego apuñalarlo por la espalda. Cerró los ojos tras sentir los labios de Elías rozándole el cabello. Era reconfortante sentir el contacto suave, cuidadoso de las manos, deslizándose sobre su piel. Movió las orejas, accidentalmente le hizo cosquillas en la mejilla, acción que lo impulsó a apartarse.
—Lo siento. —Sonrió Naila tomando distancia. Aceptar consuelo no era una sabia decisión. Debía controlarse, sus hermanos la necesitaban, un error y le costaría sus vidas.
—Amanecerá pronto, será mejor que regreses al bosque.
Los nacientes rayos de sol se asomaron en el horizonte. Antes de que los habitantes salieran de sus hogares a emprender otro día de trabajo, Naila y Elías cruzaron la muralla en dirección al bosque.
—Es tiempo de que tú regreses al castillo —le dijo la mujer conejo dedicándole una última sonrisa.
El consejo de Elías no cambió, siendo una traviesa niña, o una adulta que llevaba las riendas de su vida, la despidió con un “ten cuidado”.
La vio perderse en la espesura de la vegetación. Momentos después, una Fedrea, de las que se encargó de explorar la zona, apareció formándose a partir del suelo arenoso.
—Amo Elías, ha sucedido una tragedia. Hallé a una de mis hermanas muerta en el bosque. Tenía el cuello roto, fue asesinada.
El hombre no le dio mucha relevancia al asunto, las preocupaciones que lo aquejaban estaban por fuera de eso.
—Quiero que la sigas —dijo, inexpresivo.
—¿Siga a quién?
—A la mujer que se acaba de ir. Sabes cuál, esperaste a que se fuera para salir.
—¿Por qué me lo pide?… A su padre no le gustará enterarse de que usted me usa para… —intentó cuestionarlo, sospechando de la imprudencia que cometería el joven.
—¡Obedece! —Elías elevó la voz, enfurecido.
Volver a ver a Naila, sacudió sus emociones, más después de avistar la marca en el brazo que Raito le dejó debajo de las mangas anchas. Quería conocer al responsable, hacerle una repentina visita para provocarle el doble de dolor. El capitán de la guardia real no tenía permitido ajustar cuentas personales, pero embriagado gracias a unas cuantas copas de vino, junto con la imagen cautivadora de su vieja amiga, lo que debía y no debía hacer, no le importó.
Retornar a su hogar dejó de ser lo mismo. Naila caminó por el bosque observando la mejor ruta para cavar. Comenzaría con su trabajo, luego pensaría qué hacer con Raito, como le explicó, cavar el túnel le llevaría tiempo, justo lo que necesitaba para tomar una decisión. Cruzó el arroyo de un salto, recorrió el último tramo y escogió el sitio indicado. Los troncos caídos de varios árboles serían el escondite perfecto para la entrada de la construcción. Utilizó sus brazos para perforar la tierra húmeda por el rocío, creando un profundo agujero de un solo movimiento. En su niñez, jugaba a esconderse en el bosque, haciendo agujeros como ese, la diferencia, fue que al tener el cuerpo de una adulta, el tiempo se redujo significativamente.
Al parar, descubrió el gran avance que tuvo. La estructura se veía sólida, pero hacía falta altura. Podía desplazarse arrastrándose dentro del túnel, sin embargo, considerando la estatura de Raito, no podría lograrlo. Debía pensar algo mejor; la larga distancia, la profundidad del suelo, las construcciones del reino, todos estos aspectos influían para una perfecta planeación. Por un instante, meditó sobre los errores que correría el riesgo de cometer. Sepultarlo durante su travesía al castillo, sería una tentadora salida.
Naila dudó de nuevo, en eso, las raíces que se aferraban y caían sobre ella, empezaron a moverse solas, cambiando de marrón, al intenso rojo de la sangre. Existían ciertos árboles mágicos en el Bosque Carmesí, los que primeros proporcionaban el color rojizo en sus hojas, durante las épocas de caza. Los aldeanos no hablaban de magia, sino de maldiciones. Afirmaban que los árboles eran gigantes malignos, quietos, siempre expectantes, conocedores de miles de historias. Longevos, sabios, cargados de experiencias y secretos.
Sintió cómo sus miembros superiores e inferiores eran envueltos por las raíces, limitando sus movimientos. Intentó recuperar el control de su cuerpo, pero más raíces se extendieron para retenerla. Una de ellas rodeó su cabeza y perforó la sien, inyectándole una toxina que la introdujo en una alucinación. Los ojos de Naila se abrieron como platos, las escleróticas se tiñeron de un tono rosado.
