Boro: el último maestro. - 03
La multitud enloqueció. Gran parte de los espectadores, dirigidos por el miedo, comenzaron a correr por los laterales de la plaza, con la esperanza de encontrar refugio antes de que las cosas se complicaran aún más. Otros, invadidos por el terror y la sorpresa, se quedaron paralizados, boquiabiertos y con la mirada llena de incredulidad.
Por último, un pequeño grupo no mayor a treinta personas, en un ataque de valentía y curiosidad, corrieron directo al centro de la plaza en un intento por desentrañar los misterios de la gran mano de piedra.
Aunque, la mayoría de estos «valientes» se detuvieron a la mitad del camino, cuando el Barón Bartolome salió de su estupor y comenzó a gritar.
—Aléjense idiotas, no hay ninguna aberración. Hagan cerrar las fronteras —dijo mirando a los espectadores, después, a los guardias que se encontraban en la cima de la torre de vigilancia norte, los cuales, obedecieron al instante y comenzaron a sonar tanto los cuernos como los tambores—. Cierren la plaza. Rodeen el hoyo —ordenó a los guardias que portaban el escudo y luego al resto de ellos, respectivamente.
Filot intentó huir, pero el cúmulo de personas era simplemente demasiado, impidiéndole avanzar un solo centímetro. Sin más remedio, volvió debajo de una de las gradas y aguardó hasta que el área estuviera más despejada, suceso que no sucedió. Todas las salidas fueron cerradas en cuestión de segundos, provocando que los aglomeramientos se intensificaran en cada una de las cuatro salidas.
El Barón Bartolome dio un fuerte salto, y cayó a solo dos metros del hoyo, después, imbuyó sus manos con una gran capa de esencia anaranjada, (una sustancia semi gaseosa con cierto parecido al plasma), misma, que se transformó en fuertes flamas.
—Ignis infinitus —conjuro, al mismo tiempo en que alzaba sus brazos al aire, para después apuntar hacia la cavidad con gran rapidez. Acto seguido, una gran ola de fuego salió disparada desde sus manos y continuó emitiéndose sin parar.
La luz emitida por las intensas llamas, iluminó los rostros de algunos de los presentes, quienes, al principio solo observaron sus brazos y piel rojiza con asombro, sin embargo, con el paso del tiempo, no solo la luz llegó hasta ellos, sino también, una gran ola de calor, provocando que los más débiles cayeran al suelo por la presión del hechizo y la falta de oxígeno.
Los guardias que habían rodeado el hoyo con anterioridad, dieron tres pasos hacia atrás, imbuyeron sus escudos en esencia azul y crearon una barrera cuadra al unir sus respectivos hechizos. Era como una especie de cortina azul semitransparente, con pequeños destellos blancos. En un principio, se mantuvo recta e imperturbable, hasta que, la ola de calor se intensificó y esta comenzó a ondearse como si fuera una bandera.
—¿Qué están esperando?, aparten a los aldeanos… el resto, ataquen el área circundante —gritó Bartolome, unos cuantos segundos antes de cancelar su hechizo y tomar un respiro.
Más guardias comenzaron a llegar desde las cuatro torres de vigilancia, en especial de la del lado sur (dirección en la que se encontraba el castillo). Una vez dentro de la plaza, primero comenzaron a resguardar a todas las personas desmayadas, después, se dividieron por toda el área para calmar la histeria del resto de los presentes y de esa forma, devolverlos a sus respectivos lugares.
Ignis infinitus, era considerado uno de los hechizos de fuego más fuertes, así como uno de los más peligrosos, esto era debido a que la intensidad y el poder que este tenía, estaba ligado por completo a la cantidad de esencia que el usuario le transmitiera, y una vez activado, este comienza a drenar grandes cantidades de esencia sin parar, haciéndolo tan duradero y potente como las reservas del invocador.
Por lo tanto, conjurar ese hechizo implica gastar una cantidad desmedida de energía, dejando al mago casi o completamente agotado. Hecho que se vio inmediatamente reflejado en el Barón. En cuanto canceló el hechizo, su respiración comenzó a agitarse tanto que parecía que caería desmayado en cualquier momento. Por otra parte, la temperatura de su cuerpo comenzó a elevarse drásticamente, viéndose obligado a quitarse una prenda tras otra, pero, sin importar lo que hiciera, le era casi imposible detener la sudoración.
