Boro: el último maestro. - 02
La plaza central era tan enorme como siempre, sin embargo, en ese momento lo que más llamaba la atención era la gigantesca torre de madera que se erguía justo en medio. Era tan grande, que tuvieron que construir cuatro escaleras para llegar a ella, una por cada flanco, dándole la apariencia de una pirámide mal hecha.
Justo en la cima, se encontraba una cruz de madera, aguardando a su víctima, esperando al hombre que se llevaría al otro mundo dejando atrás solo una mísero bulto de cenizas, y un montón de pesadillas para todos aquellos espectadores primerizos que osaran presenciar tal ejecución.
La noche comenzaba a caer, y la miradas de todos, se posaba únicamente en esa cruz de madera encima de la torre. Solo una mirada inquieta, se desentendió del resto, buscaba sin cesar un rostro o tan siquiera una silueta que le resultara familiar de entre toda la multitud.
Esa mirada pertenecía a Filot, quien miraba de un lado a otro, en busca de ese joven misterioso con gran entusiasmo. Sin importarle el número de veces que era empujado, insultado y tirado al suelo, este siempre se levantaba y continuaba con su cometido con una sonrisa. Después de veinte minutos de ardua búsqueda, el público enloqueció y los empujones subieron a un nuevo nivel, obligando al pequeño a salir de toda la multitud y ponerse a salvo detrás de las gradas.
El ritual para la ejecución había iniciado. Desde la zona sur, se aproximaba un escuadrón de veinte hombres, quienes caminaban detrás del Barón Bartolome Mirti, a excepción de cuatro hombres que portaban un gran escudo, los cuales rodeaban todos los puntos vulnerables de su regente.
El Barón, era un hombre exuberante, portaba un atuendo ostentoso completamente de piel, que muchos de los presentes envidiaban con todas sus fuerzas, pensando solo en lo cálido que sería llevar tan siquiera una de esas prendas, en especial, en los tiempos fríos como los que se estaban pasando.
Además de su vestimenta, portaba una espada envainada en la cintura, múltiples anillos anaranjados, rojos y dorados en las manos, y una brillante corona, la cual era un aro delgado de oro, que terminaba abierto en la parte frontal, en donde tenía grabado el sello de la casa real en ambos bordes: un sol llameante rodeado por incontables estrellas.
La corona era simple, pero era uno de los objetos que daban fidelidad a su actual título de Barón, haciendo que Bartolo la portara con gran orgullo y obsesión. Dando cabida a una gran cantidad de rumores al respecto. Algunos eran bastante paranoicos, como aquel que decía que el regente se quedaba en vela noche tras noche solo para poder seguir apreciando su preciado objeto.
Otros, eran un poco más realistas, como aquellos que afirmaban que nunca se quitaba la corona, ni durante la ducha, o en sus prácticas de combate, ni siquiera durante sus momentos de intimidad. De hecho, este último rumor, fue esparcido precisamente por algunas de las mujeres que habían estado con él, por ello, estos fueron difundidos con gran rapidez y sin que nadie los pusiera en duda.
Pero, sin importar el número de rumores que hubiera alrededor de ese hombre, todo el público sin excepción alguna, agachó la cabeza ante su presencia. No realizaron ninguna reverencia formal, pero al menos, nadie fue tan tonto como para mirándolo directamente a los ojos (acción considerada para los nobles como una gran falta de respeto).
Además, su intimidante escuadrón miraban a todos con recelo, haciendo que los espectadores respetaran todavía más a su regente. Iban organizados en filas de tres. Los que marchaban inmediatamente detrás del Barón y los de la retaguardia, portaban lanzas de todo tipo y tamaño, por otra parte, los que iban en el centro, llevaban armas punzantes de corto alcance como espadas y sables.
Obtener armas era relativamente fácil, solo bastaba con ir con cualquier herrero y pagar el precio adecuado. Sin embargo, todas aquellas portadas por los guardias eran especiales y fuera del alcance de la gente común. Estás, eran forjadas con una aleación de acero y esencia (la energía primordial del mundo y aquella que les permite a los seres vivos realizar magia).
Además de ello, las armas podían volverse aún más fuertes cuando se les integraba partes de bestias de esencia, tales como: colmillos, garras, tendones, cuernos, huesos y hasta los mismos núcleos de las criaturas. Lo que les permitía al armamento adquirir propiedades mágicas y en muy raras ocasiones, algunas habilidades especiales transmitidas por las propias bestias.