De pronto ya no estaba bajo tierra, atada y amordazada. Se encontraba sobre las aguas de un lago, cubierto de niebla. Percibió la planta de sus pies mojarse, pero no se hundió, el agua la sostenía, era firme para que pudiera caminar encima. Insegura, dio unos pasos, en la distancia divisó a otra persona. A medida que se fue acercando, notó que era una mujer, y que de la cabeza le nacían orejas de conejo. Estando a metros de distancia, la vio, se trataba de su propia imagen.
—¿Dónde estoy? —preguntó. La voz hizo eco en el vacío.
En respuesta, su imagen alzó la cabeza. Naila pudo ver qué las diferenciaba, primero que nada, la musculatura heredada de su padre, Niels, demostrando poseer una increíble fuerza física, y por último, lo que más le llamó la atención, sus ojos atrayentes… ojos completamente rojos.
—Eres… —No supo cómo referirse a aquel ser, solía usar la palabra ella, para no llamarla con su mismo nombre.
—Siempre me dijiste “ella”, afirmando que tú y yo somos distintas. Por ese motivo elegí llamarme Ela, suena elegante… ¿No crees?
Conservaba una sonrisa malévola, de las que los conejos no presentaban en la primera noche de luna llena. Estos se convertían en bestias descontroladas, sin la capacidad de razonar, lo último que mostraban era una sonrisa, por más que los sobrevivientes describieran lo contrario, confundiendo las largas bocas repletas de colmillos con una.
—Esto no es real, estoy alucinando. Mamá lo dijo muchas veces, cavar en el Bosque Carmesí es peligroso. Debí recordarlo —se mortificó tocándose la frente.
—Soy real, tan real como tu odio hacia Advaland. —Ela caminó en círculos alrededor de su otro yo—. No te espantes con una tonta alucinación, salgas de aquí o no pronto, no cambiará nada. Seguiré viviendo dentro de ti hasta la próxima luna llena. Siempre juntas, Naila.
Un potente estruendo agitó las aguas, la pisada de un dragón de escamas negras, hizo que el lugar, que parecía pacífico e inamovible, dejara de serlo. Naila volteó, el dragón era enorme. A lo lejos, en las alturas, vio los ojos brillar entre la niebla, llenos de ira. Supo que no tenía escapatoria, si Raito se transformaba, bastaría con su aliento para destruirla.
—Es curioso, ese dragón te considera una aliada, me pregunto qué pasará cuando nos encontremos —dijo Ela.
El rugido de furia la aturdió, tapando las palabras que salieron de la boca de Ela.
—¡Maldición! —gritó Raito ejerciendo fuerza para arrancar las ataduras que se aferraban a Naila. Apenas podía moverse en el estrecho túnel, para empeorar la situación, la tierra encima comenzaba a desprenderse. Era cuestión de segundos, para que terminaran sepultados.
—¡Despierta!
Entre varios desesperados intentos, uno surtió efecto. Las raíces se desprendieron, tras hacerlo, sangre escapó, como si se trataran de venas que se aferraban a un corazón. Naila resultó ser ese corazón, la fuente de su poder, lo que le daba energías para que pudieran nutrir al resto del árbol en la superficie.
Raito puso su cuerpo como escudo, más capas de tierra cayeron sobre él. El sudor de su cuerpo se desplazó al de Naila, una gota cayó sobre su mejilla, era tibia. Despertó, vio el rostro del dragón negro, con los colmillos crecidos y ojos brillantes.
—¿Por qué… estás aquí?
Raito luchó contra el derrumbe, contra el peso sobre su espalda.
—¡Sujétate de mí! ¡Rápido! —ordenó, prepotente.
«No te confundas… me seguirá salvando hasta que se vengue», pensó Naila, mientras sus brazos se movían para rodear su cuello.
De nuevo, el aura rojiza apareció en el cuerpo del dragón caído. Una explosión abrió un hueco en el túnel, cuál si fuese una erupción volcánica. Vapor caliente escapó, expandiéndose hacia una buena parte de la zona. Salieron a la superficie. Naila abrió los ojos al tocar tierra firme, aún estaba sujeta a Raito. Le ardía la piel, un dolor que consiguió soportar. Por fortuna, lo peor había pasado. De a poco, la mirada luminosa de Raito retornó a la normalidad, también la temperatura corporal. Transformarse en dragón le era imposible, no obstante, conservaba rastros de uno en su forma humana. El cabello negro y largo del mercenario los cubrió, ocultando sus rostros de la vista de la Fedrea espía.
—Ellos son…
Naila apartó el cabello con ternura, hechizada por el momento. Se sentía mejor, si imaginaba la bondad en él. Engañarse, fue la anestesia para su temor.
—…No hay dudas… son el dragón perdido y la hija de Niels.
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