Deus Complex - 04
Capítulo 4: Mentes inestables
¨El conocimiento es de los pocos dones divinos al alcance del ser humano;
pero este puede llegar a ser un tormento inconcebible para el alma osada¨
-Xion Ping-
El sol ya comenzaba a ocultarse en aquel hermoso paraje. El sonido del viento y el agua del río era lo único que se escuchaba en esos momentos. Dejaban atrás la aventura de ese día para adentrarse de nuevo en la monotonía. Pero ya nada volvería a ser como antes; ahora se sentían realmente felices. El rompecabezas incompleto que siempre habían sentido en sus corazones estaba siendo arreglado gracias al regreso de Celina. Aunque él no la recordaba, podía sentir ese vacío que le castigaba todos los días sin saber la razón; porque ella era una historia incompleta escrita en sus destinos.
***
Seguían caminando cerca de una de las pocas casas que existían por ahí, cuando escucharon que alguien los llamaba. Era Cheryl, la joven que les dio la bienvenida en el restaurante.
—Hola chicos —les dijo, mientras agitaba su mano.
—Hola Cheryl —le respondió Jano, con cortesía— veo que saliste de trabajar temprano.
—¿Trabajar? —le respondió, extrañada— pero si yo no trabajo los sábados.
Jano y Zoe se quedaron en silencio, con una expresión de asombro. De repente, Cheryl lanzó una risa forzada.
—Vamos, que me la he creído, chicos…son bastante buenos.
—Hablamos en serio —le dijo Zoe— ¿no estás bromeando?
Cheryl guardó silencio por un momento, pensativa.
—Tenemos que hablar, pero preferiría hacerlo adentro. ¿Les gustaría pasar?
Zoe no estaba del todo segura, pero Jano logró convencerla. Al entrar dentro de la vivienda, pudieron observar una sala llena de juguetes, y una gran mesa de billar; algo peculiar para una pareja sin hijos. Tal combinación talvez hubiera funcionado, si el lugar hubiera tenido la iluminación de una casa normal, y no un juego de tenues luces que le daban un aspecto sombrío a los elementos de la sala. Cheryl los invitó a tomar asiento en un cómodo sillón.
—Siéntanse como en su casa —les dijo con una amable sonrisa, mientras se dirigía hacia uno de los demás cuartos para llamar a su esposo.
—¡Marcos! —le dijo con emoción— tienes que oír esto.
Marcos era un hombre atractivo, delgado y de rasgos bien definidos, pero sin mucho sentido de la moda. A pesar de tales facciones, se le notaba muy demacrado para su edad. Sus ojeras, por ejemplo, eran legendarias; y su barba de cuatro días podría compararse a una lija en dureza.
—Hola, chicos —les dijo mientras se sentaba junto a Cheryl en otro sillón.
Los dos lo saludaron con educación, esperando a escuchar qué les preguntaría a continuación.
—Cheryl me dijo que tienen algo interesante que contarme.
—Si —le respondió Jano— hemos visto a Cheryl hoy trabajando en el restaurante de Lourde. Tuvimos que quedarnos ahí porque cerraron los caminos hacia Romin.
—Ah, sí —les respondió Marcos— ya estaba enterado de eso. El problema es que hasta donde sé el asesino no fue encontrado, y nosotros no hemos salido de nuestra casa en todo el día.
—¿Piensas que fue Arick? —le preguntó Cheryl a Marcos, sin pensarlo ni un instante.
Tanto Jano como Zoe reaccionaron con sorpresa al escuchar aquel nombre inconfundible.
—Se dice que Arick posee la habilidad de cambiar de aspecto —le respondió Marcos—. Bien podría ser alguno de ustedes dos —les dijo a los jóvenes, mientras los señalaba con cara de duda y el ceño fruncido.
