Boro: el último maestro. - 20
El interior de la carreta era oscuro y húmedo, pero gracias a la esencia que los dos jóvenes habían imbuido en sus ojos, pudieron ver a la perfección todo el interior, y aunque el espacio dentro era bastante reducido, los hombres habían encontrado una manera para aprovechar al máximo tales dimensiones.
—Qué asco de personas, pensar que hace un momento los estaba compadeciendo, hace que me odie a mi mismo —exclamó Marco, con la mirada anclada en el interior de la carreta.
Baro permaneció en silencio, pero la ira que estaba sintiendo era casi palpable. Pensaba igual que su amigo, y aunque su conciencia continuaba gritándole, en ese preciso momento, su enojo era tan grande que la opacaba casi por completo, tanto así, que se vio obligado a cerrar los ojos para poder controlarse a sí mismo y evitar mirar hacia atrás.
Después de todo, sabía que si tenía un solo momento de vacilación, terminaría arrancando las cabezas de los dos hombres sepultados detrás de él. Utilizó hasta la última pizca de voluntad que le quedaba, exhalo con fuerza, cerró los ojos y entró a la carreta.
En el techo, había cuatro vigas de acero incrustadas en la madera y cada una contenía cinco ganchos de hierro, de los cuales, pendían gruesas cadenas del mismo material, las cuales, aprisionaban los brazos de distintas personas, tal y como algunos carniceros exhiben sus productos a las masas, sólo que en vez de piernas de cerdos, eran auténticos humanos.
Aunque nada más la mitad de los ganchos estaban ocupados, la escena seguía siendo impactante, tanto los hombres como las mujeres se encontraban desnudos, sucios y con las manos ensangrentadas a causa de las cadenas que los retenían. La altura de la careta era bastante promedio, por lo que, todos se encontraban arrodillados o parcialmente colgando: con las espinillas y los empeines de los pies rozando constantemente la superficie áspera del piso de madera.
Estos últimos, eran los que habían tenido la peor suerte, pues cada vez que la carreta se mecía con brusquedad o brincaba a causa de las imperfecciones del camino, una astilla se encajaba en sus piernas, y como los esclavistas solo transitaban por caminos descuidados, sus extremidades se encontraban sumamente dañadas.
Cuando Boro entró, el único anciano que se encontraba colgado y a la vez, el único que no estaba amordazado, levantó la cabeza con mucho esfuerzo, revelando su rostro terriblemente demacrado, al igual que su esquelético cuerpo. El viejo miró al joven mago con ojos de súplica e intentó hablar, pero sus labios resecos se partieron en el proceso y lo único que pudo salir de su boca, fue una serie de lamentos.
A Boro se le partió el corazón en el acto. Desde el principio, especuló que los hombres que habían derrotado eran esclavistas, pero ni en sus más retorcidos sueños, se imaginó que trataran de tal manera a sus “mercancias”. Cuando abrieron la carreta, esperaba ver a muchas personas vistiendo con túnicas andrajosas y amontonadas en una esquina.
Pero la realidad superó por mucho a su pobre imaginación, jamás hubiera esperado que trasladaran a los esclavos de esa manera, en especial, por el inclemente frío que estaba haciendo. Tal vez esos esclavistas eran demasiado tontos o su crueldad era tal, que ni siquiera les importaba perder a uno o dos hombres durante el proceso, aunque eso implicara una pérdida de dinero.
—Io —balbuceo una de las mujeres amordazadas, antes de que su mandíbula comenzara a vibrar.
Boro salió de sus pensamientos, estableció una barrera de esencia roja en la entrada y creó una pequeña bola de fuego, que posteriormente acercó con mucho cuidado hacia la mujer. El cuerpo de la dama tembló por un efímero momento y después de sentir el agradable calor de las llamas, su cuerpo volvió a relajarse.
Todos los presentes estaban en tan mal estado, que ni siquiera tenían la fuerza suficiente para quejarse de sus dolencias. Marco perdió el valor para entrar en la carreta, bajó la mirada, se mordió el labio inferior y dio media vuelta.
—Iré por el resto de los esclavistas —informó, al alejarse.
Boro simplemente asintió con la cabeza, deshizo la bola de fuego y se apresuró a descolgar a cada uno de los esclavos. Cuando bajo a los primeros cuatro, los llevó hasta la entrada y los arropó juntos con una sábana recién extraída desde su collar infinito, y aunado con el calor proporcionado por la delgada barrera de esencia roja, que se había establecido con anterioridad, provocó que la piel de los hombres abandonara poco a poco, el horrendo tono azulado que habían adquirido durante el viaje.
