Boro: el último maestro. - 08
Tres minutos antes de que Marco dejará de pelear.
A excepción de Amdal y Mark, el resto de los Armatus rodearon a Filot y al pequeño topo, los cuales se encontraban arrinconados en el tronco de un gran árbol. El pequeño estaba casi al borde de las lágrimas, en especial, cuando Polo atacó a Marco y lo obligó a separarse de su lado.
Al principio, estaba agradecido con su nuevo maestro por haberse llevado a ese mercenario loco lejos de él, pero, cuando las cosas se volvieron a tornar difíciles, maldijo internamente que Marco hubiera tomado tal decisión. En especial, porque su único protector era una bestia de ese escencia, hecho que no fuera tan malo, si la pequeña bestia no desbordara ternura y adorabilidad.
Para Filot, el pequeño topo podría ser la mascota perfecta de cualquier niño, pero una pésima opción si se trataba de defensa y protección. Ya lo había visto levantar muros tierra, construir muebles de roca y túneles con suma facilidad. Sin embargo, pensar que esa adorable criatura enfrentará a diez hombres armados no era precisamente alentador.
—Vamos pequeño, encierralos en un túnel o lanzales una mesa de piedra, ¡Lo que sea!, solo no dejes que nos maten —susurró con voz temblorosa.
El topo movió sus bigotes e inclinó su cabeza, sus diminutos pero brillantes ojos estaban llenos de inocencia, hecho que solo hacía sentir a Filot mucho más preocupado de lo que ya estaba. Intentó levantarse y salir corriendo pero el topo lo tomó de la pierna e impidió que diera un solo paso.
Tres hombres con látigo en mano, comenzaron a ondear sus armas al mismo tiempo en que se acercaban a la bestia. Un hombre de capucha verde, hizo girar su lanza y comino con rapidez hacia el pequeño.
—Lo siento enano, pero tus amigos valen oro —comentó y apuntó su arma directo al cuello del niño.
Filot se encogió aún más, cerró los ojos y comenzó a implorar salvación a todos los dioses que conocía, tanto a los buenos como a los malos. Aunque eso era considerado un tabú, en ese momento lo único que quería era salir de ahí con vida, no le importaba quien acudiera a su llamado, siempre y cuando lo salvaran de esa situación.
Esperó con los ojos cerrados por diez segundos, pero nada pasó, su cuello seguía en su lugar al igual que todas las partes de su cuerpo. Abrió lentamente los ojos y se llenó de horror, el hombre que estaba a punto de degollarlo, se encontraba tirado en el suelo, dividido en tres partes, al igual que su lanza.
Un escalofrío recorrió su espalda e hizo que girara su cabeza con lentitud y dió un vistazo de reojo. La escena detrás de él, era prácticamente la misma, un hombre cortado en varias partes. Los otros dos hombres que habían intentado capturar al topo, tiraron sus armas y retrocedieron con el rostro lleno de terror.
Filot cerró los ojos de nuevo y se llevó las manos hasta la cabeza. Intentaba comprender qué había pasado, «acaso un dios malo o una aberración de la Umbra han respondido a mi llamado» pensó sin ningún consuelo, controló el temblor de sus manos y subió la cabeza aún con los ojos cerrados.
Cómo se encontraba un poco más relajado, pudo escuchar con claridad lo que pasaba a su alrededor. Un grito ahogado resonó por el aire al igual que un sonido muy familiar para él, era ese mismo sonido que escuchaba siempre que iba a realizar distintas tareas a la carnicería: carne cortada y desgarrada, y el inconfundible ruido que hacían las carnes putrefactas cuando caían al suelo.
El estado de ánimo de Filot volvió a decaer, ya no estaba al borde de la locura, pero el miedo seguía ahí, junto a una gran culpa que azotaba a su corazón. «No debí rezarle a los dioses malos… pero si no lo hacía yo estaría muerto… pero no, aún así nadie se merece una muerte así… ¡No, Filot!, son mercenarios y de la peor clase, no debes de sentir compasión por ellos» debatía el pequeño en sus adentros con el rostro totalmente abatido.
