Deus Complex - 01
Bailemos esta noche, la danza interminable.
Que tu mundo no interfiera con el mío.
Y si alguna vez lo hace, no esperes que hable.
Solo mueve tu mirada, hacia aquel lugar sombrío.
No hay rumbo, ni distancias.
Solo camina detrás mío.
No temas, no hables.
Destrózalo, quémalo; la vida sigue, no llores ni ames.
Entonces te preguntaré, si quieres bailar una vez más.
Capítulo 1: El país entre las nubes.
Era un día como cualquier otro en la imponente nación de Taured, o al menos así lo parecía. Los niños salían de sus casas entre saltos y juegos, mientras sus padres se alistaban para salir a trabajar hacia las zonas centrales de la enorme meseta. El viento y las hojas caídas se encargaban de darle ese aspecto melancólico y olvidado al pequeño pueblo de Xento. La liviana niebla se apoderaba por momentos de todo cuanto alcanzaba la vista; mas no tardaba en ser vencida por los primeros rayos del sol. Aquellas pequeñas y peculiares casas eran iluminadas por aquella agradable luz matutina. Sus rústicos tejados llenos de rocío y el orden con el que estaban distribuidas a lo largo del pueblo daban como resultado vistas increíbles que ningún paisaje urbano podría intentar igualar. La vegetación de altura se mecía poco a poco con los vientos de otoño, mientras los árboles frutales que se encontraban a lo largo del pueblo empezaban a soltar sus hojas y ensuciar las agrietadas aceras. A pesar de todo lo anterior, y sin lugar a dudas, aquel entrañable pueblo había pasado por mejores tiempos.
En ese mismo pueblo, tres amigos caminaban serenamente hacia el norte. Había llegado alguien muy importante para ellos. Pero no todo el mundo debía saberlo; no era conveniente. Todos ignoraban que la noche anterior la policía militar había encontrado algo horrible en los suburbios de Lourde, lo cual estaba a punto de provocar un enorme caos. Pero para los tres amigos, era solamente un día más. Uno de ellos, una bella chica de grandes ojos verdes, blusa gris y falda a cuadros decidió adelantarse a los demás. Mientras tanto, un soñoliento joven terminaba de lavarse la cara. Para su fortuna, los sábados podía darse el lujo de dormir hasta tarde. Sin embargo, ese día había dormido demasiado, por lo que su rutina de ejercicios se retrasaría.
—¡Que se joda el desayuno!, lo dejaré para después— pensaba para sí mismo mientras se tambaleaba con los ojos entrecerrados; a la vez que intentaba buscar un paño para secarse la cara.
Aún seguía pensando en comida mientras cepillaba sus dientes, cuando unos golpes llamaron a su puerta; era Zoe, su querida Zoe. Caminó hasta la puerta, pasando cerca de su mesa de noche y su biblioteca personal. Su cama sin tender y los platos sucios de la noche anterior en el trastero no daban la mejor impresión de él. Jano es un joven sencillo, sin muchas metas definidas más allá de llevar una vida pacífica y feliz con las personas que aprecia. Alguien que ama al mundo, pero que odia conocer tan poco de este.
—¡Hola Zoe! —exclamó Jano, con una sonrisa—. ¿A qué se debe la visita de un rostro tan cálido en un día tan helado?
—Quise adelantarme para avisarte sobre algo —le dijo ella, mientras se balanceaba levemente sobre un pie—. Es una sorpresa…sé que no te gustan mucho, por eso me adelanté para avisarte.
—Me pregunto qué podrá ser —pensaba Jano en voz alta, mientras dirigía su mirada al techo de su casa, y observaba el nido vacío que habían dejado atrás las aves que llegaban en verano.
—Solo espera un poco —le respondió ella, con una alegre sonrisa.
Poco a poco, dos figuras aparecieron en la lejanía. Jano reconoció el corto cabello rubio de Lawrence, pero no tenía idea de quien caminaba a su lado. Parecía un espejismo de largos cabellos plateados, como la luz de la luna. Una pierna de Zoe rechinó al darse la vuelta para contemplar a los recién llegados.
—¡Hola Jano! —exclamó Lawrence— ¿cómo has estado?
—Ya sabes —vaciló él— chatarra, martilleos, cansancio…lo de siempre.
