Deus Complex - 03
Capítulo 3: El abismo de las buenas intenciones.
La gran altitud de Taured le permite disponer de abundante agua durante todo el año, a pesar de estar rodeada por desiertos casi en su totalidad. A tales altitudes, y gracias a su posición geográfica privilegiada, las nubes que viajan desde las zonas marítimas del sur logran permanecer el tiempo suficiente sobre la meseta; para condensarse y convertirse en fuertes lluvias. Cuenta además con algunos manantiales subterráneos en el suroeste, y algunas zonas norteñas más altas que el promedio, las cuales acumulan hielo y nieve durante los largos inviernos continentales.
—¡Lo logramos! —exclamó Lawrence— a partir de aquí debemos tener más cuidado. No sabemos qué podría haber más allá. Déjenme ir al frente; ahora todos son mi responsabilidad.
Tras caminar algunos metros por los oscuros y asfixiantes pasillos, llegaron a una zona un poco más amplia. La atmósfera se había vuelto pesada de un pronto a otro. Algo imposible los esperaba al fondo del pasillo. Una sensación indescriptible, un sentimiento materializado…una melodía muda. ¿Tristeza, melancolía, dolor? tal vez era todo eso al mismo tiempo. Pero lo único que lograban ver sus ojos era tan solo una barandilla, seguida de un un enorme y vasto abismo.
—Por si nos quedaba alguna duda sobre la naturaleza de este lugar —les dijo Lawrence, mientras tomaba su linterna para intentar iluminar— ¡observen este abismo impenetrable! La luz de la linterna no logra atravesar la oscuridad. Decenas, cientos de metros, ¡incluso mucho más!
Lawrence tomó un pedazo de escombro que encontró por ahí, y lo lanzó al vacío. Este duró algunos segundos en chocar contra el suelo y producir sonido, dando a entender que no era tan profundo como pensaban. Sin embargo, el hecho de que la luz de la linterna no pudiera iluminar el fondo los seguía desconcertando.
—El día que se sientan abrumados por la vida cotidiana, recuerden que en este mundo aún existen lugares increíbles como este, esperando a ser explorados —les dijo Lawrence, emocionado.
—¡Es increíble! —exclamó Zoe, sin dar crédito a lo que veían sus ojos— aterrador…pero hermoso.
—No puedo creerlo —dijo Jano, mientras se sujetaba fuertemente de la barandilla—. Es simplemente majestuoso. Pero me hace sentir aterrado; no puedo explicarlo del todo. Es como si todos mis sentidos me gritaran “no deberías estar aquí”.
—Tal vez la palabra correcta sea “impotencia” —le respondió Celina— lo que sentimos al saber que un lugar así estaba oculto a nuestros ojos. Esa sensación de no poder cambiar ni conocer del todo nuestro pasado; y por ello ni siquiera poder comprender bien el presente.
Desde pequeña, Celina solía dar respuestas bastante elocuentes, aunque no pusiera demasiada atención en clases. A veces daba hasta miedo.
—Supongo que sí —le respondió Jano con una confusa sonrisa, mientras intentaba desglosar todo lo que había dicho.
—Si están de acuerdo —los interrumpió Lawrence— podría conseguir equipos de escalada. Podríamos reunirnos de ahora en adelante los fines de semana, e intentar bajar un poco. ¡Yo les enseñaré el verdadero significado de la palabra aventura!
—Eso sería genial —le respondió Zoe.
—Me da algo de miedo —le dijo Jano— pero no podría resistirme.
—¡Ustedes están locos! —les respondió Celina, mientras se reía en voz baja— ¿dónde hago la reservación?
El grupo de amigos caminó por los férreos y fríos pasillos. Pudieron encontrar un interruptor; el cual encendió algunas potentes luces dentro del complejo. Sin embargo, aquel abismo continuaba oscuro e imbatible. Enormes extensiones de cables y tuberías se extendían por todo lugar al que dirigieran sus miradas. En cierta sección que Lawrence quiso pasar por alto, encontraron algunas extrañas cápsulas ancladas al suelo; hechas de lo que parecía ser una especie de vidrio macizo y resistente.
—La forma de estos contenedores me perturba —dijo Jano entre dientes, con clara expresión de desagrado—. Parecen como si hubieran sido hechas para humanos, o al menos para animales.
—Sin duda hay ciertos detalles que se deberían ignorar a la hora de explorar lugares como este —le respondió Lawrence con una leve sonrisa y mirada de complicidad— por el bien de nuestra salud mental, y para no desear golpear a nuestros profesores de historia.
—¿Qué demonios sucedía aquí? —preguntó Zoe, perturbada.