Al llegar al fondo de carreta, sus ojos se abrieron en gran medida y se mordió el labio inferior, hasta que una pequeña gota de sangre rodó por su barbilla.
En la esquina izquierda, se encontraba una pequeña niña de no más de diez años, colgando únicamente de un solo brazo, su muñeca se encontraba morada por la presión de las cadenas, sus pies apenas rozaban el suelo y su cintura estaba anclada a la pared, para impedir que su diminuto cuerpo golpeara al resto de los esclavos, en cada movimiento brusco del vehículo.
La pequeña se encontraba inconsciente y su largo cabello negro cubría la mitad superior de su dorso. Boro la bajó de inmediato y la llevó con el resto, pero durante el proceso, su corazón volvió a agitarse en gran medida al percatarse que a la niña le faltaba su brazo derecho. El tronco de su brazo, estaba cubierto únicamente por un trozo de tela ensangrentada y llena de pus.
Al recostarla, retiró la prenda con mucho cuidado, liberando un olor desagradable en el proceso y ocasionando que la pequeña comenzara a retorcerse de dolor. Los ojos de Boro se llenaron de ira y su mandíbula se contrajo. La herida era bastante reciente y los esclavistas únicamente habían cauterizado su miembro amputado, para que no muriera desangrada, pero jamás se dignaron a limpiar el área u ofrecerle un segundo cuidado.
Boro imbuyó su mano con esencia anaranjada y la acercó hacia la extremidad amputada.
—Ignis benedictio, dele omnia —susurro, haciendo que su extremidad se cubriera de una cálida luz amarilla. Grandes gotas de sudor comenzaron a descender desde su frente, al momento de colocar su mano sobre la herida de la pequeña.
Al entrar en contacto, la niña abrió los ojos de golpe, su mano rasgó la superficie del piso, curvó su espalda como si fuese un puente y sus gritos inundaron la carreta, llamando la atención de varios esclavos. Sin embargo, estos permanecieron inmóviles y continuaron observando con la boca abierta, sin atreverse a susurrar ni una sola palabra.
El fuego amarillo, comenzó a devorar la extremidad de la pequeña y en menos de tres segundos, su brazo perdió dos centímetros más, dejando atrás solo un pequeño bulto de quince centímetros de largo. Boro canceló el hechizo pero no retiró la mano, solo cerró los ojos y comenzó a circular más esencia.
—Sanare —pronunció, con un ligero susurro que parecía haber salido desde lo más profundo de su alma, al mismo tiempo en que colocaba la otra mano sobre el pecho de la pequeña.
En ese preciso momento, Marco llegó hasta el lugar con su varita en mano listo para pelear, pero al ver la situación, relajo su cuerpo y su mente estalló en busca de respuestas. Quiso caminar hacia su amigo y preguntar acerca de lo que estaba pasando, pero al ver lo concentrado que estaba, guardó todas sus dudas y volvió a realizar su propia tarea en silencio.
El dolor que la pequeña sentía, comenzó a disminuir desde el primer segundo y su respiración regresó a la normalidad. Un minuto después, Boro tomó asiento completamente agotado, la niña cayó inconsciente de nuevo y todos los esclavos observaron al joven con un nuevo brillo en los ojos, inclinaron sus cabezas y agradecieron con una amplia reverencia.
Algunos intentaron ponerse de rodillas, pero Boro los detuvo con un simple movimiento de su mano, extrajo una nueva botella con polvo azul desde su collar infinito. Capturó el contenido con esencia y creó una pequeña nube para esparcir la sustancia sobre los esclavos.
—Agradezco el gestó, pero necesitan descansar —explicó, mientras cubría su nariz y boca con las manos cubiertas de esencia.
Los cuerpos cansados de los presentes, cayeron dormidos de inmediato y Boro por fin pudo relajarse de nuevo.
—Or, avor —exclamó, un esclavo detrás del joven, antes de caer dormido.
Boro se dio la vuelta y recordó que aún le faltaba una persona más por bajar. Era un hombre muy bien alimentado, tenía una larga cabellera, una frondosa barba y su cuerpo emitía una muy leve presencia de esencia, contrastando en gran medida con el resto de los esclavos.