Una ligera explosión se generó, y lo sacó de su estado reflexivo. Polo había disparado desde su varita y había roto el escudo de esencia que Marco acababa de crear. El niño se quedó pasmado viendo como transcurrían tales acontecimientos, hasta que su nuevo maestro escapó a la cima de un árbol.
En ese momento, el resto de los Armatus permanecían con el rostro lleno de miedo, pero de alguna forma, se armaron de valor y comenzaron a rodearlo de nuevo. Filot se alarmó y por puro instinto retrocedió muestras estiradas sus manos hacia atrás, tocó la corteza del árbol en el que se había recargado, lo rodeó e intentó seguir retrocediendo pero fue bloqueado por una pared peluda.
La mano del pequeño reaccionó y se encogió en el mismo instante en que sintió una superficie suave completamente anormal para un árbol. Se dió media vuelta con rapidez, miró de arriba a abajo, sus ojos casi se salieron de sus órbitas y su mandíbula quiso llegar al suelo.
Justo en frente, se encontraba Garrita. Estaba tan tranquilo y hermoso como siempre, la única diferencia, era que en vez de medir medio metro este de algún modo había crecido hasta los dos metros y medio de altura. Seguía siendo adorable, pero las gotas rojas que caían de sus monstruosas garras, alarmarían a cualquiera
—Qué es esa maldita cosa, pensé que era un topo roca —comentó uno de los mercenarios temblando de miedo y con su espada al frente.
—Ningún topo roca podría cambiar de tamaño así —mencionó otro de los mercenarios mientras miraba detrás de él y continuaba retrocediendo.
—Estupidos, no saben la fortuna que tenemos delante de nosotros, ¡Es un topo Real!, esas cosas valen decenas de monedas de oro, no sean cobardes, solo tenemos que impedir que escapen hasta que el líder regrese —replicó un mercenario de rasgos grotescos, nariz llena de verrugas, una panza casi tan grande como el escudo de Polo y con una muy notable pérdida de cabello.
—Maldito cobarde, si la capturamos nosotros mismos la recompensa será mayor —exclamó un mercenario viejo, chimuelo y con un cuerpo bastante decrépito, cosa que hacía poco creíble que se dedicara a realizar trabajos tan peligrosos como los que hacían los mercenarios.
Con ese último comentario, los mercenarios se miraron unos a otros, e inspirados por la codicia, todos atacaron al mismo tiempo desde distintos flancos. Garrita interceptó y partió en dos el escudo de acero de uno de los mercenarios, al mismo tiempo en que terminaba con la vida de otro.
El viejo mercenario, corrió por detrás de la bestia, activo su lanza, y una gema azul incrustada en el centro, liberó una pequeña cantidad de esencia del mismo color, la cual, rodeó toda el arma en un instante.
Con sus preparativos listos, intentó perforar la espalda de la bestia a la altura del corazón. La lanza golpeó y se adentro en él pelaje, pero no llegó más allá, el filo rebotó y las manos del viejo se quedaron temblando por el impacto.
—Mierda, es de Rango 2 como mínimo —gritó alarmado, se dio media vuelta e intentó establecer un poco de distancia.
El resto de los mercenarios hicieron lo mismo. Cuando estuvieron a una distancia prudente, guardaron sus armas principales y en su lugar sacaron distintos látigos y dagas afiladas.
Los látigos salieron disparados y atraparon todas las extremidades de la bestia, después, lanzaron sus dagas hacia el rostro de la misma con gran precisión. Garrita elevó su mano, arrastró al hombre que sujetaba esa extremidad y cubrió su rostro de las dagas.
Los Armatus comenzaron a tirar de las látigos y los anclaron a algunos de los árboles cercanos, que según ellos, tenían la rebotes suficiente como para contener a su presa. Hecho que fue acertado, pero, los mercenarios no fueron capaces de resistir la fuerza de Garrita.