Pero, a pesar de su estado, Bartolome caminó firmemente hasta llegar a una de las gradas al lado de la torre de vigilancia norte, se dio media vuelta y observó los vestigios de su hechizo: un hoyo rodeado de lava escurriéndose lentamente por las paredes de la cavidad.
—¡Qué esperan para continuar el ataque! —gritó con desesperación, haciendo que su pecho subiera y bajara aún con mayor frecuencia e intensidad.
Acto seguido, cinco guardias se posicionaron a cada lado de la plaza, imbuyeron sus escudos en esencia, se arrodillaron y azotaron sus escudos contra el suelo, creado una barrera conjunta del mismo color que la que se habían creado anteriormente, solo que, esta media casi cinco metros de alto y rodeaba todo la plaza a excepción de las gradas, bancas y mesas.
El resto de los guardias, desenvainaron sus armas y las apuntaron al cielo, posteriormente, desplegaron todo un aluvión de hechizos, desde lanzas de fuego hasta grandes picos de tierra tan grandes como dos personas juntas. El ataque fue rápido, pero devastador, en cuestión de segundos todo el área había quedado llena de cráteres y zanjas del tamaño de una persona.
El polvo se levantó a grandes alturas, la tierra crujió y para sorpresa de todos, la superficie comenzó a desplomarse. Después de unos cuantos minutos de espera, el polvo se dispersó, y tras su paso, una nueva escena impactó a los espectadores.
Decenas de túneles de dos metros de ancho se habían rebelado ante los ojos de todos. Justo en el centro se desplegaron cuatro, mimos que, conforme avanzaban comenzaban a dividirse gradualmente, dando nacimiento a incontables túneles más, como si se tratara de una especie de laberinto o de un hormiguero gigante. Los ojos de Bartolome se movieron de un lado a otro tratando de ubicar al fugitivo, pero no había ni un solo rastro de él, hecho que lo hizo sentirse ridiculizado.
Su frustración e ira crecieron exponencialmente cuando se percató que estos túneles se extendían incluso más allá de las barreras que sus hombres habían colocado. Salto directo a uno de los túneles más cercanos a él y lanzó una bola de fuego que iluminó varios metros de profundidad, revelando una gran serie de cavidades tras su paso. La pequeña flama, después de recorrer veinte metros, impactó con una bifurcación y se apagó.
El Barón sintió un fuerte escalofrío, y en su mente, se generó la imagen de cientos de túneles alrededor de toda su aldea, su cara enrojeció, sus puños se apretaron y sus dientes rechinaron por la frustración. Después de varias inhalaciones y exhalaciones profundas, subió a la superficie con las manos temblorosas y ordenó a sus hombres que exploraran cada uno de los túneles. Los guardias se miraron unos a otros, pero obedecieron sin decir una sola palabra.
Al contrario de las expectativas de Bartolome, la expedición terminó demasiado rápido, en cuestión de cinco minutos, todos sus hombres habían vuelto a la superficie agitando sus cabezas de un lado a otro en signo de negación. Acto seguido, vino una terrible noticia para el Barón, ninguno de los túneles tenía salida y todos terminaban justo en los límites de la plaza.
Hecho que dejó aún más desconcertado a Bartolome, ¿Había hecho el ridículo al atacar así?, ¡No! Según su propio razonamiento, sus acciones habían sido las correctas, atacar a muerte al condenado para impedir que escapara había sido la mejor decisión, pero, su ejecución había sido pésima, permitiéndole a un simple condenado dejarlo en ridículo.
Pero cómo era posible, cómo ese hombre fue capaz de escapar si todos los túneles terminaban de manera abrupta, inclusive, algunos concluían antes de llegar a las fronteras de la plaza. En ese momento, una idea sacudió su mente, qué tal si, en verdad, fue obra de una aberración proveniente de la Umbra.
«No. Eso es ridículo» se dijo el Barón a sí mismo, mientras agitaba su cabeza de un lado a otro para deshacerse de esa idea tan estúpida.
—¡Jorge!, ¿Comprobaron que el final de cada túnel fuera sólido? —cuestionó el Barón a un guardia de armadura completa, y un casco tosco del cual sobresalía una bella pluma rojiza de veinte centímetros de longitud.
—Por supuesto mi señor, los guardias lo han comprobado varias veces, incluso se ha escarbado un metro más, pero solo hemos encontrado tierra virgen y dura —respondió el guardia con voz neutral y grave.
