Boro: el último maestro. - 21
La luna se encontraba en todo su esplendor y las estrellas competían para ver quien era más brillante. Boro había terminado de retirar todas las cadenas de los esclavos, e irónicamente, Marco las utilizó para aprisionar a los esclavistas.
—¡Me siento tan estúpido! Hace solo un par de minutos estuve a punto de liberar a esos monstruos con piel humana y ahora quiero arrancarles la cabeza —exclamó Boro, desde la cima de la carreta— ¡Es tan ridículo, pensar que les tuve compasión hace que la sangre me hierva!
Marco liberó una carcajada y miró a su amigo con una ceja levantada.
—Te entiendo, y aunque ahora me alegro de no haberte dejado hacer tal cosa, no voy a negar que la conciencia me estaba matando, e incluso estuve a punto de derramar lágrimas por ellos —explicó con voz baja, afino su garganta y levantó la mirada—. Sabía que eran crueles, pero no pensé que llegaran a tanto, tratar a una niña así es simplemente inhumano.
Boro bajo de la carreta, camino lentamente hacia los esclavistas, los tomó por las cadenas y los arrojó al techo del vehículo. El veneno que había utilizado era tan fuerte, que a pesar de que todos aterrizaron de golpe, ninguno emitió un solo sonido diferente al de los ronquidos.
Marco liberó un gran suspiro y se colocó a un lado de su amigo.
—Solo son siete, ¿Qué haremos? —cuestionó, con una marcada preocupación.
Boro sacó su piedra horae (objeto monocromático con la capacidad de absorber la luz del sol, utilizado para medir el tiempo). Tres cuartos de la roca se encontraban completamente negros y continuaba oscureciéndose.
—Son las 9 hora noche, no tenemos otra opción más que regresar a la caverna.
—Pero aún nos faltan dos —replicó, con frustración.
—Si, pero amanecerá en tres horas, y aunque permanezcamos aquí más tiempo, no creo que aparezcan más objetivos —explicó con voz apagada.
Marco exhaló con fuerza, bajó la cabeza y se frotó las sienes.
—Entonces, quieres decir que uno de nosotros tendrá que morir.
Boro lo miró de reojo e inhalo profundamente.
—Puede ser, pero no nos queda de otra. Solo podemos pedirle a los dioses buenos que el Nigromante se apiade de nosotros.
—¡Olvídalo! Si el Nigromante en verdad es la Amante de la Muerte, nos matará en el acto —replicó Marco, completamente desanimado.
—Aún así debemos intentarlo, ¿quien sabe? Tal vez permita que uno de nosotros se quede como garantía, mientras el otro encuentra a dos criminales más —explicó, en un pobre intento por ser optimista, aunque en realidad sus esperanzas estaban por los suelos.
Marco volvió a suspirar, se frotó la cara como si se acabara de despertar e intentara recuperarse de un mal sueño. Dio media vuelta y comenzó a caminar.
—Despertaré a Filot.
El pequeño regresó con los ojos rojos y el cuerpo tan tenso que parecía un árbol andante. Boro guardó sus Hormigas Lava y extrajo las Tablas del Cielo. Marco y Filot subieron al mismo objeto y comenzaron a elevarse de inmediato. Por otra parte, Boro antes de ascender tomó su collar infinito y concentró una gran cantidad de esencia en él.
En consecuencia, una gran mano de piedra apareció enfrente de él. Filot la reconoció al instante y liberó un pequeño grito, sin embargo, el miedo fue reemplazado por la sorpresa al poco tiempo. Era exactamente el mismo objeto que había rescatado a Marco durante la ejecución pública.
La mano de piedra era impresionante en muchos sentidos, primeramente, era incluso más grande que la carreta misma, en segundo lugar, al verla de cerca se podía apreciar lo hermosa que era. El cuidado con el que fue hecha, era excepcional, tenía tantos detalles que parecía una auténtica mano de gigante, además, su tonalidad oscura hacía que las numerosas líneas rojas que circulaban por cada uno de sus pliegues y en el centro de la palma, resaltaran como estrellas en el cielo.
Boro comando a la mano de piedra y esta levantó la carreta con tanta facilidad que parecía estar hecha de algodón. Acto seguido, subió a su tabla de cielo y comenzó a volar directo hacia la caverna. Marco cubrió el cuerpo de Filot con esencia para tratar de aminorar el frío e inmediatamente siguió a su amigo. Se elevaron por encima de toda la vegetación y se perdieron en el horizonte.