Los seguros con los que había anclado sus látigos salieron disparados y los hombres comenzaron a ser arrastrados, intentaron detener su avance colocando un pie sobre el tronco o colocando nuevos seguros, pero todo era inútil, la fuerza del topo sobrepasaba con creces lo que en un inicio habían contemplado.
Garrita alzó sus dos brazos y luego azotó sus garras contra el suelo. No hubo ningún sonido además del golpe dado a la tierra. Los mercenarios se desconcertaron y se miraron unos a otros. En una fracción de segundo, enormes picos de piedra de al menos medio metro de ancho, se alzaron desde los pies de todos los Armatus y los empalaron de pies a cabeza.
De esa forma, en menos de tres minutos, Garrita había liquidado a todos sus atacantes, y aunque ninguno de ellos podía usar magia, estos estaban muy bien equipados, así que su proeza seguía siendo igual de impresionante.
Filot se había ocultado detrás del tronco de un árbol, sus manos temblaban y su mente se negaba a comprender lo que había pasado, la pequeña criatura que estaba junto a él, esa que había considerado como la mascota perfecta para cualquier niño, ese bulto inofensivo y adorable, había masacrado a diez mercenarios al mismo tiempo y en tal solo un par de minutos.
El mundo está lleno de sorpresas y él apenas estaba iniciando su viaje, pero cada vez se enamoraba más de lo que la esencia podía hacer, aunque algunas de ellas eran demasiado aterradoras como para dejarlo dormir con comodidad por un par de días. Lo único que sabía era que no quería volverse a sentir tan minúsculo y vulnerable como en ese momento, debía volverse fuerte, quería aprender magia, superarse a sí mismo y sobre todo, un nuevo anhelo y esperanza por encontrar a su madre había crecido dentro de él.
Cuando salió de la Aldea de Mirti, no estaba del todo seguro que las palabras de esos dos jóvenes fueran totalmente verdaderas y mucho menos los veía como sus maestros. Sin embargo, en ese momento algo en su interior se movió, quería salir corriendo, agachar la cabeza e implorar que le enseñen a dominar la esencia. Con ese sentimiento giró su cabeza y miró a sus dos compañeros.
Marco se encontraba en el suelo y observaba como Garrita aprovechaba el descuido de Polo para terminar con su vida sin que este mostrara la menor resistencia. Boro, por otra parte, se encontraba enfrascado en una lucha aún más caótica que la que había librado Marco.
Chispas, bolas e incluso columnas de fuego se alzaban por todos lados, la pelea era feroz y desenfrenada. Aunque la lucha se estaba dando a varios kilómetros de la Aldea Mirti, ambos se limitaban enormemente para no realizar algún ataque demasiado escandaloso o llamativo, que pudiera llamar la atención de los guardias y los cazadores que había dejado atrás.
Por ello, la batalla se había extendido por más tiempo de lo necesario. Tan pronto como conjuraban un hechizo lo deshacían antes de que impactara contra un árbol, la tierra o cualquier objeto que pudiera ocasionar un fuerte estruendo. La lucha era todo un manjar para la vista, destellos por aquí y por allá, era como ver un espectáculo de fuegos artificiales silencioso y al ras del suelo.
Era una batalla mucho más agotadora de lo normal, pero a ninguno de los dos les convenía llamar la atención, por parte de Boro, las razones eran más que obvias, en el caso de Gundor, su codicia lo había orillado a tomar una decisión muy mala. Casi todos sus hombres habían muerto y aunque él tenía la confianza de escapar en cuanto quisiera, su ego se lo impedía, hacer tal acto sería humillante y además, todo su esfuerzo se iría a la basura.
El mercenario había desenvainado sus dos hachas e intentaba dividir el cuerpo del joven en varias partes, pero este, era demasiado ágil y escurridizo, en un momento lanzaba un par de golpes y en otro, ya estaba a tres metros de distancia, totalmente a salvo de cualquier contraataque y listo para continuar con sus arremetidas.