Un incómodo silencio se apoderó del lugar durante algunos instantes. Ni Jano ni Zoe sabían realmente porque las palabras de Marcos los habían intimidado. ¿Era el tono de su voz?, ¿o simplemente lo surrealista que se había vuelto la conversación? De repente, los dos adultos comenzaron a reírse sin parar. Zoe y Jano volvieron a verse el uno al otro, luciendo los dos igual de molestos.
—¡Basta, basta! —exclamó Marcos, mientras dejaba de reírse— era una broma, chicos.
—Vaya —le dijo Jano, todavía tratando de no parecer molesto— por un momento me sentí aturdido, no sabía qué responder.
—Lo que no es broma —continuó Marcos— es el hecho de que algo muy extraño está sucediendo. Es un hecho que la Cheryl que ustedes saludaron en Lourde no es la misma persona que está con nosotros ahora mismo.
Un largo silencio volvió a recorrer el lugar. El viejo reloj de la pared marcaba las siete de la noche; mientras se esforzaba por rellenar la ausencia de ruido con su incesante tic tac.
—¿Quieres decir que estuvimos cerca del asesino?, ¿cerca de Arick? —preguntó Jano, sorprendido.
—No estaría tan segura de que fuera Arick, ni siquiera de que fuera el asesino —le respondió Cheryl—. Creo que existen varias entidades como él en el mundo. Y pienso también que nuestro país sabe de su existencia y ha estado jugando con ellos desde hace mucho tiempo.
—Arick lo sabe muy bien —le interrumpió Marcos— por eso estoy seguro de que las muertes de hoy no sucedieron ni por casualidad, ni tampoco en esa fábrica.
Las alertas de Jano se encendieron por algo que Marcos había dicho. Estaba tratando de identificar que había sido, cuando Zoe comenzó a hablar.
—Podría haber sucedido en alguna base —les comentó a todos, sin pensar mucho lo que acababa de decir.
Jano la volvió a ver con cara de asombro. Zoe solía meter la pata de vez en cuando, pero esta vez lo hizo con honores. Talvez se dejó llevar por la naturalidad con la que Cheryl comentó sobre Arick; pero la realidad era que esos temas no debían tratarse con cualquier persona, en especial con adultos. Una acusación formal, y una interrogación por parte de policía podían significar un abrupto final en la vida de alguien con la lengua demasiado larga.
—Ah, ¿las bases subterráneas? —les preguntó Marcos— son fantásticas. Nosotros solíamos visitar algunas que existen en los alrededores de Romin, pero dejé de hacerlo cuando me di cuenta de que algunas seguían siendo utilizadas.
—¿Utilizadas? —le preguntó Jano, lleno de asombro y miedo a partes iguales.
—Así es —le respondió Marcos— pudimos haber muerto ese último día, de haber sido descubiertos, pero por suerte pudimos ocultarnos a tiempo. Por fortuna para la mayoría de la población, aun piensan que estas bases no son más que leyendas urbanas. Si muchas personas supieran de su existencia el resultado podría ser fatal. Los enclenques derechos y libertades que tenemos aquí en la superficie no aplican ahí abajo…
—¡Fue tan emocionante! —exclamó Cheryl con un grito de emoción, mientras tomaba a Marcos de un brazo— pero fue una experiencia que no le deseo a nadie. Hay mejores formas de ver la vida pasar frente a tus ojos. Con un álbum familiar, por ejemplo.
No era el mejor momento para dejar la seriedad, pero no pudieron dejar escapar algunas leves risas. La verdad era que Cheryl y Marcos parecían buenas personas, a pesar de su peculiar sentido del humor y sus cuestionables gustos en decoración de interiores. Jano seguía con una ligera inquietud, ya que había olvidado las palabras de Marcos que le habían llamado la atención. Pero pensó para sí mismo que las recordaría más tarde.
—Creo que será mejor si vuelven a su casa pronto —les recomendó Cheryl— no nos gustaría que esa tormenta los pillara antes de llegar.
—Tienes razón —le dijo Zoe.
