Boro: el último maestro. - 10
El Baron Bartolome se encontraba parado justo enfrente de su castillo, observando con gran enojo como una parte de las torres adheridas a este, había sido completamente destruida. Lo único bueno para él, era el hecho de que los daños únicamente fueron daños materiales, y que toda la torre se encontraba inhabitada.
Sin embargo, una mente enojada jamás piensa con racionalidad y aunado al hecho de que esa torre también servía como un almacén para la ropa de la familia y algunos objetos decorativos de gran valor, Bartolome casi era consumido por la locura cuando encontró los restos del marco de unos de sus cuadros favoritos, el cual únicamente había almacenado ahí mientras remodelaba su sala de estar.
Tomó el pesado de madera pintado en tonos dorados y rojos, lo sujetó con fuerza, su rostro se tornó rojo e incineró la pieza hasta que solo quedaron cenizas en su mano. Su mirada se posó en la parte del castillo en donde antes se encontraba la torre e intentó calmar su ira, pero conforme caían los escombros su mente lo torturaba y lo hacía pensar que cada uno de esos trozos eran su propia dignidad y honor.
Comparativa que no estaba muy lejos de la realidad, después de todo, había quedado en ridículo dos veces seguidas. Su mandíbula se contrajo, sus ojos estaban muy abiertos y su pecho subía y bajaba con ímpetu con cada inhalación y exhalación que realizaba, era como ver a un toro bufando momentos antes de embestir.
Alrededor de la zona, únicamente se encontraban los guardias que tenían la encomienda de proteger el castillo y a la familia del Barón, sin embargo, ninguno de ellos se animaba a interactuar con su regente o hacer cualquier movimiento que llamara su atención.
La mayoría permanecían inmóviles en postura recta, tal y como si se trataran de estatuas. Los únicos guardias que se animaban a moverse en tales circunstancias, eran aquellos que tenían varios años de servicio y una muy buena relación con el propio Barón, aún así, todos sin excepción alguna, procuraba que sus miradas no se encontraran con la de su regente.
Registraron el castillo de arriba a abajo, una y otra vez, y aunque las evidencias indican que el fugitivo había utilizado tal artimaña para distraerlos mientras escapaba, ninguno de los guardias presentes, tenía el valor suficiente para darle tal noticias a su regente.
En el caso de Jorge, el más leal al Barón y también el único con la suficiente fortaleza mental como para afrontar a su regente de manera directa, este se encontraba revisando los distintos túneles que quedaron expuestos después de las explosiones.
Por ello, al no haber nadie capaz de calmar u orientar al regente, la ira del Barón únicamente crecía con cada segundo que pasaba.
—Mis disculpas Barón… —llamó un joven guardia de armadura ligera y expresión atontada. Llevaba en su mano una piedra aplanada y redonda de color blanco, con numerosas runas grabadas en ella en tres capas diferentes.
Bartolome giró de inmediato y fulminó con la mirada al guardia. El joven miró la expresión rígida de su regente y se llenó de miedo, se arrodilló con rapidez y levantó el objeto con ambas manos.
—Per… Perdone, ha llegado un nuevo aviso —informó con nerviosismo.
Bartolome puso todo de sí mismo para no desquitarse con el joven guardia, exhalo con fuerza y tomó el objeto. El resto de los guardias se quedaron expectantes, sus mandíbulas cedieron y los rostros de algunos se llenaron de muecas.
La expresión del regente pasó por varias facetas, primero respondió con arrogancia y un toque de ira, pero su voz se relajó en cuanto le respondieron, se golpeó la frente con la palma de su mano e inmediatamente comenzó a realizar una serie de señales con sus manos mientras su respiración comenzaba a alterarse de nuevo.
Por último, lo dió un ataque de nerviosismo y su voz titubeó durante unos cuantos segundos antes de poner fin al llamado. Le dio el objeto al joven guardia, se dio media vuelta y comenzó a caminar con rapidez en dirección del puente caído. Llevaba una sonrisa nerviosa y sus ojos carecían de vida.
…
Cerca del puente Sur, un gran cúmulo de gente se encontraba caminando de un lado a otro mientras intentaban escabullirse hasta los escombros, pero, los guardias eran bastante severos con respecto a la seguridad, después de todo, no podían permitirse más errores o sus cabezas podrían estar en juego.
No perdonaban a nadie, ni siquiera los niños podían salir impunes después de intentar filtrarse hasta los escombros. Armado, el pequeño amigo de Filot fue uno de los desafortunados que lo habían intentado, y como consecuencia, recibió una serie de cachetadas que dejó su rostro casi irreconocible por la hinchazón.