Gundor definitivamente poseía una cantidad mayor de esencia y su fuerza física también era superior, y eso solo lo hacía enloquecer más. «¿Cómo es posible que un debilucho, un mago de menor rango que yo, pueda humillarme tanto?» se cuestionaba a sí mismo cada vez que el joven esquivaba uno de sus ataques o peor aún, cuando Boro lograba golpearlo.
—Soy de Rango Raro, maldito mocoso, ríndete de una buena vez, tu esencia se agotará mucho antes que la mía —exclamó con frustración. Alzó sus manos y creó una gran bola de fuego —. Globus ignis.
Boro estiró sus brazos hacia el frente y unió sus palmas, intensificó el calor de sus llamas y recibió el hechizo de frente. De forma literal, tomó la bola de fuego entre sus manos y la partió en dos, haciéndola añicos generando una gran cantidad de chispas y llamas de fuego.
—No lo has notado verdad. El único que ha estado gastando esencia a lo loco has sido tú, qué importa que seas de un rango superior, si no usas la cabeza tus torpes músculos y tu núcleo ligeramente superior no sirvan de nada —informó Boro entre sonrisas y jadeos.
A Gundor le hirvió la sangre, frunció el ceño y arremetió con todo, manteniendo sus hachas al frente. Dio media vuelta en el aire para tomar impulso y lanzó un gran golpe horizontal. Líneas de fuego se marcaron en el filo de las hachas y salieron disparadas a gran velocidad.
Boro inclinó su cuerpo hacia atrás en el último momento. Un mechón de su pelo fue incinerado en el acto y sus ojos se abrieron de par en par cuando se percató que detrás de él, más de veinte árboles fueron cortados por la mitad.
Sin perder el tiempo, el mercenario elevó sus armas y se preparó para lanzar un tajo vertical. Boro apoyó sus manos en la tierra, las llamas de sus pies se intensificaron y en una fracción de segundo, asestó una patada doble en el pecho del hombre, haciéndolo retroceder y perder el balance.
Gundor lanzó una de sus hachas al joven para que no se acercara, y con su mano libre, apagó el fuego de su ropa con sus propias flamas rojizas.
—Maldición —exclamó Amdal sobándose la barbilla.
Gundor lo miró de reojo y rió internamente.
—Ya era hora de que despertarás, prepara la barrera silenciosa —ordenó sin perder de vista a su objetivo.
El mercenario miró con enojo a Boro, se puso de pie con dificultad, extrajo tres piedras azules con distintas runas grabadas en ellas, las imbuyó en esencia y las lanzó al aire. Las piedras parpadearon un par de veces y justo cuando comenzaban a descender, se quedaron inmóviles a más de seis metros de altura. Posteriormente, comenzaron a liberar un extraño gas azul cielo, mismo que, después de un par de segundos, se transformó en una cúpula semitransparente de más de veinte metros de diámetro.
—Ahora si niño, hasta aquí llegaste —exclamó Gundor. Las llamas en sus manos volvieron a crecer y él salió disparado en contra del joven.
La nueva barrera impedía que cualquier sonido saliera fuera de cúpula, por ello, el mercenario dejó de limitarse y arremetió con todo lo que tenía. Intercambiaron unos cuantos golpes y para sorpresa de ambos, se encontraba muy igualados, las flamas amarillas de Boro podían seguir el ritmo de las del mercenario a pesar de la notoria diferencia en la cantidad de estas.
Los dos habían dejado de lado el conjurar distintos hechizos y se concentraron únicamente en un combate de fuerza y habilidad, mientras sus extremidades seguían envueltas en fuego. En tan solo un minuto de combate, el área circundante había cambiado drásticamente, árboles carbonizados, vegetación en llamas y numerosos hoyos cenicientos se acumulaban por doquier.
El mercenario lanzó un golpe recto con su mano derecha y Boro la interceptó con una patada en diagonal, generando una ligera explosión que empujó a ambos a unos cuantos metros de distancia entre los dos. Gundor se llevó su mano libre a la boca y susurró algunas palabras antes de arremeter de nuevo contra el joven.
