Boro: el último maestro. - 11
Zanic lideraba el camino hacia el Bosque Pequeño, pero conforme avanzaban por la densidad de la vegetación, la distancia entre él y los guardias únicamente se hacía cada vez más grande. Los caballos de los guardias eran buenos para correr en planicies pero a pesar de su gran agilidad, sus jinetes carecían de la habilidad necesaria para cabalgar entre los numerosos árboles.
Caso contrario al gigantesco lobo del joven, el cual, independientemente de las habilidades de su jinete, este por sí solo, podía correr sin ningún problema a través de todos los obstáculos que el bosque le podía presentar. Aparte de eso, Zanic era un joven sin muchos escrúpulos, al cual no le importaba dejar atrás al peso muerto, así que la distancia solo se hacía más grande.
Después de todo, en ese momento su prioridad era subir de rango, por lo que no podía darse el lujo de perder el tiempo en una pequeña e insignificante aldea y con sus “inútiles guardias”, tenía que terminar su misión lo más rápido posible, continuar con su impecable racha de éxitos y seguir acumulando puntos para ser ascendido a caballero.
Una semana antes de llegar a Mirti, había conseguido que su núcleo se llenara hasta el 70% de su capacidad, el cual era el requisito mínimo para alcanzar el Rango Raro A2, por lo que quería darse media vuelta y salir corriendo directo hacia la Academia para actualizar su rango, en especial porque ese era la fuerza mínima que debía de tener para convertirse en un auténtico caballero bajo el mando de un Conde.
Después de unos cuantos minutos de divagación, sus ojos se abrieron en gran medida y su cuerpo se vio envuelto en escalofríos. El gran lobo se detuvo de golpe, gruño, se le erizó el pelaje, bajo la cabeza, enseñó sus impresionantes colmillos y comino con gran lentitud hacia un claro del bosque que se encontraba a quinientos metros de distancia.
Justo cuando se encontraban a sólo unos veinte metros del claro, Jorge alcanzó a Zanic, se colocó por detrás de él y desenvainó su arma.
—¿El fugitivo se encuentra enfrente? —cuestionó Jorge entre jadeos.
Jamás se había considerado como un buen jinete, por lo que a la mitad del camino bajó de su caballo, se lo entregó a unos de sus hombres y comenzó a correr sin descanso hasta llegar con el joven Aprendiz. Zanic no respondió y simplemente indicó con su mano que se callara y se ocultará.
El silencio que se generó fue sepulcral, nada a excepción del viento jugando con las hojas de los árboles se alcanzaba a escuchar, ni siquiera los insectos se atrevían a lanzar sus peculiares cantos.
—Es posible… —mencionó Zanic entre susurros unos cuantos minutos después de que Jorge se ocultara detrás de un arbusto—. Pero algo está mal, mi bestia no debería de reaccionar así solo por un mago Singular… así que, o tiene compañía de alto nivel o hay algo peor adelante.
Ambos concentraron esencia en sus ojos e intentaron ver qué era lo que estaba pasando en el claro, pero lo único que alcanzaron a observar fue una brumosa nube negra, tan densa que les fue imposible ver a través de ella. La negrura palpito como si estuviera viva y los dos dieron un gran salto hacia atrás.
Se quedaron paralizados por un largo rato, hasta que el sonido del galope de los caballos de los guardias de Mirti los sacó de su estupor. Jorge se dio media vuelta al instante y corrió hacia ellos mientras les indicaba con las manos que desmontaran y guardaran silencio.
Los hombres obedecieron de inmediato, bajaron de los caballos, se miraron unos a otros e intentaron seguir a pie, pero Zanic se interpuso y los obligó a retroceder regañadientes.
—Es mejor que rodeemos el claro —indicó sin prestarle atención a ninguno de los hombres de Mirti.
