Boro: el último maestro. - 17
Boro y compañía permanecieron debajo del Roble Blanco en silencio por casi media hora. La angustia era más que evidente y las opciones eran demasiado reducidas, si huían y en verdad se trataba de una de las Amantes Malditas, era lo mismo que desafiar a la muerte, así que, su única opción era seguir las órdenes del Nigromante y esperar que todo resultará bien.
—¿En verdad lo haremos? —cuestionó Marco con el ánimo por los suelos.
Boro se mordió el labio y suspiro antes de contestar.
—Si queremos vivir, no hay otra opción.
—No entiendo, ¿Qué debemos de hacer? —intervino Filot.
—Una vida solo se paga con vida —cito Boro—. Si queremos seguir respirando, debemos de entregar a otros, el Nigromante quiere que paguemos nuestras vidas con otras.
—Tres luces o nueve males —continuó Marco—. Tres inocentes o nueve criminales, en palabras del cuervo, nueve hombres con mal en su corazón. Esas son nuestras dos opciones.
—Los inocentes quedan fuera de discusión, nuestra única salida es capturar y entregar a nueve criminales —exclamó Boro.
—Pero estamos en medio de nada, ¡aquí no hay nadie!, además… —explicó Filot e inmediatamente se sintió afligido y lleno de culpa. Obviamente tenía miedo, pero el simple hecho de pensar en entregar a alguien más para salvarse era lo mismo que ser un asesino, y por ende, un acto atroz.
—Entiendo tus preocupaciones pequeño, por eso jamás entregaría a un inocente a cambio de mi vida, por otra parte, hay varias personas que solo traen mal al mundo, con esas, no tendría tanto remordimiento —informó Boro.
—Pero siguen siendo personas —respondió Filot.
—Personas que matan personas, Filot, no estamos diciendo que entregarlos sea correcto, pero, hay personas que al estar vivas lo único que hacen es acabar con la vida de otros por puro placer.
Filot bajo la cabeza, quería replicar y decir que estaba mal, él podría ser un ladrón, pero un asesino era algo completamente distinto y aunque él mismo no los matará, prácticamente sería lo mismo. Aún así, el miedo a morir seguía presente y aunque fuera egoísta, algo dentro de él, tal vez sus meros instintos o la maldad del hombre como dijo el cuervo, le pedían que intentará salvarse sin importar que.
—Miralo de esta manera, hay personas que han abandonado su humanidad, asesinos desalmados que adoran el sufrimiento ajeno. Nosotros sólo seríamos capaces de entregar a ese tipo de individuos, así que puedes decir que si entregamos a nueve de esos, sería cómo salvar la vida de varios inocentes que en un futuro pudieran haber tenido la desdicha de encontrarse con ellos.
Filot bajo la cabeza y apretó los puños al mismo tiempo en que se recargaba en el árbol y adoptaba una posición fetal.
—Aun así, está mal —susurro.
Los dos jóvenes suspiraron al mismo tiempo y se sentaron a cada lado del niño.
—Lo está, pero no quiero morir, y mucho menos, dejar que tú mueras por mi culpa —informó Boro.
—Por nuestra culpa —corrigió Marco con voz abatida.
Todos se quedaron en silencio, Marco y Boro apoyaron sus cabezas en la corteza del roble blanco y se quedaron mirando el movimiento de las hojas en completo silencio por un par de minutos.
—Entiendo —musitó Filot—. Haremos algo malo para prevenir que esas personas sigan cometiendo asesinatos atroces en el futuro. Haremos cosas malas por el bien de otros.
Los dos jóvenes abrieron sus ojos de par en par y miraron con detenimiento al pequeño, se encontraba completamente abatido y pese a las palabras que acaba de soltar, su rostro denotaba el gran sufrimiento que sentía en su corazón. Boro lo tomó del hombro y Marco acaricio su cabeza.
—A veces, para formar un mundo mejor, alguien tiene que ensuciarse las manos —expresó Marco con gran gentileza.