Los únicos ajenos a la guardia de Mirti que podían transitar a sus anchas, eran los cazadores, pero como la mayoría de ellos se habían desplegado por toda la aldea y las inmediaciones, en los restos del puente solo había dos de ellos, y en lugar de analizar las posibles rutas de escape, ambas parecían prestar más atención a lo que hacían los propios guardias.
Uno de ellos llevaba un atuendo ligero a excepción de un exuberante manto hecho con piel de lobo, el cual, observaba con tranquilidad desde el techo del edificio militar a un lado del puente destrozado. El otro, se encontraba justo en medio de los escombros y miraba de un lado a otro con los ojos entrecerrados, el hombre vestía un jego de ropa hecha con piel negra y una hombrera plateada con la forma de la cabeza de un toro.
Ambos parecían imperturbables y levantaban sus rostros con orgullo, para ellos, la mayoría de los guardias no eran más que esclavos de la nobleza, un cúmulo de lamebotas con ropas elegantes y de actitud altanera. Lo cual no fuera tan mal visto, si no fuera porque todos los presentes eran mucho más débiles que ese par de cazadores.
O por lo menos, así era, hasta que Jorge llegó a la escena balanceando la pluma de su casco de un lado a otro. Los cazadores respetaban la fuerza y la rectitud más que cualquier otra cosa, y ese hombre a pesar de su apariencia un tanto ridícula, era precisamente la representación exacta de esas dos cosas. Por ello, ambos miraron con gracia el balanceo de la pluma, pero sin ningún ápice de burla en sus ojos.
El hombre con la piel de lobo, se puso de pie y se dispuso a bajar para saludar al honorable guardia, dio un paso hacia el frente con una amplia sonrisa en el rostro, pero su expresión cambió en el acto y su cuerpo se inmovilizó mientras miraba hacia el Norte. El segundo cazador tuvo una reacción similar, en cuanto levantó su mano para saludar a Jorge, sintió un escalofrío en la espalda, su cuerpo se petrificó y giró el cuello lentamente.
En la lejanía, por el lado Noreste de la aldea, sobre el lomo de un lobo de tres metros de altura, un caballero de armadura ostensa seguía al portera en turno por una de las calles mejor cuidadas de la Aldea. El joven hombre tenía un porte de elegancia inigualable y muy poco visto en aldeas remotas como lo era Mirti.
Las miradas de las jóvenes damas y las señoras de inmediato se posaron en el caballero, suspiraron y se apartaron del camino con rapidez, acción que imitaron los hombres, pero en su caso, con expresiones llenas de envidia y un toque de ira.
Jorge corrió a su encuentro, hizo una ligera reverencia y despidió al portero en turno.
—Es un honor recibirlo en nuestra humilde aldea, mi nombre es Jorge de Mirti, el primer caballero del Barón Bartolomé Mirti.
El joven lo miró con los ojos entrecerrados y rebosantes de esencia azulada, y la cabeza ligeramente inclinada.
—Un mago de Rango Raro A1 como caballero, eso sí que es una sorpresa, de donde provengo nadie debajo del Segundo Avance puede ser digno de ostentar tal título —informó con naturalidad. El brillo de sus ojos se apagó y desmontó a su bestia.
(Un mismo rango se divide en tres categorías, dependiendo de cantidad de esencia que los magos pueden contener en sus núcleos, cuando son recién ascendidos se dice que apenas están en su Primer Avance, al superar el 35% de la capacidad total de su núcleo, alcanzan su Segundo Avance, y por último, cuando sus núcleos alcanzan el 70%, llegan a su Tercer Avance, mismos sufijos que son abreviado por: A1, A2 y A3)
Jorge se quedó mudo, ese era el trato habitual que siempre había recibido por parte de aquellos a los que él llamaba caballeros verdaderos. aquellos que servían a un alto noble (Conde o superior), sin embargo, había escuchado que esperaban solo a un aprendiz de caballero y no a uno como tal, por lo que esperaba recibir un poco más de cortesía.
Imbuyó sus ojos en esencia y observó al joven con detenimiento, en especial una pequeña esfera brillante en medio de su abdomen del tamaño de una mandarina. Sus ojos se abrieron en gran medida y perdieron el brillo que los envolvía, bajó la cabeza, se mordió un labio y simplemente elevó su mano para ofrecer un amistoso apretón de mano.
«Tan joven y ya ha alcanzado el segundo avance del Rango Raro», pensó con frustración mientras su mano tambaleaba en el aire.