…
En un pequeño claro dentro de los límites del Bosque Pequeño y a varios kilómetros de la pelea con el Buitre de Cenizas. Un grupo de guardias descansaban dentro de una cúpula de esencia, de solo ocho metros de diámetro. Eran diez hombres en total, todos tenían el ánimo por los suelos y aunque sus cuerpos les suplicaban por un minuto de sueño, ninguno era capaz de mantener sus párpados cerrados por más de un minuto.
Algunos miraban constantemente hacia los lados con el terror marcado en sus ojos, otros, simplemente mantenían la cabeza sumida en sus pechos o jugueteaban con sus armaduras con aparente nerviosismo.
En el centro de todos, se encontraba un hombre recostado bajó una sábana negra, como la que se utilizaba para cubrir a los caídos en batalla, solo que en esa ocasión se podía apreciar cómo el pecho del individuo subía y bajaba con cada respiración.
El ambiente era lúgubre, solo tenían una pequeña roca luminosa sobre una estaca de madera, la cual, únicamente alcanza a iluminar los rostros demacrados de los presentes y algunas de las cortezas de los árboles más cercanos. El silencio que había en el área era sepulcral, ni siquiera el viento o los insectos susurraban, era tan asfixiante que todos estaban al borde de la locura.
Cada vez que se escucha un ruido extraño, los guardias encogían el cuerpo o reaccionaban de sobremanera. Pensaban que alguna bestia los acechaba o que su peor pesadilla había regresado por ellos. Con cada minuto la paranoia únicamente aumentaba, cuando la desesperación llegó a un punto crítico, uno de los guardias se puso de pie y comenzó a caminar en círculos mientras balbucea una serie de palabras inentendibles.
El hombre recostado liberó un fuerte lamento, abrió los ojos con gran lentitud y comenzó a quejarse. Los guardias dieron un salto por el susto, pero inmediatamente recuperaron la compostura, la mayoría volvió a sumir sus cabezas en el pecho, y solo tres de ellos corrieron hacía él.
—¡Líder! —exclamaron al unísono.
El individuo miró hacia todos lados con los dientes apretados, intentó abrir la boca y un fuerte dolor lo atacó, obligándolo a cerrar los ojos de nuevo. Los guardias se preocuparon y se arrodillaron alrededor de él.
—Líder, por favor relájese, su condición es crítica, ha perdido demasiada sangre —explicó uno de los guardias, el cual, tenía la mitad izquierda del cabello arrancado de raíz.
El hombre recostado, abrió un solo ojo y lo analizó con detenimiento. Frunció el ceño y su pecho comenzó a subir y bajar de sobremanera.
—¿Gajir?, ¿eres tú? ¿Qué ha pasado con tu cabello? —comentó, entre jadeos—. ¿Qué ha sucedido? ¿Todos están bien?
El guardia elevó la mano, tocó la parte calva de su cabeza y sonrió con amargura.
—Lo importante es que pude salir con vida. En cuanto al resto de las preguntas…
—Menos de la mitad sobrevivimos —intervino un segundo guardia, de tez blanca, ojos hundidos y enormes ojeras.
El hombre recostado abrió la boca de golpe y lo filmó con la mirada.
—Yondur, ¿¡Es eso cierto!? —cuestionó, cada vez más agitado.
El guardia asintió con la cabeza, se mordió el labio y miró a su líder directamente a los ojos.
—Y de los pocos que sobrevivimos, la mayoría no están… —informó antes de hacer una breve pausa, mientras observaba al guardia que daba vueltas al área sin parar—, en condiciones para continuar.
El líder utilizó toda su fuerza para elevar el cuello y poder comprobar la situación el mismo. Aparte de los tres guardias que se hallaban junto a él, todos los demás se encontraban recargados en los árboles con la mirada ida y graves heridas por todo el cuerpo.
—¡Por todos los dioses! —exclamó, al dejar caer su cabeza y tragar un poco de saliva—. ¿Cómo ha podido pasar esto? ¿Dónde está el Aprendiz de Caballero? ¿¡Nos ha abandonado!?
