Boro: el último maestro. - 18
—¿Cuántos son? —cuestionó Marco mientras tomaba su varita e imbuía el gigantesco escudo con esencia.
—No estoy seguro, pero son más de cinco —respondió con los ojos cerrados.
Boro bajó del árbol y dio unas cuantas palmaditas al lugar en dónde se encontraba Filot. Garrita salió de entre la tierra y restregó sus bigotes contra la cara del joven.
—Necesito que te quedes aquí, si alguien se acerca al niño ya sabes que hacer, de igual forma, si ves que necesitamos ayuda puedes intervenir, pero tu prioridad es cuidar de Filot —indicó con seriedad. Miró hacia arriba y señaló el otro extremo del camino con el dedo índice—. Marco, puedes esperar del otro lado.
—Por su puesto —respondió al instante. Concentró esencia en sus pies y dio un gran salto que lo llevó a la otra orilla del camino en menos de un segundo.
Al aterrizar, creó pequeñas chispas desde su varita y ahuyentó a unas cuantas Lianas de Mortem que intentaron cazarlo. Boro tocó a su Avispa y transmitió un poco de su esencia hacia ella, la pequeña agitó sus alas y comenzó a lanzar pequeños destellos de electricidad.
La carreta era remolcada solo por dos caballos mal alimentados, y era custodiada por cinco hombres altamente armados. En especial, el que dirigía la caravana, llevaba una capucha negra y una armadura completa de cuero rígido del mismo color, portaba dos espadas de una mano en la cintura, una decena de cuchillos encajados en su cinturón y pecho, un escudo ovalado en el antebrazo izquierdo y un látigo atado a su pierna.
El hombre tenía los brazos tan gruesos como su cabeza y su torso era más grande que el de los caballos, pero sus piernas parecían ser bastante frágiles. El resto, vestía de forma similar: túnicas de piel café, botas de cuero, una capucha negra y un látigo atado a la pierna.
Boro corrió y se colocó justo en medio del camino. Las gemas incrustadas en sus guanteletes se iluminaron y con ello sus manos se cubrieron de fuego en un instante, «extrañaba estas cosas, hacen que el manejo de esencia se vuelva mucho más fácil», pensó mientras golpeaba sus puños y las llamas se tornaban de color anaranjado.
—No hay duda de que el mundo ésta lleno de estúpidos, intentar robarnos es una mala idea y hacerlo de frente es más que ridículo, en especial, si estás solo. —exclamó el hombre que dirigía la carreta.
La noche ya había invadido el paso de Malus Virentia y lo único que se escuchaba eran los susurros de los árboles y el canto de algunos insectos despreocupados, haciendo que las risas de los hombres detrás del carruaje se escucharan tan claras como si estuvieran a solo un metro de distancia y no a más de veinte.
Las estrellas en el cielo resplandecían con fuerza, pero ni siquiera ellas eran capaces de iluminar toda la penumbra que el sol dejaba atrás una vez se ocultaba. La visibilidad era prácticamente nula para los ojos humanos, pero no para quienes habían iniciado su camino hacia el dominio de la magia. Todos los presentes concentraron una diminuta cantidad de esencia en sus ojos, y estos se adaptaron con rapidez al entorno.
La penumbra dejó de ser tan asfixiante, y en su lugar, incontables destellos comenzaron a vislumbrarse, miles de luces brillaron por todos los alrededores en representación de la vida misma, la mayoría, eran tenues líneas delgadas y bifurcadas que correspondían a los tallos y las ramas de algunas de las plantas con mayor concentración de esencia.
Boro sonrió y contempló por un segundo el festín visual que había a su alrededor. Miró al individuo encima de la carreta, levantó los hombros y su semblante se tornó serio.
—¿Quién dijo que estoy sólo? —respondió con el ceño fruncido.
El hombre miró al cielo, rió a carcajadas y con un simple gesto de sus manos, dos cuerdas salieron volando desde abajo de la carreta y sujetaron las ruedas del mismo.
—Pues, tu único amigo está a punto de morir, así que básicamente estás solo —replicó al levantar su capacha y mostrar su decrépito rostro.
Toda su cara era un cúmulo de cicatrices, la mitad izquierda tenía el rastro de quemaduras severas, mientras que el lado derecho concentraba una cantidad increíble de cicatrices horizontales del mismo tamaño y hechas con mucho cuidado.
