Boro: el último maestro. - 01
—Sabes plumitas, mi semana había empezado espectacular —exclamó un niño flacucho de cabellera rapada y mirada intrépida, quien observaba a un pequeño cuervo tan negro como el carbón, picotear algunas de las vísceras putrefactas que el carnicero de la aldea había tirado a unos cuantos metros a la espalda de su propio local.
»He podido comer por lo menos una vez al día durante cinco días seguidos y nadie me ha molestado en la semana, o por lo menos no han sido tan intensos —remarcó volteando los ojos hacia arriba—. Y todo se lo debo a Marco. Sabes, en mi aldea es muy común que haya ejecuciones públicas, mínimo dos veces al mes, por ello, los transeúntes la han empezado a llamar la ¡Aldea del Final!, no soy muy fan del nombre, pero agradezco que se creen tantas distracciones, de esa manera puedo rob… digo… conseguir comida fácilmente.
El cuervo graznó y comenzó a picotear con mayor intensidad al encontrar unas cuantas larvas retorciéndose debajo de un gran trozo de… algo que parecía haber sido tripas alguna vez.
—¡Eh!, ¿Qué si quien es Marco?, pues quién más va a ser, es el que será ejecutado esta semana, y vaya de qué manera, podrían atravesarlo con una lanza, terminarlo con hechizo maldito, o simplemente separar su cabeza de un solo tajo, ¡Pero no!, el Barón prefirió otorgarle la pena máxima para intentar expiar sus pecados y ahora será quemado frente a toda la aldea..
»En el centro, ya hay una gigantesca torre de madera esperándole —explicó alzando los brazos e intentando dibujar la silueta de la figura en el aire—. Y aunque es cierto que me he beneficiado con tal evento, lo cierto es que esa es la única muerte que no soporto ver… no importa lo que haga, si voy a la plaza o no, de todos modos escuchare los gritos de agonía del hombre sin importar en donde esté, incluso si me alejo de la aldea, esos miserables gritos de seguro me perseguirían.
El cuervo puso en pausa su festín, para picotear una de sus alas, después, graznó y continuó engullendo una larva tras otra.
—Oye plumitas, ¿Si me estas escuchando verdad?, como sea, sabes… la última vez que quemaron a un hombre no pude dormir bien durante semanas, escuchaba sus gritos en mis sueños y por todos los dioses buenos, después sentía como si al que estuvieran quemando fuera a mi, se me erizaba la piel y aunque no me guste admitirlo, casi siempre terminaba mojando mis pantalones…
»supongo que mi cuerpo pretendía apagar el fuego de mis sueños de una u otra forma —dijo el pequeño con una gran sonrisa, misma, que no duró ni dos segundos cuando de nuevo se sintió abatido, bajó la cabeza y se mordió el labio inferior.
Un largo momento de silencio se generó. El cuervo terminó con todas las larvas y comenzó a dar saltitos de aquí allá, picoteando distintas carnes podridas en busca de más delicias diminutas.
El niño miró al cielo hasta que sus ojos resintieron la incandescencia del sol y las numerosas «estrellas» que en él habitaban. Entonces, bajó la mirada y se secó unas cuantas lágrimas con el hombro y se quedó mirando a su emplumado amigo por un largo rato, hasta que este volvió a graznar.
—¡Oh!, cierto, olvide que te estaba contando mis pesares, pues bien, a parte de la horrible ejecución que se llevará a cabo en la noche, hace tres días, mientras buscaba algo de comer, un estúpido se atrevió a lanzarme un grueso libro en la cabeza desde lo alto del puente este del castillo, y en serio, sabes cuanto duele eso… ¡muchísimo!, todavía tengo un bulto en mi cabeza —exclamó al acariciar una pequeña protuberancia en la parte trasera de su cabeza, mientras recordaba ese momento.
