Boro: el último maestro. - 22
Boro y compañía, tardaron más de dos horas y media en regresar a la caverna, debido a que la esencia en los núcleos de las Tablas del Cielo estaba agotada, tuvieron que recorrer el último tramo a pie. La mano de piedra de Boro, hacía que la tarea de llevar a todos los esclavos y esclavistas fuera mucho más sencilla, pero la cantidad de energía que requería tal objeto, era una locura.
Durante el último kilómetro, se vieron obligados a empujar la carreta con sus propias manos, y aunque la distancia era relativamente corta, conducir un transporte de más de dos metros de ancho por tierra dentro de un bosque virgen, era una tarea casi imposible de realizar, a menos que se talaran unos cuantos árboles.
Labor que resultaba bastante difícil de ejecutar, pues la mayoría de los árboles no letales tenían el mismo grosor de una casa. Lo único bueno, era que estos se encontraban bastantes alejados unos de otros. Aun así, al final del trayecto y después de casi morir en repetidas ocasiones a causa de las Bombastias, Marco taló más de una decena de árboles jóvenes, un centenar de arbustos y toda una variedad de plantas raras, dejando su núcleo casi seco.
Cuando el primer rayo de sol apareció, ya se habían establecido a sólo cien metros de la entrada de la caverna. Filot se encontraba descansando dentro de la carreta, mientras los dos jóvenes magos despejaban la zona de toda maleza y establecían una barrera de protección para los esclavos, con la ayuda de varias piedras de esencia.
Acto seguido, Boro invocó a Garrita y despertó a Filot, así como al único individuo en condiciones de cuidarse a sí mismo. El pequeño se levantó con toda su energía restaurada, pero su rostro denotaba el gran miedo que estaba sintiendo, tenía la ilusión de que todo lo que había pasado fuera solo un mal sueño, pero la realidad lo volvió a golpear en cuanto miró a los esclavistas atados frente a él.
El hombre corpulento que estaba aprisionado en la esquina de la carreta con cadenas dobles, despertó con la mirada desorbitada y tardó cinco minutos en liberarse por completo del efecto del somnífero. En cuánto sus cinco sentidos regresaron a la normalidad, miró a los dos jóvenes magos con miedo y retrocedió unos cuantos pasos hacia el interior de la carreta.
—Tranquilo, todos los esclavistas ya han sido capturados —informó Marco con voz tranquila.
El hombre observó las cadenas sobrantes sobre el piso con el ceño fruncido, pero cuando su mirada se posó sobre la pequeña del brazo amputado, abrió los ojos en gran medida y su expresión se relajó.
—¿La conoces? —cuestionó Boro, al dar un paso adelante y ayudar a Filot a bajar de la carreta.
El hombre negó con la cabeza, tragó un poco de saliva y observó el estado actual de su cuerpo. Al levantarse de golpe había dejado caer la manta que lo abrigaba, por lo que el frío volvió a penetrar su piel desnuda. Boro sacó una túnica negra de su collar infinito y se la ofreció.
—Es lo único que tengo de tu medida.
El individuo tomó la tela con precaución y una vez comprobado que no había nada malo con ella, se la colocó con gran rapidez.
—Tienen todo mi agradecimiento, yo soy César de Manglar, antes de ser capturado servía al Barón Grester, por lo que si un día visitan nuestra aldea podré recompensarlos cómo es debido —exclamó, con la cabeza abajo.
—Yo soy Boro y él es Marco —informó, al inclinar su cabeza en dirección de su amigo.
—Muchas gracias, les debo mi vida —mencionó al mismo tiempo en que se arrodillaba—. ¿Son guardias del reino?
Boro levantó una ceja y mostró una ligera sonrisa cínica.
—Para nada, solo nos gusta ayudar a los necesitados.
El hombre miró al joven con desconcierto. Desde su perspectiva, cualquiera que ayudara al prójimo en esos tiempos sin ser un guardia, no podía ser otra cosa más que un estafador ocultando sus verdaderas intenciones detrás de la fachada de un héroe. Aún así, mantuvo su boca cerrada y se limitó a bajar la cabeza en signo de admiración.
—¿Ustedes solos han derrotado a los esclavistas?
—Algo así. Lo importante es que ahora están a salvó —informó Marco con una gentil sonrisa.
—Sin embargo, tenemos algo que hacer, así que necesitamos que te quedes aquí y cuides al resto mientras volvemos —intervino Boro con voz sería.
César se puso de pie y negó con la cabeza.
—Lo siento, pero no me encuentro en condiciones de pelear y todas mis armas me fueron despojadas cuando me capturaron.
Boro sonrió de nuevo y señaló a su bestia de esencia.