La extraña chica de cabello plateado, ojos celestes y pantalones de mezclilla le miraba con una nostalgia que casi era palpable. Jano no había terminado de recibir a Lawrence, cuando ella decidió adelantárseles.
—Hola —le dijo ella.
—Hola… ¿cómo te llamas? —le preguntó Jano con simpatía.
—Celina, me llamo Celina.
—Encantado de conocerte —le respondió— tienes un lindo nombre.
—Gracias —le contestó ella, mientras jugaba un poco con uno de sus mechones de pelo.
—Ahora que lo pienso —continuó Jano— creo que alguien que conocí hace mucho poseía ese mismo nombre.
—Recuerdo cuando jugábamos a las escondidas, Jano —le respondió Celina, mientras apuntaba con su mano un viejo árbol que se encontraba cerca de ellos—. Solías molestarte cuando te encontrábamos de primero, y te metías en el agujero de ese tronco.
—¡No puede ser! —exclamó Jano.
Los ojos de Celina y Zoe vibraban de emoción, mientras Lawrence les observaba con cierta indiferencia.
—Pero así es —asintió Lawrence, con sumo pesar—. Fue reportada como desaparecida en combate junto a su madre, durante un viaje de convoyes asaltado por mercenarios hace más de ocho años.
Jano no podía procesar la sorpresa. Además, se sentía culpable por haber olvidado a alguien que fue parte importante de su vida. A veces la memoria puede ser muy cruel.
—¿Como es esto posible? —le preguntó a Lawrence, desorientado, mientras sus ojos se inundaban de lágrimas.
—Ha sucedido algunas veces en el pasado, pero la mayoría de veces con soldados o militares; no con civiles inocentes —le respondió él, con sumo pesar.
Celina se puso firme, esbozando una grata sonrisa mientras terminaba de secarse las lágrimas.
—Me alegro de volverlos a ver. ¡No pueden imaginarse cuanto!
—Bienvenida a casa —le respondió Jano, mientras la tomaba por los hombros y la abrazaba con fuerza.
Lawrence se limitó a observar hasta que Zoe lo incorporó al abrazo grupal, y entonces su semblante de serenidad fue destrozado como un escudo de papel. Al final todos lloraron en aquel tranquilo pueblo, bajo aquel amable árbol que los había visto crecer.
—Dejen esas lágrimas a un lado —les dijo Celina— yo ya he derramado suficientes por ustedes. Hoy es un día para compartir juntos, e intentar olvidar un poco el pasado.
—No te imaginas lo feliz que me siento de volver a verte Celina —le dijo Zoe, mientras no dejaba de abrazarla— ahora estamos todos juntos de nuevo.
—¡Hey!, ¡basta!, ¡me sonrojan! —exclamó ella, sin poder contener la risa.
Ella parece ser de las personas que reaccionan ante la vergüenza o las dificultades…riendo. Lawrence se separó del tumulto de amigos, al mismo tiempo que les hacía una propuesta.
—Tengo una idea. ¿Qué les parece si salimos a comer a la capital?
—No es una mala idea —le respondió Zoe con una sonrisa.
—¡Tengo un hambre que no te imaginas! —le respondió Jano—. Ya casi es hora de almorzar, y presiento que tenemos muchas cosas de que hablar.
—Además —continuó Lawrence— tengo que contarles sobre mis últimas investigaciones, creo que les interesarán mucho.
—Genial —les dijo Celina— ¿vamos ya?
El grupo de amigos se dispuso a caminar hasta la estación de autobuses. Ver a los niños jugar y correr por el vecindario les traía toda clase de recuerdos; memorias borrosas y embriagadas de inocencia. Registros de su pasado que tal vez no sucedieron, pero que sin embargo están ahí; porque la mente puede ser mentirosa.
Al llegar a la estación, los cuatro amigos compraron sus boletos y subieron al autobús. El vehículo utilizaba un sistema de rieles, el cual le permitía alcanzar velocidades altas y estables. Hace muchos años los altos mandos fantaseaban con trenes eléctricos que viajarían a cientos y cientos de kilómetros por hora, pero desde aquel desafortunado suceso todos esos sueños de progreso habían quedado en el olvido. De un día para otro, lo que más importó en el país fue mantener una producción armamentista constante y trabajar pensando en su seguridad ante amenazas externas.