—“Demonios”, eso mismo… es una forma poética y corta de resumirlo —le respondió Lawrence—. Esto es lo que sucede cuando le das demasiado poder a las personas equivocadas, y dejas que estas puedan despojar de su dignidad a otros sin consecuencias. El poder y la perversidad son un coctel fatal cuando la autoridad es cómplice.
Celina no dijo nada, pero su cara mostraba confusión y su cuerpo temblaba levemente; parecía que el lugar le provocaba mucha incomodidad. Tras dejar atrás aquel lugar, subieron y bajaron algunas escaleras del complejo, el cual para ese momento ya se había vuelto laberíntico. Para fortuna de todos, Lawrence había tomado la precaución de llevar un largo y resistente hilo rojo consigo; el cual había amarrado desde la zona de la pared falsa. Poco después, encontraron una entrada de ventilación en uno de los pasillos. Al fijarse por ella pudieron ver una escalerilla al fondo, a la vez que una brisa de aire fresco les acariciaba el rostro.
—Voy a entrar —les dijo Lawrence, mientras intentaba meterse por el conducto— no hagan ningún ruido, y esperen mi señal.
Lawrence dejo el hilo en manos de Jano, y comenzó a avanzar poco a poco, hasta que llegó a la escalerilla y pudo ponerse de pie. Subió por esta para seguir arrastrándose hasta la rejilla que daba al exterior. Al asomarse, pudo ver la parte trasera de los estantes de una biblioteca, y más allá algunas mesas de lectura vacías; al parecer se trataba de la biblioteca pública de Lourde. Él sabía que podían devolverse, pero a veces hasta las personas más calculadoras pueden cometer imprudencias. Intentó forzar la rejilla tratando de no hacer ruido, sin pensar en qué haría si era descubierto. ¿Qué excusa daría? ¿cómo explicaría lo que hay ahí abajo? O, por el contrario, ¿debería temer abrir la boca?; nada de eso importaba. Tan solo el sentimiento de aventura; que gracias al regreso de Celina había vuelto a florecer en él como nunca antes.
Para fortuna de todos, la rejilla no estaba atornillada, cediendo con relativa facilidad y sin hacer un ápice de ruido. Lawrence se devolvió medio camino, haciéndoles una señal para que lo siguieran y cortaran el hilo. Fueron saliendo de uno en uno, mientras Lawrence les daba un libro para que disimularan al salir junto a las demás personas. Jano con un libro de geografía continental, Lawrence con un libro de italiano —idioma casi tan muerto como el latín— Celina con un libro de cuentos infantiles, y Zoe con un catálogo de herramientas.
—¡Auch! —exclamó Jano en voz baja, mientras se masajeaba la espalda— quien diría que una persona podría pasar por esos conductos.
—Sea como sea, contamos ahora con un refugio, con todo y ruta de escape —le respondió Lawrence—. Es muy probable que esa haya sido la razón por la que fue construido así.
—De lo que debemos cuidarnos ahora es de no hacer demasiado ruido —les dijo Zoe, con seriedad, seguida de una pequeña risa—. Después de todo, nuestra mayor amenaza aquí es el bibliotecario.
Si, Zoe nunca destacó realmente por ser una buena comediante. Pero Celina se rio de manera legítima. Y si, ella sin lugar a dudas es la amiga que se ríe de cualquier cosa. Todos dejaron los libros en los estantes, y se dispusieron a salir de la biblioteca como si nada hubiera pasado. Al salir, fueron recibidos por el gentil sol del atardecer; el cual iluminaba los bellos tejados de las casas antes llenas de niebla y humedad. Podían verse algunos niños jugando por ahí y por allá con familiares y amigos.
—¡Rayos! —exclamó Jano— creo que estamos olvidando que estamos lejos de casa.
—Para nada —le respondió Lawrence, mientras miraba su reloj— el autobús debería llegar aquí en media hora.
—Además es gratis —les interrumpió Zoe, mientras se balanceaba de un lado a otro.
Celina caminaba plácidamente junto a ellos en silencio. Pero irradiaba un aura de felicidad imposible de igualar.
—Chicos —les dijo— hoy ha sido un día muy extraño, pero sorprendente. Me ha encantado pasarlo con ustedes.
Una sincera sonrisa se dibujó en su rostro. Una sonrisa por la cual Lawrence hubiera dado su vida, de haber tenido la oportunidad de protegerla.
—No han cambiado en lo absoluto en todo este tiempo —continuó ella.
—Ahora estamos todos juntos de nuevo —le respondió Jano— parece que todo al fin comienza a arreglarse. Y en realidad si cambiamos, pero ahora que has vuelto siento como si el tiempo no hubiera transcurrido, y que esos cambios tampoco han sucedido.