El pequeño apretó los labios y asintió con la cabeza. Era sorprendente cómo a pesar de conocerse sólo por unas cuantas horas, el niño pudiera confiar tanto en ellos, incluso después de meterlo en un gran problema como en el que se encontraban.
«Que tanta diferencia hay entre los asesinos despiadados y los tontos que contaminan un corazón tan puro» reflexionó Boro con frustración, quería alejar al niño de cualquier peligro y decirle que todo estaría bien, pero sabía perfectamente que eso no era algo que pudiera garantizar.
—Disculpa por meterte en un problema tan grande —comentó Boro.
Filot encogió los hombros y mostró una radiante sonrisa a pesar de que sus ojos estuvieran llenos de sufrimiento.
—Siempre he estado en problemas.
Tal comentario dejó helados a los dos jóvenes, ellos sabían a la perfección qué tan cruel podía ser la vida con las personas sin hogar, así que sus mentes comenzaron a recordar algunas de las peores atrocidades que habían visto hacia esas personas. Sus corazones se sobresaltaron y miraron al niño con gran tristeza, «¿Qué tanto has sufrido? Y ¿Cómo es que aún tienes un corazón tan grande?» se cuestionaron en silencio.
El tiempo pasó con lentitud, y en casos de abatimiento, a la mente humana le encanta torturarse a sí misma, así que con cada minuto eterno que pasaba, la preocupación que sentían aumentaba de manera exponencial. Boro tomó algunas de las mejores ramas del Roble Blanco y las colocó en unas cajas alargadas aparentemente hechas con jade, vertió en ellas un líquido tan blanco como la leche e introdujo las ramas recién tomadas en ellas, las tapo y almaceno en su collar infinito con un ligera sonrisa y la mirada perdida.
Acto seguido, extrajo los bienes que habían tomado del grupo Gundor y los esparció por el suelo. Marco tomó una armadura de piel rígida, así como unos protectores para los brazos y las piernas, la varita de hueso y el escudo gigante del difunto Polo, ató el escudo a su espalda y la varita la colocó en un pliegue de su pantalón, posteriormente, tomó una espada corta sin funda y la sujetó a su cintura al igual que un látigo rozado.
Boro se notó indeciso por un momento y tomó su collar con la intención de extraer algo más, pero al final, dejó su objeto infinito y en su lugar se colocó una de las armaduras de piel rígida de su medida,dos dagas y los guanteletes del difunto Gundor.
Filot toqueteó todas las armas con gran curiosidad, pero no le permitieron quedarse con nada a excepción una pequeña daga y su respectiva funda.
—Por cierto, en donde encontraremos criminales —cuestionó el pequeño con desánimo.
—Para nuestra buena suerte, no estamos muy lejos del Paso de Malus Virentia —informó Boro.
—Se supone que es el camino más seguro de estos lares, así que es relativamente transitado —continuó Marco con una mueca—. Aunque ese es otro problema, para mantener el índice de criminalidad a raya y la seguridad de los comerciantes, el reino manda cada cierto tiempo brigadas de limpieza, es decir magos competentes capaces de erradicar a la mayoría de las amenazas, controlar el exceso de vegetación del camino y capturar a criminales.
—Ya veo —respondió Filot mientras contemplaba el filo de su nueva daga—, esperen, nosotros también somos criminales, si vamos allá estaremos en peligro otra vez.
Boro miró al pequeño con gracia y una ligera sonrisa burlesca.
—Perdón pero estas mal, aunque no lo merezcamos nosotros somos considerados criminales, pero tu, sigues siendo solo un niño, un niño con muy mala suerte.
Filot observó a su maestro con el ceño fruncido mientras intentaba descifrar si tomaba tales palabras como un insulto o como un halago. Marco liberó una pequeña sonrisa, estiró su cuerpo y liberó un poco de tensión.
—Entonces, ¿Iremos al Paso?