Poco a poco iban alejándose de su pueblo y sus vecinos, para dar paso a extensos parajes rurales y sembradíos, los cuales eran interrumpidos por algunas fábricas de vez en cuando. Romin, la capital de Taured, se encontraba aproximadamente a noventa y cuatro kilómetros de Xento. Este no era el poblado más sureño de la meseta; sin embargo, se encontraba bastante lejos de la capital. La niebla casi siempre era más espesa hacia el norte en esa época del año, y ese último día de siempre no era la excepción.
Hablaron durante todo el trayecto sobre sus sueños y aspiraciones; sobre lo que pensaban que les depararía el futuro; uno en realidad indiferente a sus anhelos insignificantes. Celina no quiso dar detalles sobre cómo fue rescatada por el ejército, ni de qué manera fue recibida en la capital. Ellos entendieron sus sentimientos, y dejaron que el tiempo hablara por ella.
—¿Crees que me permitan ver a mi madre fuera del horario de visitas? —le preguntó Zoe a Jano.
—Supongo que podrían hacerte el favor al menos por hoy —le respondió él, con expresión amable, mientras abría un poco la ventanilla del autobús— si nos dan permiso puedo acompañarte.
Zoe asintió con una sonrisa. También le explicó a Celina el estado de su madre. Todos acordaron en que irían a visitarla si les daban autorización. La vida no es fácil después de todo, y ellos lo sabían muy bien. Había transcurrido poco más de media hora, cuando el autobús frenó bruscamente, tomando desprevenidos a todos los pasajeros. El sonido resonó de gran manera en todos los alrededores, denotando que encontraban en un lugar bastante despoblado.
—¡¿Qué ha pasado?! —preguntó Celina, mientras trataba de ver por la ventana.
—Está muy nublado —le respondió Lawrence— con costo puedo ver el suelo y poco más.
La niebla se fue disipando poco a poco, hasta que pudieron observar a varios oficiales de policía. Habían colocado una carpa portátil, por lo que parecía que llevaban varias horas en el lugar. Sus elegantes uniformes azul claro les hacían resaltar con fuerza de entre la niebla.
—Parece que ha sucedido algo serio —les dijo Lawrence—. No todos los días se ve a la policía militar tan concentrada en un área.
El conductor del autobús se levantó de su asiento y salió del autobús para hablar con uno de los oficiales. No tardó demasiado en volver a subir con un mensaje para todos los pasajeros.
—¡Atención a todos!, el camino estará bloqueado hasta mañana. Tienen que bajar su equipaje y continuaremos dentro de veinte horas. Si lo desean pueden quedarse en el poblado de Lourde, o tomar un autobús hacia Xento gratis a las cinco de la tarde.
Todos en el autobús discutían confundidos y molestos, mientras pensaban en que decisión tomarían. La situación no era una novedad, no era la primera vez que ellos hacían lo que les daba la gana y todos seguían las ordenes; pero no dejaba de ser irritante.
—¡Me vale una mierda! —dijo alguien desde los asientos traseros—. Me puedo ir caminando de todas formas.
—Yo no lo intentaría si fuera usted —le respondió el conductor—. Hay órdenes de abrir fuego a cualquier civil que interfiera en la zona restringida.
Los cuatro amigos se lamentaron de su mala fortuna. Además de estar nuevamente con Celina y querer pasar tiempo con ella, era el único día de la semana en el que todos tenían tiempo libre para reunirse. Realmente era un infortunio, pero imaginaron que después de un milagro como el regreso de su amiga, era la mínima broma que la suerte podía depararles, y aun así estarían en deuda con ella por el resto de sus vidas. Pero a pesar de ello no dejaba de ser un dolor en el trasero.
—¡Maldición! —exclamó Jano— vaya manera de arruinar un día libre.
—Lo más provechoso sería pasar la tarde en Lourde y luego tomar el autobús de regreso —les dijo Lawrence.
—Tienes razón —le respondió Zoe—. Además, creo que hay un buen restaurante cerca de ahí.
Los amigos procedieron a caminar con resignación hacia Lourde a través de la espesa niebla. La pierna izquierda de Zoe rechinaba bastante al caminar debido al clima.
—¡Maldición! —exclamó ella, riendo—. ¡Escuchen como suena cuando la niebla la humedece!
Jano y Lawrence se rieron, pero Celina no sabía de qué se trataba. Parecía confundida y algo preocupada.