Uno de los guardias se mordió el labio inferior y miró al joven con el ceño fruncido, ignoró la orden de Zanic y caminó unos cuantos pasos al frente hasta posicionarse a un lado de Jorge. Llevaba la armadura completa y oficial que se les entregaba a cada uno de los guardias de Mirti (color grisácea y la letra M grabada en el peto y el escudo real en sus hombros). sinergia
El único equipo personal que llevaba, eran dos guanteletes negros que presumiblemente tenían un acabado especial en los nudillos que solo se les daba a los que eran construidos con una aleación de obsidiana y esencia, siendo uno de los mejores materiales conductores de esencia con afinidad al fuego. En su cintura, llevaba envainada una espada de dos manos de mango plateado y una gema roja incrustada en la cruz.
—¿Líder? —cuestiono entre susurros.
El caballero levantó la cabeza y miró desconcertado al joven guardia delante de él. Los ojos del guardia apenas alcanzaban a verse a través de la diminuta ranura de su casco, sin embargo, el desprecio y la envidia con la que éste miraba al Aprendiz de Caballero era más que evidente.
Jorge conocía perfectamente a ese guardia, no era otro más que su mismísimo protegido dentro de las fuerzas de Mirti, no tenían ninguna relación sanguínea, pero el talento del joven era innegable, por lo que, desde que se unió a los guardias del Barón Bartolome hace apenas un año, él lo había tomado bajo su ala con la fuerte convicción de convertirlo en un legítimo Caballero y al mismo tiempo, consolidar la fuerza del ejército de su señor.
Sin embargo, con el pasar del tiempo, Jorge se dio cuenta de que no solo el talento del joven era grande, sino también su ego, el cual rivalizaba fervientemente con sus destacadas habilidades. En un principio, pensó que con un poco de disciplina y mano dura, el comportamiento del joven guardia podría cambiar para bien.
Lamentablemente, su temperamento solo empeoró con el paso del tiempo, no solo se veía envuelto en peleas constantes, sino también, que adoptó una personalidad bastante kamikaze, volviéndose cada vez más imprudente durante las misiones.
Los únicos motivos por los que no lo había degradado aún, eran porque su talento seguía siendo bueno, y en cierta parte, Jorge podía comprender tal comportamiento, después de todo, buscaba lo mismo que todos aquellos que no nacían bajo el cobijo de una familia noble, él anhelo de que su valía fuera reconocida.
—Rodearemos el claro, no sabemos lo que hay más adelante, así que la sugerencia del Aprendiz Zanic es totalmente acertada —informó Jorge con un tono de voz discreto pero lo suficientemente alto como para ser escuchado por todos sus hombres.
Los guardias asistieron con la cabeza y comenzaron a caminar hacia los laterales del claro, sin embargo, los caballos comenzaron a comportarse de manera rara y conforme se aproximaban al claro, se volvieron cada vez más inquietos.
—No hagas nada imprudente Rendo, esta misión no puede fallar —exclamó Jorge al fulminar con la mirada al joven guardia a un lado de él.
Rendo bajo la cabeza, apretó los dientes y sus puños, y exhalo con fuerza antes de mirar hacia atrás. Zanic se acercó hacia el resto de los guardias y alzó la mano.
—No pierdan el tiempo con los caballos, están asustados y en esa condición solo estorbaran o en su defecto, traerán problemas.
Jorge volvió a suspirar, agitó la cabeza y miró al cielo. El Barón Bartolome había sido muy claro con él, era imposible desistir de la ayuda del Conde Casis, ya que eso sería lo mismo que menospreciarlo directamente, por lo que, aceptar su ayuda era la única opción viable si no querían hacer enojar a un alto noble..
Sin embargo, para evitar que Mirti se convirtiera en el hazmerreír de todo el territorio de Treten, debían dejar una fuerte y profunda impresión positiva en el Aprendiz de Caballero, pero desde su llegada, lo único que habían hecho era ridiculizar a la aldea de Mirti con la gran incompetencia de sus hombres, la cual se hacía más notoria con cada segundo y dificultad que pasaban.
—Dejen los caballos con los Aprendices, ellos regresaran a la aldea. El resto continuaremos a pie, rodearemos el claro y desde los costados comprobaremos si se trata del fugitivo. De ser así, cortaremos todas sus rutas de escape —indicó Jorge.
