Boro: el último maestro. - 07
El entorno era bastante bonito, estaba lleno de árboles y todo tipo de vegetación colorida, la cual, aumentaba su densidad conforme su proximidad al río Briontes: el segundo más grande de todo el reino, corría través de casi todo el lado oeste de Igniston: descendía desde las Montañas frías por detrás de la capital del reino y se extendía hasta unos cuantos kilómetros antes de llegar a la Sierra de la Paz.
—¿A dónde vamos? —cuestionó Filot entre jadeos. Levantó un poco su máscara, respiró hondo y la volvió a colocar.
—Eso luego te lo explico —respondió Boro con voz baja y tranquila.
Marco se agachó y tomó al pequeño entre sus brazos como si fuera una damisela en apuros.
—Lo siento pero debemos de aumentar el ritmo —explicó al mismo tiempo en que concentraba esencia en sus pies. Generó pequeñas explosiones y aumentó su velocidad drásticamente.
Boro también aumentó su propio ritmo, pero reguló su flujo de esencia para mantenerse solo un poco por detrás de su amigo. Se habían adentrado directamente en el bosque, por lo que no había ninguna vereda o camino por el cual transitar, sin embargo, ambos avanzaban esquivando un árbol tras otro con gran rapidez.
En un instante, recorrieron cientos de metros. Gritos furiosos, todo tipo de maldiciones y palabras antisonantes se escucharon a sus espaldas, al mismo tiempo en que se generaban pequeñas explosiones idénticas a las que los dos jóvenes habían provocado para aumentar su velocidad.
Boro saltó por encima de una roca gigante. En el aire, llevó sus manos al frente y las sacudió un par de veces antes de imbuirlas con esencia anaranjada.
—Ignis manus —susurro, haciendo que sus manos se rodearan de fuego. Utilizó un árbol como trampolín, dio un gran salto para posicionarse a espaldas de su amigo, giró en el aire y dió un manotazo rápido justo enfrente de él.
Chispas de fuego salieron disparadas por todas partes, cuando la mano de Boro impactó con una flecha de fuego del tamaño de su propia cabeza. El joven salió disparado y chocó contra Marco, sin embargo, ninguno de los dos recibió algún daño. Boro sacudió su mano y se paró con firmeza como si nada hubiera ocurrido.
Con el descenso del sol y las sombras de los árboles, el ambiente era bastante oscuro y la visibilidad se reducía cada vez más conforme se adentraban en el bosque. Hecho que hizo aún más impactante cuando todo se iluminó en menos de un segundo.
Los tres se vieron rodeados por una muralla de fuego que se extendió a lo largo de quinientos metros cuadrados. Carcajadas comenzaron a invadir el aire y el fuego se agitó con mayor intensidad. Marco bajó a Filot y este comenzó a encogerse por el miedo.
Boro tocó su bolso e invocó a su adorable mascota.
—Protege al pequeño —ordenó con voz suave.
El topo obedeció al instante y comenzó a caminar con su típico paso tambaleante. Una vez llegó hasta el niño, restregó sus bigotes contra los cachetes del pequeño y después le dio un fuerte abrazo con sus enormes garras. Filot no sabía si sentirse cómodo con la presencia de la adorable bestia o temer que una de esas afiladas garras le sacaran un ojo sin querer.
Exactamente en dirección de las risas eufóricas, una parte del círculo de fuego parpadeo un par de veces antes de levantarse y formar un pequeño túnel, permitiendo la entrada a tres hombres de apariencia desaliñada y de sonrisas retorcidas.
—Mira nada más, creo que nos sacamos el premio gordo —exclamó un hombre con ánimo de liderazgo. El individuo estaba tuerto y su único ojo entonaba con el verdor oscuro de los árboles, tenía una barba tupida y grasienta, la cabeza rapada y era casi tan fornido como un oso.
Portaba un conjunto de ropa de cuero negro, unos guanteletes plateados con una gema roja en medio y par de hachas de una sola mano atadas en la cintura.