—¿Te duele? —le preguntó a Zoe con suma inocencia.
—¡Oh! —exclamó Zoe, mientras señalaba su pierna izquierda y le daba unos golpecitos—. Ahora que lo pienso, había olvidado contártelo. Yo no salí ilesa de aquel accidente. Esta pierna es una linda prótesis. Es tan cómoda que muchas veces olvido que tengo una.
—Lo lamento —le dijo ella con resignación.
—Son cosas que pasan —le contestó ella—. Pudo haber sido mucho peor. Tuve mucha suerte de no terminar como mis padres.
—Si que la tuviste… —le respondió ella con tristeza— debió haber sido terrible.
—Eso pasó hace mucho tiempo. Cuando nos pasan cosas malas de pequeños se suelen olvidar; sin embargo, las cicatrices siempre quedan, y solo algunas veces se notan a simple vista.
Celina asintió con la cabeza, mientras Zoe le sonreía y le tomaba de la mano.
—No deberías preocuparte tanto por los demás —le dijo ella, a la vez que le daba un beso en la frente— te lo digo por experiencia.
Caminaron alrededor de unos veinte minutos, hasta que por fin pudieron observar la entrada de Lourde.
—¿Saben? —les comentó Lawrence— mis padres me llamaron avisando que vendrían a visitarnos la próxima semana.
—¡Eso es genial! —Exclamó Jano—. Deberíamos preparar algo especial para darles la bienvenida.
—El picnic de la vez pasada estuvo genial —les dijo Zoe con una sonrisa— podríamos repetirlo.
Seguían conversando con despreocupación, cuando de repente una sombra salió con rapidez de entre unos arbustos, colocándose frente a ellos. Celina no pudo evitar dar un pequeño grito de asombro, cuyo eco se siguió escuchando hasta unos instantes después. Un joven pelirrojo, de grandes y vivos ojos verdes los observaba con curiosidad. Llevaba el característico uniforme policial. A pesar de su amistosa sonrisa, y de no ser más alto de lo usual, su presencia era imponente. Tal vez debido a su uniforme o a las facciones de su rostro.
—¡Oye! —exclamó el extraño.
—¡Ah! —exclamó Lawrence— eres tú, Shein. Nos has dado un buen susto.
—¿Quién es él? —preguntó Zoe, aún algo sorprendida.
—Es uno de mis colegas colaboradores, trabaja con la policía militar.
—Es un placer conocerla, señorita Zoe —le dijo Shein con amabilidad— Lawrence me ha hablado muy bien de usted.
—El gusto es mío —le respondió ella.
Jano ya conocía a Shein. Habían sido compañeros de trabajo durante una temporada hace unos años, y se habían encontrado por casualidad algunas veces desde entonces. A sus ojos Shein era un joven habilidoso y prometedor para el país, además de un buen amigo.
—Hola Shein, ha pasado mucho tiempo.
—Hola Jano —le respondió con una sonrisa, y un apretón de manos—. Antes de que me preguntes cómo me encuentro, por favor tómate tu tiempo para admirar este asombroso par de ojeras. Te las obsequian al unirte a las filas de la policía militar jajaja.
—Lo tendré en cuenta —le respondió Jano mientras reía con él.
Celina observaba a Shein desde lejos, con cierto recelo.
—Y, por cierto —preguntó Shein— ¿quién es esta jovencita? No me parece haberla visto antes por aquí.
—Que extraño —le respondió ella, con algo de sarcasmo en su voz— supongo que de verdad necesitas un poco de tiempo libre. Y mi nombre es Celina, encantada de conocerte.
—El honor es todo mío —le respondió él, con un amistoso ademán.
Shein sintió que estaba alargando mucho la conversación, y siguió adelante con su tarea.
—En fin, aún no saben por qué estoy aquí. Mi deber es acompañarlos a una zona segura.
—¿Zona segura? —preguntó Celina, con suma curiosidad.
—Ha ocurrido algo inusual en el pueblo al que se dirigen. Esa es la razón por la que aquel operativo bloqueó todos los accesos hacia Romin.
—¿Inusual? —preguntó Jano.
—Así es… por desgracia alguien fue asesinado en Lourde. Lo demás es confidencial, ya saben; pero pueden estar seguros de que estamos intentando atrapar al responsable.