En el caso especial de los núcleo de esencia, esto era era, el poder adquirido por las armas alcanzaba un nuevo nivel, en primer lugar y al contrario de cualquier otra parte de las bestias, un núcleo permitía manipular esencia libremente de acuerdo a la voluntad del usuario hasta que el objeto perdiera toda su energía. En segundo lugar, las probabilidades de rescatar alguna habilidad especial aumentan de manera exponencial.
El único problema, era la poca durabilidad que estos poseían, aún cuando había ciertas maneras para aumentar el tiempo útil de esto en comparación con el resto de cualquier otra parte, su duración podría definirse como efímera.
En cuanto al condenado, éste llevaba únicamente una túnica amarillenta y un par de grilletes de hierro, uno para sus manos y otro para sus pies desnudos. Era un hombre bastante fornido, pero no transmitía ningún signo de malicia o rebeldía, al contrario, sus profundos ojos cafés lo único que emitían era un suplicante pedido de auxilio lleno de miedo.
Media casi los dos metros, tenia el cabello negro y una mandíbula prominente, así como un cuerpo muy bien proporcionado, se podría decir que en otras condiciones y un poco más limpio, seria increíblemente atractivo.
Pero no en ese momento. Para muchos, él era solo un desperdicio de persona, por lo que la mayoría lo miraba con enojo y malicia, y los que no, solo podían compadecerse de él y si acaso, sentir un poco de lástima, pero no atracción, cómo podría alguien sentirse atraído por un individuo que pronto se convertiría en una pila de cenizas.
O por lo menos, esos eran los pensamientos más lógicos.
—Tan guapo… definitivamente debí haber hablado con el Barón para que me permitiera tenerlo como mi esclavo —musitó un hombre regordete de mirada grotesca y ropa ostentosa desde la cima de las gradas en la que Filot se escondía.
—Mi señor, sus palabras —replicó entre susurros una de las señoritas bajo el abrazo del hombre, al mismo tiempo, en que miraba hacia todos lados tratando de identificar a todo aquel que se hubiera percatado de las palabras de «su hombre».
—¡Oh!, Pero que tonto soy, me confundí, quise decir, contratarlo como un trabajador privado, discúlpenme, discúlpenme… —comenzó a musitar el hombre entre sonrisas pícaras.
Cosa que dejó a Filot atónito, era un simple mendigo, pero hasta él sabia que durante el tratado de paz firmado hace decenas de años, la esclavitud había sido abolida. Miró con horror hacia la cima de las gradas y después huyó del lugar sin mirar atrás.
El condenado, fue escoltado hasta la cima de la torre, atado a la cruz y abandonado. Posteriormente, el Barón comenzó a subir por la escalera frontal mientras toda la multitud aplaudía y lanzaba vítores como si fuese un héroe. Justo cuando llegó a la cima, miró al hombre en la cruz con desprecio y se dio la vuelta con los brazos extendidos.
Acto seguido, dos guardias aparecieron a cada lado del regente y apuntaron sus armas directo al rostro del condenado, en un acto de prevención y protección para su líder.
—Queridos aldeanos de Mirti, hoy me complace anunciarles que un hombre más, uno corrompido por la Umbra, será ejecutado en bien de la justicia y la prosperidad para con nuestro mundo —exclamó Bartolome con voz serena y grave. No mostró ningún esfuerzo, pero su voz resonó por todos los alrededores, llegando incluso hasta aquellos que no se encontraban dentro de la plaza, sino que, se hallaban resguardados en la comodidad de sus casas a varias decenas de metros de distancia.
Acto seguido, todos los presentes, a excepción de algún distraído como Filot, comenzaron a golpear el suelo o las gradas, con su pie derecho siguiendo un solo ritmo, provocando un fuerte sonido de golpeteo, mismo, que iba amplificándose conforme se agregaba más gente.
El estruendoso sonido duró todo un minuto, hasta que, el Barón volvió a levantar los brazos y pidió silencio con un simple movimiento de muñeca.
—Al actuar a favor de un desertor y al apoyar la enseñanza mágica fuera del marco legal, el condenado ha desafiado la autoridad de nuestro rey y por ende, las sagradas leyes establecidas en el Pactum Pacis, por ello, hoy, haciendo justicia, se le condena a muerte —informó Bartolome con los brazos extendidos. Se dio media vuelta y miró al hombre colgado con una leve mueca de desprecio.