—Y pensar, que tanto los guardias como los cazadores fueron tan estúpidos como para caer en una trampa tan obvia —dijo otro de los hombres. Vestía de manera similar a su líder, tenía el cabello muy largo y este cubría casi todo su rostro a excepción de sus ojos café y sus dientes amarillentos.
En su mano izquierda llevaba un escudo negro con picos del mismo color, el cual era tan grande que podia cubrir fácilmente todo su exuberante cuerpo. Su mano derecha, sujetaba una varita blanca que parecía haber sido hecha con los huesos de la cola vertebrada de alguna bestia.
—Supongo que el grandote debe de ser el famoso fugitivo, ¿No es así? —mencionó el líder al señalar a Marco.
—Y aunque no lo sea, si se ocultan es porque deben de tener algo bueno, así que no hagan las cosas difíciles y entreguen todo lo que tengan. Levanten sus máscaras y si ninguno de ustedes es el fugitivo, puede que los dejemos ir —exclamó el hombre que portaba el gran escudo.
El tercer hombre escupió a un lado y enseñó sus asquerosos dientes mientras lamía el filo de una de sus dagas rojizas.
—Pero si no quieren, no lo hagan, así me podría divertir un poco —graznó en cuanto alejó su lengua de su arma.
El hombre era bastante delgado, tanto así, que pasaría fácilmente por un vagabundo si no fuera por su hermoso par de dagas bañadas en plata y sus exóticas botas de piel rayada.
En ese mismo instante, el aro de fuego se apagó por completo y en su lugar, aparecieron alrededor de diez hombres más. Todos tenían una apariencia similar e intentaban regular su respiración al mismo tiempo en que preparaban sus armas.
Boro retiró su máscara y la colocó dentro de su túnica. Filot abrió los ojos de par en par. «Esta loco, los van a descubrir… ¡Ah no!, nadie debería de conocer su rostro… mientras Marco no se quite la máscara todo debería de estar bien» pensó el pequeño al borde del pánico. Sacudió la cabeza e intentó tranquilizar sus pensamientos.
—Odio estas cosas, no me dejan respirar —comentó Boro con el ceño fruncido, respiró hondo y relajó su expresión—. Así que quieren robarnos… —miró al líder de pies a cabeza, después a sus dos secuaces con gran detenimiento, y por último, dio un pequeño vistazo al resto de los hombres—. Un trío de magos y unos cuantos Armatus. ¡Por todos los dioses buenos, que haremos ahora!
(Armatus, era la forma en que se les llamaba a todos los individuos que no habían aprendido a manipular la esencia y en su lugar, necesitaban utilizar distintas herramientas y armas para poder generar magia)
El líder puso cara de sorpresa y comenzó a reírse entre dientes.
—No deberías de desprestigiar a mis hombres, han matado a muchos magos como tu, estúpidos ricachones de gran ego.
—En ese caso, ¿Qué esperan?, o es que prefieren los duelos uno a uno, si es así aquí estoy, seré el primero en combatir —exclamó Boro dando saltitos como si fuese un artista marcial a punto de mostrar sus habilidades.
Los hombres alrededor comenzaron a burlarse mientras se miraban unos a otros. Marco sacudió la cabeza y comenzó a imbuir esencia en sus manos. Filot entró en pánico y el pequeño topo lo abrazó con fuerza.
—Valla estúpido tenemos aquí, déjame sacarte de tu ignorancia niño, somos parte del grupo Gundor, los mercenarios más fuertes de toda la zona, y yo soy el propio Gundor, el mismísimo jefe de jefes.
Boro soltó una pequeña sonrisa burlesca e intentó contener la risa.
—Por favor —respondió al poner los ojos en blanco—. En todas las aldeas siempre hay un grupo de tontos que aseguran ser los mercenarios más fuerte de la zona y al final de cuentas no son más que unas alimañas miedosas que necesitan ir en grupo para poder robar a sus anchas.