—Correcto, será difícil, pero es nuestra única opción, así que, hay que movernos cuanto antes —exclamó Boro al palmear su bolso de bestias más grande e invocar a Garrita, posteriormente, la tomó con ternura y la colocó en la espalda de Filot—. Ya sabes lo que puede hacer, te mantendrá a salvo, solo no la hagas enojar.
Después, palmeo un bolso de bestias de color negro y extrajo un enjambre de Avispas Relámpago: criaturas de diez centímetros de largo, completamente negras a excepción de sus ojos blancos y algunos anillos plateados en su cuerpo. Los insectos volaron en círculos alrededor de Marco, quien realizó una pequeña mueca y retrocedió un par de pasos.
—Odio estas cosas —exclamó.
—El consejo es el mismo: no las hagas enojar. Ya les he dado su misión, en cuanto lleguen al paso se desplegarán por todo el camino. Vayan primero, yo necesito recoger algunas cosas antes.
La curiosidad de Filot quiso salir de nuevo a flote, pero Marco lo tomó del brazo y tiró de él con gentileza.
—No te tardes mucho —mencionó al alejarse del Roble Blanco y de su amigo.
A partir de ese punto, el camino solo se volvió más agresivo y complicado, por ello, Marco y Filot tuvieron que dar varias vueltas para alejarse de la vegetación altamente peligrosa, acciones que los obligaron a tardar seis horas en llegar hasta su destino, cuando el viaje en línea recta debería ser solo de tres horas y media.
El paso de Malus Virentia, contrario a los pensamientos de Filot: un camino estrecho, aprisionando por espinas gigantes y todo tipo de plantas malas como los Zetaceos y los Multicromaticos, un lugar tenebroso llenos de cadáveres y huesos esparcidos por todos lados.
En realidad y por fortuna, era bastante distinto. El Paso era un gran camino lo suficientemente ancho como para que dos carruajes transitaron uno al lado del otro sin ninguna preocupación, y aunque este si parecía estar aprisionado por la densa vegetación, casi todo lo que habita cerca era inofensivo.
El único problema, era que a pesar de los esfuerzos del reino, la vegetación dentro del propio camino seguía implacable e invadía casi tan rápido como era removida. Las Bombastias y las Lianas de Mortem, eran una de las plantas más frecuentes.
De manera natural, esas dos especies trataban de no coexistir en un mismo espacio, pero, las acciones humanas siempre desafiaban a la naturaleza. Y aunque no se sabía a ciencia cierta quién fue el autor de sembrar tales plantas en el Paso, todos adjudicaban esas acciones a los mercenarios y a los bandidos, ya que de esa forma se podían realizar saqueos con mayor comodidad.
Cuando Marco y Filot llegaron hasta el Paso, el joven buscó un punto alto y a la vez lo suficientemente denso como para espiar con facilidad sin ser descubierto en el proceso. Por otra parte, en cuanto Marco dejó de moverse, las Avispas aletearon con mayor intensidad, sus alas se llenaron con energía eléctrica y haciéndole justicia a su nombre, salieron impulsadas tal cual un relámpago.
Las pequeñas criaturas volaron hacia el sur y se distribuyeron a lo largo del Paso de Malus Virentia. Se acomodaron en la cima de los árboles no letales, estableciendo una distancia de un kilómetro entre una y otra, siendo está la distancia máxima en la que podían comunicarse entre ellas.
Marco le ordenó a Garrita que hiciera un hoyo justo debajo de donde él se encontraba para ocultar a Filot, y que posteriormente construyera un túnel debajo del camino. La primera tarea la realizó con suma facilidad, sin embargo, la segunda fue imposible para ella sola, a causa de la presencia de numerosas raíces de las Lianas de Mortem que se encontraban por todo el subsuelo.
Se decía que el Paso era concurrido porque era el único camino de la zona por el cual se transitaba con mayor frecuencia a pesar de que la tasa de transeúntes era muy baja, pues aunque el reino se esforzaba bastante para mantenerlo despejado, el camino aún era increíblemente peligroso.