—Pueden venir mañana, si gustan —les dijo Marcos, con una sonrisa— aún tenemos algunas anécdotas más que contarles de hace algunos años. También pueden traer a sus amigos. Algo me dice que Lawrence y Celina serán los más interesados en todo esto.
—De acuerdo —les respondió Jano, mientras se levantaba del sillón junto a Zoe—. Una cosa más —dijo, dirigiéndose a Marcos—¿por qué hacen esto? ¿por qué de repente nos cuentan todas estas cosas?
Marcos sonrió, a la vez que se llevaba una mano a la cabeza y frotaba su cabello.
—Es egoísmo puro —le respondió—. Una vez alguien hizo lo mismo con nosotros; ensenándonos muchas cosas interesantes sobre este mundo. Siento que eso cambió nuestra vida para bien, pero al mismo tiempo nos dio una carga que la mayoría de personas no posee.
Jano y Zoe los miraban con sorpresa, incapaces de interrumpirlo.
—Pero por otro lado me alegra que ya hubieran descubierto parte de todo esto por ustedes mismos. Siento que hemos elegido a los jóvenes correctos, y que al mismo tiempo me han quitado una carga de encima; porque no todas las verdades son para todo el mundo.
—Eso no es egoísmo —le respondió Zoe.
—La verdad, yo tampoco sé si lo será —le dijo Cheryl—. Pero no queremos que este conocimiento se pierda con nosotros. Ya no nos sentimos seguros, y creo que su amigo podría estar igual de hundido que nosotros.
Jano y Zoe guardaron silencio, ya que sabían que lo que decían no podía ser más cierto.
—Hay algo interesante en esto de ser investigador —les dijo Marcos— entre más escarbas entre toda la basura de este mundo, más cosas extrañas eres capaz de percibir. Pero esa mejor “visión” es proporcional al peligro que corres.
Zoe se quedó pensativa, con una expresión bastante seria.
—¿Esa “visión” podría explicar lo que puedo ver a veces? —les preguntó mientras se balanceaba, moviendo una pierna en círculos.
—¿Qué sueles ver? —le preguntó Cheryl, con curiosidad.
—Monstruos —les respondió Zoe, con notable incomodidad—. Son como sombras, enormes sombras que a veces puedo ver y escuchar claramente.
Jano guardó silencio. No se sentía cómodo cuando Zoe hablaba de su habilidad. Él sabía que no eran síntomas de ninguna enfermedad o algo por el estilo. Pensaba que lo que ella veía y escuchaba era real de alguna manera. Marcos se quedó en silencio un momento, pensativo; mientras uno de sus pies seguía un compás que tal vez solo él podía escuchar.
—Pues quién sabe —le dijo, mientras miraba al techo y exhalaba el humo de su cigarro con lentitud—. ¿Qué te hace sentir más tranquila?, ¿saber que tienes una imaginación explosiva? ¿O que esas cosas que ves fueron o serán reales alguna vez?
Ahora tanto Jano como Zoe no sabían qué decir.
—Te lo dejamos de tarea— le dijo Cheryl, con amabilidad— ahora vayan a casa, que se les hace tarde.
Jano tomó la mano de Zoe con firmeza y se despidieron de la joven pareja. Los faros de luz iluminaban con tenacidad el camino a casa. El frío viento nocturno creaba pequeños remolinos de hojas secas, los cuales sucumbían a su paso. Podían verse algunas aves y ardillas por ahí y por allá, buscando refugio para pasar la noche.
Al llegar al centro de Xento, todo parecía haber vuelto a la normalidad. Los hogares silenciosos y las suaves luces residenciales les daban la bienvenida. Jano se dio media vuelta, dirigiéndose hacia Zoe.
—¿De verdad te sientes bien, Zoe? —le preguntó con una sonrisa.
—Claro que sí —le respondió ella, con mirada huidiza— tan solo creo que estoy un poco resfriada.
—¿Resfriada?, creo que te vendría bien un chocolate caliente.