La Aldea Mirti no era gran cosa, por decirle de alguna forma, era: ¡Irrelevante!, lo único que la hacía destacar, era el hecho de que hace dos años el señor de la aldea había recibido el título nobiliario de Barón, y aunque desde ese momento la aldea no había dejado de crecer, esta seguía siendo simple y pequeña a pesar de sus decenas de kilómetros de diámetro, después de todo, la posición y el renombre para las aldeas, era en medida de su poder y de cuantos nobles y magos de alto rango habitarán en ella.
En Mirti, el más alto y único noble era el propio jefe de la aldea, un simple Barón, y aunque en ella residían varios magos, la mayoría de estos eran de rango bajo, nada de lo que asombrarse o que llamara precisamente la atención.
Junto con el título de Barón, la aldea había recibido dos noticias importantes, en primer lugar, esta tendría una nueva oportunidad para crecer y convertirse en una aldea medianamente conocida (hecho que estaban logrando bastante bien con tanto ejecutamiento, aunque no fuera algo precisamente bueno).
La segunda noticia traía consigo una gran mancha de incordio con ella, después de todo, estar bajo la protección de un Barón, significaba un aumento considerable de impuestos, haciendo la vida de muchos aun más miserable de lo que ya era.
En cuestión al esparcimiento de la aldea, en cuanto el Barón recibió su título, había tomado la «magnífica» decisión de expandir su castillo, cosa que no hubiera sido tan mala idea, si no fuera por el hecho de que, este se encontraba justo en el medio de todo, implicando que para poder llevar a cabo su plan de expansión, primero se tuvo que «reubicar» a una gran cantidad de la población, de esa manera, más de cinco kilómetros a la redonda fueron despejados de un día para otro.
En su lugar, construyeron nuevas instalaciones y muros fortificadas con roca y esencia con afinidad a la tierra, al mismo tiempo, en que se establecieron cuatro grandes puentes que conectaron al castillo principal con las cuatro locaciones más importantes: el sanatorio, donde tal y como su nombre lo indica era el lugar donde residen los magos curanderos; la plaza central, un lugar abierto de medio kilómetro por lado, el cual, estaba rodeado por numerosas gradas, bancas y mesas, y era el lugar en donde se llevaban a cabo las ejecuciones.
El tercer lugar era la escuela elemental: en el que se les enseñaba a todos los niños a leer, escribir y un poco de matemáticas, al igual que otra serie de actividades comunes de manera casi gratuita, eso sí, para los estudios más avanzados así como para el aprendizaje de magia, era algo que quedaba completamente fuera de lugar.
El último de los lugares, era el castillo militar: instalaciones fortificadas de seis pisos, en el que residían los guardias principales de la aldea y por ende los magos más fuertes con los que está contaba, así como, algunos de los cazadores más destacados (eran los encargados de realizar las tareas más difíciles y obviamente la caza de bestias de esencia).
—Pues bien, yo estaba ahí tranquilamente, buscando entre la basu… los bienes no queridos, cuando un joven saltó desde el puente y aterrizó en frente mío, «tienes que hacerme un favor, cuida este libro y a cambio te daré dos monedas de oro, vendré a recogerlo en dos días. ¡Te doy mi palabra!», dijo el desconsiderado antes de regresar al puente de un solo salto…
»El problema es que el muy maldito se le olvidó darme el libro cuando estaba en tierra y después lo lanzó mientras iba en el aire. Ni siquiera me dio tiempo de reaccionar, y ve ahora plumitas, ¡Mi cabeza tiene una bola! —grito el pequeño, bastante irritado y de pie.
Cosa que sorprendió al cuervo, y como este ya había terminado casi con todas las larvas, dio un par de brinquitos hacia atrás, extendió sus alas y alzó el vuelo lanzando fuertes graznidos durante el proceso.
El pequeño se quedó viendo como el ave volaba a toda prisa, hasta que este se perdió entre un cúmulo de árboles a varios metros de distancia. Suspiro un par de veces, se sentó de nuevo sobre la tierra y volvió la mirada hacia los distantes árboles por los cuales su amigo había desaparecido.
—Al menos me hubieras preguntado mi nombre —expresó mirando con tristeza el horizonte.