—Disculpe mi descortesía, Superior, mi boca suele abrirse sin mi permiso. Soy Zanic Archen, actualmente me encuentro bajo las órdenes del Conde Casis. Se me ha encomendado la captura del fugitivo Marco de Mirti.
La multitud estalló en murmullos y hombres borraron toda envidia o enemistad de sus ojos y en su lugar, inclinaron la cabeza con frustración. «¡La casa Archem!, ahora entiendo porque es tan fuerte a tan temprana edad… afortunadamente no le he ofendido» reflexiono Jorge mientras tragaba un poco de saliva.
—Es un placer conocerle y recibirle en nuestra humilde aldea, por favor, permítame guiarlo hasta el Barón Barto…
—No es necesario —interrumpió Zanic con la mano levantada—. El portero ya me ha hablado de la situación, el Barón debe de estar demasiado ocupado en estos momentos, prefiero dejar las formalidades a un lado e iniciar con mi misión de inmediato.
El joven miró alrededor y agitó la cabeza al percatarse de todos los daños y el actuar de los presentes. Jorge se humedeció los labios e hizo una breve pausa para intentar encontrar las palabras adecuadas.
—Discúlpeme, pero debo de insistir, conocer al Barón no es solo una simple cortesía, sino una señal de respeto, por ello, insisto en que conozca a nuestro regente antes de actuar libremente por la aldea.
Zanic lo miró de reojo y sonrió con disimulo.
—Disculpe usted, ya han perdido demasiado tiempo y entiendo que el Barón es apenas un novato, pero eso no quiere decir que todos deban actuar como tontos. Es más que obvio que estos ataques no fueron otra cosa más que una simple distracción, a estas alturas, el fugitivo ya debería de haber recorrido varios kilómetros fuera de la aldea.
»Así que, sugiero que no perdamos el tiempo con formalismos inútiles y tontos rituales de respeto infundados. Si es que no quieren que la captura del fugitivo se dificulte o que terceros se lleven todo el crédito —exclamó fulminando con la vista a los dos cazadores que se encontraban en el área.
Quienes, se encogieron ante la mirada del joven y se vieron obligados a bajar la cabeza.
Zanic ignoró a los hombres y a las insistencias de Jorge. Montó su gran lobo y dio media vuelta sin pensarlo.
—Por favor, dejemos de perder el tiempo. ¿Tiene a la mano alguna pertenencia del fugitivo?
…
Cuando el Barón llegó hasta los escombros del puente, los guardias habían dejado actuar con libertad a los civiles, haciendo que toda la zona fuera un caos. Bartolome escaneo el lugar con gran detalle, pero lo único que logró fue irritarse aún más. Un poco de esencia comenzó a liberarse de su cuerpo, e hizo que todos los individuos cercanos a él se alejaran llenos de miedo.
Alzó la mano y llamó a uno de los tantos guardias que seguían mirando hacia el horizonte.
—¿Dónde está el enviado del Conde Casis?
La multitud comenzó a dispersarse en cuanto se percataron de la presencia del regente. Los guardias se miraron unos a otros y retrocedieron, dejando al frente únicamente al pobre guardia en el que Bartolome había posado su mirada.
El hombre se arrodilló de inmediato y saludó a su regente con el puño derecho sobre el pecho.
—El aprendiz de caballero enviado por el Conde, bajo la guía del caballero Jorge, comenzó con su misión en cuanto llegó a nuestra aldea.
Bartolome respiro hondo y miro al cielo por unos cuantos segundos antes de volver a mirar al guardia.
—¿Por dónde se fueron?
El hombre se encogió de hombros y bajó la mirada.
—Lo siento mi señor, se dirigieron al Este, pero el Aprendiz de caballero tenía la intención de rodear toda la aldea antes de partir a las afueras.
«Maldición, otro pez gordo al que no he recibido como se merece, afortunadamente solo es un Aprendiz» pensó el Barón antes de meter la mano a su túnica y sacar una piedra de comunicación.
La imbuyó en esencia azul semitransparente y la piedra palpitó un par de veces antes de librar un par de aros azules que orbitaron a unos cuantos centímetros por encima de la misma. Bartolomé se llevó el objeto hasta su oído y los pequeños aros comenzaron a vibrar.
—Mi Señor —exclamó Joge a través de los aros de luz.
—¿Aún acompañas al enviado del Conde? ¿Dónde se encuentran?
—Sí mi Señor, trato de seguirle el ritmo, nos dirigimos al sur, en dirección del Bosque Pequeño —informó con seriedad.
El Barón bajó el objeto, dejó de enviar esencia hasta el e interrumpió la comunicación.
—¡Preparen las bestias de caza, nos vamos al bosque pequeño!
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