Su cuerpo se encontraba sujeto no solo a las vigas de acero en el techo, sino también, tenía tanto su cadera como los pies aprisionados por más cadenas de hierro. «Tal vez es un guardia recién capturado o algún cazador desafortunado» pensó Boro, mientras lo bajaba e intentaba quitar el resto de las cadenas.
—Está todo listo —informó Marco desde la retaguardia, al dejar caer al último de los esclavistas capturados.
Boro librero al hombre, se dio media vuelta, asintió con la cabeza, bajó de la carreta y cerró la puerta tras su pasó.
—Es hora de ver al Nigromante —exclamó, con la mirada perdida en el horizonte.
…
En ese preciso momento, dentro del castillo principal del condado de Pant, Isac seguido por una docena de doncellas, recorría unas hermosas veredas llenas de arreglos florales, que conducían hasta una bella terraza, tan grande como diez chozas de plebeyos.
Los pilares tenían espectaculares acabados en mármol, el piso estaba hecho únicamente con piedras negras unidas por franjas plateadas. En el centro, había dos mesas semicirculares alineadas paralelamente, simulando un círculo partido a la mitad por un pasillo.
Todos los asientos, eran de madera sólida con acolchonados en tonos crema, al igual que las cortinas y el resto de las ostentosas decoraciones. El techo estaba fabricado únicamente por vigas de madera, separadas medio metro una de otra, y de cada una de ellas, descendían un par de lámparas plateadas y una gran cantidad de enredaderas con hermosas flores negras.
Isac llevaba solo una bata de color blanca, tan delgada que se alcanzaba a trasparentar sus “mejores” atributos. Al llegar a la terraza, saludó felizmente a un par de guardias que custodiaban la entrada, mismos que, se arrodillaron en cuanto se percataron de su presencia.
Dentro del lugar, se encontraba un solo hombre de rezago militar, portaba una armadura completa e irradiaba un aire de grandeza difícil de imitar. El individuo suspiro, saludo con un simple movimiento de cabeza y permaneció sentado al lado izquierdo de las mesas.
Llevaba un yelmo sin visera tan blanco como la leche, dejando al descubierto su cincelado rostro, el cual contenía un par de arrugas y una diminuta cicatriz vertical en la comisura izquierda de sus labios, pero lejos de darle una apariencia vulnerable, lo hacían lucir como un sabio respetable y cansado de las idioteces de quienes lo rodeaban.
Las líneas de su frente, lo hacían lucir como un hombre de carácter fuerte y aunque su ojos ámbar irradiaban benevolencia, estos mismos se endurecieron en cuando Isac entró al lugar. El hombre se puso de pie y se quitó el casco, revelando una pulcra cabellera negra con varios destellos plateados que acentuaban su edad.
—Señor Isac, puede decirme por qué me ha mandado llamar —cuestionó, con voz grave y áspera, al mismo tiempo en que realizaba una modesta reverencia.
Isac correspondió el saludo al colocar su mano sobre el pecho e inclinarse hacia adelante. Miró al hombre a los ojos y afinó su garganta.
—Es todo un placer contar con su presencia, siempre está tan ocupado que es muy difícil verlo, por ello, espero que no tome a mal que haya querido tener una pequeña charla con usted —respondió con alegría y una radiante sonrisa.
Sin embargo, el hombre permaneció inexpresivo, exhalo con fuerza y tomó asiento nuevamente.
—Mil disculpas, venerable Frederik —continuó Isac—. No era mi intención hacerle perder el tiempo, pero ha trabajado muy duro últimamente, así que simplemente pensé que sería bueno que se tomara un pequeño descanso, y al mismo tiempo, aprovechar para ponernos al día con respecto a la pequeña misión, que mi honorable hermano le encomendó a su discípulo.
Frederik lo miró con cansancio, mientras recibía una pequeña copa de vino de una de las damas, dio un pequeño sorbo a la bebida e intentó relajar su expresión sin mucho resultado.
—Francamente señor Isac, le diré lo mismo que le dije a mi señor, es una pérdida monumental de tiempo lo que le han hecho a mi discípulo. Hacerlo ir a una diminuta aldea para capturar a un simple mago de Rango Singular, es inaudito, en especial, cuando Zanic estaba a punto de partir hacia su evaluación de Rango.
—Entiendo lo que dice venerable, pero es precisamente por eso que mi hermano ha escogido al Aprendiz Zanic, porque sabe que cumplirá la misión con la mayor eficacia y rapidez posible.
Frederik apartó la vista de su copa de vino y fulminó con la mirada al hombre gordo delante de él.