En ese momento, la puerta trasera de la carnicería se abrió de golpe, y de ella salió un hombre menudo, tan peludo que parecía un hombre lobo, sobre todo por sus ropas manchas de sangre, y en cuanto al olor… ese era un poco más cercano al de los cerdos o al de la carne putrefacta que ambos tenían delante.
—¡Maldito engendro, a caso te dimos una pieza de pan para que holgazanearas! —gritó el hombre, mostrando sus pútridos dientes verdosos—. El jefe ya prendió la vela y si no te llevas todos esos desperdicios antes de que se consuma, te haré vomitar para que regreses el pago que te dimos.
El pequeño se alarmó y se paró exaltado. Acto seguido, tomó un trozo de tela maloliente que estaba a un lado de él y comenzó a amontonar pedazos de carne descompuesta arriba del objeto con sus manos desnudas.
—¡Así me gusta!, y no vengas en una semana, a ver si así te acuerdas que los deberes se hacen primero —gruñó el hombre antes de cerrar la puerta y adentrarse en la carnicería murmurando todo un rezo de malas palabras.
—Maldito Samuel, se cree la gran cosa y ni siquiera es el dueño… además, espero ver pronto a ese estúpido joven, no tanto por las monedas, sino para darle un fuerte puñetazo por todo lo que me ha hecho pasar, desde que me dio el libro, ya han atrapado, golpeado e interrogado a tres de mis amigos, supuestamente porque el libro es importante y lo tienen que encontrar pronto, así que ahora ni siquiera puedo vender el libro porque me golpearan, ¡Dioses!, realmente espero verlo pronto para poder darle un fuerte puñetazo… bueno, y también para cobrarle mis monedas.
Después de varios viajes al criadero de perros y al de las bestias carnívoras de la aldea, el pequeño regresó a la carnicería para que Samuel pudiera ver que terminó su tarea con éxito, así que tocó la puerta trasera efusivamente e infló el pecho. Se sentía bastante orgulloso, pues había dejado el lugar completamente limpio, sin una sola larva a la vista, únicamente quedaban rastros de sangre y una gran cantidad de moscas sobrevolando los alrededores.
Samuel abrió la puerta mal humorado, pero el pequeño mantuvo su expresión de alegría. El hombre miró con el ceño fruncido hacia todos lados por encima de la cabeza del niño. Una vez comprobó que todo estaba limpio, miró al pequeño con una mueca en el rostro.
—Así debió de quedar desde hace mucho tiempo, no decías ser rápido limpiando —exclamó alzando su pronunciada barbilla y enseñando sus asquerosos dientes—. Como sea, toma eso y deja de molestar.
Samuel arrojó al suelo la mitad de una pieza de pan, la cual era incluso más pequeña que la mano del niño, por lo que, este miró su recompensa con un poco de decepción.
—¿Qué?, ¿Esperabas más? —cuestionó Samuel antes de lanzar un escupitajo hacia su lado izquierdo e impactando unas cuantas cajas de madera—. Estas tonto si crees que te daré más. No se te olvide que antes de que hicieras tu deber ya te había dado la otra mitad, con esta, ya tienes la pieza entera, así que no te atrevas a pedir más, ya has sido bien recompensado, ¡Ah!, Y el castigo sigue en pie, no vuelvas en una semana, aprovecha el tiempo para tomar un baño, ¡Apestas Filot!
Fue lo último que dijo el hombre maloliente antes de cerrar la puerta. Por otra parte, Filot se había quedado parado con la mitad del pan entre sus manos y con los dientes muy apretados para no reprocharle nada al asqueroso hombre, después de todo, era uno de los pocos lugares que le daba comida a cambio de realizar distintas tareas, así que, no podía hacer enojar más a Samuel, sin importarle lo mucho que ya lo odiaba.