Del lado Este del camino, se escucharon dos fuertes gruñidos seguidos de varias explosiones en cadena. Marco salió volando y aterrizó veinte metros detrás de Boro. Un par de gotas de sudor rodaron por sus mejillas, cuando golpeó su escudo contra el suelo y este creció de manera exponencial para bloquear los próximos rasguños de dos lobos tan negros como el carbón, que lo perseguían.
En su mano derecha llevaba su varita de hueso, a la cual le transmitió una gran cantidad de esencia, la llevó al frente, la retrajo hasta su pecho y después la alejó con gran rapidez.
—Sperno —conjuro, para crear una onda de choque que mandó a volar a las dos bestias a más de treinta metros de distancia.
Marco mantuvo su escudo al frente, cerró los ojos y elevó su varita por encima de su cabeza.
—Intensio defende me, Intensio ad proelium —pronunció en voz baja mientras los dos lobos arremetían de nuevo contra él, la punta de su varita generó una intensa luz blanca—, Ignis serpent —concluyó, justo cuando las bestias estaban a dos metros de él. Abrió los ojos y una serpiente de fuego de seis metros salió desde su varita y arremetió en contra de los lobos.
La serpiente recién invocada, se mantuvo pegada a la varita como si fuese un látigo, pero se movía y atacaba como si en verdad estuviese viva. Las bestias dejaron de atacar de manera indiscriminada y en su lugar, tomaron una distancia prudente, erizaron su piel, caminaron en círculos y se prepararon para atacar desde distintos flancos.
—Ves que no estaba solo —exclamó Boro con cinismo.
El conductor de la caravana, bajó de la carreta, se lamió el labio inferior y desenvainó sus espadas.
—Estúpido, mis lobos terminarán con ese cretino en un par de minutos, y tú estarás solo de nuevo —dijo, al balancear sus espadas de un lado a otro, en un pobre intento por intimidar a su oponente.
Boro sonrió, negó con la cabeza, levantó su mano derecha y las llamas de su mano se intensificaron.
—Patrañas. Mi amigo ha luchado con cosas peores, esos dos cachorros no son más que un juego para él.
Marco escuchó tales palabras y maldijo a Baro internamente, era cierto que había luchado contra cosas peores, pero en cada una de esas ocasiones su vida pendió sobre una cuerda floja, y aunque su situación actual no era tan peligrosa, era evidente que estaba pasando un mal momento en contra de los dos lobos.
Su hechizo reciente, era bastante feroz y le permitía defender y atacar al mismo tiempo, sin embargo, las bestias se movían tan rápido que su serpiente de fuego apenas podía seguirles el ritmo. Justo cuando iba a sujetar el cuello de alguna, ésta se alejaba a toda velocidad mientras su compañera arremetía contra él, obligándolo a cambiar de postura y concentrándose solo en su defensa.
Su serpiente de fuego, rodeaba su cuerpo y bloqueaba los peores ataques, pero unos cuantos alcanzaban a rozar su escudo o en su defecto, su armadura, la cual no era lo suficientemente fuerte como para soportar las enormes garras de los lobos, por lo que, ante el más mínimo descuido, su cuerpo sería rasgado hasta la muerte.
—Estúpidos, se nota que no entienden nada, para que un asalto sea efectivo debe de ser silencioso e inesperado, atacar de frente y en solitario es cosa de idiotas, y más si están solos —exclamó el hombre con tono de burla, mientras inflaba el pecho con orgullo y el resto de sus compañeros reían desde la retaguardia.
Todo ellos, seguían al pie de la letra las palabras de su líder, ninguno había hecho acto de presencia. Todos aguardaban en las sombras, a la espera de una oportunidad para atacar al joven, cuando éste bajará la guardia y menos se lo esperase.
Las flamas en el guantelete de Boro se tornaron amarillas y con ellas, creó una pequeña bola de fuego mientras miraba a su adversario de reojo.
—Insisto, quien dijo que estamos solos.
Detrás del carruaje, se escuchó un ligero estruendo parecido a cuando cae un rayo durante una tormenta. El área circundante se iluminó y numerosos gritos de dolor llenaron el aire. El conductor del carruaje miró hacia atrás y Boro aprovechó ese pequeño momento de vacilación para arremeter en contra de él.