El intercambio de golpes continuó, pero a diferencia de antes, las chispas que salían volando a causa de los impactos, en vez de desaparecer se mantenían destellando mientras flotaban por los alrededores.
Marco noto de inmediato el peculiar evento y a diferencia del atontado de Amdal, prefirió alejarse de la pelea, llevándose tanto a Garrita como Filot con él. Caminaron a paso rápido hasta llegar al borde de la cúpula, se dieron media vuelta y se posicionó por delante del niño y la bestia.
—¿Por qué no salimos? —cuestionó Filot con nerviosismo, al mismo tiempo en que miraba al otro lado de la barrera.
—Porque para salir es necesario romper la barrera silenciosa y si hago eso, el ruido de la pelea atraerá más problemas —respondió Marco sin perder detalle de la pelea.
Las chispas de fuego comenzaron a amontonarse con gran velocidad, haciendo que Boro dividiera su atención en tres partes, por un lado, tenía que esquivar tanto los golpes del mercenario, así como las numerosas llamas que flotaban a su alrededor, y por otro, no podía perder de vista a Amdal, quien seguía mirándolo con rabia.
Gundor dejó de atacar y en su lugar tomó distancia con respecto al joven. Alzó sus manos e hizo destellar sus llamas rojizas.
—Estupido, jamás entendiste la brecha de poder que hay entre nosotros. Yo soy Gundor, el mejor mercenario de Mirti y un auténtico mago de Rango Raro —escupió el hombre antes de unir las palmas de sus manos—. Crepitus maximum.
Las chispas de fuego que flotaron tranquilamente y comenzaron a unirse una tras otra, formando flamas de mayor tamaño.
Garrita se alarmó, golpeó el suelo con sus garras y formó una cúpula de piedra alrededor de sus amigos. Marco colocó sus manos al frente y manifestó la poca esencia que le quedaba.
—Clypeus —susurro.
Y en consecuencia, creó un escudo de esencia dentro de la cúpula de piedra.
Cuando las llamas llegaron al tamaño de una manzana dejaron de moverse y en su lugar, triplicaron su tamaño en un instante antes de salir disparadas y chocar unas con otras. Toda el área se iluminó y se llenó de fuego rojo.
La explosión calcinó a Amdal y destruyó la barrera silenciosa así como la cúpula de tierra que había creado Garrita. Afortunadamente, el sonido de la explosión fue casi interrumpido por completo, sin embargo, devastó toda la vegetación del área circundante.
Las llamas comenzaron a desaparecer poco a poco, revelando solo una gran llama rojiza en el lugar en donde se encontraba Boro y un mercenario eufórico. Gundor cayó de rodillas, sudaba a chorros y su respiración estaba completamente agitada, aún así, sonreía de oreja a oreja sin importar que su compañero yacía calcinado solo a un par de metros.
Sus carcajadas resonaron por el bosque y Marco sujetó a Filot para que no saliera corriendo.
—Suéltame… tenemos que irnos, nos va a matar, nos va a matar —exclamaba el niño en un ataque de pánico.
Marco sonrió y acarició la cabeza del Filot.
—Calma, aún estoy aquí para protegerte. Además, si Boro fuera tan débil jamás lo hubiera seguido.
En el centro de la explosión, las pocas llamas que seguían palpitando, comenzaron a arremolinarse antes de consumirse por completo. Boro estaba pálido y al borde del desmayo. De sus manos destellaban unas pequeñas, puras y preciosas llamas blancas, mismas, que quemaron hasta el último rastro de las flamas rojas de Gundor.
El calor que emitían ese par de llamas era tan fuerte, que ondulada el aire a varios metros de distancia. Boro sonrió ligeramente y dio unos cuantos pasos al frente.
—Pues fue todo un placer conocerlo, ¡Oh!, «gran mago» de Rango Raro. Yo soy Boro, un simple mago de Rango Singular.
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