Boro: el último maestro. - 09
Las flamas blancas en las manos de Boro, centelleaban cada vez con mayor ferocidad. El rostro de Gundor palideció e intentó retroceder, pero su esencia estaba casi agotada y su cuerpo estaba al borde del colapso. Sus piernas obedecieron con lentitud y varias gotas de sudor descendieron desde su rostro.
Boro dirigió una mano al cielo y la otra al pecho del mercenario.
—Ignis —musitó. Las llamas blancas aumentaron su tamaño drásticamente y formaron una gran bola de fuego por encima de la cabeza del joven.
El mercenario abandonó su obstinada codicia e intentó alejarse tan rápido como pudo. Sin embargo, Garrita había actuado bajo los órdenes de su maestro con mucha anticipación, acumuló una gran cantidad de esencia en sus extremidades y palmeo la tierra.
En menos de un segundo, los pies de Gundor se vieron sepultados bajo una pila de tierra y cinco picos de roca negra que salieron disparados y golpearon todas extremidades del hombre. Sin embargo, el mercenario llevaba debajo de su túnica una malla de acero forjado con esencia con afinidad a la tierra, objeto que lo salvó de un golpe mortal, aún así, el ataque de Garrita fue más que suficiente como para detener su escape, incluso antes de que este comenzará a moverse.
Cuando la esfera de fuego blanco alcanzó un metro de diámetro, Boro trazó una serie de círculos en el aire y las llamas encima de su cabeza siguieron el ejemplo, transformándose en un par de segundos en un torbellino de fuego, uno muy similar a una flecha el doble de grande que una jabalina.
El calor abrasador que emitían las llamas, llegó hasta la piel del mercenario. Su mirada se llenó de terror y bajo la nueva adrenalina que invadía su cuerpo, logró liberar sus brazos de entre los picos de roca.
—Maldición, maldición, maldición —gritó sin parar. Sus manos comenzaron a llenarse de esencia anaranjada, misma que se transformó en una gran llama tan grande como su propio cuerpo—. Ignis maximum, scutum clypeus.
Las llamas volvieron a adquirir un tono rojizo y formaron un escudo ligeramente más grande que el propio Gundor. Después, dos escudos con las mismas características se alzaron frente a él y se fusionaron, creando un gigantesco escudo el doble de grueso que un humano promedio.
—Es una lastima, incluso en tu lecho de muerte sigues cometiendo los mismos errores —exclamó Boro con voz apagada y la respiración agita, al mismo tiempo en que su hechizo terminaba de comprimirse.
Gundor apretó los dientes, quiso replicar y maldecir al joven, pero las palabras no salieron de su boca. Su mirada se había vuelto borrosa, sus ojos estaban inyectados en sangre y un gran dolor invadió su abdomen. El escudo que había creado parpadeo un par de veces y el mercenario se vio obligado a consumir casi todas sus reservas de esencia.
—Saguitta maximum —conjuró Boro con voz cansada.
La enorme flecha de fuego destello con gran intensidad y salió disparada. La velocidad distorsionó el aire y creó un sonido chirriante y muy peculiar que enloqueció a las pocas bestias que aún seguían observando la batalla a lo lejos.
En un instante, la flecha blanca impactó contra el escudo gigantesco de Gundor y al colisionar, el fuego blanco consumió por completo a las llamas rojizas de este en menos de un segundo, y continuó abriéndose paso hasta llegar a la maya protectora del hombre. La cual, se derritió en el acto y dejó el camino libre hacia el pecho de su dueño.
Gundor escupió sangre, miró hacia abajo y con su último aliento, pudo observar como un pequeño hueco se había formado justo en donde se encontraba su corazón. Intentó elevar sus manos para tocar su herida, pero estas se detuvieron a la mitad del camino y descendieron hasta chocar con los picos de tierra.
La herida se había cauterizado en el acto, pero ningún ser vivo podía sobrevivir sin su órgano principal. El ojo de Gundor perdió su brillo y su cuerpo inerte, quedó colgando de los picos de piedra que lo habían aprisionado.
Boro cayó de rodillas, miró al cielo, suspiró y se dejó caer de espalda. El cielo, a pesar de la ausencia de su astro máximo, se encontraba iluminado por la gran infinidad de estrellas que lo habitaban. Llevó su brazo derecho hasta su cara y se tapó los ojos.
Se encontraba completamente agotado, lleno de heridas y su ropa casi desaparecía bajo las numerosas quemaduras provocadas por las llamas del mercenario. Garrita volvió a su tamaño original y salió corriendo hacia su amigo. Marco acarició la cabeza de Filot y siguió a la pequeña bestia.
—¿Te encontraste bien? —cuestionó Marco con voz cansada.
Boro retiró el brazo de su rostro y lo miró con un solo ojo.
—Estoy hecho trizas, Gundor fue un oponente formidable.