Los guardias que se encontraban inclinados cerca de él, únicamente movieron la cabeza en signo de negación y permanecieron en silencio por un par de segundos, hasta que Gajir humecto sus labios y levantó la mirada.
—No líder, de hecho él fue el que nos salvó a todos, rescato a más de quince antes de que la neblina cambiara sus propiedades, lamentablemente, durante el camino muchos fueron devorados por otras bestias de esencia, así que al llegar aquí solo quedamos siete. Al resto los encontró después de rescatarlo a usted, sin embargo, todos ellos presentan heridas muy graves, a excepción de Lucio, que se encontraba ileso e inconsciente a un par de metros fuera del área afectada por la neblina.
—La verdad es que no tengo idea de lo que pasó, lo último que recuerdo es que una roca me golpeó la cabeza y cuando desperté ya me encontraba aquí —explicó el tercer guardia, con los hombros encogidos.
—En cuanto a Mario —continuó Gajir, mirando fijamente al hombre que no paraba de dar vueltas alrededor de la cúpula de esencia—, no tengo idea de lo que vio o tuvo que pasar para quedar así.
—¡No! —gritó el individuo al escuchar su nombre. Acto seguido, continuó con su travesía sin fin.
Los tres guardias suspiraron al unísono y volvieron a concentrarse en su líder.
—Eso es todo lo que dice —informó Yondur, totalmente decepcionado.
El silencio volvió a reinar y los tres guardias se perdieron en sus propios pensamientos, hasta que el hombre bajo la sábana negra los sacó de su estupor.
—¿A dónde fue el Aprendiz?
Los guardias se miraron unos a otros en silencio, por un par de segundos.
—Regreso al claro, toda la noche ha buscando sobrevivientes, pero desde hace seis horas no ha encontrado a nadie más —explicó Lucio, después de afinar su garganta y bajar la cabeza por vergüenza, al no ser lo suficientemente fuerte o valiente como para ir él también en busca de sus camaradas.
El líder bajó la mirada con impotencia, se suponía que él era quien debía proteger a sus hombres, pero en lugar de eso, se encontraba incapacitado y había relegado su obligación a un foráneo, que no tenía nada que ver con su pequeña aldea. Por ello, se encontraba tan molesto consigo mismo, como agradecido con el Aprendiz.
En un reino tan miserable como en el que se encontraban, cualquiera otro hombre habría huido en la primera oportunidad. Pero Zanic no solo había permanecido con ellos, sino que, incluso arriesgó su vida para salvar a otros sin tener ninguna responsabilidad hacia ellos.
Incluso en ese momento, cuando el sol se ocultaba y desataba a las peores bestias, él se encontraba merodeando por los alrededores, exponiéndose a toda clase de peligros solo para salvar a unos desconocidos. Acciones que sólo realizaría un verdadero héroe, uno que anteponía su seguridad por el bien de otros sin dudar. Lo cual, dejó a Jorge completamente asombrado.
El tiempo pasó lentamente, Mario continuó dando vueltas sin parar mientras el resto de los guardias intentaban estar alertas, aunque su condición los obligaba a cabecear continuamente. Un hora después de que el líder despertó, Zanic irrumpió en el área cargando a un guardia más.
Todos los presentes se pusieron de pie en el acto, sonrieron y estuvieron a punto de estallar en vítores, pero miraron la expresión decaída del Aprendiz y depositaron sus miradas en el hombre que llevaba en sus brazos. El cuerpo tenía el rostro pálido, le faltaban las dos piernas y carecía de cualquier signo de vida.
Zanic caminó hasta una orilla, depositó el cuerpo en la tierra junto con el resto de los guardias caídos, extrajo una tela negra desde uno de sus anillos infinitos y cubrió el cadáver con ella.
—Llegué demasiado tarde, cuando lo encontré aún respiraba pero había perdido demasiada sangre, hice todo lo que pude pero al final perdimos la batalla, aún así lo traje conmigo para que su cuerpo sea devuelto a sus familiares —explicó con voz cansada y los puños fuertemente apretados.
Su rostro denotaba la gran impotencia que estaba sintiendo y aunque su cuerpo gritaba de cansancio, él se esforzaba para seguir erguido. Sin importar que las piernas le temblaran se rehusaba a verse vulnerable, sabía que todos los guardias habían depositado sus esperanzas en él, así que si mostraba debilidad el resto se desmoronarían.