—Hasta aquí llegaste niño —graznó el hombre flacucho antes de salir corriendo y arremeter en contra del joven.
Boro con las manos cubiertas de fuego, detuvo las dagas sin ningún problema. Extendió los brazos e hizo que el mercenario perdiera el equilibrio, acto seguido, dio un pequeño salto, giró en el aire y colocó una flamante patada en el pecho de su oponente.
El mercenario salió volando e intentó recuperar el equilibrio, pero, Boro en un par de segundos ya estaba sobre él con los puños envueltos en fuego. Antes de recobrar el aliento recibió dos golpes contundentes, uno en el mentón y otro en la boca del estómago, dejándolo semi inconsciente y a punto de caer al suelo.
Justo cuanto iba a recibir el tercer y ultimo golpe, Boro fue interceptado por el hombre del escudo negro, obligandolo a avandonar el ataque. Pateó uno de los picos del escudo y se impulsó con suficiente fuerza para retroceder tres metros en un instante.
—Mierda, niño eres toda una sorpresa. Polo trae de regreso al inutil de Miguel, yo mismo me encargaré del niñito —exclamó Gundor. Chocó sus guanteletes y comenzó a caminar con cuidado hacia el joven sonriente.
El hombre del escudo asintió con la cabeza e intentó sujetar a su compañero. Boro dio un paso al frente y las flamas de sus manos crecieron el doble. Polo se alarmó y en vez de seguir la orden de su líder, sujetó su escudo con fuerza y apuntó su varita en dirección del joven.
—Globus ignis —conjuro, y de la varita salió disparada una bola de fuego de medio metro de diámetro.
Boro alzó su mano izquierda y con un movimiento circular destrozó el hechizo como si se tratara de un simple juego de niños.
Gundor se detuvo en seco, abrió ligeramente la boca y maldijo internamente. Activó sus guanteletes y sus manos se envolvieron con intensas llamas rojas, el triple de grandes que las del Boro. Acto seguido, lanzó un par de golpes despiadados a las partes vitales de su oponente, haciendo que el joven retrocediera de nuevo, y a la vez, ganando el tiempo suficiente para que Polo arrastrara a su compañero lejos de cualquier peligro.
—No eres el único que sabe jugar con fuego, además, mis llamas son más fuertes que las tuyas —mencionó al alzar su puño en un signo de poder—. Ríndete niño, y te daré una muerte sin dolor.
Boro lo miró con el ceño fruncido por un par de segundos, después, negó con la cabeza y miró en dirección de Filot, pero sin dejar de vigilar a su oponente de reojo.
—Un verdadero mago debe de tener cierto grado de conocimientos, así que no creas esas tonterías, la cantidad de flamas claro que importa, pero eso no lo es todo, lo más importante es la calidad, y mientras más claro sea el color del fuego, más fuerte se vuele —explicó, y las llamas de sus manos ganaron un tono amarillento.
Gundor volvió a fruncir el ceño, agitó la cabeza y exhaló un par de veces.
—Polo deja a ese inutil en el suelo y encárgate del grandote. El resto capturen al enano y a la bestia de esencia. No me importa lo que hagan con el enano, pero a la bestia no la maten, una tan bonita incluso la podríamos vender directamente a los mercantes de la Balanza Dorada.
Los hombres obedecieron sin titubear y comenzaron a acercarse hacia Filot mientras hacían oscilar sus armas y en sus rostros se remarcaban distintas expresiones siniestras. Polo lanzó a su compañero a unos cuantos metros lejos de la batalla principal, después, tomó su escudo con fuerza y dio un gran salto.
—Ignis —grito en el aire. Agitó su varita y apuntó al lado contrario de la dirección de Marco—, impulsus.
Una corriente de fuego salió desde la varita e hizo que el hombre saliera disparado a una gran velocidad.