El semblante de Bartolome se tornó aún más rojo, la ira que crecía dentro de él se volvía cada vez más incontrolable. Dio la espalda a Jorge, desenvaino su espada, la imbuyó de esencia anaranjada y la clavó en el suelo, creado un ligero estruendo que llamó la atención de los espectadores.
—Mantengan la calma, mis hombres pasarán a buscar entre ustedes al fugitivo, una vez estén libres de sospecha los dejaremos ir de uno en uno —informó entre jadeos, después, se giró y miró a sus súbditos—. Guardias, comiencen la búsqueda por las bancas del este.
Los guardias comenzaron a moverse. Reforzaron las cuatro salidas y organizaron a todo el público del lado este en largas filas.
—Jorge —gritó el Barón con un tono severo.
Él había comenzado a caminar hacia la multitud, pero al escuchar el llamado, se dio media vuelta y regresó con paso rápido. Se paró a un metro de distancia del Barón y bajó la cabeza en cuanto se dio cuenta que la ira de su señor estaba al límite.
—No lo entiendo, cómo es esto posible, ¿No le suministraron el inhibidor correctamente? —cuestionó Bartolome con la voz temblorosa y llena de ira.
—Mi señor, todo se hizo acorde a las normas. Al condenado se le administró medio litro de té de ardomia, suficiente como impedir que manipulara esencia por dos horas, es imposible que él haya realizado el escape sólo, debe de haber al menos un cómplice —respondió entre susurros.
—Eso pensé —informó Bartolome con la mandíbula contraída—. Pero cómo es posible que alguien se haya filtrado debajo de nuestras narices, he quedó en ridículo, sabes lo importante que es, que un Barón recién titulado falle de manera tan espantosa, ¡Seré el hazmerreír de todo el territorio de Treten!, ¡Podría perder mi título!
—Mi señor, no es culpa suya, nuestra aldea apenas se está posicionando, solamente, que no había ningún vigía terrestre, las cuatros torres únicamente se concentraron en vigilar la superficie y el espacio aéreo —informó Jorge después de arrodillarse ante su señor.
—Con mayor razón, solo a un líder novato, o peor aún, ¡A un idiota!, no se le ocurre poner vigilancia terrestre —replicó Bartolome lanzando saliva por todas partes. Cerró los ojos y se masajeó las sienes—. Haz que el resto de los guardias busquen por toda la aldea, moviliza a los cazadores y notifica a los mercenarios, 10 monedas de oro a quien me traiga la cabeza de Marco de Fortis.
—Mi señor, disculpe mi impertinencia, pero la cantidad no es un poco excesiva, apenas es un mago de Rango Singular, no es…
—¡Calla! Acaso piensas que mi honor no es importante, ese condenado no vale nada, pero mi reputación está en juego, ese es el precio mínimo que tengo que pagar para recuperar la cara que he perdido después de hacer semejante ridículo.
Jorge se inclinó, hizo una gran reverencia y se marchó con la cabeza abajo sin decir una palabra más.
Acto seguido, un hombre gordo de ropa ostentosa se acercó al Barón, seguido de dos bellas mujeres que portaban ropa muy ligera a pesar del inclemente clima frío.
—Es una gran pena Barón Bartolome, en serio lo lamento, lo lamento mucho, jamás pensé que un suceso como este ocurriría. De ser así, antes hubiera aprovechado para hacerle una gratificante oferta por los servicios de ese hombre… en verdad, es una gran lastima, pero que se le puede hacer, ya es demasiado tarde —dijo el hombre gordo agitando la cabeza con el rostro lleno de decepción y tristeza.
En primera instancia, el Barón se quedó perplejo ante la presencia de ese individuo. Después de unos segundos, recobro la cordura y se apresuró a hacer una ligera reverencia, «Maldita sea, por que nunca me informan de los invitados importantes, de haberlo sabido antes jamás hubiera permitido que se mezclara con la plebe» pensó Bartolome dejando caer una pequeña gota de sudor desde su frente.
—Señor Isac, es un honor tenerlo en nuestra humilde aldea, debí saberlo antes para ofrecerle un trato digno —explicó con voz nerviosa—. En cuanto al fugitivo, no se preocupe, estoy seguro que no pasará mucho tiempo para que lo capturaremos de nuevo.
Isac suspiro y después lució una radiante sonrisa pervertida.