Arrojó la bola de fuego hacia el hombre y este se defendió de último momento, atravesando su pequeño escudo atado a su antebrazo izquierdo. La bola de fuego se desfiguró ante el impacto, pero en lugar de extinguirse, esta capturó el brazo de su oponente y comenzó a consumir el pequeño escudo.
El hombre sacudió su extremidad con ímpetu, pero el fuego no desapareció hasta que cubrió todo su cuerpo con una ligera capa de esencia rojiza. «Qué mierda son estas llamas» se cuestionó con el rostro sudoroso y los ojos llenos de miedo. Sin embargo, Boro no desperdicio ni un segundo de su tiempo y en cuanto el hombre se percató de su presencia, este ya estaba a solo dos metros de distancia.
Lanzó un golpe recto directo al rostro, al mismo tiempo en que arrojó una de sus dagas hacia el cuello de su oponente. El hombre utilizó sus espadas para detener y desviar ambos ataques con relativa facilidad, pero para su sorpresa, cuando creyó que se había defendido con éxito, una segunda daga se materializó de la nada.
Sus ojos se abrieron en gran medida e inclinó su cuerpo hacia un lado para evitar una herida fatal, la daga siguió su camino y terminó incrustada por encima de la clavícula derecha. Boro continuó con su ataque, apoyó una de sus manos en el suelo, levantó su pierna e impulsado por una ligera ráfaga de fuego intentó golpear la daga con su talón.
El hombre elevó su hombro e interpuso su espada para detener la patada.
—Éiecto —musito con rapidez para crear una ligera capa de esencia entre ambos, justo cuando su espada recibió el impacto. El hechizo recién creado se expandió y mandó a volar al joven.
Boro únicamente cruzó sus guanteletes para recibir la fuerza de empuje y aterrizó a seis metros de distancia sin un solo rasguño. El hombre envaino una de sus espadas para sacar la daga de su cuerpo, acto seguido, la dejó caer e imbuyó dos de sus dedos con esencia azulada mientras observaba a Boro con los ojos inyectados en sangre,
—¿Por qué no atacas? —cuestionó el hombre entre muecas, al tocar su herida con sus dedos resplandecientes—. Sanare, sanare…
Marco escuchó los horribles gritos que provenían de la carreta e intentó mirar si todo seguía bajo control, lamentablemente, el par de lobos no le dieron ni la más mínima oportunidad. En cuanto quiso girar la cabeza, uno de los lobos brinco sobre su escudo e intentó rasguñar su rostro, mientras la segunda bestia corría hasta su retaguardia y preparaba su mandíbula para arrancar su tobillo de una sola mordida.
La serpiente de Marco parpadeo e incrementó su velocidad de manera vertiginosa, sus colmillos ígneos capturaron el cuello del primer lobo, haciendo que su garra únicamente cortara unos cuantos mechones de la cabellera de su conjurador. El segundo lobo, en vez del tobillo del joven, mordió el cuerpo llameante de la serpiente, y a pesar de que esta se partió en dos, la peor parte se la llevó la bestia.
Libero fuertes gruñidos de dolor mientras restregaba su cara contra la tierra en intentos desesperados por apagar el fuego que rápidamente se extendía por su pelaje. Después de varias vueltas sobre la tierra y más de una docena de Lianas de muerte incineradas, el lobo se puso de pie nuevamente y miró a Marco como la peor de las presas.
Por otra parte, aunque el primero lobo había recibido un ataque de lleno de la serpiente de fuego, su pelaje, al contrario del hocico de su compañero, este si estaba cubierto por esencia, por lo que, está salió prácticamente libre de daño, terminando únicamente con cuatro pequeños puntos sangrantes en el cuello.
Las bestias retrocedieron y Marco dio gracias a todos los dioses buenos por haber escogido ese hechizo para enfrentarse a los lobos y no cualquier otro de su repertorio. La serpiente de fuego, podía provocar daño en todo momento, no solo al atacar sino también al defender. Su hechizo era tan versátil, que incluso se podría decir, que tenía a las dos bestias jugando justo en la palma de su mano.
Lo único malo, era que tal hechizo gastaba una cantidad insana de esencia, por lo que el rostro de Marco, cada vez se volvía más pálido a pesar de estar ganando la batalla. Boro observó de reojo a su amigo jadeante y sonrió en satisfacción al darse cuenta de que a pesar de todo, no necesitaba ayuda. Clavó su mirada de nuevo en su oponente y sonrió con cinismo.
—Repito, ¿Quien dijo que estábamos solos?