Sus hombres asintieron y comenzaron a desmontar los caballos. Aunque el ambiente era tétrico y ninguno de ellos habían intentado ver más allá del claro, todos sabían que ahí adelante había algo más que un simple mago de Rango Singular, pero gracias a la absoluta confianza que tenían en su líder, dejaron sus dudas a un lado y todos a excepción de Rendo obedecieron la orden.
«¿Regresar?… De ninguna forma, ¿Por qué dejar a los simples Guardias y a esos novatos Rookies? y sacarnos a nosotros de la misión… es simplemente estúpido» pensó mientras los otros dos Aprendices se preparaban para volver.
Las aldeas manejan un sistema militar distinto a las fuerzas principales del reino, el cual consiste en seis niveles, Rookies, Guardias, Custodios, Aprendiz de Caballero, Caballero y Alto Caballero u Honorable, desde el más bajo hasta el más alto respectivamente. Y como la caravana actual fue hecha casi de manera improvisada por la premura, sus miembros fueron elegidos solo para aumentar sus números y no por la calidad ni desempeño de sus miembros.
La orden había sido bastante sensata, ya que, dejar a más de veinte caballos a cargo de los Rookies era practicante regalárselos a las numerosas bestias que habitaban en el Bosque, por otra parte, los Guardias podrían desempeñarse un poco mejor, sin embargo, el riesgo seguía siendo prácticamente el mismo.
Además, la idea de Jorge, era que los tres Aprendices regresarán a la Aldea para que se encontrarán con el Barón Bartolomé y después lo guiarán hasta donde se encontraban. Lamentablemente, la imprudencia del joven salió a la luz antes de que el Caballero terminara de formular la indicación.
El ego de Rendo jamás le permitiría quedarse de brazos cruzados cuando sentía que se le estaba menospreciado. El hecho de que Zanic estuviera recibiendo tanta atención cuando ambos poseían el mismo título, era como tener una espina clavada, una que se encajaba más cada vez que el «altanero» Aprendiz hablaba.
Las venas del cuello de Rendo se sobresaltaron y sus puños crujieron por la fuerza que ejercía en ellos. Se mordió el labio inferior, dio media vuelta y salió disparado hacia el claro en Bosque. Avanzó sigilosamente un centenar de metros antes de voltear hacia atrás con una sonrisa de superioridad en el rostro.
—Mirti no ocupa cobardes, yo solo me encargaré del fugitivo —bramo con total confianza.
Sus pasos fueron lo bastante silenciosos como para pasar desapercibidos entre las numerosas pisadas de los caballos, además, tenía absoluta certeza de que nadie podía pararlo una vez iniciara su trayecto, ni siquiera su propio líder. Durante los entrenamientos, él siempre había destacado por su rapidez y agilidad, así que tenía bastante confianza en sus habilidades como para alardear y menospreciar a todos de los presentes.
Lo único que había salido mal en sus cálculos, era la presencia del Aprendiz de Caballero de Pant, un individuo al cual había subestimado en gran medida. Al igual que los demás, en un principio, Zanic no se había percatado del camino que el joven había tomado, sino hasta que el propio Rendo se descubrió a sí mismo.
«Estúpidos Aldeanos, ¿Qué tienen en la cabeza?» pensó, al mismo tiempo en que acumulaba una gran cantidad de esencia en las plantas de sus pies, con la cual, generó pequeñas explosiones para salir impulsado a una gran velocidad.
Zanic esquivó los árboles enfrente de él como si se tratara de un simple juego de niños. Uso los troncos como si fueran trampolines y llegó hasta Rendo en un instante. Sujetó al joven del brazo y le aplicó una ligera llave para bloquear sus movimientos.
Rendo abrió ampliamente los ojos y miró hacia atrás con una mezcla de sorpresa y desprecio. Su momento de brillantes había terminado antes de empezar, así que con gran frustración, apretó sus puños e intentó zafarse de la llave que se le había aplicado, pero sus esfuerzos fueron inútiles y lo único que logró fue humillarse a sí mismo.