—Nosotros también hemos pasado un día estupendo gracias a ti —le respondió Zoe, a la vez que la abrazaba.
Lawrence no podía estar más feliz. Celina, una de las personas más importantes en su vida estaba viva. A pesar de haber roto todas sus promesas, el destino le estaba dando una segunda oportunidad.
—Vamos a esperar el autobús por allá —les dijo, mientras señalaba el letrero de parada.
El autobús no tardó mucho en pasar a su lado. No estaba tan lleno como pensaban, sin embargo, tuvieron que separarse varios asientos. Seguramente algunos de los pasajeros se habían quedado en Lourde, o habían pedido un taxi hacia Xento desde temprano. Zoe se sentó junto a Lawrence. Parecía dispuesta a hablar de algo que le incomodaba, tal piedra en el zapato.
—Dime la verdad, Lawrence —le preguntó con seriedad— esa cuenta regresiva te preocupa, ¿cierto?
—Creo que la única cuenta regresiva a la que debemos temer es a la que marcan nuestros relojes —le respondió él, con tristeza—. Sabemos que el fin está cerca; todos pueden sentirlo y vivirlo. ¿Cien años?, ¿doscientos? nadie lo sabe realmente.
—Es demasiado tiempo. Podríamos cambiar al mundo, se que lo lograríamos.
Zoe, a pesar de ser alarmista y algo fácil de asustar, era capaz de ver el lado positivo de las cosas por más difícil que fuera; y más aún si eso podía darles esperanzas a otras personas. Lawrence, por el contrario, era más realista; y solía sentirse culpable por su impotencia ante las situaciones. Su posterior silencio lo decía todo de él. Mientras tanto, Celina miraba el paisaje por la ventana, mientras Jano permanecía pensativo.
—Aún sigo sin poder creerlo.
—¿Qué cosa? —preguntó ella, mientras se daba la vuelta, y sus ojos celestes eran iluminados por un rayo de sol del atardecer.
—Que estés viva, y que hayas vuelto a nosotros; es como un sueño…
Los ojos de Jano brillaban de emoción y nostalgia a partes iguales. Sus puños se cerraban con fuerza sobre sus regazos, mezcla de tristeza e impotencia…pero también de esperanza.
—…un sueño que tardó demasiado en volverse realidad.
Celina se le acercó lentamente. La ternura e inocencia que irradiaba era casi sobrenatural. Era como si por dentro siguiera siendo la misma niña que tuvo que separarse de ellos hace tantos años.
—Abrázame —le dijo, con ternura— soy tan real como este mundo; tan real como la injusticia, y la sangre derramada por nuestro futuro.
Jano la abrazó fuertemente, con lágrimas en los ojos.
—En realidad —le respondió— la injusticia parece cada vez más lejana desde estas tierras, aunque solo sea una ilusión, y el futuro que trataron de forjar nuestros ancestros es cada vez más incierto. Tu eres mucho más real que todo eso —le dijo, con una enorme sonrisa opacada por las lágrimas.
—Yo también soñaba con este día —le respondió ella— lo anhelaba con todo mi ser. Huimos hacia las retaguardias de batalla, en busca de asilo y protección.
Las manos de Celina se tensaron, como si intentara revivir algún recuerdo poco agradable.
—Sufrimos, y muchos perecieron ante el enemigo. A veces siento que no soy la misma persona. Imagino que una parte de mi ser debió morir durante todo ese tiempo.
Jano la volvió a ver, con una mirada que podría ser lo más parecido a una promesa sin palabras de por medio.
—Pero ahora estás a salvo…ya nada volverá a lastimarte —le respondió, mientras intentaba devolverle una sonrisa que le hiciera al menos un poco de justicia a la suya.
El autobús no tardó mucho en llegar a su destino. Los cuatro amigos bajaron de este, y comenzaron a caminar sin un rumbo definido. El atardecer estaba próximo a morir, y el fuerte viento presagiaba una tormenta. Un sentimiento de infinita nostalgia llenaba todo el pueblo de Xento. Algo estaba terriblemente mal; algo invisible, algo inevitable estaba a punto de suceder en ese último día de siempre. De repente, un niño que jugaba por ahí lanzó una piedra en un tejado, produciendo un sonido seco que resonó en todos los alrededores, haciendo que el tiempo despertara y recobrara su curso.
—Lawrence, Celina —les dijo Jano— los acompañaremos a su casa.
—Es una buena idea —le respondió Zoe— debemos cuidarnos entre todos lo mejor que podamos.
Lawrence guardó silencio por algunos segundos, mientras el viento de otoño silbaba sin cesar.
—¿Sucede algo? —le preguntó Jano.
—Para nada, me parece muy bien —le respondió él—.
—Entonces, ¡Vamos! —les respondió Celina con una honesta sonrisa.