El silencio volvió a apoderarse del lugar, todos los guardias cerraron sus ojos, y lanzaron un cúmulo de plegarias a todos los dioses buenos, para la tranquilidad de su amigo caído, así como, para aquellos que aún no se habían encontrado. Zanic se dio media vuelta y se dispuso a partir.
—¿Se irá de nuevo? —cuestionó Gajir, con el rostro lleno de sorpresa.
El Aprendiz de Caballero miró al guardia, asintió con la cabeza y continuó su camino.
—Jamás podré pagar todo lo que ha hecho hoy —mencionó Jorge con dificultad.
Zanic se detuvo justo en el límite de la cúpula de esencia, dio media vuelta y sus labios mostraron una diminuta sonrisa. Después de rescatar a los distintos guardias, supo de inmediato que con la habilidad que Jorge tenía, podría haber salido de la neblina mucho antes de que esta cambiará sus propiedades. Y después de encontrar a Lucio completamente sano, su mente comenzó a realizar toda una serie de especulaciones.
—Caballero Jorge, me alegra que se encuentre bien.
El hombre intentó sonreír, aunque el dolor se apoderó de él y en su lugar mostró una cómica mueca.
—Pues, por lo menos no he muerto —comentó, al quitarse la sábana y mostrar su cuerpo.
Tanto su pierna como su brazo izquierdo, habían sido cortados de un solo tajo. Llevaba ambas extremidades vendadas con una tela blanca y su ropa seguía llena de sangre.
—Pero, todo fue por buena causa ¿No es así? —mencionó Zanic, sin apartar la mirada de Lucio.
Jorgue observó a su guardia con el ceño fruncido y tardó unos cuantos segundos en entender las palabras del Aprendiz. Recargó la cabeza en la tierra y regresó su mirada hacia Zanic.
—Y lo volvería a hacer sin dudar, una mano y una pierna no se pueden comparar con la vida de un hombre.
Los guardias se miraron unos a otros sin entender ni una sola palabra de lo que estaban hablando. En cambio, Zanic confirmó su sospecha y su respeto hacia el Caballero aumento. Jorge no había sido capturado por falta de habilidad, sino por decisión propia, había permanecido dentro del peligro porque quería rescatar a sus hombres.
Aunque nada más había logrado sacar a uno solo antes de que la neblina lo capturara, su logro y determinación eran dignas de elogió. Zanic lamento haberlo desprestigiado cuando lo conoció, y a pesar de que ante sus ojos seguía siendo débil, reconoció ampliamente su valor.
—Por cierto, ¿dónde está su bestia? —preguntó Jorgue con los ojos entrecerrados.
El Aprendiz de Caballero, salió de sus pensamientos y levantó la cabeza.
—Estuvo corrido toda la noche, así que lo metí a un bolso de bestias para que descansará y esté listo por si nos topamos con alguna otra sorpresa—explicó al sacar una pequeña bolsa de su peto—. Me alegra que esté bien, pero debo seguir buscando —realizó una pequeña reverencia en señal de respeto, dio media vuelta y se perdió en la oscuridad.
Jorge y los guardias quisieron detenerlo, sabían que las probabilidades de encontrar a alguien más con vida, eran prácticamente nulas. Aún así, sellaron sus labios y permitieron que el joven se retirará. Jorge busco su Comunicador (piedra aplanada de color blanca con runas diversas, utilizada para comunicarse) entre su túnica, sin embargo, está no apareció por ningún lado, así que simplemente regreso a descansar.
Dos horas después, Bartolomé hizo acto de presencia, llegó con toda una legión de guardias y rodeó el lugar. Los sanadores corrieron de inmediato hasta los lesionados y comenzaron a tratarlos sin decir una sola palabra, en cambio, el Barón camino hasta Jorge y exigió respuestas a pesar de que estaba recibiendo tratamiento.
—¿¡Tienes idea de lo mucho que nos ha costado encontrarlos!? Y por todos los dioses, ¿cómo es que terminaste en este estado tan lamentable? Se supone que eres mi primer Caballero, la persona más confiable que tengo, y aún así dejaste escapar al fugitivo. No has contestado a mi llamado durante toda la noche, ¡Y por el amor de todos los dioses buenos! ¿Dónde está el enviado del Conde?
Jorge apretó los dientes, bajó la mirada y respondió con mucho respeto a pesar de lo devastado que estaba.