Para que una caravana pudiera cruzar el Paso de Malus Virentia con total seguridad, esta debería de ser escoltada como mínimo por tres magos de Rango Singular, o en su defecto, más de una decena de Armatus con armamento de esencia con afinidad al fuego.
Durante la primera hora de vigilancia, los únicos seres que cruzaron el paso, fueron algunas bestias despistadas que cayeron en las redes de las Lianas de Mortem y fueron enterradas vivas. Al pasar una hora más, Boro llegó hasta el lugar con la respiración agitada.
—Ha pasado algo interesante —cuestionó en voz baja.
Marco negó con la cabeza y se cruzó de brazos.
—Las Avispas están en posición, pero no les entiendo nada —mencionó con los hombros arriba al mirar a una solitaria Avispa Relámpago que posaba en una rama encima de él—. Filot está dormido dentro de un hoyo y fue imposible para Garrita construir túneles debajo del camino.
Boro miró en dirección a un área pequeña debajo de ellos y sonrió plácidamente por un segundo, después, una mueca apareció en su rostro cuando posó su mirada en el Paso.
—No me sorprende, el camino está visiblemente plagado de Lianas de Mortem, así que debe de haber una infinidad debajo de la tierra a la espera de una presa fácil.
Los dos esperaron inmóviles y completamente en silencio por una hora más, hasta que la Avispa solitaria, comenzó a liberar chispas eléctricas de sus alas. Boro la miró con atención y sonrió.
—Algo se aproxima.
…
A 30 kilómetros de distancia, un elegante carruaje tirado por un lagarto del tamaño de un caballo transitaba por el paso. La bestia tenía la lengua bifurcada y enormes garras, mismas que se encontraban cubiertas por unos guanteletes rojos que al impactar con el suelo generaban pequeñas flamas rojizas, lo que mantenía alejadas a las Lianas de Mortem y contrarrestaban las explosiones de las Bombastias.
Siguiendo al carruaje, una carreta era remolcada por una criatura similar y al final de la caravana, iban dos hombres cabalgando sobre un par de hermosos corceles, y aunque los animales tenían miedo de las criaturas que iban al frente, estás se mantenían firmes gracias a la voluntad de sus dueños, aún así, se rehusaban a trotar a menos de cinco metros de ellas.
—No entiendo cómo lo hace, Señor Musar, con este, van cuatro juegos seguidos que me gana de forma magistral —exclamó un hombre de mediana edad, bastante fornido, grandes cachetes y un exuberante peinado que apuntaba hacia el cielo.
El hombre llevaba un conjunto de prendas de pieles de alta calidad en color crema y bordes café. Portaba una espada de una mano y se encontraba sentado al lado de una angelical niña de cabellera pulcra y larga.
—No es nada especial, solo es suerte —mencionó Musar al acomodar unas cuantas piezas en un tablero de madera. Era un hombre fornido de apariencia militar, unos penetrantes ojos negros, cabellera negra y una barba frondosa muy bien cuidada.
Portaba una gruesa armadura metálica con el emblema de un llama encapsulada en óvalo, tanto en las hombreras como en el centro del pecho, el cual, era el símbolo de uno de los gremios de cazadores más grandes de Igniston.
—Modestia Señor Musar, es un espléndido jugador y en lo personal lo admiro mucho, hay bastantes cazadores fuertes, pero hay muy pocos que sobresalgan por su inteligencia —comentó con una radiante sonrisa en el rostro.
La pequeña a su lado, asintió con la cabeza e imitó el gesto de su padre.
—Sus palabras me honran, aunque si hay alguien digno de elogio, es usted, no cualquiera adquiere un título nobiliario en estos tiempos —respondió Musar con seriedad.
—Tonterías, no soy más que un simple señor y para ser honestos, no he hecho nada en especial, mi aldea desde hace mucho que merecía ser reconocida —exclamó el hombre.
