Boro: el último maestro. - 19
«Si hubiera entrado solo a esa caverna, hubiera ofrecido mi vida sin dudar, esto solo lo hago para salvar a mis amigos» pensó Boro, mientras observa el cuerpo del hombre tirado frente a él, en un intento por apaciguar la culpa que estaba sintiendo.
«No, ¿A quién quiero engañar?, incluso si hubiera entrado solo y no tuviera nadie a quien proteger, estoy casi seguro de que mi egoísmo no me permitiría aceptar la muerte tan fácilmente, no, no creo que pudiera hacerlo, no sin antes cumplir mis objetivos, aunque ahora ni siquiera sé si valen la pena, si eso implica que me convierta en un monstruo» reflexionó en silencio, acompañado por un ligero chirrido de sus guanteletes, ocasionado por la presión que ejercía en ellos.
—¡Boro, en verdad ocupo tu ayuda! —gritó Marco a cuarenta metros de distancia, mientras su serpiente de fuego se enrollaba en el cuerpo de uno de los lobos, y él personalmente mantenía al otro aprisionando contra un árbol y su escudo.
El primer lobo aullaba, se retorcía e intentaba morder a la serpiente, sin embargo, mientras más forcejeaba, más daño se hacía a sí mismo. El segundo, gruñía y comenzaba a rasgar los bordes del escudo y destrozar la armadura de cuero rígida del joven, llegando al punto en que más de la mitad de su dorso se encontraba expuesto.
Boro salió de su estupor, secó las pocas lágrimas que sus ojos se negaban a soltar, lanzó sus pensamientos al fondo de su mente y salió corriendo para ayudar a su amigo. Con su mano derecha, creó una pequeña esfera de esencia y con la izquierda, extrajo dos frascos de vidrio desde su Collar Infinito, ambos contenían polvos extraños, uno era de color azul y otro amarillo. Los abrió con extrema precaución y mezcló ambas sustancias en la esfera de su mano derecha.
Primero, corrió hacía el lobo atrapado por la serpiente de fuego. Al llegar, encapsuló la cabeza de la bestia en la esfera que había creado. El lobo continuó gruñendo e inhaló las dos sustancias, hasta que todo el polvo dentro de la esfera de esencia se agotó y este cayó inconsciente. Boro retiró su hechizo y corrió hacía Marco. Al llegar con la segunda bestia, repitió el mismo proceso hasta que ambos quedaron fuera de peligro.
—Amigo, eres monstruoso, cómo pudiste derrotar a cinco magos tú solo, incluso cuando uno de ellos estaba a tu mismo nivel. Pero más importante aún, cómo pudiste dejarme solo con esas dos bestias, un minuto más y sólo hubieran quedado mis huesos —exclamó al tirarse al suelo, deshacer la serpiente de fuego e incinerar unas cuantas raíces en el proceso.
Boro quiso bromear al respecto, pero las palabras simplemente no se formaron, la culpa que estaba sintiendo era tan grande que lo único que quería, era salir corriendo y olvidarse de todo, sin embargo, sabía que eso no resolvería nada, así que solo se recargo en el lobo recién caído y miró a su amigo con tristeza.
—Tuve que pelear sucio, si lo enfrentaba tal y como dicta un verdadero duelo, iba a pasar exactamente lo mismo que con Gundor y hubiera perdido una gran cantidad de esencia de manera innecesaria.
Marco escuchó la explicación de su amigo, pero como no sintió ninguna emoción de él, ignoró su cansancio, se sentó sobre el suelo, lo miró con el sueño fruncido y liberó un gran suspiro.
—Olvídalo.
Boro levantó la cabeza y reveló su rostro decaído, su mirada estaba perdida en la culpa y su semblante pedía a gritos un minuto de descanso.
—Te conozco demasiado bien, no puedes ocultarme nada, así que olvida esos pensamientos inútiles. Lo que estamos haciendo está mal, muy mal, pero no daré mi vida sin antes luchar, y aunque sé que está mal pensar de esta manera, no estoy dispuesto a morir por nada, y menos cuando puedo entregar a esos monstruos disfrazados de humanos a cambio de nuestras vidas. Así que levanta tu retaguardia y vamos a capturarlos antes de que se recuperen.
Boro sacudió la cabeza y se mantuvo en silencio.
—Te entiendo, pero no tenemos alternativa, puede que nosotros seamos casi unos criminales, pero Filot no tiene nada de culpa, por lo menos debemos de salvarlo a él —continuó Marco—. Además, si nosotros continuamos viviendo se que seguiremos protegiendo a los débiles e intentaremos hacer de este mundo de mierda un mejor lugar para vivir, en cambio, si simplemente los dejamos ir, sabes muy bien lo que pasará y nada bueno saldrá de eso.
Boro tardó todo un minuto en ponerse de pie, cada segundo fue como una hora tortuosa para él, sabía que el asesinato siempre sería eso mismo, sin importar los motivos o las causas que se tuvieran, al final de cuentas, debajo de todas las capas que se le pusieran encima, un asesinato jamás sería otra cosa más que eso mismo.