El grupo de amigos continuó su camino hacia el sur. Pasaron por algunas zonas de bosque, seguido de un rústico puente de madera; bajo el cual pasaba uno de los hermosos ríos artificiales que recorren el sur de la meseta. Las hojas secas se amontonaban bajo las cercas de las pocas casas que podían verse por esos parajes, hasta crear pequeños y marchitos tumultos. No mucho después llegaron a la gran casa de Lawrence; lugar que alguna vez fue hogar de toda su familia, pero que hasta hace un par de días tan solo había sido su solitaria residencia de estudiante. Ahora que Celina había vuelto a sus vidas, Lawrence sentía que la casa volvería a sentirse como un verdadero hogar.
—Fue un gusto pasar un día más a su lado —les dijo Lawrence, con una sonrisa y mirada entrañables.
—Lo mismo digo, Lawrence —le respondió Zoe— es bueno tener amigos como ustedes en este mundo loco.
—Para eso estamos, ¿no? —les dijo Jano, con una mueca.
Celina se encontraba un poco distante. Parecía que sentía pena por tener que separarse de ellos. La expresión ligeramente triste de su rostro, y su cabello mecido por el viento le daban una apariencia melancólica.
—No puedo creerlo —comentó— tantos días largos y oscuros tras las líneas de defensa, e intentos de ayudar a quienes lo necesitaran sin dudar ni un momento. Lo que he vivido me ha dejado una herida más grande que cualquiera que hubiera tenido que sanar en el campo de batalla. El haber presenciado la fragilidad de una vida, lo mucho que dependemos unos de otros, los horrores de la guerra…te golpea muy fuerte.
Sus ojos se pusieron brillantes ante la luz del atardecer. Parecía como si fuera a romper en llanto en cualquier momento.
—Tuve que separarme de mi madre en ese entonces; tenía solo once años. Nunca supe si logró sobrevivir y comenzar una vida en otro lugar.
Sin embargo, Celina se secó los ojos con las mangas de su blusa, levantando su mirada hacia todos con orgullo y tranquilidad a partes iguales.
—Y a pesar de todo eso, el hecho de encontrarme aquí ahora es casi un milagro…porque ahora estamos juntos de nuevo, al fin.
—Todo volverá a ser como en los viejos tiempos —le dijo Jano, mientras la abrazaba con fuerza.
De repente, una fuerte y fría ráfaga de viento se deslizó frente a ellos, hasta casi desatar el lazo del cabello de Celina. Zoe creyó ver algo extraño en la lejanía, lo cual hizo que su rostro cambiara de repente.
—¿Te pasa algo, Zoe? —le preguntó Lawrence— parece como si hubieras visto un fantasma.
—No es nada —le respondió ella, mientras frotaba su mano contra su otro brazo— tan solo tengo algo de frío, estoy bien.
La verdad era que Zoe no había escogido la mejor vestimenta antes de salir con ellos. Además, de seguro su prótesis se enfriaba con mayor rapidez que el resto de su cuerpo.
—Me alegra escuchar eso —le respondió él, con una sonrisa de alivio.
Lawrence se dio la vuelta, mientras llamaba a Jano y lo miraba fijamente con intención de molestar.
—¿Qué sucede? —le preguntó Jano—.
—Cuida bien de Zoe —le dijo, mientras movía sus cejas como un muñeco de ventrílocuo.
Jano se puso una mano en la cabeza, como quien quiere dejar un tema de conversación atrás. Zoe volvió a ver de reojo con una sonrisa de complicidad. Cuando sus ojos se cruzaron con los de Jano, este tuvo que darse la vuelta para seguir la conversación con Lawrence.
—Puedes apostarlo —le dijo a Lawrence, mientras ponía una mano en su hombro e intentaba retomar la conversación sin que se notara su sonrojo.
Al rato de estar conversando, un distante pero fuerte relámpago irrumpió en la plática, asustando a Celina.
—¡Vaya! —exclamó ella, sorprendida— parece que la tormenta está más cerca de lo que parece.
—Será mejor si vuelven ya —les dijo Lawrence.
—Tienen razón —les respondió Jano, mientras veía hacia el cielo por unos instantes.
Todos se despidieron con cariño. Si algo era difícil entre amigos como ellos, eran las despedidas.
—Hasta mañana —les dijo Jano.
—Que pasen buenas noches —exclamó Zoe.
—Igualmente —les respondió Lawrence, quien era el menos entusiasta de los cuatro, mientras abría la puerta de su casa.
—Adiós, chicos —les dijo Celina— los quiero.
Jano y Zoe partieron hacia el norte, mientras Celina cerraba por fin la puerta del que ahora volvía a ser su hogar.
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