Zoe le miró con una sonrisa. Ambos sabían que poco tenía que ver el chocolate con un resfrío. Pero seguía siendo una buena excusa para estar con ella un poco más.
—Me parece una excelente idea —le respondió.
Ambos pasaron caminando a un costado del antiguo cementerio de Xento. El musgo se había apoderado de gran parte de las lápidas; en especial de las más antiguas, las cuales no tenían nadie que las mantuviera limpias de manera constante. Ahí yacía el padre de Zoe, y algunas otras personas cercanas suyas. Era difícil, pero no era del todo malo vivir cerca del cementerio, al menos si no se es supersticioso. Ellos solían creer en amenazas más reales, como la mayoría de jóvenes de su generación; además de que esas propiedades eran más baratas o incluso a veces eran regaladas por esa razón.
Atrás dejaron las lápidas de longevos ancianos, víctimas inocentes y figuras olvidadas; para adentrarse en el calor de su tranquilo hogar. Jano encendió la luz de la sala apenas entraron. Todo seguía igual; el piano, sus libros, los platos sucios.
—Lástima que los trastes no se lavan solos —pensaba Jano para sí mismo.
Zoe se sentó a descansar en la mesa del comedor, mientras Jano lavaba los trastes de la noche anterior.
—¡Rayos! —exclamó él— olvidé que debíamos pasar comprando leche.
—No hace falta que vayamos a la tienda, no te preocupes —le respondió ella— tengo una caja en mi casa, enseguida vuelvo.
Zoe salió de la casa de Jano. La noche era hermosa y silenciosa. Caminó a través de algunos árboles resecos, a paso ligero. Era bueno vivir cerca de Jano. Él era una de las personas más importantes en su vida, después de todo; aún más que Lawrence y Celina. Estaban unidos por el pasado y muy seguramente lo seguirían en el futuro; aunque ninguno de los dos lo había intentado, por más que Lawrence le lanzara leña al fuego. Ella pensaba que todo estaba bien así.
Su casa estaba a oscuras, ya que había olvidado dejar alguna luz encendida. Lo había estado haciendo para que esta pareciera estar ocupada, ya que últimamente habían sucedido algunos robos en el pueblo. Al entrar, se dirigió hacia la refrigeradora para tomar la caja de leche. Justo estaba abriendo la puerta de esta, cuando el teléfono de su casa comenzó a sonar. Era extraño, por lo general casi nunca recibía llamadas; a no ser que fueran del hospital.
—Buenas noches —le respondió la voz al otro lado de la línea.
—Hola —preguntó Zoe— ¿con quién hablo?
—Le hablo desde el hospital nacional, ¿es la señorita Zoe Von Klaast?
Zoe estaba preocupada. Nunca antes la habían llamado del hospital a esas horas de la noche.
—Si, con ella habla —le respondió, con voz entrecortada.
Tenía un mal presentimiento; un sudor frío recorría todo su cuerpo, mientras un vacío comenzaba a consumirla desde adentro. Tan solo necesitaba la respuesta correcta, y todo volvería a la normalidad.
—Lamento comunicarle que no tengo buenas noticias para usted —le respondió el encargado de la línea— su madre ha…
Zoe volvió a casa de Jano con el mandado. Tomó asiento, sin decir palabra alguna. Él tomó la leche y comenzó a preparar el chocolate que le había prometido. Jano no había notado la cara de Zoe en ese momento, ya que estaba a sus espaldas. Era la cara de un alma derrotada, con un cuerpo ahora vacío, y un corazón petrificado.
—Jano —le preguntó—¿alguna vez te has sentido culpable de tu propio destino?
—¿A qué te refieres? —le preguntó él, con cara de duda.
—¡Tú sabes a qué me refiero! —le respondió, llena de ira—. ¡No puedes ocultarlo! —le gritó, mientras un potente trueno hacía resonar los marcos de las ventanas.
Su tono de voz y el sonido del trueno exaltaron a Jano, quien dejó caer una de las tazas por la impresión, rompiéndose esta en mil pedazos.