»Marco de Fortis, te has condenado a ti mismo, y hoy, por el poder que me ha concedido nuestro Rey, te condeno a morir bajo las sagradas llamas del sol, esperando que con ello, tu alma se purifique de todo pecado —concluyó el Barón. Bajo los brazos, dio media vuelta y descendió de la torre entre un mar de aplausos.
En cuanto llegó al suelo, miró hacia ambos lados y asistió con la cabeza, y en respuesta, cuatro hombres con túnica blanca y bordes dorados, caminaron hasta los pies de la torre. Realizaron diversas señas con sus manos y recitaron algunas oraciones imperceptibles para Filot.
Al final de su última y única frase audible: RECIBE LA BENDICIÓN DE IGNIS, los cuatro hombres alzaron sus manos al cielo y generaron fuego en sus manos, con el cual, comenzaron a trazar círculos delante y a cada lado de ellos como si quisieran purificar el aire circundante.
En cuanto las llamas aparecieron en las manos de los cuatro hombres, los espectadores dejaron de parpadear tan seguido y enfocaron su vista en las relucientes flamas anaranjadas. Después de que se trazaron los primeros tres círculos, todos los presentes, comenzaron a gritar al unísono la misma frase, ¡QUE ARDA!
Filot, ya había tenido la mala suerte de haber presenciado una ejecución con fuego, por lo tanto, tenía muy presente lo que iba a suceder a continuación, así que, le dio la espalda a la torre, cerró los ojos, se recargó a un barrote, se colocó en posición fetal y oculto su cabeza entre sus rodillas.
Acto seguido, comenzó a implorarle a todos los dioses buenos, que los gritos de aquel hombre no fueran tan atroces como la última vez, que no sufriera tanto, que de alguna forma tuviera una muerte rápida y sin tanto dolor.
Los cuatro hombres de túnica blanca, se acercaron hasta las escaleras y colocaron sus manos imbuidas en fuego sobre el quinto escalón. Las llamas subieron con gran rapidez por la escalera, al llegar al centro, descendieron y subieron a todo lo largo y ancho de la torre.
La multitud enloqueció, y los gritos comenzaron a discordar unos con otros, algunos seguían gritando ¡Que arda!, otros, variaron sus exclamaciones: ¡Ignis, ignis!, ¡Arde maldito!, ¡Viva la justicia del fuego!, fueran algunas de las frases menos altisonantes que invadieron la plaza.
Por el contrario, también hubo personas que al igual que Filot, inclinaron su cabeza y comenzaron a pedirle piedad a los dioses buenos, para que el hombre muriera rápido o que mínimamente el alma de aquel desafortunado si pudiera ser purificada y se le permitiera ir al más allá.
Pero, al contrario de las expectativas de todos, cuando las llamas llegaron a la cruz y el resto de la torre comenzó a consumirse, una gran mano de piedra salió desde la tierra, justo debajo de la torre. Se elevó y derrumbó barrote tras barrote conforme ascendía hasta llegar a la cima.
Entonces, la gran mano se cerró justo en la base de la cruz, apagando y bloqueando por completo el avance de las llamas, las cuales, ya habían alcanzado a rozar los pies del hombre. Acto seguido, la gran mano tiró de cruz con todo y condenado, y se los llevó por el mismo hoyo del que había salido.
Tras su paso, lo único que quedó fueron un cúmulo de barrotes rotos, una torre apunto de colapsar y muchas caras llenas de incertidumbre, horror y estupefacción.
Después de unos cuantos segundos, los espectadores comenzaron a asimilar lo que acababa de suceder. Algunos entraron en pánico y desataron todo un mar de gritos. ¡El dios Ignis ha rechazado el alma del pecar! !Las aberraciones de la Umbra han venido a reclamar su premio!, fueron algunas de las frases que más se repitieron.
De esa manera, el miedo se extendió hasta apoderarse incluso de algunos guardias. Los criminales morían fácil y un mago podía ser controlado, pero una aberración, eso no era ningún juego, esas cosas solo se dejaban ver en las peores pesadillas, y en los extraños casos en que azotaban al mundo real, solo dos palabras les hacían justicia: Horror y muerte.
Comments for chapter "02"
QUE TE PARECIÓ?
Se chacalearon al condenado, ojito con el que se lo queria llevar de esclavo, inspección de vivienda para ver si no lo tiene el.