—Lo primero no tiene importancia, después de todo las más grandes bellezas se ocultan en los lugares menos esperados —mencionó al estirar su mano y sujetar el glúteo de una de sus damas—. Con respecto al hombre que escapó, eso sí que me interesa, en verdad espero tener noticias referente a él pronto.
—Por supuesto Señor Isac, no permitiré que escape de nuestra aldea.
—Eso espero, y confío en que pronto tendré buenas noticias —exclamó enérgicamente, transformando su sonrisa pervertida en algo aún más desagradable—. Eso sí mi estimado Barón, en cuanto lo capturen, preferiría que se me notificará antes de que le asigne una nueva sentencia, tal vez podamos llegar a un acuerdo que nos beneficie a ambos.
—Si así lo desea, así se hará. El incidente de hoy, se debió a que el condenado tenía algunos amigos ocultos, pero le garantizo que tomare medidas al respecto para que no vuelva a suceder nada como esto otra vez.
—¡Oh!, Pensé que ese hombre era solo un cordero perdido, pero en realidad era un lobito rebelde —mencionó Isac poniendo los ojos en blanco, mientras lamía un poco de saliva que comenzaba a desprenderse de su labio inferior—. Que interesante, es magnífico.
Bartolome se quedó atónito ante la reacción del hombre, había escuchado rumores de su perversión, pero comprobarlos en carne propia era simplemente desagradable. Se generó todo un minuto de silencio incómodo hasta que una de sus damas le acarició uno de sus brazos regordetes, sacándolo de sus fantasías.
—Disculpe Barón, me he perdido en mis pensamientos —mencionó con voz juguetona mientras una de sus mujeres limpia sus labios con un pañuelo blanco y gran delicadeza—. Pero, volviendo al presente, supongo que yo no tengo que pasar por ese tedioso filtro de búsqueda que han montado sus hombres, ¿Verdad?
—Por supuesto que no, jamás me atrevería a hacer algo así —respondió Bartolome exaltado—. Mi más leal caballero lo acompaña hasta sus aposentos, y también me gustaría ofrecerle hospedaje en mi castillo.
—Gracias por la oferta, pero no, uno de mis amigos ya me está hospedando, y en cuanto a la escolta, esta tampoco es necesaria, traje a mis propios guardias conmigo.
De la nada, cuatro hombres con capucha blanca y armas enviadas en sus cinturas, salieron de entre la multitud y realizaron una ligera reverencia hacia el Barón, quien devolvió el gesto con simple movimiento de cabeza.
—Si es así, no insistiré más, pero por favor acepté una cena en mi castillo como compensación por el mal rato que le hemos hecho pasar.
—Tonterías, ha sido una noche increíble, además, mañana a primera hora tengo que partir hacia la aldea Pant, mi hermano cuenta con mi presencia para un evento, y no puedo darme el lujo de faltar, así que le ruego que me dispense. Por el momento lo único que quiero es descansar.
—Entiendo. Solo espero y pueda transmitirle mis respetos al Conde Casis —dijo Bartolome mientras hacía una profunda reverencia.
—Por supuesto, mi hermano sabrá a detalle todo lo ocurrido hoy —expresó con una sonrisa maliciosa. Se dio media vuelta y dio unos cuantos pasos antes de girarse de nuevo en dirección del Barón—. Por cierto, esperaré con ansias el informe de captura de nuestro escurridizo fugitivo.
Al ver la sonrisa lasciva de aquel grotesco hombre que se retiraba lentamente mientras manoseaba a las damas sin parar, Bartolome sufrió de intensos escalofríos al igual que de náuseas, «No he podido tener peor suerte, espero y el Conde no informe de lo acontecido hoy a la realeza», reflexiono totalmente abatido.
Por otra parte, Filot tenía una cara similar a la del Barón, en parte, porque tuvo que esperar tres horas para poder salir de la plaza, en segundo lugar, porque no encontró ningún rastro de aquel joven, y en tercer lugar, sentía un hambre horrorosa, normalmente se iba a dormir temprano para que tal necesidad no lo atacara de esa manera, pero como no fue así, en ese momento sentía tanta hambre que comenzaba a dudar si podría dormir bien esa noche.