—¡Libérame inmediatamente, maldito cobarde!
Zanic intentó protestar y hacer una señal de silencio, pero el sonido de un fuerte aleteo lo hizo divagar. Aunque había alcanzado a Rendo, su reacción fue demasiado lenta, y al momento en que lo detuvo, ya se encontraban sólo a dos metros del claro. Zanic liberó a Rendo y este se quedó paralizado por la impresión, miró a su captor con el ceño fruncido y ojos de duda, volvió la mirada hacia el frente y su mandíbula descendió hasta el suelo.
Todo un área circular de cincuenta metros de un diámetro había sido convertida en cenizas, a excepción de unos cuantos árboles y más de una decena de cuerpos humanos que se encontraban carbonizados.
La neblina que había impedido la exploración de Jorque y Zanic anteriormente, comenzó a disiparse hasta revelar a una enorme bestia erguida justo en medio de todo. Su plumaje desprendía un ligero humo grisáceo, como los vestigios que el fuego deja tras su paso. El rostro de Rendo se distorsionó y palideció conforme la criatura desgarraba la carne quemada de uno de los cuerpos que yacían sobre el suelo.
El joven perdió toda voluntad de seguir adelante y se levantó con gran lentitud. Tragó saliva e intentó retroceder, pero chocó contra el pecho del Aprendiz de Caballero. Volteó su rostro lleno de pánico e intentó apartar a Zanic, pero este, en vez de retroceder, sujetó la boca de Rendo y lo forzó a esconderse detrás de la maleza.
—No te muevas —susurró al mismo tiempo en que comenzaban a retroceder.
Rendo comenzó a transpirar sin medida y aunque sentía un fuerte desprecio, envidia y enojo así el Aprendiz de Pant, se tragó todos sus sentimientos negativos y asintió con la cabeza. Observaron a la bestia en silencio por un par de segundos, hasta que Jorge hizo acto de presencia y se colocó a un lado de ellos.
El caballero quiso ocultarse en cuanto se percató de la situación que estaba sucediendo enfrente de él, sin embargo, la robusta armadura que llevaba encima hizo que sus movimientos fueran demasiados torpes. El era lo suficientemente fuerte como para que el peso de su equipo no fuera un problema, por otra parte, la rigidez de este era tan alta que limitaba ciertos movimientos ajenos a los necesarios para el combate.
Dio un ligero salto hacia el lado derecho e intentó ocultarse detrás de uno de los numerosos árboles que había en la zona. Lamentablemente, cuando apoyó su mano sobre la corteza, sus dedos trituraron las primeras capas, produciendo un ligero sonido, uno que hubiera sido casi imperceptible si no fuera por el silencio sepulcral que reinaba en la zona.
Jorge se alarmó e intentó colocarse en cuclillas para ocultar su enorme cuerpo, pero su rodilla trituro varias raíces durante el proceso, haciendo que la bestia a un par de metros levantará su pico y mirara a los tres hombres por un efímero momento antes de volver a picotear al cadáver carbonizado entre sus garras.
—¿Nos ha ignorado? —cuestionó Jorge.
El joven guardia sacudió su cabeza con rapidez y se apartó del Aprendiz de Caballero con nerviosismo.
—Es un Buitre de Cenizas, prefiere la carne putrefacta que presas vivas —explicó Zandic al recobrar la compostura—. Tenemos que rodear el claro, de preferencia me gustaría continuar solo, pero como sé que no lo permitirá, sólo le pediré que mantenga a sus hombres bajo control, ¡Que ninguno vuelva a actuar con tanta imprudencia! —concluyó con voz firme pero discreta.
Zandic acarició y montó a su lobo quien lo había seguido aún a pesar del peligro y que de hecho, había actuado con mucha más prudencia que el propio Rendo, al quedarse a diez metros de distancia del claro.
Jorge le dio la espalda a su discípulo y realizó una serie de señales para que el resto de los guardias siguieran al Aprendiz de Caballero y rodearán el claro. Se dio media vuelta y fulminó a Rendo con la mirada.