Después de un minuto anclado al mismo lugar, respiró profundamente para aliviar su pesar, aunque se arrepintió en el acto, el lugar apestaba horrible, tanto, que le provocó un fuerte mareo y ganas de vomitar, aun así, logró mantenerse firme y que la poca comida que había consumido en el día permaneciera dentro de su estómago. Sin más que hacer o decir, se dio media vuelta y se retiró del lugar.
Tres horas más tardes, cuando el sol se preparaba para ocultarse, Filot se encontraba en uno de sus lugares favoritos, debajo del puente este, o más bien conocido como: el basurero de los ricos, era el lugar predilecto en el que los individuos mejor posicionados de la aldea iban a tirar su deshechos, pero como bien dice el dicho, lo que uno no quiere, otro lo desea.
Filot, al igual que muchos otros mendigos, solían pasar sus tardes en ese lugar, justo después de que la mayoría ya había lanzado su «basura» diaria, pero ese día, sorpresivamente no era así, además de él, había apenas unas cinco personas más, un par de viejos que apenas caminaban, mismos que después de unos cuantos minutos cruzaron el puente y siguieron caminando, dejando atrás a Filot y a tres más.
Uno de ellos estaba reposando plácidamente sobre una tela sucia justo debajo de la tenue sombra que le proporcionaba el puente, el otro, era un viejo sin un brazo que solo llevaba un pantalón cuyo color era indescifrable, y tenía tantos cortes que parecía ser un calzoncillo en vez de un pantalón.
El último, era una mujer de unos veinte años, que por alguna razón peleaba sin parar con la sombra de un palo encajado en la tierra, tirando manotazos al aire sin parar. En un principio, Filot había pensado que la mujer estaba borracha e intentaba pegarle al palo imaginándose que era algún hombre, pero después de unos cuantos minutos, se dio cuenta que no era así.
La mujer peleaba literalmente con la delgada sombra del palo, se agachaba, hacia serpentear su cabeza cerrando un ojo y luego el otro conforme la sombra los impactaba, después, golpeaba el aire y escupía numerosas palabras antiozonantes a la línea negra que el palo proyectaba en el suelo.
Filot sacudió la cabeza y continuó su búsqueda de algo que saciará su hambre o que pudiera intercambiar por algo que pudiera saciar su hambre.
—¡Eh, Filot!, deja de hacer enfadar a Samuel, hoy estaba graznando toda clase de estupideces hacia ti. Si sigues así, hará que el jefe ya no te de ningún trabajo —informó un hombre casi tan peludo como Samuel, pero este por lo menos cuidaba su rostro y tenía un poco más de higiene bucal.
—¡Gracias, Garbant! —exclamó el pequeño con una sonrisa, misma que desapareció en cuanto vio al hombre tomar a la mujer por detrás, lanzarla al piso y después levantarla en los brazos mientras ella seguía pataleando el aire.
Garbant miró hacia donde estaba Filot e hizo una señal de silencio al mismo tiempo en que se echaba a la mujer al hombro, acto seguido, le guiño un ojo y se dio media vuelta.
—No me juzgues pequeño, un hombre tiene que saciar sus necesidades —graznó Garbant mientras salía del hoyo y tomaba camino por en medio de uno de los callejones.
Filot sintió un terrible escalofrío, tragó un poco de saliva y volvió a clavar su mirada al suelo. En un momento su cuerpo quiso correr y ayudar a la mujer, pero después se dio cuenta de sus propias limitaciones y se preguntó a sí mismo, qué podría hacer un simple enclenque como el, lo único que lograría sería que lo golpearan gratis en el mejor de los casos. Con todo el dolor de su corazón y sintiéndose sumamente culpable, agradeció a los dioses, que por lo menos Garbant no se lo había llevado a él para saciar sus necesidades.
Después, intentó dejar de pensar en ello y se puso a buscar entre la basura, sin embargo, la mente no siempre actúa conforme a nuestros deseos. En un instante estaba levantando un pedazo de madera y en otro, ya se hacía inmerso en un recuerdo no muy distante, en donde un mercenario ciego había intentando saciar sus necesidades con él, a cambio de unas cuantas monedas de cobre.