Cruzó el puente con gran lentitud, miró hacia abajo, y se percató de que la dama loca ya estaba de regreso y dormía plácidamente sobre una tabla apolillada en medio de la nada. Sonrió un poco y siguió su camino hasta llegar a una destartalada choza de madera. Se decía que esta había pertenecido a una linda familia, hasta que, uno de sus integrantes hizo enfadar al actual Barón, y todos los residentes desaparecieron sin dejar rastro.
Por ello, nadie se había atrevido a reclamar la propiedad, así que, esta terminó convirtiéndose en una construcción abandonada a punto del colapso. Habitada únicamente por huérfanos y mendigos de la zona.
Filot apartó una tabla mal acomodada que fungía como puerta, entró y observó que todos los lugares de la plata baja ya estaban ocupados. Suspiro un par de veces y con un poco de temor subió al segundo piso, las escaleras, el piso, las paredes y todo lo que había ahí arriba era demasiado inestable, por eso, muy pocos se atrevían a pasar la noche en ese lugar, sobre todo, después de lo que le paso a Gregorio hace dos meses.
Era un mendigo que dormía diariamente en el segundo piso, hasta que un día, las tablas se partieron y este cayó de lleno al piso. Terminando con una pierna rota, el hombro rasgado hasta el hueso y el cuello lacerado por una gran astilla, y lo peor de todo, fue que Gregorio no se fue solo al otro mundo, sino que, en el proceso se llevó a Nina, una pequeña de diez años sobre la que aterrizó el mendigo, así como una estaca de madera que perforó su pobre corazón.
Cuando Filot llegó al último escalón, ese mismo recuerdo estalló en su mente haciendo que sus ya débiles piernas temblaran sin control. Comenzó a transpirar y por un momento en el que fue invadido por el miedo, su cuerpo se olvidó del frío, hasta que recobró los sentidos y descendió nuevamente.
Miró con el ceño fruncido para todos lados, el espacio era bastante reducido y ya había por lo menos unos 20 mendigos amontonados uno arriba del otro, a excepción de un pequeño lugarcito a un lado de Trip, un escuálido hombre que tenía la mala maña de meter sus manos a las partes íntimas de cualquier persona que durmiera a un lado de él.
Se quedó parado por un buen rato debatiendo que hacer, según su mente, solo tenía cuatro opciones: dormir a un lado de Trip, subir al segundo piso y arriesgar su vida, intentar colarse entre los otros mendigos con el riesgo de enfadarlos y que lo echarán fuera, y por último, salir de ahí y buscar un nuevo lugar.
Primero, se decantó por la tercera opción, e intentó abrirse un espacio entre los mendigos que consideraba más amables, pero para su mala suerte, después de varios codazos, patadas y golpes en la nariz comprobó que no eran tan nobles como pensaba, así que, dejó de insistir. Después, miró en dirección de Trip, pero al observar como este se rascaba sus partes íntimas, sacudió la cabeza y abandonó la idea de inmediato. Por último, miró a las escaleras y un escalofrío lo invadió haciendo que desistiera antes de intentarlo.
Un minuto después, se encontraba recorriendo las oscuras calles y decidiendo su siguiente plan de acción. Podría dormir al aire libre o debajo del puente, tal y como lo hacían otros mendigos, pero por experiencias pasadas, sabía que él no estaba capacitado para resistir tanto frío. Por ello, sus opciones se limitaron únicamente al criadero de cerdos de la carnicería o la granja de gallinas del viejo Sergio, aunque en ambos lugares lo más probable era que lo despertaran a base de golpes.
Sin embargo, como ya no quería hacer enojar más a los carniceros, ni mucho menos ver a Samuel, se decantó por colarse en el gallinero. Comenzó a caminar mientras soplaba entres sus manos y acariciaba sus brazos, en pobres intentos por mantenerse caliente, pero el frío era demasiado inclemente, no era algo que pudiera quitarse con simple caricias, por ello, aumentó el paso y comenzó a correr.
Cuando estaba a una sola cuadra de su destino, un callejón llamó su atención. Por algún motivo, alguien le había puesto un techo y una pequeña puerta improvisada, convirtiéndolo en una choza bastante acogedora. Con un poco de miedo, pero, impulsado por sus instintos de supervivencia, tomó el trozo de madera que servía de puerta y la movió lo suficiente como para ver el interior.
El callejón se encontraba entre dos casas muy bien construidas casi a la mitad de la aldea, por lo que tenía paredes fuertes, un techo firme y un espacio reducido, convirtiéndose en un lugar perfecto para mantener el calor. Tragó un poco de saliva, miró hacia ambos lados, se adentro en él y se acurrucó en una de las esquinas.