—Pero sus predecesores no lograron adquirir un título y gobernaban sobre las mismas tierras que usted. No desprestigie sus logros, Saúl Grester, actual Señor de Manglar.
El noble se recargó en su asiento acolchado y cruzó las piernas.
—Solo fue buena suerte, mis ancestros fueron grandes personas, solo les faltó un poco de iniciativa —mencionó con melancolía.
—Concuerdo, escuché de las hazañas de su padre, un hombre capaz de sacrificar su propia vida por el bien de sus aldeanos merece todo mi respeto —dijo Musar antes de acomodar la última pieza en el tablero.
Saúl suspiró con melancolía.
—Era un gran hombre, enfrentó la calamidad de enfrente y con orgullo. Espero algún día ser tan buen hombre y regente como él.
—Ya lo has logrado papá, y tu nuevo título lo demuestra —exclamó la pequeña con voz angelical mientras acariciaba el brazo de Saúl.
—Una descendiente hermosa y brillante, en un futuro se verá plagado de peticiones de compromiso Señor Grester —especuló Musar.
La pequeña se sonrojó y bajó la cabeza. Saúl rió a carcajadas e inflamó su pecho con orgullo.
—Tiene la belleza de su madre, y si todo resulta bien, también tendrá el talento de los Grester y se convertirá en una gran maga.
—Eso sería espléndido, y si eso llegase a ocurrir, el Gremio de la Llama Dorada estaría complacido de aceptarla entre sus filas.
—Muchas gracias, Cazador Feir —mencionó la pequeña con mucho respeto.
El cazador asintió con la cabeza y le dedicó una gentil sonrisa.
—Por favor, llámenme Musar, no es necesario usar mi apellido —respondió el cazador. Se recargó en su asiento y miró al Señor Grester—. Por cierto, ¿Cuántos años tiene?
—Cumplirá 11 el año que viene y si los dioses buenos lo permiten, tomará las pruebas iniciales de la Academia.
—Estupendo, yo … —exclamó el cazador antes de ponerse de pie, cambiar la expresión de su rostro y tomar el mango de la espada en su cintura.
Saúl se sobresaltó y se levantó de su asiento con gran agilidad a pesar de su complexión.
—¿Nos atacan? —cuestionó al mismo tiempo en que se preparaba para el combate.
Musar concentró esencia en sus ojos y se asomó por la ventana, frunció el ceño y tensó sus músculos.
—Aún no, pero nos están vigilando de cerca, prepárense para entrar en combate en cualquier momento.
La pequeña corrió al frente del carruaje y se refugió a espaldas de su padre. La tensión y el nerviosismo aumentó pero todo se mantuvo en calma, los lagartos seguían causando sus micro explosiones y el carruaje avanzaba con normalidad. Musar abrió las puertas del carruaje y se dispuso a salir.
—Iré a echar un vistazo, ordené que los guardias estén atentos, regresaré en dos minutos —mencionó el cazador antes de salir del carruaje, se impuso con el marco de la puerta y corrió por encima del transporte. Concentró esencia en las plantas de sus pies y dió un gran salto.
Juntó sus manos en el aire y golpeó el suelo con fuerza.
—Ignis —exclamó al aterrizar, generando una pequeña ola de fuego debajo de él, misma que alejó a unas cuantas raíces. Acto seguido, colocó sus manos sobre la tierra—. Explorandum terra —conjuro y desde sus manos liberó varias ondas de esencia, las cuales analizaron el subterráneo en una distancia de diez metros de profundidad y veinte metros a la redonda.
Incontables raíces de Lianas de Mortem, del grosor de las piernas de un hombre se materializaron en su mente. El cazador concentró esencia en las plantas de sus pies y comenzó a correr a lo largo del camino repitiendo el mismo proceso una y otra vez, hasta avanzar un poco más de un kilómetro, dio media vuelta y regresó de inmediato.
—¿Está todo bien, líder? —gritó el conductor del primer carruaje.