Marco asintió con la cabeza, sonrió y se sentó a un lado de su amigo y de la pequeña criatura que atacaba incesantemente los cachetes de Boro con sus largos bigotes.
—Su último hechizo casi nos mata a todos.
—Fue letal, aunque gasta una cantidad increíble de esencia y tiene un amplio rango de daño, haciendo que su poder destructivo se disipe. Fue un error de su parte usar un hechizo tan loco y poco eficaz —informó Boro entre jadeos—. Pero fue increíble, definitivamente debo de aprenderlo.
Marco giró sus ojos hacia arriba y se dejó caer en el suelo.
—Estás loco.
—Lo sé, pero tú estás más loco porque sigues a un loco.
Ambos rieron con disimulo por un par de segundos. Apoyaron sus manos en la tierra y se volvieron a sentar. Boro acarició a Garrita, le dio un pequeño beso en la frente antes de regresarla al bolso de bestias.
—Debemos irnos, el último hechizo del mercenario fue demasiado llamativo —comentó antes de ponerse de pie y quitarse las prendas quemadas.
Marco alzó un ceja en señal de protesta, sacudió sus manos y miró a Boro con la cabeza inclinada.
—Veras mi estimado amigo, el tuyo no fue precisamente muy discreto.
El joven miró a Marco con los ojos entrecerrados, sonrió y elevó los hombros.
—Con mayor razón debemos de seguir avanzando —expresó con voz cansada.
—En eso tienes toda la razón —respondió Marco, al mismo tiempo, en que observaba todos los daños que había dejado la lucha—. Pero antes de eso, creo que deberíamos tomar cualquier cosa que sea valiosa o que pueda salvar nuestras vidas en el futuro.
Boro asintió con la cabeza y comenzó a desgarrar su ropa quemada. Por otra parte, Filot se había quedado pasmado a unos cuantos metros de distancia hasta que Marco no pudo cargar más objetos y le hizo distintas señas para que fuera a ayudarlo. El niño sacudió la cabeza y salió corriendo hasta su maestro con los brazos extendidos, para recibir los números objetos que Marco había apilado.
Boro terminó de vestirse e intentó ayudar con la recolección de los bienes materiales, pero, sus pies tambalearon y sintió que el mundo daba vueltas. Cayó de rodillas nuevamente, miró hacia abajo, sujetó su abdomen y comenzó a sudar en frío.
—¡No te fuerces y descansa un rato! —ordenó Marco desde la distancia.
Boro obedeció de mala gana y se volvió a sentar.
—Esta bien, pero tienes que buscar esas piedras silenciosas —exclamó en tono de protesta.
—¡Estoy en ello!
Boro forzó una sonrisa y se recostó en la tierra. El mareo comenzó a disminuir al igual que su respiración regresaba a la normalidad. Luchó contra la pesadez de sus párpados y posó su vista en la cima de los distintos árboles que habían tenido la suerte de haber quedó fuera de la barrera silenciosa.
Pasaron unos cuantos segundos y el ritmo cardíaco del Boro se volvió a agitar cuando su mirada se cruzó con una criatura que posaba de manera despreocupada en la cima de un árbol muestras los miraba con curiosidad.
—¡Marco! —llamó con voz firme—. Creo que sería conveniente dar por terminada la búsqueda del botín.
Marco dió media vuelta y observó a su amigo con una mueca en el rostro.
—¿Por qué?
Boro trago un poco de saliva y comenzó a ponerse de pie.
—Tenemos compañía —respondió Boro con los ojos muy abiertos y señalando al ave que acababa de descubrir.
—¡Mierda! —exclamó Marco antes de caminar a paso rápido hasta su amigo.
Filot se encontraba bastante cansado y desconcertado, por lo que no había prestado atención a la conversación de sus maestros. Miró hacia todos lados y corrió detrás de Marco.
—¿Qué pasa?, ¿Hay más mercenarios? —cuestionó con curiosidad y un toque de miedo.
Marco dejó caer todos los objetos que había recolectado y Boro los almacenó en su peculiar collar.
—No es eso, pero de igual forma podríamos estar delante de una desgracia aún peor —informó Boro al poner una expresión tenebrosa.
—¡No lo espantes! —exclamó Marco con el ceño fruncido—. Tranquilo, afortunadamente el Buitre de Cenizas solo se alimenta de carroña, así que de momento no representa ningún peligro.
Los Buitres de Cenizas, eran aves enormes, que podían llegar a medir fácilmente más de 10 metros de altura. Principalmente, se distinguían de otras aves de esencia por dos peculiaridades: la primera, era su extraño cuello, ya que este se encontraba libre de plumaje y en su lugar, este estaba cubierto por una nube tormentosa adherida a su piel.
La segunda peculiaridad, era su habilidad inata para cubrir todo su cuerpo a voluntad con una especie de neblina o humo negro, ya sea durante el vuelo o en cualquier otro momento que le sea conveniente, en especial durante la noche, cuando la oscuridad se apodera de mundo y su habilidad le permitía volverse prácticamente invisible.