Los minutos pasaron y su mente seguía siendo un caos, al igual que todo la aldea. Varios guardias corrían de aquí para allá, algunos incluso abrieron la puerta del pequeño callejón, pero al ver que en el solo se encontraba un escuálido mendigo se retiraban de inmediato.
Filot recapituló todos los eventos del día y rezo a todos los dioses buenos para que sus próximos días fueran mejores. Después de una hora, el cansancio venció a su turbia mente y cayó en un profundo sueño. En él, se veía a sí mismo a la edad de cinco años, se encontraba en los brazos de su madre, eran cálidos, reconfortantes y lo hacían feliz.
En su sueño, el sol se encontraba en su punto máximo, el verde del ambiente era precioso y el viento traía consigo a las fragancias de la primavera. Viajaban en una pequeña carreta remolcada por un caballo escuálido. Su madre comenzó a cantar una canción de cuna y él se dejó arrullar por el dulce sonido, mientras ella acariciaba su cabello con gran ternura.
Transitaron por una bella pradera durante varios minutos, después, entraron en un bosque lleno de aves preciosas. La sombra de los árboles comenzaron a cubrir tanto a la carreta como el bello rostro de su madre y aunado al viento que hacía remolinear a las hojas, el cabello de su madre se alzaba y danzaba en el aire, mientras su rostro destellaba y armonizaba con las tenues sombras de las hojas.
Pero, conforme se adentraron en el bosque, todo se volvió oscuro, su respiración comenzó a alterarse y de pronto, la carreta se convirtió en una jaula de madera, él se encontraba adentro y su madre lo miraba desde la distancia, lloraba y extendía sus manos como si quisiera tocarlo, por sin importar cuánto se estirara, la distancia solo se volvía más grande. Una horrible carcajada lo dejó helado, miró hacia arriba y se encontró con unos brillantes ojos rojos, y grandes gotas de saliva comenzaron a impactar contra su pequeño rostro.
Los gritos de su madre se volvieron mucho más fuertes, el miedo se apoderó de él y la oscuridad lo cubrió todo, él intentaba gritar, intentaba pedir auxilio pero las palabras no salían de su boca, perdió el tacto y dejo de escuchar, pero el miedo seguía ahí, y se hacía cada vez más fuerte.
Dos segundos después, recobró el oído, pero lo único que escuchaba eran jadeos, después, recobró el sentido del tacto, se sintió acorralado y lleno de una sustancia viscosa, y justo cuando estuvo a punto de recobrar la vista, el suelo comenzó a temblar, la tierra crujió y él abrió lo ojos.
Filot se encontraba arrinconado en una esquina del callejón y observaba boquiabierto como un gran hoyo se abría justo enfrente de él. El corazón casi se le salía de la boca y su cuerpo se paralizó.
Del hoyo, salieron dos figuras humanas, ambos portaban una túnica café y máscaras de madera. El primer individuo en salir, se acercó a Filot, elevo su mano y se retiró la máscara, revelando un rostro joven y de buena apariencia, tenía rasgos finos a excepción de su distinguida y ligeramente grande nariz aguileña. El hombre se acomodó unos cuantos mechones de su cabello castaño por detrás de las orejas y sonrió con gracia.
—Estaba a punto de ir a buscarte pequeño, me has ahorrado mucho tiempo —comentó con alegría. Metió una mano a su túnica y sacó dos monedas de oro—. Antes que nada, quería pedirte disculpas, te había dado mi palabra pero te falle, a decir verdad jamás espere que la tierra de esta aldea fuera tan dura o que tuviera tantas sorpresas, pero no importa, no hay ninguna excusa, falte a mi palabra y eso no se puede cambiar.
Filot estaba atónito, durante días había esperado encontrarse de nuevo con ese joven, y ahora que lo tenía delante de él, casi se orinaba en los pantalones.
—Por cierto, debes de pensar que tengo pésimos modales, después de todo, ni siquiera te he dicho mi nombre… bueno, yo soy Boro Deneb, y como ya he faltado a mi palabra, ahora tengo una deuda de vida contigo —exclamó el joven con una radiante sonrisa.
Comments for chapter "03"
QUE TE PARECIÓ?
Como asi que ese es Boro?