El cazador asintió con la cabeza y brincó de nuevo a la cima del carruaje.
—¡Aumenten la velocidad!
El hombre permaneció sobre el carruaje por un largo tiempo hasta que comprobó que todo estaba en orden. Regresó al interior y se disculpó con Saúl.
—No te preocupes por pequeñeces como esas, lo bueno es que no se animaron a atacar. Por cierto, cada vez me impresiona más, me preguntó qué tan agudos son sus sentidos. Yo no alcancé a sentir nada, solo percibí unas ligeras presencias después de poner todo mi esfuerzo en ello —exclamó Saúl con entusiasmo y los ojos llenos de admiración.
—Me halaga demasiado, además, ellos son más sorprendentes, pasar desapercibidos de esa manera en frente de siete magos, no es algo que cualquiera pueda lograr.
—En efecto, son muy capaces, pero no es acaso usted aún más. Estoy seguro que no nos atacaron solo por su abrumadora presencia —mencionó Saúl. Tomó a su hija de la mano y se sentaron juntos.
El cazador miró hacia atrás y exhaló con fuerza.
—Es posible, pero aún así es inevitable no preocuparse, solo eran dos, pero uno de ellos podría haber derrotado a cualquiera de mis hombres, en cuanto al otro, creo que incluso me daría problemas a mi.
Saúl tomó con gracia el comentario, pensó que era una broma, rió con disimulo, movió la primera pieza del tablero y dejó de lado el pequeño percance que acababan de pasar.
…
—Falsa alarma, solo eran mercantes —informó Boro con desánimo.
El tiempo transcurrió rápidamente, el sol comenzó a descender, Marco bajó del árbol para darle algo de comer a Filot, acto seguido, Boro le dió el pergamino para que estudiará el manejo de esencia mientras esperaban. Después de tres horas más, un nuevo carruaje volvió a pasar.
Era una sola carreta completamente cerrada y tirada por dos criaturas parecidas a unos toros pero mucho más grandes e intimidantes: tenían una amplia melena café oscura, pezuñas negras, dos cuernos filosos, tres colas fuertes y largas como látigos que terminaban con un pequeño bulto semejante a la bola de una maza, y la joroba de su lomo estaba constituida por varios sedimentos que aparentan formar una mini montaña rocosa.
La carreta era seguida por un escuadrón de quince hombres. Todos portaban las mismas armaduras blancas con pliegues plateados y el emblema de una balanza dorada en el pecho.
—Objetivo incorrecto y prácticamente imposible de asaltar —musito Marco—. Si esto sigue así estaremos muertos para el amanecer.
—Posiblemente, pero tampoco somos asesinos desalmados como para haber capturado a los mercaderes de hace unas horas, así que no tenemos otra opción más que esperar —respondió Boro con el ceño fruncido y una mueca de insatisfacción.
En un abrir y cerrar de ojos, el sol cayó y la noche se abrió pasó. La Avispa Relámpago comenzó a brillar por la fosforescencia de sus anillos y de sus alas, así que, Boro le ordenó que se ocultara detrás del árbol y siguiera esperando.
—En serio, Boro, que haremos si no pasa nadie —cuestionó Marco con amargura.
—Rogaremos por nuestras vidas y esperaremos a que los dioses buenos se apiaden de nosotros. Pero aún no es tiempo para caer en la desesperación, después de todo, las peores calañas solo transitan por la noche.
Esperaron por tres horas más hasta que la Avispa chilló de nuevo. Los dos jóvenes se apresuraron para colocarse en posición de combate. Boro concentró una gran cantidad de esencia en sus ojos y los cerró con suavidad.
—Óculus spectátor — conjuro entre susurros, levantó sus párpados de golpe y su mirada viajó a kilómetros de distancia. Unos treinta segundos después, sintió una ligera punzada en las sienes y sonrió de oreja a oreja—. Los dioses buenos aún no nos han abandonado. Se aproxima una carreta.
—¿Son criminales?
—Y de la peor clase.
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