—Mi señor, el comunicar se perdió durante el calor de la batalla, en cuanto a porqué terminamos así…
El Caballero resumió todos los acontecimientos desde que salieron de Mirti hasta su encuentro con el Buitre de Cenizas. Pero Bartolomé en vez de comprender la situación, solo se molestó más. En lo único que podía pensar: era en toda la reputación que había perdido al dejar que el fugitivo se escapara y en el enorme ridículo que sus guardias hicieron ante el enviado de Pant.
—Entonces, ¿uno de los Aprendices fue quien provocó a la bestia?
Jorge asintió con la cabeza y el Barón llamó al único Aprendiz con vida. Mario respondió con un fuerte no desde la distancia, antes de ser arrastrado por dos guardias hasta Bartolome. Lo obligaron a arrodillarse e iniciaron con el interrogatorio, pero lo único que salió de su boca, fue un amplio y conciso: ¡NO!
Al Barón se le agotó la paciencia, se puso de pie y asestó una fuerte bofetada sobre el rostro del Aprendiz, quien cayó al suelo, se colocó en posición fetal y continuó repitiendo la misma palabra: NO, NO, NO…
Bartolome en un arranque de ira se dispuso a patear a Mario, pero antes de que lo hiciera, una nueva voz resonó dentro de la cúpula.
—Y pensar que en un inicio, había culpado a su Caballero por la incompetencia de los guardias, pero ahora me doy cuenta del verdadero origen del problema —exclamó Zanic, mientras ayudaba a un guardia recién rescatado a sentarse.
La mandíbula de Bartolome cedió ante la gravedad y sus ojos se abrieron como si hubiera visto al mismísimo Buitre de Cenizas.
—Aprendiz de Caballero Zanic, lamento mucho todo lo sucedido, yo…
—Por favor Barón, no se desprestigie más —intervino, con el ceño fruncido—. El desempeño de los subordinados, es el reflejo mismo de la competencia de sus líderes. En cuanto a sus disculpas, no son algo que me interese o necesite escuchar.
—Lo siento, es que en verdad me apena todo lo sucedido —respondió, entre tartamudeos.
—Por favor, no haga que me repita, aunque si tiene tantas ganas de ofrecer disculpas, sus guardias estarían encantados de recibirlas. Ahora si me permite, debo entregar un informe —mencionó antes de darse la vuelta y alejarse del claro.
Bartolome se quedó paralizado con la boca abierta, quería replicar y gritar a los cuatros vientos. Estaba tan frustrado y su ira había alcanzado un punto tan alto, que sentía como su cabeza podría explotar en cualquier momento, sin embargo, se limitó a bufar mientras observaba cómo el joven mago se perdía en la oscuridad, al mismo tiempo en el que imaginaba, la clase de cosas que el Aprendiz le contaría al Conde Casis.
Por otra parte, conforme se alejaba de la cúpula, el rostro de Zanic pasó de la ira más pura hasta la decepción total. Se recargó en uno de los árboles más robustos de la zona y tomó su comunicador con manos temblorosas, imbuyó el objeto con esencia y tres pequeños aros de luz azulada se elevaron por encima de esta.
Diez segundos después, las proyecciones comenzaron a vibrar y una voz adormilada resonó a través del objeto.
—Guardia de Pant, identifíquese.
El joven mago trago un poco de saliva, suspiro e intento controlar su respiración. Abrió la boca pero las palabras se negaron a salir, así que afinó su garganta un par de veces, hasta que adquirió el valor suficiente para hablar.
—Aprendiz de Caballero, Zanic Archen —informó, con voz ronca y la decepción impregnada en cada palabra—. He fallado…
…
A varios metros de la cúpula, debajo de la tierra, una presencia escuchaba la conversación de los guardias con el ceño fruncido y un objeto ovalado en las manos: el cual emitía una tenue luz dorada desde las runas grabadas en él.
«¡Son todos unos estúpidos, jamás reconocieron mi valía!. Solo esperen, pronto capturare al fugitivo Marco de Fortis y todos tendrán que ovacionarme, no dejare que nadie me vuelva a menospreciar, ¡nunca más, nunca más, nunca más!… solo esperen» pensaba desde las profundidades, mientras la ira lo comía por dentro y sus uñas agrietadas dejaban marcas en las paredes.
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