El primer pensamiento de Marco fue imbuir sus manos en esencia e intentar detener el ataque a pura fuerza bruta, afortunadamente, logró notar un leve destello en los picos del escudo y eso lo hizo cambiar de idea, sin embargo, por su reacción tardía, no pudo esquivar el ataque por completo.
Cuando los dos hombres estuvieron a un solo metro de distancia, Polo susurro unas cuantas palabras más e hizo que proyecciones de esencia salieran disparadas de cada uno de los picos de su escudo, como si estos se hubieran estirado.
Marco terminó con un gran corte en la pierna derecha. Aterrizó con dificultad, miró hacia atrás y su mirada se llenó de horror al ver los numerosos agujeros que el ataque había dejado en la tierra y un tronco detrás de él. Sin perder más tiempo, Marco estiró y juntó los dedos índices y medio de cada mano. Trazó una serie de círculos en el aire y se alejó de Filot.
—Anulus ignis —conjuro a todo pulmón.
En consecuencia, cinco anillos de fuego se crearon en el área circundante. Marco realizó distintas señas con las manos y sus anillos comenzaron a girar con intensidad y dirigirse directo hacia Polo.
El mercenario sonrió, agitó su varita e intentó apuntar a cada uno de los aros como si fuera una especie de juego de tiro al blanco.
—Proiectum —gritó, haciendo que de su varita salieran disparadas varias bolas de esencia azul semitransparente a una gran velocidad.
Marco señaló con sus manos y los anillos comenzaron a girar de manera irregular, logrando que ninguno de los disparos impactarán en ellos. Polo arrugó la frente, apretó los dientes y cambió de objetivo.
—Clypeus —musitó Marco, y con ello, generó un pequeño escudo de esencia azul justo enfrente de él, con el cual, logró detener el primer impacto.
Sin embargo, el segundo disparo destrozó el escudo, permitiendo que el tercero y último, golpeara su hombro derecho, haciendo que un gran gesto de dolor se remarcara en su rostro. Afortunadamente para él, en ese mismo instante, los aros de fuego que había conjurado con anterioridad rodearon al mercenario.
El rostro de Polo se ensombreció y dejó de atacar. Acto seguido, los aros de fuego comenzaron a orbitar alrededor de él. Marco realizó unas señas circulares con sus manos y los anillos se colocaron en vertical e inmediatamente descendieron para capturar al mercenario.
—Unionis —conjuro y juntó ambas manos de golpe.
Los aros de fuego comenzaron a girar con mayor fuerza, hasta que los cinco se fusionaron en uno. El miedo se reflejó en los ojos de Polo, colocó su varita en vertical y sus manos comenzaron a sudar sin parar.
—Clypeus —gritó para crear un escudo de esencia azul del lado contrario de su escudo gigante.
El anillo de fuego impactó contra los dos escudos y siguió girando cada vez con mayor velocidad. El escudo negro únicamente comenzó subir de temperatura, pero el segundo, se agrieto hasta convertirse en polvo azulado en menos de un segundo.
—Clypeus —continuó Polo, en cuánto su primer escudo desapareció.
Sin embargo, el nuevo fue destruido tan rápido como apareció.
—Clypeus… clypeus… clypeus… —repitió sin parar conforme sus escudos desaparecían uno tras otro.
El mercenario se doblegó por la presión del hechizo y colocó una rodilla en el suelo en un intento para recuperar su balance. Su rostro estaba rojo y cada gota de sudor que aparecía en su cuerpo se evapora en tan solo unos cuantos segundos después de ser liberadas.
—Coating —susurró y una ligera capa de esencia anaranjada cubrió tanto su cuerpo como la varita en su mano, la cual, ahora se encontraba resistiendo el aro de fuego manera directa.
Gundor ya había iniciado su combate contra Boro, pero, en cuanto miró a su compañero al borde de la muerte, maldijo internamente y retrocedió unos cuantos pasos sin quitar la mirada de Polo.