—Esto te costará caro, nos has hecho quedar como un grupo de estúpidos, como unos novatos imprudentes —exclamó Jorge entre susurros y el ceño fruncido.
Los guardias se quedaron inmóviles mirando a Rendo con una mezcla de decepción y vergüenza, hasta que Zanic y su bestia retomaron el camino y estos comenzaron a quedarse atrás. Tal y como había sugerido, todos se mantuvieron a más de cien metros del claro, aunque la distancia no era mucha, era más que suficiente siempre y cuando no se volviera cometer alguna imprudencia más.
—Espero y ya hayas agotado tu cuota de estupidez diarias, porque si haces una más, no solo dejarás de ser mi discípulo sino también serás degradado a un simple plebeyo otra vez —exclamó Jorge desde la retaguardia antes de darle la espalda a Rendo y retomar su camino.
La bestia miró al joven guardia con intriga pero perdió el interés después de un segundo, agitó sus enormes alas y la neblina negra volvió a surgir desde su plumaje hasta cubrir todo el claro de nuevo. Jorge corrió a través de las filas de sus hombres y se posicionó a un lado de Zanic.
—Le ofrezco mis más sinceras disculpas, nuestros guardias no..
—Por favor, evite las excusas —interrumpió Zanic con voz neutral y la mirada fija hacia el frente—. Tampoco me importan las disculpas, lo único que pido es que sus hombres, los guardias de Mirti, se comporten como lo que son, o por lo menos lo que debieran ser.
—Lo sien… digo, comprendo y no volverá a pasar —respondió Jorge con irritación e impotencia.
«Inaudito, ahora nuestro “líder” le está lamiendo las botas a un extranjero de mí mismo Rango… Si tan solo tuviera un mejor equipo, si tan solo tuviera más recursos ese maldito altanero las cosas serían diferentes, si fuera así ese estúpido estaría debajo de mis pies» pensó Rendo mientras se preparaba para volver y miraba como Jorge se rebaja a sí mismo ante alguien “más débil” que él.
El ambiente volvió a su típico silencio, pero en esa ocasión, la zona se vio envuelta de un hedor nauseabundo que les revolvió el estómago a todos los presentes. Cuando la nueva nube negra se extendió por el claro, el aroma a muerte y putrefacción llegó hasta los guardias y todas las formas de vida cercanas.
Las aves alzaron el vuelo de inmediato e incluso el viento dejó de acariciar a los árboles. Los guardias sacaron sus pañuelos y diversos objetos para intentar aminorar su sentido del olfato, pero el olor era tan fuerte y penetrante que incluso traspasaba a través de numerosos pliegues de tela.
Como ningún objeto por sí solo podía controlar el aroma desagradable de la neblina negra, todos los presentes comenzaron a imbuir sus respectivos paños con esencia. Jorge se percató de inmediato de tal suceso y giró en el acto para señalar tal error. Utilizar esencia en un objeto frente a una bestia como el Cuervo de Cenizas, era como tirar una antorcha a un bulto de paja seca.
La mirada amenazante de Jorge fue más que suficiente como para que todos recapaciten y en su lugar continuaran aguantando el hedor solo por fuerza de voluntad. No habían pasado ni dos minutos desde el incidente con Rendo y sus hombres ya volvían a dejarlo en ridículo.
Jorge volvió el rostro y miró apenado como Zanic se había detenido un metro adelante, observó como el joven agitaba la cabeza y miraba a los guardias de Mirti como un desperdicio, un lustre y unos completos ignorantes. El ánimo del Caballero se vino abajo, su rostro se tornó rojo y la vergüenza que sentía casi le hacía explotar la cabeza.
¿Es de Rango 3? —preguntó un poco después de afinar su garganta.
Zandic lo miró de reojo, hizo una mueca desagradable, exhaló con fuerza, se dio media vuelta y continuó con su camino.