Todos guardaron silencio a la espera de que Shein dijera algo más; sin embargo, eso no sucedió. Era bastante impactante escuchar sobre asesinatos en zonas rurales. Esas situaciones eran más propias de las grandes ciudades. El grupo caminó junto a su escolta hacia las inmediaciones de Lourde.
—Tengan cuidado con los lugares que frecuenten en el pueblo —les comentó—. Si el asesino realmente fue acorralado, hay muchas posibilidades de que se encuentre oculto en los alrededores.
—Gracias —le respondió Lawrence—. Lo tendremos muy en cuenta. Nos quedaremos unas horas aquí, y luego tomaremos el autobús de regreso.
—Me parece lo más acertado —le respondió Shein, con una sonrisa.
Al llegar a Lourde, la niebla estaba más espesa que cuando pasaron en autobús. Shein pidió permiso para tomarles unas fotografías, ya que también estaba trabajando como periodista para el colegio Maxton; y quería cubrir la noticia del bloqueo vial.
—Por nosotros no hay problema —le dijo Lawrence—. Pero creo que mi amiga Celina es algo tímida.
—De acuerdo —le respondió Shein.
Celina se alejó de los demás, mientras Shein sacaba una cámara bastante llamativa de su uniforme, y a continuación tomaba algunas fotografías, no sin antes tropezar y casi caer al suelo mientras tomaba la última.
—Creo que es hora de irme —les dijo mientras se tocaba la nuca—. Deben estar ocupando mi ayuda allá arriba.
—De acuerdo —le dijo Jano, mientras lo despedía.
—Mándame un reporte completo en cuanto termines la jornada —le recordó Lawrence.
—¡Ok! —le respondió él, mientras se acercaba a Zoe y le daba su tarjeta de contacto.
—Trabajo como organizador en bodas, despedidas de soltero y en eventos comerciales.
—Gracias —le respondió ella con una sonrisa— lo tendré en cuenta.
Shein no era ningún tonto, por lo que sabía de sobra que no era del agrado de Celina. Y esa es justamente la clase de personas a las que disfruta de provocar.
—Por cierto —le dijo a Lawrence— si tu amiga se decide, podría incluirla en el calendario de modelos del próximo año, ¡sería un éxito!
Celina lo miró con enfado, pero al mismo tiempo se puso roja como metal listo para la forja; así que decidió darse la vuelta e ignorarlo.
Shein se rio con entusiasmo. Tras eso se dispuso a partir; mientras se despedía del grupo.
—Hay gente que nunca cambia —pensó Lawrence para sí mismo.
Como Zoe no recordaba bien las locaciones del pueblo, el grupo continuó caminando hasta que llegaron al centro de Lourde. Una vez ahí, un residente del lugar les indicó la dirección del restaurante. Pasaron frente a la fábrica donde sucedió el asesinato, la cual aún estaba rodeada de varios policías. Sin embargo, ya no había nada que ver. Cuando la policía militar actúa en levantamientos de cuerpos, no deja espacio para el morbo o el periodismo; tan solo dejan preguntas en el aire, que son llevadas lejos por los vientos del tiempo y el olvido.
Mientras seguían caminando, Lawrence le pidió la tarjeta de contacto a Zoe.
—¿Sucede algo con ella? —le preguntó ella, extrañada.
Lawrence sacó un lápiz de su bolsillo, y comenzó a rayar el lado trasero de la tarjeta. Poco a poco, el relieve de algunas letras salió a la luz. Esas letras formaban las palabras —Arick— y —masacre—.
—¡¿Que?! —preguntó ella, sorprendida.
—Esta es, nada más y nada menos que la verdadera razón del operativo —les respondió Lawrence— ¡Lo sabía!, ¡sabía que debía ser algo importante!
—Recuerdo que cuando éramos niños, los adultos nos asustaban con Arick cuando nos portábamos mal —comentó Jano, visiblemente afectado.
Las manos de Zoe luchaban por mantenerse quietas. Tal vez por la impresión, o quizás por el miedo.
—¿Por qué ahora, después de tantos años?
—Me gustaría poder responder a esa pregunta —le dijo Lawrence—. Y tengo el presentimiento de que estoy muy cerca de encontrarla.
El pueblo parecía haber cambiado de repente; al menos para ellos. Pero nada arruinaría su día juntos, absolutamente nada.
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