—Inutil —exclamó y enfocó su mirada en dirección de Marco.
Susurró unas cuantas palabras, alzó su mano y lanzó una bola de fuego. Misma que fue interceptada por Boro, tan rápido como esta fue conjurada.
—Me insultas Gufon… Si quieres lastimar a mi amigo, primero debes matarme —exclamó en tono de burla.
—¿Gufon? —cuestionó Gundor con el ceño fruncido—. Niño, estás más que muerto, de eso no tengas ninguna duda —golpeó el aire y lanzó una nueva bola de fuego—. ¡Mark, Amdal, ayuden al inutil de Polo!
Los dos individuos asintieron con la cabeza y corrieron al lado de su compañero. Mark era un hombre de tez pálida y cabellera rubia, tenía el porte de todo un maleante y era el típico lamebotas que siempre estaba al lado de su jefe y obedecía cualquier orden ciegamente.
Por ello, en cuanto llegó hasta su compañero, se metió dentro del anillo de fuego sin titubear, activó la gema de su sable y lo presionó con fuerza contra el hechizo que continuaba cerrándose sobre Polo.
En cuanto el arma tocó el fuego, la tranquilidad y seguridad del hombre desapareció, el choque libero incontables chispas, y en tan solo unos cuantos segundos, el filo del arma se tornó al rojo vivo, pero, a pesar del temor que sentía, continuó ejerciendo fuerza hasta que la velocidad del anillo de fuego comenzó a disminuir.
Por otra parte, Amdal miró a sus compañeros con los ojos entrecerrados, trago un poco de saliva y en lugar de ayudarlos, salió corrió directo hacia el enemigo. Llevaba una daga negra en una mano y un látigo rojizo en la otra.
Marco esquivó el primer golpe sin ningún problema y saltó hasta la cima de un árbol. Acción que intentó repetir el mercenario, aunque en su caso, sólo alcanzó a llegar hasta la mitad del tronco. Aterrizó con gran frustración y lanzó su látigo hacia el joven.
Marco miró el nuevo ataque de reojo y saltó a otro árbol aún más grande haciendo que la puta del látigo únicamente alcanzara a rasgar el aire.
El joven, confiando en que se encontraba fuera del alcance del mercenario, se concentró en hacer que su anillo de fuego rompiera las defensas de Polo y su compañero, sin embargo, cuando menos pensaba, Amdal volvió a estirar su látigo, pero en esa ocasión, este comenzó a serpentear, duplicó su longitud y atrapó el pie del joven.
El mercenario retrajo su látigo y con ello tiró a Marco del árbol, el cual, volvió a rodear sus manos con fuego y cortó el arma que lo sostenía. Aterrizó con suavidad y sin el más mínimo daño, pero ese pequeño percance, lo había hecho perder el control y el flujo de esencia que enviaba a su propio hechizo, provocando su colapso.
Polo y Mark lanzaron un gran suspiro, golpearon el suelo con sus retaguardias, tragaron un poco de saliva y fulminaron a Marco con la mirada. Polo bufo, se puso de pie con gran agilidad pese a su tamaño y agitó su varita con intensidad.
—Ignis flagellum.
El rostro del hombre palideció y su respiración se volvió sumamente irregular. Desde su varita, se desprendió una gran línea de fuego que serpenteo, pálpito, aumentó su tamaño y por último, se contrajo con lentitud hasta tomar la forma de un látigo ígneo aunado a la punta de su varita.
Marco cortó otro pedazo del látigo de Amdal, y agitó la mano derecha en su dirección.
—Globus ignis —conjuro, haciendo que una pequeña bola de fuego impactara contra el mercenario.
Amdal, elevó su arma e hizo que la gema roja incrustada en ella se iluminara, y con ello, generó una proyección de esencia azulada que recubrió toda la daga, la cual, ganó el tamaño suficiente como para ser considerada una espada. El mercenario dio un salto hacia atrás y cortó el hechizo de Marco por la mitad.