—No puedo medir bien su fuerza, pero mi lobo está a punto de alcanzar el Rango 3 y estoy seguro de que moriría con un solo ataque de esa bestia —explico con el ceño fruncido—. Esa cosa no debería de estar aquí, es demasiado fuerte para habitar en el Bosque Pequeño.
Jorge suspiró y agradeció que el Aprendiz de Caballero aún no estaba tan disgustado como para ignorar su pregunta.
—Tal vez sea el gobernante de este lugar.
—Eso no importa, solo no hay que molestarlo y continuar con la misión. Solo mantenga a sus guardias bajo control.
Jorge asintió con la cabeza, pensó que era su momento de arreglar las cosas, así que mostró su mejor sonrisa e infló su pecho con orgullo.
—Por supuesto, son buenos hombres, el percance de hace un rato fue un leve descuido de mi parte, no debí permitir que un recién ascendido se uniera a nuestra misión —mintió Jorge con la intención de no dejar a las fuerzas de Mirti tan mal paradas, después de todo, sus palabras no eran tan falsas, ya que tenía la firme intención de degradar a Rendo una vez capturaran al fugitivo.
—Eso es peor aún, superior, un buen líder debe de conocer a cada uno de sus hombres y poner los límites necesarios para que no actúen de manera imprudente o fuera de las órdenes dadas.
—No lo niego, sigo aprendiendo, y aún me queda mucho por aprender, pero lo de hoy solo se debió a la rapidez con la que tuvimos que actuar. Nuestros mejores hombres se han quedado custodiando la aldea.
—Lamento decirlo, superior, pero eso sigue estando mal, una de las principales características de un caballero es que siempre debe de actuar con la mente fría sin importar la situación en la que se encuentre, en especial en los momentos difíciles.
Jorge se mordió el labio inferior y volvió a asistir con la cabeza.
—No se preocupe Aprendiz, tal vez mis hombres no han recibido la misma disciplina que los guardias de Pant, pero siguen siendo buenos hombres, no volverán a actuar por cuenta propia.
Justo en ese momento, a tan solo tres minutos del incidente con Rendo. El Buitre de Cenizas lanzó un fuerte graznido, haciendo que todos los presentes voltearon al instante con los ojos imbuidos con esencia, sin embargo, la neblina eran tan espesa que lo único que alcanzaron a notar, fue que a quinientos metros, dentro del claro, había una sombra con forma humana.
La cual, se encontraba a tan solo un metro de distancia del difunto Gundor e intentaba alcanzar una de las brillantes pertenencias que sobresalían de la túnica del cadáver.
La bestia agitó levemente sus alas y generó un gran torbellino de humo negro que cubrió todo el claro con tanta neblina que hizo imposible ver más allá de un metro de distancia. En una fracción de segundo, un horripilante grito invadió el aire, al mismo tiempo que el sonido que produce un cuerpo al caer en el suelo.
Un segundo más tarde, la neblina negra se escapó del claro y cubrió por completo a todos los guardias. Zanic maldijo internamente, palmeo el lomo de su lobo y aumentó el ritmo de su avance.
—¡No intenten luchar, la única opción es escapar! —advirtió tan fuerte como pudo.
A pesar del pánico que había invadido a los guardia, estos obedecieron al instante, sin embargo, como la visibilidad era nula, todos, a excepción del propio Zanic quien contaba con los agudos reflejos e instintos de su bestia de esencia, chocaron una y otra vez contra los árboles y cayeron al suelo ante el menor imprevisto.
«Maldita sea la hora en que me enviaron con estos estúpidos novatos, mi historial tendrá una gran mancha por esto» pensó Zanic al salir de la cortina de humo y seguir galopando por unos cuantos metros más. Giro en la espalda de su lobo, miró hacia atrás con el ceño fruncido y concentró una gran cantidad de esencia en sus ojos.
—Vide ultra —conjuró y desenvainó su elegante espada.
La cual tenía un acabado hermoso, la hoja era de doble filo y por cada lado parecía como si estás fueran el mismo reflejo de las llamas del sol. El Aprendiz de Caballero se colocó en posición de ataque, forzó aún más su mirada pero sus ojos no pudieron atravesar la gruesa cortina negra.