Detrás del carruaje, cuatro hombres salieron corriendo mientras daban manotazos en el aire y sostenían sus gargantas. Tras ellos, una nube de relámpagos los azotaba sin parar, haciendo que sus rostros se llenarán de dolor cada vez que uno de esos diminutos rayos los tocaba.
El hombre de las cicatrices, miró como sus compañeros se retorcían en el suelo y sintió como la sangre le comenzaba a hervir. Mantuvo una mano sobre la herida y con la otra, imbuyó su espada en esencia roja.
—Ignis —musitó al balancear su arma e impregnarla en fuego, acto seguido, lanzó un par de estocadas haciendo que el fuego de su espada se alargara como si fuese un látigo.
El joven agitó su mano en el aire y el enjambre de rayos se dispersó, esquivó el fuego próximo, sobrevoló por encima de la carreta y rodearon al hombre hasta llegar con Boro. Las chispas eléctricas se apagaron, revelando un gran enjambre de Avispas Relámpago, el cual, entró al bolso de bestias sin ninguna vacilación.
—Como dije antes, jamás estuvimos solos —exclamó Boro con tono serio.
El hombre retiró sus dos dedos de la herida, desenvainó su espada restante y la restregó con la primera, haciendo que la última también se impregnara de fuego.
—¡Estúpidos, tomen un antídoto y dejen de lloriquear! —escupió el hombre.
Los hombres tenían todo el rostro inflamado y sus extremidades apenas les reaccionaban, aún así, intentaron buscar un antídoto dentro de sus túnicas. Boro salió corriendo y lanzó una secuencia de golpes llenos de energía que hicieron temblar las espadas del líder.
—¡Environment ignis! —conjuro, mientras mantenían al conductor ocupado. Su cuerpo se cubrió de fuego y un instante, todo a su alrededor se llenó de llamas rojizas.
El fuego que acababa de crear era casi insignificante, cualquier mago podría bloquearlo solo cubriendo su cuerpo con una ligera capa de esencia, sin embargo, los hombres que rodaban por el suelo mientras sostenían sus gargantas, estaban tan aterrados y fuera de sí, que no pudieron analizar el hechizo como era debido e intentaron protegerse como si esas llamas fueran mortales.
Cubrieron sus cuerpos con tanta esencia como les fue posible, las venas de sus cuellos se sobresaltaron y un fuerte mareo los atacó de inmediato. Cuando se dieron percataron que las llamas eran prácticamente inofensivas, fue demasiado tarde. El haberse apresurado a circular esencia con tanta premura, había hecho que el veneno en sus cuerpos se esparciera con gran rapidez.
Los más débiles cayeron inconscientes en el acto, sólo los dos más fuertes fueron capaces de tomar un antídoto a tiempo, sin embargo, uno de ellos estaba tan debilitado que se quedó paralizado a pesar de estar consciente, el último, pudo ponerse de pie, pero de igual forma, su estado estaba tan mal, que el simple hecho de respirar le era sumamente complicado.
—¿Qué mierda has hecho? —cuestionó el conductor, quedándose sin aire en la última palabra. Bajó la mirada y observó con terror como su pecho bajaba y subía de sobremanera —¿En qué momento?, ¿Cómo es que me has envenenado?
Boro sonrió, estiró su brazo, y gracias a la esencia, atrajo la daga que había perforado la clavícula del hombre, como si su mano fuera un imán.
—Verás, el hechizo sanare puede ayudar a curar heridas, pero no puede eliminar venenos, así que lo único que hiciste fue circular tu sangre más rápido, y por ende, esparcir el veneno por todo tu cuerpo, haciendo que sus efectos se muestren mucho antes de lo que tardaría en hacerlo con normalidad —explicó mientras jugueteaba con su daga. Acto seguido, alzó su brazo libre a la altura de su abdomen y cerró el puño.
El único hombre que había logrado ponerse de pie, después de las picaduras de las Avispas Relámpago, gritó y cayó de rodillas en el suelo. El conductor de la carreta, miró hacia atrás y observó como la segunda daga del joven, se encontraba incrustada en la espalda superior de su compañero.
Quiso escupir toda una serie de improperios hacia su compañero, pero en su lugar, recobró la cordura y se percató del grave error que acababa de cometer. Se dio media vuelta de inmediato, alzó su espada llameante y colocó su pequeño escudo a la altura de su rostro.