—El que no lo entiende es usted señor Isac. He vivido por mucho tiempo y he conocido a muchos individuos excepcionales, y puedo decir con total certeza que mi discípulo es el más grande genio que ha tenido nuestro territorio en toda su historia, inclusive, si lo comparamos con otros genios del reino, estoy seguro de que tarde o temprano terminará superándolos.
»Y ahí mismo radica el problema actual, Zanic pudo convertirse esta misma semana, en el primer mago de 25 años en adquirir el Rango Raro A2, no solo de Pant sino de todo el ducado de Treten. Sabe usted la gran reputación que eso traería para nuestro condado.
Una de las damas se acercó hasta Frederik e intentó acurrucarse a su lado, pero antes de que tomara asiento, la desprecio con un simple gesto de su mano sin siquiera mirarla.
—Por supuesto que lo sé, y es por eso que apoyo la idea de mi hermano. Para que nuestro querido Zanic alcance tal rango, es necesario que consolide su fuerza primero, y qué mejor opción que hacerlo en el mundo real, mientras trae más gloria hacia nuestro condado y fortalece lazos con otras aldeas —replicó Isac, con una enorme sonrisa en el rostro, antes de tomar su copa y agitar el vino en su interior.
—Entiendo esa parte, pero pasa por alto información de manera deliberada, la experiencia la pudo adquirir fácilmente bajo mi tutela, sin necesidad de salir de Pant ——explicó Frederik—. En segundo lugar, si lo que quería era establecer lazos con una aldea tan pequeña, podríamos haber enviado a cualquier otro Aprendiz y el resultado sería el mismo.
»Y en tercer lugar, esa misión no fue idea de mi señor, sino de usted mismo. Puede jugar con la mente de quien quiera, pero no ose mentir delante de mí, no le importa establecer una relación con Mirti…
Isac azotó su copa contra la mesa y fingió estar ofendido.
—Por supuesto que me importa —exclamó, con el ceño fruncido, pero tan rápido como abrió la boca, junto sus labios de nuevo y agacho la cabeza.
Frederik lo fulminó con la mirada, contrajo la mandíbula y se reclinó en su asiento.
—Tan rápido ha olvidado lo que acabo de decir, no ose mentirme. Aunque le importase establecer una relación con Mirti, sus verdaderas intenciones son adquirir al fugitivo con vida y agregarlo a su propia colección, por eso necesitaba al más competente de los Aprendices, y sinceramente, no me interesan su fetiches o lo que haga con los criminales, lo que sí me interesa, es que movilicen a mi discípulo sin mi previo consentimiento.
Isac tragó un poco de saliva, permaneció en silencio y se limitó a asentir con la cabeza. Frederik se puso de pie, depositó la copa sobre la mesa y se dispuso a salir de la terraza.
—Venerable, por favor espere, entiendo su punto y no volveré a cometer el mismo error —exclamó Isac—. Y aunque no me atrevo a tomar más de su tiempo, me gustaría pedirle un favor más.
Frederik se detuvo justo en la puerta y miró a Isac de reojo.
—Por favor, permita que una de mis sirvientas lo acompañen por el resto del día, le prometo que no harán nada imprudente, solo quiero que me informe de inmediato, cuando reciba noticias del Aprendiz Zanic.
El hombre miró al cielo y les suplicó a los dioses buenos para que le brindaran más paciencia, se colocó el casco y continuó su camino.
—Puede hacer lo que quiera, siempre y cuando no se atraviese en mi camino —mencionó desde la lejanía.
Isac miró a una de sus sirvientas, y esta salió corriendo tras el venerable Caballero. «Maldito viejo, si no fueras tan atractivo estaría furioso en este momento, aunque ahora por tu culpa, debo saciar mi hambre o explotare» pensó, mientras miraba como Frederik se perdía entre las veredas del castillo.
Acto seguido, se puso de pie e indicó a sus mujeres que bajaran las cortinas. Una vez que el lugar quedó aislado, sus sirvientas apartaron una de las mesas y revelaron una escotilla de acero. Isac puso los ojos en blanco y corrió hacia la puerta de acceso.
—Mis tesoros, allá voy —exclamó, al bajar las escaleras y lamer su labio inferior.
Dos de las sirvientas siguieron a su amo, y el resto permaneció en la terraza para regresar todo a su lugar original. La escotilla se cerró y un fuerte lamento se escuchó tras esta.
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