En el caso particular de la bestia que tenían delante, solo media alrededor de 3 metros, sus plumas parecían estar hechas de obsidiana, sus patas tenían grandes escamas espinosas y sus garras ennegrecidas eran auténticas armas para mutilar y desgarrar cualquier tipo de carne.
—¿Entonces por qué tenemos que huir? —insistió Filot.
Boro sonrió entre dientes y miró a Marco con una ceja levantada.
—Siempre es mejor hablar con la verdad —comentó. Giró su cabeza y miró al niño a los ojos—. En primer lugar, si estamos fuera de peligro, ¡Por el momento!, pero, ni siquiera puedo sentir la fuerza de esa cosa, así que mínimo en una bestia de Rango 3, y ya viste lo que Garrita puede hacer y ella es solo de Rango 2.
»Además, existen muchos rumores desagradables acerca de los Buitres de Ceniza, los más inofensivos dicen que traen mala suerte a todo aquel que los mire, en cambio, hay otros que afirman que son heraldos de las fuerzas de la Umbra. Hay muchas leyendas sobre ellos, algunas son un poco exageradas, pero, lo que sí es cierto, es que cada vez que aparece uno, siempre hay caos, peleas y muerte.
Explicó con detalle, al mismo tiempo en que terminaba de guardar todo el botín de la batalla y se alistaba para partir.
—Pero no creo que sean malos, tal vez todos esos rumores se crearon gracias a su gran habilidad para percibir el derramamiento de sangre y la carne putrefacta, o tal vez huelan el miedo, no lo se, pero como se alimentan de carroña, todas esas son muy buenas explicaciones.
Filot se había arrepentido de inmediato el haber preguntado, «Por qué tengo que ser tan metiche», pensó lleno de miedo y nerviosismo. El Buitre de Cenizas graznó y todos los bellos del pequeño y de los dos jóvenes se pusieron de punta.
—Marco, ¿Tomaste la varita de hueso del mercenario? —cuestionó Boro.
—Por supuesto, también tome su escudo —respondió con voz temblorosa, tragó un poco de saliva y tomó la delantera.
Boro asintió, tomó al pequeño del hombro y tiró de él con suavidad para que el niño saliera de su estupor y comenzará a caminar
—Vamos, no podemos perder más tiempo. Te llevaría en los brazos pero apenas puedo mantenerme de pie.
Filot miró al joven con los ojos muy abiertos y un poco humedecidos. Se limpió las lágrimas, levantó la cabeza y comenzó a caminar con rapidez.
…
A varios kilómetros de distancia, en la entrada norte de la Aldea de Mirti, un joven de armadura ostentosa, montaba una gran bestia de esencia y miraba con curiosidad el humo que salía desde el centro de la aldea.
La bestia de esencia, era un lobo de dos metros de altura, de pelaje gris y unos profundos ojos azules. Portaba solo un protector de pecho de color verde, que hacia juego con los bordes de la armadura de su dueño.
El joven hombre se quedó inmóvil con el ceño fruncido justo en medio de la calle, hasta que el humo comenzó a disiparse. Desmontó a su lobo y caminó con tranquilidad hacia el amplio portón delante de él (la única que poseía un cuerpo de vigilancia).
«A penas me lo puedo creer, estoy apunto de ser ascendido y me mandan a una insignificante aldea, ¿Cuánto mérito podría ganar por capturar a un mísero mago de Rango Singular?» reflexionó el joven hombre mientras caminaba hacia el único guardia que custodiaba la entrada.
El guardia se puso completamente alerta cuando lo miró aproximarse, después de todo, el individuo tenía una gran presencia. Aparte de su hermosa armadura semi completa (peto, un par de guanteletes y protección para sus piernas), llevaba una espada envainada en la cintura: el mango era plateado al igual que su funda, y justo en la mitad de la cruz tenía incrustada una gema esférica de color dorado.
El hombre llevaba la cabeza descubierta y lucía su gran belleza, tenía rasgos finos, tez blanca, cabellera negra y unos fríos ojos verdes, que perforaban todo protección y autoestima del guardia en turno.
Al estar frente a frente, el jóven sacó dos placas: la primera era de bronce y tenía la forma de un hexágono alargado con una gema hecha de plata incrustada, la cual, respaldaba su fuerza como un auténtico mago de Rango Raro en su Primer Avance (Mago Raro A2); la segunda, era un rectángulo de plata, que tenía grabada una corona de ocho picos y el sello real en el medio, objeto que lo identificaba como un aprendiz de caballero al servicio de un Conde.
—Bajo las órdenes del honorable Conde Casis, se me ha encomendado la captura del fugitivo Marco de Fortis. Informe al Barón de Mirti de mi llegada.
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