Aunque el ya se consideraba un asesino, muy en el fondo sabía que se convirtió en uno por razones fuera de su alcance, pero entregar a otros a cambio de su propia vidas, le parecía demasiado cruel incluso para él, sentía que al hacerlo, perdería todo el valor como ser humano, temía que después de eso, su mente se trastornara tanto, que miraría a todos los demás como simples monedas de intercambio.
Sin embargo, por más egoísta que fuera, él quería seguir viviendo, al igual que su preciado amigo y su nuevo discípulo, así que con todo el dolor que su corazón podía soportar, siguió adelante con el plan, se puso de pie, extrajo una tela desgastada de su Collar infinito y se lo entregó a Marco.
«Si para cambiar esta sociedad de mierda debo de convertirme en un monstruo, pues que así sea, con gusto venderé mi alma a la Umbra, si con eso logró hacer un cambio positivo en este reino» pensó al depositar la tela en las manos de su amigo y exhalar su último pensamiento negativo.
—Átalos, iré por Garrita —exclamó con voz cansada y llena de sufrimiento, antes de darse la vuelta y caminar con lentitud hacia Filot.
Marco volvió a suspirar, tomó la tela con poco ánimo y caminó hacia los hombres que seguían tirados en el suelo, mientras rompía la tela en varios trozos. El pensaba exactamente igual que su amigo, y a pesar de haber hablado con firmeza, muy en el fondo estaba aterrado, una cosa era tomar la vida de una persona durante un duelo a muerte y otra muy distinta el hacerlo por iniciativa propia.
Al llegar hasta los hombres, se quedó parado sin hacer nada por un minuto completo, sus ojos se cristalizaron y una pequeña lágrima rodó por su mejilla. A pesar de todas las palabras que acababa de decir, odiaba con todas sus fuerzas la decisión que habían tomado, pero tampoco quería morir, y mucho menos, dejaría que un niño inocente los siguiera con tal cruel destino.
En cuanto a su amigo, también le era imposible permitir que muriera sin hacer nada al respecto, no solo le debía su libertad a ese joven, sino también su propia vida, y aunque sabía que era imposible compensar todos lo favores que había recibido de él, por lo menos quería darle una oportunidad más para seguir viviendo, aunque eso implicara dar su propia vida, o su alma.
Con un terrible dolor en el corazón, se posicionó en cuclillas y comenzó a atar a cada uno de los hombres por separado y en grupo. Al terminar con su tarea, Boro regresó con su bestia de esencia sobre los hombros.
—¿Y Filot? —cuestionó Marco después de recuperar el aliento y un poco de estabilidad mental.
—Lo deje encerrado con una docena de Hormigas Lava para que lo protegieran —respondió Boro con un mejor semblante. El ver de nuevo el rostro del pequeño, le había dado un nuevo impulso para seguir adelante. Su mirada a pesar de seguir enrojecida, volvía a tener un minúsculo destello de determinación.
Se dirigieron hasta la parte trasera de la carreta y se colocaron en cada uno de los extremos. Garrita hizo lo suyo y con la ayuda de Marco, comenzaron a cavar un hoyo rectangular de seis metros de profundidad. Mientras la adorable bestia retiraba la tierra, Marco incineraba las Lianas de Mortem que intentaban capturar a su amiga.
Garrita era realmente impresionante, removía la tierra como si se tratase de arena mojada, pero lo más increíble, era el sigilo con el que realizaba tal proeza y la rapidez con la que lo hacía. De esa forma, lo único que se alcanzó a escuchar durante la excavación, fue el susurro de las llamas que Marco generaba.
Al terminar con el hoyo, la adorable bestia utilizó la tierra sobrante para construir tres muros de tierra de cuatro metros de grosor, para crear una jaula completa entre los muros recién creados y la carreta, dejando únicamente el techo libre. Una vez terminada la obra, Marco y Boro subieron hasta la cima de las paredes que se encontraban pegadas al carruaje, colocándose frente a frente.
Al estar en la cima, por un par de segundos contemplaron las innumerables luces que se extendían por todo el Paso de Malus Virentia. Después de todo, tal belleza sólo era apreciable durante la noche, y como tampoco creían ciegamente en las palabras del Nigromante, optaron por disfrutar de la vida por un efímero momento, antes de que su cruel destino los volviera azotar.
—¡Es inútil que sigan escondiéndose, solo tienen dos opciones, salir por cuenta propia o morir dentro del carruaje! —exclamó Marco en tono serio, tratando de dar lo mejor de sí para actuar como un auténtico villano.
—Como sea, de igual forma saldrán, ya sea caminando por cuenta propia o como simples cadáveres —agregó Boro con voz amenazante, una marcada indiferencia y nula empatía. Provocando escalofríos en su amigo y en Garrita.