—Zoe —le respondió— ¿qué te sucede?
La ira de Zoe se había convertido en llanto; en un iracundo e impotente lamento.
—¡Tú lo sabes muy bien! O acaso dime, ¿no has sentido en algún momento de tu vida que te mueven como a un títere en una función? ¿O que somos pequeñas fichas en un gran tablero de ajedrez, movidas por completos desconocidos?
—¿Acaso te refieres al creador? —le preguntó Jano, bastante confundido.
—¡Cállate! —le gritó Zoe, interrumpiéndolo— no existen dioses, tampoco el destino. ¿Acaso no lo ves?, somos manipulados sin saberlo. Los “dioses” no son más que un puñado de idiotas que rigen este mundo marchito.
Zoe temblaba de desesperación. Sus puños estaban cerrados, y parecía como si de repente fuera a golpear algo o a alguien.
—No les interesamos, no hay piedad, ni salvación. No cuando el mundo me ha herido, y mi madre me ha abandonado.
Jano la volvió a ver a los ojos, como pidiendo en silencio una explicación para todo lo que acababa de decir.
—Pero tu madre está en coma —le respondió— ella aún puede recuperarse.
—Ella está muerta —le respondió entre lágrimas— me lo acaban de informar por teléfono.
—Lo siento mucho, Zoe —le respondió Jano, mientras su confusión comenzaba a difuminarse.
—¿Y aun así mantienes que si hay alguien allá arriba? —le preguntó Zoe, aún llena de rabia.
Jano estaba comenzando a irritarse. Intentaba comprender su dolor, pero la manera en la que cuestionaba el mundo y sus creencias no le agradaba nada.
—Si él existiera no habría dolor ni sufrimiento… ¡Incluso tú estarías con tus padres!
Zoe cometió un error al sacar ese tema a flote en ese preciso momento; Jano estaba furioso. No era exactamente el tema de sus padres lo que le afectaba tanto, sino el hecho de que Zoe lo usara de ejemplo para poner en duda temas que él daba por hechos.
—¡Cállate! —le gritó con fuerza— al menos tú conociste a los tuyos. El hecho de provenir del mismo lugar no te da derecho a tratarme así, ¡idiota!
Zoe no esperaba esa reacción por parte de Jano. Tampoco entendía sus propias acciones; todo ese veneno que emanaba de su boca y su corazón herido nublaban por completo su juicio. La ira de Jano le hizo entrar un poco en razón. Ahora su rostro reflejaba vacío y culpa, además de un profundo silencio.
—Perdóname —le dijo Jano, quien se había sentido culpable desde el momento en que le gritó— yo solo pensaba que…
—No, tienes razón, soy una estúpida. Antes creía que no tenía un lugar en este mundo, pero ahora estoy convencida de ello.
—Todos tenemos nuestro lugar en el mundo —le respondió Jano, mientras le miraba fijamente a los ojos— no puedes renunciar a algo que no te ha sido otorgado al azar. Tú lo tienes, y yo también; lo queramos o no.
Parecía por un momento que todo había vuelto a la normalidad. La lluvia seguía cayendo. Los lejanos relámpagos seguían iluminando el interior de la casa y a aquellos dos corazones confundidos.
—Dices eso solamente por creer en el destino —le dijo ella, mientras le daba la espalda— o tal vez sea cierto, pero no lo deseo.
—Pues deberías acostumbrarte…ocuparemos el mismo lugar por el resto de nuestras vidas.
—Yo he visto cosas, ¿lo olvidas? —le dijo ella, imbuida de tristeza— cosas totalmente imposibles. Estoy segura de que esta no es nuestra primera vida, ni tampoco será la última.
Un sentimiento de irrealidad inundaba aquella habitación. Era como si ya hubieran tenido esa conversación antes; una nauseabunda sensación que les recorría todo el cuerpo hasta la médula. Una extraña sonrisa se dibujó en el rostro de Zoe; tan inusual, que incluso le hacía lucir como otra persona.