La impotencia lo invadió y la sangre le comenzó a hervir. Desde que le habían asignado misiones con el rol de líder, había mantenido un historial perfecto, sin una sola baja de su lado y eso era lo que mantenía su orgullo en lo más alto. El era el máximo genio de su generación y muy posiblemente quien se convertiría en el caballero más joven de todo el reino.
Pero en ese momento, no era más que una hormiga a punto de ser aplastada junto con su gran ego. Detuvo el avance de su lobo, dio un salto al frente y quiso adentrarse de nuevo en la neblina para intentar salvar tantas vidas como le fuera posible. Cuando dio el primer paso, recordó las palabras que él mismo le había dicho a Jorge tan solo unos segundos atrás, su cuerpo se paralizó, bajó la mirada y sacudió la cabeza.
—Gris, puedes percibir la posición de los guardias —preguntó a su bestia mientras se colocaba a un lado de ella.
El lobo gruñó y bajó la cabeza. Zanic sonrió ligeramente y subió a su lomo de nuevo, acto seguido, se adentro directamente en la niebla. Un estruendo se escuchó justo en dónde estimaba que se encontraba el claro y los gritos de pánico invadieron el aire.
Gris gruñó y dio un gran salto. El joven captó la advertencia y concentro todavía más esencia en sus ojos, logrando vislumbrar una robusta silueta justo delante de él. Tomó su espada con una sola mano y sujetó la silueta con la otra. Las patas del lobo se iluminaron y su velocidad aumentó drásticamente logrando salir de la niebla en un par de segundos.
Una vez fuera de la nube de humo, Zanic arrojó al guardia que acababa de rescatar y apuntó hacia el frente.
—Corre directo hacia el sur y no dejes de correr, nos encontraremos a cinco kilómetros de distancia —gritó antes de adentrarse de nuevo en la neblina negra.
El guardia se encontraba sumamente agitado, su rostro estaba pálido y tenía varios raspones en el rostro. Cuando logró ponerse de pie, su salvador regresó arrastrado a otro guardia, lo lanzó al suelo y repitió las mismas palabras antes de darse la vuelta y adentrarse en la niebla de nuevo.
—¡No pierdan tiempo! —exclamó una vez dentro de la inhóspita negrura.
Los guardias se miraron uno al otro y salieron corriendo con desesperación. Al término de dos minutos y más de quince guardias salvados, la niebla comenzó a contraerse lentamente arrastrando tanto a la vegetación como a los hombres que aún seguían dentro de ella.
A los árboles más robustos únicamente se les cayeron las hojas o se les desprendieron unas cuantas ramas, los más pequeños fueron arrancados de raíz al igual que los pequeños arbustos y la maleza. Unos cuantos roedores, chillaron y siguieron el camino de la niebla. Zanic y su bestia se encontraban jadeando a un metro de la cortina de humo, agradeciendo a los dioses buenos que las propiedades del humo no cambiarán cuando aún seguían adentro.
Aún así, el sentimiento de culpa por no haber podido salvar a más guardias lo invadió de inmediato, por ello, permaneció inmóvil con la mirada fija en la negrura y una gran agitación. Gris comenzó a retroceder pero su mano seguía con la mirada clavada en el humo mientras la frustración y la impotencia lo comían por dentro.
Una fuerte explosión se generó por su lado derecho, misma, que fue amortiguada y apagada de inmediato por el humo, acto seguido, una serie de explosiones consecutivas estallaron en el mismo lugar, pero el humo era inamovible y seguía resistiendo ante la inclemencia del fuego.
Después de 15 explosiones más, el rostro demacrado de Jorge logró salir de la neblina, su cara denotaba un gran cansancio y temor creciente por su cuerpo aún prisionero, mientras que sus ojos brillaban con el ferviente deseo de vivir. La neblina no dañaba la piel ni los objetos que envolvía, sin embargo, está era tan densa que sofocaba a cualquier ser vivo, era como ser arrastrado al fondo del mar con todas las extremidades atadas a cadenas de hierro.