Una bola de fuego del tamaño de una cabeza, impactó contra el escudo y desequilibró al hombre, quien miró con incredulidad como el fuego volvió a aferrarse a su brazo, a pesar de que ahora estaba cubierto por esencia, haciendo que su valentía se quebrara, maldijo internamente e imbuyó su antebrazo con más esencia tan rápido como pudo.
Pero Boro no le dio ninguna oportunidad de actuar, apartó la mano izquierda de su oponente con un puñetazo cubierto de fuego, giró sobre su propio eje y asestó una patada en la boca del estómago del hombre. El conductor se jorobó, cayó de rodillas y lanzó un tajo ascendente con su espada llameante.
Sin embargo, el joven se había apartado tan rápido como había asestado la patada, así que el ataque del hombre únicamente cortó el aire. El conductor abrió la boca, comenzó a respirar con dificultad e intentó ponerse de pie mientras sujetaba su espada con fuerza.
—Ignis flagellum —conjuró entre jadeos, pero antes de que este se llevará a cabo, sus propios gemidos interrumpieron el hechizo. Su espada vibró al chocar contra una roca en el suelo y siguiendo el sonido metálico, bajó la mirada y observó su propia extremidad.
El dolor se reflejó en su rostro de inmediato, levantó la cabeza y miró a Boro con una horrible mueca. Su brazo derecho, acababa de ser lacerado por la misma daga que había lastimado a su compañero hace solo dos segundos. Sus párpados comenzaron a cerrarse, mientras se preguntaba cómo era posible que una simple daga pudiera provocar tanto dolor.
Su cuerpo rebotó en la tierra, dejó de moverse y sus ojos se cerraron casi por completo.
—Sabes, tenías toda la razón, los ataques más eficientes se realizan en sorpresa —comentó Boro con voz tranquila y una minúscula sonrisa en el rostro, sin embargo, al ver al hombre tirado en el suelo, algo dentro de él se sacudió.
Al principio, había actuado con total firmeza y una fuerte convicción, pero en ese momento las cosas comenzaron a cambiar. Solo necesitaba llevar a esos hombres para que el Nigromante les perdonará la vida, de hecho, ni siquiera los tendría que matar él mismo, pero su conciencia le gritaba más fuerte que nunca.
En un mundo en dónde solo sobrevive el más fuerte, era muy común que las muertes ocurrieran durante un enfrentamiento. En el caso de Boro, él ya había descubierto tal crueldad hace mucho tiempo, y de igual forma, ya había enfrentado el remordimiento que conllevaba tomar la vida de un ser humano.
Pero en ese momento, las cosas eran totalmente diferentes. La primera vez que sus manos se mancharon con sangre, había actuado a la defensiva mientras intentaban asesinarlo a sangre fría. Aún así, el remordimiento lo había mantenido miserable durante varias semanas, hasta que su propia familia lo ayudó a salir del trauma y lo hicieron entender que sus actos habían sido solo un desafortunado accidente que nunca hubiera ocurrido por su propia voluntad.
Después de ese día, su corazón se endureció y aunque seguía sintiéndose terrible cada vez que terminaba la vida de una persona, el remordimiento no lo azotaba tanto, ya que siempre ocurría bajo las mismas condiciones, ya sea en defensa propia o en su defecto, tratando de salvar al prójimo.
Pero en ese momento, estaba sucediendo todo lo contrario, él no se había defendido, sino que él era el agresor, no intentaba salvar a un tercero sino a sí mismo, y aunque su causa pudiera tener algún propósito, era inevitable no sentir remordimiento.
Aunque ese hombre fuera un criminal de la peor clase, jamás lo había ofendido o atacado, así que bajo su propio esquema, era la primera vez que tomaría la vida de una persona por iniciativa propia, la primera vez que intentaba tomar una vida a pesar de haber otras opciones y eso lo estaba matando por dentro.
De pronto, recordó las palabras que tanto él como Marco, le habían dicho a Filot debajo del Roble Blanco. Su estómago se revolvió, la cabeza le dio vueltas y sintió muchas ganas de vomitar. «Ensuciarse las manos para obtener un mundo mejor, menuda estupidez, en este momento no soy más que un mero asesino, ¿Cuándo me convertí en esto?» reflexionó, mientras miraba hacia arriba y las lágrimas que apenas se asomaban de sus ojos, reflejaban las incontables estrellas del cielo.
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