—Todos pasamos por lo mismo —continuó ella, mientras se asomaba por una ventana— una y otra vez. Revoloteando como mariposas nocturnas alrededor de una bombilla que solo nos lastima. Lamento informarte que ni la muerte es un escape, mi querido Jano.
Jano estaba ahí, inmóvil e inquieto. Tragó saliva, mientras los músculos de sus brazos se tensaban. Alguien tenía que poner a Zoe en su lugar; devolverla a la realidad que tantas penas y alegrías le había traído.
—De verdad eres una esclava de tu propia existencia —le dijo, con suma pesadez— no podrías soportar esas cadenas por demasiado tiempo. La vida es así, ni más ni menos. Solo debemos vivirla lo mejor que podamos. El día que aceptes que nuestra historia ya está escrita, al menos podrás quitarte ese peso de encima.
Jano siguió hablándole, mientras intentaba acercarse. Siendo sincero y realista, no esperaba que sus palabras calaran demasiado en ella debido a su estado actual.
—Las cosas que eres capaz de ver no tienen por qué definir quién eres, o tu forma de ser —le dijo, mientras luchaba por mantener una sonrisa— me gustaría poder comprenderte mejor, pero…
De repente, un potente sismo comenzó a azotar todo el lugar. Zoe y Jano lucharon por mantenerse en pie, mientras las cosas se caían de los estantes y algunos muebles se tambaleaban y se daban de bruces contra el suelo. De alguna manera eso afectó el suministro eléctrico, lo cual hizo que las luces se apagaran de repente, para dar paso al silencio y la oscuridad de la noche.
—¡Zoe! —gritó Jano preocupado, mientras mantenía el equilibrio y tanteaba las paredes con sus manos.
—¡Aquí estoy! —le respondió ella, mientras intentaba ponerse de pie poco a poco.
—¿Estás de pie? Justo a tu derecha hay una lámpara que activa las luces de emergencia; trata de llegar hasta ella.
—De acuerdo —le respondió ella.
Zoe caminó con cautela hacia la lámpara, apenas un relámpago iluminó lo suficiente para poder ver en qué dirección debía caminar. Al activarlas, éstas impregnaron la casa con su tenue iluminación, no muy diferente a la llama de una vela amenazada por el viento.
—¿Estás bien? —le preguntó Jano— espero que ese temblor te haya acomodado un poco las ideas.
Jano no podía recordar la última vez que habían sufrido un sismo. Taured se encuentra enorme y viejo continente llamado Ameniz, donde la actividad sísmica era muy poco común.
—Creo que no me duele nada —le respondió Zoe, mientras palpaba su cabeza y revisaba su pierna real.
Parecía que aquel incidente había llegado a tiempo para apagar aquel fuego, al menos de momento. Aquellas dos almas que tanto se habían herido entre sí pensaban con horror en qué pasaría si alguno de los dos muriera. Al final nadie quiere morir; todos temen dejar atrás a quienes aman.
—Me alegra escuchar eso —le respondió Jano, con los ojos llenos de lágrimas.
Jano extendió sus brazos en dirección a ella, como suplicando por un abrazo que tal vez no merecía.
—¡Ven aquí! —le dijo a Zoe— lamento haberte gritado. Y lamento mucho lo de tu madre.
Zoe corrió hacia él, mientras caía en sus brazos y lo abrazaba con firmeza.
—¡Lo sé! —le respondió ella— no hables, solo abrázame, bobo. Olvida todo lo que te dije, por favor. Algo extraño sucede conmigo, pero no puedo explicarlo.
Permanecieron inmóviles, abrazados; mientras el tiempo pasaba a su alrededor. Pero para ellos no transcurría; no en ese momento.
Zoe fue la primera en volver a la realidad, al abrir los ojos y ver de nuevo todas las cosas que habían caído al suelo.
—Vamos, te ayudaré a limpiar este desastre —le dijo, a la vez que le daba un beso en la mejilla.