«Aterrador, si no lo conociera bien, pensaría que es un auténtico desquiciado» reflexiono Marco con el ceño fruncido y la boca abierta. Acto seguido, sacudió la cabeza y despejó su mente de cualquier pensamiento innecesario. Extendió las manos y mandó un cúmulo de esencia hasta el candado que retenía la puerta de la carreta. En cuanto esta llegó hasta la cerradura, se aferró al metal y una pequeña sonrisa apareció en el rostro del joven.
—Ignis —susurró, al mismo tiempo en que los dedos de sus manos se contrajeron, provocando que el candado comenzará a calentarse. Cuando el metal llegó al rojo vivo, el joven cerró el puño con fuerza y bajó el brazo con brusquedad. El candado se partió y cayó al hoyo.
La puerta se abrió de golpe y dos hombres salieron con las manos al frente, conjurando cada uno un tornado de fuego, el cual, impactó contra la pared de piedra, comenzó a expandirse y rebotó contra ellos. Los ojos de los hombres se abrieron de par en par e intentaron protegerse de su propio hechizo mientras maldecía internamente.
—Clypeus —conjuraron al unísono, creando dos escudos de esencia semitransparentes enfrente de ellos, lo suficientemente grandes como para sobreponerse uno sobre otro y cubrir los bordes de la carreta.
Para su mala suerte, cuando estuvieron dentro del transporte, habían planeado terminar con sus oponentes de un solo golpe, por lo que, concentraron casi toda sus reservas en preparar ese par de tornados de fuego. Por lo tanto, no era un ataque al que pudieran hacer frente con un simple escudo de esencia, sin embargo, con la poca energía que les quedaba y el escaso tiempo de reacción, les fue imposible conjurar algo más fuerte que un simple clypeus.
Hecho del que también se percataron Boro y Marco, así que, en vez de atacar al par de hombres, solo se concentraron en fortalecer los muros de piedra y evitar el fuego tanto como les fuera posible.
—Clypeus, clypeus, clypeus… —comenzaron a conjurar al unísono, con una pronunciada desesperación, pero los escudos eran destruidos tan rápido como eran creados, dejándolos sin más opción que arrodillarse ante la inclemencia y llevar sus cuerpos hasta el límite.
El tornado de fuego, al no tener ningún camino a seguir, comenzó a rodear la jaula de piedra hasta crear un enorme vórtice que devoró las paredes como si estas fueran de paja. Cuando el fuego estuvo a punto de destruir por completo la jaula, salió disparado hacia arriba, tal cual un volcán en erupción, dejando los muros con solo veinte centímetros de grosor.
El rostro de los hombres palideció, abrazaron sus respectivos abdómenes, sus cuerpos se jorobaron y cayeron en picada al hoyo. Al golpear el suelo, sorpresivamente, incontables raíces de las Lianas de Mortem, salieron desde lo más profundo de la tierra y comenzaron a enrollarse en sus cuerpos. Pese al agotamiento y al fuerte dolor que sentían, se sacudieron como si fueran lombrices e intentaron incinerar a las plantas que los aprisionaban.
Marco sacó su varita, comenzó a trazar un círculo en el aire y apuntó directo hacia abajo con el ceño fruncido.
—Éiecto maximum —pronunció en voz alta, haciendo que una gran cantidad de esencia saliera disparada desde su varita e impactará a los hombres dentro del hoyo.
El ataque de Marco, apagó las llamas e hizo que los dos hombres chocaran de nuevo contra la tierra. Las Lianas de Mortem aprovecharon la oportunidad y arremetieron como serpientes hambrientas. Los hombres intentaron crear un nuevo hechizo con afinidad al fuego para liberarse, pero antes de que pudieran hacerlo, Boro brincó al techo de la carreta y apuntó sus manos hacia ellos.
—Conpedibus terra —conjuró, para crear grilletes de tierra que aprisionaron y unieron todas las extremidades de los hombres con el suelo. Acto seguido, sacó de nuevo los dos frascos transparentes y los vertió en el hoyo.
En cuanto todo el fondo quedó cubierto por los resplandecientes polvos azules y amarillos que Baro había liberado, Marco se adelantó y creó una delgada barrera de esencia que impidió que tales sustancias llegarán a la superficie.
Los hombres forcejearon por unos cuantos segundos, pero gracias a los grilletes de tierra, aunado a las esporas y al drenado de sangre por parte de las Líneas de Mortem, hicieron que todos sus esfuerzos fueran en vano, y en tan solo un un par de segundos, quedaron completamente inconscientes.
Baro miró a Garrita y ésta colocó sus brazos sobre la tierra. El fondo se elevó y el hoyo se cerró en el acto, los restos de las paredes de tierra se derrumbaron y sobre la superficie únicamente alcanzaron a salir las cabezas de los dos hombres.
Boro bajó a tierra firme y le dio un vistazo a la mercancía dentro de la carreta. Apretó la mandíbula, sus guanteletes rechinaron y sus ojos se impregnaron en sangre.
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