Un horrible escalofrío pasó por su cuerpo, recordó el preciso momento en el que escapó de las garras del mercenario y dio gracias a todos los dioses que el hombre era ciego y que eso le permitió escapar. Con eso en mente, se dio la vuelta, tomó el palo más grande que tuvo a la vista y corrió en dirección de Garbant. Justo cuando estaba en el borde de la depresión del puente, sus piernas se paralizaron y sus manos descendieron al igual que su cabeza.
«¿Qué intentó hacer?» se cuestionó a sí mismo lleno de pánico, era solo un niño, un mocoso de 10 años tan escuálido que el mismo viento lo hacía tambalearse, así que, ¿Qué podría hacer?
Ir hasta donde se encontraba Garbant y golpearlo en la cabeza con el palo, si ocurrió un milagro a lo mejor podía dejarlo inconsciente, pero y eso qué. A juzgar como la mujer luchaba con la sombra del palo, era más que obvio que no era la primera vez que la usaban de esa forma, y mucho menos, sería la última, ni aunque él se convirtiera en su guardián de tiempo completo, tampoco sería posible.
Después de todo, él sabía muy bien de lo que las personas eran capaces y un niño escuálido intentando proteger a una mujer loca, no era precisamente una buena idea, nunca se podrían cuidar mutuamente, y aunque lo lograran por un tiempo, al final, terminarían pasando lo inevitable, él violado a la par que la mujer o en su defecto, ¡Asesinado!
Con esa última idea, dejó caer el palo y éste rodó de regreso al fondo del puente, al igual que su estado de ánimo. Se sentó en el bordo del puente para contemplar su propia impotencia, mientras, observaba como algunas personas se dirigían hacia el norte, hacia el lugar en el que se llevaría a cabo la ejecución.
Según lo que había escuchado, al Barón solo le gustaba incinerar a las personas por la tarde, porque de esa forma podía haber una magnífica fogata que calentara a su aldea durante la noche, en especial, durante los duros días de invierno como ese.
—¡Filot! —una voz aguda y familiar llamó al niño desde arriba del puente —, ¿Qué haces ahí?, ¡Vamos, la ejecución está a punto de comenzar!
Gritó un niño moreno, de cabellos largos, un ojo morado y múltiples hematomas alrededor del cuerpo, en general, estaba en mucho peor estado que el propio Filot. Su nombre era Armando, y era uno de los pocos amigos que le quedaba al pequeño que seguía contemplando su propia miseria en el borde del puente.
—¿Qué haces, Filot?, anda, vamos, no pierdas tiempo —decía Armando con gran ímpetu a pesar de su estado decrépito.
Por otra parte, Filot tenía los ánimos por los suelos, y no creía que presenciar una ejecución de un hombre que sería calcinado hasta los huesos, fuera precisamente reconfortante, en especial, después de recordar los gritos del último hombre que había sufrido el mismo destino. Se levantó con gran lentitud y se dispuso a despedir a su amigo, pero, en vez de eso, giró su cabeza con gran rapidez.
Sus ojos habían encontrado una silueta, una muy familiar, la de un joven cuyo cabello castaño se ondeaba grácilmente mientras corría por detrás de un muro antes de colocarse una capucha café. Después, el hombre dio un salto y se coló por encima del muro dando saltitos entre un tejado y otro.
En ese momento, Filot sintió un ligero dolor en la cabeza, justo en el lugar en donde lo había golpeado el libro, y con ello, creció en su corazón un fuerte impulso por salir corriendo detrás de ese joven escurridizo. Subió hasta el puente, tocó el hombro de su amigo y dijo con una gran sonrisa:
—¡Vamos!
Comments for chapter "01"
QUE TE PARECIÓ?
Queridos lectores, disculpen que el inicio sea un poco lento, pero prefiero que el contexto quede claro antes de entrar de lleno con la historia. Gracias por leerme.
Animo plumitas, encontraras mas larvas para comer despues!
Buen trabajo! Esta interesante! ✨