Ambos se pusieron a recoger las cosas que se habían caído o quebrado en el incidente. Jano ponía de pie algunos muebles, mientras que Zoe se encontraba recogiendo algunos cachivaches que habían caído de uno de los armarios. De repente, él escuchó una leve risa viniendo de Zoe. Estaba en el suelo, de rodillas; observando un objeto que yacía en el suelo.
—Zoe, ¿Qué estás haciendo? —le preguntó, mientras se acercaba a ella con cuidado.
Había una sustancia regada en el piso. Un polvo blanquecino que contrastaba fuertemente con el piso de madera.
—¿Qué es eso en el suelo? —le preguntó a Zoe— ¡¿ceniza?!
Zoe se dio la vuelta, con una expresión que él nunca había visto antes. Sus manos estaban juntas, llenas de ese polvo blanquecino, el cual se escapaba lentamente de entre sus dedos.
—Es bueno salir y charlar con los muertos de vez en cuando. ¿Cierto, Jano?
—¿De qué estás hablando? —le preguntó Jano, perturbado— ¿muertos?
—Si, la muerta —le respondió ella, mientras se ponía de pie sin dejar de mirarlo—…está muerta…ceniza, son sus cenizas. ¡Ella está muerta!, ¡está muerta!
—¿Quién es ella? —le preguntó él, cada vez más impaciente.
—¿Qué sucede, Jano? ¿Temes ser olvidado? Tal vez ella también; no seas perezoso, siempre tuvimos la respuesta frente a nosotros.
Zoe salió corriendo de la casa, mientras Jano seguía paralizado. El shock aun no lo dejaba moverse. Había algo horrible en las palabras de Zoe; algo siniestro que de momento escapaba a su entendimiento.
—¡Zoe! —le gritó, lleno de impotencia.
Para cuando pudo moverse, ya Zoe no estaba dentro de su casa. La lluvia no había hecho más que empeorar, y la tormenta era cada vez más peligrosa. Pero él no podía dejar las cosas así. Apenas pudo recuperar fuerzas tomó su linterna y salió de su casa lo más rápido que pudo. Lo primero que hizo fue ir corriendo hacia la casa de Zoe. La puerta estaba abierta, por lo que se apuró a confirmar si ella se encontraba ahí. Pero no había nada, tan solo la puerta del refrigerador sin cerrar, y el teléfono descolgado. Zoe conservaba algunas fotos antiguas en una repisa. Zoe con sus padres, Zoe con sus tíos; Zoe con Lawrence, Celina y él.
—Anhelas esos días perdidos, al igual que yo —pensó Jano para sí mismo— por eso no puedo dejar que vuelvas a perderte en ti misma.
Salía con rapidez de la casa de Zoe, cuando algo le llamó en exceso la atención. Algo lo atraía hacía el cementerio; algo terrible y ajeno a toda casualidad. Como un hilo invisible que lo guiaba a un cruel evento casi predeterminado.
Entró al cementerio, y revisó una de las lápidas más cuidadas del camposanto. Ella estaba ahí, bajo esa pesada lápida; y no había manera de negar esa realidad. Celina había muerto hace muchos años, pero había estado con ellos hasta hace un rato.
***
Lawrence y Celina descansaban en casa. Lawrence se encontraba en un sillón, mientras descansaba tras un buen rato tratando de vulnerar el sistema de aquella computadora. Celina por su parte, había tomado un libro de apuntes como su diario personal, y se encontraba escribiendo en este.
De repente, sintieron un leve movimiento bajo sus pies.
—¿Sentiste eso, Celina? —le preguntó Lawrence— parece haber sido un leve sismo.
—Apenas que lo he notado —le respondió ella— es probable que haya sido eso.
Seguían conversando sobre lo ocurrido, cuando un objeto lanzado desde el exterior invadió el interior de la casa, tras haber roto una ventana que se encontraba justo detrás de ellos. De repente, una densa nube de humo invadió por completo la habitación.
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