—Por eso no te preocupes, a decir verdad, ella se encargará de la protección, lo único que ocupamos es que manejas bajo control al resto de los esclavos por si alguno se despierta y tiene algún ataque de pánico.
—En especial, para que los mantengas dentro de la carreta. Actualmente estamos en los límites del Bosque Pequeño y Malus Virentia, por lo que, supongo que no tengo que explicar lo que les pasará si intentan salir de este lugar por cuenta propia.
La confianza de Graham cayó hasta el suelo al escuchar tales palabras. Aunque era un mago bastante competente, no se encontraba en un lugar al que pudiera hacer frente con las manos desnudas, así que su única esperanza era seguir las indicaciones de los dos jóvenes y esperar pacientemente hasta su regreso. Asintió con la cabeza y forzó su mejor sonrisa.
—Los mantendré a salvó —dijo con voz apagada.
Marco y Boro agradecieron el gesto, acariciaron el pelaje de Garrita y la corta cabellera del Filot, antes de continuar su camino. Cada uno tomó a la mitad de los esclavistas, mientras el pequeño los seguía por detrás a paso tembloroso.
—¿Yo también tengo que entrar?
—Lo siento Filot, pero es necesario, no podemos ofender al Nigromante de ninguna manera. Aún así, pase lo que pase, te prometo que estarás a salvo, te doy mi palabra —mencionó Boro con voz firme.
El pequeño frunció el ceño y dejó de caminar.
—La última vez que me dijiste eso, pasó de todo, menos que cumplieras tu palabra.
Marco liberó una ligera cargada y algunos de los esclavistas que cargaba cayeron al suelo, pero a pesar del golpe que se dieron al chocar contra las rocas, siguieron profundamente dormidos. Boro fulminó a su amigo con la mirada y dio media vuelta.
—Oye, los ayeres deben de quedarse en el pasado, además, ahora tengo una deuda de vida contigo ¿No es así?
Los ánimos del pequeño decayeron aún más, quería confiar en las palabras de su maestro, pero le era demasiado difícil, así que solo siguió caminando con la mirada clavada en el suelo, mientras su mente recordaba todas las cosas que le hubiera gustado hacer cuando fuera mayor. Al llegar a la entrada, el rostro borroso de una mujer se materializó en su imaginación y aunque sus facciones eran indefinibles, su mente la reconstruyó como la mujer más bella de todas.
Una sonrisa apareció en su rostro y en su cabeza resonó una sola palabra: ¡mamá! Tragó un poco de saliva y se adentro en la caverna con los ojos cristalizados. El lugar era tal cual lo recordaba, increíblemente hermoso pero escalofriante, solo que en esa ocasión pudieron ver a la mujer debajo del Multicromatico desde el primer momento.
La no muerta se encontraba parada enfrente del árbol con la espada desenvainada y lista para entrar en combate. El cuervo de cuatro ojos se encontraba sobre un nuevo altar hecho de piedra sólida a solo unos cuantos metros de la entrada, lo suficientemente grande como para albergar a diez personas.
El ave graznó, agitó sus alas y sus pico se deformó para dar lugar a una sonrisa semihumana, numerosas carcajadas invadieron el aire y las lágrimas de Filot comenzaron a rodar por sus mejillas mientras se ocultaba detrás de Marco. Boro mando una pequeña pizca de esencia hasta él, haciendo que su cuerpo sintiera la calidez de un abrazo.
—Los hombres han regresado. Muéstrenme lo que me van a ofrecer —exclamó el cuervo, al alzar el vuelo.
Los dos jóvenes caminaron directo hacia al altar y recostaron a los esclavistas sobre este. En cuánto sus cuerpos tocaron la fría piedra, abrieron los ojos de golpe y observaron su alrededor totalmente desconcentrados. Al mirar a sus captores, intentaron soltaron toda una serie de improperios, pero ni una sola palabra salió de sus bocas, en su lugar, sintieron como si se estuvieran ahogando y doblaron sus cuerpos.
Después de medio minuto de sufrimiento, los esclavistas pudieron respirar con normalidad de nuevo, levantaron la cabeza y miraron totalmente horrorizados al ave que sobrevolaba alrededor de ellos.
—Nadie habla sin mi permiso —informó el cuervo, antes de que sus ojos resplandecieran y obligarán a los hombres sobre el altar a clavar su frente en la dura piedra—. Son siete, no han cumplido nuestro trato.
Boro se apresuró a dar dos pasos al frente y hacer una profunda reverencia antes de arrodillarse.
—Efectivamente, no hemos podido corresponder a su benevolencia, por lo que me veo en la penosa necesidad de pedirle una segunda oportunidad —informó, en voz baja, después, esperó en silencio por unos cuantos segundos—. Se que no hemos cumplido, pero por lo menos seremos capaces de pagar la vida de dos de nosotros, pero no me malinterprete, no pienso pedir que nos deje ir a los tres sin más.