Zanic tocó la cabeza de Gris e hizo que éste corriera directo hacia el caballero. Desenvaino su espada, la imbuyó en esencia anaranjada y lanzó una estocada a la cortina de humo justo detrás del Caballero.
—Ictus Ignis —conjuro al lanzar una proyección de fuego de su espada.
La neblina recibió el ataque tal como un gran lago recibe a una piedra diminuta. El fuego se apagó en el acto y el hechizo del Buitre de Cenizas continuó imperturbable. Jorge miró a Zanic con ojos de súplica mientras su cuerpo era arrastrado. El Aprendiz de Caballero exhaló con fuerza, elevó su espada y se preparó para lanzar un nuevo ataque.
En un segundo, Jorge fue arrastrado a más de dos metros de distancia. El caballero pudo notar tal hecho al tomar la posición del joven como referencia, y el pánico lo invadió, haciendo que reanudará las incesantes explosiones sin tomar en cuenta sus reservas de esencia.
Zanic bajó de su lobo y comenzó a perseguir al guardia mientras preparaba un nuevo ataque. Su espada comenzó a iluminarse por la gran cantidad de esencia imbuida en ella y los grabados de su filo dieron la impresión de que estaban vivos. Bajo su espada en diagonal, y comenzó a moverla muy lentamente de un lado a otro haciendo que sus músculos se tensaran, repitió los mismos movimientos un par de veces y volvió a elevar su espalda.
Jorge, había sucumbido ante el pánico, pero el cansancio que le había provocado sus más recientes ataques, le habían permitido detenerse por un breve momento, mismo que Zanic aprovechó para llamar su atención.
—Contrólese, Superior, en cuanto ataque, libere toda la esencia que le queda en una sola explosión —advirtió entre jadeos.
Jorge lo miró con los ojos entre cerrados y se limitó a acumular esencia para su último ataque.
—Coating, superior candens Ignis —conjuró, su espada se envolvió en fuego y la punta de la hoja se tornó blanca incandescente por la intensidad de las llamas. Se paró con firmeza y balanceo con lentitud su espada una última vez antes de arremeter en contra de la cortina de humo. Dió un gran salto, apuntó su arma al cielo y dio un gran tajo vertical—. Volantem ictus.
Una gran ola de fuego en forma de una espada de cinco metros azotó a la neblina, está parpadeo y cedió un poco de terreno ante el nuevo hechizo. Jorge gastó hasta la última pizca de esencia que le quedaba y lanzó la exploción más grande que se podía permitir.
Los ataques se sincronizaron y crearon una onda de choque bastante intensa que logró dividir en dos a la neblina. Gris corrió hacía el Caballero y mordió su armadura para tirar de él y lograr sacar tanto el brazo como la pierna derecha de Jorge. Sin embargo, la parte afectada del humo se recuperó en un instante, se unió de nuevo y volvió a tirar a Jorge.
Zanic maldijo internamente, aterrizó en un solo pie y su cuerpo se derrumbó hacia un costado. Jorge palideció, su última oportunidad de librarse de esa maldición, se había esfumado por completo y la neblina continuaba arrastrándolo hacia el claro del bosque. Bajo la mirada, se mordió un labio y comprendió que su final estaba cerca, si caía en las garras del Buitre su vida terminaría en un instante.
Levantó su cabeza, miró como el Aprendiz intentaba ponerse de pie y como los colmillos del lobo seguían sujetando su armadura en un intento por detener su avance. Sus ojos perdieron un poco del brillo que tenía al inicio, dejó de luchar, controló su respiración y sonrió plácidamente.
—Por favor, corta mis extremidades —exclamó entre jadeos.
Zanic lo miró con los ojos muy abiertos y una expresión de incredulidad.
—No me dejes morir así, corta mis extremidades, aún puedo pelear, no me dejes morir… no me dejes morir —suplicó Jorge. Sus ojos cedieron ante el miedo y comenzaron a humedecer sus mejillas conforme era arrastrado por el humo negro—. ¡Cortarme!
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