En su mente, tal acto serviría para librarse de cualquier daño, sin embargo, el impactó superó con creces sus expectativas. Aunque había logrado disminuir la eficacia del conjuro, el poder restante de la bola de fuego y la combustión generada por el corte, habían sido más que suficientes para mandarlo a volar envuelto en fuego.
Amdal liberó unos cuantos gritos de agonía mientras caía, y en cuanto llegó al suelo, comenzó a revolcarse en la tierra como si fuese una lombriz, en un intento por apagar la llamas que le comían la piel. Marco fulminó con la mirada a Polo y trató de recobrar el aliento. La máscara que había llevado por tanto tiempo se desprendió de su rostro y cayó al suelo.
En cuanto Polo miró el rostro del joven, casi saltó de la felicidad. Le habían pegado al premio gordo. El joven estaba casi al borde del desmayó a causa de la gran cantidad de esencia que había usado a lo largo de la pelea, su líder estaba manteniendo a raya al oponente más difícil y de seguro sus compañeros ya habrían capturado a la bestia.
O por lo menos eso era lo que pensaba, creía que solo necesitaba luchar unos cuantos minutos más, después de eso, sus compañeros regresarían a ayudarlo. Solo necesitaba hacer un poco de tiempo y la captura del fugitivo estaría completa. Entonces, podría regocijarse con la jugosa recompensa y así olvidarse del mal rato por el que acababa de pasar.
Se suponía, que Polo tenía todas las de ganar, pero ahí se encontraba ese joven, sin ningún ápice de miedo, con la respiración muy alterada, pero al mismo tiempo, erguido con orgullo, era como ver a un gran roble resistir las inclemencias de una tormenta. Y eso provocaba que Polo se sintiera agobiado y lleno de irá, en especial, porque a pesar de todo el cansancio visible en el rostro del joven, en ese preciso momento, se encontraba sonriendo de oreja a oreja.
—Tu núcleo está a punto de secarse, ¿No es así fugitivo? —cuestionó Polo entre jadeos y una risita nerviosa.
Marco elevó los hombros y señaló al mercenario con su dedo índice.
—No entiendo por qué te ríes, has gastado más energía que yo, y ese hechizo, en menos de un minuto se llevará hasta la última gota de esencia que te queda.
Polo agitó la cabeza y comenzó a caminar con firmeza.
—Un minuto, es más que suficiente para separar la cabeza de tu cuerpo —replicó, al mismo tiempo en que golpeaba su látigo de fuego contra el suelo e incendiaba todo aquello que tocara.
Por otra parte, Amdal había envuelto su rostro con su propio latido y había dejado de gritar. Las llamas se habían apagado y lo habían dejado con quemaduras bastante graves, por lo que permaneció pegado al suelo e inmovil.
Marco liberó un gran suspiro, miró al cielo, relajo los hombros, dirigió su mirada a Polo y volvió a sonreír de oreja a oreja antes de dejarse caer sin la más mínima preocupación.
—Es demasiado tarde para rendirse, séquito de oro —comentó el mercenario. Agitó su látigo y apuntó en dirección del joven.
Marco permaneció imperturbable y su cuerpo comenzó a relajarse mientras miraba el moviendo de las hojas de los árboles.
—La quinta regla del buen mago, dice que uno siempre debe de estar atento al entorno… ¡Idiota!
La sonrisa de Polo se borró en cuanto se percató que todo a su alrededor, a excepción de la pelea de su jefe, se encontraba en un abrumador silencio. Giró con temor hacia su lado derecho y encontró el cuerpo de Mark partido por la mitad. Sudor frío comenzó a descender por su frente, se dio media vuelta, sus ojos comenzaron a palpitar llenos de miedo y por puro instinto, su cuerpo comenzó a retroceder.
A tres metros de distancia, una gigantesca figura caminaba hacia él, dejando todo un rastro de sangre tras su paso.
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