»En cambio, me gustaría pedir más tiempo para cubrir la cuota inicial en su totalidad, y como se que su confianza en nosotros ha decaído por faltar a nuestra palabra, ofrezco mi vida como compensación. Si usted nos lo permite, yo puedo permanecer aquí como garantía mientras mi compañero regresa con dos males más.
Todo el lugar quedó en completo silencio y Marco fulmino con la mirada a su amigo, sabía de su plan desde un inicio, pero no pensó que él mismo se ofrecería como carnada, pensaba que esa decisión la tomaría la Nigromante si es que llegaba a acceder al trato. Quiso replicar y ofrecer su vida en su lugar, pero antes de que pudiera abrir la boca, Boro volvió a hablar.
—Incluso si eso no es suficiente, por favor díganos qué debemos hacer para que perdone nuestras tres vidas.
El miedo invadió de inmediato a los esclavistas y comenzaron a mirarse unos a otros con desesperación. Después que habían comenzado a trabajar en la trata de humanos, sabían que sus vidas pendía de un hilo, pero una cosa era morir bajo la espada de algún guardia y otra muy distinta como una ofrenda a alguna entidad desconocida. Sus respiraciones se agitaron en gran medida y sus ropas se empaparon de sudor.
El cuervo rió y voló con elegancia alrededor de todo el lugar. Un minuto después aterrizó en la cabeza del líder de los esclavistas y fulminó a Boro con la mirada.
—¿Piensas que nuestro trato fue fruto de mi benevolencia? Creo que te sobreestime. Esto es un trato en dónde solo gano yo, niño. Dejo ir a tres para obtener a nueve en su lugar.
—Por supuesto que es benevolente, si no fuera ese el caso jamás hubiera hecho la distinción entre hombres inocentes y criminales —replicó Boro con la frente cubierta de sudor.
El cuervo volvió a reír con su típico tono inhumano, capturó al joven con esencia e hizo que este se elevará dos metros del piso, en menos de un segundo.
—¿Solo por eso soy benevolente? Imbécil, una vida es una vida, sin importar el carácter que tenga, y mientras más vidas tome, mucho mejor. Si hubieran vuelto con tres inocentes, a ustedes los hubiera matado en ese mismo instante y les hubiera ofrecido el mismo trato a los recién llegados.
Por otra parte, si me hubieran traído a nueve criminales tal y como dictaba el trato inicial, los habría dejado ir porque tendría nuevos juguetes con los que experimentar. No te confundas niño, lo único que me interesa es adquirir cuerpos humanos —concluyó, al impactar al joven mago contra la pared.
Boro sintió como sus costillas se rompían por el golpe, su respiración se sofocó y cayó al suelo sin poder atravesar las manos. El dolor hizo que se retorciera en el suelo por unos cuantos segundos, hasta que logró ponerse de pie. Marco intentó ayudarlo pero el cuervo lo inmovilizó antes de que pudiera mover un solo dedo, por lo que solo pudo observar el sufrimiento de su amigo mientras la impotencia lo comía por dentro.
Al ponerse de pie, volvió a caminar hasta el altar y aunque el dolor que sentía era abismal, se arrodilló de nuevo y lavando la cabeza como si nada hubiera pasado.
—Por favor, le ruego clemencia, por otra parte, si es verdad que no hay amabilidad en su ser, entonces podemos hacer un nuevo trato, lo prometo por mi propia vida, que si nos deja ir a los tres, regresare de nuevo con más ofrendas.
El cuervo sonrió de nuevo e hizo que la piel de Boro se erizará de pies a cabeza, por lo retorcida y desagradable que era esa imagen.
—Más juguetes con los que jugar, eso sí es de mi interés, por fin entiendes niño. Lo que me recuerda: el tiempo inicial que les había dado aún no acaba y afuera, a cien metros de aquí, hay varias vidas que pueden ser intercambiadas.
La expresión de Boro se congeló en el preciso instante en el que mencionó a los esclavos.
—Pobres almas, se nota que han sufrido mucho, pero son las monedas perfectas para que intercambies por tu inútil vida —agregó el cuervo cínicamente.
Boro levantó la cabeza y fulminó al ave con la mirada.
—Me niego rotundamente, ellos ya han sufrido demasiado, como para que ahora los arroje directamente a los brazos de la muerte.
El cuervo graznó y comenzó a volar mientras liberaba grandes carcajadas que retumbaron por todo el lugar.
—Eres más inocente de lo que pensaba, niño. ¡El mal vive en el corazón de todos los hombres!
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